Límites y posibilidades del feminismo
burgués en las princesas y reinas de Disney Co.
La mejor imagen de Moana,
vale decirlo, es la de la diosa madre-isla, Te Fiti. Su belleza rebosante de
plenitud vital y su serenidad eterna son atributos que fundamentan el poder en
la sabiduría, el azar, la persistencia del amor en el tiempo. Disney podría
haber profundizado la belleza de la contradicción dialéctica de su forma
masculina opuesta, el poder destructivo y regenerador del fuego y la lava
incandescente, surgida del rencor y la bronca producto de la violación de su
generosidad por la codicia humana, seguramente presentes en la filosofía
antigua de los polinesios (sin saber un pito uno intuye esta dualidad
contradictoria en los nombres Te Fiti y Te Ka, que señalan una unidad entre los
opuestos en el fonema Te) pero sus limitaciones políticas y de clase se lo han
impedido.
Esta contradicción dialéctica es profundamente realista,
dado que como lo más avanzado del pensamiento científico humano ha descubierto,
milenios después de los presocráticos y los taoístas, confirmándolos, todo lo
que existe (el átomo y las sociedades complejas) está formado por elementos que
se mueven gracias a la relación –de cooperación o de confrontación- entre las
dos partes contradictorias que lo constituyen. La ruptura de esa contradicción
equivale al fin del movimiento de esa unidad –la muerte, donde cada parte
continúa su camino sin la otra- o la consumación de una nueva entidad
superadora –el progreso de la vida en formas nuevas- que habilita una nueva
dualidad contradictoria y su correspondiente movimiento.
Los intereses de dominación de la burguesía sobre las
grandes mayorías desposeídas a través de la conciencia, su intento denodado por
expropiar ese conocimiento contradictorio y dialéctico, la empujan a promover
ilusiones falsas, burdas o elaboradas mentiras que nos muestran una realidad
gris, fija y monótona, con sujetos y objetos absolutos, chocando entre sí a
través de relaciones lineales de causa y consecuencia. Una realidad partida en
tantos fragmentos como cosas existen, un intento desesperado por frustrar
nuestra intuición atávica de que existe una explicación para la vida que nos
toca vivir.
Como intentamos demostrar en este libro de ensayos, una
pretendida racionalidad “seria” se encarga de quitarle toda belleza filosófica
a las primeras manifestaciones de la inteligencia humana contenidas en las
viejas mitologías para reducirlas a simples ilusiones esotéricas y metafísicas.
Con el mismo mecanismo se pierde la riqueza de la
comparación histórica entre diferentes formas de organizar la vida en sociedad,
transformando a las clases explotadoras del feudalismo en visiones idealizadas
dignas de desearse, banalizan las relaciones psicológicas y afectivas en un
mundo de varones y mujeres buenos y malas, enfrentando porque sí a las
generaciones, resumiendo todo a un problema moral de inclusión o marginación
del diferente.
Se pierde el poder pedagógico que supieron tener en su
origen los géneros de divulgación popular de la sabiduría colectiva. La
narración épica de la epopeya, diseñada para transmitir el máximo conocimiento
alcanzado en una tribu después de milenios de observación meticulosa del medio
ambiente transformada en mito y leyenda mágica; las novelas de aventuras,
viajes, misterio y ciencia ficción pensadas para llevar a poblaciones sin
formación intelectual escolar o erudita la luz del fuego acumulada y
privatizada en las academias de las clases dominantes, reducidas a banales
historias que excitan las pulsiones más rudimentarias del intelecto y la
sensibilidad; el antiguo sentido de aprendizaje colectivo del teatro chamánico,
la música y la narración poética, convertidos en la venta de falsas ilusiones
para alimentar la ganancia de tres o cuatro empresarios millonarios.
Nuestros hijos e hijas podrían tranquilamente acceder a
conocimientos significativos sobre la realidad, acumulados con paciencia
durante tres millones de años, en formas creativas adaptadas a las posibilidades
cognitivas de cada etapa de su desarrollo emocional e intelectual. Pero no bajo
este régimen social.
Matriarcado de Hadas
En el caso de Disney esta contradicción está presionada
constantemente por las ansias renovadas de las mujeres en todo el mundo de
libertad e igualdad.
