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viernes, 17 de julio de 2015

El “debate Miserere”, una opinión

La nota de Cecilia Díaz en Prensa Obrera 1372 es lo mejor que se ha dicho hasta ahora para intentar explicar el fenómeno Plaza Miserere. En parte porque recoge el punto de vista de la agrupación sobre su lugar en el mundo del arte y la política.


Sin embargo aún se puede decir algo más. Coincido con el Borga en que la clave del éxito y la repercusión de Miserere está en su intención de provocar una revolución estético-formal. Desde Mario el Paritario hasta la Estrella de la Muerte pejotista y Bjork cantándole a Altamira, sus obras más aplaudidas son aquellas que retuercen todos los recursos técnicos y estéticos a disposición –y particularmente aquellos que provienen de la cultura del cómic, los viedojuegos y la movida tecnológica- para generar una estética tan vanguardista que incluso es una provocación.

Altamira bailando rap vestido de John Travolta es una provocación: contra los moldes clásicos de la propaganda política, contra los cánones estéticos más elementales, incluso contra las estructuras estéticas aceptadas como “normales” por el propio partido en el que los miembros de Miserere militan.

En este punto son herederos de la mejor tradición leninista, la de promover y defender una absoluta libertad de creación en el terreno estético-formal.

También acierta la nota en subrayar la explicación sociológica del fenómeno, ya que se trata de un colectivo de artistas provenientes de la pequeño burguesía que fueron atraídos y formados parcialmente por un partido político de la clase obrera revolucionaria. Su lugar en la economía, el de jóvenes con la vida material resuelta pero que no dependen de la explotación del proletariado para sobrevivir, les otorga un desapego de las clases poderosas que le permiten, no sólo acercarse al enemigo de clase, además los “libera” de la obligación de sostener determinadas formas estéticas dominantes.

La importancia de Miserere no debería agotarse en la anécdota de su influencia en la campaña electoral 2015, que ha sido un aporte importante para un Partido Obrero que sufre una fuerte censura en los medios de comunicación masiva. Lo importante de Miserere es que reabre un debate en el seno de la vanguardia revolucionaria: qué debe hacer un artista revolucionario.

Y en ese debate me anoto para señalar un par de cuestiones.

En primera decir que la ruptura estético-formal es importante pero no liquida el problema. El vanguardismo no es revolucionario en sí mismo ya que lo importante es el fondo y no la forma, en un sentido dialéctico, ya que la forma adecuada para un sentido es lo que termina de soldar la potencia estético-política de la obra de arte. Quiero decir, el spot de la Estrella de la Muerte pejotista ha generado una repercusión importante en gran parte por su osadía formal, sin embargo su planteo político es limitado, ya que identifica al peronismo como un Mal Absoluto, haciendo posible una lectura que contradice la intención de Miserere: el PJ del pacto Scioli-Zannini es fuerte y aparentemente invencible, cuando precisamente se trata de una de las movidas tácticas más desesperadas del régimen en los últimos 20 años. Se puede contra-argumentar, con justa razón, que en la saga de Star Wars la Resistencia, los Jedis, etc. aparecen precisamente para destruir esa fuerza aparentemente indestructible, sin embargo esto coloca al Frente de Izquierda como el depositario de la esperanza de quienes sufren al Mal para ser liberados, una idea mesiánica de la lucha política que no comparten ni Miserere ni el Partido Obrero, pero que es típica de la pequeño burguesía desmoralizada.
Lo que señalo no es nuevo, es la opinión compartida por Trotsky y Brecht –y también por Gramsci- en sus debates sobre el modernismo ruso e italiano y tranquilamente pueden arrojar luz sobre el “debate Miserere”.

Finalmente, el otro aspecto de mi crítica pasa por el gran límite del vanguardismo estético. Miserere sólo dialoga, como todo artista, con aquél “publico” que puede comprender el lenguaje en que “hablan”. El alcance de Miserere no pasa de un reducido sector de la pequeño burguesía y los sectores obreros con condiciones materiales de existencia similares. Su canal de difusión son las redes sociales. Nadie puede despreciar el rol de estos canales y su público, buena parte de la vanguardia de lucha de todas las organizaciones juveniles, sindicales y políticas del país y del mundo abrevan allí. Pero Miserere no dialoga con las masas. Desconozco si los compañeros se han planteado como meta el diálogo con las masas, pero por lo menos entiendo que éste debería ser el objetivo central de todo programa revolucionario en el campo artístico.

