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sábado, 24 de diciembre de 2016

Vida y obra de Andrés Rivera: una polémica con Prensa Obrera

[contratapa de Cita, ediciones La Rosa Blindada de 1966 se lee "su primer novela, EL PRECIO (1957), desató una ruda polémica"]

Las lecturas posibles sobre la obra de un artista son siempre relativamente válidas. Estamos hablando de niveles de sensibilidad muy complejos y sutiles que entran en juego cuando un/a lector/a interpreta una obra cualquiera.

En el caso de un autor con la envergadura de Andrés Rivera –su prolífica obra, los diferentes períodos históricos que vivió y lo influyeron, etc.- hace que inevitablemente surjan muchas miradas y lecturas posibles. Rivera merece que todas ellas se publiquen y se desarrolle un debate que enriquezca la importancia de su aporte a la cultura argentina que fue silenciado por las industrias culturales y académicas oficiales.

Quiero contraponer una lectura personal a la necrológica de Alejandro Guerrero del 23/12 en Prensa Obrera (http://www.po.org.ar/prensaObrera/online/cultura/la-muerte-de-andres-rivera-un-enorme-escritor-y-su-tragedia#.WF6Zx6nZswM.facebook) no desde el punto de vista emocional y subjetivo (se trata de uno de los escritores que más me influyó personalmente) sino para poner a debate frente al público lector de ese periódico (militancia y simpatizantes) una serie de apreciaciones que me parecen claramente equivocadas.

La victoria de un escritor obrero y socialista

En primer lugar entiendo que la biografía personal que se ofrece es limitada y ambigua. El principal mérito de Rivera es haber llegado al podio de la literatura argentina desde un lugar por lo menos incómodo para el establishment y creo yo que absolutamente revolucionario: Marcos Ribak fue, durante toda su vida, un obrero. Nació en una familia de inmigrantes europeos, judíos para más datos y se crió en un conventillo de la calle Padilla, a orillas del Maldonado, cerca del segundo polo industrial de Buenos Aires después del Riachuelo.

El dato no es menor, porque si uno lee ingenuamente “Villa Crespo” a su memoria viene uno de los barrios más atildados (caretas) de la pequeño burguesía acomodada de la ciudad. No es para nada el barrio obrero y fabril donde se crió Rivera.

Además, su padre llegó a ser uno de los más destacados y desconocidos militantes sindicales textiles del movimiento obrero clasista, combativo e independiente de esos años. Tampoco se puede resumir la influencia político-sindical de la familia de Rivera en la fórmula de “su padre era del PC”. Porque el PC del padre de Rivera estaba en las antípodas del comunismo que supieron derrumbar los epígonos del estalinismo desde 1928 en adelante. Dirigente sindical combativo de la barriada obrera más combativa de su época, que parió la segunda gran huelga histórica después de la Semana Trágica que paralizó la producción de toda la ciudad durante una semana de enero de 1936 y que llegó a desenvolver las acciones directas y el enfrentamiento callejero más importante durante la Década Infame.

Ahí se crió Rivera, que obviamente vivió la crisis emocional y política de toda una generación frente al abandono de su partido de esa combatividad e independencia de clase a partir del final de esa misma huelga, cuando se torcieron las velas hacia el Frente Popular, la conciliación de clases con la burguesía nativa y el imperialismo en función de sostener los intereses económicos de la burocracia moscovita en el plano internacional, lo que terminó en el nefasto Frente con la embajada yanqui, el imperialismo británico, el PS y el liberalismo gorila en 1945.

En esa bisagra del peronismo Rivera salió el mismo a ganarse la vida como su padre en una fábrica textil de Villa Lynch, donde llegó a ser delegado –recuerden que el comunismo estaba proscripto por Perón- y donde según se deduce de su propia obra tuvo la contradictoria tarea de armar un frente con delegados peronistas para enfrentar después de 1955 al mismo tiempo a la dictadura gorila, a un empresario textil peronista y judío y al propio Perón que había huido dejando en banda a sus seguidores.

Eso es, sin más, lo que coagula en su primer novela, El Precio, de 1957.

