Reflexiones sobre Jim Morrison, un domingo 3 de julio a
cuarenta y cuatro años de su asesinato a manos de un transa, que lo habría
inducido a una sobredosis contra su voluntad a pedido de las discográficas,
para coincidir con el aniversario del fallecimiento de Brian Jones, de los
Stones.
-Cáncel mai suskripchion
to –silencio- jaus ov detencho-on!
Canta Santos Capobianco mientras danza como un chamán
cherokee por la sala, con su camiseta de piqué del club de su infancia posadeña
–la que nunca tuvo, la que se inventó- mientras escucha su álbum preferido de
los Doors, la banda que lo flasheó entre los 15 y los 24 años, acompañando su
duelo del catolicismo hacia el peronismo de izquierda, el existencialismo de
izquierda hacia la izquierda verdadera, de la mano de la lucha de calles junto
al pueblo.
Se escucha una voz casi adolescente, clara y fuerte, saliendo del minicomponente del lívin:
Cancel my suscripcion to the resurrección,
send my credencials to the house of detention,
I have some friends inside,
a Feast of Friends,
Alive she cry,
waiting for me,
outside
La imagen, una cárcel. Una cárcel particular: es una cárcel diseñada para ser eterna y es una cárcel a la que se llega, y de la que uno se va, voluntariamente, la cárcel de la Resurrección, la vida eterna prometida a los muertos de todas las religiones a cambio de una vida fiel a las leyes y normas del Estado. "Manden mis credenciales a la Casa de Detención" ruge con orgullo, irrespetuosamente, el poeta. "Tengo amigos y amigas adentro", un Festín, una enorme Fiesta de Amigos y amigas, un quilombo africano, un aquelarre celta, una dionisíaca helénica, un fogón neolítico.
Su Paraíso preferido y diseñado en la vigilia de los sueños es una enorme fiesta con amigos y amigas.
Ella está viva y grita, grita en vida, grita con vida, grita porque vive y vive porque grita. Esperando por mí, afuera de mi cárcel, afuera de mí mismo.
-Los Doors son una marca muy definida de mi vida- señala
Santos así, con delicadeza.
Su álbum preferido es el doble de tapas negras, el del
Hollywood Bowl del 68, y grabaciones en vivo de diferentes lugares, New Haven,
Chicago, New York, Los Ángeles. Es un compilado de recitales que hicieron ellos
mismos, o sea, los recitales que más les gustaron, que coinciden con el gusto
de quienes estuvieron en ellos desde el campo y las gradas, que han
inmortalizado esos momentos en miles de expresiones artísticas posteriores.
Santos estuvo en un recital de los Doors. Se da vuelta bajo
los rulos de su largo cabello, mirando debajo de la sombra de las cejas, de
reojo, maliciosamente y con sabiduría. Y recita en castellano porteñizado de
estudiante universitario o profe piola.
¿Sabés
que el día destruye a la noche?
¿Sabés
que la noche divide al día?
¡Tratá de
correr!
¡Tratá
de esconderte!
¡Rompéte
hacia el otro lado!
¡Rompéte
hacia el otro lado!!!!
Sólo se ve una luz blanca cegadora, un vaho de vapor hecho
del sudor de los miles que pueblan el campo a mi alrededor. La música me aturde
los oídos y las ondas vibratorias de los enormes elefantes mudos y negros de
los parlantes me golpean al ritmo de la batería. El ritmo de la batería de esta
banda es muy raro, mezcla el blues de los esclavos africanos en el sur, con las
bases rítmicas de los cherokees, pobladores originales de estas planicias
semidesérticas del sudoeste norteamericano.
-Es música de oprimidos, Leo, de invadidos, de derrotados que
siguen la lucha, en las peores condiciones. –dice Capobianco ya dispuesto a
irse al otro lado, de sí mismo.
