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miércoles, 18 de noviembre de 2020

CAPÍTULO 7: La Conquista del Sur

 

CAPÍTULO 7

La Conquista del Sur

 

 

“Yo en patas y hambreado

soy la violencia

y ellos, armados,

hablan de paz…

Olor a goma quemada, temen,

que se chamusque la Historia.

Dos cosas que les espantan,

pueblo y memoria.”

 

Rafael Amor en

 Olor a goma quemada, 2002

 

 

 

Dejé el tres ambientes de la torre y fui a buscar el Torino al otro lado del Parque. Ya estaba todo sugestionado y era consciente que lo atravesaba de Oeste hacia el Este. También noté que cada punto cardinal está señalado por conjuntos de araucarias y pinos de bosques húmedos mientras que el perímetro exterior era de paraísos y las tipas de hoja amarilla se intercalaban con palos borrachos en otros circuitos. El lago en el centro, del Parque y de la ciudad, pensé, recupera el mito egipcio del origen de la vida en una isla, provocando la típica sensación de tranquilidad uterina.

Cuando bramó el motor me vino a la memoria un retazo de las anotaciones en la casa de Leo sobre la historia de los parques que me acompañó como una música de fondo mientras armaba mi propia onda verde, enhebrando a sesenta por hora las pistas asfaltadas de Ángel Gallardo, Gaona, Segurola y el empedrado de Juan Bautista Alberdi hasta Olivera. Sólo a esta hora se puede sentir placer de manejar en esta ciudad monstruosa.

Alguna vez hay que decir que lo mejor de Buenos Aires son sus Parques. Leo había anotado sus comentarios sobre un libro que cuenta la historia urbanística de la ciudad, La grilla y el parque, del grupo de intelectuales de la Universidad Nacional de Quilmes liderado por Sarlo y Altamirano. Allí se explicaba que todos los Parques se habían construido como resultado de un debate filosófico entre los intelectuales de la generación del 80, Sarmiento a la cabeza. El primero fue el de Palermo, llamado 3 de febrero como recuerdo ácido del día de 1852 en que fuera vencido el antiguo amo y señor de los terrenos pantanosos del viejo delta del Maldonado.

La idea era que la ciudad estuviese rodeada por un perímetro de Parques para que el de Palermo no quedara desconectado. Así, se construyeron el del Centenario, el Rivadavia y el Parque de los Patricios, que para el 900 y hasta el centenario de la independencia armaban un abanico que contenía a la ciudad urbanizada. Cuesta creerlo, pero la costumbre de usar los parques para relajarse después del laburo y en vacaciones no se nos ocurre a cada quien por arte de magia, somos simples piezas del tablero imaginado por la burguesía oligárquica. Los parques de Buenos Aires fueron diseñados para que la clase obrera recargara fuerzas en su tiempo de ocio sin caer en dos vicios que la arruinaban y que la burguesía odiaba aunque al mismo tiempo favorecía: el alcoholismo y la organización política y sindical.

Para combatir las tabernas y las reuniones en los locales anarquistas o socialistas, la burguesía construyó pequeñas réplicas de los jardines de los príncipes, ubicando obras de arte escultórico para que las familias obreras al paso aprendieran algo sobre los fundadores de la patria o las virtudes morales. La multitud de árboles respondían a la necesidad de oxigenar barriadas rodeadas de mugre y el smog de las fábricas. Pero la especulación inmobiliaria rápidamente sobrepasó las ideas y la planificación de los arquitectos franceses o alemanes y para cuando se acabaron de plantar los primeros parques, la ciudad veía crecer manzanas de cemento fuera del abanico, con lo que tuvieron que inventar el de Saavedra, el de Avellaneda y con los milicos, cien años después, el Indoamericano y de la Ciudad.

En su idioma cifrado estos intelectuales dicen que la ciudad fue construida como un dispositivo. En criollo, la ciudad es un mecanismo que busca moldear una conciencia sobre sus habitantes. Los Parques se construyeron para que las hormigas recargásemos las pilas y siguiéramos laburando al otro día.

