CAPÍTULO 13
Nueva Vizcaya
“hoy sábado, dia del señor San Bernabé,
once dias del mes de junio del año del nacimiento de nuestro señor Jesucristo
de mil y quinientos ochenta años, estando en este puerto de Santa Maria de
Buenos Ayres, que es en la provincia del Rio de la Plata, intitulada la nueva
Vizcaya, é fundo en el dicho asiento é puerto una ciudad, la cual pueblo con
los soldados y gente que al presente tengo, é traido para ello, la yglesia de
la cual pongo su advocacion de la Santísima Trinidad, la cual sea é ha de ser
yglesia mayor é perroquial, contenida y señalada en lata que tengo fecha de la
dicha ciudad y la dicha ciudad mando se intitule la ciudad de la Trinidad.”
Juan
García Garay,
Acta de
Fundación de Buenos Aires,
11 de
junio de 1580
En el ala en construcción del convento me esperaba Shosé.
Era mi primera salida de la casa y tenía por lo menos tres o cuatro horas de
sol para caracterizar planes de fuga. La excitación me empujaba, a pesar del
calor sofocante.
-Buenas tardes. Algo importante le dijo usté a Don Esteban,
que nos manda comentar a Don Lezica. –dijo por todo saludo.
-Buenas tardes, compañero. Me dijo que íbamos a trabajar a
otro lado.
-Don Lezica se pasa todo el día en la obra del Convento de
Santo Domingo. Fue alcalde de la ciudad hasta que llegó Cevallos. Es uno de los
más ricos. Le gusta vigilar él mismo los trabajos. Don Esteban aprovecha que
trabajo ahí para cartearse cosas muy importantes con Don Lezica. ¿Qué le dijo,
usté?
Le resumí nuestras entrevistas por arriba, sin esconderle
nada. Pero todos mis sentidos estaban puestos en otra cosa. Después de que la
enorme hoja de madera se cerró con los postigos de hierro viejo anclados a la
piedra negra de la acera, me sorprendió el vacío de casas mirando hacia donde
el sol iba remontando la tarde. Estábamos en una especie de loma de un par de
manzanas de tamaño, aunque pelada de construcciones. Desde la esquina nuestra,
el muro del convento que construíamos se hacía largo hacia el lado del río y
ahí estaba Buenos Aires, como en una larga bajada hacia el este.
Shosé masticaba la información pero se daba cuenta de mi
asombro.
-San Ignacio.
-¿Perdón?
-Lo perdono, pero esta calle que estamos, se llama San
Ignacio. ¿Allá en su tiempo la llaman igual?
-Te soy sincero. José, no tengo idea. La historia colonial
la conocemos muy mal. Y a la ciudad la demolimos tres veces y la enterramos de
cemento. Los únicos que se dedican a eso son historiadores de derecha, milicos
y curas nostálgicos. No sé dónde estamos.
-Para que te orientes estamos parados en la esquina sud-oeste
del ejido que fundó García Garay. Esquina de San Pablo y San Ignacio. La calle amiga
que la acompaña hasta el río, donde están sus habitaciones, le decimos De la
Concepción, por la parroquia de los bethlemitas aquí cerquita. Si caminamos para ese lado, cuatro calles más pal
norte, está la de Santo Domingo.
-Donde está la iglesia a la que estamos yendo ahora.
-Claro. Pero no vamos a ir por ese lado, vamos por el Barrio
del Tambor así nadie te va a lechuziar. ¿Te ubicas ahora?
-No me suena ningún nombre. ¿A qué le llaman Barrio del
Tambor?
-Es donde nos dejan alquilar los ranchitos a los negros. Y
donde se arman los quilombos como en el que nos conocimos. A esta misma altura,
caminando por la calle de Santo Domingo está la iglesia de la Virgen Negra, la
catalana. Ahora en yendo por ésta, de San Ignacio unas cuadras pal este vamos a
pasar detrás de la parroquia de la Concepción. Desde aquí para el sur y hasta
el río todo esto es barrio de negros. Donde viste la asamblea sale el Tercero
de Granados que termina en el Río de la Plata. Los blancos no pisan detrás de
la iglesia de la Catalana y la de la Concepción.
Cuando señalaba cada nombre, los dedos mochos, de llema
dulce de leche y dorso moruno, saltaban jugando, de la torre de una iglesia, un
campanario y su crucifijo, a otro. Hasta donde alcanzaba la vista, ninguna casa
superaba los dos pisos. La mayoría eran de adobe, pintadas a la cal, algunas
con portones anchos de madera, que Shosé me marcaba como entradas de carruaje
para distinguirlas de las casas pobres. Esas tenían las ventanas exteriores
adornadas con rejas de hierro forjado y un farol para velas debajo de las
tejas.
El cielo de Buenos Aires se recortaba por las cruces de las
iglesias y nada más. Una aldea pueblerina. Una especie de cementerio.
Mientras caminábamos por los arrabales del Buenos Aires de
1777, trataba de mejorar mi confusión. Le llenaba de preguntas, todo niño en la
etapa del por qué, todo emoción de turista en primera mañana.
-¿Qué es un Tercero de Granados, un ejército?
-No, no. Un arroyito de morondanga, nomás. La ciudad blanca
está protegida por tres arroyuelos: el de Granados, al sur; el de Matorras, que
también le dicen del Medio, nace allá, desde el Barrio del Tambor hasta El Castillo
de los Ingleses, frontera al norte y el Tercero Manso que baja todo por el
borde del oeste, pasando por las tierras de Miserere.
-¿Y por qué le dicen terceros a los arroyos? ¿Dónde están
los primeros y segundos? ¿Serían los arroyos más grandes?
