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domingo, 22 de noviembre de 2020

CAPÍTULO 19: La leyenda de la Ka'aguiresá




 

CAPÍTULO 19

La leyenda de Ka’aguiresá

 

 

La caridad del universo es falsa, falsa.
La tempestad recogerá nidos.

Nunca cesará la causa
de la voz de la leyenda.
Para mí que la laguna
lleva su venganza a cabo

 

El monstruo de la laguna,

Luis Alberto Spinetta

y Osvaldo Frascino,

Pescado Rabioso,

1972

 

 

Después de saludarse con afecto, el círculo rompió filas. Nelly ya tenía que fichar en la fábrica, Alicia iba a sacar a pasear a Ulises por Combatientes de Malvinas como siempre, Denise tenía que firmar en su pabellón, y la pareja de viajeros del tiempo encaró para el depto que alquilaba Santos Capobianco devenido Xosé Covián cruzando la Plaza Malaver.

-Me voy a dar un bañazo, ¿puedo?

-Mi casa fue tu casa, Vicky, obvio que podés. Fijate si hay toallas y eso porque hace mil que no vengo.

-Ya lo sé, tranqui. ¿Vos qué onda, te vas a apolillar o te preparás un café?

-Antes que nada me voy a armar uno, no doy más. Después veo.

-Dale.

-Ahí le tiré por wasap a la Gaviota y el Viejo Alejo a ver qué onda si apareció Leo.

-Ya nos hubiera mensajeado, ¿no te parece?

-Andá a saber. Por ahí llegó y está perdido entre la lluvia y la cantidad de gente. Por ahí está sin celu. Qué se yo.

-Dios. El agua caliente. La ducha. Qué sencillos son mis lujos.

-Un inodoro, amiga.

-El bidet.

-Claramente. Ahí contestó.

-Hablame más fuerte. Qué dice.

-Perá que entro y te pongo el audio.

-Dale, pero no pispiés que vengo de prender fuego una ciudad y estoy horrible.

-Qué boluda sos. Ahí va.

-¡Hola, Santos! ¡Qué alegría escuchar tu voz! Te mando un audio porque estoy en el bondi para arrancar con la escuela de la mañana, querido. Mirá, de Leo lamentablemente no sabemos nada hasta ahora, pero puede andar por ahí buscando su casa, o durmiendo. Pero si es por la máquina yo creo que tendría que haber aparecido, che. Fijate que funcionó de maravilla para traerlos a ustedes. Y me dijo la Negra que vinieron con alguien más, o sea que el poder de la movilización de las mujeres fue suficiente.

-Contestale que ya no sos más Santos.

-Perá un poco, Negra, que hay cosas más importantes primero. Oíme, macanudo, Gavy, pero ¿por qué decís que el poder de la movilización fue suficiente?, ¿cómo sabés?

-Boludo, seguro estuvo en los controles maniobrando. Me dijo que la movilización de hoy se viene preparando desde el sábado, que se sabía que iba a ser fuerte. Hasta yo creo que se deben haber sorprendido, ¿viste la cantidad de gente que había?

-Sí, impresionante. Les decía a las chicas, creo que desde el Argentinazo no había tanta gente en Plaza de Mayo.

-Eso ya lo dijiste antes. Cualquiera, José, cualquiera. En el Argentinazo no había tanta gente. Hubiéramos tomado la Rosada con las minas que había hoy.

-Perá que contestó.

-“Porque lo intentamos varias veces en el año, amor. No sé cuánto tiempo estuvieron ustedes en el pasado, pero nosotres probamos varias veces en estos cinco meses. [ruido de bondis] El niunamenos del 3 de junio fue grande pero más disperso que el del año pasado, en julio se armaron cacerolazos y asambleas populares contra los tarifazos de los servicios, el más preparado y contundente fue el del 14 de julio, como la Revolución Francesa, jaja. [gente hablando en segundo plano] Pero no dio la fuerza para traerles, o ustedes no tendrían prendidos los waky tokys. En agosto hubo una marcha contra el ajuste del Sutna, les ferroviaries del Sarmiento, la AGD y la izquierda que fue re linda, pero no dio para más que llenar la Diagonal Norte; hubo luchas de tabacaleros en Salta y Jujuy, estatales en Neuquén y un parazo docente pero nada. En setiembre tuvimos una marcha federal de las dos CTAs y La Bancaria y también nos ilusionamos, pero se ve que no movió el amperímetro de la máquina. [bocinazos, amenazas entre machos] Muchas luchas pero fragmentadas. Bueno, nene, viste cómo es, salimos las mujeres empoderadas a reventar las calles y volvieron. Le estamos enseñando a los forros de la CGT cómo se tiene que luchar.”

