Otra saga de Disney Pixar, Monsters Inc (2001) y su precuela Monsters University (2013) elabora el mismo problema desde el punto
de vista de los mejores métodos educativos.
En la primera, una pequeña niña invade el mundo de los monstruos, a
contrapelo de todas las medidas de seguridad que esa sociedad ha tomado en
contra de esa situación, desbarata toda la imagen prejuiciosa que este mundo se
había formado de los niños y niñas humanos y termina mostrándoles una realidad
que, una vez asumida, mejora sus vidas superlativamente.
Se trata de una muy entretenida metáfora sobre las falsas
construcciones del mundo de los adultos en general, y sobre el mundo de la
infancia en particular. Toda la energía de la ciudad de los monstruos dependía
de la extracción de electricidad que tomaban de los gritos de terror de niños y
niñas a quienes acosaban saliendo de sus armarios en mitad de la noche.
Sólo sabían que los monstruos generaban terror en las
conciencias infantiles y sin mediar otro tipo de análisis, prejuiciosamente,
evitaban todo contacto con ese mundo que excediera las necesidades básicas de
la extracción. De forma fortuita, la irrupción inesperada de una niña traviesa
y desinhibida, de esas que violentan todo lo que pueden los límites que les
pretende imponer alguien, combinada con
la empatía compasiva y el amor fraternal de los amigos Sullivan y Wazowski,
terminan descubriendo que la energía generada por la alegría de los niños y
niñas es mil veces superior, y reconvierten toda su producción, dejando de
sembrar el terror en el mundo de la infancia humana para sembrar risas y
alegrías y mejorar su propio mundo.
Se trata también, en un segundo plano de lectura, de una
crítica racionalista al mundo empresarial norteamericano. Aunque el antagonista
principal de nuestros héroes esté personificado en esa especie de serpiente
malvada y camaleónica de Randall, el verdadero villano es el cangrejoide
empresario que dirige la compañía. La peli no critica la explotación de los
trabajadores de la fábrica de gritos (todo lo contrario, sus vidas cotidianas
son descriptas como de trabajadores satisfechos y respetuosos de las leyes) sino
los criterios empresariales. El capitalista promueve una cultura taylorista con
objetivos de producción cada vez más altos, basada en la competencia desleal
entre sus empleados para ver quién llega más lejos. Sin ninguna ética ni moral
excepto el aumento de la productividad del trabajo, el empresario sin embargo
no tendría una mentalidad científica “creativa”, que cuestione sus premisas de
trabajo, lo que le hubiese permitido descubrir la potencialidad de la risa,
todo lo contrario de lo que explotaba.
Se trata de una crítica menor al capitalismo, casi
superficial, según la cual los desastres ecológicos y las crisis energéticas
que provoca, por ejemplo, la obsesión del capitalismo con el uso de petróleo y
recursos no renovables como fuente de energía y materias primas, podría
revertirse simplemente con un cambio revolucionario en las “mentalidades” de la
cultura empresarial. Un pensamiento recurrente entre los profesionales de las
industrias tecnológicas modernas, particularmente los creadores de software, que
desde finales de los 70 vienen reinventando y revolucionando las formas y
herramientas de las comunicaciones humanas, desarrollando producciones
industriales donde hace cuarenta años no había nada y que han llegado a creerse
la solución final a los problemas endémicos de la acumulación capitalista.
Think
different
Esto se enfatiza en la segunda parte, que cuenta la historia
de cómo se conocieron los dos grandes amigos, en su paso por la misma
universidad. Aquí de nuevo, nada se dice del cruel sistema educativo superior
norteamericano, que obliga a las familias a endeudarse toda una vida para
mantener los estudios de sus hijos e hijas. Lejos de eso, su crítica se reduce
a los criterios de la educación superior.
La tensión se centra en la rectora, que sostiene criterios
inflexibles para considerar las potencialidades de sus estudiantes, mientras
que a lo largo de la peli el joven Mike Wazoski, aparentemente incapacitado
para formarse como un gran asustador, termina sorprendiendo a la propia
rectora, demostrando que con persistencia, esfuerzo y sistematicidad cualquier
persona puede alcanzar sus sueños. Y que no hay que aflojar nunca, por más
obstáculos que se le pongan enfrente y por imposibles de vencer que parezcan.
