Unos años después del estreno
mundial de Cómo entrenar a tu dragón
(DreamWorks, 2010) la misma compañía resumió el corazón de esta maravillosa
saga en otra peli para chicos –incluso guionada por el mismo director, Chris
Sanders- Los Croods, de 2013.
La hija adolescente de una
familia del paleolítico expresa en su historia una tragedia que pude
trasplantarse a cualquier familia actual y que, de hecho, es la materia prima
que nos atrae. Su padre, encargado de tomar las decisiones que permitan
sobrevivir a la familia, sostiene una estrategia conservadora: permanecer
encerrados en la caverna donde viven, saliendo sólo para conseguir la comida.
Sus métodos -también conservadores- reducen la capacidad creativa de su familia
a la rutinaria caza por un alimento insuficiente y el asombro filosófico de la
especie –simbolizado en la atención maravillada de la familia ante la hora de
las narraciones y las pinturas- a la manipulación ideológica muy burda del
padre para machacarles su programa.
Otra vez el canto
“revolucionario” de DreamWorks contra el conservadurismo del capitalismo yanqui
y sus personeros en el mundo de las narraciones audiovisuales de masas. Parece
un burdo intento para instalarse en el surco de mercado abierto por el primer
éxito comercial de Blue Skye Studios en 2002, La era del hielo, de cuatro secuelas hasta 2016.
Aquí, con cierto tono
pseudo-científico, se presenta la contrafigura del padre, un pibe cancherito y
lindo que conoce el uso y producción de fuego y otras “ideas” o “inventos”
tecnológicos que subvierten las costumbres cavernarias.
DreamWorks coloca el debate
entre los marcos del patriarcado, como señalamos antes en el caso de Moana, aparentemente bajo el mandato
histórico. Pero ya señalamos mil y una veces que hasta cinco mil años atrás (en
pleno neolítico) la humanidad no identificaba las tareas de dirección de los
clanes y tribus con el mandato varonil patriarcal.
Lo importante es que para Croods la clave que permite regenerar la
relación rota entre el padre y su hija mayor está en la transformación del
padre y no de la hija, (recurso que Sanders repetirá en Cómo entrenar a tu dragón, modificando el libro de aventuras
fantásticas en el libro homónimo de 2003 de la escritora británica Cressida
Crowell).
Mientras todo el desarrollo de la película podría haber hecho
sospechar que se tratase simplemente de una historia moral para enfatizar el poder
superador del espíritu innovador sobre el conservadurismo de la tradición, en
realidad es un intento por enseñar a los padres malos un camino de redención:
para recuperar el afecto natural de sus hijas, debe reconocer sus errores,
asumir con honestidad la mejor estrategia evolutiva y, finalmente, asumir que
el deseo de la hija es más importante que el suyo propio.
Este llamado a la empatía con
los hijos e hijas ha sido llevado a su mejor expresión técnica y simbólica en Cómo entrenar a tu dragón (2010) y en su
secuela de 2014.
Entiendo que se trata de una de
nuestras preferidas porque en ella vemos expuestas nuestras fantasías y
angustias sobre las relaciones afectivas más cercanas.
La primera afirma la narración
sobre la tensión de dos vínculos centrales, la relación del joven púber Hipo
con su padre Estoico, jefe tribal de una aldea de pastores y marineros
normandos en la idílica isla de Berck y la de Hipo con Chimuelo (sin dientes),
un dragón de la sub-especie Furia
Nocturna que se transformará en su mascota o mejor-amigo, depende el grado
de cinismo con que ud. lo analice.
Hipo vive sufriendo porque sus
capacidades naturales y sus aprendizajes infantiles lo alejan de la necesidad
de cumplir con el mandato social y familiar de continuar el rol de su padre, el
de asegurar el bienestar de su reunión de tribus y el de sus costumbres y
tradiciones. Hipo es un alfeñique flaquito frente a todos los varones de la
aldea que tienen esos cuerpos gigantones, feroces y bonachones de los viejos
galos de Ásterix el galo (el
famosísimo cómic francés lanzado en 1959) de la envergadura desproporcionada de
un Óbelix; no tiene destrezas físicas que lo coloquen entre los mejores
cazadores de dragones de su aldea, actividad que lleva el protagonismo no sólo
porque pone en juego las características deseadas de fuerza y astucia, sino
porque la base material de su sociedad es el pastoreo de ovejas, principal
alimento que saquean los dragones.