Luego Rivera siguió siendo un obrero, pasando al oficio de periodista, que claramente potenció su trabajo como escritor. Es necesario señalar en detalle esto porque si uno conoce a Rivera por Prensa Obrera puede que la escueta descripción de Guerrero -“y fue, también él, obrero textil durante seis años (entre sus 20 y 26 de edad) en una fábrica en Villa Lynch”- permita una lectura clasista incorrecta del autor. Rivera llegó a la cumbre de la cultura argentina habiendo sido, toda su vida, un obrero, no como un pequeñoburgués que se jactaba de haber sido obrero sólo 6 años.

Además desde siempre fue un militante de izquierda. Y no uno que se llenaba la boca porque estaba de moda en esos años, sino uno que ligó su obra y su vida al combate por el socialismo. Claro que primero militó en el PC y luego en el maoísmo hasta que después del alfonsinismo tuvo como poco una actitud descreída de la militancia revolucionaria y me animo a decir sin saber que hasta debe haber abogado públicamente por el fracaso de los partidos leninistas.

¿Pero cuántos militantes y simpatizantes del comunismo no hicieron la misma experiencia negativa con el fracaso de las ilusiones revolucionarias planteadas por el Cordobazo ante la dictadura de Videla, el colapso de la URSS y el reconocimiento póstumo de las barbaridades del comunismo vernáculo en su famosa autocrítica de 1984-86?

Miles. Sí, miles de los que Andrés Rivera no escapó. Ojo. Miles de personas que entregaron su vida a una estrategia de construcción hacia el socialismo que fracasó y produjo derrotas históricas, pero que no eran los burócratas que lo hicieron a consciencia. Miles de Riveras que los militantes que suscriben y piquetean Prensa Obrera vienen intentando ganar a la ilusión renovada de construir un partido leninista desde los 80 hasta hoy. En lo personal no creo que lo puedan hacer desde el reproche acrítico de su pasado sino desde la comprensión de la enorme diferencia entre un dirigente estalinista y un militante intermedio o de base. Ni que hablar de la enorme periferia que tuvo el PC hasta el kirchnerismo.

Literatura y Revolución todo de nuevo

En segundo lugar Guerrero ofrece a los lectores de Prensa Obrera  dos caracterizaciones político-estéticas de su obra que simplemente se pueden refutar con datos objetivos.

No es cierto que “su primera novela es de 1956, El precio, seguida de otra, Los que no mueren. En los años siguientes publicó tres libros de cuentos: Sol de sábadoCita y El yugo y la marcha. Hasta El yugo y la marcha (1968) sigue la línea que el estalinismo le imponía a toda producción artística: el “realismo socialista” (no era realista y mucho menos socialista). Ambientadas en el mundo fabril, aquellas obras describen las huelgas y las luchas de los trabajadores con un optimismo sin fisuras, en medio de un avance lineal hacia la revolución. La representatividad de los personajes está dada sólo por la realidad social, por su lugar en las relaciones de producción.”

No sólo no es cierto, sino que cualquiera que conozca mínimamente por arriba la historia del impacto que generó El Precio entre la militancia y el frente cultural del PCA sabe que su novela fue uno de los tantos emergentes de toda una ruptura política y generacional contra el realismo socialista y el estalinismo.

Para resumir el problema. Rivera comparte con el estalinismo la pretensión de que una obra de arte tenga un resultado ético y moral, que sea un aporte para el desarrollo de una conciencia revolucionaria en sus lectores, que apunte obviamente a la construcción de su partido y su programa. Eso lo compartieron y lo compartimos otros que no fueron ni somos estalinistas.

Pero el decreto de Lúkacs, Zdhanov, Gorki y José Stalin de 1934 iba más allá: proponía un estrecho catálogo de formas estéticas que representaban una obra socialista y anatemizaba duramente a los que no lo hacían. Entonces la novela revolucionaria debía sí o sí ser costumbrista, naturalista al estilo de Zolá, Balzac, etc. y todos los personajes debían ser arquetipos de las clases sociales y sus rasgos individuales debían ser borrados. Obviamente la trama y la estructura debían ofrecer un choque entre posiciones políticas claras (burguesía liberal, proletariado, etc.) y tenían que ganar los “buenos”. Entre los enemigos estéticos más odiados se encontraba el recurso formal del “monólogo interior” inmortalizado por el Ulisses, del irlandés James Joyce. Una novela de centenares de páginas que transcurre en un solo día y se cuenta desde la cabeza del protagonista.

