[contratapa de Cita, ediciones La Rosa Blindada de 1966 se lee "su primer novela, EL PRECIO (1957), desató una ruda polémica"]
Las lecturas posibles sobre la obra de un artista son
siempre relativamente válidas. Estamos hablando de niveles de sensibilidad muy
complejos y sutiles que entran en juego cuando un/a lector/a interpreta una
obra cualquiera.
En el caso de un autor con la envergadura de Andrés Rivera –su
prolífica obra, los diferentes períodos históricos que vivió y lo influyeron,
etc.- hace que inevitablemente surjan muchas miradas y lecturas posibles.
Rivera merece que todas ellas se publiquen y se desarrolle un debate que
enriquezca la importancia de su aporte a la cultura argentina que fue
silenciado por las industrias culturales y académicas oficiales.
Quiero contraponer una lectura personal a la necrológica de
Alejandro Guerrero del 23/12 en Prensa
Obrera (http://www.po.org.ar/prensaObrera/online/cultura/la-muerte-de-andres-rivera-un-enorme-escritor-y-su-tragedia#.WF6Zx6nZswM.facebook) no
desde el punto de vista emocional y subjetivo (se trata de uno de los
escritores que más me influyó personalmente) sino para poner a debate frente al
público lector de ese periódico (militancia y simpatizantes) una serie de
apreciaciones que me parecen claramente equivocadas.
La victoria de un escritor obrero y
socialista
En primer lugar entiendo que la biografía personal que se
ofrece es limitada y ambigua. El principal mérito de Rivera es haber llegado al
podio de la literatura argentina desde un lugar por lo menos incómodo para el
establishment y creo yo que absolutamente revolucionario: Marcos Ribak fue,
durante toda su vida, un obrero. Nació en una familia de inmigrantes europeos,
judíos para más datos y se crió en un conventillo de la calle Padilla, a
orillas del Maldonado, cerca del segundo polo industrial de Buenos Aires
después del Riachuelo.
El dato no es menor, porque si uno lee ingenuamente “Villa Crespo” a su
memoria viene uno de los barrios más atildados (caretas) de la pequeño
burguesía acomodada de la ciudad. No es para nada el barrio obrero y fabril
donde se crió Rivera.
Además, su padre llegó a ser uno de los más destacados y
desconocidos militantes sindicales textiles del movimiento obrero clasista,
combativo e independiente de esos años. Tampoco se puede resumir la influencia
político-sindical de la familia de Rivera en la fórmula de “su padre era del PC”.
Porque el PC del padre de Rivera estaba en las antípodas del comunismo que
supieron derrumbar los epígonos del estalinismo desde 1928 en adelante.
Dirigente sindical combativo de la barriada obrera más combativa de su época,
que parió la segunda gran huelga histórica después de la Semana Trágica que
paralizó la producción de toda la ciudad durante una semana de enero de 1936 y
que llegó a desenvolver las acciones directas y el enfrentamiento callejero más
importante durante la Década Infame.
Ahí se crió Rivera, que obviamente vivió la crisis emocional
y política de toda una generación frente al abandono de su partido de esa
combatividad e independencia de clase a partir del final de esa misma huelga,
cuando se torcieron las velas hacia el Frente Popular, la conciliación de
clases con la burguesía nativa y el imperialismo en función de sostener los
intereses económicos de la burocracia moscovita en el plano internacional, lo
que terminó en el nefasto Frente con la embajada yanqui, el imperialismo
británico, el PS y el liberalismo gorila en 1945.
En esa bisagra del peronismo Rivera salió el mismo a ganarse
la vida como su padre en una fábrica textil de Villa Lynch, donde llegó a ser
delegado –recuerden que el comunismo estaba proscripto por Perón- y donde según
se deduce de su propia obra tuvo la contradictoria tarea de armar un frente con
delegados peronistas para enfrentar después de 1955 al mismo tiempo a la
dictadura gorila, a un empresario textil peronista y judío y al propio Perón
que había huido dejando en banda a sus seguidores.
Eso es, sin más, lo que coagula en su primer novela, El Precio, de 1957.
Luego Rivera siguió siendo un obrero, pasando al oficio de
periodista, que claramente potenció su trabajo como escritor. Es necesario
señalar en detalle esto porque si uno conoce a Rivera por Prensa Obrera puede que la escueta descripción de Guerrero -“y fue,
también él, obrero textil durante seis años (entre sus 20 y 26 de edad) en una
fábrica en Villa Lynch”- permita una lectura clasista incorrecta del autor.