-No, no, no. Imaginas mucho. Aquí los terceros son los
hombrecitos que cobran los impuestos para el Rey. Las gentes los odian. Estos
arroyitos la más del año están secos, como ahora. Son esas zanjas y zanjones
abiertos en la tierra, como ves. Un hilito de agua mucho. Pero cuando viene
tormenta se hinchan, comen agua del cielo y del suelo y revientan pa los
costaos, furiosos, no tienen piedad, destrózanlo todo. Si tienes casa de adobe,
te la llevan; si tienes mueble de madera, te lo arruinan. Todo se lo llevan,
como los cobradores de impuestos.
Solté la carcajada con gana, porque ahí estaba también, el
origen de ese humor tan particular del porteño, mostrándose fino contra el
Estado y también quejoso.
-¿Y les construyeron una iglesia para negros?
-¿Lo dices por la Virgen Negra? Qué va, si es que la
truyeron de Barcelona y la madera se tostó con el sol y la sal del océano. Los
negros hacemos las misas, los bautismos, casorios y entierros en ella porque
nos queda más cerca del barrio.
-¿Cómo se llama entonces?
-De Montserrat, como esta calle que vamos cruzando.
Ese nombre sí me sonaba, la basílica enorme que está en
Belgrano y Lima, frente al Laurak-Bat. Deduje que íbamos bajando paralelos a Belgrano,
que sería la calle Santo Domingo esa, cruzando Lima y contando las cuadras que
dijo Shosé la casa donde estaba retenido estaría en una esquina sobre Estados
Unidos y Lima. La Concepción sería Independencia. De repente me pareció que
entendía todo. La Casa de Ejercicios Espirituales de Don Esteban y su Señora
María Antonieta es el convento colonial que todavía está en Independencia y
Salta, el de la Shell de la esquina enfrente de la UCES. La asamblea que Shosé
marcó hacia el sur tenía que ser Plaza Constitución o Plaza España.
-¿Vamos a pata?
-No vamos a molestar a los caballos por unas cuadras. Aquí
solo montan los peones de matadero y los señoritos. Es trabajoso, pero al menos
está el barro seco. Van semanas que no llueve.
No había una sola nube de esperanza en el cielo celeste
brillante. Las calles eran zanjones de barro seco, ni siquiera apisonadas.
Guardaban las huellas gordas de carretas y se veían las herraduras como un
molde fabricado por las últimas lluvias. Bajábamos dando saltitos de cabra. En
los almacenes de las esquinas sin ochava, los caballos atados al palenque. Los
parroquianos comprando y el bolichero, solían saludar a Shosé con euforia, o
era buen cliente o buen amigo. Cada tanto nos cruzábamos con negros de
sombreros raros y pantalones rajados por encima de la rodilla llevando cajones
de madera con tabaco, yerba mate y galleta, pregonando. Los negritos jugaban en
las puertas de las casas mientras la madre barría. Noté alguna cara de asombro
cuando pasábamos. Algunos ya conocían la leyenda que se armaba sobre mi nombre,
el amigo del negro Shosé…
-¿Por qué le ayudas a Don Esteban? No entiendo.- el tono de
su pregunta a quemarropa no era de reproche, aunque se notaba que mis palabras
habían confundido su confianza.
-Te lo expliqué el otro día. Ningún individuo, por poderoso
que sea, puede torcer el movimiento de las grandes leyes de la lucha de clases.
El mundo donde mandan los Esteban y sus amos está crujiendo y nada pueden hacer
para revertirlo. Nada que yo le diga o le esconda puede cambiar el pasado, tu
presente. Además, me imagino que si los esclavos de la casa le cuentan todo, el
chismerío va en sentido contrario también. Lo que le cuente a Don Esteban puede
llegar a oídos de sus enemigos, ¿no te parece?
No me pude dar cuenta si la explicación le había parecido
oportuna o lo había ofendido. Fui más a fondo. La verdad es el mejor regalo
para construir confianza, y mi confianza en Shosé es una confianza de clase,
tenía que ser robusta.
-Mirá Shosé, el arma más poderosa que la Vicky y yo trajimos
acá, no son los llamadores de la máquina para viajar en el tiempo ni la
pistola, es el diario del lunes.
-¿El qué?
-Es una imagen. Tenemos información que ustedes no tienen,
lo que va a pasar.
-Claro. ¿Y qué va a pasar?
-Por ejemplo, este debate que tienen ustedes, es un debate
muerto. El Rey de España ya negoció la isla de Santa Catarina que ganó Cevallos
por dos islas en el Golfo de Guinea que los portugueses usan como puerto de
exportación de seres humanos, en África, no me acuerdo los nombres.
Todos sus músculos se paralizaron el segundo que tardó una
visión en pasarle detrás de los ojos. Había tocado una herida profunda.
-¿Fernando Po? ¿Annobon?
-Esas mismas, ¿las conocés?
--En Annobón me embarcaron para Brasil. Más de la mitad de
nosotros –hizo un gesto envolviendo al barrio con el brazo- vino de allí. Son
las puertas al infierno de los demonios blancos- hablaba con la mirada clavada
en visiones reales, hundido en un pozo. Su voz era un eco saliendo de un pecho
vacío. Se me ocurrió que había algo más doloroso que ser testigo de la crueldad
en personas desconocidas. Un dolor con conocimiento de causa.
-Perdoname el recuerdo y la torpeza, Shosé. Pero por eso te
digo. Lejos de buscar alivianar el esclavismo en el Virreinato, el Rey da el
salto para ocuparse de todo el negocio, sin los portugueses como intermediarios.
Minga de alivio para ustedes.
-Pero Don Esteban y los negros usté festejan que ganaron
Santa Catarina, no puede ser.
-Creeme que es así. Y a Cevallos lo fletan a Madrid y lo
envenenan en el viaje, se caga muriendo cuando llega. No existe futuro para los
partidarios del tipo. Don Estéban se va a comer un flor de zapallazo cuando lo
sepa, por lo que dice, piensa que es eterno.
-Estás delirando, Santos. El sol te lastima la piel blanca,
¿sabes? Te hace decir zonzeras. Aquí Cevallos es el tipo más poderoso. Los
partidarios de Vértiz andan con las capas caídas, arrastrando bronca y envidia
por el barro.