El estalinismo escribió océanos de tinta explicando que ese recurso sostenía una visión hiper-individualista de la sociedad y que por lo tanto era la puerta de entrada para otro demonio literario de la época: el existencialismo sartreano o camusiano.

El precio, cuenta los horrores de la explotación cotidiana de los obreros textiles de Villa Lynch de una forma hermosa, que reivindica la sensibilidad de un explotado ante el intento de embrutecimiento de su patrón. Al mismo tiempo y en paralelo va describiendo la hipocresía y la descomposición moral de un patrón que vendió a sus compañeros de etnia y de trabajo para transar con el peronismo la apertura de su fábrica y cagar obreros a más no poder. En esto acuerdo con Guerrero, se trata de una obra guiada por un interés moral y político: destrozar la imagen de la burguesía nacional y popular que el peronismo había sembrado en la cabeza de la clase obrera. 

Pero lo hizo usando recursos técnicos de los dos escritores más odiados por el Realismo Socialista: el norteamericano William Faulkner y James Joyce mencionado más arriba. El caso de Faulkner es sintomático. Fue uno de los autores de los años 30 más admirados por la literatura argentina, Borges y Cortázar a la cabeza. Su obra es una descripción alucinante y tormentosa de la descomposición del pequeño y mediano campesino blanco yanqui ante el avance demoledor de la crisis del ´30. Como Balzac, sin ser proletario ni tener ideas progresistas, Faulkner dejó un testimonio inapelable contra el capitalismo yanqui. Tanto es así que fue la guía de otros escritores norteamericanos que sí tenían una conciencia de izquierda y anticapitalista (con matices de todos colores), muchos de ellos que se hicieron comunistas y fueron perseguidos brutalmete por el macartismo en los 40 y 50.

Su prosa es lenta y tediosa, acompañando el efecto de tedio y putrefacción que quería semblantear en sus lectores a la hora de explicar la sociedad norteamericana.
Fíjense que paradoja, el estalinismo negaba la obra de un tipo con los mismos argumentos con que reivindicaba a Balzac o Emile Zolá sólo porque era yanqui y su literatura es francamente demoralizadora. Pero además se oponía a lo mejor de la literatura norteamericana, afiliada al PC de su país, que daba una lucha cultural en la conciencia de la clase obrera en el corazón del imperialismo.

Lo mismo podemos decir de la negación del “monólogo interior”. Es un absurdo lógico creer que porque se narra desde el interior de la cabeza de un solo tipo las conclusiones políticas necesariamente deben ser individualistas. El propio Rivera lo demuestra, porque en El Precio nos mete dentro de la cabeza de un ser despreciable, un burgués que tiene la cabeza llena de la peor escoria que pueda concebir la humanidad. 

Y de paso nos permite comprender el origen lógico de seres humanos corrompidos por el afán de lucro.

Pero claro, estas incongruencias del estalinismo se explican por su enorme falta de comprensión dialéctica de la literatura y la lucha social, de los mecanismos intelectuales y anímicos que se ponen en juego en la sensibilidad de los lectores. Stalin y sus secuaces imaginaban (imaginan todavía) que la gente es boluda, que cualquier cosa que lea la va a leer igual y que somos títeres que tomamos decisiones políticas basados en lo que leímos en una novela. Por eso utilizaban como método la censura y la anatemización oficial, en lugar de apelar al debate franco, al desarrollo de una conciencia crítica de sus militantes. A ver si de tanto pensar con su propia cabeza se terminaban yendo del partido.

La rebelión de la juventud comunista de los 60 contra el estalinismo

Y eso es precisamente lo que habilitó Rivera. Un profundo debate entre las filas de la FJC y el PC sobre la porquería del realismo socialista. Para más datos, la novela se publicó en Editorial Platina, dirigida por Enrique Giúdici, una editorial que recibía fondos del PC pero que tenía una identidad no oficial, no era Anteo ni Lautaro.

