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jueves, 9 de febrero de 2017

Frozen: la diosa sin sexo

Límites y posibilidades del feminismo burgués en las princesas y reinas de Disney Co.



La mejor imagen de Moana, vale decirlo, es la de la diosa madre-isla, Te Fiti. Su belleza rebosante de plenitud vital y su serenidad eterna son atributos que fundamentan el poder en la sabiduría, el azar, la persistencia del amor en el tiempo. Disney podría haber profundizado la belleza de la contradicción dialéctica de su forma masculina opuesta, el poder destructivo y regenerador del fuego y la lava incandescente, surgida del rencor y la bronca producto de la violación de su generosidad por la codicia humana, seguramente presentes en la filosofía antigua de los polinesios (sin saber un pito uno intuye esta dualidad contradictoria en los nombres Te Fiti y Te Ka, que señalan una unidad entre los opuestos en el fonema Te) pero sus limitaciones políticas y de clase se lo han impedido.

Esta contradicción dialéctica es profundamente realista, dado que como lo más avanzado del pensamiento científico humano ha descubierto, milenios después de los presocráticos y los taoístas, confirmándolos, todo lo que existe (el átomo y las sociedades complejas) está formado por elementos que se mueven gracias a la relación –de cooperación o de confrontación- entre las dos partes contradictorias que lo constituyen. La ruptura de esa contradicción equivale al fin del movimiento de esa unidad –la muerte, donde cada parte continúa su camino sin la otra- o la consumación de una nueva entidad superadora –el progreso de la vida en formas nuevas- que habilita una nueva dualidad contradictoria y su correspondiente movimiento.

Los intereses de dominación de la burguesía sobre las grandes mayorías desposeídas a través de la conciencia, su intento denodado por expropiar ese conocimiento contradictorio y dialéctico, la empujan a promover ilusiones falsas, burdas o elaboradas mentiras que nos muestran una realidad gris, fija y monótona, con sujetos y objetos absolutos, chocando entre sí a través de relaciones lineales de causa y consecuencia. Una realidad partida en tantos fragmentos como cosas existen, un intento desesperado por frustrar nuestra intuición atávica de que existe una explicación para la vida que nos toca vivir.

Como intentamos demostrar en este libro de ensayos, una pretendida racionalidad “seria” se encarga de quitarle toda belleza filosófica a las primeras manifestaciones de la inteligencia humana contenidas en las viejas mitologías para reducirlas a simples ilusiones esotéricas y metafísicas.

Con el mismo mecanismo se pierde la riqueza de la comparación histórica entre diferentes formas de organizar la vida en sociedad, transformando a las clases explotadoras del feudalismo en visiones idealizadas dignas de desearse, banalizan las relaciones psicológicas y afectivas en un mundo de varones y mujeres buenos y malas, enfrentando porque sí a las generaciones, resumiendo todo a un problema moral de inclusión o marginación del diferente.

Se pierde el poder pedagógico que supieron tener en su origen los géneros de divulgación popular de la sabiduría colectiva. La narración épica de la epopeya, diseñada para transmitir el máximo conocimiento alcanzado en una tribu después de milenios de observación meticulosa del medio ambiente transformada en mito y leyenda mágica; las novelas de aventuras, viajes, misterio y ciencia ficción pensadas para llevar a poblaciones sin formación intelectual escolar o erudita la luz del fuego acumulada y privatizada en las academias de las clases dominantes, reducidas a banales historias que excitan las pulsiones más rudimentarias del intelecto y la sensibilidad; el antiguo sentido de aprendizaje colectivo del teatro chamánico, la música y la narración poética, convertidos en la venta de falsas ilusiones para alimentar la ganancia de tres o cuatro empresarios millonarios.

Nuestros hijos e hijas podrían tranquilamente acceder a conocimientos significativos sobre la realidad, acumulados con paciencia durante tres millones de años, en formas creativas adaptadas a las posibilidades cognitivas de cada etapa de su desarrollo emocional e intelectual. Pero no bajo este régimen social.

Matriarcado de Hadas

En el caso de Disney esta contradicción está presionada constantemente por las ansias renovadas de las mujeres en todo el mundo de libertad e igualdad.