-Ese es el tipo que lo va a reemplazar. Ése es el que más va
a durar.
Digería las novedades pero no me creía. Algo no cerraba
entre lo que la Cieguita me había contado y la verdad que estaba pasando ahora.
Se hizo un pozo entre mi certeza floja de papeles, porque estaba hablando de
algo que yo no conocía en detalle, que me limitaba a repetir como loro y la
duda de Shosé, basada en todo lo contrario, su propia vida.
-Mirá, por eso necesito recuperar el bolso, o por lo menos
el celu. Tengo las fotos que le saqué a las líneas de tiempo de la historiadora
del futuro. Ahí te puedo decir incluso qué día va a pasar lo que te digo, pero
tenés que creerme que es así.
-Si lo que dices es cierto, Shangó lleva razones. No hay
futuro para los negros libres con el Virreinato. Habría que reventar todo antes
que empiecen a traer esclavos baratos. Cuando la pieza es barata cuesta menos
romperla para el amo, tirarle al zanjón con la mierda de la letrina. Se van a
cagar en las promesas de libertad para los soldados y de iguales precios para
los gremios de negros que los de blancos. Feo futuro el que me traes, marinero.
-Quedate tranquilo, Shosé, que no todo es así. Los ingleses
están cambiando el planeta. Construyendo con máquinas vestimenta, calzado y
comida. En sesenta años van a estar construyendo caminos de hierro, con
carretas tiradas por calderas de vapor, igual que los barcos, que ya no van a
necesitar del viento para moverse; dentro de cien años también habrán máquinas
llevando pasajeros por el aire. El mundo se va a hacer un pañuelito y estos van
a conquistarlo todo.
-No veo nada de bueno que el inglés mande.
-Lo bueno es que las máquinas trabajan con obreros libres,
pagados por un salario, como lo que vos estás peleando. Sos un tipo de otro
tiempo, Shosé, te estás adelantando, pero cuando se pudra todo y avancen las
guerras, la mayoría van a ser obreros como vos.
-Siguen las guerras.
-Sí, es la forma de vivir de estos soretes. Ahí tenés otra
buena noticia, España se va a pique después de la independencia de Estados
Unidos. Creo que esta calle se llama así, Estados Unidos, en el futuro.
-¿Qué son esos?
-Las colonias de los ingleses en el norte del continente.
-¿Los colonos van a ganar?
-Ah, sabés de la guerra de independencia yanqui.
-Claro. Don Esteban me compró para asistente personal. Me
enseñó a leer y escribir para que le lea todas sus cartas y diarios cuando
viejito y los ojos cansados. Va un año que empezó la guerra de los colonos.
Pero Don Esteban y todos creen que Inglaterra los va a aplastar.
-Pero no, Shosé, la Batalla de Saratoga dio vuelta la taba.
Wáshington y Gates demostraron que pueden ganarle al ejército de línea inglés.
Eso va a convencer a España y Francia de poner guita para el lado de los
rebeldes. Eso fue el 17 de octubre de este año, hace más de dos meses, Shosé.
¿Cómo se les pasa por alto una cosa así?
-Eso nunca se nos pasaría por alto, Santos. Si tu dices
verdades, esas noticias todavía están llegando.
-No entiendo.
-Porque tú crees que ya tenemos las máquinas voladoras y
esos caminos de fierro que hablas en sueño. Aquí las noticias del norte tardan
tres o cuatro meses en llegar por barco. Lo que pasó en octubre sabremos en
enero o febrero recién.
-Claro, que pelotudo, no lo había pensado. Entonces es más
importante que tenga el celu, el diario del lunes acá puede tener fuerza
atómica.
-No te entiendo nada, Santos. ¿Qué diceres de España
debilitada si también diceres que le ganan guerra a inglés?
-Porque la vida es contradictoria, amigo Shosé. España y
Francia ganan, pero ponen mucha guita que no tienen, y que van a querer cobrar
con impuestos a los nobles y comerciantes y estancieros, con tus odiados
terceros. Y el imperio les va a reventar por los aires, amigo.
-¿Cómo así?
-Es maravilloso Shosé, dentro de tres años nada más va a
reventar todo el altiplano, desde Lima hasta Potosí, con la sublevación de los
mestizos y los aborígenes liderada por Túpak Amaru.
-¿Qué son aborígenes?
-Lo que ustedes mal llaman indios, en el futuro no usamos
nombres de conquistadores, son insultos.
-¿Y ese, con nombre de Rey Inka?
-Es un fletero. Tiene una recua de mulas con las que lleva y
trae mercancías por el altiplano, se llama José Condorcanqui y va a ser
caudillo de una enorme rebelión contra los nuevos impuestos de los Borbones. Se
le van a sumar los criollos jóvenes sin tierras, estudiantes de Cochabamba y
Chuquisaca, y casi van a ganar la independencia de las colonias americanas de
España.
-¿Va a perder?
-Seguro, el rey no va a querer que le pase lo mismo que a
Inglaterra en el norte y va a mandar una flota de guerra poderosa. Ante ese
nivel de guerra los criollos se van a cagar y van a dejar aislados a los
aborígenes.
-Criollo cobarde, siempre.
-Siempre, amigo. Pero la cosa va a volver a explotar veinte
años después de la derrota de Túpak Katari y ahí los criollos van a echar a los
españoles de toda América, aunque no lo puedas creer.
-¿Y los negros?
-Los esclavos africanos van a hacer la primera revolución de
todas las colonias americanas después de los yanquis.
-¿Cómo es eso?