Es casi una expresión visual muy bien hecha y entretenida de
los videítos de motivación que nos cansamos de ver en los cursos de
entrenamiento del Ministerio de Educación o en los cursos motivacionales para
entrepeneurs, vendedores, estudiantes de márquetig y empresas, etc., donde
aparece Steve Jobs contando su experiencia en la universidad, como la estrechez
de sus maestros lo aburría y que finalmente, renunciando a ella y siguiendo con
sus ideas por cuenta propia llegó a ser quién fue.
No por nada Pixar pertenece a Steve Jobs (San Francisco, 1955-Palo
Alto, 2011), el joven creador de Apple y los smartphones, que hizo de esta
“filosofía empresarial” un leiv motiv de toda su vida. Las dos pelis cabalgan
sobre el concepto que Apple supo tener como eslogan, think different, piensa diferente. Es el culto a la superioridad
del ingenio sobre el dinero, del intelectual sobre la realidad.
Steve Jobs defendía que todo su éxito personal, de un
estudiante frustrado a un millonario empresario, se basaba en su imaginación,
su obstinación para seguir sus intuiciones y sueños a pesar que encontrasen la
oposición del orden establecido previamente. Defendía y alentaba la rebeldía
contra lo existente pero sólo en términos de creatividad, no sobre las
relaciones sociales y políticas que permiten la reproducción de la vida social.
La idea de la computadora personal o el I-phone pueden haber revolucionado el
mundo económico con un novedoso producto capaz de inventar de la nada todo un
nuevo mercado y una industria, mejorar las comunicaciones humanas y bajar los
costos de logística de la economía mundial, pero en sus empresas se seguían
utilizando los antiguos y arcaicos conceptos de extraer todo el valor posible
de sus obreros y obreras sin pagárselos íntegramente en sus salarios, es decir,
la vieja y consabida plusvalía.
Otra vez Los Simpsons nos
permiten ilustrar de mejor forma los problemas evidentes de este pensamiento.
En el tercer capítulo de la temporada 22, MoneyBart,
de 2010, uno de sus chistes del sofá más polémicos y ácidos es guionado por el
muralista callejero anticapitalista Bansky (Bristol, 1975), quien muestra una
fábrica de esclavos en el sudeste asiático que explota seres humanos, tiernos
ositos panda e incluso bellos e ingenuos unicornios de manera salvaje y
despiadada para producir la propia serie animada.
Aunque pertenece a la misma generación y rubro, Matt
Groening y los creativos que inventaron y mantienen una de las innovaciones
culturales más exitosas del mundo contemporáneo, no se auto-engañan sobre las
capacidades ilimitadas de su ingenio y saben muy bien que el capitalismo,
incluso el más innovador y asombroso, se sigue basando en la arcaica
explotación humana y ambiental.
La historia nos recuerda que el destino del gran genio
croata Nicola Tesla (Smiljan, 1856 – New York,1943) que terminó en la pobreza
absoluta, mientras que el “espíritu empresarial” de su socio Thomas Alva Edison
(Ohio, 1847-New Jersey, 1931) se quedó con el negocio y el éxito, contribuyendo
de paso a opacar un camino hacia una electricidad más potente, sana y gratuita.
Del mismo modo, un genio de la física moderna admirado y reconocido
mundialmente como Albert Einstein (Ulm, 1879- Princeton, 1955), que revolucionó
la forma de pensar las ciencias más desarrolladas hace cien años atrás, con su
propuesta de pensar un universo plástico, donde no existan ni un tiempo ni un
espacio absolutos, vio frustrados sus sueños de una sociedad más justa e
igualitaria, mientras que una de las aplicaciones concretas de sus
descubrimientos fueron utilizadas por los mayores enemigos del pensamiento libre,
creativo y la igualdad humana para todo lo contrario, cuando detonaron dos
bombas atómicas en Japón en 1945 para ponerle fin a la Segunda Guerra Mundial.
En el mundo verdadero triunfan los dueños de Monsters Inc.,
no los simpáticos, creativos y esforzados Mike Wachowskys.
Algo de eso podemos ver en el reconocimiento de los límites
del esfuerzo individual de Cars (2006)
donde un arrogante auto de nascar de última tecnología no llega a obtener la
victoria debido precisamente a su exceso de confianza e individualismo. Toda la
película tiene un tufillo conservador (la vuelta a las tradiciones y raíces de
un nostálgico capitalismo automotriz diseñado para dinamizar la pequeña y
mediana producción industrial y comercial del interior norteamericano, abandonados
en la última fase de expansión y robotización y extranjerización de la
industria yanqui del automóvil) pero en esencia se trata de una enseñanza a
favor de basar el desarrollo individual teniendo en cuenta la importancia de la
colaboración de un equipo de pares, amigos y familiares y trabajando en función
de intereses individuales que tengan también en cuenta o que contribuyan a
desarrollar intereses colectivos.