Corridos del eje de la joven campesina que deviene en princesa para gozar de las mieles de las clases superiores, con la ayuda de la fé, después del terremoto emocional y financiero generado por Shrek en 2001, el gigante se recolocó tempranamente, ofreciendo una reversión del Hada Madrina que ayudaba a Cenicienta y diseñó una muy atractiva imagen de la mujer emponderada en su saga de Tinker Bell, lanzada en 2008 y con seis secuelas hasta La Bestia de Nunca Jamás de 2014.

Recurrió otra vez a la mitología más extendida entre las poblaciones europeas de origen anglosajón, germano y franco, del centro y norte de europa, que para no aburrir admitiremos llamar célticas aunque nos revuelva las tripas seguir usando el nombre genérico que los conquistadores romanos dieron a todos los pueblos que habitaban al norte y oeste de los Alpes y al norte y este del Danubio y el Rhin.

El puente hacia esa mitología fue la obra de un verdadero poeta romántico escocés, James Mathew Barrie (Kirriemiur, 1860-London, 1937), autor de Peter Pan y Wendy, una obra de teatro estrenada en Londres en 1904. A partir de la segunda mitad del siglo 19 aparece un vasto movimiento filosófico, literario y estético conocido como romanticismo, producto de las necesidades ideológicas de las burguesías europeas por justificar sus deseos de dominio imperial basados en supuestos derechos ancestrales; pero también de la búsqueda de las burguesías atacadas por los estados imperialistas por encontrar en la esencia histórica pasada los derechos a su autodeterminación.

Como muchos otros intelectuales en esos años, Barrie buceó en las mitologías célticas y pre-románicas, como el milenario dios Pan (el de las flautas y los estanques, el de la juventud eterna y el hedonismo similar al de faunos y sátiros) y las Hadas de los bosques y praderas, de los duendes o leprechauns que constituían mutaciones o variaciones de las mismas Ninfas y dioses secundarios que poblaron la imaginación de los antiguos habitantes del Mediterráneo oriental desde los remotos tiempos en que fueron poblados por seres humanos.

La presión de las religiones y panteones oficiales de los grandes imperios que conquistaron la zona fueron triturando a las comunidades nómades y semi-nómades, basadas en un uso común de la tierra y los recursos, al mismo tiempo que a sus creencias. En esos tiempos, las comunidades igualitarias primitivas que habitaban grandes bosques imposibles de imaginar hoy, en laderas húmedas de cadenas montañosas nevadas o tibios valles de cristalinos ríos, inundados de una riquísima y variada fauna de insectos, animales y plantas, imaginaron centenares de invisibles espíritus que gobernaban cada aspecto de la rebosante naturaleza que los rodeaba.

Algunos/as lograron sobrevivir, sincretizados en formas humanas, adaptándose a las filosofías novedosas de los pueblos conquistadores que asignaban un poder mayor a los seres humanos en el gobierno del mundo, como dioses y diosas menores, asistentes de las divinidades superiores o como santos y vírgenes locales en las aldeas más alejadas de los grandes centros del poder eclesiástico.

Barrie trajo del pasado a Tinkerbell (Campanita) para socorrer a una niña huérfana de clase media en el terrible mundo del capitalismo industrial inglés, para arrancarla de su angustia hacia Nunca Jamás, el paraíso donde los niños huérfanos nunca son alcanzados por las represiones del mundo adulto, donde la inocencia y capacidad de asombro de la infancia pueden sobrevivir y los malos piratas (símbolo histórico del primer motor de la expansión imperial británica durante el siglo 18) recibían un merecido castigo.