Corridos del eje de la joven campesina que deviene en
princesa para gozar de las mieles de las clases superiores, con la ayuda de la
fé, después del terremoto emocional y financiero generado por Shrek en 2001, el gigante se recolocó
tempranamente, ofreciendo una reversión del Hada Madrina que ayudaba a
Cenicienta y diseñó una muy atractiva imagen de la mujer emponderada en su saga
de Tinker Bell, lanzada en 2008 y con
seis secuelas hasta La Bestia de Nunca
Jamás de 2014.
Recurrió otra vez a la mitología más extendida entre las
poblaciones europeas de origen anglosajón, germano y franco, del centro y norte
de europa, que para no aburrir admitiremos llamar célticas aunque nos revuelva las tripas seguir usando el nombre
genérico que los conquistadores romanos dieron a todos los pueblos que
habitaban al norte y oeste de los Alpes y al norte y este del Danubio y el
Rhin.
El puente hacia esa mitología fue la obra de un verdadero
poeta romántico escocés, James Mathew Barrie (Kirriemiur, 1860-London, 1937),
autor de Peter Pan y Wendy, una obra
de teatro estrenada en Londres en 1904. A partir de la segunda mitad del siglo
19 aparece un vasto movimiento filosófico, literario y estético conocido como romanticismo, producto de las necesidades
ideológicas de las burguesías europeas por justificar sus deseos de dominio
imperial basados en supuestos derechos ancestrales; pero también de la búsqueda
de las burguesías atacadas por los estados imperialistas por encontrar en la
esencia histórica pasada los derechos a su autodeterminación.
Como muchos otros intelectuales en esos años, Barrie buceó
en las mitologías célticas y pre-románicas, como el milenario dios Pan (el de
las flautas y los estanques, el de la juventud eterna y el hedonismo similar al
de faunos y sátiros) y las Hadas de los bosques y praderas, de los duendes o
leprechauns que constituían mutaciones o variaciones de las mismas Ninfas y
dioses secundarios que poblaron la imaginación de los antiguos habitantes del
Mediterráneo oriental desde los remotos tiempos en que fueron poblados por
seres humanos.
La presión de las religiones y panteones oficiales de los
grandes imperios que conquistaron la zona fueron triturando a las comunidades
nómades y semi-nómades, basadas en un uso común de la tierra y los recursos, al
mismo tiempo que a sus creencias. En esos tiempos, las comunidades igualitarias
primitivas que habitaban grandes bosques imposibles de imaginar hoy, en laderas
húmedas de cadenas montañosas nevadas o tibios valles de cristalinos ríos,
inundados de una riquísima y variada fauna de insectos, animales y plantas,
imaginaron centenares de invisibles espíritus que gobernaban cada aspecto de la
rebosante naturaleza que los rodeaba.
Algunos/as lograron sobrevivir, sincretizados en formas
humanas, adaptándose a las filosofías novedosas de los pueblos conquistadores
que asignaban un poder mayor a los seres humanos en el gobierno del mundo, como
dioses y diosas menores, asistentes de las divinidades superiores o como santos
y vírgenes locales en las aldeas más alejadas de los grandes centros del poder
eclesiástico.
Barrie trajo del pasado a Tinkerbell (Campanita) para
socorrer a una niña huérfana de clase media en el terrible mundo del
capitalismo industrial inglés, para arrancarla de su angustia hacia Nunca
Jamás, el paraíso donde los niños huérfanos nunca son alcanzados por las
represiones del mundo adulto, donde la inocencia y capacidad de asombro de la
infancia pueden sobrevivir y los malos piratas (símbolo histórico del primer
motor de la expansión imperial británica durante el siglo 18) recibían un
merecido castigo.