-Como el candombe del barrio de Palermo, en Montevideo,
donde estaba el edificio okupado de los negros. Una centena de descendientes de
los primeros esclavos liberados revive, vuelve a caminar el camino que hicieron
sus ancestros, desde el puerto a los mercados de venta, desde donde serían
separados, padres de hijas, hijas de abuelas, amantes de amados, a criterio del
resultado azaroso de la oferta y la demanda, hacia las diferentes latitudes de
las estancias asesinas de vacas del Uruguay de la Guitarra Negra de Alfredo.
En las llamadas,
vamos de un lado al otro de la península con monte, pasos cortos, tardan una
tarde entera, repiten los movimientos de los esclavos limitados por grilletes
de hierro forjado, en los tobillos, las manos a la cintura, y, barbarie
absoluta, a los cuellos, entrelazados entre sí por cadenas que los unían en su
ausencia absoluta de libertad y soberanía individual. Seres humanos,
desencidentes directos de una estirpe de tres millones de años de libertad,
igualitarismo y nomadismo, todavía bajo el manto protector de la propiedad
común que fue el matriarcado, de repente quebrados en lo más íntimo de su
esencia humana, en su soledad.
Pero seguían juntos. Vivos y vivas. Habían sobrevivido. Y no
les podían arrebatar todo, entonces hacían música como el ser humano se dice
hizo música por primera vez, haciendo percusión con objetos sólidos, piedras o
tronquitos. Hacían percusión con las cadenas, con los ritmos que tocaban los
diferentes matices de tambores en las piernas –liberadas de cadenas- de las
mujeres y los varones de la tribu, organizados/as en rondas según las
jerarquías en la comunidad, determinadas en consenso asambleario según las
mejores capacidades y experiencia de cada quien.
Y tenían que fluir, dialogar en hermético silencio, porque
ellos eran los últimos sobrevivientes del largo trayecto en la panza de los
buques de madera podrida y escorbuto, peste negra de las ratas de alta mar, y
de las razzias/prógroms/citaenvenenada que las clases dominantes de la costa
hacían sobre las aldeas seminómades del interior de la selva, cazando a sus
ancestros y primos cercanos para venderlos a los traficantes europeos, de seres
humanos como de tabaco, especias, sedas, opio o lo que sea que la aristocracia
y burguesía industrial Europea del siglo XIX esté dispuesta a comprar.
Entonces ellos y ellas distinguían las aldeas y tribus de
las que venían por sus ritmos clánicos. Y así nació todo lo que podemos admirar
del jazz, el blues, el rythym&blues, el rock n roll, hasta la última mutación,
el punk, que cambió todo: la improvisación permanente, la eterna mutación. El
juego con leyes precisas del azar, la vida en su esencia.
Entonces miro a mi alrededor, las luces de los reflectores
pegan sobre las nubes de sudor humano, la música me aturde los sentidos, no
puedo ver ni oir lo que los rostros y los cuerpos gritan a ritmo, rompiendo la
garganta para que escuche el tipo ese que grita allá lejos, en la bruma
iluminada y brillante del escenario principal. El tipo todo vestido de cuero
negro, bailando como un chamán, absolutamente drogado pero muy lúcido, actúa
movimientos de una serpiente encantadora, de una enorme lagarto. Defiende en
las entrevistas que él ha llegado a la sabiduría, a la comprensión de la
sabiduría original de la Madre Tierra, la sabiduría neolítica del indio
americano en el desierto de Los Ángeles, que la verdad estaba allí y no en las
ciudades perfectas hechas por el imperialismo de su padre, Almirante de la
USNavy, asesina de campesinos en las islas selváticas del sudeste asiático y en
las selvas urbanizadas de Centro América. Élite de invasores, saqueadores y
violadores de niñas embarazadas.
James Morrison, Jimbo, a sus veintidós o veinticuatro. Lo
íbamos a ver todos jóvenes de familias pequeñoburguesas o de obreros muy bien
pagados, los mismos que nos veíamos en las marchas y movilizaciones con Martin
Luther King contra el fascismo WASP del sur.