Como vemos, en la mitología de Barrie se condensan las posibilidades contradictorias del todo el romanticismo. El aspecto revolucionario de la crítica a la sociedad capitalista, donde el afán de ganancias reprime los sentimientos inocentes de la humanidad y organiza la ciencia y la aventura hacia la destrucción de la naturaleza y la armonía; pero también el rechazo reaccionario al presente en la búsqueda de un paraíso idealizado en el origen primitivo de la humanidad europea. Barrie no nos dice que no tenía nada de lindo ver morirse a nuestros hijos e hijas de hambre o por cualquier infección de caries debido precisamente a la rigurosidad de la vida nómade en un medio salvaje, sin ningún conocimiento médico o tecnológico que nos permitiera sostener nuestra vida y la de nuestros seres queridos…

Los productores de Tinker Bell le dieron un giro más a la mitología de Berrie y pusieron en un lugar protagónico durante siete años al hada que funcionaba de ayudante del dios masculino. Pero además, contando la “precuela” –como se dice ahora- de cómo Tinker Bell conoció a Wendy, el factor exitoso está puesto en su dominio de la tecnología, en una reivindicación del progreso y la revolución industrial al servicio de la imaginación que superan el planteo de Barrie por su costado más limitado y son coherentes con una ficción construida con los mayores avances en la historia de la animación cinematográfica.

El universo al que nos transporta Tinker Bell no es Nunca Jamás, otro mérito de la saga, sino al reino de los bosques donde viven las hadas. Allí se recupera este aspecto “científico” de la mitología antigua, ya que cada reino se corresponde con una de las cuatro estaciones cíclicas, divulgando una comprensión elemental del movimiento del tiempo en nuestro planeta, que a la humanidad llevó un par de millones de años terminar de comprender.
En esos reinos no existe democracia republicana ni relaciones tribales comunitarias (se ve que es mucho para que Disney pueda imaginarlo) pero los Reyes y Reinas que gobiernan sus estaciones lo hacen aparentemente centralizando el trabajo cooperativo de las hadas y duendes, basando su poder político en su experiencia y sabiduría al servicio de mantener el funcionamiento social y no en la violencia y la explotación de sus súbditos.

Incluso, con mayor audacia, en el reino donde habita Tinker Bell, gobierna una reina, Clarion (la claridad) y las figuras masculinas asumen todas posiciones serviles y secundarias. Es el Reino de las Hadas, un universo matrilineal que bien podría haber existido entre los “celtas”. Lo que más atrae a las niñas entre tres y seis años como Leyla, es esta especie de colectividad igualitaria de mujeres pequeñas pero poderosas, que obtienen su poder de dos fuentes muy simpáticas para una niña de esa edad: la fraternidad entre sus pares femeninas, sus amigas, y en las especialidades individuales de cada una, que al mismo tiempo que enfatizan sus características individuales y distintivas, nutren recíprocamente una cooperación armónica entre cada diferencia.

La saga cede ante la presión patriarcal en la secuela de 2009, El tesoro perdido, donde aparece el primer varoncito arrogante que viene a salvarla para construir el fálico cetro mágico, de quien obviamente se enamora, y en El secreto de las alas (de 2012, traducida como de las hadas por gente a la que el “gancho” de los títulos le importa más que su función como síntesis de una historia), donde a pesar de descubrir una fuerza superior en el amor de su hermana y de desenvolver una mirada dialéctica entre primavera e invierno, aparece Lord Milori (literalmente el Señor -como Dueño- Señormío –Dueñomío) como Rey del Invierno y viejo y anhelado novio de la Reina Clarion.

El reino ideal gobernado por mujeres es derrocado por una necesidad externa a la trama, la de la pareja heterosexual.  Digo “externa a la trama”, es decir, sólo justificada por necesidades ideológicas de Disney, porque no es necesaria la heterosexualidad en un mundo donde las hadas nacen de las primeras sonrisas de los niños y niñas humanos/as, no de la necesaria combinación de células sexuales femeninas/masculinas.

Esta perversión se tuerce más ante la evidencia de que los mismos estudios Disney estaban trabajando en paralelo en su moderna versión de uno de los relatos mitológicos más populares de los pueblos que habitaron la península escandinava y el Mar Báltico, el de la Reina del Invierno, Skadi, voz lapona (un pueblo que comparte con otras tribus asentadas en los alrededores de Finlandia la peculiar característica de que sus lenguas preservan el tronco original de las lenguas sánscritas de la India, demostrando de esta forma clara el origen común de las migraciones de los llamados pueblos indoeuropeos) que podría ser el origen del nombre de toda la región, Escandinavia, pero que seguramente comparte con ella el significado de cortante, filoso, peligroso.

