CAPÍTULO 19
La leyenda de Ka’aguiresá
“La caridad del universo es falsa, falsa.
La tempestad recogerá nidos.
Nunca
cesará la causa
de la voz de la leyenda.
Para mí que la laguna
lleva su venganza a cabo”
El
monstruo de la laguna,
Luis Alberto Spinetta
y Osvaldo Frascino,
Pescado Rabioso,
1972
Después de saludarse con afecto, el círculo rompió filas.
Nelly ya tenía que fichar en la fábrica, Alicia iba a sacar a pasear a Ulises
por Combatientes de Malvinas como siempre, Denise tenía que firmar en su
pabellón, y la pareja de viajeros del tiempo encaró para el depto que alquilaba
Santos Capobianco devenido Xosé Covián cruzando la Plaza Malaver.
-Me voy a dar un bañazo, ¿puedo?
-Mi casa fue tu casa, Vicky, obvio que podés. Fijate si hay
toallas y eso porque hace mil que no vengo.
-Ya lo sé, tranqui. ¿Vos qué onda, te vas a apolillar o te
preparás un café?
-Antes que nada me voy a armar uno, no doy más. Después veo.
-Dale.
-Ahí le tiré por wasap a la Gaviota y el Viejo Alejo a ver
qué onda si apareció Leo.
-Ya nos hubiera mensajeado, ¿no te parece?
-Andá a saber. Por ahí llegó y está perdido entre la lluvia
y la cantidad de gente. Por ahí está sin celu. Qué se yo.
-Dios. El agua caliente. La ducha. Qué sencillos son mis
lujos.
-Un inodoro, amiga.
-El bidet.
-Claramente. Ahí contestó.
-Hablame más fuerte. Qué dice.
-Perá que entro y te pongo el audio.
-Dale, pero no pispiés que vengo de prender fuego una ciudad
y estoy horrible.
-Qué boluda sos. Ahí va.
-¡Hola, Santos! ¡Qué alegría escuchar tu voz! Te mando un
audio porque estoy en el bondi para arrancar con la escuela de la mañana,
querido. Mirá, de Leo lamentablemente no sabemos nada hasta ahora, pero puede andar
por ahí buscando su casa, o durmiendo. Pero si es por la máquina yo creo que
tendría que haber aparecido, che. Fijate que funcionó de maravilla para
traerlos a ustedes. Y me dijo la Negra que vinieron con alguien más, o sea que
el poder de la movilización de las mujeres fue suficiente.
-Contestale que ya no sos más Santos.
-Perá un poco, Negra, que hay cosas más importantes primero.
Oíme, macanudo, Gavy, pero ¿por qué decís que el poder de la movilización fue
suficiente?, ¿cómo sabés?
-Boludo, seguro estuvo en los controles maniobrando. Me dijo
que la movilización de hoy se viene preparando desde el sábado, que se sabía
que iba a ser fuerte. Hasta yo creo que se deben haber sorprendido, ¿viste la
cantidad de gente que había?
-Sí, impresionante. Les decía a las chicas, creo que desde
el Argentinazo no había tanta gente en Plaza de Mayo.
-Eso ya lo dijiste antes. Cualquiera, José, cualquiera. En
el Argentinazo no había tanta gente. Hubiéramos tomado la Rosada con las minas
que había hoy.
-Perá que contestó.
-“Porque lo intentamos varias veces en el año, amor. No sé
cuánto tiempo estuvieron ustedes en el pasado, pero nosotres probamos varias
veces en estos cinco meses. [ruido de bondis] El niunamenos del 3 de junio fue
grande pero más disperso que el del año pasado, en julio se armaron cacerolazos
y asambleas populares contra los tarifazos de los servicios, el más preparado y
contundente fue el del 14 de julio, como la Revolución Francesa, jaja. [gente
hablando en segundo plano] Pero no dio la fuerza para traerles, o ustedes no
tendrían prendidos los waky tokys. En agosto hubo una marcha contra el ajuste
del Sutna, les ferroviaries del Sarmiento, la AGD y la izquierda que fue re
linda, pero no dio para más que llenar la Diagonal Norte; hubo luchas de
tabacaleros en Salta y Jujuy, estatales en Neuquén y un parazo docente pero
nada. En setiembre tuvimos una marcha federal de las dos CTAs y La Bancaria y
también nos ilusionamos, pero se ve que no movió el amperímetro de la máquina.
[bocinazos, amenazas entre machos] Muchas luchas pero fragmentadas. Bueno,
nene, viste cómo es, salimos las mujeres empoderadas a reventar las calles y
volvieron. Le estamos enseñando a los forros de la CGT cómo se tiene que
luchar.”