Jimbo había quebrado con su familia y se había ido a vagar
por los desiertos que unen la selva de la Florida donde nació hasta la meca del
arte y de la libertad, L.A.. Allí descubrió “la mente universal”, lo que en la
facultad de cine había leído en letras de Nietzsche, o de William Blake más
atrás, pero que en realidad se remontaba a Zaratustra y Buda, el nirvana.
Lo
mismo que los ancestros dorios, aqueos, primos lejanos de los persas transformaron
en religión, en doctrina filosófica, el hedonismo.
Los hedonistas griegos formaron un movimiento político en contra del ideliasmo
platónico, en contra de la idea de la dualidad cuerpo-alma y la necesidad de
sufrir para alcanzar la sabiduría. Sufrir negando el cuerpo, aniquilándolo,
destrozándolo.
No, dijeron. La sabiduría puede y debería alcanzarse a
partir del conocimiento profundo del universo que nos rodea y del que somos
parte, puerta al conocimiento verdadero de uno mismo como parte y como todo. Y
los puentes materiales de nuestra conciencia y contacto con el universo son
nuestros sentidos orgánicos, nuestra piel y tacto, nuetra nariz y olfato, la
mirada y los ojos, el gusto. Las puertas que nos comunican o nos separan del
universo son los sentidos, hay que abrirlas si uno tiene acceso sencillo a las
llaves,o romperlas a patadas si están tan sólidamente cerradas.
Hay que hundirse en lo profundo de uno mismo, en nuestros
más secretos e íntimos miedos, bailar con ellos, seducirse mutuamente, y
volver.
Miro la gente bailando, saltando, los cuerpos sudorosos con
pocos trapos encima, caras brillosas, hermosas, de quince a veinte, cuerpos
atléticos, entrenados, bien alimentados, gente sonriente, disfrutando, gritando
o cantando, moviéndose a compás, descontrolada en un perfecto orden, somos una
gran ronda de oprimidos parando en la noche y madrugada a pasar del otro lado,
con sustancias químicas que desordenan las normas que el Estado puso en
nuestras conciencias, buscando remover las lápidas que pesan en nuestra
conciencia como muertos enterrados en las contracturas del lomo.
El rock más puro y bello fluye desde los instrumentos, nos
inunda, nos une en comunidad. La poesía de Jimbo es lúgubre, nos invita a pasar
del otro lado, es nuestro Virgilio, en él confiamos en este viaje al
desconocido inconsciente de nuestra cultura de jóvenes blancos de clase media
enfurecidos contra la sociedad de nuestros viejos.
Pero es rock. No es hipismo pajero y monotributista. Es el
jipismo combativo, que le canta a la Molotov, que canta consignas que coreamos
en la movilización
-Como cuando estalla el grito al medio del recitado de When
the Music is Over, WE WONT DE WORLD AND
WE WONT IT NOW, del estilo de esas consignas surrealistas del mayo francés.
Claro, porque los jóvenes de todo el mundo conocido
estábamos luchando en el mismo tiempo contra todas las lacras de la opresión
humana. En cada continente obreros, campesinos y jóvenes estudiantes
universitarios y secundarios luchábamos contra el imperialismo yanky, europeo,
estalinista, la opresión blanca, el machismo, la destrucción ecológica de las
megaempresas multinacionales, la explotación de plusvalor, todo.
Los poetas de las luchas revolucionarias de los años 10, 20
y 30 del siglo veinte habían inmortalizado la consigna “pan y rosas” para todos
y todas los habitantes del planeta. Síntesis de arte y alimento, como derechos
básicos y banderas de guerra de clases.
Morrison cantaba Five
to one, Cinco a uno, cinco a uno… y no va a quedar ninguno, como se cantaba
en las calles de Corrientes, de Córdoba, de Santa Fé, de Mendoza y Tucumán o en
las baunllieurs de argelinos desocupados de París, o en las sangrientas calles
de New Haven, bajo la represión feroz de las fuerzas policiales, estaduales y
federales en defensa del Partido Republicano y el Demócrata, quienes representaban
a los burgueses que hacían negocios invadiendo a los modestos campesinos de
arroz de Vietnam.
