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jueves, 23 de febrero de 2017

Monsters Inc. y Robots, el superhéroe individualista

Otra saga de Disney Pixar, Monsters Inc (2001) y su precuela Monsters University (2013) elabora el mismo problema desde el punto de vista de los mejores métodos educativos. En la primera, una pequeña niña invade el mundo de los monstruos, a contrapelo de todas las medidas de seguridad que esa sociedad ha tomado en contra de esa situación, desbarata toda la imagen prejuiciosa que este mundo se había formado de los niños y niñas humanos y termina mostrándoles una realidad que, una vez asumida, mejora sus vidas superlativamente.

Se trata de una muy entretenida metáfora sobre las falsas construcciones del mundo de los adultos en general, y sobre el mundo de la infancia en particular. Toda la energía de la ciudad de los monstruos dependía de la extracción de electricidad que tomaban de los gritos de terror de niños y niñas a quienes acosaban saliendo de sus armarios en mitad de la noche.

Sólo sabían que los monstruos generaban terror en las conciencias infantiles y sin mediar otro tipo de análisis, prejuiciosamente, evitaban todo contacto con ese mundo que excediera las necesidades básicas de la extracción. De forma fortuita, la irrupción inesperada de una niña traviesa y desinhibida, de esas que violentan todo lo que pueden los límites que les pretende imponer alguien,  combinada con la empatía compasiva y el amor fraternal de los amigos Sullivan y Wazowski, terminan descubriendo que la energía generada por la alegría de los niños y niñas es mil veces superior, y reconvierten toda su producción, dejando de sembrar el terror en el mundo de la infancia humana para sembrar risas y alegrías y mejorar su propio mundo.

Se trata también, en un segundo plano de lectura, de una crítica racionalista al mundo empresarial norteamericano. Aunque el antagonista principal de nuestros héroes esté personificado en esa especie de serpiente malvada y camaleónica de Randall, el verdadero villano es el cangrejoide empresario que dirige la compañía. La peli no critica la explotación de los trabajadores de la fábrica de gritos (todo lo contrario, sus vidas cotidianas son descriptas como de trabajadores satisfechos y respetuosos de las leyes) sino los criterios empresariales. El capitalista promueve una cultura taylorista con objetivos de producción cada vez más altos, basada en la competencia desleal entre sus empleados para ver quién llega más lejos. Sin ninguna ética ni moral excepto el aumento de la productividad del trabajo, el empresario sin embargo no tendría una mentalidad científica “creativa”, que cuestione sus premisas de trabajo, lo que le hubiese permitido descubrir la potencialidad de la risa, todo lo contrario de lo que explotaba.

Se trata de una crítica menor al capitalismo, casi superficial, según la cual los desastres ecológicos y las crisis energéticas que provoca, por ejemplo, la obsesión del capitalismo con el uso de petróleo y recursos no renovables como fuente de energía y materias primas, podría revertirse simplemente con un cambio revolucionario en las “mentalidades” de la cultura empresarial. Un pensamiento recurrente entre los profesionales de las industrias tecnológicas modernas, particularmente los creadores de software, que desde finales de los 70 vienen reinventando y revolucionando las formas y herramientas de las comunicaciones humanas, desarrollando producciones industriales donde hace cuarenta años no había nada y que han llegado a creerse la solución final a los problemas endémicos de la acumulación capitalista.

Think different


Esto se enfatiza en la segunda parte, que cuenta la historia de cómo se conocieron los dos grandes amigos, en su paso por la misma universidad. Aquí de nuevo, nada se dice del cruel sistema educativo superior norteamericano, que obliga a las familias a endeudarse toda una vida para mantener los estudios de sus hijos e hijas. Lejos de eso, su crítica se reduce a los criterios de la educación superior.

La tensión se centra en la rectora, que sostiene criterios inflexibles para considerar las potencialidades de sus estudiantes, mientras que a lo largo de la peli el joven Mike Wazoski, aparentemente incapacitado para formarse como un gran asustador, termina sorprendiendo a la propia rectora, demostrando que con persistencia, esfuerzo y sistematicidad cualquier persona puede alcanzar sus sueños. Y que no hay que aflojar nunca, por más obstáculos que se le pongan enfrente y por imposibles de vencer que parezcan.