Y el territorio donde los artistas dialogan con las masas y participan en el moldeado de su conciencia pertenece a la burguesía, que controla eso que para bien o para mal se conoce como “industrias culturales”. Desde la tele y el cine hasta la industria musical pasando por la edición de tiradas masivas de libros, las industrias culturales controlan los mensajes estético-políticos que operan en la conciencia y forjan la cultura popular. Hasta que no avancemos en es terreno, disputando y ganando para las ideas socialistas y sus artistas ese lugar, entre nosotros y las grandes masas habrá siempre un abismo imposible de salvar presentando libros en los locales o tirando magia por las redes.

Mirtha Legrand y Marcelo Tinelli, le guste a quien le guste, son los intelectuales que forjan la cultura popular argentina, no Miserere, mal que nos pese. Y por más geniales que sean nuestras creaciones, si no conquistamos ese territorio con una política sistemática nunca moveremos el amperímetro. Caeríamos en una posición incómoda desde todo ángulo, como artistas nos conformaríamos en seguir aportando magia para conseguir un laburo en el “campo profesional”, produciendo y creando contenidos opuestos a lo que pensamos mientras intentamos crear cosas revolucionarias cada tanto, dejando para la toma del poder la oportunidad de volcar toda nuestra creatividad desde nuevos ministerios de cultura. Lo que pasó con el grupo Bogdanov en Rusia, que derivó en el debate sobre el Proletkult, que en última instancia derivó en la creación burocrática del Realismo Socialista en los años 40 por el estalinismo.

Y finalmente, si no tomamos el problema de dialogar con las masas, nunca pondremos en cuestión nuestra disruptividad estético-formal. Lo revolucionario de la exploración estética no radica en provocar al statu quo artístico y político. Lo revolucionario en arte es encontrar la forma exacta para transmitir un mensaje a la mayor cantidad de gente posible. Revolucionario fue, por ejemplo, el trabajo de los cineastas del argentinazo vinculados al Frente de Izquierda y sus actores y actrices, que forjaron los spots “realistas” del FIT en el 2013 y que hicieron un contacto espectacular con las masas, y que ganaron votos y simpatías a lo pavote. Una forma estética tan vieja como Balzac utilizada para transmitir el mensaje revolucionario del FIT a las amplias masas que estaban rompiendo con el kirchnerismo para lograr un resultado concreto: plasmar en los resultados electorales el crecimiento de la izquierda en la última etapa.

La libertad en la creatividad formal no implica la defensa o búsqueda permanente de un lenguaje “nuevo” o “provocador”, sino en la efectividad de ese lenguaje para lograr los objetivos propuestos. Eso es lo realmente revolucionario. Por eso Brecht, con mucha experiencia artística y vanguardista en el lomo, debatiendo sobre expresionismo y realismo con Lúkacs y las vanguardias estéticas de su momento llegaba a una conclusión genial: el artista revolucionario debe estudiar el marxismo en su teoría y práctica, es decir, debe militar organizado con la vanguardia política para comprender cómo funciona la realidad y cuáles son las salidas que se le presentan a las masas. Una vez que el artista revolucionario, a través de su intervención práctica y organizada en la lucha de clases a incorporado el programa más avanzado de su clase, debe explorar todas las formas  técnicas estéticas a su alcance para encontrar aquélla que mejor difunda sus ideas entre los sectores más amplios de la población.


Los compañeros y compañeras que hacen Plaza Miserere -como las mejores expresiones de la cultura revolucionaria de nuestra generación Las Manos de Fillipi, Morena Cantero Jrs., el Ojo Obrero- están absolutamente preparados para cumplir la utopía brechtiana: son militantes revolucionarios y artistas verdaderos. 
Por eso, y por el crecimiento de las ideas socialistas entre las masas y la profunda crisis del régimen burgués, es que tenemos esperanzas.

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