Como vemos, en la mitología de Barrie se condensan las
posibilidades contradictorias del todo el romanticismo. El aspecto
revolucionario de la crítica a la sociedad capitalista, donde el afán de
ganancias reprime los sentimientos inocentes de la humanidad y organiza la
ciencia y la aventura hacia la destrucción de la naturaleza y la armonía; pero
también el rechazo reaccionario al presente en la búsqueda de un paraíso
idealizado en el origen primitivo de la humanidad europea. Barrie no nos dice
que no tenía nada de lindo ver morirse a nuestros hijos e hijas de hambre o por
cualquier infección de caries debido precisamente a la rigurosidad de la vida
nómade en un medio salvaje, sin ningún conocimiento médico o tecnológico que
nos permitiera sostener nuestra vida y la de nuestros seres queridos…
Los productores de Tinker
Bell le dieron un giro más a la mitología de Berrie y pusieron en un lugar
protagónico durante siete años al hada que funcionaba de ayudante del dios
masculino. Pero además, contando la “precuela” –como se dice ahora- de cómo
Tinker Bell conoció a Wendy, el factor exitoso está puesto en su dominio de la
tecnología, en una reivindicación del progreso y la revolución industrial al servicio
de la imaginación que superan el planteo de Barrie por su costado más limitado
y son coherentes con una ficción construida con los mayores avances en la
historia de la animación cinematográfica.
El universo al que nos transporta Tinker Bell no es Nunca Jamás, otro mérito de la saga, sino al
reino de los bosques donde viven las hadas. Allí se recupera este aspecto
“científico” de la mitología antigua, ya que cada reino se corresponde con una
de las cuatro estaciones cíclicas, divulgando una comprensión elemental del
movimiento del tiempo en nuestro planeta, que a la humanidad llevó un par de
millones de años terminar de comprender.
En esos reinos no existe democracia republicana ni
relaciones tribales comunitarias (se ve que es mucho para que Disney pueda
imaginarlo) pero los Reyes y Reinas que gobiernan sus estaciones lo hacen
aparentemente centralizando el trabajo cooperativo de las hadas y duendes,
basando su poder político en su experiencia y sabiduría al servicio de mantener
el funcionamiento social y no en la violencia y la explotación de sus súbditos.
Incluso, con mayor audacia, en el reino donde habita Tinker
Bell, gobierna una reina, Clarion (la claridad) y las figuras masculinas asumen
todas posiciones serviles y secundarias. Es el Reino de las Hadas, un universo
matrilineal que bien podría haber existido entre los “celtas”. Lo que más atrae
a las niñas entre tres y seis años como Leyla, es esta especie de colectividad igualitaria
de mujeres pequeñas pero poderosas, que obtienen su poder de dos fuentes muy
simpáticas para una niña de esa edad: la fraternidad entre sus pares femeninas,
sus amigas, y en las especialidades individuales de cada una, que al mismo
tiempo que enfatizan sus características individuales y distintivas, nutren
recíprocamente una cooperación armónica entre cada diferencia.
La saga cede ante la presión patriarcal en la secuela de
2009, El tesoro perdido, donde aparece
el primer varoncito arrogante que viene a salvarla para construir el fálico
cetro mágico, de quien obviamente se enamora, y en El secreto de las alas (de 2012, traducida como de las hadas por gente a la que el “gancho” de
los títulos le importa más que su función como síntesis de una historia), donde
a pesar de descubrir una fuerza superior en el amor de su hermana y de
desenvolver una mirada dialéctica entre primavera e invierno, aparece Lord
Milori (literalmente el Señor -como Dueño- Señormío –Dueñomío) como Rey del
Invierno y viejo y anhelado novio de la Reina Clarion.
El reino ideal gobernado por mujeres es derrocado por una
necesidad externa a la trama, la de la pareja heterosexual. Digo “externa a la trama”, es decir, sólo
justificada por necesidades ideológicas de Disney, porque no es necesaria la
heterosexualidad en un mundo donde las hadas nacen de las primeras sonrisas de
los niños y niñas humanos/as, no de la necesaria combinación de células
sexuales femeninas/masculinas.
Esta perversión se tuerce más ante la evidencia de que los
mismos estudios Disney estaban trabajando en paralelo en su moderna versión de
uno de los relatos mitológicos más populares de los pueblos que habitaron la
península escandinava y el Mar Báltico, el de la Reina del Invierno, Skadi, voz
lapona (un pueblo que comparte con otras tribus asentadas en los alrededores de
Finlandia la peculiar característica de que sus lenguas preservan el tronco
original de las lenguas sánscritas de la India, demostrando de esta forma clara
el origen común de las migraciones de los llamados pueblos indoeuropeos) que
podría ser el origen del nombre de toda la región, Escandinavia, pero que
seguramente comparte con ella el significado de cortante, filoso, peligroso.