-Esa piba es una copada. No te mandaste ninguna cagada ahí, quiero creer.

-Avisá que salías, boluda. No me jodás, Gavy es una compañera de un equipo re bizarro, además ni nos conocemos.

-Bueno, che, no te pongás de culo, era una joda. Este bañazo me hizo bárbaro. Tenés que probar.

-Ahora voy.

-A ver… yo también tengo el celu saturado de mensajes y notificaciones. Va a ser una paja revisar todo esto.

-Estoy mirando Wikipedia. ¿Sabías que la South Sea Company fue la primer empresa por acciones que hizo quebrar la bolsa de Londres en 1720?

-Me jodés. Eso no lo leí.

-Parece ser que los ingleses se ilusionaron con los negocios que iban a hacer en el sur, no sé qué se imaginaban. Ahí va, claro, les habían dado el monopolio de la importación de africanos esclavizados a las colonias españolas en América en 1713, y todo el mundo vió el negocio. Inflaron las acciones de la Compañía muy por encima del capital real y de paso inflaron por contagio las de otras compañías. Cuando empezaron a llegar los dividendos se dieron cuenta que entre el Río de la Plata y Potosí no había tanta gente. Qué pedazos de mierda, boluda. Estos tipos pasaron a la historia como la nación que encabezó la lucha contra el tráfico negrero y son los que más guita habrán hecho en el pico del genocidio. Qué hijos de puta.

-Hijos de la mierda, decí, o de yuta, como dicen ahora las pibas. Las putas no tienen nada que ver y no son malas mujeres por serlo.

-Tenés razón. Perdoná. Y no sé si esta compañía del Mar del Sur no habrá sido también la que empezó la explotación de aceite de ballenas y lobos marinos en las Malvinas. Acá hay mapas ingleses del siglo dieciocho de todas las costas del sur y aparecen las Falkland Iles…

-Che, Malvinas... Oíme otra cosa.

-¿Algo más para corregirme? ¿Tengo que hablar en inclusivo como la Gavy?

-Podrías. Podríamos, a mí también me cuesta un montón. Este idioma de mierda no se hizo para el neutro. No, te quería contar algo que no les dije en la casa de Alicia…

-Decime.

-Pará, pará. Me llegó el mensaje de una compañera militante de la juventud barrial. Denunció al hijo de un dirigente importante.

-¿Quién? ¿De qué?

-Por violador. Lo vio marchando ayer y estalló. Se decidió a denunciarlo ante El Partido.

-Tenía que pasar, carajo. Tenemos la juventud podrida. La prebenda del Estado financia las urgencias del aparato, la camarilla electoralera necesita su propia patota, el patotero tiene carta libre. Todo se justifica por la revolución y estos soretes la degradan a tapadera de sus perversidades.

-Una cofradía de machos violadores. La tenemos adentro, carajo. Agreden a compañeras de militancia. Imperdonable. Tenemos que revisar todo de nuevo, como Marx en el 52, como Luxemburgo en cana.

-Hay que castigar a los autores materiales y los intelectuales, los promotores, los dealers de la prebenda estatal, los encubridores y cómplices silenciosos. Hay que exponer la red, extirparla hacia la luz pública. Cambiar al Partido. Superarlo.

-Lo primero es proteger a las compañeras, ayudarlas, asistirlas. Reparar con amor y asistencia profesional el dolor que no les pudimos evitar a tiempo. Hacerse cargo. ¿Seguís chateando con ella? ¿Qué más te dice? ¿Quién fue?

-Son mensajitos viejos. De la madrugada. Debe estar durmiendo a esta hora. No da jedearla. Le escribo para decirle que cuando pueda paso por la casa y me pongo a su disposición. Esta va a ser una lucha larga y cruel.

-Se puede llevar puesto al Partido entero, Negra.

-Espero que no, negrito. Que no me agarre ahora, justo.

-¿Por?

-Lo que te quería contar.

-Contame entonces.

-Bueno, no sé, no es tan sencillo. Volví cambiada.