Hipo ya venía conflictuado con
su realidad física e intentaba reemplazarla con un ingenio muy desarrollado
para inventar mecanismos complejos. Sin embargo, sus inventos terminaban en
desastres peores.
En esa coyuntura tan difícil
que es para cualquier niño o niña la de enfrentar su paso a la adultez sin
encajar en la sociedad que vive - trauma real y concreto que atravesamos todes
los seres en sociedad y que puede terminar trágicamente, como lamentablemente
pasa con quienes no caemos en la heteronorma sexual- Hipo tiene el tiempo y la
clandestinidad suficientes para explorarse a sí mismo a partir de cuidar al
dragón que casi mata con uno de sus inventos.
Es decir, que la vida le ha
abierto una oportunidad madurativa francamente excepcional. Hipo quería ser
aceptado y un invento suyo casi mata a un dragón. Cuando tiene la oportunidad
de rematarlo a cuchilladas, su verdadero ser, reprimido, le impide hacerlo,
desata a la criatura en un acto de compasión y se dedica a alimentarla y
cuidarla hasta que tenga la posibilidad de valerse por sus propias fuerzas y
ser libre.
Hipo comienza a conocer al objeto
que deseó conquistar y exterminar y descubre que los dragones, como cualquier
ser vivo, no son esencialmente malos ni buenos y que simplemente hacen lo
posible por alimentarse y sobrevivir. Todavía más, gracias a ese recurso
empático que generan los animales en las crías humanas mientras son más
parecidas a ellos, es decir, cuando la sociedad todavía no se ha impuesto
definitivamente sobre su sensibilidad, Hipo descubre que si establece una
relación cooperativa con los dragones, las bases materiales de ambas especies
pueden dar un salto de calidad.
Si pelis como Enredados enseñan por la negativa que el
egocentrismo de la sociedad genera crianzas violentas e insatisfactorias, y
películas como Buscando a Nemo llaman
a perder el miedo y desarrollar las potencias de nuestras crías en función de
que alcancen su propio deseo, pelis como Monsters
Inc. y Robots llaman a reemplazar
el conservadurismo por estrategias innovadoras, Los Croods y particularmente Cómo
entrenar a mi dragón nos señalan un método, un camino a seguir para
alcanzar la mejor relación de crianza posible, el de empatizar con nuestros
hijos e hijas, un llamado a observar el universo desde su lugar, en salirnos de
nuestra posición cómoda y acostumbrada para calzarnos sus zapatos y ver la vida
con sus ojos, deseos y angustias.
E.T. y Lilo & Stich:
mascotas y algo más
En una entrevista, uno de los
codirectores de la saga, Dean De Blois
(Aylmer, 1970 que había trabajado previamente con Sanders en la genial Lilo & Stich de Disney Co. 2002)
reconoce que la elección del dragón fue tratada conscientemente para
desarrollar este tipo particular de relación. El director dice haber hecho un
balance del tratamiento de los dragones en el cine contemporáneo para definirse
por uno con características de mamífero que pasen sus características
reptilianas a un plano secundario.
Interesante planteo que se
puede observar claramente en un Chimuelo que se comporta con la autonomía, la
ferocidad y la curiosidad de un gato mientras que otros se comportan como
leales y poco astutos perros.
Con total claridad, De Blois
declara sus intenciones: “…me atraen más los niños corrientes que hacen un
descubrimiento extraordinario, como Hipo o Elliott en E.T. (Steven Spielberg, 1982). Hay algo muy
emocionante en tener una amistad con una criatura mítica. Y si se convierte en
tu mejor amigo, ya resulta cautivador.”
(http://epoca1.valenciaplaza.com/ver/136578/dean-deblois-me-gustan-los-dragones-que-se-comportan-como-animales-y-no-hablan.html)
Los animales así construidos
-míticos, imaginarios y mascotas- combinan elementos que los transforman en
puentes con el mundo exterior e interior de las personas que conviven con
ellos. Es la idea que inmortalizó Cortázar de los gatos como mecanismos de
conexión con mundos desconocidos. Los directores eligieron a propósito que los
dragones de esta peli no hablasen, para sostener esa capacidad que le permite a
los seres humanos imaginar sus pensamientos, proyectando por lo tanto los
propios, sacando afuera lo que uno tiene dentro.
La des-reptilización en las
conductas de los dragones permite generar una relación simpática en los niños y
niñas con su inconsciente expuesto, cerrándole el paso al terror atávico que en
general nuestra especie tiene contra los reptiles.
