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lunes, 19 de diciembre de 2016

CAPÍTULO 17. Julito jugando en Tlön

Capítulo 17

Julito jugando en Tlön


“En los hábitos literarios también es todopoderosa la idea de un sujeto único. Es raro que los libros estén firmados. No existe el concepto de plagio: se ha establecido que todas las obras son obra de un solo autor, que es intemporal y es anónimo.”
Jorge Luis Borges, 1941


Los árboles comparten con las montañas la posibilidad de ser puentes naturales con el cielo, mucho más efectivos que sus imitaciones de cemento, piedra o metal, construidas por los seres humanos en los últimos cinco mil años o más. Cada tanto nos cortan el devenir continuo de los paisajes acostumbrados para recordarnos que debajo nuestro late un planeta que sobrevivirá a la imaginación humana.
Quizá por eso sentía en la charla con la Negra que una vieja obsesión se soldaba dentro mío terminando de completar un largo proceso que me impedía escribir y luego publicar. Una serie de charlas como esa con la Negra fueron las que me convencieron de ordenar mis mejores relatos y publicarlos casi en la misma semana que Santos apareció en mi vida para comprometerme en este nuevo -y entiendo que definitivo- viaje.
Pero esta charla, bajo las sombras violáceas que iban ganando la batalla crespuscular a los anaranjados y rosas anteriores, creadas por el amparo de las extrañas ramas del árbol de Artigas, en la plaza donde los chicos pobres de las familias de la ex AU3 juegan a volar con sus hamacas y a viajar en el tiempo y el espacio en los caballos y aviones de falso aluminio y chapa de la calesita, en los antiguos y exclusivos terrenos de la quinta del potentado Ortúzar, movió en mi mundo afectivo un paso más: me convenció de que escribir era algo más que una deuda pendiente conmigo mismo que debía saldar como quien cumple alguna fantasía postergada en medio de una crisis existencial.
Ser escritor debía incluir necesariamente la obligación de sostenerme en un camino de aprendizaje y lucha permanente, por construir un público lector, por publicar contra los obstáculos del mercado, la lucha de clases, y las presiones concretas de una vida material que obliga sobre todo a quitarle el tiempo a la escritura para “vivir de otra cosa”.
Habrá sido esa sensación de cierre, el cansancio de poner en palabras la historia de una vida sufrida a los golpes o el fin de la birra, lo que decidieron a Victoria a no acompañarme a entrevistar a Ferri en la estación. Como sea, nos despedimos y quedó en irlo a buscar al Tony y asegurar que venga a la hora prefijada al desván octogonal del Barolo para que no cague la vuelta con un posible “cuelgue”.
-Dale, te conozco, vas a ver si podés co-participar del “cuelgue” del Tony…
-Ponele. Nos vemos en el Barolo, no te pierdas.
También le costaba a ella mucho más que a mí, por eso de que ya era una escritora asumida, digamos, cometer el desplante de entrevistar a un escritor del que no conocíamos ni una línea de su obra. En mi caso, la autoconciencia corporativa no presionaba tanto como la urgencia de conseguir nuevas pistas para descubrir los usos de la maquinaria de la SIDE.
Llegué a la Estación Tronador poco antes del cierre al público, a las once de la noche, me presenté a los compañeros de la boletería que me recordaban de la movilización “reciente” del primero de Mayo y de todas las veces que pusimos la mesita de agitación a la salida de las escaleras mecánicas. Esperé a que me señalaran “al compañero escritor” pero cuando lo vi bajar por la escalera, simplemente supe que se trataba de él.
Fue como haber visto a Roberto Arlt vestido con el mameluco azul oscuro con las mangas y botamangas cruzadas por las franjas fosforecentes de la señalización de seguridad obligatoria de la empresa. Un tipo alto, rayano al metro noventa, con hombros anchos y brazos fornidos, evidentemente usados en combate, no podía saber si en algún deporte de contacto o en la calle, coronado por una cabeza grande y pesada, con un corte al ras medio extraño, como si hubiesen talado a desgano una historia de pelo largo o una especie de corte punk muy amateur.