-Esa historia la conozco más al detalle. Francia también va
a tener una crisis fiscal, por los impuestos que les va a querer cobrar, los
comerciantes y los industriales franceses se van a unir con una parte de la
nobleza, la menos rica, para rebelarse contra el Rey. La economía francesa está
siendo destrozada por la competencia con la industria inglesa, los bancos
holandeses y la sangría de recursos que les costó apoyar a Washington. Para
sumar al pueblo de París van a prometer igualdad de derechos para todos los
hombres desde la cuna, sin importar si nacieron nobles o plebeyos. Eso va a
estallar en trece años nada más, amigo Shosé. Los negros de Santo Domingo se van
a aprovechar de esa declaración para tomar el poder en la isla y declarar la
libertad y el fin de la esclavitud. Y van a vencer a los ejércitos de Francia,
España e Inglaterra para sostenerla. Todo el Caribe, Colombia, Ecuador,
Venezuela y Brasil se van a convulsionar.
-Sólo entiendo Caribe.
-Bogotá, Quito, Suriname, Caracas, Bahía y Río de Janeiro.
Todas las Guyanas y Guayanas, Indias y Guineas, sus negros esclavizados se van
a sacudir las cadenas y los látigos con la independencia de Haití. Así le van a
llamar a la primera República de Negros de la historia americana, Shosé.
-Me alegra escucharte, Santos. El demonio blanco es más
despiadado en las plantaciones de banana y tabaco, de algodón o de azúcar, allá
en el Caribe. Es trabajo más rudo, como en las estancias, o las minas acá. Pero
Santo Domingo es una isla. Nosotros tenemos el desierto.
-¿Qué querés decir?
-Aquí los negros se escapan, no enfrentan al amo. Hacen sus
quilombos en la frontera que el blanco no domina. Los guaraníes les dicen cambacuá, pueblos de negros. Es más
fácil huir con los tuyos y esperar la partida del ejército o la marina, que
nunca llega. Vivimos como antes, cazando y juntando frutos de los árboles. Los
indios son amigos, ayudan. En la isla no hay huida sin un barco. ¿Y cómo
navegamos sin saber? Allá no queda otra que matar al blanco. Aquí se puede
evitarlo.
Habíamos caminado unas cuadras cuesta abajo y otra vez el
asombro me estalló en la cara. Delante nuestro corría un hilo de agua en el
fondo de un cauce del tamaño de la calle, cortando todo trazado normal de
casitas y ranchos. El vaho de la basura pudriéndose por el terrible calor era
insoportable.
-Ese es el Granados. Las casas mejores se paran antes de
llegar al arroyo. Cuando la época de lluvias crece todo esto –y el gesto volvió
a abrazar todo el barrio- y no es bueno para tu salud. Los ricos construyen de donde
termina, pal norte. Pal sur acaba abajo de la barranca de los franceses.
-¿Qué es ese humo blanco? – pregunté cuando me señaló lo que
sería Parque Lezama si yo andaba bien rumbeado.
-Fornos. De
ladrillos. Los blancos llegan por el río hasta la barranca de los franceses,
tienen negros haciendo ladrillos, barracas con mercadería. Todo en la rivera,
hasta la Boca del Riacho. Allí hacen puerto de lanchas y bergantines. Esta
ciudad es muy sencilla, verás. De la barranca grande del sud viniendo para aquí,
tienes los Altos de San Pedro, ¿ves la torre del Hospital? –y me señalaba las
cruces donde hoy está la Iglesia de San Pedro Telmo- ahí atienden a los
enfermos y liquidan a los muertos. Es lo único que los blancos construyeron al
sud del Granados. Los españoles le tienen miedo al sud. Porque a Mendoza se lo
comieron los indios subiendo por el Riacho de las Naves. Algunos le llaman el
arroyo de La Matanza Grande, los que se acuerdan su historia. Su frontera más
segura es el Granados.
El Granados vendría a ser Chile, o México o la misma
Independencia por tramos.
-Por eso a ustedes los dejan hacer rancho al sur del arroyo
y hasta el Riachuelo, como escudo humano. Si vuelven los aborígenes de la Pampa
primero tienen que matarles a ustedes.
-Bien dices. Pero nosotros tenemos buen comercio con el
indio pampa. Como en el norte, en las misiones. Y por eso ahorita también el
blanco nos tienen miedo a nosotros, no entran al Barrio del Tambor, todo lo van
por agua. Después de la zanja donde el Granados besa al Río de la Plata está el
primer convento, de los dominicos, donde vamos ahora. Por esa misma calle viene
el de los franciscanos, dos manzanas antes de la Plaza Mayor, a la altura del
Convento de San Ignacio, que fundaron los jesuitas y le dicen de las
Temporalidades desde que los echaron diez años ha.
Después de la Plaza, siguiendo pal norte, vienen la Iglesia
de la Merced y el convento de las Catalinas. Hasta la gran barranca del
Castillo de los ingleses, en el Paseo del Retiro. Allí andan seguros los
españoles más viejos y ricos. Las barrancas son grandes y frenan la subida del
río, que no les inunda nunca. Salen por caminos mejor aplastados, con árboles
muy bonitos que frenan los vientos y sostienen el suelo y llegan hasta sus
quintas y estancias en San Isidro Labrador y San Fernando, hasta las tierras
del Tigre, que le dicen así porque han visto yaguaretés cazando en los
pantanos. Esa es la ruta más cómoda para el pago de Luján y hasta Mendoza por
una huella y hasta la Sancta Fé y Córdoba del Tucumán por la otra.
-¿Cómo? ¿No es más cómodo ir a Luján por el oeste directo?
¿Por qué por el norte?
-Tu dices por el Camino Real que sale a los Corrales de
Miserere.
-Ese nombre todavía me suena, claro, desde Miserere.
-Ese camino es más largo, porque no tienes agua. Te obligas
a parar cada cinco leguas con los animales y darles agua y comida. Los
puesteros pueden cobrarte caro según tu desesperación. Hay una posta de bueyes
después de Miserere, por donde empieza la huella de Gauna, que persigue al
Maldonado hasta las vaquerías de los Morón. O puedes seguir hasta las tierras
de Don Flores, pero no hay mucho refugio barato hasta Luján. Y los indios
acechan desde los bajos del Riacho. Es mejor sortear los barros hasta el río de
las Conchas y seguirlo desde ahí hasta
el Luján.