Cuando estacioné el Toro, me reía solo de la ocurrencia. Pasaron más de cien años y ni la propia burguesía se acuerda de para qué carajo hicieron los Parques. En la Legislatura no se debaten durante meses las tendencias higiénicas, filosóficas y paisajísticas, se limitan a rematar metros cuadrados para sus negociados inmobiliarios según el emprendimiento privado que esponsorea cada político y a otra cosa mariposa. Hace rato que se olvidaron si había algún objetivo detrás de la guita. Curiosamente, las sucesivas derrotas que nos fueron metiendo les hicieron olvidarse que tienen que romperse el coco para mantenernos dominados y ahí les va. El Parque Avellaneda, pensaba mientras lo cruzaba a pata esa medianoche, es un buen ejemplo.

Los senderos que se adentran no continúan el trazado de calles y avenidas, rompen la sensación de orden y progreso del Centenario. Sus centenarios olmos y robles, gigantes, subrayan la realidad escondida pero inevitable de nuestra pequeñez. Pocos faroles de mercurio iluminan lo suficiente para no perder el camino sin interrumpir la penumbra cerrada que nos rodea. Disparan la adrenalina que cualquiera podría confundir con miedo y que los chorros circunstanciales aprovechan en las almas despistadas. Máscara de selva negra que protege a les jóvenes amantes sin lugar para disfrutar de sus cuerpos, como también aquellas almas quebradas por la ausencia del calor de otro cuerpo, que acuden al pie de los cíclopes vegetales a llenarse con alcohol barato y otras yerbas más perseguidas.

Los edificios aristocráticos del pasado, vacíos a esta hora, pero llenos de teatro y murga y barrio durante el día, imitan las mansiones lúgubres en las trilladas pelis de vampiros y hombres lobo. Un muro suficiente para impedirnos descubrir el magnífico polideportivo que la burocracia del tano Genta sigue administrando del otro lado.

La casa del Viejo Alejo quedaba en el barrio de casas obreras inventadas por tanos y galegos cuando las primeras fábricas bautizaron la Avenida del Trabajo y que el aluvión de “cabecitas negras” de los 30 y 40 obligaron a cambiar por el más partidario Eva Perón. Fiel a esa prosapia de familias laburantes con mejores condiciones de vida, hoy en los viejos pehaches y zaguanes se habla aymara o quéchwa, no cocoliche, para disgusto de una clase media -anciana ya- que aborrece su propio origen obrero e inmigrante.

Me saltó a la vista no bien abrió la cancel qué raro bautismo explicaría el apodo de sus amigos. Ese corte de pelo tan particular de quienes fueron adolescentes en los años 90, flequillo estón hasta los costados y pelo largo tipo cumbianchero atrás, no podía ser el de un viejo, aunque una tupida barba que le tapaba el rostro hasta los ojos te hacía dudar un poco.

Me recibió con un seco Hola y miró por detrás de mi espalda cuando pasé, oteando el horizonte del empedrado hacia ambas esquinas. Un recurso instintivo de seguridad que compartimos delincuentes y militantes, ambos siempre perseguidos por complotar contra el orden establecido, aunque los primeros muchas veces lo hagan en connivencia con fuerzas del Estado.

Mientras ponía la pava en la pequeña cocina de la planta baja, y sus dos hijos pequeños dormían en el cuarto contiguo (entre ambos abría otro cuarto, pero de funciones inescrutables para mí) su compañera terminaba de atender centenares de macetas de diversos tamaños y formas vegetales en la terraza que remataba el techo del entre piso, al final de la escalera caracol de hierro viejo. Mientras subía, iba fascinado por las paredes del pehache, que exponían unas xilografías y grabados con mucha fuerza y poder, con escenas de la lucha obrera del argentinazo y la lucha de las mujeres contra la opresión en su vida cotidiana.

Levantó el rabillo de la mirada sobre sus plantas cuando puse el primer pie en la terraza. Me miraba con unos ojos negros redondos y compactos, que brillaban en la oscuridad lo justo y necesario para provocar un súbito terror en sus interlocutores circunstanciales. De estatura pequeña, igual que su pareja, del mismo modo parecía tener una contextura robusta bajo los paños de colores que hacían de pollera y el extraño delantal con bolsillos ocultos. Me escaneó de arriba abajo –imagino que también me olfateó o por lo menos registró aspectos de mi personalidad ocultos a la vista mortal- y se retiró hacia el hogar bajo nuestro suelo.