Lo cierto es que el parecido de los rasgos con los viejos retratos fotográficos en blanco y negro del autor de El juguete rabioso me sorprendieron en la forma acostumbrada de esos días.
Decidí que estaba demasiado cansado para sostener un grupo importante de mentiras y me presenté como un militante del barrio, interesado en acercarle el periódico e invitarlo al Congreso del Movimiento Obrero y la Izquierda que preparábamos para el 6 de noviembre de ese año en el Luna Park. Metería las inquietudes sobre su laburo de escritor, como quien no quiere la cosa, en alguna de las grietas de la charla, y trataría de saber si tenía alguna idea de la relación entre los primeros constructores del Subte y la literatura, cosa de resolver la posibilidad de una logia de escritores ligada al temita del templo-máquina del tiempo.
Por suerte, Ferri me resolvió todas las urgencias en su primer respuesta.
-Disculpame cumpa, pero me acabo de meter hace poco a laburar acá, la verdad que no te puedo discutir mucho de la política gremial. Tus compañeros ya me pasaron El Periódico otras veces, y respeto mucho la militancia de ustedes, pero no la comparto del todo, ¿viste? Yo en realidad vengo de laburar en mil cosas antes, pero sobre todo soy escritor y periodista, ¿viste? Los laburos me sirven para garparme la comida mientras sigo escribiendo.
-Ah, mirá qué loco –dije poniendo mi mejor cara de boludo- qué casualidad, che, yo también escribo… bah, acabo de sacar mi primer libro, estoy intentando salir del clóset…
-Buenísimo loco. Tranquilo, yo ya publiqué tres y recién ahora está empezando a rebotar el último… hay que tener paciencia továrich.
-¿Cómo se llama?
-Que de lejos parecen moscas, una novela negra, un policial bah, que sacó un premio en España…
-Epa, pero sos famoso…
-No, no, los premios no dan fama, ni dinero, pero te sirven para alimentar al escritor.
-¿Y sobre qué trata che? –preguntaba con más ganas de saber si la suerte me iba a seguir acompañando hasta las pistas de la logia de escritores que por satisfacer mi curiosidad.
-Es la historia de un hijo de mil putas que tiene un día de mierda. –dijo con firmeza, parco pero con cierto humor irónico que se le adivinaba en la comisura izquierda de la boca, si le ponía un sobretodo de tela marrón podía jurar que estaba hablando con Boogie el Aceitoso pero más flaco.
Decidí seguirle la corriente –Con eso ya me convenciste de comprarlo. ¿Hijo de puta por qué? ¿Mató a alguien o es Ministro de Economía…?
La humorada política pareció gustarle, algo de su postura de boxeador en guardia se ablandó y soltó una risa honesta y directa, antes de decirme que se trataba de un empresario que había reventado a los delegados de izquierda en los 70, mandó la fábrica a la quiebra con Videla y la transformó en un cabarulo con el que se llenó de guita y siguió haciendo “negocios” con toda la porquería posible y los partidos patronales en democracia…
-Un verdadero hijo de puta –dije, convencido y emocionado, porque una hilacha izquierdista se le había dejado ver en la descripción de su trabajo mucho más que en el uso de palabras rusas para decir “compañero” –espero que lo hayas hecho sufrir en serio…
-Ponele la firma, fue lo que más disfruté de escribirla, la sensación de que en una de esas se podía hacer realidad…
La sola mención de la posibilidad de que sus ficciones se hagan reales me alcanzó y sobró para decidir a avanzar en el objetivo de mi entrevista, consciente que este tipo estaba por fichar y en cualquier momento sería demasiado tarde para continuar.
-Mirá qué loco, ¿no? Un escritor de izquierda laburando en el Subte, ¿debe ser el primer caso en la historia, no?