-¿Don Esteban te enseñó la geografía local también?
-Esa me la he aprendido solito. Cuando me compraron, los
jesuitas nos tropearon con otras “piezas” y mercancías hasta sus tierras en
Alta Gracia.
-Perdoname Shosé, ya lo dijiste antes, no sé lo que son las “piezas”.
-Así nos llaman en sus libros de asiento. Cada esclavo es
una “pieza”.
-Mierda.
-No, mierda no, piezas. Algunos diz que los cardos de esos
caminos son encarnáos porque bebieron la sangre de nuestros pies. Pensaba que
el peor infierno había pasado en la panza del buque, Santos, pero la pampa es
cruel para el que camina a pie descalzo.
-¿Hiciste todo el camino hasta Córdoba a pie? ¿Y descalzo?
-Y atado de cuello y manos con otros quinientos negros y
negras y hermanitas y hermanitos.
-Como el ganado.
-Peor, amigo Santos. Aquí valemos menos que una mula. Yo fui
con el ganado.
Verás, las carretas tucumanas son unos cajones enormes de
piso de quebracho y costados de junco tejido, más fuertes que la totora. Si la
mercancía es delicada, la tapan con cueros de vaca. A veces les ponen hasta
cinco yuntas de bueyes para los viajes más largos, les van pinchando los lomos
con un pértigo colgao de un travesaño en el pescante. Los negros caminamos en
pelota con las mulas. Sólo paramos cuando los bueyes se cansan al mediodía y
hasta que afloja el sol por la tarde. La mayoría de los carreros gusta de andar
por la noche hasta las primeras horas de sol.
-Me imagino la tortura, ¿cúanto tiempo le meten hasta Luján?
-Si no hay crecidas de los riachos y no han atacao los
pampas, en tres días puedes estar. El dolor de los pies en carne viva es terrible,
no se puede imaginar. Y aunque no camines, este sol de verano puede volverte
loco. Las aguadas te hacen vomitar y agarrar cagaderas muy feas, con pústulas,
amarillentas. Ni te cuento los gazpachos de trigo viejo, mote que lle dicen los
arribeños, que nos sirven para engañar la tripa. Si hemos andao varias leguas
con algún negro más viejo arrastrando de la cadena, todo muerto y lleno de
moscas.
-¿No los dejaban tirados?
-Cuando llegábamos a la otra posta se lo daban a los perros.
Los perros comen cualquier cosa que les des. Y la carne de negro les gusta. Los
acostumbran para después seguirle el olor y cazar a los que juyían.
-Tenés razón, no me lo puedo imaginar. ¿Todo eso pasaste tan
chico?
-Por eso Don Esteban me compró para él en la Estancia de
Alta Gracia. Ahí nos conocimos. Le había gustado que llegara con los pies
ensangrentados pero sin llorar. Y mis manos finas, como diz él. Y me separó
para su criado personal.
-Otra de tu salvador. ¿Por qué te puso Cuervo?
-Así nos llaman algunos españoles por el color de los
pájaros. Hasta hace poco un asturiano publicó un libro con su viajes de
Montevideo a Lima. El sirviente se llama parecido, Concolorcorvo.
Con-color-de-cuervo, ¿comprendes?
-Entiendo. No son muy originales para poner nombres.
-A todo lo bautizan. Así se adueñan de las cosas y las
gentes, bautizando. Así diz que fizo su dios pa crear al mundo, bautizándolo todo.
Pero sí, llevas razones Santos, son brutos para bautizar.
La humorada nos acompañó hasta la entrada del Convento de
Santo Domingo, que aunque la mayor parte estaba en construcción, la torre se me
apareció clarita en la memoria. Es la iglesia que está en la esquina de Defensa
y Belgrano, donde están los huesos del creador de la bandera. Alguna vez
caminando la feria de San Telmo, Leo me había contado la historia de la estatua
de bronce del patio exterior, donde están los restos del prócer porque vivía en
la cuadra de al lado.
Ahora sí podían verse familias blancas caminando por las
calles, con sus levitas, chalecos, enaguas y vestidos, pantallas para el sol y
grandes peinetas, sombreros de galera y rasos finos, sedas de colores, y hasta
perfumes que se distinguían muy clarito en las narices agotadas por el tufo
porteño. Cualquiera de esas podía ser la familia de Belgrano y cualquiera de
esos pibes de siete u ocho años vestidos como caballeritos, de pantalón corto y
sombrerito marinero de paja podía ser uno de los tipos que treinta y pico de
años más tarde tomaran el poder de la ciudad y el virreinato.
Me reí para adentro con la ocurrencia, si diera nombre y
apellido de los revolucionarios que me acordaba, Don Esteban podría organizarse
su Noche de los Santos Inocentes y liquidar a la primera línea revolucionaria
como Herodes quiso hacer cargándose a diosito. Reíte de Homero Simpson pisando
mariposas en el pasado.
Pero me concentré rapidito, metido hasta el cogote en un
laburo de tallado de vigas de madera enormes que me encargó Shosé mientras iba
a dejarle la carta al tal Don Lezica, dentro de la iglesia. Soplaba una brisa
refrescante desde el río, que estaba allí nomás, debajo de la barranca que
empezaba en lo que sería la calle Balcarce. Se escuchaba el chapoteo sobre las
toscas, como si estuviéramos en la playa de Colonia, debajo de la gran muralla.
Reconocí el guaraní que hablaban los más de cincuenta que
tallaban vigas conmigo y me arrepentí de nunca haberlo aprendido. Era como
estar en cualquier obra de construcción de Palermo o Caballito, sólo la ropa
era distinta.
Cuando salió del interior de la iglesia, Shosé me dijo que
Don Lezica nos había dado el resto de la tardecita libre y me invitó a tomar un
trago en el mercado de la Plaza Mayor. Le pregunté por qué había tantos
guaraníes trabajando con los negros en el Convento.