Rivera llegó a la cumbre de la cultura argentina habiendo sido, toda su vida,
un obrero, no como un pequeñoburgués que se jactaba de haber sido obrero sólo 6
años.
Además desde siempre fue un militante de izquierda. Y no uno
que se llenaba la boca porque estaba de moda en esos años, sino uno que ligó su
obra y su vida al combate por el socialismo. Claro que primero militó en el PC
y luego en el maoísmo hasta que después del alfonsinismo tuvo como poco una
actitud descreída de la militancia revolucionaria y me animo a decir sin saber
que hasta debe haber abogado públicamente por el fracaso de los partidos
leninistas.
¿Pero cuántos militantes y simpatizantes del comunismo no
hicieron la misma experiencia negativa con el fracaso de las ilusiones
revolucionarias planteadas por el Cordobazo ante la dictadura de Videla, el
colapso de la URSS y el reconocimiento póstumo de las barbaridades del
comunismo vernáculo en su famosa autocrítica de 1984-86?
Miles. Sí, miles de los que Andrés Rivera no escapó.
Ojo. Miles de personas que entregaron su vida a una estrategia de
construcción hacia el socialismo que fracasó y produjo derrotas históricas,
pero que no eran los burócratas que lo hicieron a consciencia. Miles de
Riveras que los militantes que suscriben y piquetean Prensa Obrera vienen intentando ganar a la ilusión renovada de
construir un partido leninista desde los 80 hasta hoy. En lo personal no creo
que lo puedan hacer desde el reproche acrítico de su pasado sino desde la comprensión de
la enorme diferencia entre un dirigente estalinista y un militante intermedio o
de base. Ni que hablar de la enorme periferia que tuvo el PC hasta el
kirchnerismo.
Literatura y Revolución todo de nuevo
En segundo lugar Guerrero ofrece a los lectores de Prensa Obrera dos caracterizaciones político-estéticas de su
obra que simplemente se pueden refutar con datos objetivos.
No es cierto que “su primera novela es de 1956, El
precio, seguida de otra, Los que no mueren. En los años
siguientes publicó tres libros de cuentos: Sol de sábado, Cita y El
yugo y la marcha. Hasta El yugo y la marcha (1968) sigue la línea que el estalinismo le
imponía a toda producción artística: el “realismo socialista” (no era
realista y mucho menos socialista). Ambientadas en el mundo fabril, aquellas
obras describen las huelgas y las luchas de los trabajadores con un optimismo
sin fisuras, en medio de un avance lineal hacia la revolución. La
representatividad de los personajes está dada sólo por la realidad social, por
su lugar en las relaciones de producción.”
No sólo no es cierto, sino que cualquiera que conozca
mínimamente por arriba la historia del impacto que generó El Precio entre la militancia y el frente cultural del PCA sabe que
su novela fue uno de los tantos emergentes de toda una ruptura política y
generacional contra el realismo socialista y el estalinismo.
Para resumir el problema. Rivera comparte con el estalinismo
la pretensión de que una obra de arte tenga un resultado ético y moral, que sea
un aporte para el desarrollo de una conciencia revolucionaria en sus lectores,
que apunte obviamente a la construcción de su partido y su programa. Eso lo
compartieron y lo compartimos otros que no fueron ni somos estalinistas.
Pero el decreto de Lúkacs, Zdhanov, Gorki y José Stalin de
1934 iba más allá: proponía un estrecho catálogo de formas estéticas que
representaban una obra socialista y anatemizaba duramente a los que no lo
hacían. Entonces la novela revolucionaria debía sí o sí ser costumbrista,
naturalista al estilo de Zolá, Balzac, etc. y todos los personajes debían ser
arquetipos de las clases sociales y sus rasgos individuales debían ser
borrados. Obviamente la trama y la estructura debían ofrecer un choque entre
posiciones políticas claras (burguesía liberal, proletariado, etc.) y tenían
que ganar los “buenos”. Entre los enemigos estéticos más odiados se encontraba
el recurso formal del “monólogo interior” inmortalizado por el Ulisses, del irlandés James Joyce. Una
novela de centenares de páginas que transcurre en un solo día y se cuenta desde
la cabeza del protagonista.