Esto producto de Héctor P. Agosti, miembro del CC del PCA que si bien coincidía con la línea oficial entendía que debía alentarse un debate menos cerrado, amparándose en la línea del comunismo italiano y francés, que en los 50 y 60 promovía frentes con intelectuales liberales y católicos enfrentados al nacismo y el fascismo. Agosti habilitaba fondos para los camaradas que no pensaban como Zdhanov pero fuera de la cuerda de las empresas editoriales oficiales, para no comprometer la línea oficial del partido.  

Es el mismo proceso que llevó entre 1955 y 1964 a la ruptura de la generación de poetas comunistas jóvenes como Juan Gelman con la revista El pan duro, de González Tuñón y Mangieri con La rosa blindada o de Abelardo Castillo con El escarabajo de oro.

Grandes escritores con mucho menos cartel hoy en día provocaron rupturas de la misma intensidad y calidad entre la literatura de izquierda, como Juan José Manauta aplicando tempranamente la tradición de Walt Whitman a una literatura social que llegaría al paroximo en la obra de su coterráneo entrerriano Juan L. Ortíz; el inextinguible Enrique Wernique que la descosió con su novela de 1956 La Ribera, donde reivindica la costosa organización revolucionaria de los trabajadores de las islas del Tigre frente a las innumerables dificultades de un ambiente sepultado por las inundaciones y la naturaleza en una prosa explícitamente existencialista, rabiosamente sartreana que, sin embargo, se coloca muy a la izquierda de un excelente y muy camusiano Haroldo Conti con Sudeste para la misma época.

Al contrario de lo que escribe Guerrero, podríamos decir que toda una generación de militantes de origen obrero que además eran artistas rompieron con el realismo socialista antes de romper con el PC. Me arriesgaría a proponer una hipótesis mucho más audaz: la ruptura con el cánon zdhanoviano habría generado una toma de distancia intelectual y material tan fuerte con los métodos partidarios que sentó las bases de las posteriores rupturas políticas definitivas de esta generación. Generación que rompió finalmente no por cuestiones estéticas sino por la traición del estalinismo a Cuba entre 1959 y 1962, por la invasión a Hungría en el 56 y Praga en el 68, por la “coexistencia pacífica” y el debate contra la pretensión de Mao de dar batalla al imperialismo en cada rincón del 3er mundo en 1964.

Eso expresa la obra y la vida política de Andrés Rivera hasta la dictadura.

Triste, solitario y final: las voces de la derrota

La otra caracterización estética que arriesga Guerrero sobre su literatura posterior a 1972 también es falsa, sin ir más lejos, su reconocida biografía de Juan Manuel de Rosas, El farmer, vuelve a usar el soliloquio interior del burgués de El Precio, cuarenta años después. Si hasta algunos seguidores le critican que no hizo más que reversionarse a sí mismo.

Después podemos debatir la última apreciación de Prensa Obrera: “En todos esos procesos, Rivera sugiere su propio desánimo, su decepción, las luchas enormes y la inevitabilidad de la derrota, como si el estalinismo hubiera roto las ilusiones del artista hasta que le fue imposible reconstruirlas. Así, incluso desde el punto de vista estilístico Rivera se replegó en la brevedad del cuento y la nouvelle.” (resaltado mío)

En lo personal -aclarando que no soy más que un simple lector y no he tenido oportunidad de conocer el pensamiento de Rivera expresado en infinidad de artículos periodísticos, charlas y entrevistas- creo que en su literatura posterior a 1982, Rivera cabalga en la contradicción permanente entre la desmoralización de la derrota y la necedad de seguir luchando aún sin pruebas, casi como una cuestión de fé. Creo haber leído eso en Nada que perder y La revolución es un sueño eterno.

Hasta donde sé, Rivera abandonó la militancia en el mismo grado de compromiso inversamente proporcional que había tenido hasta los setenta. Sin embargo siguió escribiendo y acompañando la impresionante obra de construcción social de su compañera en una barriada obrera de Córdoba.