-Esa piba es una copada. No te mandaste ninguna cagada ahí,
quiero creer.
-Avisá que salías, boluda. No me jodás, Gavy es una
compañera de un equipo re bizarro, además ni nos conocemos.
-Bueno, che, no te pongás de culo, era una joda. Este bañazo
me hizo bárbaro. Tenés que probar.
-Ahora voy.
-A ver… yo también tengo el celu saturado de mensajes y
notificaciones. Va a ser una paja revisar todo esto.
-Estoy mirando Wikipedia. ¿Sabías que la South Sea Company
fue la primer empresa por acciones que hizo quebrar la bolsa de Londres en
1720?
-Me jodés. Eso no lo leí.
-Parece ser que los ingleses se ilusionaron con los negocios
que iban a hacer en el sur, no sé qué se imaginaban. Ahí va, claro, les habían
dado el monopolio de la importación de africanos esclavizados a las colonias
españolas en América en 1713, y todo el mundo vió el negocio. Inflaron las
acciones de la Compañía muy por encima del capital real y de paso inflaron por
contagio las de otras compañías. Cuando empezaron a llegar los dividendos se
dieron cuenta que entre el Río de la Plata y Potosí no había tanta gente. Qué
pedazos de mierda, boluda. Estos tipos pasaron a la historia como la nación que
encabezó la lucha contra el tráfico negrero y son los que más guita habrán
hecho en el pico del genocidio. Qué hijos de puta.
-Hijos de la mierda, decí, o de yuta, como dicen ahora las
pibas. Las putas no tienen nada que ver y no son malas mujeres por serlo.
-Tenés razón. Perdoná. Y no sé si esta compañía del Mar del
Sur no habrá sido también la que empezó la explotación de aceite de ballenas y
lobos marinos en las Malvinas. Acá hay mapas ingleses del siglo dieciocho de
todas las costas del sur y aparecen las Falkland Iles…
-Che, Malvinas... Oíme otra cosa.
-¿Algo más para corregirme? ¿Tengo que hablar en inclusivo
como la Gavy?
-Podrías. Podríamos, a mí también me cuesta un montón. Este
idioma de mierda no se hizo para el neutro. No, te quería contar algo que no
les dije en la casa de Alicia…
-Decime.
-Pará, pará. Me llegó el mensaje de una compañera militante
de la juventud barrial. Denunció al hijo de un dirigente importante.
-¿Quién? ¿De qué?
-Por violador. Lo vio marchando ayer y estalló. Se decidió a
denunciarlo ante El Partido.
-Tenía que pasar, carajo. Tenemos la juventud podrida. La
prebenda del Estado financia las urgencias del aparato, la camarilla electoralera
necesita su propia patota, el patotero tiene carta libre. Todo se justifica por
la revolución y estos soretes la degradan a tapadera de sus perversidades.
-Una cofradía de machos violadores. La tenemos adentro,
carajo. Agreden a compañeras de militancia. Imperdonable. Tenemos que revisar
todo de nuevo, como Marx en el 52, como Luxemburgo en cana.
-Hay que castigar a los autores materiales y los
intelectuales, los promotores, los dealers de la prebenda estatal, los
encubridores y cómplices silenciosos. Hay que exponer la red, extirparla hacia
la luz pública. Cambiar al Partido. Superarlo.
-Lo primero es proteger a las compañeras, ayudarlas,
asistirlas. Reparar con amor y asistencia profesional el dolor que no les
pudimos evitar a tiempo. Hacerse cargo. ¿Seguís chateando con ella? ¿Qué más te
dice? ¿Quién fue?
-Son mensajitos viejos. De la madrugada. Debe estar
durmiendo a esta hora. No da jedearla. Le escribo para decirle que cuando pueda
paso por la casa y me pongo a su disposición. Esta va a ser una lucha larga y
cruel.
-Se puede llevar puesto al Partido entero, Negra.
-Espero que no, negrito. Que no me agarre ahora, justo.
-¿Por?
-Lo que te quería contar.
-Contame entonces.
-Bueno, no sé, no es tan sencillo. Volví cambiada.
-Yo también lo pensaba eso, Vicky. Fijate que viajamos por
el tiempo usando la energía de las emociones de miles de personas. Y las
nuestras propias. ¿Cuánto había hoy, quinientas mil mujeres? Todas angustiadas,
llenas de bronca, con todas sus propias historias de dolor a flor de piel
peleando juntas por la misma piba, la misma mirada tierna. Eso nos tiene que
cambiar, nos tiene que revolucionar por dentro. No te digo como en las pelis
yanquis, que nos cambian las moléculas y esa gilada. No, emocionalmente nos
tiene que cambiar. ¿No te parece?
