Capítulo 17
Julito jugando en Tlön
“En
los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es
raro que los libros estén firmados. No existe el concepto de plagio: se ha
establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y
es anónimo.”
Jorge Luis Borges, 1941
Los árboles comparten con las montañas la
posibilidad de ser puentes naturales con el cielo, mucho más efectivos que sus
imitaciones de cemento, piedra o metal, construidas por los seres humanos en
los últimos cinco mil años o más. Cada tanto nos cortan el devenir continuo de
los paisajes acostumbrados para recordarnos que debajo nuestro late un planeta
que sobrevivirá a la imaginación humana.
Quizá por eso sentía en la charla con la
Negra que una vieja obsesión se soldaba dentro mío terminando de completar un
largo proceso que me impedía escribir y luego publicar. Una serie de charlas
como esa con la Negra fueron las que me convencieron de ordenar mis mejores
relatos y publicarlos casi en la misma semana que Santos apareció en mi vida
para comprometerme en este nuevo -y entiendo que definitivo- viaje.
Pero esta charla, bajo las sombras
violáceas que iban ganando la batalla crespuscular a los anaranjados y rosas
anteriores, creadas por el amparo de las extrañas ramas del árbol de Artigas,
en la plaza donde los chicos pobres de las familias de la ex AU3 juegan a volar
con sus hamacas y a viajar en el tiempo y el espacio en los caballos y aviones
de falso aluminio y chapa de la calesita, en los antiguos y exclusivos terrenos
de la quinta del potentado Ortúzar, movió en mi mundo afectivo un paso más: me
convenció de que escribir era algo más que una deuda pendiente conmigo mismo
que debía saldar como quien cumple alguna fantasía postergada en medio de una
crisis existencial.
Ser escritor debía incluir necesariamente
la obligación de sostenerme en un camino de aprendizaje y lucha permanente, por
construir un público lector, por publicar contra los obstáculos del mercado, la
lucha de clases, y las presiones concretas de una vida material que obliga
sobre todo a quitarle el tiempo a la escritura para “vivir de otra cosa”.
Habrá sido esa sensación de cierre, el
cansancio de poner en palabras la historia de una vida sufrida a los golpes o
el fin de la birra, lo que decidieron a Victoria a no acompañarme a entrevistar
a Ferri en la estación. Como sea, nos despedimos y quedó en irlo a buscar al
Tony y asegurar que venga a la hora prefijada al desván octogonal del Barolo
para que no cague la vuelta con un posible “cuelgue”.
-Dale, te conozco, vas a ver si podés
co-participar del “cuelgue” del Tony…
-Ponele. Nos vemos en el Barolo, no te
pierdas.
También le costaba a ella mucho más que a
mí, por eso de que ya era una escritora asumida, digamos, cometer el desplante
de entrevistar a un escritor del que no conocíamos ni una línea de su obra. En
mi caso, la autoconciencia corporativa no presionaba tanto como la urgencia de
conseguir nuevas pistas para descubrir los usos de la maquinaria de la SIDE.
Llegué a la Estación Tronador poco antes
del cierre al público, a las once de la noche, me presenté a los compañeros de
la boletería que me recordaban de la movilización “reciente” del primero de
Mayo y de todas las veces que pusimos la mesita de agitación a la salida de las
escaleras mecánicas. Esperé a que me señalaran “al compañero escritor” pero
cuando lo vi bajar por la escalera, simplemente supe que se trataba de él.
Fue como haber visto a Roberto Arlt
vestido con el mameluco azul oscuro con las mangas y botamangas cruzadas por
las franjas fosforecentes de la señalización de seguridad obligatoria de la
empresa. Un tipo alto, rayano al metro noventa, con hombros anchos y brazos
fornidos, evidentemente usados en combate, no podía saber si en algún deporte
de contacto o en la calle, coronado por una cabeza grande y pesada, con un
corte al ras medio extraño, como si hubiesen talado a desgano una historia de
pelo largo o una especie de corte punk muy amateur.
Lo cierto es que el parecido de los rasgos
con los viejos retratos fotográficos en blanco y negro del autor de El juguete rabioso me sorprendieron en
la forma acostumbrada de esos días.