El estalinismo escribió océanos de tinta explicando que ese
recurso sostenía una visión hiper-individualista de la sociedad y que por lo
tanto era la puerta de entrada para otro demonio literario de la época: el
existencialismo sartreano o camusiano.
El
precio, cuenta los horrores de la explotación cotidiana de los
obreros textiles de Villa Lynch de una forma hermosa, que reivindica la
sensibilidad de un explotado ante el intento de embrutecimiento de su patrón.
Al mismo tiempo y en paralelo va describiendo la hipocresía y la descomposición
moral de un patrón que vendió a sus compañeros de etnia y de trabajo para
transar con el peronismo la apertura de su fábrica y cagar obreros a más no
poder. En esto acuerdo con Guerrero, se trata de una obra guiada por un interés
moral y político: destrozar la imagen de la burguesía nacional y popular que el
peronismo había sembrado en la cabeza de la clase obrera.
Pero lo hizo usando recursos técnicos de los dos escritores
más odiados por el Realismo Socialista: el norteamericano William Faulkner y
James Joyce mencionado más arriba. El caso de Faulkner es sintomático. Fue uno
de los autores de los años 30 más admirados por la literatura argentina, Borges
y Cortázar a la cabeza. Su obra es una descripción alucinante y tormentosa de
la descomposición del pequeño y mediano campesino blanco yanqui ante el avance
demoledor de la crisis del ´30. Como Balzac, sin ser proletario ni tener ideas
progresistas, Faulkner dejó un testimonio inapelable contra el capitalismo
yanqui. Tanto es así que fue la guía de otros escritores norteamericanos que sí
tenían una conciencia de izquierda y anticapitalista (con matices de todos
colores), muchos de ellos que se hicieron comunistas y fueron perseguidos
brutalmete por el macartismo en los 40 y 50.
Su prosa es lenta y tediosa, acompañando el efecto de tedio
y putrefacción que quería semblantear en sus lectores a la hora de explicar la
sociedad norteamericana.
Fíjense que paradoja, el estalinismo negaba la obra de un
tipo con los mismos argumentos con que reivindicaba a Balzac o Emile Zolá sólo
porque era yanqui y su literatura es francamente demoralizadora. Pero además se
oponía a lo mejor de la literatura norteamericana, afiliada al PC de su país,
que daba una lucha cultural en la conciencia de la clase obrera en el corazón
del imperialismo.
Lo mismo podemos decir de la negación del “monólogo interior”.
Es un absurdo lógico creer que porque se narra desde el interior de la cabeza
de un solo tipo las conclusiones políticas necesariamente deben ser
individualistas. El propio Rivera lo demuestra, porque en El Precio nos mete dentro de la cabeza de un ser despreciable, un
burgués que tiene la cabeza llena de la peor escoria que pueda concebir la
humanidad.
Y de paso nos permite comprender
el origen lógico de seres humanos corrompidos por el afán de lucro.
Pero claro, estas incongruencias del estalinismo se explican
por su enorme falta de comprensión dialéctica de la literatura y la lucha
social, de los mecanismos intelectuales y anímicos que se ponen en juego en la sensibilidad
de los lectores. Stalin y sus secuaces imaginaban (imaginan todavía) que la
gente es boluda, que cualquier cosa que lea la va a leer igual y que somos
títeres que tomamos decisiones políticas basados en lo que leímos en una
novela. Por eso utilizaban como método la censura y la anatemización oficial,
en lugar de apelar al debate franco, al desarrollo de una conciencia crítica de
sus militantes. A ver si de tanto pensar con su propia cabeza se terminaban
yendo del partido.
La rebelión de la juventud comunista de los
60 contra el estalinismo
Y eso es precisamente lo que habilitó Rivera. Un profundo
debate entre las filas de la FJC y el PC sobre la porquería del realismo
socialista. Para más datos, la novela se publicó en Editorial Platina, dirigida
por Enrique Giúdici, una editorial que recibía fondos del PC pero que tenía una
identidad no oficial, no era Anteo ni Lautaro.