Esa contradicción entre el desánimo, el pesimismo y la desmoralización creo que se terminaron de imponer después del argentinazo, cuando Rivera asistió a una nueva ilusión truncada. Sus libros posteriores al 2004 son muy dolorosos: describe con genialidad imposible de no conmoverse una clase obrera descompuesta por la presión del narcotráfico y la barbarie.

¿Eso lo hace un autor reaccionario? Entiendo que no y doy mis razones. En primer lugar que alguien me venga a discutir que no es cierto que la clase obrera argentina ha sido condenada a la barbarie en un grado nunca visto antes. No se puede acusar a Rivera de mentiroso ni mucho menos. Pero además imagínese usted el impacto que puede tener en la sensibilidad de un tipo que nació y se crió al calor de las generaciones más maravillosas del proletariado argentino y mundial: la generación de las revoluciones más importantes de la historia, las del siglo XX.

Pero además se me ocurre ahora que esa visión de la barbarie posterior al argentinazo, escrita y publicada a contramano de las falsas ilusiones y los espejitos de colores que lanzaron a toda su generación excomunista al abrazo fraterno con el kirchnerismo, Rivera estuvo dignamente a la izquierda de los suyos. No aceptó en ningún momento la ilusión izquierdista de la “década ganada”. Y por eso, quizás, no fue uno de sus intelectuales predilectos.

Entiendo que Rivera haya perdido la fe en la capacidad del proletariado para resurgir de esa mierda y volver a soñar con tomar el cielo por asalto. Lo entiendo incluso aunque no la comparta. Pero me parece injusto acusarlo de reaccionario.

Luego descreía y entiendo que públicamente incluso atacaba a los partidos de izquierda leninistas como “paleoizquierda” o algo por el estilo. Claro, el compañero entiende que el estalinismo y el maoísmo llevaron las ilusiones de cinco generaciones a la basura de la historia y cree que todos van a terminar igual. También lo comprendo aunque no lo comparta. Pero tampoco son ideas que corresponde tirar a la basura así nomás. La izquierda se debe todavía un profundo debate sobre sus programas, estrategias y métodos. Creo con esperanzas que los está dando y sueño conque los mejores triunfen.

¿Significa eso que el estalinismo quebró al artista? Me parece una barbaridad. Rivera venció al estalinismo desde 1957 con la contundencia de una obra exquisita y profundamente revolucionaria, desde lo estético y desde lo conceptual. Porque es imposible leer a Rivera y salir de allí sin millones de dudas y cuestionamientos de la realidad y de uno mismo. Y eso es todo lo contrario del estalinismo.

Por eso Rivera caló hondo en mi generación. Porque entre tanta bosta alfonsinista y llanto pusilánime de la derrota foquista del 70 Rivera desnudó el alma partida de un militante genuino que luchó contra la desmoralización de la derrota hasta el último día, sin darnos un veredicto definitivo. Incluso más, sembrando en su obra elementos suficientes para que nosotres, sus lectores/as, pudiésemos criticar su propia desmoralización.

Lo último es sencillamente incomprensible. ¿Por qué esta idea que se refugió en la nouvelle y el cuento corto en relación a su derrota política y moral? Rivera escanció en el cuento corto y la nouvelle casi inmediatamente después de El Precio. Pero además cualquier escritor de medio pelo como yo sabe que la extensión contemporánea de las obras literarias está dictada por el costo del papel y por lo tanto por los intereses del mercado editorial.

Pero además, esa interpretación soslaya que en la forma breve de la narrativa de sus últimos veinte años, Rivera encontró su mejor nivel como artesano de la palabra, sintetizando en pocos centímetros universos enteros de color y filosofía. Lo mismo que Guerrero glorifica en Borges minimiza en Rivera. ¿Por qué? Ni idea.

Contradictoriamente a medida que avanzaba su convencimiento de la inevitabilidad de la barbarie, su prosa se tornó más justa, más clara, más revolucionaria.

No me animo a ofrecer una explicación de las interpretaciones ofrecidas por Guerrero aunque coincido plenamente con él –con motivos opuestos- en que se trató de un “enorme e imprescindible escritor”.

Espero sencillamente haber hecho un aporte al debate, en el que muchos saben mucho más que yo.

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