Decidí que estaba demasiado cansado para
sostener un grupo importante de mentiras y me presenté como un militante del
barrio, interesado en acercarle el periódico e invitarlo al Congreso del
Movimiento Obrero y la Izquierda que preparábamos para el 6 de noviembre de ese
año en el Luna Park. Metería las inquietudes sobre su laburo de escritor, como
quien no quiere la cosa, en alguna de las grietas de la charla, y trataría de
saber si tenía alguna idea de la relación entre los primeros constructores del
Subte y la literatura, cosa de resolver la posibilidad de una logia de
escritores ligada al temita del templo-máquina del tiempo.
Por suerte, Ferri me resolvió todas las
urgencias en su primer respuesta.
-Disculpame cumpa, pero me acabo de meter
hace poco a laburar acá, la verdad que no te puedo discutir mucho de la
política gremial. Tus compañeros ya me pasaron El Periódico otras veces, y
respeto mucho la militancia de ustedes, pero no la comparto del todo, ¿viste? Yo
en realidad vengo de laburar en mil cosas antes, pero sobre todo soy escritor y
periodista, ¿viste? Los laburos me sirven para garparme la comida mientras sigo
escribiendo.
-Ah, mirá qué loco –dije poniendo mi mejor
cara de boludo- qué casualidad, che, yo también escribo… bah, acabo de sacar mi
primer libro, estoy intentando salir del clóset…
-Buenísimo loco. Tranquilo, yo ya publiqué
tres y recién ahora está empezando a rebotar el último… hay que tener paciencia
továrich.
-¿Cómo se llama?
-Que
de lejos parecen moscas, una novela negra, un policial bah, que sacó un
premio en España…
-Epa, pero sos famoso…
-No, no, los premios no dan fama, ni
dinero, pero te sirven para alimentar al escritor.
-¿Y sobre qué trata che? –preguntaba con
más ganas de saber si la suerte me iba a seguir acompañando hasta las pistas de
la logia de escritores que por satisfacer mi curiosidad.
-Es la historia de un hijo de mil putas
que tiene un día de mierda. –dijo con firmeza, parco pero con cierto humor
irónico que se le adivinaba en la comisura izquierda de la boca, si le ponía un
sobretodo de tela marrón podía jurar que estaba hablando con Boogie el Aceitoso
pero más flaco.
Decidí seguirle la corriente –Con eso ya
me convenciste de comprarlo. ¿Hijo de puta por qué? ¿Mató a alguien o es
Ministro de Economía…?
La humorada política pareció gustarle,
algo de su postura de boxeador en guardia se ablandó y soltó una risa honesta y
directa, antes de decirme que se trataba de un empresario que había reventado a
los delegados de izquierda en los 70, mandó la fábrica a la quiebra con Videla
y la transformó en un cabarulo con el que se llenó de guita y siguió haciendo
“negocios” con toda la porquería posible y los partidos patronales en
democracia…
-Un verdadero hijo de puta –dije,
convencido y emocionado, porque una hilacha izquierdista se le había dejado ver
en la descripción de su trabajo mucho más que en el uso de palabras rusas para
decir “compañero” –espero que lo hayas hecho sufrir en serio…
-Ponele la firma, fue lo que más disfruté
de escribirla, la sensación de que en una de esas se podía hacer realidad…
La sola mención de la posibilidad de que
sus ficciones se hagan reales me alcanzó y sobró para decidir a avanzar en el
objetivo de mi entrevista, consciente que este tipo estaba por fichar y en
cualquier momento sería demasiado tarde para continuar.
-Mirá qué loco, ¿no? Un escritor de
izquierda laburando en el Subte, ¿debe ser el primer caso en la historia, no?
Efectivamente el compañero Ferri pisó el
palito y no pudo contener esa voluntad de compartir información con un
auditorio curioso, pesaba más su instinto de periodista que su nóvel trabajo de
barrendero subterráneo…
-No, para nada. Estuve averiguando, porque
yo ya sabía que Robertito Arlt –lo dijo así, con un tono amistoso, como si
hubiesen compartido un vino de sobremesa- le había dedicado varias aguafuertes
en el diario, de hecho usaba la línea A bastante seguido, para ir a la
redacción del Crítica, en Avenida de
Mayo. Cortázar también escribió sobre los subtes y a que no sabe, cumpa… el
mismísimo Borges escribió participaciones en la antigua revista de la compañía
que administraba el Subte en los 30 y los 40.