-Yo también lo pensaba eso, Vicky. Fijate que viajamos por el tiempo usando la energía de las emociones de miles de personas. Y las nuestras propias. ¿Cuánto había hoy, quinientas mil mujeres? Todas angustiadas, llenas de bronca, con todas sus propias historias de dolor a flor de piel peleando juntas por la misma piba, la misma mirada tierna. Eso nos tiene que cambiar, nos tiene que revolucionar por dentro. No te digo como en las pelis yanquis, que nos cambian las moléculas y esa gilada. No, emocionalmente nos tiene que cambiar. ¿No te parece?

-Ponele. Pero a mí me pasó algo más concreto allá. Me cambió físicamente también.

-Ya sé. Te enamoraste del negro y lo extrañás. Ya me dí cuenta allá. Y no hacía falta tanto misterio, las chicas seguro se dieron cuenta también por tu relato.

-Tenía razón el jesuita, te las sabés todas vos.

-Acerté, era eso. Y bueno, qué se yo amiga, los amores son así, van y vienen.

-No es eso, pelotudo. Estoy embarazada.

-¿Qué? Pero, ¿cómo?

-Como siempre, tarado, el método tradicional.

-No, digo, cómo lo sabés, llevás una semana en la colonia… ¿lo pensás por los dolores de hoy? Quedate tranquila que deben ser los efectos del viaje en el tiempo. Yo también me siento raro…

-No, boludo, no. Lo sé. La última vez que nos metimos al baño, Denise trajo un test descartable del hospital. Siempre hay que esperar la confirmación, pero por lo general estos bichitos no mienten. Me embaracé allá.

-¿Allá, allá?

-Con mi Bangboshé allá.

-No te puedo creer.

-¿Qué no me podés creer? Vos mismo lo acabás de decir. Me enamoré hasta el caracú, como decía mi tía. Hasta el fondo del fondo, amigo. Ya cuando lo ví en la asamblea del quilombo la primera noche me flashó mal.

-¿Pero no era que habías decidido terminar tu historial de fracasos con los chongos?

-Pero qué pedazo de chongo, hermano. Está bien, tenía un carácter de mierda en la intimidad, como todos, el tipo quería ser mi dueño. Pero esa noche que me sacó en hombros de la podrida con la yuta, era un sueño. Me había mojado toda ya cuando lo ví plantado diciendo que había que terminar con los demonios blancos y la esclavitud; estaba re al palo cuando lo vi combatir conmigo en el cordón contra los soldados, la adrenalina esa, vos la conocés, combatir juntos, juntes ponele. Y ta, que cuando me alzó le sentí toda esa fuerza en el cuerpo, yo creo que ya estábamos garchando cuando corríamos.

Cuestión que llegamos a su choza y le comí la boca de una, esa bocaza, Santos… perdón Shosé, José, esa bocaza era un mar, esa cara ancha para abrazarla, le fui viendo los tatuajes con la lengua, porque ni habíamos prendido la vela, estaba como drogada y me llegaban flashes de su cuerpo con el brillo de los fogones alrededor. El sudor a mí me pone toda gata, me abre, me lubrica toda la piel. Nos agarramos como en una grecorromana, a los palazos, fui una de esas boas constrictoras que se quieren triturar un árbol duro, de quebracho, pura fibra, de piedra, pero palpitándole cada músculo, y tenía una pija hermosa, de ébano, labrada por artesanos celestiales, te juro. Enorme, durísima, ancha y azul por todos lados menos la cabeza, que se tornasolaba. Hasta eso, boludo, los detalles de matices de colores de la piel del chabón en la pija me tenían fascinada onda caleidoscopio, hipnotizada. Se la comí para el campeonato, me hubiese quedado a vivir chupando esa bendición, ese miembro del dios del trueno y la guerra, ese martillo de Thor. Por favor, que pedazo de pija. Lejos la mejor pija que me comí en la vida.

Así que lo cabalgué furiosa, toda abierta, expandida, todo mi cuerpo haciéndole la segunda a la concha, me lo engullí por la concha, me lo fui tragando un cacho más en cada sacudida, le dejé moretones en la ingle de tanto que lo mastiqué toda furiosa, toda muslos y piernas apretándole el culo para mí, tipo las mandíbulas de la mamboretá, metiéndomelo bien profundo hasta el alma, y el negro comiéndome las tetas como si fueran maná del cielo, como si fuera la diosa que el tipo estuvo esperando toda su vida, levantándome por el aire con la fuerza de un torazo, la pija daba para tomar distancia y pegarle una vuelta al universo. No sé, una fiesta de clítoris completa.