-Ponele. Pero a mí me pasó algo más concreto allá. Me cambió
físicamente también.
-Ya sé. Te enamoraste del negro y lo extrañás. Ya me dí
cuenta allá. Y no hacía falta tanto misterio, las chicas seguro se dieron
cuenta también por tu relato.
-Tenía razón el jesuita, te las sabés todas vos.
-Acerté, era eso. Y bueno, qué se yo amiga, los amores son
así, van y vienen.
-No es eso, pelotudo. Estoy embarazada.
-¿Qué? Pero, ¿cómo?
-Como siempre, tarado, el método tradicional.
-No, digo, cómo lo sabés, llevás una semana en la colonia…
¿lo pensás por los dolores de hoy? Quedate tranquila que deben ser los efectos
del viaje en el tiempo. Yo también me siento raro…
-No, boludo, no. Lo sé. La última vez que nos metimos al
baño, Denise trajo un test descartable del hospital. Siempre hay que esperar la
confirmación, pero por lo general estos bichitos no mienten. Me embaracé allá.
-¿Allá, allá?
-Con mi Bangboshé allá.
-No te puedo creer.
-¿Qué no me podés creer? Vos mismo lo acabás de decir. Me
enamoré hasta el caracú, como decía mi tía. Hasta el fondo del fondo, amigo. Ya
cuando lo ví en la asamblea del quilombo la primera noche me flashó mal.
-¿Pero no era que habías decidido terminar tu historial de
fracasos con los chongos?
-Pero qué pedazo de chongo, hermano. Está bien, tenía un
carácter de mierda en la intimidad, como todos, el tipo quería ser mi dueño.
Pero esa noche que me sacó en hombros de la podrida con la yuta, era un sueño.
Me había mojado toda ya cuando lo ví plantado diciendo que había que terminar
con los demonios blancos y la esclavitud; estaba re al palo cuando lo vi
combatir conmigo en el cordón contra los soldados, la adrenalina esa, vos la
conocés, combatir juntos, juntes ponele. Y ta, que cuando me alzó le sentí toda
esa fuerza en el cuerpo, yo creo que ya estábamos garchando cuando corríamos.
Cuestión que llegamos a su choza y le comí la boca de una,
esa bocaza, Santos… perdón Shosé, José, esa bocaza era un mar, esa cara ancha
para abrazarla, le fui viendo los tatuajes con la lengua, porque ni habíamos
prendido la vela, estaba como drogada y me llegaban flashes de su cuerpo con el
brillo de los fogones alrededor. El sudor a mí me pone toda gata, me abre, me
lubrica toda la piel. Nos agarramos como en una grecorromana, a los palazos, fui
una de esas boas constrictoras que se quieren triturar un árbol duro, de
quebracho, pura fibra, de piedra, pero palpitándole cada músculo, y tenía una
pija hermosa, de ébano, labrada por artesanos celestiales, te juro. Enorme,
durísima, ancha y azul por todos lados menos la cabeza, que se tornasolaba.
Hasta eso, boludo, los detalles de matices de colores de la piel del chabón en
la pija me tenían fascinada onda caleidoscopio, hipnotizada. Se la comí para el
campeonato, me hubiese quedado a vivir chupando esa bendición, ese miembro del
dios del trueno y la guerra, ese martillo de Thor. Por favor, que pedazo de
pija. Lejos la mejor pija que me comí en la vida.
Así que lo cabalgué furiosa, toda abierta, expandida, todo
mi cuerpo haciéndole la segunda a la concha, me lo engullí por la concha, me lo
fui tragando un cacho más en cada sacudida, le dejé moretones en la ingle de
tanto que lo mastiqué toda furiosa, toda muslos y piernas apretándole el culo
para mí, tipo las mandíbulas de la mamboretá, metiéndomelo bien profundo hasta
el alma, y el negro comiéndome las tetas como si fueran maná del cielo, como si
fuera la diosa que el tipo estuvo esperando toda su vida, levantándome por el
aire con la fuerza de un torazo, la pija daba para tomar distancia y pegarle una
vuelta al universo. No sé, una fiesta de clítoris completa.