Efectivamente el compañero Ferri pisó el palito y no pudo contener esa voluntad de compartir información con un auditorio curioso, pesaba más su instinto de periodista que su nóvel trabajo de barrendero subterráneo…
-No, para nada. Estuve averiguando, porque yo ya sabía que Robertito Arlt –lo dijo así, con un tono amistoso, como si hubiesen compartido un vino de sobremesa- le había dedicado varias aguafuertes en el diario, de hecho usaba la línea A bastante seguido, para ir a la redacción del Crítica, en Avenida de Mayo. Cortázar también escribió sobre los subtes y a que no sabe, cumpa… el mismísimo Borges escribió participaciones en la antigua revista de la compañía que administraba el Subte en los 30 y los 40.
-De las aguafuertes me acuerdo, lo de Borges me deja perplejo –dije mintiendo un poco, ya que a esta altura del viaje mi capacidad de asombro estaba muy esmerilada- ¿Cortázar hablaba de la sensación de que el tiempo dura más cuando uno lee en el Subte o algo así, no? ¿Nunca pensaste que esos flashes de Cortázar con el tiempo y el espacio estaría buenísimo que no fuesen ficciones y que le hayan pasado de verdad al tipo? ¿No sería maravilloso poder meterse en Galería Güemes y salir en París? ¿O que realmente viajar en Subte estire el tiempo?
La carnada estaba tirada. Sólo dependía del grado de confianza en sí mismo y en la verosimilitud del personaje que le había montado para que, en caso de que supiera algo, Ferri se decidiese a contármelo.
Algo parecido a ese momento en que el glaciar cruje antes de quebrarse creí ver en el gesto de Ferri cuando terminé de preguntar. Se corrió un mechón de pelo de la frente, mechón que no existía salvo en el recuerdo involuntario de su cuerpo. Una sombra pareció correr delante de su mirada y cuando finalmente decidió hablarme, sus ojos eran de hierro bajo las pobladas cejas y la ancha y poderosa frente.
-Las casualidades no existen, cumpa. Todavía no encontré las pruebas, pero llevo varios años investigando una curiosidad. El relato de Cortázar me pareció una de sus geniales ocurrencias hasta que ví la peli Moebius, de un grupo de estudiantes de cine, filmada con poca guita en 1996, basada en un cuento de Joseph Deutsch de 1950. Varias razones me trajeron a buscar este laburo, pero le confieso, cumpa, que estoy tras una pista que me obsesiona.
-No tengo idea de lo que me habla, Ferri… ¿una película? ¿De qué trata?
-La posibilidad de que haya formaciones de trenes que alcancen una velocidad que les permita moverse en el espacio, hacia otras dimensiones.
-Una peli de ciencia ficción.
-Sí, pero inspirada en Tlön, Uqbar, Orbis Tertius
-… ya veo, el producto de la imaginación que se hace realidad… no creerá que hay trenes que viajan en el tiempo, Ferri… ¿usted boxea?
-¿Por qué lo pregunta?
-Por si los golpes a la cabeza lo afectaron, compañero…
-Boxeo, no, practico Tae-Kwon-Do, un arte marcial de origen…
-…coreano. Conozco, llegué a verde punta azul hace muchos años y abandoné porque no soportaba el militarismo de los sabon
-“Sabón” quiere decir “persona modelo”, no hagamos cargo a una hermosa filosofía de los desvíos de algunos descarriados.
-Tiene razón, lo admito.
Tomó la iniciativa después de ganar el primer round.
-Los golpes no le hicieron nada a mi cabeza, cumpa. Hay una relación entre el relato de Cortázar evidente con el guión de la película.
-¿Que transcurre en el Subte de París? ¿Que flashea con los juegos adolescentes que hace uno en el Subte cuando hace un viaje largo? ¿Que se divierte sugiriendo una flexibilidad en el tiempo generada por la velocidad del tren y las diferentes velocidades de los cuerpos en él y sus reflejos en los vidrios?
-No, no. Vos estás hablando de Manuscrito en un bolsillo, el de Octaedro
-Sí, claro.
-Yo te hablo de Texto en libreta, de Queremos tanto a Glenda, recordando las historias neuróticas que se le ocurrían a los treinta años cuando le tocó usar varias temporadas seguidas la Línea “Anglo” del Subte en 1947, cuando el 86 de La Boca a Liniers era todavía un tranvía y no un bondi volador. Una especie de flash que mezcla la paranoia de Sábato de la secta de ciegos con la idea de Tlön invadiendo y apoderándose de la realidad en una aguafuerte de Arlt.