Quiere decir que lejos de tener un rey, para los primitivos pobladores de las regiones más heladas de Europa, la divinidad sobrenatural que provocaba el particular paisaje de esta región del norte, era una mujer. Mujer que –o casualidad- también compartía con sus primas hermanas de India, Persia, Anatolia, Súmer, Grecia y las regiones “célticas” hasta las Islas Británicas la particularidad de ser una astuta y feroz cazadora de arco y flecha.

De nuevo la diosa guerrera

Casualidad o no, Disney volvió en Frozen sobre el arquetipo de la diosa guerrera Artio que le había dado el Oscar de 2013 a Valiente para repetir al año siguiente el premio a mejor película animada y redoblar con el de mejor canción original, por esa belleza memorable llamada en inglés Let it go, Déjalo/a ir y en castellano Libre soy, verdadero himno a la libertad compuesto –nueva coincidencia- por Kristen-Anderson Lopez y Robert Lopez.

La coincidencia del nombre de pila de uno de los compositores (de quien no encontramos más datos biográficos) radica en que la peli está basada en un cuento del afamado escritor y poeta danés Hans Christian Andersen (Odense, 1805-Copenhaguen, 1875). Y no termina aquí, porque este modesto hijo de un pobre zapatero y una alcohólica lavandera protestantes, que supo ser mendigo y conquistarse un lugar entre los más importantes narradores y dramaturgos de la historia a fuerza de encantar a artistas teatrales de la corte de los reyes daneses y luego de ser éxito de ventas en periódicos y libros en los comienzos de una literatura periodística que lo llevó a ser amigo del gran Charles Dickens (Portsmouth, 1812-Gads Hills Place, 1870) pasó a la inmortalidad como el primer y más genial escritor de cuentos infantiles de occidente, basados también en la recopilación de leyendas populares europeas, seguramente sirviendo de inspiración a escritores románticos como el propio Barrie de Peter Pan y Wendy, citado más arriba.

La trama de Frozen no tiene nada que ver con la saga original de la diosa lapona (que al parecer vive enojada y en batalla permanente contra el mismísimo Odin, que nunca sabremos si logró hacerla su esposa, como defienden los conquistadores noruegos o si terminó pagando tributo a su indomabilidad, como defienden los lapones) ni con el cuento original de 1844, La reina de las nieves, que fue llevado al cine por la Unión Soviética en 1957 en una versión animada, re-editada en versión Hollywood luego del éxito de Frozen. El cuento original es una dramática historia de dos huérfanos pobres por re-encontrarse con sus padres y la Reina del Invierno es descripta con mayor ferocidad y crueldad que en la versión que ganó el Oscar.

Aquí nos importa señalar que la película destaca nuevamente el poder y autonomía de una princesa, Elsa, que se niega a ocupar el trono de Arrendelle, rechazando el mandato familiar-estatal y sólo restaura el orden y la armonía universal cuando es aceptada su decisión de no formar matrimonio ni reproducirse.

Para enfatizar el ángulo, la experiencia de su hermana Anna con la heterosexualidad es desastrosa mientras repite el viejo manual de Disney, que recomienda buscar la salvación en el “amor a primera vista” de un galante príncipe, que obviamente estaba preocupado por usar el amor inocente de su novia como alianza comercial  y llega a la traición y el intento de homicidio para destronar a Elsa y a su propia prometida; recién se reconcilian las hermanas con los varones ante el amor generoso y desinteresado del joven obrero recolector de hielo Kristoff, la antítesis del potentado príncipe Hans. Aquí se invierte el manual de Disney y es Kristoff quien logra al mismo tiempo la felicidad emotiva y material ascendiendo de clase a través del casorio con una princesa.

Pero Disney no puede con su naturaleza de clase, como el escorpión y cuando sus productoras más audaces están al borde de la apoteosis femenina, pican al sapo donde cabalgan las aguas del éxito y se hunden en alguna forma de reacción misógina.