Yo venía muy cansado, sino juraría que todas las suculentas y cactus de ese jardín formaban una misma coreografía fractal, una recreación del fondo marino original, el primer gran útero donde surgió la vida.

 

Al poco tiempo apareció el Viejo Alejo con la pava y uno de esos mates de madera cubiertos de estaño tan particulares del litoral argentino y que por alguna razón que no conozco compiten con los pequeños mates de acero enlozado en las casas y oficinas porteñas.

-Hace rato esperábamos su visita, Santos.- dijo para romper el diálogo.

-Lamento decirle, compañero, que no sé bien por qué. Espero que me lo pueda explicar.

-Leo dejó dicho que usted lo iba a buscar y que iba a saber cómo encontrarnos. Eso fue poquito antes de irse.

-¿A dónde se fue? ¿Cuándo se fue?

-El 21 de abril nos despedimos en el hueco principal de la Torre del Parque de la Ciudad. Suponemos que ahora debe estar en algún momento del otoño o invierno de 1977. Pero no podríamos asegurarlo.

-¿Quiénes son ustedes?

-Claro, qué colgado, disculpe mi falta de decencia. Con Leo nos conocemos desde la época que militaba en docentes. Soy maestro ZAP en escuelas de Lugano.

-¿Qué es eso?

-Zona de Acción Prioritaria. Es el nombre de la precarización docente de primaria, compañero. Una nueva forma de reventar el trabajo de la docencia que inventaron los kirchneristas de UTE con el gobierno de Ibarra y Néstor en el 2007. Cumplimos las mismas tareas que cualquier maestra pero tenemos un tercio menos de derechos laborales, empezando por la inestabilidad.

Los otros miembros del equipo son Gavy y Pablo. Espero que con sus nombres de pila sea suficiente para usted.

-Totalmente. ¿También son docentes?

-Sí, pero de media. Gavy trabaja en un secundario nocturno para adultos en la 21-24 de Barracas y Pablo es compañero del secundario de reingreso donde trabaja Leo en Villa 3, en Soldati. Los tres coincidieron en un encuentro de escuelas en Chapalmadal en la primavera del 2014. Gaby desarrolla equipos de investigación sobre la historia de las villas de la zona sur junto a los vecinos y estudiantes. Pablo presentaba un informe que hizo con los pibes del último año sobre la estafa que hicieron en el Parque de la Ciudad los milicos. Cruzaron notas y Leo descubrió una rara anomalía en las investigaciones de ambos. Gracias a eso pudimos encontrar la máquina del tiempo.

Su trato era formal, aunque eso no me alcanzaba para deducir el apodo. Todavía estábamos tanteándonos. A pesar de la confianza por el mutuo amigo todavía éramos desconocidos.

-Entonces los milicos fabricaron una segunda generación de máquinas para viajar en el tiempo. ¿Y usted cómo entraron en todo esto, compañero?

-Además de laburar ahí, hace bocha que milito la zona. Me necesitaban para encontrar algún milico que haya participado, alguno que tuviera acceso a la Torre y a la máquina.

-Conozco a la militancia de esa zona, y a usted no lo tenía.

-No, claro, porque nunca cultivé el alto perfil. Yo arranqué de muy pibe. A los quince me contaron que era hijo de desaparecidos y me cayó la ficha que sus asesinos todavía estaban sueltos. Tantié un tiempo con HIJOS pero me ganaron la impaciencia y la impotencia y la impunidad. Empecé a pegar merca con unos amigos del reviente en la 1-11-14. Me hundí hasta el fondo con esa runfla hasta que boletearon a uno de mis compinches. Ahí me pasé de bando, con una gente de un comedor popular y me fui a militar con ellos contra los narcos. Esa era una militancia posta, cortando calles para conseguir bolsones de comida, enseñándole al piberío de la villa y bancando para que no instalaran adentro del barrio cocinas de paco. Aguantamos bastante, hasta que cayeron las grandes bandas y se hizo imposible sin una infraestructura adecuada, digamos, de fierros.