-De las aguafuertes me acuerdo, lo de
Borges me deja perplejo –dije mintiendo un poco, ya que a esta altura del viaje
mi capacidad de asombro estaba muy esmerilada- ¿Cortázar hablaba de la
sensación de que el tiempo dura más cuando uno lee en el Subte o algo así, no?
¿Nunca pensaste que esos flashes de Cortázar con el tiempo y el espacio estaría
buenísimo que no fuesen ficciones y que le hayan pasado de verdad al tipo? ¿No sería maravilloso poder meterse en Galería
Güemes y salir en París? ¿O que realmente viajar en Subte estire el tiempo?
La carnada estaba tirada. Sólo dependía
del grado de confianza en sí mismo y en la verosimilitud del personaje que le
había montado para que, en caso de que supiera algo, Ferri se decidiese a
contármelo.
Algo parecido a ese momento en que el
glaciar cruje antes de quebrarse creí ver en el gesto de Ferri cuando terminé
de preguntar. Se corrió un mechón de pelo de la frente, mechón que no existía
salvo en el recuerdo involuntario de su cuerpo. Una sombra pareció correr
delante de su mirada y cuando finalmente decidió hablarme, sus ojos eran de
hierro bajo las pobladas cejas y la ancha y poderosa frente.
-Las casualidades no existen, cumpa.
Todavía no encontré las pruebas, pero llevo varios años investigando una
curiosidad. El relato de Cortázar me pareció una de sus geniales ocurrencias
hasta que ví la peli Moebius, de un
grupo de estudiantes de cine, filmada con poca guita en 1996, basada en un
cuento de Joseph Deutsch de 1950. Varias razones me trajeron a buscar este
laburo, pero le confieso, cumpa, que estoy tras una pista que me obsesiona.
-No tengo idea de lo que me habla, Ferri…
¿una película? ¿De qué trata?
-La posibilidad de que haya formaciones de
trenes que alcancen una velocidad que les permita moverse en el espacio, hacia
otras dimensiones.
-Una peli de ciencia ficción.
-Sí, pero inspirada en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius…
-… ya veo, el producto de la imaginación
que se hace realidad… no creerá que hay trenes que viajan en el tiempo, Ferri…
¿usted boxea?
-¿Por qué lo pregunta?
-Por si los golpes a la cabeza lo
afectaron, compañero…
-Boxeo, no, practico Tae-Kwon-Do, un arte
marcial de origen…
-…coreano. Conozco, llegué a verde punta
azul hace muchos años y abandoné porque no soportaba el militarismo de los sabon…
-“Sabón” quiere decir “persona modelo”, no
hagamos cargo a una hermosa filosofía de los desvíos de algunos descarriados.
-Tiene razón, lo admito.
Tomó la iniciativa después de ganar el
primer round.
-Los golpes no le hicieron nada a mi
cabeza, cumpa. Hay una relación entre el relato de Cortázar evidente con el
guión de la película.
-¿Que transcurre en el Subte de París?
¿Que flashea con los juegos adolescentes que hace uno en el Subte cuando hace
un viaje largo? ¿Que se divierte sugiriendo una flexibilidad en el tiempo
generada por la velocidad del tren y las diferentes velocidades de los cuerpos
en él y sus reflejos en los vidrios?
-No, no. Vos estás hablando de Manuscrito en un bolsillo, el de Octaedro…
-Sí, claro.
-Yo te hablo de Texto en libreta, de Queremos
tanto a Glenda, recordando las historias neuróticas que se le ocurrían a
los treinta años cuando le tocó usar varias temporadas seguidas la Línea
“Anglo” del Subte en 1947, cuando el 86 de La Boca a Liniers era todavía un
tranvía y no un bondi volador. Una especie de flash que mezcla la paranoia de
Sábato de la secta de ciegos con la idea de Tlön
invadiendo y apoderándose de la realidad en una aguafuerte de Arlt.