Esta idea de que los dragones
son criaturas míticas construidas por la imaginación humana para representar
sus miedos inconscientes más antiguos la desarrolló el astrofísico Carl Sagan
(New York, 1934 –Seattle, 1996) en un ensayo sobre el cerebro y la inteligencia
humana que le valió el Premio Pulitzer de 1977, Los dragones del Edén. Allí el afamado divulgador de Cosmos (1987) desenvuelve una teoría
ambiciosa según la cual la memoria estaría constituida por partículas
eléctricas (con un sistema de información binario) y por lo tanto sería plausible
suponer que esos registros materiales sobrevivieran en la herencia genética,
combinados de alguna forma en la codificación de la constitución de nuestros
órganos cerebrales.
La hipótesis le permite a Sagan
teorizar sobre miedos que se observan en niños y niñas que aún no han sido
“programados” por la sociedad y que, sin embargo, sin ningún estímulo previo,
temen a la obscuridad, a los reptiles y a los insectos. El genial científico de
izquierda intuye que se trataría de miedos instalados en las raíces más
antiguas de nuestra morfología por traumas que alguna vez supieron ser
abrumadores, de la época en que nuestra especie estaba aterrorizada por la
debilidad que le provocaba la ausencia de luz solar (bien representada en Los Croods) o ante la convivencia hace
tres millones de años con los últimos grandes reptiles que poblaron el planeta,
sobrevivientes póstumos de los gigantes dinosaurios.
En un vuelo fugaz por la
mitología antigua registramos dos tipos básicos de dragones. En la cultura
china, al igual que entre los náhuatl, los mayas y los guaraníes, los anchos y
caudalosos ríos selváticos y los grandes lagos habrían permitido sobrevivir
durante milenos a grandes serpientes (las boas constrictoras serían una pequeña
muestra de lo que suponemos) que en el recuerdo deformado por el terror de las
leyendas populares habrían asumido la capacidad de caminar o correr por tierra
(como los dragones de Komodo que todavía sobreviven en las selvas de Indonesia
o en las Galápagos del Pacífico) o incluso de echar fuego por la boca como
expresión de un terrible poder destructivo.
La imaginación de los parientes
de los chinos que llegaron a las tierras heladas del norte de Europa le
supieron agregar alas a esas terribles serpientes, similares a las de los
murciélagos de las cavernas compartidas en el paleolítico o a las de los
famosos Pterodáctilos, que si bien desaparecieron sesenta millones de años
antes que los primates mutaran en homínidos, bien podrían haber quedado
expuestas a la fantasía humana en fósiles o en bloques de hielo. Los dragones
de la mitología nórdica, que tenían la virtud de vivir en los lugares que la
tribu consideraba peligrosos e inaccesibles, en lo alto de las montañas, cerca
de los dioses y diosas imaginados gobernando el universo, pasaron a formar
parte del acervo cultural como símbolos del miedo a lo oculto y desconocido,
bajo la forma de gárgolas y demonios que asaltaron las páginas y los sermones
de la iglesia medieval para seguir aterrando a los mortales.
En el valle del lago Texcoco y
las selvas tropicales de Centroamérica, sin embargo, la fascinación por el
mundo oculto de antepasados y divinidades todopoderosas, las serpientes míticas
se fusionaron con esas hermosas aves de largas y coloridas plumas, los
quetzales, y parieron a Kukulkán o Quetzalcoátl, la serpiente emplumada o
alada, que supo ser identificada con el héroe mítico que robo el fuego a los
dioses y enseñó la agricultura a los seres humanos y que para tragedia de
Moctezuma y diez millones de aborígenes, si creemos a La conquista de América, la invención del otro (1982), el mejor
libro del recientemente fallecido Tzventzan Tódorov (Sofía, 1939 – París,
2017), habría prometido volver con algún sol mañanero de su larga excursión por
el inframundo.
Lo reprimido nos fascina,
atrapa nuestra ansiedad de conocimiento y la mezcla con la angustia de
comprender algo muy doloroso de nuestra constitución. Queremos saber de qué se
trata aunque sabemos que es peligroso. Los autores de Cómo entrenar a tu dragón importan ese símbolo de todas las historias
de ciencia ficción que los maravillaron de chicos, en una infancia atravesada
por la inocencia y la sed de conocimeitno pero también por la búsqueda de una
ruptura con el mundo idílico de sueños americanos que sus padres se
obsesionaron en machacarles, contra una realidad cotidiana que los desmentía
con crueldad.