Quiere decir que lejos de tener un rey, para los primitivos
pobladores de las regiones más heladas de Europa, la divinidad sobrenatural que
provocaba el particular paisaje de esta región del norte, era una mujer. Mujer
que –o casualidad- también compartía con sus primas hermanas de India, Persia,
Anatolia, Súmer, Grecia y las regiones “célticas” hasta las Islas Británicas la
particularidad de ser una astuta y feroz cazadora de arco y flecha.
De nuevo la diosa guerrera
Casualidad o no, Disney volvió en Frozen sobre el arquetipo
de la diosa guerrera Artio que le había dado el Oscar de 2013 a Valiente para repetir al año siguiente
el premio a mejor película animada y redoblar con el de mejor canción original,
por esa belleza memorable llamada en inglés Let
it go, Déjalo/a ir y en
castellano Libre soy, verdadero himno
a la libertad compuesto –nueva coincidencia- por Kristen-Anderson Lopez y
Robert Lopez.
La coincidencia del nombre de pila de uno de los
compositores (de quien no encontramos más datos biográficos) radica en que la
peli está basada en un cuento del afamado escritor y poeta danés Hans Christian
Andersen (Odense, 1805-Copenhaguen, 1875). Y no termina aquí, porque este
modesto hijo de un pobre zapatero y una alcohólica lavandera protestantes, que
supo ser mendigo y conquistarse un lugar entre los más importantes narradores y
dramaturgos de la historia a fuerza de encantar a artistas teatrales de la
corte de los reyes daneses y luego de ser éxito de ventas en periódicos y
libros en los comienzos de una literatura periodística que lo llevó a ser amigo
del gran Charles Dickens (Portsmouth, 1812-Gads Hills Place, 1870) pasó a la
inmortalidad como el primer y más genial escritor de cuentos infantiles de
occidente, basados también en la recopilación de leyendas populares europeas,
seguramente sirviendo de inspiración a escritores románticos como el propio Barrie
de Peter Pan y Wendy, citado más
arriba.
La trama de Frozen
no tiene nada que ver con la saga original de la diosa lapona (que al parecer
vive enojada y en batalla permanente contra el mismísimo Odin, que nunca sabremos
si logró hacerla su esposa, como defienden los conquistadores noruegos o si terminó
pagando tributo a su indomabilidad, como defienden los lapones) ni con el
cuento original de 1844, La reina de las nieves, que fue llevado
al cine por la Unión Soviética en 1957 en una versión animada, re-editada en
versión Hollywood luego del éxito de Frozen.
El cuento original es una dramática historia de dos huérfanos pobres por
re-encontrarse con sus padres y la Reina del Invierno es descripta con mayor
ferocidad y crueldad que en la versión que ganó el Oscar.
Aquí nos importa señalar que la película destaca nuevamente
el poder y autonomía de una princesa, Elsa, que se niega a ocupar el trono de Arrendelle,
rechazando el mandato familiar-estatal y sólo restaura el orden y la armonía
universal cuando es aceptada su decisión de no formar matrimonio ni
reproducirse.
Para enfatizar el ángulo, la experiencia de su hermana Anna
con la heterosexualidad es desastrosa mientras repite el viejo manual de
Disney, que recomienda buscar la salvación en el “amor a primera vista” de un
galante príncipe, que obviamente estaba preocupado por usar el amor inocente de
su novia como alianza comercial y llega
a la traición y el intento de homicidio para destronar a Elsa y a su propia
prometida; recién se reconcilian las hermanas con los varones ante el amor
generoso y desinteresado del joven obrero recolector de hielo Kristoff, la
antítesis del potentado príncipe Hans. Aquí se invierte el manual de Disney y
es Kristoff quien logra al mismo tiempo la felicidad emotiva y material
ascendiendo de clase a través del casorio con una princesa.
Pero Disney no puede con su naturaleza de clase, como el
escorpión y cuando sus productoras más audaces están al borde de la apoteosis
femenina, pican al sapo donde cabalgan las aguas del éxito y se hunden en
alguna forma de reacción misógina.