Yo creo que esa misma noche me quedé embarazada. Aunque le dimos todas las noches después. Fue una adicción, no lo podía dejar, me lo monté todas y cada una de las veces que pude, me daba abstinencia cuando no estábamos cogiendo. Y re paki todo, sí, sí. Nunca me chupó la concha el desgraciado, culeamos, se la chupé en todas las geometrías que pudimos hacer, pero el tipo nunca bajó a dar sus respetos al templo, maldito macho.

-¿Y qué pensás hacer?

-No sé.

-Sos conciente que ese tipo se murió hace doscientos años.

-No voy a ser la primer madre sola de mi estirpe, si lo decís por eso.

-Ni en los libros de historia va a aparecer ese chabón.

-Imaginate cómo estoy, no me voy a poder comer más ese terrible dios.

-Al final vas a ser la virgen María, boluda.

-Posta. Oyá completa, la diosa que pare sin padre que la domine. Jurame que le contamos eso al pibe, o piba, o lo que decida ser. Eso mismo, que es “hije” de un Orisha, del mismísmo Shangó.

-Como vos quieras. Te confieso que yo también me guardé una historia con las compañeras.

-Epa. Y por qué lo decís con esa cara, amigo. Qué bueno todo. Gran aventura y pegamos garche, decime si no es genial.

-No sé.

-¿Cómo no sé? ¿No te gustó? Te violaron. Decime que no te violaron en la cárcel esa.

-No, no, nada que ver. Yo lo quise todo. Pero… no sé, no sé ni cómo contarlo.

-Dale, boludo, yo te conté.

-No sé, Vicky, te juro, me cambió todo.

-Vos no te podés embarazar, no jodás.

-Pero me cambió también. Y no sé si la voy a poder superar.

-¿Tanto te pegó?

-Es algo más.

-¿Qué más? Dale, boludo, relajate. Como mucho habrá que aguantarte un par de noches para atrás, pero ya vas a conocer a alguien más y…

-No como ella, bueno, si era ella.

-¿Cómo?

-Es que era una mujer, sí, pero no me cogió como una mujer.

-Qué era, ¿una travesti? ¿En la colonia? ¿Cómo fue?

-El último domingo antes de Reyes, después del laburo, en la iglesia de Santo Domingo.

-¿Te cogió una trava dentro de una iglesia? ¿Encima tu primera vez con una chica especial? No te podía pasar nada más flashero, Santos, perdón, José.

-Eso también. Lo del nombre, mi identidad. Estoy muy confundido, Negra.

-Pará, no llorés. Vení. Bueno, sí, qué no ni no, llorá boludo, llorate todo, dale. Yo te acompaño. Estamos muy sensibles. Hicimos un viaje re bizarro. Cómo no vamos a estar así.

-Es que. Gracias, gracias. No sé, Negra, no sé qué me pasa.

-Tranquilizate y respirá. Y contame.

-Ya el primer día que fuimos a laburar ahí la había visto y me había flechado. Tiene una mirada peor que magnética. Es dura. Te mira con sabiduría, como si ya supiera todo de vos, como si no le pudieras ocultar nada de lo que hiciste o de lo que estás pensando.

-¿Pero qué hacía ahí, era la esposa de algún laburante?

-Era de la delegación de guaraníes que el jesuita había bajado de las misiones. Estaba sola. Al segundo día que caimos a laburar ahí, cuando Shosé todavía era Shosé y me empezaba a mostrar un poco más de confianza, ví que hablaba con los laburantes en el mismo idioma, re fluido, yo todavía no sabía que él también había vivido en las misiones, ni la tragedia de sus amores, le pregunté si sabía quién era. Me dijo que se llamaba Ka`aguiresá, o eso entendí yo. Así, Ka, con un espacio como si fuese una letra más y aguiresá que termina fuerte.

Estaba laburando con ellos y vivía en la parte del Convento que ya tenía techo, aunque eso y nada más. Había viajado bajo las condiciones que ella había exigido, era la más especializada del grupo en textiles finos y había puesto condiciones. No sólo le pagaban con guita posta, le permitieron llevarse con ella a sus cinco hijos. Bueno, cuatro, porque el más chiquito, un bebé recién nacido, no le aguantó el viaje. Así que hacía de nodriza también para pibitos de las familias aristocráticas que le decía el jesuita.

