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jueves, 4 de febrero de 2016

¿Qué tenemos en la cabeza?

Ensayo sobre Intensamente, Disñey Pixar, 2015 y de paso prólogo para un libro de ensayos


Llego al departamento donde vive Leyla con su mamá a la hora prefijada para llevarla conmigo, como parte del acuerdo de tenencia compartida. Me encuentro con un cuadro de tensión. Están peleadas. Parece que la cosa tuvo su importancia, se hablan con un tono seco, duro. 

Son idénticas. No puedo dejar de divertirme ante las expresiones de enojo en sus rostros, mezcla de ofensa ante una injusticia y forzado sentimiento exactamente inverso al que se tienen. 

Son iguales, versiones de diferentes edades de la misma firmeza de carácter.

“Preguntale qué le pasa” fue el pedido de solidaridad ejercido en tono de orden seca que me impartió la madre, con la que seguimos siendo, obviamente, compañeros en el plan de trabajo de criar y cuidar de Leyla Isis. Claro, Leyla tiene cinco años recién cumplidos y no expresa con fluidez y elocuencia las razones que la llevan en las últimas semanas a tosquearse a muerte con la vieja por cualquier nimiedad, con arranques y berrinches complejos, como los que tenía en los primeros años, de esos que se tornan físicos, con rabietas que sólo terminan con un bañito tibio y muchos abrazos hasta que se duerme.

Vamos en el auto. Todo silencio y cara de culo. 

“Qué te pasa con tu mamá? ¿Por qué estás enojada?”. 

“No te voy a contar”, contesta, frunce toda la cara y mira para otro lado, llorando.

Llegamos al departamento que alquilo desde que nos separamos. No logré sacarle ningún dato firme. Preparo la cena, sigo infructuosamente alguna explicación, algún hilo de donde poder retomar una especie de deducción.

Nada.

Leyla prepara su cuarto, pone una peli trucha en el dvd que pide la extremaunción y me invita a cenar con ella en su función nocturna. Es una costumbre que inventamos juntos. No tengo tele, wifi, ni cable, solo un monitor y un dvd para ver pelis compradas al precio de 3 por 1 en ferias y demases.

“¿Qué vamos a ver hoy?”

Intensamente, papi”

Y de repente entendí muchas cosas. No sólo la razón de la pelea, o al menos las razones de Leyla en la pelea con su madre, entendí además cómo se expresa o intenta comprenderse a sí misma mi pequeña hija, entendí la razón de este libro.

Porque Leyla todavía no ha desarrollado su capacidad emocional para poder verbalizar exactamente qué es lo que siente. Uno de sus recursos desde muy pequeña ha sido recurrir a las mismas películas cada vez que su sistema afectivo atraviesa algún estado determinado. 

En las películas se encuentra enfrentada a situaciones emocionales en las que puede procesar lo que le ocurre, poniéndose a sí misma en el conflicto planteado por la historia, tomando el lugar de algún personaje, identificándose y logrando la catarsis, la proyección al exterior de su mundo interior, como para poder experimentar las diferentes posibilidades que el conflicto particular le plantea.

Como nos pasa con el arte si, como proponía Borges, podemos asumir “la fe de un niño” a la hora de encarar una obra literaria, despojarnos de nuestra incredulidad de adultos racionales y dejarnos llevar por la propuesta, en este caso, de las pelis.

Intensamente o, mejor dicho, Inside Out

El argumento de Intensamente, peli lanzada en 2015 por Pixar-Disney, es muy simple. La protagonista es una nena rubia –dato importante ya que Leyla es rubia- a quien le coincide la etapa de maduración de la pubertad con el impacto de la crisis económica yanquee sobre su familia de clase media blanca del interior norteamericano. Después de década y pico viviendo en una típica casa de dos plantas en los suburbios de una ciudad pequeña, integrante exitosa del equipo infantil de hockey del pueblo, el “american dream” todo mal, el viejo pierde el laburo y se mudan miles de kilómetros a un dos ambientes mentiroso en un edificio choto y estrecho en un barrio de la enorme urbe de San Francisco, a apechugarse y luquear una vida nueva.