-¿Militaba con los chinos?

-Estuve un poco en todos lados, con los chinos, con los viejos perros y montos que se habían exiliado adentro, junto al pueblo. Conozco todos los pasillos de La Boca, Pompeya y Soldati. Pero nunca pudimos armar una organización que superara a los transas y nos fueron ganando terreno. Y bueno, algunas cooperativas pasaron a laburar con el gobierno después del Argentinazo, otros se hicieron directamente punteros del régimen y de los narcos. Me acerqué al Partido porque fueron los únicos que no transaron con el kirchnerismo y además porque andaba buscando salir del consumo, terminé de estudiar y me puse a laburar. Me metí a militar en lo sindical.

-Los orígenes heroicos del movimiento piquetero… lástima en lo que se deformaron… -tiré para sondearlo, con pocas referencias la militancia se puede hacer una idea sintética de los límites y posibilidades de una charla, o un encuentro.

-Mire como será la cosa, compañero, que el Evita tardó poco y nada en engancharse a los negocios del PRO. Ya anunciaron un arreglo de sus cooperativas de viviendas –donde los dirigentes tienen doble voto- con Vidal en Almirante Brown, uno de los pocos distritos que sobrevivió a la hecatombe de votitos amarillos. Setecientas casas, compañero, con el gobierno de la Capitana todavía tibio, viera….

-Se terminaron los tiempos de tomas de tierra y piquete, parece.- ya en confianza, le pregunté en concreto- ¿Cómo fue que descubrieron la nueva máquina del tiempo?

Chupó la bombilla como pensando por dónde arrancar bien el cuento. Al final del sorbo, tiró:

-¿Vos sabés por qué la 1-11-14 se llama así?

-¿Es la fecha de fundación?

-Jeje. No, nada que ver. Ya nadie se acuerda en esta ciudad de mierda, pero los milicos llevaron adelante su propio genocidio planificado contra los villeros de zona sur desde Onganía hasta Cacciatore. Usaron la obra pública como pantalla y como fuente de financiamiento. Desde Pompeya hasta La Noria, todo el sudoeste porteño siempre estuvo poblado de laburantes pobres, que no podían pagarse ni un miserable inquilinato. Se mandaban a hacer sus ranchitos de madera y adobe en los viejos bañados al sur de Flores, al lado de las viejas huellas que iban y volvían por los mataderos clandestinos al borde del Riachuelo, hasta La Matanza. Tierras que no valían una mierda, pantanos inestables, carne de cañón de cada sudestada. Desde que construyeron la cancha de Huracán y trasladaron la quema de basuras para Soldati, en los cuarenta, la negrada y los inmigrantes fuimos drenando lagunas y asentando los suelos.

-Más o menos como en todos los barrios de la ciudad al oeste y al sur de Plaza Miserere.

-Claro, pero este fue el último proceso y los milicos decidieron ponerle un corte. Primero con la rectificación del Riachuelo en los 30 y después con el trazado de las autopistas, en los 60 y 70, desplegaron un ejército de agrimensores y científicos para medir el terreno y planificarlo. Les fueron poniendo números a los rancheríos y censando a la gente. Y después hicieron como en la Patagonia, eligieron los mejores terrenos para sus negociados inmobiliarios y desplazaron a sus habitantes originales hacia las zonas más marginales. La zona entre Varela y la Perito, la villa del Bajo Flores, fue el primer asentamiento, la “uno”, detrás del viejo Hospital que fundó Alvear, el Piñero. Luego le agregaron a la gente de la villa 11 y de la 14, y así quedó el nombre de la villa más grande de Capital.

-El coronel Varela que fusiló a los peones rebeldes en Santa Cruz bajo Irigoyen, el Perito Moreno que participó en nombre de la ciencia en la conquista de la Patagonia. Con la selección de nombres para las calles iban marcando territorio, ¿no?