-Imagino que el sorete cobraba de todos lados.

-Seguro. Cuestión que cada día me embobaba más. Y me empezó a encontrar ella. Cada tanto se aparecía detrás de las filas de laburantes en los andamios o detrás de las tablas, como si pasara por ahí, pero mirándome fijo, como llamándome. Me miraban esos dos ojos de piedra de jade, de basalto, desde arriba de dos pómulos salientes como barrancas de tierra barrosa. Una piel hermosa, de cobre, de barro dorado, no sé cómo decirte.

-Y la encaraste.

-Nunca. Traté de esquivarla, de dedicarme al laburo, a la misión, de estar concentrado. Cualquier novedad o cambio fortuito podía mandar todo a la mierda o devolvernos acá. Estaba muy metido en el viaje, enfocado en que estábamos jugando fuerte a doscientos años de distancia, sin Partido ni nada, sin red.

-Re tenso.

-Ponele.

-Entonces ¿cómo terminaron garchando?

-No fue un garche.

-Bueno, no quise minimizarlo. Te pregunto cómo se encontraron.

-Ese domingo Cuervo me llevó a almorzar con el resto de los guaraníes a la obra. Ella cocinó. Nos presentaron y todo. Cuervo me hacía de lenguaraz porque ella sólo hablaba su lengua materna y hasta parecía que no escuchaba otra cosa que no sea su idioma. Tenía un desprecio absoluto por todo lo español. De hecho se la pasó hablando mierda de todos los europeos, de los criollos de Asunción y Corrientes, de los encomenderos que les seguían tratando como esclavos, de los portugueses que lo hacían sin ninguna vuelta, hasta de los jesuitas, que eran iguales.

De la ronda de albañiles salieron varios a pararle el carro, a defender a los jesuitas y la vida en las reducciones. Lo de siempre, que les daban tierras y un laburo, que les enseñaron oficios.

-Todas esas tierras, y estas de acá, son nuestras y de nadie. –me dice que dijo en un momento sin levantar la vista del fuego que estaba manejando a voluntad. –Y los oficios los aprendemos nosotros, porque somos hijas e hijos de la luna y el sol, de la selva y los ríos, del yaguareté y el lapacho. Al jesuita le debemos trabajar como mulas y vivir encerrados. Nada más. Ellos nos deben toda la riqueza que les hicimos. Parásitos.

-La tenía re clara.

-No se comía ningún chamuyo. Y era más menuda de cuerpo que el resto de los laburantes, pero estaba clavada firme en el fogón imponiendo respeto cuando hablaba, la cara y el cuello tenso, los gestos justos. También Cuervo me contaba que la respetaban porque venía de una familia de brujos, o hechiceros, no sé si es la traducción de Cuervo o que Cuervo cree que las encargadas de la medicina y los ancestros en los clanes guaraníes son brujas. Me revienta no saber, tengo que aprender guaraní.

-Tranqui, che, no es que la vas a volver a ver para hablarle. Pero, no te pongas así… vení, perdoname, soy una torpe. No te quise poner así.

-Posta que pensé eso mismo. Perdoname vos, tenés razón, para qué aprender si no le voy a poder hablar más. En realidad nunca le hablé, sabés. Sentí que no había que decirle nada, que me leía la mente. Durante todo el almuerzo y la sobremesa que los capataces nos permitieron por ser domingo, no me buscó la mirada una sola vez, como si no estuviera, aunque la tuviera enfrente. Pero cuando todos se fueron mandando de vuelta a sus puestos de trabajo, abrió los ojos hacia mí de repente, no sé en qué estaba yo pero sentí que un puma me había marcado, fue una sensación de esas de sexto sentido, viste, cuando sabes que algo te va a pasar. Y por primera vez desde que nos conocíamos dio tres pasos directo hacia donde yo estaba y con un movimiento sutil, que nadie vio, me enganchó la muñeca derecha con su mano. Sentí unas esposas, unas garras, y con la muñeca tiró y me trajo para ella, dio medio giro y me llevó hasta la habitación donde dejábamos las bolsas de materiales, las tejas y eso, esquivó los bultos exactamente por el único hueco donde se podía pisar, abrió una cortina en una esquina de la pared que yo nunca había visto y me metió en un enorme salón, cerrado y vacío, donde el techo había quedado sólo la base de la bóveda, sin terminar, con un hueco que dejaba ver una elipse de cielo azul, ya tirando al turquesa de la tardecita.