Esto producto de Héctor P. Agosti, miembro del CC del PCA
que si bien coincidía con la línea oficial entendía que debía alentarse un
debate menos cerrado, amparándose en la línea del comunismo italiano y francés,
que en los 50 y 60 promovía frentes con intelectuales liberales y católicos
enfrentados al nacismo y el fascismo. Agosti habilitaba fondos para los camaradas
que no pensaban como Zdhanov pero fuera de la cuerda de las empresas
editoriales oficiales, para no comprometer la línea oficial del partido.
Es el mismo proceso que llevó entre 1955 y 1964 a la ruptura
de la generación de poetas comunistas jóvenes como Juan Gelman con la revista El pan duro, de González Tuñón y Mangieri
con La rosa blindada o de Abelardo
Castillo con El escarabajo de oro.
Grandes escritores con mucho menos cartel hoy en día
provocaron rupturas de la misma intensidad y calidad entre la literatura de
izquierda, como Juan José Manauta aplicando tempranamente la tradición de Walt
Whitman a una literatura social que llegaría al paroximo en la obra de su
coterráneo entrerriano Juan L. Ortíz; el inextinguible Enrique Wernique que la
descosió con su novela de 1956 La Ribera,
donde reivindica la costosa organización revolucionaria de los trabajadores de
las islas del Tigre frente a las innumerables dificultades de un ambiente
sepultado por las inundaciones y la naturaleza en una prosa explícitamente
existencialista, rabiosamente sartreana que, sin embargo, se coloca muy a la
izquierda de un excelente y muy camusiano Haroldo Conti con Sudeste para la misma época.
Al contrario de lo que escribe Guerrero, podríamos decir que
toda una generación de militantes de origen obrero que además eran artistas
rompieron con el realismo socialista antes de romper con el PC. Me arriesgaría
a proponer una hipótesis mucho más audaz: la ruptura con el cánon zdhanoviano
habría generado una toma de distancia intelectual y material tan fuerte con los
métodos partidarios que sentó las bases de las posteriores rupturas políticas
definitivas de esta generación. Generación que rompió finalmente no por
cuestiones estéticas sino por la traición del estalinismo a Cuba entre 1959 y
1962, por la invasión a Hungría en el 56 y Praga en el 68, por la “coexistencia
pacífica” y el debate contra la pretensión de Mao de dar batalla al
imperialismo en cada rincón del 3er mundo en 1964.
Eso expresa la obra y la vida política de Andrés Rivera
hasta la dictadura.
Triste, solitario y final: las voces de la derrota
La otra caracterización estética que arriesga Guerrero sobre su literatura posterior a 1972 también es falsa, sin ir más lejos, su reconocida biografía de Juan Manuel de Rosas, El farmer, vuelve a usar el soliloquio interior del burgués de El Precio, cuarenta años después. Si hasta algunos seguidores le critican que no hizo más que reversionarse a sí mismo.
Después podemos debatir la última apreciación de Prensa Obrera: “En todos esos procesos, Rivera sugiere su propio desánimo, su decepción, las luchas enormes y la inevitabilidad de la derrota, como si el estalinismo hubiera roto las ilusiones del artista hasta que le fue imposible reconstruirlas. Así, incluso desde el punto de vista estilístico Rivera se replegó en la brevedad del cuento y la nouvelle.” (resaltado mío)
Después podemos debatir la última apreciación de Prensa Obrera: “En todos esos procesos, Rivera sugiere su propio desánimo, su decepción, las luchas enormes y la inevitabilidad de la derrota, como si el estalinismo hubiera roto las ilusiones del artista hasta que le fue imposible reconstruirlas. Así, incluso desde el punto de vista estilístico Rivera se replegó en la brevedad del cuento y la nouvelle.” (resaltado mío)
En lo personal -aclarando que no soy más que un simple
lector y no he tenido oportunidad de conocer el pensamiento de Rivera expresado
en infinidad de artículos periodísticos, charlas y entrevistas- creo que en su literatura
posterior a 1982, Rivera cabalga en la contradicción permanente entre la
desmoralización de la derrota y la necedad de seguir luchando aún sin pruebas,
casi como una cuestión de fé. Creo haber leído eso en Nada que perder y La
revolución es un sueño eterno.
Hasta donde sé, Rivera abandonó la militancia en el mismo
grado de compromiso inversamente proporcional que había tenido hasta los
setenta. Sin embargo siguió escribiendo y acompañando la impresionante obra de
construcción social de su compañera en una barriada obrera de Córdoba.