Es casi una expresión visual muy bien hecha y entretenida de los videítos de motivación que nos cansamos de ver en los cursos de entrenamiento del Ministerio de Educación o en los cursos motivacionales para entrepeneurs, vendedores, estudiantes de márquetig y empresas, etc., donde aparece Steve Jobs contando su experiencia en la universidad, como la estrechez de sus maestros lo aburría y que finalmente, renunciando a ella y siguiendo con sus ideas por cuenta propia llegó a ser quién fue.

No por nada Pixar pertenece a Steve Jobs (San Francisco, 1955-Palo Alto, 2011), el joven creador de Apple y los smartphones, que hizo de esta “filosofía empresarial” un leiv motiv de toda su vida. Las dos pelis cabalgan sobre el concepto que Apple supo tener como eslogan, think different, piensa diferente. Es el culto a la superioridad del ingenio sobre el dinero, del intelectual sobre la realidad.

Steve Jobs defendía que todo su éxito personal, de un estudiante frustrado a un millonario empresario, se basaba en su imaginación, su obstinación para seguir sus intuiciones y sueños a pesar que encontrasen la oposición del orden establecido previamente. Defendía y alentaba la rebeldía contra lo existente pero sólo en términos de creatividad, no sobre las relaciones sociales y políticas que permiten la reproducción de la vida social. La idea de la computadora personal o el I-phone pueden haber revolucionado el mundo económico con un novedoso producto capaz de inventar de la nada todo un nuevo mercado y una industria, mejorar las comunicaciones humanas y bajar los costos de logística de la economía mundial, pero en sus empresas se seguían utilizando los antiguos y arcaicos conceptos de extraer todo el valor posible de sus obreros y obreras sin pagárselos íntegramente en sus salarios, es decir, la vieja y consabida plusvalía.

Otra vez Los Simpsons nos permiten ilustrar de mejor forma los problemas evidentes de este pensamiento. En el tercer capítulo de la temporada 22, MoneyBart, de 2010, uno de sus chistes del sofá más polémicos y ácidos es guionado por el muralista callejero anticapitalista Bansky (Bristol, 1975), quien muestra una fábrica de esclavos en el sudeste asiático que explota seres humanos, tiernos ositos panda e incluso bellos e ingenuos unicornios de manera salvaje y despiadada para producir la propia serie animada.

Aunque pertenece a la misma generación y rubro, Matt Groening y los creativos que inventaron y mantienen una de las innovaciones culturales más exitosas del mundo contemporáneo, no se auto-engañan sobre las capacidades ilimitadas de su ingenio y saben muy bien que el capitalismo, incluso el más innovador y asombroso, se sigue basando en la arcaica explotación humana y ambiental.

La historia nos recuerda que el destino del gran genio croata Nicola Tesla (Smiljan, 1856 – New York,1943) que terminó en la pobreza absoluta, mientras que el “espíritu empresarial” de su socio Thomas Alva Edison (Ohio, 1847-New Jersey, 1931) se quedó con el negocio y el éxito, contribuyendo de paso a opacar un camino hacia una electricidad más potente, sana y gratuita. Del mismo modo, un genio de la física moderna admirado y reconocido mundialmente como Albert Einstein (Ulm, 1879- Princeton, 1955), que revolucionó la forma de pensar las ciencias más desarrolladas hace cien años atrás, con su propuesta de pensar un universo plástico, donde no existan ni un tiempo ni un espacio absolutos, vio frustrados sus sueños de una sociedad más justa e igualitaria, mientras que una de las aplicaciones concretas de sus descubrimientos fueron utilizadas por los mayores enemigos del pensamiento libre, creativo y la igualdad humana para todo lo contrario, cuando detonaron dos bombas atómicas en Japón en 1945 para ponerle fin a la Segunda Guerra Mundial.

En el mundo verdadero triunfan los dueños de Monsters Inc., no los simpáticos, creativos y esforzados Mike Wachowskys.

Algo de eso podemos ver en el reconocimiento de los límites del esfuerzo individual de Cars (2006) donde un arrogante auto de nascar de última tecnología no llega a obtener la victoria debido precisamente a su exceso de confianza e individualismo. Toda la película tiene un tufillo conservador (la vuelta a las tradiciones y raíces de un nostálgico capitalismo automotriz diseñado para dinamizar la pequeña y mediana producción industrial y comercial del interior norteamericano, abandonados en la última fase de expansión y robotización y extranjerización de la industria yanqui del automóvil) pero en esencia se trata de una enseñanza a favor de basar el desarrollo individual teniendo en cuenta la importancia de la colaboración de un equipo de pares, amigos y familiares y trabajando en función de intereses individuales que tengan también en cuenta o que contribuyan a desarrollar intereses colectivos.