-¿Qué pasa en ese cuento?
-Cortázar sugiere la existencia de una extraña secta que vive bajo tierra, en las estaciones y las formaciones, eternamente, que él llama genialmente “leucocitos”, porque ya llevan tanto tiempo “abajo” sin luz solar que son “muy blancos”, lo que le da un tono de alucinación visual lisérgica.
-Como una peli de Alejandro Cohen Arazi…
-¿Quién?
-Un loco del Ojo Obrero y del DOCA, amigo mío… un genio, el de Córtenla, sobre los callcenters… un genio, lo tenés que ver….
-Dale… te decía entonces….
-… una secta de leucocitos bajo tierra…
-… que al mismo tiempo juega con la idea de los túneles como arterias de la ciudad, y te hace imaginar la ciudad como un mecanismo biológico que nos conecta donde somos simples células, interactuando con nuestras funciones específicas pre-establecidas, una especie de cinta de moebius, de situación de repetición eterna, generada debajo del Subte, con los propios vagones, etc. ¿Parece un homenaje a Borges, no? ¿Un reconocimiento póstumo al viejo inventor de fantasías? ¿Su Maestro?
-Parece una interpretación muy forzada Ferri. ¿Cómo sabe que no está imaginándolo todo?
-A veces siento eso, sobre todo cuando escribo…
-Bueno Ferri, o sea que usted está en la fase de investigación para una novela. ¿Está escribiendo una ahora? ¿Tiene que ver con Borges y Cortázar, también?
-No, no, tiene que ver con Philip Dick, es de ciencia ficción… futurista.
-El castillo rojo
-Sí, ¿qué pasa?
-¿La leyó?
-La tengo en carpeta… ¿por?
-Está inspirada en Tlön, Uqbar… y comparte una crítica al nazismo con Borges, aunque de izquierda.
-Tomo el dato. Pero no le prometo que vaya a incluirlo en la novela.
-No importa Ferri. Usted es raro, me deja sin saber quién es el asesino al final de la anécdota. Todavía no tiene pruebas suficientes para darse cuenta cabal de si está soñando despierto una novela mientras trabaja o si realmente hay una secta de gente que vive en los túneles que gusta de viajar eternamente en el tiempo, un eterno e infinito retorno…
-Francamente…
-…si es tan amable, Ferri…
-No, no las tengo. Recién arranco.
No parecía un tipo vencido, aunque sí quizás algo loco. Amagó volver al laburo y se despidió con la mirada pensativa, perdida en el aire, como si hubiese sido shockeado con alguna verdad medio evidente y a mí me dejó ver claramente. Un poco por compasión, lo paré de nuevo y lo saqué del pantano:
-Ah… Ferri… una última cuestión, muy menor… ¿puede ser?
-Diga, cumpa…
-¿A qué se refiere conque “nos respeta pero no comparte todas nuestras posiciones”?
-A que me parece que le aplican demasiado fácilmente el sellito “burócrata” a cualquier dirigente sindical que no sea de ustedes, y el Beto no se lo merece…
-No es contra el “Beto”, Ferri, es contra toda la burocracia podrida de Yasky… más de veinte años de atornillados a las sillas de Ctera y CTA… ya son peores que los burócratas radicales y socialistas con los que fundaron Ctera entre 1969 y 1974…. Destrozaron su propio sueño de fundar una central obrera democrática y clasista que superase a la CGT…
-La enfermedad infantil de la izquierda. Cualquiera tiene huevos para cortar las vías… pero no son medidas populares y si la masa enorme de los compañeros y compañeras no la ve, tenemos que conseguir cosas con otras tácticas…
-Mire Ferri, no nos vamos a pelear, pero eso ya lo  escuché miles de veces. A fines de los 90, cuando yo empecé a militar, hasta en las luchas docentes del 2007 al 2010, los burócratas reformistas que venían del estalinismo repetían “que faltaba masa crítica”… y siempre les va a faltar “masa crítica”. Pero cuando fuimos a fondo en los métodos de acción directa, frente único y asamblea, siempre obtuvimos mejores resultados que ellos. Y cuando yo empecé a escuchar esos razonamientos, el PC y el Mst eran dos formidables máquinas políticas en crecimiento y mirá lo que son ahora… No me va a venir otra vez con el viejo planteo del MIC y lo de “cavar trincheras con la burocracia”, ¿no?