Me sentó sobre mis piernas, como estaba ella, en el centro de ese atrio silencioso, de paredes tan anchas que no entraba ningún sonido de la obra ni la calle. Sólo mi corazón pechándome las costillas a martillazos se escuchaba rebotar en el eco de las paredes.

Estuvo todo un rato mirándome y hablándome y yo no entendía nada de lo que estaba pasando ni de lo que decía. Empezó a acariciarme con unos dedos largos y fuertes, decididos, aunque las caricias eran suaves y amorosas. Me fue dibujando la cara con las yemas, y cada tanto se sonreía. Sobre la comisura izquierda, sonrió; sobre la única arruga continua arriba de mis cejas, sonrío; en la curva de la nariz, sonrió.

Después sacó unos yuyos del bolso que tenía debajo de la falda, se frotó las manos, que le quedaron brillosas, me sacó la camisa y empezó a frotarme un aceite con olor a flores que no conozco, jazmines o azaleas pero más intensos, mezclados con aromáticas de las sierras, sabores dulzones y también amargos. Me iba aflojando cada contractura y cada nervio y creo que me estaba drogando, también, porque me relajé y me fui poniendo en un estado mental zen, y empecé a percibir los matices de los colores que nos rodeaban y las formas dejaron de parecerme líneas para ser sólo contornos, y luces, y sombras, y creo que sentí que flotaba en ese cielo que ya empezaba a trazar unos lilas con la refrexión y hasta se cruzaron esas nubes que tienen un nombre, que son así como tubitos pero enrulados y todos parejitos y paralelos, que una parte está brillante de sol blanca y la otra esponjadita en gris, después violeta, después naranja… y entonces, la siento en la boca, siento que me respira adentro mío, que me busca la lengua con su lengua, que juega toda serpiente en mi lengua blandita y húmeda. Siento eso, siento que con las manos aceitosas me va ablandando la carne, me va haciendo todo líquido, todo sangre, que me ablanda los huesos.

Te juro Negra, que no te miento, yo sé distinguir la realidad de un viaje narcótico. Esto no lo hacían las hierbas ni los hongos con los que había armado el potaje, esto era todo muy real, muy concreto.

Con un movimiento de sus hombros debajo de los míos me impulsó y me hizo abrazarla y ahí me enamoré de lo que miraba con mis manos, entendí cada pedazo de historia que había en sus contracturas, sus arrugas, sus pliegues, su carne y su sangre. Cada vez que abría los ojos veía los suyos, amplios, anchos y agudos, encastrados como piedras mágicas detrás de esos pómulos como balcones, sentía lo mismo que subido a las rocas, mirando el horizonte sobre el mar, pero con el mar mirándome adentro. Y no era mar porque era un carey casi oscuro, con vetas de miel, de canela, de piedra marrón cristalina, de volcán apagado.

Entonces, me sentó encima suyo, con mis piernas sobre sus anchas gambas, ancas de puma, y cerré mis piernas alrededor de su torso, que me pareció duro y flexible a la vez, como si estuviera abrazando una enorme serpiente y entonces sus manos se empezaron a mover frenéticamente, con vida propia, pequeñas serpientes en cuerpo de araña, sabias; una me tomó fuerte la nuca para zambullirme en un chupón que duró la vida entera, respiraba dentro suyo, sacaba oxígeno de su saliva, de su sudor; la otra empezó a buscarme la pija desde las nalgas, me la trabajó hasta que empezó a gotear, y cuando creí que me iba a tomar desde la base para arriba, con el pulgar y el índice rozándome los huevos, se deslizó más adentro, y mientras empujaba muy suavecito la punta del índice y el mayor por el círculo de piel arrugada de mi culo, virgen de penetraciones, mi culo, mi ano, mi pequeño anillo, me empujó para su pubis y encastró su pulgar contra su clítoris -lo sé porque le sentí el gemido dentro de la garganta- y me empezó a coger como si ella tuviera pija. Yo fusionándome en su pecho, los vientres latiendo sincopados, a todo ritmo, y así, sentada arriba de ella empecé a torcer las piernas más fuerte, acompasadamente, como si toda la vida hubiera deseado que me cogieran así, y ella marcaba el paso con su cadera como un pistón, me estaba penetrando: me hizo conocer un grado de orgasmo pélvico y cerebral como nunca sentí en toda mi vida. Acabé por el culo y por la espalda y por los muslos y por las neuronas, acabé por todos lados con un espasmo eléctrico y eso que nunca había eyaculado, y mi pija seguía ahí tan dura y tan distinta como si fuera una parte más y no la única parte que importaba en esa situación.