En 2005 los estudios de animación de la Fox, Blue Sky, lanzaron la mejor representación visual de esta ilusión Silicon Valley, de un mundo perfecto dirigido por individuos geniales y creativos, Robots. En ella el héroe es el hijo de un obrero gastronómico de un pequeño pueblo del interior yanqui que llega a la gran ciudad justo cuando los nuevos ceos de Industrias Gran Soldador han removido al genio y filántropo fundador para aplicar técnicas de producción y venta que sólo tienen en cuenta las ganancias empresariales y desdeñan las necesidades del pueblo obrero. Como pasa en estas películas cuando son admiradas por espectadores/as obrero/as de un país semi colonial como Leyla y yo, lo que más nos atrae y fascina son esos frescos íntimos que muestran la vida optimista a pesar de la alienación, las enfermedades y la pobreza, ese bello y profundo espíritu de camaradería y generosidad que construimos obreros y obreras basado en la cooperación de compartir los pocos recursos a nuestro alcance como les ocurre a Rodney y sus amigos de la pensión de la Tía Turbina.

Pero no va a ser la Fox, Disney o DreamWorks quienes vayan a plantear una salida real a la explotación del capitalismo. Rodney dirige la rebelión de los robots obreros y desclasados de las grandes urbes imperialistas contra los nuevos patrones del márketing y las finanzas sólo para volver a entronar a Gran Soldador, el mítico burgués empresario fundador del “buen capitalismo” industrial de los años 40 y 50, que con generosidad llenaba de limosnas los bolsillos de las familias obreras bajo el American Dream del fugaz Estado de Bienestar y el New Deal.

El papel del individuo en la Historia


Entonces la cultura infantil más avanzada que podemos adquirir gracias a la piratería de genios tecnológicos más profanos (encerrados copiando pelis truchas para juntar el mango como en el magnífico cuento de María Negro, Matemática allá al fondo publicado en  http://otraautonautaenlacosmopista.blogspot.com.ar/2014/09/matematica-alla-al-fondo.html) o de Netflix nos propone una incertidumbre: ¿abandonar todo tipo de misticismo individualista basados en una crítica exhaustiva de los límites que la realidad impone a los individuos obreros/as en nuestras sociedades capitalistas o aceptar sin buscarle el pelo al huevo esta fabulosa y necesaria ética optimista que todo obrera u obrera necesita como el agua en el desierto para sobreponerse a las presiones de una vida marcada por el desamparo y la explotación?

En 1933 Lev Davidóvich Bronstein, inmortalizado por el seudónimo de Trotsky, que adoptó de uno de sus guardiacárceles bajo el zarismo, escribió una breve pero apasionante reflexión sobre el papel del individuo en la historia en el capítulo 16 de su magnífica Historia de la Revolución Rusa

Allí analizaba la importancia que tuvo Vladimir Íllich Uliánov, Lenin, en el desenlace de la primer revolución proletaria exitosa de la historia humana. En abril de 1917, bajo el gobierno Kerenski, una democracia burguesa basada en el doble poder de obreros/as y campesinos/as que habían liquidado al absolutismo feudal pero que habían entregado su poder a una raquítica burguesía industrial y comercial adaptada al poder financiero de la burguesía imperialista francesa, belga, alemana e inglesa, Lenin aparecía en el momento justo para torcer el destino de su propio partido, el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso, que hasta ese momento apoyaba el gobierno democrático con la ilusión de pasar en una etapa posterior a desarrollar una dictadura obrera hacia el socialismo.

En las tesis presentadas a su partido, elaboradas al calor del análisis del proceso revolucionario de la Comuna de París de 1872 que inmortalizó en El Estado y la Revolución de febrero de 1917 y del movimiento real que asumía la lucha de clases en Rusia, Lenin convenció a sus camaradas de la dirección a romper su alianza con el gobierno de Kerensky y alimentar y acaudillar a las masas obreras y campesinas organizadas en los Soviets a la toma de todo el poder político y social, expulsando a la burguesía y la aristocracia e instaurando un Estado Obrero y Socialista.