En 2005 los estudios de animación de la Fox, Blue Sky,
lanzaron la mejor representación visual de esta ilusión Silicon Valley, de un
mundo perfecto dirigido por individuos geniales y creativos, Robots. En ella el héroe es el hijo de
un obrero gastronómico de un pequeño pueblo del interior yanqui que llega a la
gran ciudad justo cuando los nuevos ceos de Industrias Gran Soldador han
removido al genio y filántropo fundador para aplicar técnicas de producción y
venta que sólo tienen en cuenta las ganancias empresariales y desdeñan las
necesidades del pueblo obrero. Como pasa en estas películas cuando son
admiradas por espectadores/as obrero/as de un país semi colonial como Leyla y
yo, lo que más nos atrae y fascina son esos frescos íntimos que muestran la
vida optimista a pesar de la alienación, las enfermedades y la pobreza, ese
bello y profundo espíritu de camaradería y generosidad que construimos obreros
y obreras basado en la cooperación de compartir los pocos recursos a nuestro
alcance como les ocurre a Rodney y sus amigos de la pensión de la Tía Turbina.
Pero no va a ser la Fox, Disney o DreamWorks quienes vayan a
plantear una salida real a la explotación del capitalismo. Rodney dirige la
rebelión de los robots obreros y desclasados de las grandes urbes imperialistas
contra los nuevos patrones del márketing y las finanzas sólo para volver a entronar
a Gran Soldador, el mítico burgués empresario fundador del “buen capitalismo”
industrial de los años 40 y 50, que con generosidad llenaba de limosnas los
bolsillos de las familias obreras bajo el American Dream del fugaz Estado de
Bienestar y el New Deal.
El papel del individuo
en la Historia
Entonces la cultura infantil más avanzada que podemos
adquirir gracias a la piratería de genios tecnológicos más profanos (encerrados
copiando pelis truchas para juntar el mango como en el magnífico cuento de
María Negro, Matemática allá al fondo
publicado en http://otraautonautaenlacosmopista.blogspot.com.ar/2014/09/matematica-alla-al-fondo.html)
o de Netflix nos propone una incertidumbre: ¿abandonar todo tipo de misticismo
individualista basados en una crítica exhaustiva de los límites que la realidad
impone a los individuos obreros/as en nuestras sociedades capitalistas o
aceptar sin buscarle el pelo al huevo esta fabulosa y necesaria ética optimista
que todo obrera u obrera necesita como el agua en el desierto para sobreponerse
a las presiones de una vida marcada por el desamparo y la explotación?
En 1933 Lev Davidóvich Bronstein, inmortalizado por el
seudónimo de Trotsky, que adoptó de uno de sus guardiacárceles bajo el zarismo,
escribió una breve pero apasionante reflexión sobre el papel del individuo en
la historia en el capítulo 16 de su magnífica Historia de la Revolución Rusa.
Allí analizaba la importancia que
tuvo Vladimir Íllich Uliánov, Lenin, en el desenlace de la primer revolución
proletaria exitosa de la historia humana. En abril de 1917, bajo el gobierno
Kerenski, una democracia burguesa basada en el doble poder de obreros/as y
campesinos/as que habían liquidado al absolutismo feudal pero que habían
entregado su poder a una raquítica burguesía industrial y comercial adaptada al
poder financiero de la burguesía imperialista francesa, belga, alemana e
inglesa, Lenin aparecía en el momento justo para torcer el destino de su propio
partido, el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, que hasta ese momento apoyaba
el gobierno democrático con la ilusión de pasar en una etapa posterior a
desarrollar una dictadura obrera hacia el socialismo.
En las tesis presentadas a su partido, elaboradas al calor
del análisis del proceso revolucionario de la Comuna de París de 1872 que
inmortalizó en El Estado y la Revolución
de febrero de 1917 y del movimiento real que asumía la lucha de clases en
Rusia, Lenin convenció a sus camaradas de la dirección a romper su alianza con
el gobierno de Kerensky y alimentar y acaudillar a las masas obreras y
campesinas organizadas en los Soviets a la toma de todo el poder político y
social, expulsando a la burguesía y la aristocracia e instaurando un Estado
Obrero y Socialista.