Cada vez que la imaginación terrorífica que promovía el fantasma
de la invasión soviética en los cincuenta y sesenta, la ciencia ficción
popularizada en cómics y series de televisión se imaginaba invasores
extraterrestres con formas reptiloides, como en V, invasión extraterrestre. Spielberg humanizó con el uso del
idioma materno al pequeño reptil antropomorfo que hace volar una bicicleta con
su dedo mágico en E.T. y ese impacto
alcanzó para que De Bois retuviera ese símbolo de amistad íntima y fascinación
positiva con lo desconocido y lo reformulara en el travieso e ingobernable
extraterrestre Stich que permitió un canal para la imaginación de Lilo, la
pequeña e indefensa hija de una madre soltera en los momentos que estaba
obligada a sufrir en soledad por el laburo o las tragedias de una vida pobre en
la paradisíaca –para los turistas- Hawaii.
“Recuerdo
pensar de niño que si alguna vez tenía la oportunidad de trabajar en el cine,
querría rodar una película que fuera tan cool e interesante como la serie Academia
de titanes, El imperio contraataca o incluso E.T. Fueron
muy poderosas en mi niñez. Del mismo modo que Disney, pero en sus momentos más
tristes, como la muerte de la madre de Bambi, Dumbo acunado por su madre a
través de los barrotes o Penny, la niña de Los rescatadores,
sentada en el extremo de su cama, apenada, porque una familia que ha venido a adoptarla
ha preferido a una niña más bonita. Por alguna razón, cuando eres niño esos momentos
permanecen en ti. Como adultos filtramos los contenidos para las jóvenes
audiencias, no les damos la confianza que merecen para asimilar la tristeza del
mismo modo que procesan los momentos felices. ” (de la misma entrevista
citada)
DeBlois confiesa que junto a
Sanders buscaron explorar esta relación infantil con el mundo desconocido
–temido y deseado- de una forma más osada en DreamWorks, que le permitió arar
en ese surco delicado de la angustia infantil ante el mundo adulto mucho más
que Disney. El recurso que permite a los niños y niñas enfrentar con coraje el
miedo a lo desconocido, que para Spielberg fue el lenguaje, en Cómo entrenar a tu dragón fue la
trasposición de características comunes a mamíferos domesticados con quien las
niñas y niños se sienten en confianza.
La película es, entonces, una
audaz apuesta que pretende exponer en un lenguaje simbólico y psicológico
accesible y amistoso para las mentes infantiles, los pliegues más traumáticos
del mundo exterior que comienzan a explorar.
La imagen central de la
película resume la felicidad máxima que puede alcanzar un ser humano, la de
aprender a enfrentar y conocer sus deseos y la angustia que surge de ellos si
se chocan con las prohibiciones sociales. Hipo aprende a entrenar a su dragón y
a ser entrenado por él, en una relación simbiótica que termina
satisfactoriamente en esas increíbles imágenes que lo llevan a cabalgar el
viento junto a su dragón (que superan sólo técnicamente las sensaciones e
impresiones de su antecedente clásico, La
historia sin fin o The Neverending
Story, novela fantástica del alemán Michael Ende publicada en 1979 y
llevada al cine por Wolfgang Petersen en 1984).
Otra vez los productores de
cine infantil utilizan el recurso de una técnica de imágenes fabulosamente
realista para permitirnos la sensación física de diluirnos en la materia
infinita que nos rodea, transformando la sensación angustiante de un universo
que nos oprime en nuestra finitud, la náusea existencial, en una sensación de
infinita completitud e integración con ese ambiente que nos rodea. Lo logran
ampliamente los creadores de Nemo y Dory con el elemento vital del océano y
el eterno fluir del agua y ahora los animadores de DreamWorks nos permiten
cabalgar en fantásticas aves reptilizadas, serpientes aladas, para cabalgar el
cielo hasta la plena confianza en el porvenir.
Libre como el
viento
¿Cuáles son los sentimientos
oscuros e inconscientes, reprimidos en la infancia por la sociedad adulta, que
esta saga pretende entrenar? ¿Cuáles son, desde el punto de vista de estos
adultos que la escribieron y animaron, los dragones más íntimos de nuestra
sociedad?