La verdad es que era injusto discutir con el compañero teniendo los dos años de derrumbe del kirchnerismo como prueba a mi favor. También hubiese sido demasiado obvia mi impostación esforzándome por remitirme a los conocimientos que tenía hasta mayo del 2014. Me limité a remarcarle el crecimiento electoral del año anterior de un Frente de Izquierda que contenía por primera vez un planteo de independencia de clase y de gobierno obrero en el medio de un amplio frente electoral.
-La revolución es un sueño eterno –contestó para cerrar la charla ofreciéndome una tregua desde donde dos cabrones pueden, sin embargo, continuar algún tipo de amistad.
-Ah, uno de mis escritores preferidos también, Ferri. La revolución es un sueño que no se debe abandonar nunca, pero… ¿también coincide con Rivera en que es prácticamente una utopía imposible de concretar?
-Me parece que los trotskistas tenemos que aprender del pasado, compañero, y dejar las ultradas y correr por izquierda a agrupaciones que van haciendo un camino en las grietas que va dejando el sistema. ¿No le parece?
-Me parece que hay compañeros que tienen muy buenas intenciones, Ferri, pero que terminan negociando con el kirchnerismo y contribuyen a este enorme pacto político y social que sólo hace crecer al macrismo.
-Hasta ahora no perdimos ninguna de las históricas conquistas de los delegados del Subte… además, el kirchnerismo es lo que hay, con todos sus quilombos y límites… que yo critico…
-Dejémoslo ahí, Ferri. Usted me parece un buen tipo, un personaje. Quizá algún día podamos ser amigos, y comparar notas… dejemos que la realidad corra y juzgue quién de los dos se acercaba más al bochín, ¿no le parece?
-Dele. Siempre y cuando sea con un par de birras bien frescas y una rockola tirando Motorhead –decía, acompañándose de cuernitos y movimientos afirmativos de cabeza muy violentos, que me hicieron comprender, sin más dudas, el origen de los tics con el pelo largo invisible…
-Miré, yo prefiero un Manal, o un Aeroblus.
-Compro. Me meto al laburo…
-Hasta siempre, Ferri.
-¡Qué no ni no! ¡Adiós tóvarich escritor!
Gritaba mientras alzaba su brazo izquierdo, haciendo que la imagen que lo acompañó en mi retina todo este tiempo, la de “Robertito” Arlt, se viera todavía mucho más irreal.
Era innegable que había obtenido una prueba aproximada. Evidentemente ya éramos dos escritores con otro oficio terrenal para pagar las cuentas obsesionados con películas de poca difusión, con oscuros detectives-profesionales-eruditos que rastrean narrativa de ciencia ficción mezclada con filosofía y extrañas sectas secretas que se complotan para viajar en el tiempo. Los ciegos parecíamos nosotros, buscando a tientas en esta maraña de un montón de cosas al mismo tiempo que es la lucha por sobrevivir, lo que todos los locos buscamos, sea cual fuere nuestro sueño delirante: respuestas.
Con dos ya éramos una secta, o el principio de una epidemia viral, que como dice el poeta, no es lo mismo, pero...
Otra relación nos unía: los dos queríamos luchar contra el mismo enemigo, pero teníamos diferentes estrategias. Si hay honestidad y respeto mutuos, esas son buenas bases para construir puentes. Al fin y al cabo ellos también estuvieron en la gloriosa lucha de las 6 horas en el 2000, con el Gran Charly…. ¡Me había olvidado de Charly! Tenía que encontrar a Santos Capobianco.





















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