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lunes, 4 de enero de 2016

Terminal y comenzar

                                                                 “Quien pretenda una felicidad constante
                                                                  deberá predisponerse a cambios frecuentes.”

                                                                                                     Confucio, 550 a 478 aC


Y acá estamos. Terminal, mochileros acampando en todos lados, pasillos, baños, cafeterías, inundando enchufes. Esperando el final del viaje. Pero qué hipócrita sería de mi parte no hacerme cargo de todo lo que ha pasado en esta semana y pico adentro de mi conciencia y en mi cuerpo. Qué triste sería no entender que hemos venido a sanar heridas, cerrar etapas, homenajear a los difuntos queridos que deberían estar vivos... ¿y todo para qué? ¿para justificar 10 mil pesos en tarjeta y unas vacaciones? ¿para "recargar pilas"?

No, no. Cuando tome ese micro estaré empezando el viaje de verdad. Vuelvo a Buenos Aires como si llegara por primera vez de nuevo, desde el profundo interior, con el polvo de la montaña sobreviviendo en los pliegues de la ropa y del alma, para recordarme que la montaña me soldó, que fui a buscar los pertrechos necesarios para vivir.

Triste sería también que todo quede en metáfora pueril y romanticona, en excusa para el ego de un par de aplausos de feisbuk. Debe ser concreto, como la vida real. Comienza el mismo viaje de siempre, el de la lucha a muerte contra el Estado allí donde lo encuentre, el de la construcción de las herramientas necesarias para que impere el socialismo en la Tierra o nada. El viajero será otro. No más el tipo que necesita de otra persona para ser feliz, para llenar su vacío existencial. Ese es el chiste. Tampoco el amigo o sicólogo sin título que funciona de apoyo sentimental con aquéllas personas que en realidad desea amar.

Acá empieza el viaje de un tipo solo, conciente de su soledad, que deberá seguir por la dura senda de transformar los deseos en proyectos pero ya no más condicionados por la existencia de un otro u otra que los justifique o les de su entidad completa. Obligarnos a no volver a negociar ni un tantito así con el malamor, el desamor o la pareja muleta. No recaer. Construirse a sí mismos y en el camino disfrutar de todo quien ande por la vida del mismo modo. De existir el amor de nuevo, que sea en forma de compañera/o de viaje, no de guía, no de salvadora/o.

Que la ansiedad de la partida nos acompañe siempre, porque ya se sabe, la revolución, incluso la emocional, deberá ser permanente o no será más que una mentira con un nombre bonito.

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