-Y se repartieron las tierras mejor ubicadas, entre el Cementerio y la traza de la AU6 para los campos deportivos y recreativos de cada fuerza, los aeronáuticos frente a Villa 3… hasta la policía tiene su club de fútbol en frente del Carrillo. También milicos poderosos como Camps consiguieron terrenitos para los clubes de los que eran hinchas, como Argentinos Juniors. Algunas colectividades inmigrantes fueron “escalando” como pequeños comerciantes en esos barrios y se aliaron con las “fuerzas vivas” a cambio de sus propios predios, el Club Italiano, el Deportivo Español, hasta los armenios tuvieron su tajada. Los cuervos posan de mártires porque la dictadura les vendió los terrenos del Gasómetro para Carrefour, pero bien que los “compensaron” con las hectáreas donde terminaron poniendo el cenicero ese.

-En las villas fueron quedando los “cabecitas negras”.

-Exacto. Una especie de “Conquista del Sur” con todos los métodos que usó siempre el Estado colonial, patotas asesinas paraestatales, cooptación de pobladores con un poquito de guita para sostener la “frontera” contra los más pobres… y después con el poder del Proceso, la topadora y los grupos de tareas. Esa zona siempre fue invisible para los porteños que vivían de Directorio hacia el norte. Los barrios detrás de Parque Avellaneda, casitas para obreros de cuello blanco y azul, pagadas con créditos hipotecarios y mezcladas con alguna vieja quinta, como en Floresta, más la llegada de cadenas comerciales y cines alrededor de las estaciones, sirvieron de tapón para lo que iba pasando en el Sudoeste. Además todo se justificaba por las obras de infraestructura.

-El verdadero motor de la economía nacional.

-Y la principal cloaca de este sistema. Porque el precio de los materiales de construcción es de las cosas más difíciles de medir. Entonces los tipos lavan guita de negociados truchos en el sobreprecio, que además les permite llevarse mordidas importantes. Dejan tres autopistas y un par de barrios de cemento, que se hicieron con el diez por ciento de la guita que pasó por ahí, y todo el mundo chocho. Roban pero hacen, vió. Detrás de toda esa pantalla se blanquea guita de las redes de prostitución, de los narcos. Con los clubes pasa lo mismo, se aprovecha la legalidad de los viejos clubes de socios para meter todo tipo de porquería.

-¿Y por qué no tiraron abajo el resto de las villas?

-Porque el consumo de merca subió mucho en la ciudad y es más barato fabricarla cerca del lugar de venta. Además que desde los 70 se acabó el proceso de industrialización primaria y secundaria, y en algún lugar hay que amontonar a los desocupados, ¿no te parece? Ahí empezaron a caer los curitas villeros, a meter la cuña de la “caridad” del Vaticano, otra multinacional que lava guita de negociados non sanctus.

-¿No comulgás con los curitas villeros, tampoco?

-Depende, con los Mugica que estaban fusionados a las organizaciones villeras y defendían sus intereses, estoy a muerte, pero son los que menos quedan, o los fusilaron o los removieron de lugar.

-Otros terminaron siendo Papas.

-Claro, ese sorete vendió mucho humo con el “trabajo misional” en el Bajo Flores, de ahí salió su alianza con el legislador que supo ser trosko en los 80, fundador del fallido Partido Bolchevique después de la derrota de la Gran Huelga Docente del 88 y encapsulador profesional de toda la fuerza que tuvo la Asamblea del Parque Avellaneda en el 2002, hasta que la redujo a una coordinadora de pequeños talleristas textiles bolivianos. Hay toda una parte de la derecha que tiene un prurito aristocrático contra los nuevos ricos y una ética contra la prostitución, el trabajo esclavo y el narcotráfico, tipo Carrió o la lisiada vicepresidenta. Les gusta poner guita y votos para tener controlados a los “inmorales” y de paso se hacen una imagen devota para las elecciones.

-La Biblia y el Calefón, hoy como ayer.

-Mirá, compañero, en esta ciudad hay mucha hipocresía. Incluso entre el progresismo. La historia de las barriadas obreras y populares de los últimos setenta años es una mezcla de técnicas de expulsión de población que vienen desde la Conquista, mezcladas con las nuevas estrategias de construcción de ghettos donde se acorrala a los pobladores originarios hasta que se mueran de cualquier bacteria, de hambre, o los amasijen los delincuentes.