La secuela sólo viene a
reforzar esa sensación de satisfacción lograda al final de la primera, aunque
de una forma contradictoria y realista como pocas veces se ha logrado en el
cine infantil. Hipo descubre que su deseo y su capacidad empática no han nacido
de un repollo, que su madre - ausente en la primer película con el dolor que
genera toda ausencia significativa de un ser anhelado, idealizado- sostenía, antes
de desaparecer secuestrada por un dragón, la misma defensa de la necesidad de
revolucionar las relaciones violentas con los dragones establecidas por la
tradición social.
En el paroxismo del límite
cultural occidental, en la segunda parte los directores matan a la figura
patriarcal y desarrollan la confianza de Hipo con su figura materna. La
estrategia material de supervivencia superadora de la tradición cazadora, la
cooperación con el objeto que intentábamos dominar, la aporta la figura
materna. Es indiscutible que los creadores de estas películas, así como tomaron
la mitología popular escandinava para ofrecernos un contexto social donde sea
verosímil la rudeza de la vida antigua, dependiente de los límites del bajo
desarrollo tecnológico pero al mismo tiempo sin la explotación social de reinos
o imperios basados en Estados Teocráticos centralizados y absolutistas; también
abrevaron en las tradiciones matriarcales de esas mitologías para reivindicar
una cosmovisión de desarrollo civilizatorio ligada a la compasión, la empatía y
la búsqueda de la colaboración productiva con las fuerzas naturales, que todes
les científicos creen haber encontrado en las tradiciones culturales previas a
las sociedades de clase.
En la citada entrevista DeBlois
se reconoce fanático de la estética violenta y barbárica de la serie de culto Game of Thrones (lanzada con éxito de
masas por HBO en 2011) y señala que para la caracterización de la madre de
Hipo, tierna pero de autoridad firme como el padre, se inspiraron en la caracterización
de Kate Blanchet en Elizabeth (Shekhar
Kapur, 1998) al punto de contratarla para la voz de Valka, personificación de
las diosas Walkirias de la tradición nórdica.
Redoblando la apuesta original, un villano mucho más
demoníaco que el peor de los dragones, Draco Manodura, utiliza su conocimiento
de los lenguajes sonoros de los dragones para explotarlos a su servicio,
gobernando a un enorme macho alfa para construir un sádico ejército de saqueo.
Draco Manodura simboliza el poder imperialista característico de la especie
humana (de una parte, aclaremos, la que vive obsesionada por las ganancias y el
trabajo de los demás) conseguido a fuerza de explotar a criaturas más débiles.
En el clímax de esa crudeza propia de las sociedades vikingas que los directores
han rebajado para un público infantil, Draco manipula a Chimuelo para asesinar
al padre de Hipo, y DeBlois cumple su fantasía infantil de recrear la angustia
ante la muerte de la madre de Bambi.
El patriarcado que fue domesticado en la primer parte, ahora
es aniquilado por otro varón, la expresión más pura del autoritarismo paterno,
el macho alfa que se impone por mayor fuerza física y menor compasión.
Para intensificar el dolor, Hipo pierde a su padre después
de haber reunido a su familia. Como hijo de una familia rota y padre en una que
se ha separado, entiendo que no hay mayor deseo de felicidad en la menta
infantil que la utopía del re-encuentro de papá y mamá, una especie de Paraíso
en la Tierra que todes les hijos e hijas de parejas separadas sostenemos
inconscientemente incluso ante la evidencia de su imposibilidad.
En una de las escenas más emotivas que ha producido el cine,
el sueño de Hipo se cumple en medio de su propia conversión en un adulto.
Estoico encuentra a su esposa, quien creía desaparecida, y lejos de ordenarle
retornar al hogar conyugal por el imperio de las tradiciones, se doblega ante
su autonomía, solicita con humildad y amor que vuelvan a casarse para gobernar
a la par en una aldea que se rige por las nuevas formas de sociabilidad que ha
descubierto su hijo, que son, ni más ni menos, que las que la madre había
propuesto y que regían su vida autónoma.
Estoico renuncia al poder absoluto y concede a su reina la
posibilidad de un gobierno común bajo el programa de ella. En medio de una
escena surrealista, ambos bailan una vieja tonada de amor de inspiración
céltica, se van acercando, en la única escena musical de toda la saga,
encontrándose en un clima de fraternidad y de pareja que sólo puede existir en
los sueños infantiles de los directores porque en la realidad diaria casi que
es imposible.
Y después de tocar el cielo con las manos Draco asesina al
padre y amenaza con dominar el mundo conocido, arrebatarle sus sueños y a sus
afectos en el mismo movimiento.