El mito de la malco
En mayo de 2013, poco después del Oscar a su idea original,
Brenda Chapman, la escritora escocesa que renunció a mitad de la filmación de Valiente por “diferencias creativas”,
salió a repudiar públicamente la comercialización de las muñecas de Mérida por
parte de Disney Co. planteando que tergiversaban el mensaje original de ruptura
con la imagen tradicional de las princesas heternonormadas de Disney.
Se parece tanto al capítulo donde Lisa intenta boicotear la
venta de la Stacy Malibú que habla, buscando ayuda en su inventora, que no
sabemos dónde detener nuestra fascinación (Lisa
vs. Stacy Malibú, episodio 95, quinta temporada, 1994).
¿Qué había indignado a Chapman? Que a la hora de diseñar la
muñeca, le pusieron el vestido de seda celeste ajustado al cuerpo, marcando la
pureza de su clase social al mismo tiempo que los volúmenes de busto y caderas,
sexualizando a la muñeca. No sería nada raro, de no ser porque quien diseñó la
muñeca evidentemente no miró la peli, en la que una de sus escenas nodales
Mérida simboliza su rechazo al destino de casorio arreglado, mandando al carajo
una tradición patriarcal milenaria, rompiendo el vestido de seda celeste y
ajustado.
¿En qué sentido podemos encontrar rastros de misoginia en
una película tan emblemática de la figura independiente y exitosa de una mujer
como la Elsa de Frozen? ¿No es
buscarle mucho el pelo al huevo?
Como todo en este libro, se trata de una lectura muy
personal, pero hay que señalar que Elsa es una mujer a la que se le niega su
felicidad sexual. Su poder mágico esencial es que cuando es feliz produce hielo
con sus manos en formas que permiten la diversión, el juego infantil (crea
tempranamente a ese maravilloso ser que es Olaf, el muñeco de nieve que simboliza
la eterna inocencia de la infancia y el más puro amor de hermanas) o
herramientas y edificios de utilidad pública; pero cuando es dominada por el
odio y la irracionalidad que le provocan la muerte trágica de sus padres, el
encierro y separación preventivos de su hermanita o la traición del príncipe
estafador, estalla toda la potencialidad devastadora del invierno, tormentas de
nieve, muerte por congelamiento, filosas dagas heladas.
Otra vez vemos aquí la primitiva creatividad dialéctica de
los antiguos pueblos escandinavos para reconocer en el frío extremo de su
hábitat las propiedades nefastas del invierno boreal para la vida al mismo
tiempo que su potencialidad vital cuando asume formas atemperadas. Notemos al
pasar que coincide con la imagen dada por Dante Alighieri al último círculo del
Infierno, donde habita Satán en persona, que lejos de ser un mundo de fuego es,
aunque usted no lo crea, un cruel universo de frío y soledad.
El dilema de Elsa se resuelve en la película de dos maneras.
La primera, cuando decide recluirse en lo profundo del bosque, crear su propio
castillo solitario y resignarse a ser ella misma, libre, a costa de perder todo
tipo de contacto afectivo con cualquier ser humano. No podemos dejar pasar esta
idea, bastante común en el universo conceptual machista, que relaciona la
libertad y autonomía de una mujer con la frigidez, la amargura y la soledad
asexuada. Coincidimos parcialmente que si cualquier ser humano es dominado
absolutamente por sus sentimientos de odio hacia sí mismo y sus congéneres, no
podrá metabolizar correctamente las mejores energías provocadas por la
felicidad y al amor, y por lo tanto asumirá alguna variante extrema de amargura
y se marchitará.
Pero, además de no ser un problema exclusivo de las mujeres
independientes, la forma en que Elsa vuelve a conectarse con el afecto a sí
misma y la humanidad después de este autoexilio, es a través del amor fraterno
e incondicional de su querida hermana, que le devuelve la fe en la humanidad y
la ayuda a encontrar la forma de canalizar el frío que sale de su cuerpo. Y
entonces el crudo invierno (que en esos lugares toma control del universo
durante seis largos meses) deja paso al florecimiento de la vida en una
primavera-verano equivalentes, como en el mito helénico de Perséfone y Hades.