Cuestión que en el 78 los milicos estaban en el pico del delirio de poder y estallaron los negociados de la obra pública. Bancados por los yanquis como base de operaciones del Plan Cóndor contra la “insurgencia comunista”, aprovechándose de las grietas de la Guerra Fría para venderle trigo a la burocracia soviética y con la situación interna totalmente controlada, negociados como los del Mundial de Fútbol aparecían todos los días. El segundo más grande fue el del Parque de la Ciudad.

-¿Gestión Cacciatore, no?

-Cacciatore es el que empieza “legalmente” la porquería, pero el plan era anterior. En el 68 Onganía lanzó el Pe.Ve., Plan de Evacuación de Villas. En el 72 desalojaron la segunda villa de la zona sur, que se había instalado al lado de la quema de basura, como el viejo Barrio de las Latas de la década del 20 donde hoy está la cancha de Huracán.

-¿Cuánta gente desalojaron?

-Gavy nos mostró los censos de la Municipalidad. Nueve mil personas y pico. Algunas les dieron departamentos a pagar con hipotecas del Banco Ciudad en las torres de Lugano, que habían empezado con Onganía y las terminó Lanusse en el 73, por eso le pusieron el nombre de Savio, el milico del acero. Pero a la gran mayoría la rajaron a la calle y cruzaron del otro lado de Avenida Cruz para armar la Villa 3, que todavía sobrevive. Aunque le quieran decir Barrio Fátima, los vecinos se niegan a olvidarse de dónde vienen.

-Encima de chupacirios de la Parroquia de Fátima, cualquiera.

-Soldati y Lugano están cagados por una historia de especulación inmobiliaria y negociados con el presupuesto público. El del Parque de la Ciudad fue el último y el más grande. Por lo menos hasta que salte la porquería de las Olimpíadas de la Juventud que armaron los kirchneristas y el Pro para el 2018. Una colonización lenta y planificada, esperando los momentos justos para quebrar la lucha de los laburantes villeros, invisible para el resto de la ciudad, que siente el olor del Riachuelo y cree que no hay gente viviendo ahí.

-Como una Gaza porteña.

-Totalmente.

-Qué tema el de la vivienda popular.

-Más de cuatro millones de familias, amigo, viviendo en barrios precarios, asentamientos o villas miseria. Y estos ex guevaristas de ministerio que siguen con la cantinela de los censos y los préstamos hipotecarios para desalojar villeros, loco. No se dan cuenta que si nos dan una casita de material a pagar, echamos raíces y después nos portamos como pequeños propietarios, defensores también de la nefasta propiedad privada, la familia y la Nación. ¿Es que ya nadie se acuerda de los anarcos en España o los comunistas rusos? Expropiarles tierras, sí, pero colectivamente, organizadas en comunas con asambleas y delegados, organizando el consumo y la producción. A veces me gana una mufa terrible, vea compañero. Todos se llenan la boca y los bolsillos hablando en nombre de los villeros, garpan centros culturales enormes en viejos galpones y fábricas, se lavan la cara por izquierda y por derecha, hasta los jesuitas tienen su fundación Techo, pero por ningún lado se ve una lucha comunista por la tierra.

Y los historiadores progres de Fylo miran pa otro lado. Nuestros barrios obreros siguen sin historia, loco. Desde el nombre hay una estafa. El primer Soldati –Francesco Giussepe- fue un suizo-italiano que laburaba con el Banco ítalo-francés que compró la concesión para la primera traza del Belgrano Sur. Con el dato de que iban a tirar vía férrea hasta Casanova y con ramales para el sur ganadero de la provincia, Soldati se hizo el pillo y le compró todas las tierras desde Pompeya hasta la Noria al intendente Bullrich.

-¿Algo que ver?

-Sí, claro, fundador del clan. Todavía tienen la inmobiliaria con el nombre. La primera fortuna la hicieron con las tierras que le robaron a los mapuches en la Conquista de la Patagonia.

