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jueves, 19 de noviembre de 2020

CAPÍTULO 13: Nueva Vizcaya

 




CAPÍTULO 13

Nueva Vizcaya

 

hoy sábado, dia del señor San Bernabé, once dias del mes de junio del año del nacimiento de nuestro señor Jesucristo de mil y quinientos ochenta años, estando en este puerto de Santa Maria de Buenos Ayres, que es en la provincia del Rio de la Plata, intitulada la nueva Vizcaya, é fundo en el dicho asiento é puerto una ciudad, la cual pueblo con los soldados y gente que al presente tengo, é traido para ello, la yglesia de la cual pongo su advocacion de la Santísima Trinidad, la cual sea é ha de ser yglesia mayor é perroquial, contenida y señalada en lata que tengo fecha de la dicha ciudad y la dicha ciudad mando se intitule la ciudad de la Trinidad.

 

Juan García Garay,

Acta de Fundación de Buenos Aires,

11 de junio de 1580

 

 

En el ala en construcción del convento me esperaba Shosé. Era mi primera salida de la casa y tenía por lo menos tres o cuatro horas de sol para caracterizar planes de fuga. La excitación me empujaba, a pesar del calor sofocante.

-Buenas tardes. Algo importante le dijo usté a Don Esteban, que nos manda comentar a Don Lezica. –dijo por todo saludo.

-Buenas tardes, compañero. Me dijo que íbamos a trabajar a otro lado.

-Don Lezica se pasa todo el día en la obra del Convento de Santo Domingo. Fue alcalde de la ciudad hasta que llegó Cevallos. Es uno de los más ricos. Le gusta vigilar él mismo los trabajos. Don Esteban aprovecha que trabajo ahí para cartearse cosas muy importantes con Don Lezica. ¿Qué le dijo, usté?

Le resumí nuestras entrevistas por arriba, sin esconderle nada. Pero todos mis sentidos estaban puestos en otra cosa. Después de que la enorme hoja de madera se cerró con los postigos de hierro viejo anclados a la piedra negra de la acera, me sorprendió el vacío de casas mirando hacia donde el sol iba remontando la tarde. Estábamos en una especie de loma de un par de manzanas de tamaño, aunque pelada de construcciones. Desde la esquina nuestra, el muro del convento que construíamos se hacía largo hacia el lado del río y ahí estaba Buenos Aires, como en una larga bajada hacia el este.

Shosé masticaba la información pero se daba cuenta de mi asombro.

-San Ignacio.

-¿Perdón?

-Lo perdono, pero esta calle que estamos, se llama San Ignacio. ¿Allá en su tiempo la llaman igual?

-Te soy sincero. José, no tengo idea. La historia colonial la conocemos muy mal. Y a la ciudad la demolimos tres veces y la enterramos de cemento. Los únicos que se dedican a eso son historiadores de derecha, milicos y curas nostálgicos. No sé dónde estamos.

-Para que te orientes estamos parados en la esquina sud-oeste del ejido que fundó García Garay. Esquina de San Pablo y San Ignacio. La calle amiga que la acompaña hasta el río, donde están sus habitaciones, le decimos De la Concepción, por la parroquia de los bethlemitas aquí cerquita.  Si caminamos para ese lado, cuatro calles más pal norte, está la de Santo Domingo.

-Donde está la iglesia a la que estamos yendo ahora.

-Claro. Pero no vamos a ir por ese lado, vamos por el Barrio del Tambor así nadie te va a lechuziar. ¿Te ubicas ahora?

-No me suena ningún nombre. ¿A qué le llaman Barrio del Tambor?

-Es donde nos dejan alquilar los ranchitos a los negros. Y donde se arman los quilombos como en el que nos conocimos. A esta misma altura, caminando por la calle de Santo Domingo está la iglesia de la Virgen Negra, la catalana. Ahora en yendo por ésta, de San Ignacio unas cuadras pal este vamos a pasar detrás de la parroquia de la Concepción. Desde aquí para el sur y hasta el río todo esto es barrio de negros. Donde viste la asamblea sale el Tercero de Granados que termina en el Río de la Plata. Los blancos no pisan detrás de la iglesia de la Catalana y la de la Concepción.

Cuando señalaba cada nombre, los dedos mochos, de llema dulce de leche y dorso moruno, saltaban jugando, de la torre de una iglesia, un campanario y su crucifijo, a otro. Hasta donde alcanzaba la vista, ninguna casa superaba los dos pisos. La mayoría eran de adobe, pintadas a la cal, algunas con portones anchos de madera, que Shosé me marcaba como entradas de carruaje para distinguirlas de las casas pobres. Esas tenían las ventanas exteriores adornadas con rejas de hierro forjado y un farol para velas debajo de las tejas.

El cielo de Buenos Aires se recortaba por las cruces de las iglesias y nada más. Una aldea pueblerina. Una especie de cementerio.

Mientras caminábamos por los arrabales del Buenos Aires de 1777, trataba de mejorar mi confusión. Le llenaba de preguntas, todo niño en la etapa del por qué, todo emoción de turista en primera mañana.

-¿Qué es un Tercero de Granados, un ejército?

-No, no. Un arroyito de morondanga, nomás. La ciudad blanca está protegida por tres arroyuelos: el de Granados, al sur; el de Matorras, que también le dicen del Medio, nace allá, desde el Barrio del Tambor hasta El Castillo de los Ingleses, frontera al norte y el Tercero Manso que baja todo por el borde del oeste, pasando por las tierras de Miserere.

-¿Y por qué le dicen terceros a los arroyos? ¿Dónde están los primeros y segundos? ¿Serían los arroyos más grandes?