Está muy bien que el amor sincero e incondicional de una
hermana, equivalente al que una mujer puede sentir por su hija o hijo, sea un
camino para “ablandar” un corazón congelado por el odio, pero ¿por qué condenar
a las mujeres que se esfuerzan sistemáticamente por no depender ni estar al
servicio de otros seres –en lo afectivo y material- a un destino de amor
exclusivamente fraternal o maternal? ¿Por qué no animarnos a imaginar la
victoria de Elsa sobre las cadenas paternalistas de la sociedad y sobre sus
propias dudas con un final lleno de vitalidad sexual, con otros seres adultos,
sean mujeres, varones, heterosexuales, bisexuales, trans, cis o queer?
Pensada así la película es una terrible paradoja, si
recordamos que Andersen vuelca en su cuento original una lucha simbólica entre
dualidades que acosaron su existencia desde la infancia, la pobreza de su
origen obrero contra la riqueza de sus mecenas aristocráticos y su propensión
al amor de varones jóvenes y “femeninos” (léase dulces, demostrativos,
cariñosos) contra su deseo por mujeres mayores y “masculinas” (en el sentido
común duras, o con dificultades para expresar cariño).
¿Frozen
la primer película gayfriendly de Disney?
Como siempre, los intelectuales más reaccionarios de la
burguesía tienen la ausencia de tacto y diplomacia justa para aclarar con total
brutalidad este tipo de dilemas. Encuentro investigando para esta reseña una
declaración del pastor de la Iglesia de la Reforma de Colorado, no importa su
triste nombre, al calor del doble Oscar a la peli, levantada por la BBC, quien:
“denunció a través de su programa de radio que […]Disney
“es una de la organizaciones más progay del país. A veces uno se pregunta si
aquí está ocurriendo algo maléfico… Me pregunto si la gente está pensando:
'Creo que esta preciosa pequeña película va a adoctrinar a mi hija de 5 años
para que sea lesbiana o para que la homosexualidad o el bestialismo sean vistos
de manera positiva. Si yo fuera el diablo, ¿qué haría para estropear todo un
sistema social y hacer algo muy, muy, muy malvado a los niños de 5, 6 o 7 años
de familias cristianas estadounidenses? Si fuera el diablo, hubiera comprado
Disney.”
(http://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/03/140311_cultura_frozen_disney_agenda_gay_jg)
Sencillamente hermoso, digno de su
estirpe. Aparte de plantear un interesante debate (¿él sería el diablo? ¿el
diablo compró Disney?) la cita reconoce la importancia de Disney Co. en la
formación de la conciencia de sus espectadores/as. Ahora bien, ¿qué características de la peli
le parecen pro-gays? El pastor no lo dijo. ¿Será que la autonomía y el poder
femenino son condición suficiente para la Iglesia para anatemizarlas?
Nos lo viene a aclarar un crítico
“especializado” de otra tradición religiosa, que publica en el National Catholic Register, es decir, el
diario más antiguo del Vaticano en EE.UU., dirigido por un hombre de la logia
ultramontana Legionarios de Cristo,
la misma en la que milita nuestro querido Ministro nacional de Educación y
Deportes, Eduardito Bullrich (me permito el tono íntimo porque lo tuve cerca en
una interpelación en la biblioteca de la primaria nro. 20 de Villa Soldati cuando lo obligamos a
venir al barrio y poner la cara después que casi nos mataran a balazos a les
docentes y estudiantes de la EEM nro 5 donde laburo y le di para que tenga y guarde
explicándole la filosófica frase de Ringo Bonavena “nos sacan hasta el
banquito” para repudiar las “políticas” de su administración con la educación
pública en la ciudad).
Bajo el suspicaz título “¿Cuán
gay es la película de Disney 'Frozen'?” según el periodista de la BBC, el crítico
católico “aseguraba que el filme de Disney está lleno temas relacionados con la
cultura homosexual. Entre esos temas, […] citaba el carácter solitario de la
princesa Elsa, su falta de interés en sus pretendientes masculinos y la canción
del filme "Let it Go", en la que, según el crítico, Elsa acepta su
verdadera naturaleza.”.
Eximo a les lectores/as del delirio
extremo de estos sujetos que ven en la hermosa relación del recolector de hielo
y su reno una prueba de la promoción de la zoofilia sexual porque sólo
demuestran la mierda que puede salir de la imaginación de comprobados
encubridores de violadores de niños.