El otro clan que todavía sigue es el de los Soldati, son los que manejaron la Sociedad Comercial del Plata desde los años 60. El viejo suizo, con el negociado de tierras que hizo con el tren, puso guita en la vieja Compañía Ítalo-Argentina de Electricidad. Siempre se mantuvieron haciendo guita con bancos, tierras fiscales y energía. En los sesenta y setenta se aliaron a Martínez de Hoz y en los 90 fueron uno de los grupos que rapiñaron con Carlitos Saúl y el Mingo. Llegaron a ser accionistas en Telefé, Telefónica, Trasportadora Gas del Norte, Transener y el Parque y el Tren de la Costa.

-Con esos se fundieron, ¿no?

-Me extraña compañero, éstos no se funden nunca.

-Pero fueron a la quiebra en el dos mil.

-Las quiebras para los capitalistas son como ir a confesión para los católicos. Se limpian y vuelven a las andadas. La posta es que entre los yanquis, los rusos y Paolo Rocca les pusieron un tate quieto cuando se metieron en negocios de tuberías y transporte de Gas en medio oriente. Con la quiebra blanquearon los activos, se sacaron de encima un par de muertos y volvieron a las andadas. Don Santiago fue el principal lobista de su amigazo Peter Munk para que el kirchnerismo les entregara Pascua Lama a la Barrik Gold. Está todo ahí, en la internet, guglée, amigo, guglée si no me cree.

-¿No les habían matado uno los Montoneros?

-Eso dicen ellos. Oh casualidad a Santiago lo “secuestran” en el 73, a su viejo lo liquidan en un atentado en el 79, cuando Montoneros ya no existía y todavía otro muere en un “accidente” jugando al Polo bajo el menemismo. Todo trucho papu. Apretadas entre mafiosos para firmar contratos jugosos. Historias que siempre van a ser “misterios” para la gilada como nosotros.

-Soldados del capital. ¿Ellos construyeron el Parque de la Ciudad?

-Algo habrán tenido que ver. El Parque fue parte del proyecto de Onganía para reorganizar toda la zona sur de la ciudad. La pantalla era la construcción de un sistema de parques sarmientino donde estaba la quema de Soldati. Supuestamente iban a erradicar las villas para que la gente viviera en los complejos habitacionales y el resto iban a trasladar el Botánico y el Zoológico. Las torres de Lugano las terminaron en el 73, los monoblocks de Corrales y Acosta entre el 74 y el 79; pero también hicieron todos los edificios de Samoré, Piedrabuena y Villa Madero, del otro lado de la General Paz. Primero los regentaba el Fonavi y después el IVC. La gran mayoría fueron para empleados de las fuerzas armadas y la policía, y municipales de los gobiernos de la dictadura.

-Sí, eso lo sé. La mayoría de la gente, incluida la izquierda, presupone que en Lugano y Soldati todo el mundo es de izquierda porque es pobre pero esos barrios se fundaron con una base social muy derechista.

-Todos barrios con nombres de milicos o de curas, qué van a ser izquierdistas esos. No, además hay muchas familias que hicieron guita subalquilando los departamentos o poniendo comercios. Ahí hay toda una clase media muy de mierda. Cuestión que a Leo le llamó la atención los rumores que se corrían en el barrio sobre la Torre y les dio pelota, viste.

-La Torre del Parque.

-Sí, la Torre del Parque. La inauguraron con el Parque, en 1981, que se llamaba Iterama. Fue el negociado más grande de la dictadura, Pablo hizo una investigación con sus estudiantes de cuarto. Vieron todas las ordenanzas, las licitaciones, los permisos y los préstamos de la ciudad. En total calculan que se afanaron 500 millones de dólares de presupuesto nacional.

-Me jodés.

-Para nada. Es increíble pero Odebrecht un poroto. El Plan Cóndor también fue una organización para lavar la plata dulce que venía con la especulación de los petrodólares árabes en todo el continente. Se les ocurrió hacer el Parque de Diversiones más grande de América del Sud, contrataron al tipo que diseñó Disneyworld en Miami, compraron las montañas rusas más grandes a empresas alemanas y la torre espacial en Austria, que tiene como 240 metros, más que los rascacielos de Puerto Madero de ahora.