Hasta que dejó de moverse para quedarse toda tensa y encorvada. Estaba remontando su propio orgasmo desde la raíz hasta la erupción, a conciencia. Y en una, corcoveó con la mano que tenía dentro mío y empujó en sentido contrario a la que me sostenía la nuca, y me hizo acabarle toda la leche por el universo y al mismo tiempo que me liberaba las compuertas empecé a reirme a carcajadas, sentí un glaciar que se quebraba en mis costillas, por la espalda, y que se me abría el pecho en una bandada de calandrias cantoras que llenaban todo el atrio donde iban a poner el altar principal y volaban por los muros y los silencios, a carcajadas de cristal por donde iban a rebotar en el futuro las ondas rítmicas de los órganos de cobre y los sermones y que salían por el vitreaux hermoso de grises, celestes, turquesas, lilas, violetas, indigo, amarillos, rosas y anaranjados que teníamos en la inconsumable bóveda celestial encima nuestro.

-Wow.

-Te lo juro. Fue así. Así fue.

-Me morí y renací, boluda.

-¿Perdón?

-Tuviste un orgasmo de mina.

-Fue increíble.

-Eso es lo que no podés creer. Tuviste lo más parecido a un orgasmo de mina que podés tener. Todavía.

-Qué decís.

-Que esto recién empieza, Jose. Así te voy a decir, Jose, en grave. Que puede ser José o

-Sí, eso lo entiendo, qué queres decir te pregunto.

-Que la bruja te hizo mujer, amigo. Que eso es lo que te flashea tanto. ¿Nunca te habían penetrado?

-Nunca. Estuve en tríos con chabones, chupé algunas pijas y tuve sexo gay, pero esto no me había pasado nunca.

-Es eso.

-Lo que más me jode de lo que decís es que yo vengo pensando lo mismo desde que pasó. Después de coger hermoso nos acurrucamos, entre sus polleras y mi chiripá, y me hablaba al oído y me comía las lágrimas con los labios, bebiéndolas directo del lagrimal, besándome al pasar los párpados, con una dulzura infinita y eterna. Te juro Vicky que entendía todo lo que me decía, me decía que éramos hermanas, que no tuviera miedo, que ya estaba lista, que me faltaba sólo una bienvenida, que iba a ser lo mejor para las dos que me haya liberado, que ahora le permitiera a mi espíritu interior salir y gobernar mi vida.

-Eso dicen los yoruba. La Negra Tomasa me explicó que los yoruba piensan que más de un orisha puede metérsenos dentro y ser nuestro guía. Me decía que después del secuestro y la vida en las estancias o las casas de señoritos, los roles de mujer y varón, y la familia y el matrimonio no tenían ningún sentido, y que así como habían tenido que inventarse todo de nuevo para seguir vivos, también se habían inventado nuevas formas de quererse, de armarse en familias nuevas, nuevos cuerpos. Me dijo, incluso, que mi Shangó tenía novios a quienes trataba como hermanos, que ella prefería quedarse siempre con mujeres pero que no le parecía malo que un chabón quisiera amarla. Me dijo que había personas que podían estar influidas por espíritus de diosas y de dioses al mismo tiempo y que todo el asunto era que no se pelearan entre ellos, que no se rechazaran o quisieran imponerse uno encima del otro.

Y me hiciste acordar algo, Jose, Ka’aguiresá es un nombre que significa ojo de la selva o algo así como espíritu de la selva que sale por la mirada. Hay una leyenda antigua de los guaraníes que viene dentro de una leyenda falsa de los guaraníes.