Lo novedoso de la peli, lo que a todo el mundo ha llamado poderosamente la atención es que somos testigos de la forma en que los tres personajes van viviendo el conflicto desde su interior emocional, ya que la peli muestra el cerebro de mamá, papá y la nena como una sala de operaciones, con una consola llena de botones operada por una especie de Estado Mayor representado por todas las emociones humanas: alegría, tristeza, ira, miedo y algo parecido a vanidad.

La nena protagonista fue dirigida en todos esos años por Alegría, quien debe retirarse de los comandos centrales ante la crisis que configuró la mudanza. La nena es embargada por un profundo ataque de tristeza, que empieza a teñir de azul todo lo que existe en su interior (el típico juego de palabras en inglés ya que la palabra para el color azul, “blue”, es la misma que se utiliza para denotar tristeza) y Alegría impide que Tristeza asuma el control de la consola, generando una crisis donde los Recuerdos Primordiales están en riesgo de romperse o perderse definitivamente. 

Alegría y Tristeza comienzan un recorrido por todo el sistema emocional de la nena (formado por islas interconectadas que se fueron construyendo durante todos esos años:  la de la Familia, el mundo de los Juegos, las Amistades, etc.) utilizando el Tren del Pensamiento, invadiendo el Estudio de Televisión donde se re-elaboran los contenidos del Inconsciente para fabricar los sueños nocturnos tratando de rescatar los recuerdos constitutivos de su personalidad y de reponer el orden normal del funcionamiento.

Mientras tanto, la consola va quedando al mando alternativamente de las otras emociones, que no hacen más que cagadas, ya que el planteo de manual de la peli es que un ser humano se equivoca si está comandado por el miedo, la vanidad o, mucho peor, el enojo irracional, la ira.

Psicología y lucha de clases

Lo singular de la peli no está, sin embargo, en la resolución de la trama sino en este ir y venir por el mundo interno de los personajes. Además que se trata de un juego fascinante de imaginación, colores, una animación bellísima, la peli nos obliga a aceptar una idea para darle “credibilidad” a la historia: que todos estamos formados por este mundo interior emocional, que nuestra vida está gobernada por las emociones y que las emociones están formadas por nuestras experiencias personales, por la particular forma en que nuestras experiencias personales se grabaron en nuestros recuerdos, en las diferentes e insondables torres, islas, burbujas, cajoneras o archivos que forman el enorme universo de nuestra conciencia.

La vieja búsqueda del “alma”, la “conciencia”, el “ser” es resumida en esta peli en los avances de la ciencia psicológica y la neurociencia por un director de cine que quiso contar una historia después de una transición fuerte en la vida de su hija pequeña. Por eso su nombre en inglés es Inside Out, “lo de adentro para afuera” sería una traducción piadosa, en su doble significado de pretender mostrar cómo funciona el mundo afectivo interior y de la propuesta de sacar los sentimientos hacia el mundo consciente para tener una vida más sana.

La tesis es simple: todos/as somos el producto de la síntesis de sentimientos que nos 
gobiernan.

Entender que nuestros hijos simplemente muestran un grado en el desarrollo de esa historia de construcción emocional nos lleva a asumir la conciencia de que como padres, madres, docentes, tíos o lo que sea, somos los principales responsables de crear en sus conciencias registros emotivos que construirán su mundo afectivo interior, la base sólida donde surgirán todas las múltiples y azarosas posibilidades de desarrollo de un ser humano.

De ahí se desprenden las dos enseñanzas importantes de la peli.

En primer lugar debemos entender a los niños como seres humanos iguales a los adultos salvo que se encuentran en un nivel diferente de su desarrollo. Esto es fundamental, porque si no le damos a los niños y niñas el derecho de ser tratados con el mismo respeto intelectual que le daríamos a cualquier ser adulto no podemos establecer ningún tipo de relación sana ni útil para la criatura. Si salimos por un segundo de la sala de cine notaremos rápidamente que incluso los mismos que lloraron y rieron con la peli están ahora gritando, putiando y chocando con sus hijos e hijas por cualquier banalidad, desde el pochoclo que se comieron, la mugre que hacen o las siempre inoportunas ganas de hacer pis.