En una maraña de compañías “privadas” y financieras, los mismos milicos se chupaban guitas de créditos y adelantos y la ponían en cuentas offshore y plazos fijos en el exterior. Al final, la compañía se fundió, Alfonsín estatizó el Parque pero nunca se pudo usar por las fallas de seguridad y la falta de baños. Quinientos millones de verdes se fumaron y quedó esa bazofia de fierro viejo que no sirve para chota.

-Ahora quieren hacer una especie de Sambódromo para recitales y toda la bola.

-Sí, pero los chetos no se mandan a Soldati ni aunque les den guita. La protección de los narcos les genera el problemita de la “inseguridad” en la zona. Además que es el único lugar de la ciudad donde crecen los barrios obreros. Acordate de la crisis del Parque Indoamericano en 2010. Aníbal Fernández y Macri organizando juntos la represión con la Policía Federal, la Metropolitana y las patotas del SUTECBA de Genta, barrabravas de Huracán casi todos. Mataron tres inmigrantes, loco, y después de eso la democrática Garré metió Gendarmería reconociendo que las Comisarías organizaban la prostitución, el juego clandestino, el tráfico de armas y droga… en todo el cordón del Riachuelo.

-¿Qué mitos me dijiste que rastreó Leo?

-Los wachines tiraban mucho mito sobre la Torre. A Pablo le gustó la idea de que con la Torre espiaban a toda la ciudad. Pablo había sido telefónico y militado con la violeta de Foetra, de docente le tiraban todas esas cosas de la comunicación y los medios y le cabía una especie de delirio panóptico de los genocidas. Pero también había pibes que tiraban lo de la máquina del tiempo. Cuando le contaron que la Torre estaba construida sobre el recorrido del Cildañez, la flashó con el tema de los masones y las fuentes de agua y ahí empezamos a tirar de la piola.

-Claro, qué boludo. El Cildáñez viene de Tapiales y desemboca en el Riachuelo. La vena de agua necesaria para los viajes en el tiempo, como el Arroyo del Medio bajo el Barolo.

-Nos contó toda esa bola una noche en esta misma terraza. De ahí salió lo de buscar a alguno de los milicos que participaron en la construcción de la Torre. Me acordé de un facho que manejaba la venta de falopa con punteros del Coty, un tal Martínez Zuviría y le caímos a una visita poco amistosa.

-¿El mismo Coty?

-Y sí papá. En el 83 los radichetas compraron a muchos punteros que habían laburado con los milicos y metieron su gente entre los municipales. El Premetro y la relación con los clubes les sirvieron para armar toda la red. Es la base del Pro de Capital. Y no te olvides de los peronchos de Lugano y Piedrabuena que también terminaron ahí, con la banda de Ritondo.

-¿Y todo este tiempo esa máquina estuvo inactiva?

-Sí. Cuando lo apretamos al viejo milico nos largó que era un proyecto muy riesgoso de un sector muy sarpado del gobierno, el mismo que flashaba con la reconquista del viejo Virreynato, la invasión a Chile y toda esa bola. Estaban colaborando con científicos de empresas industriales alemanas que habían colaborado con los nazis y que mantenían una línea de investigación derivada de la competencia nuclear. La construcción del Parque les permitía pasar máquinas y dispositivos sin que nadie sospechara nada.

-¿Cómo nuclear?

-Como escuchás, cumpa, nuclear. La Torre funciona con una ojiva de plutonio refinado.

-Es joda.

-Para nada. En medio de la crisis económica mundial del 82, la crisis de Malvinas y la transición democrática trucha del 83, pintó la desbandada y la ojiva quedó ahí. El proyecto de los milicos se vino abajo y a los que quisieron retomarlo los trataron de trastornados.

-¿Y al viejito éste Zuviría le pudieron sacar toda la data?

-Toda, cumpa, toda. Largó toda la porquería.

Me pareció innecesario –e indiscreto- preguntarle qué métodos habían usado. Al final de la charla, el misterio del apodo había quedado resuelto, cuando hablaba de lo que sabía, parecía el Viejo Vizcacha del Martín Fierro, por la convicción detrás de cada teoría, aparentemente paranoide y sin sustancia, por el barro que tenía recorrido en las regiones más desconocidas de la realidad.

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