Contando con “el diario del lunes” Trotsky se pregunta en ese capítulo 16 si el destino de la revolución rusa hubiese sido el mismo de no haber mediado la acción de Lenin en abril.
El marxismo asigna a las estructuras sociales y naturales el papel del verdadero motor de la vida. Dejemos de lado los debates sobre la mayor o menor empatía humana de esa forma de pensar la realidad presentes en los teóricos de esta tradición, digamos sí que se trata de una apreciación científica que combate el misticismo idealista mostrando a los individuos como productos de un entramado de leyes sociales y naturales que se le imponen con mucho mayor poder, sobre todo si su deseo es contrario al orden social.

Sin embargo, el marxismo está también plagado de análisis que colocan un poder creativo capaz de revertir “el peso muerto” de las tradiciones y leyes en los individuos organizados junto a otres de su misma condición. Se trata de comprender que la realidad opera aquí también de forma contradictoria.

Trotsky demuestra que la Revolución de Octubre no podría haber asumido la forma que tuvo sin esa intervención de Lenin en abril y llega a dudar incluso que el proceso podría haber terminado muy mal para las ilusiones obreras y campesinas de no haber existido ningún partido que convocase a dar “todo el poder a los soviets”, como en el caso de tantas y tantas revoluciones contemporáneas que terminaron siendo dirigidas por burguesías raquíticas, timoratas y coloniales como la rusa (México entre 1910 y 1928 o China entre 1911 y 1931, por señalar dos ejemplos significativos).

En ese capítulo demuestra que Lenin era la expresión más lúcida de todo un partido que elaboró racionalmente la experiencia de lucha de las clases oprimidas por el zarismo, es decir, que no se trató de un “salvador” llegado de la estratósfera, pero también que tuvo en el momento decisivo la claridad, el coraje personal y el tezón necesarios para convencer a la fuerza de la tradición de su propia organización y del sentido férreo de la costumbre social de su propia clase.

Las revoluciones (y muchas cosas más) son producto de centenares de años de acumulación de fuerzas y tensiones contradictorias en el seno de una sociedad que no pueden ser revertidas por un simple individuo y también estallan y logran determinados cauces gracias a la intervención genial de individuos templados con determinadas cualidades y organizados con fuertes lazos junto a los millones de destinos individuales de su propia clase social.

Se trata entonces de que el individuo que sueña con un deseo propio diferente y opuesto al que dictamina su sociedad de origen sea capaz de mantener un camino de conocimiento de las leyes que lo explican y de sí mismo como producto de esas leyes, que le permita tomar decisiones concretas que lo ayuden a alcanzar esos sueños. En el estudio materialista y dialéctico de las biografías de esos individuos geniales que lograron cumplir sus sueños a pesar de la presión del destino social –y apartándonos de la utopía individualista ingenua que proponen las grandes productoras yanquis, conservadoras o progresistas- encontraremos que ese optimismo vital del individuo encuentra su exacta y no mistificada realidad.

Contradictoriamente, el mismo Lenin supo inmortalizar ese optimismo en una intervención ante el Congreso que definió la vida del POSDR en su nacimiento, ante la ruptura de bolcheviques y mencheviques en 1902. Escribió en el folleto destinado a intervenir en ese debate, su famoso y vigente ¿Qué hacer? citando al joven poeta democrático ruso Dimitri Pisarev (Známenskoye, 1840- Dubulti, 1868):


Si el ser humano estuviese completamente privado de su capacidad de soñar, si no pudiese de vez en cuando adelantarse y contemplar con su imaginación el cuadro completamente acabado de la obra que se bosqueja entre sus manos, no podría figurarme de ningún modo qué móviles obligarían al ser humano a emprender y llevar hasta su término vastas y penosas empresas en el terreno de las artes, de las ciencias y de la vida práctica… El desacuerdo entre los sueños y la realidad no produce daño alguno, siempre que la persona que sueña crea seriamente en su sueño, se fije atentamente en la vida, compare sus observaciones con sus castillos en el aire y, en general, trabaje escrupulosamente en la realización de sus fantasías. Cuando existe algún contacto entre los sueños y la vida, todo va bien.


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