Esa contradicción entre el desánimo, el pesimismo y la desmoralización
creo que se terminaron de imponer después del argentinazo, cuando Rivera
asistió a una nueva ilusión truncada. Sus libros posteriores al 2004 son muy
dolorosos: describe con genialidad imposible de no conmoverse una clase obrera
descompuesta por la presión del narcotráfico y la barbarie.
¿Eso lo hace un autor
reaccionario? Entiendo que no y doy mis razones. En primer lugar que alguien me
venga a discutir que no es cierto que la clase obrera argentina ha sido
condenada a la barbarie en un grado nunca visto antes. No se puede acusar a
Rivera de mentiroso ni mucho menos. Pero además imagínese usted el impacto que
puede tener en la sensibilidad de un tipo que nació y se crió al calor de las
generaciones más maravillosas del proletariado argentino y mundial: la
generación de las revoluciones más importantes de la historia, las del siglo
XX.
Pero además se me ocurre ahora que esa visión de la barbarie
posterior al argentinazo, escrita y publicada a contramano de las falsas
ilusiones y los espejitos de colores que lanzaron a toda su generación excomunista
al abrazo fraterno con el kirchnerismo, Rivera estuvo dignamente a la izquierda
de los suyos. No aceptó en ningún momento la ilusión izquierdista de la “década
ganada”. Y por eso, quizás, no fue uno de sus intelectuales predilectos.
Entiendo que Rivera haya perdido la fe en la capacidad del
proletariado para resurgir de esa mierda y volver a soñar con tomar el cielo
por asalto. Lo entiendo incluso aunque no la comparta. Pero me parece injusto
acusarlo de reaccionario.
Luego descreía y entiendo que públicamente incluso atacaba a
los partidos de izquierda leninistas como “paleoizquierda” o algo por el
estilo. Claro, el compañero entiende que el estalinismo y el maoísmo llevaron
las ilusiones de cinco generaciones a la basura de la historia y cree que todos
van a terminar igual. También lo comprendo aunque no lo comparta. Pero tampoco
son ideas que corresponde tirar a la basura así nomás. La izquierda se debe
todavía un profundo debate sobre sus programas, estrategias y métodos. Creo con
esperanzas que los está dando y sueño conque los mejores triunfen.
¿Significa eso que el estalinismo quebró al artista? Me
parece una barbaridad. Rivera venció al estalinismo desde 1957 con la
contundencia de una obra exquisita y profundamente revolucionaria, desde lo
estético y desde lo conceptual. Porque es imposible leer a Rivera y salir de
allí sin millones de dudas y cuestionamientos de la realidad y de uno mismo. Y
eso es todo lo contrario del estalinismo.
Por eso Rivera caló hondo en mi generación. Porque entre
tanta bosta alfonsinista y llanto pusilánime de la derrota foquista del 70 Rivera
desnudó el alma partida de un militante genuino que luchó contra la desmoralización
de la derrota hasta el último día, sin darnos un veredicto definitivo. Incluso
más, sembrando en su obra elementos suficientes para que nosotres, sus
lectores/as, pudiésemos criticar su propia desmoralización.
Lo último es sencillamente incomprensible. ¿Por qué esta
idea que se refugió en la nouvelle y el cuento corto en relación a su derrota
política y moral? Rivera escanció en el cuento corto y la nouvelle casi
inmediatamente después de El Precio. Pero
además cualquier escritor de medio pelo como yo sabe que la extensión
contemporánea de las obras literarias está dictada por el costo del papel y por
lo tanto por los intereses del mercado editorial.
Pero además, esa interpretación soslaya que en la forma
breve de la narrativa de sus últimos veinte años, Rivera encontró su mejor
nivel como artesano de la palabra, sintetizando en pocos centímetros universos
enteros de color y filosofía. Lo mismo que Guerrero glorifica en Borges
minimiza en Rivera. ¿Por qué? Ni idea.
Contradictoriamente a medida que avanzaba su convencimiento
de la inevitabilidad de la barbarie, su prosa se tornó más justa, más clara,
más revolucionaria.
No me animo a ofrecer una explicación de las interpretaciones
ofrecidas por Guerrero aunque coincido plenamente con él –con motivos
opuestos- en que se trató de un “enorme e imprescindible escritor”.
Espero sencillamente haber hecho un aporte al debate, en el que muchos
saben mucho más que yo.
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