-No, no, no. Imaginas mucho. Aquí los terceros son los hombrecitos que cobran los impuestos para el Rey. Las gentes los odian. Estos arroyitos la más del año están secos, como ahora. Son esas zanjas y zanjones abiertos en la tierra, como ves. Un hilito de agua mucho. Pero cuando viene tormenta se hinchan, comen agua del cielo y del suelo y revientan pa los costaos, furiosos, no tienen piedad, destrózanlo todo. Si tienes casa de adobe, te la llevan; si tienes mueble de madera, te lo arruinan. Todo se lo llevan, como los cobradores de impuestos.

Solté la carcajada con gana, porque ahí estaba también, el origen de ese humor tan particular del porteño, mostrándose fino contra el Estado y también quejoso.

-¿Y les construyeron una iglesia para negros?

-¿Lo dices por la Virgen Negra? Qué va, si es que la truyeron de Barcelona y la madera se tostó con el sol y la sal del océano. Los negros hacemos las misas, los bautismos, casorios y entierros en ella porque nos queda más cerca del barrio.

-¿Cómo se llama entonces?

-De Montserrat, como esta calle que vamos cruzando.

Ese nombre sí me sonaba, la basílica enorme que está en Belgrano y Lima, frente al Laurak-Bat. Deduje que íbamos bajando paralelos a Belgrano, que sería la calle Santo Domingo esa, cruzando Lima y contando las cuadras que dijo Shosé la casa donde estaba retenido estaría en una esquina sobre Estados Unidos y Lima. La Concepción sería Independencia. De repente me pareció que entendía todo. La Casa de Ejercicios Espirituales de Don Esteban y su Señora María Antonieta es el convento colonial que todavía está en Independencia y Salta, el de la Shell de la esquina enfrente de la UCES. La asamblea que Shosé marcó hacia el sur tenía que ser Plaza Constitución o Plaza España.

-¿Vamos a pata?

-No vamos a molestar a los caballos por unas cuadras. Aquí solo montan los peones de matadero y los señoritos. Es trabajoso, pero al menos está el barro seco. Van semanas que no llueve.

No había una sola nube de esperanza en el cielo celeste brillante. Las calles eran zanjones de barro seco, ni siquiera apisonadas. Guardaban las huellas gordas de carretas y se veían las herraduras como un molde fabricado por las últimas lluvias. Bajábamos dando saltitos de cabra. En los almacenes de las esquinas sin ochava, los caballos atados al palenque. Los parroquianos comprando y el bolichero, solían saludar a Shosé con euforia, o era buen cliente o buen amigo. Cada tanto nos cruzábamos con negros de sombreros raros y pantalones rajados por encima de la rodilla llevando cajones de madera con tabaco, yerba mate y galleta, pregonando. Los negritos jugaban en las puertas de las casas mientras la madre barría. Noté alguna cara de asombro cuando pasábamos. Algunos ya conocían la leyenda que se armaba sobre mi nombre, el amigo del negro Shosé…

-¿Por qué le ayudas a Don Esteban? No entiendo.- el tono de su pregunta a quemarropa no era de reproche, aunque se notaba que mis palabras habían confundido su confianza.

-Te lo expliqué el otro día. Ningún individuo, por poderoso que sea, puede torcer el movimiento de las grandes leyes de la lucha de clases. El mundo donde mandan los Esteban y sus amos está crujiendo y nada pueden hacer para revertirlo. Nada que yo le diga o le esconda puede cambiar el pasado, tu presente. Además, me imagino que si los esclavos de la casa le cuentan todo, el chismerío va en sentido contrario también. Lo que le cuente a Don Esteban puede llegar a oídos de sus enemigos, ¿no te parece?

No me pude dar cuenta si la explicación le había parecido oportuna o lo había ofendido. Fui más a fondo. La verdad es el mejor regalo para construir confianza, y mi confianza en Shosé es una confianza de clase, tenía que ser robusta.

-Mirá Shosé, el arma más poderosa que la Vicky y yo trajimos acá, no son los llamadores de la máquina para viajar en el tiempo ni la pistola, es el diario del lunes.

-¿El qué?

-Es una imagen. Tenemos información que ustedes no tienen, lo que va a pasar.

-Claro. ¿Y qué va a pasar?

-Por ejemplo, este debate que tienen ustedes, es un debate muerto. El Rey de España ya negoció la isla de Santa Catarina que ganó Cevallos por dos islas en el Golfo de Guinea que los portugueses usan como puerto de exportación de seres humanos, en África, no me acuerdo los nombres.

Todos sus músculos se paralizaron el segundo que tardó una visión en pasarle detrás de los ojos. Había tocado una herida profunda.

-¿Fernando Po? ¿Annobon?

-Esas mismas, ¿las conocés?

--En Annobón me embarcaron para Brasil. Más de la mitad de nosotros –hizo un gesto envolviendo al barrio con el brazo- vino de allí. Son las puertas al infierno de los demonios blancos- hablaba con la mirada clavada en visiones reales, hundido en un pozo. Su voz era un eco saliendo de un pecho vacío. Se me ocurrió que había algo más doloroso que ser testigo de la crueldad en personas desconocidas. Un dolor con conocimiento de causa.

-Perdoname el recuerdo y la torpeza, Shosé. Pero por eso te digo. Lejos de buscar alivianar el esclavismo en el Virreinato, el Rey da el salto para ocuparse de todo el negocio, sin los portugueses como intermediarios. Minga de alivio para ustedes.

-Pero Don Esteban y los negros usté festejan que ganaron Santa Catarina, no puede ser.

-Creeme que es así. Y a Cevallos lo fletan a Madrid y lo envenenan en el viaje, se caga muriendo cuando llega. No existe futuro para los partidarios del tipo. Don Estéban se va a comer un flor de zapallazo cuando lo sepa, por lo que dice, piensa que es eterno.