La enorme mayoría de la población no entiende que la infancia es una etapa madurativa y que esos seres tienen el derecho a ser escuchados y tratados como personas racional y afectivamente equiparables al resto de la humanidad.

En segundo lugar, aunque requiere de un poco de reflexión extra para llegar allí, que la vida no es simplemente la felicidad o la tristeza absolutas, y que toda búsqueda de estados anímicos absolutos llevan inevitablemente a la frustración. La vida es dialéctica, está formada por una permanente contradicción en lucha entre las alegrías y tristezas, los miedos y las broncas, y todos los sentimientos que el mundo nos va cargando. Somos el resultado de un intento permanente de gobierno de ese embrollo de contradicciones que tenemos dentro.

Que si gobierna sólo la alegría o sólo la tristeza viviremos en un lugar falso, inventado, destinado a quebrarse frente a la realidad y que si no superamos esa dualidad se apoderarán de nosotros el capricho, la negación irracional de la realidad, con su secuela de angustias y broncas que sólo dirigen acciones perjudiciales para nosotros y quienes nos rodean.
Si nos gobierna unilateralmente la abrumadora tristeza que forma el mundo, bueno, la depresión y sus múltiples formas de suicidio en cuotas o definitivo.

Disney, Trotsky y Lenin

La concepción de esta peli, como en el caso de Valiente, que citaremos más adelante en este libro, es producto de la atención especial que un padre o madre brindan a sus hijos/as en un determinado momento de sus vidas para intentar comprender cómo funciona su particularidad racionalidad. Quizás el psicólogo que más hizo avanzar los estudios sobre la inteligencia humana, el suizo Jean Piaget (1896-1980), lo hizo a partir de un estudio riguroso y tierno estudio de la evolución de sus tres hijos/as.

Qué interesante, el avance sobre la conciencia humana a partir de la actitud emocional de prestar atención y dar mucha importancia a la particular forma de pensar y actuar de pequeños seres humanos.

Tomé la decisión de publicar este libro porque quiero compartir con la mayor cantidad de personas mi propia experiencia como padre, formateado socialmente para convertirme en algo parecido a mi viejo, un padre ausente, machista, abusador que maltrataba a las mujeres que amaba poniéndolas en un lugar de servicio y dependencia emocional y material, en todo lo contrario.

Y en gran parte se debe a que la conexión con mi hija, se dio por mi predisposición desde el primer momento en intentar comprender su forma de asimilar el mundo para poder dialogar con ella y entendernos. Esa predisposición me permitió aprender de Leyla y evolucionar como persona. Mi hija me re-educó.

El azar quiso encontrarme leyendo el ensayo biográfico sobre Vladimir Illich Lenin escrito por Trotsky en el exilio en los vallecitos alrededor de la capital de San Luis, en los mismos días que supimos que íbamos a engendrar una nueva vida. El primer capítulo se me grabó, por esa coincidencia, a fuego. Ahí Trotsky se plantea qué tipo de crianza tuvo Vladimir niño que pudiese explicar al menos el carácter congénito del futuro líder de la clase obrera y el campesinado en Rusia y el mundo.

Y Trotsky hace una descripción que no por ser de una sencillez extrema es menos cierta. Lenin fue criado con mucho amor por parte de su madre, su padre y sus hermanos. Ese amor incondicional habría asentado en la personalidad de Illich un fuerte sentimiento de confianza en sí mismo. Al mismo tiempo, una disciplina de familia obrera o semi proletaria (el viejo de Lenin era un maestro pero que llegó a tener funciones en el aparato burocrático del Ministerio de Educación zarista) lo formateó desde niño en la auto suficiencia. Si se piensa un poco, si se leen las biografías del gran revolucionario, podríamos decir que probablemente se trate de las dos características de carácter personal que más influyeron en las decisiones del compañero en su vida adulta.

¿Qué sencillo, verdad? Que tu madre, tu padre y tus hermanos/as te quieran, te den el cariño suficiente para que tengas confianza en vos mismo/a.

Después de 8 años de trabajar como profesor de media en una escuela de jóvenes hijos de familias obreras (trabajadores/as precarizados, desocupados/as o en condiciones de lumpenización) de Villa Soldati, Lugano y Flores Sur, puedo asegurar que es muy poco frecuente encontrar esa sencilla práctica cotidianamente. Los y las jóvenes de nuestras clases más explotadas y oprimidas desde muy temprana edad han sido víctimas de la ausencia de ese amor o bien de todo lo contrario: la violencia en todas sus formas de parte del mundo de adultos y pares.