Cinco a uno era la proporción estadística entre la población
menor de 30 años y los mayores de 50 en esas décadas. Les gritaban, en suma,
que así tengan todo el poder tecnológico para matar, la mayoría abrumadora iba
a terminar por imponerse y ganar.
Nos reuníamos entre batalla y batalla, para encontrarnos,
darnos calor en la noche con nuestros latidos de sangre bullente, músculo y
órgano. Rituales orgiásticos como los que fundaron los hedonistas griegos
cuatroscientos años antes de que Roma matase al Cristo en Palestina, grandes
comilonas para destrabar el placer del gusto, mucho sexo libre y respetuoso,
grupal e individual, de a dos o tres, sin barreras de género ni sexualidad,
para destrabar los cinco sentidos, música para permitirnos razonar sin palabras
ni conceptos fijos, y nos pasábamos del otro lado, juntos y por separado,
borrachos, embebidos, drogados, alienados de nuestra conciencia. Nos dábamos
vuelta dentro de los pliegues de la piel para reconocernos por primera vez y
renacer verdaderos nosotros mismos.
Santos Capobianco viaja sin límites, no necesita transitar
caminos reales para viajar o moverse. Vive el recuerdo de sus recitales.
-Lo mismo me pasó con Divididos.- le digo yo. Yo llegué a los
Doors por Tony, un chamán que vive en el edificio enorme de Donado y
Combatientes de Malvinas, de frente al Tornú, divididos entre Parque Chas y
Ortúzar o unidos por la misma avenida doble mano, un chamán que había pogueado
a los 18 con V8, bajo la represión nazi de Videla y que había viajado por los
pliegues del delirio en un sucucho húmedo y maloliente con Luca Prodan y Sumo.
Tony me dijo Si te gustan Sumo y Divididos tenés que escuchar a los Doors.
-Hay una conexión musical, hedonista, entre los guerreros
del ejército de los oprimidos. En todos lados y en todos los tiempos. –concluímos
con Santos Capobianco, al unísono, o al menos en armonía coral.
-Divididos mantiene
una idea del recital que tenían los Doors. El recital es el premio. Es el lugar
preferido por el verdadero artista, el del contacto con su receptor, con su
público. El diálogo, el baile, la danza en comunidad con quien siente, piensa y
lucha el mundo a tu lado, en la calle, en la plaza, en el laburo, en el aula y
en la cama. Mollo se brinda por completo. Dá algo más que en el disco, cidí, en
el grabado.
-La magia real de los Doors era en vivo. Era una gran
reunión comunitaria, una gran asamblea donde se hablaba con el cuerpo todo y se
votaba de mil formas. Gritándole a Jim en las pausas místicas que hacía,
tirándole cosas.
-I was doing time…
Cantaba Jimbo en trance, contándonos un viaje. Él había “hecho
un tiempo”, una expresión muy estadunidense para conjugar dos imágenes, la de
un preso, obligado a “pasar un tiempo” en cana y la de un ser meditando
…in the
Universal Mind
“en la Mente Universal”, pasando un tiempo condenado a
vivir, a meditar, en el lugar donde habita la sabirduría máxima, la mente del
universo, el Nirvana, el Cielo o el Paraíso.
And I was doing all right
Y la estaba pasándo bárbaro el chabón, re tranqui
I was
turning keys
“Estaba dando vuelta llaves”, o sea, abriendo puertas,
conciencias, cuerpos
I was setting people free
“Estaba dejando libre a la gente”, dejando libre ¿ves? Haciendo lo necesario para que vos tomes la
decisión de cómo seguir tu camino
And I
was doing all right
“Y lo estaba haciendo bien”, acá el mismo doing que antes lo usó como expresión de
estando ahora lo usa en su otra
acepción de haciendo, estaba “haciéndolo
bien” o “estaba haciendo el bien”.