Como ya dijimos DreamWorks no pasa de ser la compañía de
cine infantil más progresista de un sistema social que financia a las grandes
industrias culturales para que ofrezcan diferentes estrategias posibles sin
romper nunca los límites sociales del sistema. Con todo lo que la disfrutamos, Cómo entrenar a tu dragón es incapaz de
sobrevolar esos límites de clase.
Hipo y Astrid y las teorías queer
No deja de ser el heredero varón al trono quien va a
recomponer el orden y además lo hace proponiendo como núcleo social la familia
heterosexual. Sin embargo, contradictoriamente, los símbolos culturales que
sintetizan los aspectos centrales de los personajes protagónicos no se amoldan
exactamente a lo que nuestra sociedad considera varones y mujeres
heterosexuales.
Si los más reaccionarios representantes de la
heteronormatividad y el patriarcado descubrieron en Frozen la exposición de argumentos en defensa de una sociedad sin
heteronorma y patriarcado, en la continuación de Cómo entrenar a tu dragón deberían deducir sin forzar demasiado la
trama, la reivindicación del camino al éxito de un varón que descubre en su
feminidad la potencia vital que lo libre de un rol como macho y patriarca. Es
decir, una visión estereotipada del varón homosexual por excelencia.
Hipo adolescente reafirma su amor y deseo por Astrid, una
joven de su misma edad que, sin embargo, lejos de asimilar funciones de
pasividad y encierro familiares como cabría esperar en los mandatos sociales
para las mujeres, su principal deseo y capacidad la colocan por encima de los
mejores cazadores/jinetes de dragones de su generación. Su arma preferida es el
acha de doble cara, símbolo milenario del poder fálico y masculino, lo que no
evita que Hipo la admire.
Sería descabellado afirmarlo sin tener como mínimo pruebas
ligadas al menos a entrevistas personales con los guionistas y directores de la
saga, pero parece que estamos ante un cuestionamiento de los roles femeninos y
masculinos propia de la teoría queer, que en resumidas cuentas liga la
identidad de género a una decisión personal en la que les individuos optamos
por las características culturales que la sociedad asigna dualmente a los
genitales y la sexualidad, pudiendo construir síntesis particulares que no
pueden ser resumidas en los estándares tradicionales de la división de géneros:
heterosexualidad, homosexualidad, lesbianismo, bisexualidad.
Lo queer (lo raro o extraño) en términos de sexualidad permite enfrentar la crisis de
las identidades de género revolucionando las premisas culturales, psicológicas
y filosóficas sobre el mismo asunto tal y cual las conocemos hasta aquí. Este
enfoque metodológico, deudor de las mutaciones filosóficas del posmodernismo en
los estudios culturales y lingüísticos de fines del siglo 20, ha revolucionado
como vimos antes, campos tan distantes de la ciencia como la arqueología y ha
empujado al máximo las concepciones tradicionales de la lucha de clases,
enfrentándose casi al mismo tiempo con concepciones reaccionarias de la
sexualidad humana vigentes tanto en organizaciones de combate de la clase obrera
como en el máximo representante de la reacción de la historia humana: la
Iglesia Vaticana.
La peli propone un tipo de relación ideal tan sublime entre
varones y mujeres que las hacen más utópicas que la mismísima existencia de
dragones.
La hipótesis es muy forzada, vale reconocerlo, al punto que
no hemos encontrado ni siquiera las pruebas de las mentalidades reaccionarias
que vituperaron a Frozen en su
momento. Es que las tradiciones familiares heteronormadas se encuentran a salvo
en la saga que incluso contiene una moralización pedagógica destinada a que los
padres encuentren un camino de redención para evitar la rebeldía disruptiva y
radicalizada de sus hijos adolescentes incomprendidos (ya que estamos, como lo
logran Dru en Mi villano favorito,
Universal, 2010 y 2013 o Tim Lockwood en Lluvia
de hamburguesas, de Sony en 2009 y 2013).
Se pueden cuestionar los roles culturalmente asignados a
varones y mujeres y criticar hasta el cansancio la cultura patriarcal
conservadora y convocar a los padres a dejar de ser cavernícolas, bárbaros
vikingos, crueles delincuentes o toscos pescadores sin visión de futuro, pero
siempre que se sostengan incólumes los pilares que garantizan la reproducción
heterosexual de la especie. Y estas visiones parecen conformar las angustias
existenciales de las familias devastadas por la crisis material y moral de las
últimas décadas.
Lo que no deja de ser un avance en la cultura infantil
heredera del siglo veinte idealizado por Disney.
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