-Estás delirando, Santos. El sol te lastima la piel blanca, ¿sabes? Te hace decir zonzeras. Aquí Cevallos es el tipo más poderoso. Los partidarios de Vértiz andan con las capas caídas, arrastrando bronca y envidia por el barro.

-Ese es el tipo que lo va a reemplazar. Ése es el que más va a durar.

Digería las novedades pero no me creía. Algo no cerraba entre lo que la Cieguita me había contado y la verdad que estaba pasando ahora. Se hizo un pozo entre mi certeza floja de papeles, porque estaba hablando de algo que yo no conocía en detalle, que me limitaba a repetir como loro y la duda de Shosé, basada en todo lo contrario, su propia vida.

-Mirá, por eso necesito recuperar el bolso, o por lo menos el celu. Tengo las fotos que le saqué a las líneas de tiempo de la historiadora del futuro. Ahí te puedo decir incluso qué día va a pasar lo que te digo, pero tenés que creerme que es así.

-Si lo que dices es cierto, Shangó lleva razones. No hay futuro para los negros libres con el Virreinato. Habría que reventar todo antes que empiecen a traer esclavos baratos. Cuando la pieza es barata cuesta menos romperla para el amo, tirarle al zanjón con la mierda de la letrina. Se van a cagar en las promesas de libertad para los soldados y de iguales precios para los gremios de negros que los de blancos. Feo futuro el que me traes, marinero.

-Quedate tranquilo, Shosé, que no todo es así. Los ingleses están cambiando el planeta. Construyendo con máquinas vestimenta, calzado y comida. En sesenta años van a estar construyendo caminos de hierro, con carretas tiradas por calderas de vapor, igual que los barcos, que ya no van a necesitar del viento para moverse; dentro de cien años también habrán máquinas llevando pasajeros por el aire. El mundo se va a hacer un pañuelito y estos van a conquistarlo todo.

-No veo nada de bueno que el inglés mande.

-Lo bueno es que las máquinas trabajan con obreros libres, pagados por un salario, como lo que vos estás peleando. Sos un tipo de otro tiempo, Shosé, te estás adelantando, pero cuando se pudra todo y avancen las guerras, la mayoría van a ser obreros como vos.

-Siguen las guerras.

-Sí, es la forma de vivir de estos soretes. Ahí tenés otra buena noticia, España se va a pique después de la independencia de Estados Unidos. Creo que esta calle se llama así, Estados Unidos, en el futuro.

-¿Qué son esos?

-Las colonias de los ingleses en el norte del continente.

-¿Los colonos van a ganar?

-Ah, sabés de la guerra de independencia yanqui.

-Claro. Don Esteban me compró para asistente personal. Me enseñó a leer y escribir para que le lea todas sus cartas y diarios cuando viejito y los ojos cansados. Va un año que empezó la guerra de los colonos. Pero Don Esteban y todos creen que Inglaterra los va a aplastar.

-Pero no, Shosé, la Batalla de Saratoga dio vuelta la taba. Wáshington y Gates demostraron que pueden ganarle al ejército de línea inglés. Eso va a convencer a España y Francia de poner guita para el lado de los rebeldes. Eso fue el 17 de octubre de este año, hace más de dos meses, Shosé. ¿Cómo se les pasa por alto una cosa así?

-Eso nunca se nos pasaría por alto, Santos. Si tu dices verdades, esas noticias todavía están llegando.

-No entiendo.

-Porque tú crees que ya tenemos las máquinas voladoras y esos caminos de fierro que hablas en sueño. Aquí las noticias del norte tardan tres o cuatro meses en llegar por barco. Lo que pasó en octubre sabremos en enero o febrero recién.

-Claro, que pelotudo, no lo había pensado. Entonces es más importante que tenga el celu, el diario del lunes acá puede tener fuerza atómica.

-No te entiendo nada, Santos. ¿Qué diceres de España debilitada si también diceres que le ganan guerra a inglés?

-Porque la vida es contradictoria, amigo Shosé. España y Francia ganan, pero ponen mucha guita que no tienen, y que van a querer cobrar con impuestos a los nobles y comerciantes y estancieros, con tus odiados terceros. Y el imperio les va a reventar por los aires, amigo.

-¿Cómo así?

-Es maravilloso Shosé, dentro de tres años nada más va a reventar todo el altiplano, desde Lima hasta Potosí, con la sublevación de los mestizos y los aborígenes liderada por Túpak Amaru.

-¿Qué son aborígenes?

-Lo que ustedes mal llaman indios, en el futuro no usamos nombres de conquistadores, son insultos.

-¿Y ese, con nombre de Rey Inka?

-Es un fletero. Tiene una recua de mulas con las que lleva y trae mercancías por el altiplano, se llama José Condorcanqui y va a ser caudillo de una enorme rebelión contra los nuevos impuestos de los Borbones. Se le van a sumar los criollos jóvenes sin tierras, estudiantes de Cochabamba y Chuquisaca, y casi van a ganar la independencia de las colonias americanas de España.

-¿Va a perder?

-Seguro, el rey no va a querer que le pase lo mismo que a Inglaterra en el norte y va a mandar una flota de guerra poderosa. Ante ese nivel de guerra los criollos se van a cagar y van a dejar aislados a los aborígenes.

-Criollo cobarde, siempre.

-Siempre, amigo. Pero la cosa va a volver a explotar veinte años después de la derrota de Túpak Katari y ahí los criollos van a echar a los españoles de toda América, aunque no lo puedas creer.

-¿Y los negros?

-Los esclavos africanos van a hacer la primera revolución de todas las colonias americanas después de los yanquis.

-¿Cómo es eso?