Me interesa subrayar que estas dos
eminencias toman como única prueba de ideología gay la soledad voluntaria de
Elsa y su negativa a casarse con varones aspirantes al trono al punto de ver en
la canción ganadora del Oscar como una “salida del closet”. Estos energúmenos
rechazan como gayfriendly o teoría de la diversidad de género cualquier cosa que
no acepte a la familia heterosexual gobernada por un varón. En ese sentido el nuevo
Papa Bueno, Pancho 1, ha hecho de esta idea uno de los pilares de su gestión al
frente del Reino de Dios (sobre su demonización de las teorías queer en su
visita a Georgia de 2016 me permití escribir http://santoscapobianco.blogspot.com.ar/2016/10/dios-familia-y-negocios-quien-es-el.html).
La otra
“prueba” sería un breve segundo de la peli, cuando el comerciante Oaken, dueño
de la despensa donde Anna y Kristoff se conocen comprando implementos en medio
de la tormenta de nieve desatada por la furia de Elsa, señala a su familia, y
del otro lado de una puerta de madera y vidrio empañado le devuelven el saludo
otro varón adulto y cuatro niños compartiendo un baño de sauna.
Ambos
bandos, reaccionarios religiosos y activistas LGTBIQ, han asumido que ese
adulto en la tina es la pareja del comerciante y que esos niños son sus
hijos/as sólo porque se están bañando juntos y porque los presenta como “mi
familia”.
He leído posteos y blogs que sin ninguna
prueba aseguran con esperanza que no sólo Frozen
fue la primer película en la era Disney que muestra una familia de padres
homosexuales sino que llegaron a soñar que en la secuela Elsa tendría una
pareja mujer.
No sé qué creer como más ofensivo para la
Iglesia, si la supuesta familia gay o el repudio de Elsa al matrimonio
heterosexual. Pero de algo estoy seguro, que las tesis de este libro son
correctas, ya que el mismo crítico católico sentencia en su artículo:
“La heteronormatividad del
entretenimiento tradicional para chicos ha sido problematizada en la América
post-evolucionista de Obama.”
(http://www.bigissue.com/features/3593/frozen-disney-s-icebreaker)
La idea es falsa sólo por la presidencia, ya que
probablemente haya sido Shrek (bajo el imperio de la familia Bush) la
responsable de iniciar esa problematización a nivel masivo, mientras que, como
creemos, lo de Disney es un intento de recolocarse frente al nuevo interés del
mercado.
La respuesta oficial de Jennifer Lee, la primer mujer en la
historia de Disney en co-dirigir una película animada y una de las únicas 25 directoras
en recibir un Oscar en casi 300 películas premiadas por la industria del cine,
es tan hermética que puede ser tironeada en cualquier sentido: ni confirma, ni
niega.
“Sabemos lo que hicimos.
[co-dirigió la peli junto a Chris Buck, un viejo empleado de la firma] Pero al
mismo tiempo, siento que una vez que lo entregamos, el film le pertenece al
mundo así que no quiero decir nada, y dejemos que los fans opinen. Pienso que
les corresponde a ellos/as. Los films de Disney fueron hechos en diferentes
eras, diferentes tiempos, y nosotros los celebramos a todos ellos por
diferentes razones, pero este film fue hecho en 2013 y va a tener un punto de
vista 2013.” (traducción personal del texto en el mismo link citado antes)
Puede dar la razón a todas las versiones, a las que ven lo
“gay” en la familia del puestero o a quienes notamos la audacia del rechazo al
casamiento heterosexual.
Nunca sabremos cuáles fueron las intenciones de nuestra
amiga Jennifer (a quien adoramos por su malogrado intento de revolucionar a
Disney dirigiendo también nuestra querida pero trunca Ralph el demoledor) pero Disney abortó las ilusiones de ver una
princesa lesbiana con su sello el mismo día que estrenó la remake de La Cenicienta, en 2015, precedida por el
lanzamiento del cortometraje al que se redujo la “secuela”, Forzen Fever, donde el polémico y
controversial Oaken aparece bañándose en la tina “demoníaca” sin ningún rastro
de “su familia gay” y Lee se limita a dirigir la celebración del cumpleaños de
una mujer heterosexual, Anna, bendecida por su solitaria hermana, la reina Elsa,
que por única descendencia sigue creando pequeños Olafs de nieve de su interior
inconsciente cada vez
que estornuda.