Me contaban unas tías de la rama de mi viejo, que vienen bajando por allá por los litorales, en la villa, que en la iglesia siempre les contaban la falsa leyenda del Mburucuyá. ¿Viste la flor esa hermosa, que a veces aparece en los alambrados al costado de las vías del Sarmiento o del Roca? Es una enredadera muy finita, que nunca te dice nada, ni siquiera es robusta de verde como la madreselva o la enamorada del muro. Pero en primavera saca esas flores azules y lilas con pétalos en círculo y adentro otro círculo de finitos pelitos y adentro unos tres estambres gordos y largos, amarillos. Y en verano da esos frutos anaranjaditos y dulzones, como el del níspero.

Las viejas me contaban que en la iglesia les decían que los estambres eran los tres clavos de la cruz de Cristo, los que le clavaron en las muñecas y los pies. Que es un chamuyo, te acordás que nos contaba Pablo, porque eso de la pasión y el dolor de la carne lo inventaron después para meter toda la teología de la pasón de Cristo, del necesario sufrimiento y abandono del placer corporal para liberar al espíritu y también para que los pobres se jodieran y aceptaran su miseria con la zanahoria del Paraíso. Ese chamuyo les metían a las pibitas en la iglesia, hallá en Paraguay, y les decían que habían salido en esas flores porque un indio de la reservación de los jesuitas se había enamorado tanto de la hija de un criollo estanciero, que iba todas las noches a la vera de la ventana a cantarle y recitarle hasta que el padre de la gurisa se avivó y lo cago matando. No sé si a lonjazos o de un tiro. Ellas tampoco sabían. Se cagaban de la risa porque mirá si el padre no se iba a avivar con el pelotudo cantando como un salame en la calle.

Las gurisas no se comían ese chamuyo del amor romántico. Nunca lo habían vivido de esa forma.

Entonces, dice mi tía que una tarde de mucho calor, con el tereré en ronda bajo la sombra del alero de paja y barro de la casa de su abuela, en Pilar creo o Villa Rica, no sé bien, le contó en burla lo que le habían dicho los curas sobre la flor del Mburucuyá y que tenían dibujado los clavos por todo lo que cuesta sufrir el amor verdadero. Medio para ver qué decía la abuela, viste. Y dice mi tía que la vieja se puso seria y le dijo que eso era Una mentira, que no había sido así, que ella había estado o que le habían dicho unos parientes que habían estado. Que nunca puede ser eso, porque Mburucuyá se llama el frutito naranja de la planta, porque siempre se llena de moscas y avispas, que eso es lo que significa y que la flor se llama Ka`aguiresá porque cuando andás por el monte toda preocupada por seguir la senda que abrieron los machetes, la picada, entre los tacurales y los bichos, que no ves nada más allá de tu espacio personal inmediato, porque la selva te tapa el horizonte y el cielo, aparece la flor Ka`aguiresá y te mira adentro, te paraliza un tiempo que puede ser la eternidad o un suspiro y si sos buena persona, te ayuda para salir, y si sos una persona mala, o amargada, te emboba y hasta te puede dejar paralizada ahí para siempre, pero en paz, re tranquilita, como sedada. En una de esas te topaste a la Ka´aguiresá para encontrar tu camino para afuera, Elegguá. ¿Viste que Shangó te decía Elegguá? ¿Te acordás?

-Me acuerdo, cómo no me voy a acordar si fue hace cuatro días, o cinco. Me acuerdo, no paro de acordarme. Después de esa tarde en la iglesia en obra no paran de aparecerme recuerdos que creía haber olvidado hace veinte años. Me acordé de tantas cosas, después de eso. Pensé que siempre me sentí más cómodo en los círculos con obreras que con chabones. Ta bien que yo conocí más obreras que obreros, y en todas las barriadas son ellas las que primero se animan a ir a las asambleas… pero no paro de acordarme miles de cosas de mi vieja todo el tiempo, y de los juegos con mis hermanas… y…

-Lo podés decir, Jose, ¿también jugabas a vestirte distinto?

-¿Cómo sabés?

-Porque no sos la única, aunque seas única. Únique si preferís.

-No entiendo.

-Porque es así, Jose, porque siempre el espíritu que querés encerrar termina encontrando la forma de salir a la superficie. Porque le ha pasado a muches antes que vos y le va a seguir pasando. Uy. ¿Viste? Si lo practicás, el inclusivo te sale.

-No sé, Vicky, estoy muy… con… fun-di…

-De. Con, fun, di, de. Dale. Animate, decilo.

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