Las charlas con los estudiantes con mayor confianza se repiten, un ciclo permanente de carencias afectivas y desgarros emocionales que se recicla de hijos a padres, de padres a abuelos y así. Discutir con la madre de una piba que está embarazada a los 16 y escuchar el relato de frustración y culpa de su madre, de treinta y pico, que descarga su impotencia, su miedo sobre su niña y su futuro/a nieto/a porque “está haciendo lo mismo que yo a su edad” y volver a oír cómo su vieja la echó de su casa cuando ella quedó embarazada a los 16, como hace ella misma ahora, con su retoño.

A las clases explotadas nos quitan todo, desde nuestro tiempo libre hasta nuestra salud, pero también la capacidad de reflexionar conscientemente sobre nuestra propia historia familiar. Padres y madres no reconocen a sus crías como personas de pleno derecho y con su particular forma de sentir y razonar, pero tampoco fueron considerados así por sus progenitores, ni tampoco heredan la experiencia previa de sus familiares ante el choque con problemas similares.

Y el Estado, que no sólo es responsable de sostener el sistema de explotación que fabrica sensibilidades deformadas, amputadas en las clases explotadas y por lo tanto desarma a padres y madres transformándolos en abusadores/as y victimarios, también se desentiende de los resultados de su propia práctica, las vítimas.

Seguimos viviendo en una sociedad que trata a las personas cuyo mundo emocional se ha quebrado como leprosos/as despreciables que deben ser apartados en basureros humanos llamados manicomios, intervenidos en el mejor de los casos como muestras del museo de patologías humanas, cuando no como pedazos de carne con vida. La salud mental es por lejos la rama sanitaria más vapuleada por el régimen capitalista en todo el mundo, con un desfinanciamiento permanente por parte del Estado y donde los capitales privados se hacen un festín invirtiendo en investigación y en grandes gastos para las familias pudientes que tienen un integrante “enfermo”.

Entre las clases populares se sigue viendo la psicología como un estigma, se huye del profesional del Estado que te “sicologea”, equiparándolo/a con cualquier policía encargado de entrometerse en tus verdades para cagarte la vida. El sistema educativo de masas, en una contradicción paradójica, sumamente alienada, está diseñado hace veinte años por “psicopedagogos/as” pero sigue maltratando a sus estudiantes o ignorando sus necesidades emotivas al igual que lo hace con los seres encargados de su formación.

Notando estos simples hechos y destacando su importancia aparentemente superflua, podemos desarrollar todo un programa revolucionario contra el dolor emocional de nuestra propia clase social: recuperar nuestra realidad como resultado concreto de una familia con su historia de éxitos y fracasos, comprender de dónde venimos, ubicar en su justo lugar las responsabilidades del Estado, del régimen social y de nuestra familia en la constitución de nuestra personalidad; luego entendernos como una parte clave en la formación del mundo interior de nuestros hijos e hijas, para tomarnos muy en serio nuestra función y pensar seriamente cada paso que daremos en la relación con ellos/as; y finalmente la conciencia de la necesidad de organizarnos para expulsar del poder político necesario para organizar el régimen social a la clase que se obsesiona en destrozarnos la vida material y emocional.

Psicología barata y cultura popular

No soy psicólogo ni especialista en ninguna de las especialidades de las que me agarré para escribir cada parte de este libro. Tampoco pretendo que sea leído como un catálogo de verdades absolutas científicamente fundamentadas. Probablemente se escapen en mis razonamientos centenares de errores e inexactitudes. No es que lo reivindique pero sencillamente no tengo los recursos materiales que me permitan disponer de tiempo suficiente para indagar con profundidad en estas verdades para que su soporte sea más serio.