Si es cierto que Lee pretendía que Frozen fuese la primer princesa lesbiana de la historia de su
compañía, no renunció como Chapman ni repudió la secuela que dirigió. En
cualquier caso, su estreno el mismo día de la presentación mundial del ícono de
las películas tradicionales
heteronormadas para chicos, Cinderella,
en versión HD, es un recule y una provocación.
Veremos si el triunfo del gobierno preferido de los pastores
radiales de Colorado y los Legionarios de Cristo no intimida a Disney Company y
nuestra querida Jennifer logra cumplir los sueños del feminismo mundial en un
futuro.
¿Por qué no hay reinas lesbianas?
Pero lo cierto es que la imagen de superioridad y empoderamiento
femenino de la Reina Elsa no se mueve un pelo de los íconos femeninos más
importantes de la burguesía, como la
asexuada Queen Elizabeth I (Greenwich 1533-Richmond, 1603), llamada la Reina
Virgen por su decisión de castidad. Heredera del trono anglicano desde 1558, fundadora
del primer gran desarrollo comercial inglés que impulsó la acumulación
capitalista coronada por la Gloriosa Revolución de 1688 y musa inspiradora del
inmortal William Shakespeare (Stratford-upon-Avon, 1564-1616) quien, valga
notarlo aquí, fuera fuente de inspiración del joven Andersen mientras intentaba
abrirse un mundo como artista.
Lo que demuestra por lo menos dos cosas. Que desde el siglo
16 por lo menos la cultura occidental hace una relación necesaria entre la
frustración sexual, una especie de sequedad emocional relacionada al enojo o al
menos una emocionalidad opuesta a la imagen del amor demostrativo que se exige
a las novias y las madres, que sería condición de masculinidad, con la idea de
una mujer poderosa e independiente.
Y, finalmente, que hasta el día de la fecha, no ha surgido
de la monarquía absolutista o parlamentaria, ni de la burguesía progresista o
reaccionaria una mujer lesbiana, bisexual o queer públicamente reconocida que
gobierne el mundo.
Nadie dice que eso sería revolucionario y resolvería los
problemas de la opresión de las mujeres y las sexualidades no heteronormadas en
el mundo, pero las dictaduras de las clases explotadoras siguen defendiendo la
familia patriarcal con uñas y dientes.
Porque las clases dominantes (desde los terratenientes
autocráticos de hace cinco mil años atrás hasta la burguesía zombie
contemporánea) se permiten cualquier tipo de sexualidad pero no promueven más
que parejas heterosexuales (monogámicas o poligámicas) entre las clases dominadas,
como fórmula que garantice la reproducción de la fuerza de trabajo esclava o
semi-esclava de donde vienen obteniendo su poder económico todos estos
milenios.
El patriarcado y la heteronorma (la obligación moral de
constituir parejas heterosexuales y la prohibición ética de las relaciones no
heterosexuales) existen mucho antes del capitalismo, cierto, pero no como
capricho cultural sino porque se basan en las necesidades económicas de
reproducción de la explotación de clase.
A los faraones y las dinastías monárquicas europeas no se
les caía la cara de vergüenza porque hermanas y hermanos, primas y primos
garcharan entre sí para preservar el monopolio del poder como a los curas y
monjas no les parece repudiable el abuso infantil.
Su problema es que esclavos,
siervos y obreros dejen de coger con esclavas, siervas y obreras a ver si
todavía se quedan sin niños y niñas a quienes explotar su trabajo.
Por eso, aunque preferimos mil veces miradas progresistas de
la burguesía como las de Jennifer Lee antes que las directivas reaccionarias de
la curia religiosa de todo el mundo, no deja de ser un enorme límite pretender
que todo se resuelve reivindicando el lesbianismo de las reinas.
Aunque es de notar que ninguna civilización imperialista
hasta el día de la fecha ha permitido siquiera que en la fantasía popular,
mucho menos en el poder real, gobierne una lesbiana. Y eso marca el punto justo
donde ubicar nuestro atraso cultural.
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