El mito de la malco

En mayo de 2013, poco después del Oscar a su idea original, Brenda Chapman, la escritora escocesa que renunció a mitad de la filmación de Valiente por “diferencias creativas”, salió a repudiar públicamente la comercialización de las muñecas de Mérida por parte de Disney Co. planteando que tergiversaban el mensaje original de ruptura con la imagen tradicional de las princesas heternonormadas de Disney.

Se parece tanto al capítulo donde Lisa intenta boicotear la venta de la Stacy Malibú que habla, buscando ayuda en su inventora, que no sabemos dónde detener nuestra fascinación (Lisa vs. Stacy Malibú, episodio 95, quinta temporada, 1994).

¿Qué había indignado a Chapman? Que a la hora de diseñar la muñeca, le pusieron el vestido de seda celeste ajustado al cuerpo, marcando la pureza de su clase social al mismo tiempo que los volúmenes de busto y caderas, sexualizando a la muñeca. No sería nada raro, de no ser porque quien diseñó la muñeca evidentemente no miró la peli, en la que una de sus escenas nodales Mérida simboliza su rechazo al destino de casorio arreglado, mandando al carajo una tradición patriarcal milenaria, rompiendo el vestido de seda celeste y ajustado.

¿En qué sentido podemos encontrar rastros de misoginia en una película tan emblemática de la figura independiente y exitosa de una mujer como la Elsa de Frozen? ¿No es buscarle mucho el pelo al huevo?

Como todo en este libro, se trata de una lectura muy personal, pero hay que señalar que Elsa es una mujer a la que se le niega su felicidad sexual. Su poder mágico esencial es que cuando es feliz produce hielo con sus manos en formas que permiten la diversión, el juego infantil (crea tempranamente a ese maravilloso ser que es Olaf, el muñeco de nieve que simboliza la eterna inocencia de la infancia y el más puro amor de hermanas) o herramientas y edificios de utilidad pública; pero cuando es dominada por el odio y la irracionalidad que le provocan la muerte trágica de sus padres, el encierro y separación preventivos de su hermanita o la traición del príncipe estafador, estalla toda la potencialidad devastadora del invierno, tormentas de nieve, muerte por congelamiento, filosas dagas heladas.

Otra vez vemos aquí la primitiva creatividad dialéctica de los antiguos pueblos escandinavos para reconocer en el frío extremo de su hábitat las propiedades nefastas del invierno boreal para la vida al mismo tiempo que su potencialidad vital cuando asume formas atemperadas. Notemos al pasar que coincide con la imagen dada por Dante Alighieri al último círculo del Infierno, donde habita Satán en persona, que lejos de ser un mundo de fuego es, aunque usted no lo crea, un cruel universo de frío y soledad.

El dilema de Elsa se resuelve en la película de dos maneras. La primera, cuando decide recluirse en lo profundo del bosque, crear su propio castillo solitario y resignarse a ser ella misma, libre, a costa de perder todo tipo de contacto afectivo con cualquier ser humano. No podemos dejar pasar esta idea, bastante común en el universo conceptual machista, que relaciona la libertad y autonomía de una mujer con la frigidez, la amargura y la soledad asexuada. Coincidimos parcialmente que si cualquier ser humano es dominado absolutamente por sus sentimientos de odio hacia sí mismo y sus congéneres, no podrá metabolizar correctamente las mejores energías provocadas por la felicidad y al amor, y por lo tanto asumirá alguna variante extrema de amargura y se marchitará.

Pero, además de no ser un problema exclusivo de las mujeres independientes, la forma en que Elsa vuelve a conectarse con el afecto a sí misma y la humanidad después de este autoexilio, es a través del amor fraterno e incondicional de su querida hermana, que le devuelve la fe en la humanidad y la ayuda a encontrar la forma de canalizar el frío que sale de su cuerpo. Y entonces el crudo invierno (que en esos lugares toma control del universo durante seis largos meses) deja paso al florecimiento de la vida en una primavera-verano equivalentes, como en el mito helénico de Perséfone y Hades.