-¿Qué pasa en ese cuento?
-Cortázar sugiere la existencia de una
extraña secta que vive bajo tierra, en las estaciones y las formaciones,
eternamente, que él llama genialmente “leucocitos”, porque ya llevan tanto
tiempo “abajo” sin luz solar que son “muy blancos”, lo que le da un tono de
alucinación visual lisérgica.
-Como una peli de Alejandro Cohen Arazi…
-¿Quién?
-Un loco del Ojo Obrero y del DOCA, amigo
mío… un genio, el de Córtenla, sobre
los callcenters… un genio, lo tenés que ver….
-Dale… te decía entonces….
-… una secta de leucocitos bajo tierra…
-… que al mismo tiempo juega con la idea
de los túneles como arterias de la ciudad, y te hace imaginar la ciudad como un
mecanismo biológico que nos conecta donde somos simples células, interactuando
con nuestras funciones específicas pre-establecidas, una especie de cinta de
moebius, de situación de repetición eterna, generada debajo del Subte, con los
propios vagones, etc. ¿Parece un homenaje a Borges, no? ¿Un reconocimiento
póstumo al viejo inventor de fantasías? ¿Su Maestro?
-Parece una interpretación muy forzada
Ferri. ¿Cómo sabe que no está imaginándolo todo?
-A veces siento eso, sobre todo cuando
escribo…
-Bueno Ferri, o sea que usted está en la
fase de investigación para una novela. ¿Está escribiendo una ahora? ¿Tiene que
ver con Borges y Cortázar, también?
-No, no, tiene que ver con Philip Dick, es
de ciencia ficción… futurista.
-El
castillo rojo…
-Sí, ¿qué pasa?
-¿La leyó?
-La tengo en carpeta… ¿por?
-Está inspirada en Tlön, Uqbar… y comparte una crítica al nazismo con Borges, aunque
de izquierda.
-Tomo el dato. Pero no le prometo que vaya
a incluirlo en la novela.
-No importa Ferri. Usted es raro, me deja
sin saber quién es el asesino al final de la anécdota. Todavía no tiene pruebas
suficientes para darse cuenta cabal de si está soñando despierto una novela
mientras trabaja o si realmente hay una secta de gente que vive en los túneles
que gusta de viajar eternamente en el tiempo, un eterno e infinito retorno…
-Francamente…
-…si es tan amable, Ferri…
-No, no las tengo. Recién arranco.
No parecía un tipo vencido, aunque sí
quizás algo loco. Amagó volver al laburo y se despidió con la mirada pensativa,
perdida en el aire, como si hubiese sido shockeado con alguna verdad medio
evidente y a mí me dejó ver claramente. Un poco por compasión, lo paré de nuevo
y lo saqué del pantano:
-Ah… Ferri… una última cuestión, muy
menor… ¿puede ser?
-Diga, cumpa…
-¿A qué se refiere conque “nos respeta
pero no comparte todas nuestras posiciones”?
-A que me parece que le aplican demasiado
fácilmente el sellito “burócrata” a cualquier dirigente sindical que no sea de
ustedes, y el Beto no se lo merece…
-No es contra el “Beto”, Ferri, es contra
toda la burocracia podrida de Yasky… más de veinte años de atornillados a las
sillas de Ctera y CTA… ya son peores que los burócratas radicales y socialistas
con los que fundaron Ctera entre 1969 y 1974…. Destrozaron su propio sueño de
fundar una central obrera democrática y clasista que superase a la CGT…
-La enfermedad infantil de la izquierda. Cualquiera
tiene huevos para cortar las vías… pero no son medidas populares y si la masa
enorme de los compañeros y compañeras no la ve, tenemos que conseguir cosas con
otras tácticas…
-Mire Ferri, no nos vamos a pelear, pero
eso ya lo escuché miles de veces. A
fines de los 90, cuando yo empecé a militar, hasta en las luchas docentes del
2007 al 2010, los burócratas reformistas que venían del estalinismo repetían
“que faltaba masa crítica”… y siempre les va a faltar “masa crítica”. Pero
cuando fuimos a fondo en los métodos de acción directa, frente único y
asamblea, siempre obtuvimos mejores resultados que ellos. Y cuando yo empecé a
escuchar esos razonamientos, el PC y el Mst eran dos formidables máquinas
políticas en crecimiento y mirá lo que son ahora… No me va a venir otra vez con
el viejo planteo del MIC y lo de “cavar trincheras con la burocracia”, ¿no?