Contando con “el diario del lunes” Trotsky se pregunta en
ese capítulo 16 si el destino de la revolución rusa hubiese sido el mismo de no
haber mediado la acción de Lenin en abril.
El marxismo asigna a las estructuras sociales y naturales el
papel del verdadero motor de la vida. Dejemos de lado los debates sobre la
mayor o menor empatía humana de esa forma de pensar la realidad presentes en
los teóricos de esta tradición, digamos sí que se trata de una apreciación científica
que combate el misticismo idealista mostrando a los individuos como productos
de un entramado de leyes sociales y naturales que se le imponen con mucho mayor
poder, sobre todo si su deseo es contrario al orden social.
Sin embargo, el marxismo está también plagado de análisis
que colocan un poder creativo capaz de revertir “el peso muerto” de las
tradiciones y leyes en los individuos organizados junto a otres de su misma
condición. Se trata de comprender que la realidad opera aquí también de forma contradictoria.
Trotsky demuestra que la Revolución de Octubre no podría
haber asumido la forma que tuvo sin esa intervención de Lenin en abril y llega
a dudar incluso que el proceso podría haber terminado muy mal para las
ilusiones obreras y campesinas de no haber existido ningún partido que
convocase a dar “todo el poder a los soviets”, como en el caso de tantas y
tantas revoluciones contemporáneas que terminaron siendo dirigidas por
burguesías raquíticas, timoratas y coloniales como la rusa (México entre 1910 y
1928 o China entre 1911 y 1931, por señalar dos ejemplos significativos).
En ese capítulo demuestra que Lenin era la expresión más
lúcida de todo un partido que elaboró racionalmente la experiencia de lucha de
las clases oprimidas por el zarismo, es decir, que no se trató de un “salvador”
llegado de la estratósfera, pero también que tuvo en el momento decisivo la
claridad, el coraje personal y el tezón necesarios para convencer a la fuerza
de la tradición de su propia organización y del sentido férreo de la costumbre
social de su propia clase.
Las revoluciones (y muchas cosas más) son producto de
centenares de años de acumulación de fuerzas y tensiones contradictorias en el
seno de una sociedad que no pueden ser revertidas por un simple individuo y también
estallan y logran determinados cauces gracias a la intervención genial de
individuos templados con determinadas cualidades y organizados con fuertes
lazos junto a los millones de destinos individuales de su propia clase social.
Se trata entonces de que el individuo que sueña con un deseo
propio diferente y opuesto al que dictamina su sociedad de origen sea capaz de
mantener un camino de conocimiento de las leyes que lo explican y de sí mismo
como producto de esas leyes, que le permita tomar decisiones concretas que lo
ayuden a alcanzar esos sueños. En el estudio materialista y dialéctico de las
biografías de esos individuos geniales que lograron cumplir sus sueños a pesar
de la presión del destino social –y apartándonos de la utopía individualista ingenua
que proponen las grandes productoras yanquis, conservadoras o progresistas-
encontraremos que ese optimismo vital del individuo encuentra su exacta y no
mistificada realidad.
Contradictoriamente, el mismo Lenin supo inmortalizar ese
optimismo en una intervención ante el Congreso que definió la vida del POSDR en
su nacimiento, ante la ruptura de bolcheviques y mencheviques en 1902. Escribió
en el folleto destinado a intervenir en ese debate, su famoso y vigente ¿Qué hacer? citando al joven poeta
democrático ruso Dimitri Pisarev (Známenskoye, 1840- Dubulti, 1868):
“Si el ser humano estuviese completamente privado de su
capacidad de soñar, si no pudiese de vez en cuando adelantarse y contemplar con
su imaginación el cuadro completamente acabado de la obra que se bosqueja entre
sus manos, no podría figurarme de ningún modo qué móviles obligarían al ser
humano a emprender y llevar hasta su término vastas y penosas empresas en el
terreno de las artes, de las ciencias y de la vida práctica… El desacuerdo
entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que la persona
que sueña crea seriamente en su sueño, se fije atentamente en la vida, compare
sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje
escrupulosamente en la realización de sus fantasías. Cuando existe algún
contacto entre los sueños y la vida, todo va bien.”
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