Yo creo que esa misma noche me quedé embarazada. Aunque le
dimos todas las noches después. Fue una adicción, no lo podía dejar, me lo
monté todas y cada una de las veces que pude, me daba abstinencia cuando no
estábamos cogiendo. Y re paki todo, sí, sí. Nunca me chupó la concha el
desgraciado, culeamos, se la chupé en todas las geometrías que pudimos hacer,
pero el tipo nunca bajó a dar sus respetos al templo, maldito macho.
-¿Y qué pensás hacer?
-No sé.
-Sos conciente que ese tipo se murió hace doscientos años.
-No voy a ser la primer madre sola de mi estirpe, si lo
decís por eso.
-Ni en los libros de historia va a aparecer ese chabón.
-Imaginate cómo estoy, no me voy a poder comer más ese
terrible dios.
-Al final vas a ser la virgen María, boluda.
-Posta. Oyá completa, la diosa que pare sin padre que la
domine. Jurame que le contamos eso al pibe, o piba, o lo que decida ser. Eso
mismo, que es “hije” de un Orisha, del mismísmo Shangó.
-Como vos quieras. Te confieso que yo también me guardé una
historia con las compañeras.
-Epa. Y por qué lo decís con esa cara, amigo. Qué bueno
todo. Gran aventura y pegamos garche, decime si no es genial.
-No sé.
-¿Cómo no sé? ¿No te gustó? Te violaron. Decime que no te
violaron en la cárcel esa.
-No, no, nada que ver. Yo lo quise todo. Pero… no sé, no sé
ni cómo contarlo.
-Dale, boludo, yo te conté.
-No sé, Vicky, te juro, me cambió todo.
-Vos no te podés embarazar, no jodás.
-Pero me cambió también. Y no sé si la voy a poder superar.
-¿Tanto te pegó?
-Es algo más.
-¿Qué más? Dale, boludo, relajate. Como mucho habrá que
aguantarte un par de noches para atrás, pero ya vas a conocer a alguien más y…
-No como ella, bueno, si era ella.
-¿Cómo?
-Es que era una mujer, sí, pero no me cogió como una mujer.
-Qué era, ¿una travesti? ¿En la colonia? ¿Cómo fue?
-El último domingo antes de Reyes, después del laburo, en la
iglesia de Santo Domingo.
-¿Te cogió una trava dentro de una iglesia? ¿Encima tu
primera vez con una chica especial? No te podía pasar nada más flashero,
Santos, perdón, José.
-Eso también. Lo del nombre, mi identidad. Estoy muy
confundido, Negra.
-Pará, no llorés. Vení. Bueno, sí, qué no ni no, llorá
boludo, llorate todo, dale. Yo te acompaño. Estamos muy sensibles. Hicimos un
viaje re bizarro. Cómo no vamos a estar así.
-Es que. Gracias, gracias. No sé, Negra, no sé qué me pasa.
-Tranquilizate y respirá. Y contame.
-Ya el primer día que fuimos a laburar ahí la había visto y
me había flechado. Tiene una mirada peor que magnética. Es dura. Te mira con
sabiduría, como si ya supiera todo de vos, como si no le pudieras ocultar nada
de lo que hiciste o de lo que estás pensando.
-¿Pero qué hacía ahí, era la esposa de algún laburante?
-Era de la delegación de guaraníes que el jesuita había
bajado de las misiones. Estaba sola. Al segundo día que caimos a laburar ahí,
cuando Shosé todavía era Shosé y me empezaba a mostrar un poco más de
confianza, ví que hablaba con los laburantes en el mismo idioma, re fluido, yo
todavía no sabía que él también había vivido en las misiones, ni la tragedia de
sus amores, le pregunté si sabía quién era. Me dijo que se llamaba Ka`aguiresá, o eso entendí yo. Así, Ka, con un espacio como si fuese una
letra más y aguiresá que termina
fuerte.
Estaba laburando con ellos y vivía en la parte del Convento
que ya tenía techo, aunque eso y nada más. Había viajado bajo las condiciones
que ella había exigido, era la más especializada del grupo en textiles finos y
había puesto condiciones. No sólo le pagaban con guita posta, le permitieron
llevarse con ella a sus cinco hijos. Bueno, cuatro, porque el más chiquito, un
bebé recién nacido, no le aguantó el viaje. Así que hacía de nodriza también
para pibitos de las familias aristocráticas que le decía el jesuita.
-Imagino que el sorete cobraba de todos lados.
-Seguro. Cuestión que cada día me embobaba más. Y me empezó
a encontrar ella. Cada tanto se aparecía detrás de las filas de laburantes en
los andamios o detrás de las tablas, como si pasara por ahí, pero mirándome
fijo, como llamándome. Me miraban esos dos ojos de piedra de jade, de basalto,
desde arriba de dos pómulos salientes como barrancas de tierra barrosa. Una
piel hermosa, de cobre, de barro dorado, no sé cómo decirte.