-Esa historia la conozco más al detalle. Francia también va a tener una crisis fiscal, por los impuestos que les va a querer cobrar, los comerciantes y los industriales franceses se van a unir con una parte de la nobleza, la menos rica, para rebelarse contra el Rey. La economía francesa está siendo destrozada por la competencia con la industria inglesa, los bancos holandeses y la sangría de recursos que les costó apoyar a Washington. Para sumar al pueblo de París van a prometer igualdad de derechos para todos los hombres desde la cuna, sin importar si nacieron nobles o plebeyos. Eso va a estallar en trece años nada más, amigo Shosé. Los negros de Santo Domingo se van a aprovechar de esa declaración para tomar el poder en la isla y declarar la libertad y el fin de la esclavitud. Y van a vencer a los ejércitos de Francia, España e Inglaterra para sostenerla. Todo el Caribe, Colombia, Ecuador, Venezuela y Brasil se van a convulsionar.

-Sólo entiendo Caribe.

-Bogotá, Quito, Suriname, Caracas, Bahía y Río de Janeiro. Todas las Guyanas y Guayanas, Indias y Guineas, sus negros esclavizados se van a sacudir las cadenas y los látigos con la independencia de Haití. Así le van a llamar a la primera República de Negros de la historia americana, Shosé.

-Me alegra escucharte, Santos. El demonio blanco es más despiadado en las plantaciones de banana y tabaco, de algodón o de azúcar, allá en el Caribe. Es trabajo más rudo, como en las estancias, o las minas acá. Pero Santo Domingo es una isla. Nosotros tenemos el desierto.

-¿Qué querés decir?

-Aquí los negros se escapan, no enfrentan al amo. Hacen sus quilombos en la frontera que el blanco no domina. Los guaraníes les dicen cambacuá, pueblos de negros. Es más fácil huir con los tuyos y esperar la partida del ejército o la marina, que nunca llega. Vivimos como antes, cazando y juntando frutos de los árboles. Los indios son amigos, ayudan. En la isla no hay huida sin un barco. ¿Y cómo navegamos sin saber? Allá no queda otra que matar al blanco. Aquí se puede evitarlo.

Habíamos caminado unas cuadras cuesta abajo y otra vez el asombro me estalló en la cara. Delante nuestro corría un hilo de agua en el fondo de un cauce del tamaño de la calle, cortando todo trazado normal de casitas y ranchos. El vaho de la basura pudriéndose por el terrible calor era insoportable.

-Ese es el Granados. Las casas mejores se paran antes de llegar al arroyo. Cuando la época de lluvias crece todo esto –y el gesto volvió a abrazar todo el barrio- y no es bueno para tu salud. Los ricos construyen de donde termina, pal norte. Pal sur acaba abajo de la barranca de los franceses.

-¿Qué es ese humo blanco? – pregunté cuando me señaló lo que sería Parque Lezama si yo andaba bien rumbeado.

-Fornos.  De ladrillos. Los blancos llegan por el río hasta la barranca de los franceses, tienen negros haciendo ladrillos, barracas con mercadería. Todo en la rivera, hasta la Boca del Riacho. Allí hacen puerto de lanchas y bergantines. Esta ciudad es muy sencilla, verás. De la barranca grande del sud viniendo para aquí, tienes los Altos de San Pedro, ¿ves la torre del Hospital? –y me señalaba las cruces donde hoy está la Iglesia de San Pedro Telmo- ahí atienden a los enfermos y liquidan a los muertos. Es lo único que los blancos construyeron al sud del Granados. Los españoles le tienen miedo al sud. Porque a Mendoza se lo comieron los indios subiendo por el Riacho de las Naves. Algunos le llaman el arroyo de La Matanza Grande, los que se acuerdan su historia. Su frontera más segura es el Granados.

El Granados vendría a ser Chile, o México o la misma Independencia por tramos.

-Por eso a ustedes los dejan hacer rancho al sur del arroyo y hasta el Riachuelo, como escudo humano. Si vuelven los aborígenes de la Pampa primero tienen que matarles a ustedes.

-Bien dices. Pero nosotros tenemos buen comercio con el indio pampa. Como en el norte, en las misiones. Y por eso ahorita también el blanco nos tienen miedo a nosotros, no entran al Barrio del Tambor, todo lo van por agua. Después de la zanja donde el Granados besa al Río de la Plata está el primer convento, de los dominicos, donde vamos ahora. Por esa misma calle viene el de los franciscanos, dos manzanas antes de la Plaza Mayor, a la altura del Convento de San Ignacio, que fundaron los jesuitas y le dicen de las Temporalidades desde que los echaron diez años ha.

Después de la Plaza, siguiendo pal norte, vienen la Iglesia de la Merced y el convento de las Catalinas. Hasta la gran barranca del Castillo de los ingleses, en el Paseo del Retiro. Allí andan seguros los españoles más viejos y ricos. Las barrancas son grandes y frenan la subida del río, que no les inunda nunca. Salen por caminos mejor aplastados, con árboles muy bonitos que frenan los vientos y sostienen el suelo y llegan hasta sus quintas y estancias en San Isidro Labrador y San Fernando, hasta las tierras del Tigre, que le dicen así porque han visto yaguaretés cazando en los pantanos. Esa es la ruta más cómoda para el pago de Luján y hasta Mendoza por una huella y hasta la Sancta Fé y Córdoba del Tucumán por la otra.

-¿Cómo? ¿No es más cómodo ir a Luján por el oeste directo? ¿Por qué por el norte?

-Tu dices por el Camino Real que sale a los Corrales de Miserere.

-Ese nombre todavía me suena, claro, desde Miserere.

-Ese camino es más largo, porque no tienes agua. Te obligas a parar cada cinco leguas con los animales y darles agua y comida. Los puesteros pueden cobrarte caro según tu desesperación. Hay una posta de bueyes después de Miserere, por donde empieza la huella de Gauna, que persigue al Maldonado hasta las vaquerías de los Morón. O puedes seguir hasta las tierras de Don Flores, pero no hay mucho refugio barato hasta Luján. Y los indios acechan desde los bajos del Riacho. Es mejor sortear los barros hasta el río de las Conchas  y seguirlo desde ahí hasta el Luján.