Está muy bien que el amor sincero e incondicional de una hermana, equivalente al que una mujer puede sentir por su hija o hijo, sea un camino para “ablandar” un corazón congelado por el odio, pero ¿por qué condenar a las mujeres que se esfuerzan sistemáticamente por no depender ni estar al servicio de otros seres –en lo afectivo y material- a un destino de amor exclusivamente fraternal o maternal? ¿Por qué no animarnos a imaginar la victoria de Elsa sobre las cadenas paternalistas de la sociedad y sobre sus propias dudas con un final lleno de vitalidad sexual, con otros seres adultos, sean mujeres, varones, heterosexuales, bisexuales, trans, cis o queer?

Pensada así la película es una terrible paradoja, si recordamos que Andersen vuelca en su cuento original una lucha simbólica entre dualidades que acosaron su existencia desde la infancia, la pobreza de su origen obrero contra la riqueza de sus mecenas aristocráticos y su propensión al amor de varones jóvenes y “femeninos” (léase dulces, demostrativos, cariñosos) contra su deseo por mujeres mayores y “masculinas” (en el sentido común duras, o con dificultades para expresar cariño).

¿Frozen la primer película gayfriendly de Disney?

Como siempre, los intelectuales más reaccionarios de la burguesía tienen la ausencia de tacto y diplomacia justa para aclarar con total brutalidad este tipo de dilemas. Encuentro investigando para esta reseña una declaración del pastor de la Iglesia de la Reforma de Colorado, no importa su triste nombre, al calor del doble Oscar a la peli, levantada por la BBC, quien:
denunció a través de su programa de radio que […]Disney “es una de la organizaciones más progay del país. A veces uno se pregunta si aquí está ocurriendo algo maléfico… Me pregunto si la gente está pensando: 'Creo que esta preciosa pequeña película va a adoctrinar a mi hija de 5 años para que sea lesbiana o para que la homosexualidad o el bestialismo sean vistos de manera positiva. Si yo fuera el diablo, ¿qué haría para estropear todo un sistema social y hacer algo muy, muy, muy malvado a los niños de 5, 6 o 7 años de familias cristianas estadounidenses? Si fuera el diablo, hubiera comprado Disney.
(http://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/03/140311_cultura_frozen_disney_agenda_gay_jg)
Sencillamente hermoso, digno de su estirpe. Aparte de plantear un interesante debate (¿él sería el diablo? ¿el diablo compró Disney?) la cita reconoce la importancia de Disney Co. en la formación de la conciencia de sus espectadores/as.  Ahora bien, ¿qué características de la peli le parecen pro-gays? El pastor no lo dijo. ¿Será que la autonomía y el poder femenino son condición suficiente para la Iglesia para anatemizarlas?
Nos lo viene a aclarar un crítico “especializado” de otra tradición religiosa, que publica en el National Catholic Register, es decir, el diario más antiguo del Vaticano en EE.UU., dirigido por un hombre de la logia ultramontana Legionarios de Cristo, la misma en la que milita nuestro querido Ministro nacional de Educación y Deportes, Eduardito Bullrich (me permito el tono íntimo porque lo tuve cerca en una interpelación en la biblioteca de la primaria nro. 20 de Villa Soldati cuando lo obligamos a venir al barrio y poner la cara después que casi nos mataran a balazos a les docentes y estudiantes de la EEM nro 5 donde laburo y le di para que tenga y guarde explicándole la filosófica frase de Ringo Bonavena “nos sacan hasta el banquito” para repudiar las “políticas” de su administración con la educación pública en la ciudad).
Bajo el suspicaz título “¿Cuán gay es la película de Disney 'Frozen'?” según el periodista de la BBC, el crítico católico “aseguraba que el filme de Disney está lleno temas relacionados con la cultura homosexual. Entre esos temas, […] citaba el carácter solitario de la princesa Elsa, su falta de interés en sus pretendientes masculinos y la canción del filme "Let it Go", en la que, según el crítico, Elsa acepta su verdadera naturaleza.”.
Eximo a les lectores/as del delirio extremo de estos sujetos que ven en la hermosa relación del recolector de hielo y su reno una prueba de la promoción de la zoofilia sexual porque sólo demuestran la mierda que puede salir de la imaginación de comprobados encubridores de violadores de niños.
Me interesa subrayar que estas dos eminencias toman como única prueba de ideología gay la soledad voluntaria de Elsa y su negativa a casarse con varones aspirantes al trono al punto de ver en la canción ganadora del Oscar como una “salida del closet”. Estos energúmenos rechazan como gayfriendly o teoría de la diversidad de género cualquier cosa que no acepte a la familia heterosexual gobernada por un varón. En ese sentido el nuevo Papa Bueno, Pancho 1, ha hecho de esta idea uno de los pilares de su gestión al frente del Reino de Dios (sobre su demonización de las teorías queer en su visita a Georgia de 2016 me permití escribir http://santoscapobianco.blogspot.com.ar/2016/10/dios-familia-y-negocios-quien-es-el.html).
La otra “prueba” sería un breve segundo de la peli, cuando el comerciante Oaken, dueño de la despensa donde Anna y Kristoff se conocen comprando implementos en medio de la tormenta de nieve desatada por la furia de Elsa, señala a su familia, y del otro lado de una puerta de madera y vidrio empañado le devuelven el saludo otro varón adulto y cuatro niños compartiendo un baño de sauna.
Ambos bandos, reaccionarios religiosos y activistas LGTBIQ, han asumido que ese adulto en la tina es la pareja del comerciante y que esos niños son sus hijos/as sólo porque se están bañando juntos y porque los presenta como “mi familia”.
He leído posteos y blogs que sin ninguna prueba aseguran con esperanza que no sólo Frozen fue la primer película en la era Disney que muestra una familia de padres homosexuales sino que llegaron a soñar que en la secuela Elsa tendría una pareja mujer.
No sé qué creer como más ofensivo para la Iglesia, si la supuesta familia gay o el repudio de Elsa al matrimonio heterosexual. Pero de algo estoy seguro, que las tesis de este libro son correctas, ya que el mismo crítico católico sentencia en su artículo:
“La heteronormatividad del entretenimiento tradicional para chicos ha sido problematizada en la América post-evolucionista de Obama.”