La verdad es que era injusto discutir con
el compañero teniendo los dos años de derrumbe del kirchnerismo como prueba a
mi favor. También hubiese sido demasiado obvia mi impostación esforzándome por
remitirme a los conocimientos que tenía hasta mayo del 2014. Me limité a
remarcarle el crecimiento electoral del año anterior de un Frente de Izquierda
que contenía por primera vez un planteo de independencia de clase y de gobierno
obrero en el medio de un amplio frente electoral.
-La revolución es un sueño eterno
–contestó para cerrar la charla ofreciéndome una tregua desde donde dos
cabrones pueden, sin embargo, continuar algún tipo de amistad.
-Ah, uno de mis escritores preferidos
también, Ferri. La revolución es un sueño que no se debe abandonar nunca, pero…
¿también coincide con Rivera en que es prácticamente una utopía imposible de
concretar?
-Me parece que los trotskistas tenemos que
aprender del pasado, compañero, y dejar las ultradas y correr por izquierda a
agrupaciones que van haciendo un camino en las grietas que va dejando el
sistema. ¿No le parece?
-Me parece que hay compañeros que tienen
muy buenas intenciones, Ferri, pero que terminan negociando con el kirchnerismo
y contribuyen a este enorme pacto político y social que sólo hace crecer al
macrismo.
-Hasta ahora no perdimos ninguna de las
históricas conquistas de los delegados del Subte… además, el kirchnerismo es lo
que hay, con todos sus quilombos y límites… que yo critico…
-Dejémoslo ahí, Ferri. Usted me parece un
buen tipo, un personaje. Quizá algún día podamos ser amigos, y comparar notas…
dejemos que la realidad corra y juzgue quién de los dos se acercaba más al
bochín, ¿no le parece?
-Dele. Siempre y cuando sea con un par de
birras bien frescas y una rockola tirando Motorhead –decía, acompañándose de
cuernitos y movimientos afirmativos de cabeza muy violentos, que me hicieron
comprender, sin más dudas, el origen de los tics con el pelo largo invisible…
-Miré, yo prefiero un Manal, o un Aeroblus.
-Compro. Me meto al laburo…
-Hasta siempre, Ferri.
-¡Qué no ni no! ¡Adiós tóvarich escritor!
Gritaba mientras alzaba su brazo
izquierdo, haciendo que la imagen que lo acompañó en mi retina todo este
tiempo, la de “Robertito” Arlt, se viera todavía mucho más irreal.
Era innegable que había obtenido una
prueba aproximada. Evidentemente ya éramos dos escritores con otro oficio
terrenal para pagar las cuentas obsesionados con películas de poca difusión,
con oscuros detectives-profesionales-eruditos que rastrean narrativa de ciencia
ficción mezclada con filosofía y extrañas sectas secretas que se complotan para
viajar en el tiempo. Los ciegos parecíamos nosotros, buscando a tientas en esta
maraña de un montón de cosas al mismo tiempo que es la lucha por sobrevivir, lo
que todos los locos buscamos, sea cual fuere nuestro sueño delirante:
respuestas.
Con dos ya éramos una secta, o el
principio de una epidemia viral, que como dice el poeta, no es lo mismo,
pero...
Otra relación nos unía: los dos queríamos
luchar contra el mismo enemigo, pero teníamos diferentes estrategias. Si hay
honestidad y respeto mutuos, esas son buenas bases para construir puentes. Al
fin y al cabo ellos también estuvieron en la gloriosa lucha de las 6 horas en
el 2000, con el Gran Charly…. ¡Me había olvidado de Charly! Tenía que encontrar
a Santos Capobianco.
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