-¿Don Esteban te enseñó la geografía local también?

-Esa me la he aprendido solito. Cuando me compraron, los jesuitas nos tropearon con otras “piezas” y mercancías hasta sus tierras en Alta Gracia.

-Perdoname Shosé, ya lo dijiste antes, no sé lo que son las “piezas”.

-Así nos llaman en sus libros de asiento. Cada esclavo es una “pieza”.

-Mierda.

-No, mierda no, piezas. Algunos diz que los cardos de esos caminos son encarnáos porque bebieron la sangre de nuestros pies. Pensaba que el peor infierno había pasado en la panza del buque, Santos, pero la pampa es cruel para el que camina a pie descalzo.

-¿Hiciste todo el camino hasta Córdoba a pie? ¿Y descalzo?

-Y atado de cuello y manos con otros quinientos negros y negras y hermanitas y hermanitos.

-Como el ganado.

-Peor, amigo Santos. Aquí valemos menos que una mula. Yo fui con el ganado.

Verás, las carretas tucumanas son unos cajones enormes de piso de quebracho y costados de junco tejido, más fuertes que la totora. Si la mercancía es delicada, la tapan con cueros de vaca. A veces les ponen hasta cinco yuntas de bueyes para los viajes más largos, les van pinchando los lomos con un pértigo colgao de un travesaño en el pescante. Los negros caminamos en pelota con las mulas. Sólo paramos cuando los bueyes se cansan al mediodía y hasta que afloja el sol por la tarde. La mayoría de los carreros gusta de andar por la noche hasta las primeras horas de sol.

-Me imagino la tortura, ¿cúanto tiempo le meten hasta Luján?

-Si no hay crecidas de los riachos y no han atacao los pampas, en tres días puedes estar. El dolor de los pies en carne viva es terrible, no se puede imaginar. Y aunque no camines, este sol de verano puede volverte loco. Las aguadas te hacen vomitar y agarrar cagaderas muy feas, con pústulas, amarillentas. Ni te cuento los gazpachos de trigo viejo, mote que lle dicen los arribeños, que nos sirven para engañar la tripa. Si hemos andao varias leguas con algún negro más viejo arrastrando de la cadena, todo muerto y lleno de moscas.

-¿No los dejaban tirados?

-Cuando llegábamos a la otra posta se lo daban a los perros. Los perros comen cualquier cosa que les des. Y la carne de negro les gusta. Los acostumbran para después seguirle el olor y cazar a los que juyían.

-Tenés razón, no me lo puedo imaginar. ¿Todo eso pasaste tan chico?

-Por eso Don Esteban me compró para él en la Estancia de Alta Gracia. Ahí nos conocimos. Le había gustado que llegara con los pies ensangrentados pero sin llorar. Y mis manos finas, como diz él. Y me separó para su criado personal.

-Otra de tu salvador. ¿Por qué te puso Cuervo?

-Así nos llaman algunos españoles por el color de los pájaros. Hasta hace poco un asturiano publicó un libro con su viajes de Montevideo a Lima. El sirviente se llama parecido, Concolorcorvo. Con-color-de-cuervo, ¿comprendes?

-Entiendo. No son muy originales para poner nombres.

-A todo lo bautizan. Así se adueñan de las cosas y las gentes, bautizando. Así diz que fizo su dios pa crear al mundo, bautizándolo todo. Pero sí, llevas razones Santos, son brutos para bautizar.

La humorada nos acompañó hasta la entrada del Convento de Santo Domingo, que aunque la mayor parte estaba en construcción, la torre se me apareció clarita en la memoria. Es la iglesia que está en la esquina de Defensa y Belgrano, donde están los huesos del creador de la bandera. Alguna vez caminando la feria de San Telmo, Leo me había contado la historia de la estatua de bronce del patio exterior, donde están los restos del prócer porque vivía en la cuadra de al lado.

Ahora sí podían verse familias blancas caminando por las calles, con sus levitas, chalecos, enaguas y vestidos, pantallas para el sol y grandes peinetas, sombreros de galera y rasos finos, sedas de colores, y hasta perfumes que se distinguían muy clarito en las narices agotadas por el tufo porteño. Cualquiera de esas podía ser la familia de Belgrano y cualquiera de esos pibes de siete u ocho años vestidos como caballeritos, de pantalón corto y sombrerito marinero de paja podía ser uno de los tipos que treinta y pico de años más tarde tomaran el poder de la ciudad y el virreinato.

Me reí para adentro con la ocurrencia, si diera nombre y apellido de los revolucionarios que me acordaba, Don Esteban podría organizarse su Noche de los Santos Inocentes y liquidar a la primera línea revolucionaria como Herodes quiso hacer cargándose a diosito. Reíte de Homero Simpson pisando mariposas en el pasado.   

Pero me concentré rapidito, metido hasta el cogote en un laburo de tallado de vigas de madera enormes que me encargó Shosé mientras iba a dejarle la carta al tal Don Lezica, dentro de la iglesia. Soplaba una brisa refrescante desde el río, que estaba allí nomás, debajo de la barranca que empezaba en lo que sería la calle Balcarce. Se escuchaba el chapoteo sobre las toscas, como si estuviéramos en la playa de Colonia, debajo de la gran muralla.

Reconocí el guaraní que hablaban los más de cincuenta que tallaban vigas conmigo y me arrepentí de nunca haberlo aprendido. Era como estar en cualquier obra de construcción de Palermo o Caballito, sólo la ropa era distinta.