(http://www.bigissue.com/features/3593/frozen-disney-s-icebreaker)

La idea es falsa sólo por la presidencia, ya que probablemente haya sido Shrek (bajo el imperio de la familia Bush) la responsable de iniciar esa problematización a nivel masivo, mientras que, como creemos, lo de Disney es un intento de recolocarse frente al nuevo interés del mercado.

La respuesta oficial de Jennifer Lee, la primer mujer en la historia de Disney en co-dirigir una película animada y una de las únicas 25 directoras en recibir un Oscar en casi 300 películas premiadas por la industria del cine, es tan hermética que puede ser tironeada en cualquier sentido: ni confirma, ni niega.

“Sabemos lo que hicimos. [co-dirigió la peli junto a Chris Buck, un viejo empleado de la firma] Pero al mismo tiempo, siento que una vez que lo entregamos, el film le pertenece al mundo así que no quiero decir nada, y dejemos que los fans opinen. Pienso que les corresponde a ellos/as. Los films de Disney fueron hechos en diferentes eras, diferentes tiempos, y nosotros los celebramos a todos ellos por diferentes razones, pero este film fue hecho en 2013 y va a tener un punto de vista 2013.” (traducción personal del texto en el mismo link citado antes)

Puede dar la razón a todas las versiones, a las que ven lo “gay” en la familia del puestero o a quienes notamos la audacia del rechazo al casamiento heterosexual.

Nunca sabremos cuáles fueron las intenciones de nuestra amiga Jennifer (a quien adoramos por su malogrado intento de revolucionar a Disney dirigiendo también nuestra querida pero trunca Ralph el demoledor) pero Disney abortó las ilusiones de ver una princesa lesbiana con su sello el mismo día que estrenó la remake de La Cenicienta, en 2015, precedida por el lanzamiento del cortometraje al que se redujo la “secuela”, Forzen Fever, donde el polémico y controversial Oaken aparece bañándose en la tina “demoníaca” sin ningún rastro de “su familia gay” y Lee se limita a dirigir la celebración del cumpleaños de una mujer heterosexual, Anna, bendecida por su solitaria hermana, la reina Elsa, que por única descendencia sigue creando pequeños Olafs de nieve de su interior inconsciente cada vez 
que estornuda.

