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domingo, 16 de marzo de 2014

El mejor amigo del Flamenco

(crónica inédita de la serie SERIGRAFÍAS PORTEÑAS)


Crónica del tercer aniversario del tablao flamenco El Perro Andaluz, Bolívar 854, San Telmo, Buenos Aires

Quiso la casualidad -o la magia- que conociera el Flamenco en vivo y en directo por primera vez en mi vida, justo el día que uno de los más importantes tablaos del género cumplía sus primeros tres años de vida. No es cuestión de andarse peleando ni ofendiendo a nadie pero digamos que para los artistas del Flamenco en la ciudad -y muchos del extranjero- se ha convertido quizás en el más amado.

El lugar, de noche, parece sacado de la cabeza de Cortázar: por afuera, da la impresión de ser un pequeño boliche de esos que abundan en San Telmo, con el espacio suficiente para divertirse en medio de la asfixia, sin embargo por dentro es enorme, como un viejo bodegón porteño de esos que no existen más. Su pared sur conserva una diversa gama de ladrillos rojos de diversos tamaños y formas, lo que evidencia un origen colonial.

Vaya a saber para qué se construyó originalmente y quiénes la habitaron durante quinientos años, pero hoy aporta su magia al tablao. Algó habrá en ella del sudor de los esclavos que la construyeron, las pisadas de los criollos que la fatigaron con sus comercios, sus amores, sus luchas, de los ricos que las habitaron en el despilfarro como de los miserables inmigrantes que las okuparon cuando la fiebre amarilla transformó al barrio más oligárquico de la ciudad en el más proletario.

Se nota claramente por qué los artistas flamencos porteños adoran este lugar: el centro, el corazón, el ambiente más importante, más cuidado, más mimado, no es la cocina ni el espacio destinado a los ocasionales “clientes”, es el escenario: amplio, generoso, con la acústica y las luces exactas, con la disposición y la consistencia que la artista que lo concibió, la bailaora María de la Paz, habrá soñado desde vaya a saber cuándo.

Es extraño reseñar un espectáculo de una cultura tan importante y extraña para alguien que la ve por primera vez. Conozco el Flamenco como la gran mayoría de la población medio culta de esta ciudad: de haber escuchado temas sueltos, alguna vez un CD comprado al azar de (Paco de Lucía), algún amigo o amiga que te hizo oír algo alguna noche y no mucho más. Nunca estuve en Andalucía y nunca tuve la guita para pagarme una entrada cuando vino Camarón o el recientemente fallecido mago de la guitarra.

Pero la experiencia del cante, las palmas y la caja al compás frenético del zapateo, esas guitarras que entreveran miles de años de desiertos, luchas, sueños y lágrimas, guitarras que parecen tejer los hilos de una manera extraña, en un lenguaje que nos suena absolutamente ajeno pero que por algún motivo se nos mete en la sangre.

Esa experiencia no se puede tener viendo un video por youtube, por más buena onda que uno (o una) le ponga.

Entre más de cien concurrentes creo que era el único neófito, y como todos/as parecían amigos/as de la casa, bailarines, músicos y cantaores/as, me sentía más raro, como un bicho. Los “óles” caían todos en el mismo compás, el aplauso, las bromas... parecían ocultar un código para “entendidos” que se me escapó toda la noche.

Soy incapaz de decir si lo que vi fue el mejor o el peor Flamenco de la ciudad, pero puedo reconocer que todas las voces que escuché esta noche me emocionaron, en particular la de una cantaora de la que ignoro el nombre, quien, fuera de programa, fue “presionada” por su amiga a subirse y acompañar con unas coplas.

Esta joven mujer sacó de su más profundo interior una voz llena de fuerza para cantar con una pena indescriptible que, para qué le voy a mentir, me arrancó las lágrimas, también fuera de programa.

Lo mejor de la noche fueron precisamente esos números fuera de programa. Ojo, se trata de gustos, no discuto el enorme valor estético del espectáculo montado antes, pero cuando entraron a subirse bailaores y bailaoras algunos con ropa de calle, y gente que se acomodaba como si estuviera en el patio del caserón del abuela, sin saberlo, se olvidaron del mundo y se entregaron a una fiesta pura de energía, alegría y entusiasmo que arrancó a todo el mundo del asiento y de la pose de espectador.

Quizá eso sea lo que los entendedores llaman “el duende” del Flamenco, ese momento único que no puede ser preparado ni planificado, aunque sí, desde ya, ensayado, buscado, perseguido...

Buenos Aires está viviendo una crisis cultural hace rato. La cantidad de gente con “pupila, talento y salero” para las más variadas expresiones artísticas que patean esta ciudad es enorme, increíble y, al mismo tiempo, es inversamente proporcional a la posibilidad que tienen para pulir su arte y mostrarlo.

La emoción de esta noche seguramente está relacionada con el esfuerzo de Paz y los suyos para mantener en pie El perro... parece increíble que por 40 pesos se pueda experimentar algo tan hermoso, de tal calidad y en cantidades industriales. Parece inreíble que esa sala no esté llena todos los fines de semana.

Sin embargo, si se mira bien, todo San Telmo de noche es, aunque parezca la meca cultural de una ciudad cosmopolita, una especie de museo donde ud. puede observar las más variadas expresiones culturales que alguna vez supieron ser masivas, en vías de desaparición.

Responsabilidad obvia de un sistema que, al revés de los artistas, piensa en ganancias antes que en experiencias emocionales. Está claro. Pero también, aunque menos evidente, de un mundo artístico fragmentado, aislado, narcisista, que no logra conectarse con corrientes profundas de la población, cantar y tocar sus sentimientos, o al menos convocarlos para eso y que prefiere la aventura de buscar una salida individual, esperando la mano del mecenas o del Estado, en lugar de la mucho más segura y dura vía de la organización y la lucha colectiva contra la dependencia del mecenas y del Estado.

Uno no es nadie para andar escribiendo estas cosas, ni los editores parecen creer en la necesidad de publicarlas, pero me meto de puro bruto y me permito confiar en que también entre esas y esos trabajadores incansables, proletarios de los sueños, la música y la danza, saldrán compañeras y compañeros que entenderán que el duende que se vió hoy en El perro lo lograron con la solidaridad de cientos de personas que, el resto del tiempo, actúan solas.

Ellas y ellos abrán encontrar los métodos y la templanza para que el Flamenco deje de languidecer y se transforme en la forma de expresión de miles de personas que necesitan gritarle al mundo su dolor, su orgullo, su pena, su lucha. Así se hizo mundialmente famoso. Así renacerá alguna vez. O al menos eso deseamos.

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