Cuando salió del interior de la iglesia, Shosé me dijo que Don Lezica nos había dado el resto de la tardecita libre y me invitó a tomar un trago en el mercado de la Plaza Mayor. Le pregunté por qué había tantos guaraníes trabajando con los negros en el Convento.

-Don Lezica es un hombre piadoso pero no es ningún tonto. Amasó fortuna en Lima como representante de los comerciantes vascos. Verás Santos, aquí se construye un gran depósito además del convento.

-Shosé, pará, ¿cómo sabés mi nombre?

-Don Esteban me lo dijo después de su primera entrevista. Además aquí lo pone el salvocunducto: “Maestranza Sanctos Covián”.

Me mostró los papeles que le había dado el cura para mostrar si alguien nos paraba por la calle. Un flash ver que alguien escribió tu nombre doscientos años antes que nacieras. Lástima no tener a la Negra o al Leo cerca para hacer una reflexión filosófica profunda sobre la relatividad del tiempo y esas cosas.

-Y tu nombre se escribe con equis, “Xosé Cuervo”.

-Es más fácil para firmar que Joseph.

-Y este Lezica es Lezica y Torrezuri, me suena.

-Es un pez gordo, de los vascos, Santos, seguro le recuerdan en el futuro.

-Para nada, Xosé querido, para nada. En doscientos años nadie se acuerda de este tipo. Es una parada mugrosa del tren que va para Luján. La gente que se toma el tren ahí sabe tanto del origen del nombre como los pastos que tapan el cartel.

Pasamos por la Iglesia de San Francisco y la calle se me hacía más familiar, con la casona blanca de los Ezcurra que todavía se mantiene, ahí cerca de donde ahora está el café La Costa Rica, cerca del Nacional de Buenos Aires toda esa zona la hice mil veces marchando y combatiendo. Estábamos caminando por Defensa desde Belgrano hacia el norte. Le decían la calle de los Conventos, claro. Me fui avivando que los españoles bautizaban las calles como en los pueblitos de campesinos, señalando algo importante que te podías encontrar. Una forma nada poética y muy práctica de organizar el espacio en la ciudad.

La Plaza de Mayo era otra cosa totalmente diferente. No estaban los horribles edificios del Ministerio de Economía y la Catedral era un edificio medio hecho mierda, con un basural amontonando ratas y moscas en la esquina y vigas enormes sosteniendo las paredes todas rajadas.

El edificio del Cabildo cubría todo el lado oeste de la plaza. No tenía la torre enorme que tiene ahora y los otros tres costados tenían las mismas galerías con columnas. Lo más flashero era que una galería de columnas cortaba la plaza en dos mitades, La Recova le decían. El Fuerte donde ahora está la Casa Rosada no se veía de afuera. Era un murallón como de un piso de altura con un puente levadizo en el centro y rodeado de un foso de aguas podridas. Adentro había varias casitas que hacían de oficinas, vivienda del Virrey y los guardias y servidumbre, depósito y arsenal.

Nos sentamos en unas sillas de esterilla en una mesa rústica, pegados a la columna de una de las recovas que miran al fuerte y nos fuimos bajando de a poquito una botella de cerámica oscura que destilaba una caña poderosa, capaz de fumigarnos el calor de la garganta reseca y revivir los intestinos del agua de río y la comida vegetariana.

-Los vascos son una potencia acá –retomó la charla Xosé cuando la caña le aclaró las ideas-. Después que a Mendoza se lo morfaron los querandíes, fueron los vascos de Asunción, con García Garay al frente, los que vinieron a refundar Buenos Aires y de paso Sancta Fé de la Vera Cruz, a orillas del Paraná medio.

“Nunca te olvides que San Ignacio de Loyola antes de ser sancto fue vasco” me diz siempre Don Esteban. Por eso los jesuitas se llevan muy bien con los vascos de fortuna, incluso después de la expulsión. Don Lezica diz que la Virgen de Luján le salvó de morir estando de paso por Buenos Aires. Por eso le ha mandao construir mejor templo en el fortín del oeste.

Pero, te repito, siempre facen negocios con sus dioses. Detrás del convento y la iglesia, del lado del río, con el poder de ser intendente de la ciudad, el Don Lezica mandó construir una salida propia al río y bóvedas de ladrillo para guardar todo el contrabando de Buenos Aires. Allí le llegan de noche cargamentos de barcos ingleses y brasileños, con negros, cerámicas y ferretería. Su amigo Basavilbaso tiene casa allí también. Todos saben aquí que maneja el contrabando de negros y cueros de vaca pa la Inglaterra.

-Ah, pero son terribles piratas estos tipos.

-Aquí todomundo faz como noble y respetable pero todos le roban un poco al Rey cuando pueden. Don Lezica, Basavilbaso y Don Esteban calculan que van a mover millones de reales con el nuevo negocio del virreinato. Si hasta les han dao el monopolio del Correo de Postas de aquí a Lima, que eso cuenta el Concolorcorvo ese. Ahora, si pagan el diezmo al rey pueden comerciar con los ingleses libremente. Aunque van a seguir comerciando como antes de seguro. A los ricos no les gusta pagar impuestos.

-No me dijiste por qué hay tantos guaraníes laburando en la iglesia del vasco.

-Don Esteban se los alquila a los jesuitas, lles trae de las misiones del Alto Paraná. Saben trabajar muy bien con la madera. Todas las iglesias grandes que ves y las casas señoriales de esta ciudad las hizo la Compañía, Sanctos. Los jesuitas tienen los mejores alarifes y los únicos indios amaestrados de artesanos.

-¿Alarifes? ¿Qué es eso?

-Son los que dibujan los planos del edificio y diz a los negros y los indios lo que hay que hacer.

-Ah, como arquitectos o ingenieros. Mirá vos, o sea que los jesuitas son como una compañía constructora.