-Don Lezica es un hombre piadoso pero no es ningún tonto.
Amasó fortuna en Lima como representante de los comerciantes vascos. Verás
Santos, aquí se construye un gran depósito además del convento.
-Shosé, pará, ¿cómo sabés mi nombre?
-Don Esteban me lo dijo después de su primera entrevista.
Además aquí lo pone el salvocunducto: “Maestranza Sanctos Covián”.
Me mostró los papeles que le había dado el cura para mostrar
si alguien nos paraba por la calle. Un flash ver que alguien escribió tu nombre
doscientos años antes que nacieras. Lástima no tener a la Negra o al Leo cerca
para hacer una reflexión filosófica profunda sobre la relatividad del tiempo y
esas cosas.
-Y tu nombre se escribe con equis, “Xosé Cuervo”.
-Es más fácil para firmar que Joseph.
-Y este Lezica es Lezica y Torrezuri, me suena.
-Es un pez gordo, de los vascos, Santos, seguro le recuerdan
en el futuro.
-Para nada, Xosé querido, para nada. En doscientos años
nadie se acuerda de este tipo. Es una parada mugrosa del tren que va para
Luján. La gente que se toma el tren ahí sabe tanto del origen del nombre como
los pastos que tapan el cartel.
Pasamos por la Iglesia de San Francisco y la calle se me
hacía más familiar, con la casona blanca de los Ezcurra que todavía se
mantiene, ahí cerca de donde ahora está el café La Costa Rica, cerca del
Nacional de Buenos Aires toda esa zona la hice mil veces marchando y
combatiendo. Estábamos caminando por Defensa desde Belgrano hacia el norte. Le
decían la calle de los Conventos, claro. Me fui avivando que los españoles
bautizaban las calles como en los pueblitos de campesinos, señalando algo
importante que te podías encontrar. Una forma nada poética y muy práctica de
organizar el espacio en la ciudad.
La Plaza de Mayo era otra cosa totalmente diferente. No
estaban los horribles edificios del Ministerio de Economía y la Catedral era un
edificio medio hecho mierda, con un basural amontonando ratas y moscas en la
esquina y vigas enormes sosteniendo las paredes todas rajadas.
El edificio del Cabildo cubría todo el lado oeste de la
plaza. No tenía la torre enorme que tiene ahora y los otros tres costados
tenían las mismas galerías con columnas. Lo más flashero era que una galería de
columnas cortaba la plaza en dos mitades, La Recova le decían. El Fuerte donde
ahora está la Casa Rosada no se veía de afuera. Era un murallón como de un piso
de altura con un puente levadizo en el centro y rodeado de un foso de aguas
podridas. Adentro había varias casitas que hacían de oficinas, vivienda del
Virrey y los guardias y servidumbre, depósito y arsenal.
Nos sentamos en unas sillas de esterilla en una mesa rústica,
pegados a la columna de una de las recovas que miran al fuerte y nos fuimos
bajando de a poquito una botella de cerámica oscura que destilaba una caña
poderosa, capaz de fumigarnos el calor de la garganta reseca y revivir los
intestinos del agua de río y la comida vegetariana.
-Los vascos son una potencia acá –retomó la charla Xosé
cuando la caña le aclaró las ideas-. Después que a Mendoza se lo morfaron los
querandíes, fueron los vascos de Asunción, con García Garay al frente, los que
vinieron a refundar Buenos Aires y de paso Sancta Fé de la Vera Cruz, a orillas
del Paraná medio.
“Nunca te olvides que San Ignacio de Loyola antes de ser
sancto fue vasco” me diz siempre Don Esteban. Por eso los jesuitas se llevan
muy bien con los vascos de fortuna, incluso después de la expulsión. Don Lezica
diz que la Virgen de Luján le salvó de morir estando de paso por Buenos Aires.
Por eso le ha mandao construir mejor templo en el fortín del oeste.
Pero, te repito, siempre facen negocios con sus dioses.
Detrás del convento y la iglesia, del lado del río, con el poder de ser
intendente de la ciudad, el Don Lezica mandó construir una salida propia al río
y bóvedas de ladrillo para guardar todo el contrabando de Buenos Aires. Allí le
llegan de noche cargamentos de barcos ingleses y brasileños, con negros,
cerámicas y ferretería. Su amigo Basavilbaso tiene casa allí también. Todos
saben aquí que maneja el contrabando de negros y cueros de vaca pa la
Inglaterra.
-Ah, pero son terribles piratas estos tipos.
-Aquí todomundo faz como noble y respetable pero todos le
roban un poco al Rey cuando pueden. Don Lezica, Basavilbaso y Don Esteban
calculan que van a mover millones de reales con el nuevo negocio del
virreinato. Si hasta les han dao el monopolio del Correo de Postas de aquí a
Lima, que eso cuenta el Concolorcorvo ese. Ahora, si pagan el diezmo al rey
pueden comerciar con los ingleses libremente. Aunque van a seguir comerciando
como antes de seguro. A los ricos no les gusta pagar impuestos.
-No me dijiste por qué hay tantos guaraníes laburando en la
iglesia del vasco.
-Don Esteban se los alquila a los jesuitas, lles trae de las
misiones del Alto Paraná. Saben trabajar muy bien con la madera. Todas las
iglesias grandes que ves y las casas señoriales de esta ciudad las hizo la
Compañía, Sanctos. Los jesuitas tienen los mejores alarifes y los únicos indios
amaestrados de artesanos.
-¿Alarifes? ¿Qué es eso?
-Son los que dibujan los planos del edificio y diz a los negros
y los indios lo que hay que hacer.
-Ah, como arquitectos o ingenieros. Mirá vos, o sea que los
jesuitas son como una compañía constructora.