Por eso elijo el género del “ensayo”, que busca desarrollar algún tipo de argumentación sólida sobre ideas propias, construido con los saberes que puede disponer y tener a mano un trabajador con cierta cultura elemental a la que se puede acceder por internet. Con este reconocimiento cumplo con varios objetivos: avisar de antemano sobre la fragilidad del texto pero también permitir a los millones de personas que como yo no tienen tiempo ni guita para ser padres científicos las herramientas que andan por ahí al alcance de un espíritu mínimamente preocupado por mejorar la vida de las generaciones futuras.

Fui padre a los 33 años. Fue una decisión que me costó tomar. Mi experiencia personal como niño y adolescente en una familia destrozada por el impacto de los planes de ajuste cíclicos del imperialismo sobre la economía nacional pero sobre todo por las decisiones de una “unidad parental” cruzada por todos los límites de dos campesinos devenidos obreros a la fuerza, en la emigración y luego transformados en pequeños patrones.

Siglos de oscurantismo, opresión, machismo, explotación, obsesión con la riqueza y la propiedad privada, miles de años de mal amor, desamor, frustraciones obligadas por la miseria, y millones de sentimientos mal elaborados, mal cocinados con muy pocos recursos culturales y materiales con los que mi viejo y mi vieja “hicieron lo que pudieron”, que fue en buena parte malo.

Nos criaron repitiendo refranes, costumbres heredadas, lo mismo que hicieron con ellos sus padres y madres, abuelos y tías, lo que escucharon de un amigo que les parecía piola, o exitoso, lo que vieron en alguna telenovela o peli, lo que les decía Socolinsky en ATC…

La llamada “cultura popular”, o sea, la información sobre el mundo que recibimos permanentemente de nuestros ámbitos de socialización, familia, amigos, escuela y de los medios de comunicación, la tele pero también las canciones, las pelis, los programas de entretenimientos, todo eso va formando la conciencia de las masas, que son finalmente las que criarán a sus hijos e hijas sobre esos moldes.

Desde hace un par de décadas las películas animadas atraen la atención de las más amplias masas de la población. La pequeño burguesía acomodada accede a ellas en un ritual casi extinto de ir al cine en familia y salir a comer o jugar en shopings y demases, los más pobres compramos por medio paquete de cigarrillos copias truchas en cualquier plaza o estación de tren, subte o bondi.

En la escuela, la docencia ya ha asumido esta realidad abrumadora incorporando  a sus planificaciones la iconografía propia de estos modernos “cuentos clásicos infantiles”.
Es decir que son parte ineludible de la formación de la conciencia de niños/as, familias y docentes. Son al mismo tiempo un material único para establecer un diálogo en términos de igualdad con nuestros/as niños/as y al mismo tiempo exigen la crítica clasista y revolucionaria de sus significados, de su potencialidad y de sus usos comunes para intentar mejorar la conciencia de trabajadores y trabajadoras que tienen en su deseo la transformación definitiva de la miseria en dicha.

Claramente no pretendo ponerme a la altura de un Trostky o un Piaget, pero al menos sí me coloco en el lugar de aquellos artistas del cine, directores/as, guionistas, etc. que en algún momento de crisis creativa, como yo cuando llegué a la crisis de separarme de mi hija y de la familia que había construido con toda ilusión, prestamos atención con toda nuestra sensibilidad a flor de conciencia, ese mensaje oculto y extraño que nuestros hijos e hijas siembran en nuestras vidas todos los días.

En este libro vas a encontrar entonces una crónica, un relato entre literario y periodístico de mis experiencias como padre de Leyla en sus primeros cinco años de vida. Volqué aquí las reflexiones políticas, estéticas, históricas y psicológicas que Leyla me fue llevando a transitar en este esfuerzo permanente por entenderla y comunicarme de la mejor manera posible con ella. Preocupado por ser un buen padre para ella, ella me guío por el camino de la sabiduría y de alguna forma, ella me crió a mí.

Espero que al menos le sirva a ella en un futuro para tener un registro de sus primeros años de vida, un diario que la ayude a comprender al menos el origen de los errores de su padre, para que pueda distinguirlos claramente de los suyos propios.

En última instancia, como me enseñó Intensamente, que este libro sirva para sostener el equilibrio de la mesa en la que construimos sus “islas” y sus “recuerdos primordiales”, para que Alegría y Tristeza se den la mano para que tengas una vida lo más sana emocionalmente que puedas, hermosa.

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