-Los jesuitas son la Compañía más exitosa de las colonias sudamericanas, Sanctos. El rey les concedió encomienda de indios en las misiones y ellos han entrenado a los indios en todos los oficios. Son los únicos indios que traballan.

Verás Sanctos, acá en las pampas los indios no se dejan gobernar por los españoles. Van y vienen del río a la Cordillera sin que les atrapen. Todos los indios destas tierras, de norte a sur, viven comerciando entrellos dendantes que llegasen los blancos.

Cuando llegaron los vascos doscientos años ha, les recibieron como a cualquier visitante. Verás, aquí a diez leguas, por el arroyo grande que lle dicen Riacho o Matanza, ponen campamento los pehuenches, que moran mucho más allende, adentro, en las primeras montañitas que ellos cuentan que hay. Los indios conocen bien estas tierras. No se acercan a Buenos Ayres salvo en primavera y verano, para cazar y pescar. Montan campamento y lle dejan vacío en otoño y el invierno, porque esta ciudad se llena de humedades malignas, pestes y crueldades. Sólo a estos vascos se les pudo ocurrir llamarla de Buenos Ayres, los indios diz que son alientos de muerto. Lle llamaban Isla de Barro.

Ellos saben de la llegada de los blancos. Se van contando con sus chasques. Entonces les recibieron con pescados y mulitas, para que comieran a cambio de sus hachas y cuchillos. Pero Mendoza y sus demonios salieron a matalles por sorpresa en el campamento. Ficieron una masacre de niños y viejos los muy cobardes, entendiendo que así quedaban con todas sus riquezas. Verás, el muy imbécil había llegado en febrero, lo que robaron no les alcanzó para llegar al otoño y empezaron a comerse entrellos, primero los caballos y los perros, después los cristianos.

Y allí vinieron los pehuenches, que habían ido tierra adentro a buscar a sus amigos, ranqueles, tewelche y mapuche, tres mil lanzas y les pasaron a degüello, con toda justicia. Pa mostralles que los blancos no son raza superior.

Por eso Garay fizo la ciudad más arriba de la barranca del sur, pasando la Zanja del Granados, y le tienen miedo al sur y a las pieles que no son blancas. Porque aunque no lo digan, bien se acuerdan.

Ahora los palmos de questa ciudad de barro seco han empezado a costar un buen dinero desde que la Compañía ha venido con indios del norte y negros a construirla. Todas las torres y casas con dos pisos que miras, Santos, sólo los jesuitas saben cómo facerlas. Ahora el palmo de tierra vale más, los hijosdalgo le venden y le compran haciendo que valga más aunque esté pelada.

-Estos soretes empezaron la especulación inmobiliaria de la ciudad.

-¿Cómo diz?

-Yo me entiendo.

-Aquí solo trabaja el negro y el guaraní de las misiones. Lo mismo desde Córdoba hasta Potosí. En los campos y los obrajes sólo vas a ver espaldas como la mía curtiéndose de sol a sol. El jesuita vende la yerba mate y el tabaco y el algodón del norte pa´ to´ el territorio, alquila los indios para la construcción, vende la madera dura que arranca a la selva y arma las carretas que llevan y traen la mercancía. Y son los socios principales del inglés y el brasileño en la compra y venta de negros.

-Mirá el gran sacrificio en nombre de dios. Ningunos santitos.

-El diablo de sotana negra sabe muy bien el negocio. Los otros curas hacen lo mismo pero no le llegan a los talones. Por eso les han echao, pa´ quedarse con sus fortunas y negocios. –Xosé parecía animado por el escabio y el descanso, como parroquiano en un feriado, como cualquier porteño, largaba el hilo de la historia que él conocía, como él lo hilaba en su imaginación, pero con un tono de verdad absoluta. -El Papa ha negociao que no se toquen sus bienes y han creao la Junta de Temporalidades. Otro engaño: los viejos administradores de la Compañía, como Don Esteban, siguen metidos manejándolo todo.

-Ah pero esto es un nido de ratas. Todos se rapiñan entre todos.

-Tuitos, Covián, tuitos. Las grandes fortunas se amasan en el comercio con las Uropas. Están los limeños, que comercian con Cádiz; los gallegos, astures, vascos y catalanes que les compiten con las prendas y los barcos; los ingleses y franceses que traen negros y ferramientas, y porcelanas y muebles y alfombras finas. Hasta los oficiales del Rey, que reciben tajada de todo lo negocio sucio. Desde que reina este Carlos Tercero –y me hizo un guiño para que entendiera el insulto que recién me había enseñado- también se va llenando el puerto y la ciudad de comerciantes de Nápoles y Sicilia, donde érase rey antes de serlo de toda la España.

-Y todos complotando entre ellos. Con razón hay tanto olor a mierda en esta ciudad.

-No sólo olor a mierda de comercio y rufianes, Sanctos. La sangre podrida también da olor. Las vacas les matan a la vera del Riacho, desde La Boca hasta los pagos de La Matanza. Cuando el esclavo revienta, le tiran al zanjón para que se lo coman los caranchos. Sangre de negro y de vaca corre por los arroyuelos de toda la ciudad.- ya empezaba a sentenciar filosofando.

Pensaba que eso también es Buenos Aires, un filósofo en cada cafetín.

Miraba la Plaza Mayor y la comparaba en mi cabeza con los recuerdos de las magníficas ciudades coloniales como Lima, La Paz o Potosí. Me parecía increíble que una miserable aldea de cuarenta manzanas más o menos edificadas pudiera ser capital de esas otras ciudades de piedra y plata, con caserones como castillos de maderas barnizadas y adornos de hierro, plomo y plata bien labrados.