Si es cierto que Lee pretendía que Frozen fuese la primer princesa lesbiana de la historia de su compañía, no renunció como Chapman ni repudió la secuela que dirigió. En cualquier caso, su estreno el mismo día de la presentación mundial del ícono de las películas tradicionales heteronormadas para chicos, Cinderella, en versión HD, es un recule y una provocación.

Veremos si el triunfo del gobierno preferido de los pastores radiales de Colorado y los Legionarios de Cristo no intimida a Disney Company y nuestra querida Jennifer logra cumplir los sueños del feminismo mundial en un futuro.

¿Por qué no hay reinas lesbianas?

Pero lo cierto es que la imagen de superioridad y empoderamiento femenino de la Reina Elsa no se mueve un pelo de los íconos femeninos más importantes de la burguesía,  como la asexuada Queen Elizabeth I (Greenwich 1533-Richmond, 1603), llamada la Reina Virgen por su decisión de castidad. Heredera del trono anglicano desde 1558, fundadora del primer gran desarrollo comercial inglés que impulsó la acumulación capitalista coronada por la Gloriosa Revolución de 1688 y musa inspiradora del inmortal William Shakespeare (Stratford-upon-Avon, 1564-1616) quien, valga notarlo aquí, fuera fuente de inspiración del joven Andersen mientras intentaba abrirse un mundo como artista.

Lo que demuestra por lo menos dos cosas. Que desde el siglo 16 por lo menos la cultura occidental hace una relación necesaria entre la frustración sexual, una especie de sequedad emocional relacionada al enojo o al menos una emocionalidad opuesta a la imagen del amor demostrativo que se exige a las novias y las madres, que sería condición de masculinidad, con la idea de una mujer poderosa e independiente.

Y, finalmente, que hasta el día de la fecha, no ha surgido de la monarquía absolutista o parlamentaria, ni de la burguesía progresista o reaccionaria una mujer lesbiana, bisexual o queer públicamente reconocida que gobierne el mundo.

Nadie dice que eso sería revolucionario y resolvería los problemas de la opresión de las mujeres y las sexualidades no heteronormadas en el mundo, pero las dictaduras de las clases explotadoras siguen defendiendo la familia patriarcal con uñas y dientes.

Porque las clases dominantes (desde los terratenientes autocráticos de hace cinco mil años atrás hasta la burguesía zombie contemporánea) se permiten cualquier tipo de sexualidad pero no promueven más que parejas heterosexuales (monogámicas o poligámicas) entre las clases dominadas, como fórmula que garantice la reproducción de la fuerza de trabajo esclava o semi-esclava de donde vienen obteniendo su poder económico todos estos milenios.

El patriarcado y la heteronorma (la obligación moral de constituir parejas heterosexuales y la prohibición ética de las relaciones no heterosexuales) existen mucho antes del capitalismo, cierto, pero no como capricho cultural sino porque se basan en las necesidades económicas de reproducción de la explotación de clase.

A los faraones y las dinastías monárquicas europeas no se les caía la cara de vergüenza porque hermanas y hermanos, primas y primos garcharan entre sí para preservar el monopolio del poder como a los curas y monjas no les parece repudiable el abuso infantil. 

Su problema es que esclavos, siervos y obreros dejen de coger con esclavas, siervas y obreras a ver si todavía se quedan sin niños y niñas a quienes explotar su trabajo.

Por eso, aunque preferimos mil veces miradas progresistas de la burguesía como las de Jennifer Lee antes que las directivas reaccionarias de la curia religiosa de todo el mundo, no deja de ser un enorme límite pretender que todo se resuelve reivindicando el lesbianismo de las reinas.


Aunque es de notar que ninguna civilización imperialista hasta el día de la fecha ha permitido siquiera que en la fantasía popular, mucho menos en el poder real, gobierne una lesbiana. Y eso marca el punto justo donde ubicar nuestro atraso cultural.

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