-Los jesuitas son la Compañía más exitosa de las colonias
sudamericanas, Sanctos. El rey les concedió encomienda de indios en las
misiones y ellos han entrenado a los indios en todos los oficios. Son los
únicos indios que traballan.
Verás Sanctos, acá en las pampas los indios no se dejan
gobernar por los españoles. Van y vienen del río a la Cordillera sin que les
atrapen. Todos los indios destas tierras, de norte a sur, viven comerciando
entrellos dendantes que llegasen los blancos.
Cuando llegaron los vascos doscientos años ha, les
recibieron como a cualquier visitante. Verás, aquí a diez leguas, por el arroyo
grande que lle dicen Riacho o Matanza, ponen campamento los pehuenches, que
moran mucho más allende, adentro, en las primeras montañitas que ellos cuentan
que hay. Los indios conocen bien estas tierras. No se acercan a Buenos Ayres
salvo en primavera y verano, para cazar y pescar. Montan campamento y lle dejan
vacío en otoño y el invierno, porque esta ciudad se llena de humedades
malignas, pestes y crueldades. Sólo a estos vascos se les pudo ocurrir llamarla
de Buenos Ayres, los indios diz que son alientos de muerto. Lle llamaban Isla
de Barro.
Ellos saben de la llegada de los blancos. Se van contando
con sus chasques. Entonces les recibieron con pescados y mulitas, para que
comieran a cambio de sus hachas y cuchillos. Pero Mendoza y sus demonios
salieron a matalles por sorpresa en el campamento. Ficieron una masacre de
niños y viejos los muy cobardes, entendiendo que así quedaban con todas sus
riquezas. Verás, el muy imbécil había llegado en febrero, lo que robaron no les
alcanzó para llegar al otoño y empezaron a comerse entrellos, primero los
caballos y los perros, después los cristianos.
Y allí vinieron los pehuenches, que habían ido tierra adentro
a buscar a sus amigos, ranqueles, tewelche y mapuche, tres mil lanzas y les
pasaron a degüello, con toda justicia. Pa mostralles que los blancos no son
raza superior.
Por eso Garay fizo la ciudad más arriba de la barranca del
sur, pasando la Zanja del Granados, y le tienen miedo al sur y a las pieles que
no son blancas. Porque aunque no lo digan, bien se acuerdan.
Ahora los palmos de questa ciudad de barro seco han empezado
a costar un buen dinero desde que la Compañía ha venido con indios del norte y
negros a construirla. Todas las torres y casas con dos pisos que miras, Santos,
sólo los jesuitas saben cómo facerlas. Ahora el palmo de tierra vale más, los
hijosdalgo le venden y le compran haciendo que valga más aunque esté pelada.
-Estos soretes empezaron la especulación inmobiliaria de la
ciudad.
-¿Cómo diz?
-Yo me entiendo.
-Aquí solo trabaja el negro y el guaraní de las misiones. Lo
mismo desde Córdoba hasta Potosí. En los campos y los obrajes sólo vas a ver
espaldas como la mía curtiéndose de sol a sol. El jesuita vende la yerba mate y
el tabaco y el algodón del norte pa´ to´ el territorio, alquila los indios para
la construcción, vende la madera dura que arranca a la selva y arma las
carretas que llevan y traen la mercancía. Y son los socios principales del
inglés y el brasileño en la compra y venta de negros.
-Mirá el gran sacrificio en nombre de dios. Ningunos
santitos.
-El diablo de sotana negra sabe muy bien el negocio. Los
otros curas hacen lo mismo pero no le llegan a los talones. Por eso les han
echao, pa´ quedarse con sus fortunas y negocios. –Xosé parecía animado por el
escabio y el descanso, como parroquiano en un feriado, como cualquier porteño,
largaba el hilo de la historia que él conocía, como él lo hilaba en su
imaginación, pero con un tono de verdad absoluta. -El Papa ha negociao que no
se toquen sus bienes y han creao la Junta de Temporalidades. Otro engaño: los
viejos administradores de la Compañía, como Don Esteban, siguen metidos manejándolo
todo.
-Ah pero esto es un nido de ratas. Todos se rapiñan entre
todos.
-Tuitos, Covián, tuitos. Las grandes fortunas se amasan en
el comercio con las Uropas. Están los limeños, que comercian con Cádiz; los
gallegos, astures, vascos y catalanes que les compiten con las prendas y los
barcos; los ingleses y franceses que traen negros y ferramientas, y porcelanas
y muebles y alfombras finas. Hasta los oficiales del Rey, que reciben tajada de
todo lo negocio sucio. Desde que reina este Carlos Tercero –y me hizo un guiño para que entendiera el insulto que
recién me había enseñado- también se va llenando el puerto y la ciudad de
comerciantes de Nápoles y Sicilia, donde érase rey antes de serlo de toda la
España.
-Y todos complotando entre ellos. Con razón hay tanto olor a
mierda en esta ciudad.
-No sólo olor a mierda de comercio y rufianes, Sanctos. La
sangre podrida también da olor. Las vacas les matan a la vera del Riacho, desde
La Boca hasta los pagos de La Matanza. Cuando el esclavo revienta, le tiran al
zanjón para que se lo coman los caranchos. Sangre de negro y de vaca corre por
los arroyuelos de toda la ciudad.- ya empezaba a sentenciar filosofando.
Pensaba que eso también es Buenos Aires, un filósofo en cada
cafetín.
Miraba la Plaza Mayor y la comparaba en mi cabeza con los
recuerdos de las magníficas ciudades coloniales como Lima, La Paz o Potosí. Me
parecía increíble que una miserable aldea de cuarenta manzanas más o menos
edificadas pudiera ser capital de esas otras ciudades de piedra y plata, con
caserones como castillos de maderas barnizadas y adornos de hierro, plomo y
plata bien labrados.