Después cambia el ritmo y el tono y dice
Then you came alone
With a suitcase and a song
“Luego apareciste vos
Con una valija y una canción”
Turn my
head around
Me diste vuelta la cabeza, me volaste la cabeza, me rompiste
la cabeza…
Now I´m so alone
“Ahora”, dice ahora,
en el presente de la soledad, en el instante en que estoy solo, “estoy tan solo”,
tan solo haciendo énfasis en que hay
algo nuevo, que me desgarró del Nirvana donde todo era perfecto y quieto y
armónico. Y caíste vos, nómade, con una valija con tus cosas, con tu valija de
viaje, y una canción como símbolo y síntesis de lo que pensás de la vida,
canción carta de presentación y límite en las negociaciones paritarias de los
convivientes.
Una pasajera bajando del tren esperado en la Estación
bucólica del Sur.
Just looking for a home
In every face I see
“Ahora estoy tan solo, únicamente buscando un hogar en cada cara
que veo”…
¡Por favor qué versos! –grita Santos Capobianco,
interrumpiendo el ritmo de la narración, el embrujo que había creado con su
relato lisérgico y lisergizante.
Y repite:
-Qué versos: me siento tan solo en mi momento de soledad que
lo único que hago en la vida es andar buscando una persona para construir un
hogar común en cada rostro que veo. Qué sublime forma de dibujar en tres líneas
de seis o siete sílabas ese borde perfecto donde tenés que decidir de qué lado
te pensás quedar, si en tu soledad o en la comunidad con los demás.
I´m
The Freedom Man, termina diciendo Jimbo como conclusión consciente,
es el
Libertador, el Hombre Libertad, aquel que Libera.
En medio del campo, sudando yo
mismo, mi torrente sanguíneo estallando en los riachuelos del músculo, inundado
de calor y energía, conmovido, al borde de mí mismo, aparece ella, desde el
fondo de ese mar humano, su cara angulosa y amplia, su perfecta sonrisa que se
expande, uniendo en un ritmo invisible los contornos de sus grandes pómulos y
sus dos ojos al mismo tiempo redondos y rasgados. Diosa producto final del azar
genético de las razas color de piel sin Sol de las montañas que protegen al
gran ojo de agua salada del Cáucaso con esas otras tan mongoles, tan
extremadamente orientales, de las montañas más elevadas del mundo del Nepal y
más allá, hija de las estirpes que poblaron de caballos y espadas de hierro las
faldas verdecidas del Monte Ararat, inmortalizado por la imaginación de los
primeros sumerios como cuna del mundo después del diluvio, que lo vieron como
pequeña isla donde renació la vida, como en el mito de la Serpiente Ra o la
flor de Loto –protectora natural de un néctar de reacciones similares al opio
alucinógeno de la heroína- que emerge
del océano interior del abdomen del Buda.
Coreando la misma canción
profunda que yo, admirándome como un guerrero del amor y la lucha contra el
odio de clase, en medio de una movilización.
Y me abraza, emerge del mar y
me abraza, o me pone sus largos brazos alrededor del cuello y me invita a
bailar, a moverme, a correr y agitar los brazos arrojándole piedras al cordón
de policías enemigos, a luchar juntos entre las frazadas frías del primer
semestre de Macri, sobreviviendo al frío invierno del ajuste, dándonos calor y
energía como en la primer noche invernal de nuestra especie, cogiéndonos,
nadándonos, navegándonos, llenándonos del otro que es otra también,
arrancándole conscientemente un segundo de eternidad a la vida sufriente del
trabajo torturante y explotador.
Y me salva. Me libera. El rock,
ella, su amor. Y me permite liberarme de mi sabiduría, de lo que conozco de mí
mismo y el universo, y volver a pensarlo todo de nuevo y otra vez, hasta el
próximo encuentro, la próxima reunión de círculo, la próxima asamblea, la
próxima movilización, el próximo choque.
Y así vamos, viajando por estas
aguas turbulentas, dejando estelas en la mar, haciendo el viaje a medida que
viajamos.
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