El cuero seco de las vacas que tiraba las poeas de las máquinas de madera de la primera revolución industrial en Manchester o Liverpool tenía más fuerza ahora que la plata del Alto Perú. Los libros de historia de la primaria y la secundaria nos ocultan este pasado miserable debajo de toneladas de chamuyo. Nuestra burguesía no quiere ni acordarse el origen trucho y detestable de donde salió, como las toneladas de hormigón y cemento que tiraron sobre estas calles de barro, demolieron sus palacios de adobe y ladrillo para no escuchar más los gritos de los fantasmas que acusaban desde el pasado. Han querido borrarnos de la memoria el llanto sufrido de los negros y los pueblos originarios que construyeron toda su riqueza mal habida. Sus leyes tienen el tufo de su origen, impreso en la médula.

Yo también filosofaba. El contagioso efecto de la caña.

-Tenemos que ir yendo, Sanctos, cae la noche y hay cambio de guardia en el Fuerte. No queremos que te reconozcan.

-No puedo pagarte el convite, Xosé, no tengo con qué.

-Ya me lo sabía cuando te he invitao. No te preocupes.

Casi me animo a decirle que le pagaba una cerveza en el futuro, pero todavía no habíamos decidido que Xosé era el indicado para volver. No veía a la Negra desde que habíamos llegado y hasta ese momento el Orisha Shangó podía ser un mejor partido.

Caminamos de vuelta por Defensa, que Xosé me indicó le llamaban San Martín por el santo patrono de la ciudad sin saber la premonición que cifraba ese nombre para la historia futura del Imperio Español en América del Sud. Era de las pocas calles que tenían piedras disimulando el barro. Xosé me contó que había poca piedra en la zona, que Cevallos mandó empedrar las calles principales con la tosca que sacaban de la vera del Río y las mejores casas habían construido veredas para que caminar no sea una hazaña.

Desde Plaza de Mayo me pude ubicar mejor. Por las cuadras que pasamos fui deduciendo que el zanjón ancho donde desembocaba el arroyo Granados era el fin de la calle Chile, donde ahora están los barcitos bohemios de San Telmo y los boliches de tango para turistas, a la vuelta del Viejo Almacén.

Fuimos remontando el arroyo hasta la iglesia de la Concepción, que sería la que está en Tacuarí e Independencia. Como siempre pasa, el viaje de vuelta, por ya conocido, se hace más llevadero que el de ida. El calor había aflojado un poquito con las primeras sombras frescas de la noche, el río tan cerca y la caña jugando en el cerebro. Sería por eso, o por un hermoso atardecer sin las lápidas de los edificios modernos, que veníamos remontando de cara al sol, que me animé a preguntarle cosas más íntimas.

-Noté que incluso los negros andan con sombrero, pero vos nunca te ponés uno.

-El precio del sombrero habla del tamaño del bolsillo. El mulato liberto o el negro usté compra galera vieja del patrón o acuchilla a su propia carne por el adorno. Pero si mirás bien, Santos, vas a verle su pelo grasiento bajo el ala. A mí no me entra sombrero por la pelambre.

-Si te digo que los rulos me hacen acordar a Maradona cuando jugaba en Argentinos no vas a entender nada, Xosé. ¿Por qué te lo dejás tan largo? Parecés un árbol.

Midió un poco la respuesta. Otra vez pasaron los fantasmas detrás de la mirada. Se animó y se corrió un manojo de rulos con la mano izquierda.

-Para taparme esto –dijo, como si la tuviera la boca llena de mierda y me mostró una marca como un tatuaje tumbero, de tinta negra y algo gastado. Pero no era un tatuaje. Una cruz de malta en el centro rodeada por un círculo con una cruz de dos conjuntos de letras enfrentadas en equis: dos letras C enfrentadas y cruzadas en espejo las siglas SS rematadas con el dibujo de la corona real.

-¿Qué es eso? –pregunté, aunque suponía la respuesta.

-El carimbado de la South Sea and Fishing Company- dijo, en un inglés británico casi sin acento- la empresa que me compró. Me lo marcaron al rojo en El Castillo, nomás me sacaron de la panza de la nao. Por eso no quise elegir trabajo en el campo. Cuando marcan la hacienda le veo los ojos a los terneritos y sé lo que están sintiendo.

La indignación volcó la alegría de la caña en bronca. Se me cruzaban todo tipo de resoluciones violentas para este viaje de mierda. Nunca en veinte años de lucha me había encontrado tan cerca de un oprimido que haya sufrido una explotación tan brutal y despiadada.

Sin embargo, Xosé Cuervo no parecía estar ganado por la misma indignación que yo. La primera ley de la lucha de clases me obligaba a callarme la bronca para no reemplazar a la víctima. Por alguna razón Xosé seguía trabajando sumiso para el jesuita, a quien no putiaba ni siquiera en la intimidad. En una de esas lo tomaba realmente como un salvador, una figura paterna, qué se yo. No me permití nunca la condescendencia burguesa de idealizar a los explotados.

En cambio, le pedí noticias de la Negra. Me aseguraba que estaba en buenas manos y a salvo, pero yo tenía la urgencia de discutir con ella cómo hacer para rajarnos de vuelta. Se metió en uno de los ranchitos al costado del arroyo y cuando salió me dijo que había mandado un mensaje para el Orisha Shangó, en el corazón del rancherío del Barrio del Tambor, que cuando pudiéramos teníamos que organizar un encuentro.

Algo que no entendía del todo estaban tramando Shangó y Xosé, y la Negra y yo teníamos un papel designado.

Me dejó cruzando la puerta del Convento donde estaba encerrado y nos despedimos hasta el otro día.

Como si los Ejercicios Espirituales del cura alemán me hubiesen calado la rutina, pasé toda la noche después de comer y la última misa repasando la información que había juntado hasta el momento.

Llevaba tres días y sentía que tenía que empezar a moverme rápido antes que el cura decidiera entregarme a los milicos o borrarme de la faz de la tierra. 

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