El cuero seco de las vacas que tiraba las poeas de las
máquinas de madera de la primera revolución industrial en Manchester o
Liverpool tenía más fuerza ahora que la plata del Alto Perú. Los libros de historia
de la primaria y la secundaria nos ocultan este pasado miserable debajo de
toneladas de chamuyo. Nuestra burguesía no quiere ni acordarse el origen trucho
y detestable de donde salió, como las toneladas de hormigón y cemento que
tiraron sobre estas calles de barro, demolieron sus palacios de adobe y
ladrillo para no escuchar más los gritos de los fantasmas que acusaban desde el
pasado. Han querido borrarnos de la memoria el llanto sufrido de los negros y
los pueblos originarios que construyeron toda su riqueza mal habida. Sus leyes
tienen el tufo de su origen, impreso en la médula.
Yo también filosofaba. El contagioso efecto de la caña.
-Tenemos que ir yendo, Sanctos, cae la noche y hay cambio de
guardia en el Fuerte. No queremos que te reconozcan.
-No puedo pagarte el convite, Xosé, no tengo con qué.
-Ya me lo sabía cuando te he invitao. No te preocupes.
Casi me animo a decirle que le pagaba una cerveza en el
futuro, pero todavía no habíamos decidido que Xosé era el indicado para volver.
No veía a la Negra desde que habíamos llegado y hasta ese momento el Orisha Shangó
podía ser un mejor partido.
Caminamos de vuelta por Defensa, que Xosé me indicó le
llamaban San Martín por el santo patrono de la ciudad sin saber la premonición
que cifraba ese nombre para la historia futura del Imperio Español en América
del Sud. Era de las pocas calles que tenían piedras disimulando el barro. Xosé
me contó que había poca piedra en la zona, que Cevallos mandó empedrar las
calles principales con la tosca que sacaban de la vera del Río y las mejores
casas habían construido veredas para que caminar no sea una hazaña.
Desde Plaza de Mayo me pude ubicar mejor. Por las cuadras
que pasamos fui deduciendo que el zanjón ancho donde desembocaba el arroyo
Granados era el fin de la calle Chile, donde ahora están los barcitos bohemios
de San Telmo y los boliches de tango para turistas, a la vuelta del Viejo
Almacén.
Fuimos remontando el arroyo hasta la iglesia de la
Concepción, que sería la que está en Tacuarí e Independencia. Como siempre
pasa, el viaje de vuelta, por ya conocido, se hace más llevadero que el de ida.
El calor había aflojado un poquito con las primeras sombras frescas de la noche,
el río tan cerca y la caña jugando en el cerebro. Sería por eso, o por un
hermoso atardecer sin las lápidas de los edificios modernos, que veníamos
remontando de cara al sol, que me animé a preguntarle cosas más íntimas.
-Noté que incluso los negros andan con sombrero, pero vos
nunca te ponés uno.
-El precio del sombrero habla del tamaño del bolsillo. El
mulato liberto o el negro usté compra galera vieja del patrón o acuchilla a su propia
carne por el adorno. Pero si mirás bien, Santos, vas a verle su pelo grasiento
bajo el ala. A mí no me entra sombrero por la pelambre.
-Si te digo que los rulos me hacen acordar a Maradona cuando
jugaba en Argentinos no vas a entender nada, Xosé. ¿Por qué te lo dejás tan
largo? Parecés un árbol.
Midió un poco la respuesta. Otra vez pasaron los fantasmas
detrás de la mirada. Se animó y se corrió un manojo de rulos con la mano
izquierda.
-Para taparme esto –dijo, como si la tuviera la boca llena
de mierda y me mostró una marca como un tatuaje tumbero, de tinta negra y algo
gastado. Pero no era un tatuaje. Una cruz de malta en el centro rodeada por un
círculo con una cruz de dos conjuntos de letras enfrentadas en equis: dos
letras C enfrentadas y cruzadas en espejo las siglas SS rematadas con el dibujo
de la corona real.
-¿Qué es eso? –pregunté, aunque suponía la respuesta.
-El carimbado de la South Sea and Fishing Company- dijo, en
un inglés británico casi sin acento- la empresa que me compró. Me lo marcaron
al rojo en El Castillo, nomás me sacaron de la panza de la nao. Por eso no
quise elegir trabajo en el campo. Cuando marcan la hacienda le veo los ojos a
los terneritos y sé lo que están sintiendo.
La indignación volcó la alegría de la caña en bronca. Se me
cruzaban todo tipo de resoluciones violentas para este viaje de mierda. Nunca
en veinte años de lucha me había encontrado tan cerca de un oprimido que haya
sufrido una explotación tan brutal y despiadada.
Sin embargo, Xosé Cuervo no parecía estar ganado por la
misma indignación que yo. La primera ley de la lucha de clases me obligaba a
callarme la bronca para no reemplazar a la víctima. Por alguna razón Xosé seguía
trabajando sumiso para el jesuita, a quien no putiaba ni siquiera en la
intimidad. En una de esas lo tomaba realmente como un salvador, una figura
paterna, qué se yo. No me permití nunca la condescendencia burguesa de
idealizar a los explotados.
En cambio, le pedí noticias de la Negra. Me aseguraba que
estaba en buenas manos y a salvo, pero yo tenía la urgencia de discutir con
ella cómo hacer para rajarnos de vuelta. Se metió en uno de los ranchitos al
costado del arroyo y cuando salió me dijo que había mandado un mensaje para el
Orisha Shangó, en el corazón del rancherío del Barrio del Tambor, que cuando
pudiéramos teníamos que organizar un encuentro.
Algo que no entendía del todo estaban tramando Shangó y
Xosé, y la Negra y yo teníamos un papel designado.
Me dejó cruzando la puerta del Convento donde estaba
encerrado y nos despedimos hasta el otro día.
Como si los Ejercicios Espirituales del cura alemán me
hubiesen calado la rutina, pasé toda la noche después de comer y la última misa
repasando la información que había juntado hasta el momento.
Llevaba tres días y sentía que tenía que empezar a moverme
rápido antes que el cura decidiera entregarme a los milicos o borrarme de la
faz de la tierra.
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