-Y la encaraste.
-Nunca. Traté de esquivarla, de dedicarme al laburo, a la
misión, de estar concentrado. Cualquier novedad o cambio fortuito podía mandar
todo a la mierda o devolvernos acá. Estaba muy metido en el viaje, enfocado en
que estábamos jugando fuerte a doscientos años de distancia, sin Partido ni
nada, sin red.
-Re tenso.
-Ponele.
-Entonces ¿cómo terminaron garchando?
-No fue un garche.
-Bueno, no quise minimizarlo. Te pregunto cómo se
encontraron.
-Ese domingo Cuervo me llevó a almorzar con el resto de los
guaraníes a la obra. Ella cocinó. Nos presentaron y todo. Cuervo me hacía de
lenguaraz porque ella sólo hablaba su lengua materna y hasta parecía que no
escuchaba otra cosa que no sea su idioma. Tenía un desprecio absoluto por todo
lo español. De hecho se la pasó hablando mierda de todos los europeos, de los
criollos de Asunción y Corrientes, de los encomenderos que les seguían tratando
como esclavos, de los portugueses que lo hacían sin ninguna vuelta, hasta de
los jesuitas, que eran iguales.
De la ronda de albañiles salieron varios a pararle el carro,
a defender a los jesuitas y la vida en las reducciones. Lo de siempre, que les
daban tierras y un laburo, que les enseñaron oficios.
-Todas esas tierras, y estas de acá, son nuestras y de
nadie. –me dice que dijo en un momento sin levantar la vista del fuego que
estaba manejando a voluntad. –Y los oficios los aprendemos nosotros, porque
somos hijas e hijos de la luna y el sol, de la selva y los ríos, del yaguareté
y el lapacho. Al jesuita le debemos trabajar como mulas y vivir encerrados.
Nada más. Ellos nos deben toda la riqueza que les hicimos. Parásitos.
-La tenía re clara.
-No se comía ningún chamuyo. Y era más menuda de cuerpo que
el resto de los laburantes, pero estaba clavada firme en el fogón imponiendo
respeto cuando hablaba, la cara y el cuello tenso, los gestos justos. También
Cuervo me contaba que la respetaban porque venía de una familia de brujos, o
hechiceros, no sé si es la traducción de Cuervo o que Cuervo cree que las
encargadas de la medicina y los ancestros en los clanes guaraníes son brujas.
Me revienta no saber, tengo que aprender guaraní.
-Tranqui, che, no es que la vas a volver a ver para
hablarle. Pero, no te pongas así… vení, perdoname, soy una torpe. No te quise
poner así.
-Posta que pensé eso mismo. Perdoname vos, tenés razón, para
qué aprender si no le voy a poder hablar más. En realidad nunca le hablé,
sabés. Sentí que no había que decirle nada, que me leía la mente. Durante todo
el almuerzo y la sobremesa que los capataces nos permitieron por ser domingo,
no me buscó la mirada una sola vez, como si no estuviera, aunque la tuviera
enfrente. Pero cuando todos se fueron mandando de vuelta a sus puestos de
trabajo, abrió los ojos hacia mí de repente, no sé en qué estaba yo pero sentí
que un puma me había marcado, fue una sensación de esas de sexto sentido,
viste, cuando sabes que algo te va a pasar. Y por primera vez desde que nos
conocíamos dio tres pasos directo hacia donde yo estaba y con un movimiento
sutil, que nadie vio, me enganchó la muñeca derecha con su mano. Sentí unas
esposas, unas garras, y con la muñeca tiró y me trajo para ella, dio medio giro
y me llevó hasta la habitación donde dejábamos las bolsas de materiales, las
tejas y eso, esquivó los bultos exactamente por el único hueco donde se podía
pisar, abrió una cortina en una esquina de la pared que yo nunca había visto y
me metió en un enorme salón, cerrado y vacío, donde el techo había quedado sólo
la base de la bóveda, sin terminar, con un hueco que dejaba ver una elipse de
cielo azul, ya tirando al turquesa de la tardecita.
Me sentó sobre mis piernas, como estaba ella, en el centro
de ese atrio silencioso, de paredes tan anchas que no entraba ningún sonido de
la obra ni la calle. Sólo mi corazón pechándome las costillas a martillazos se
escuchaba rebotar en el eco de las paredes.
Estuvo todo un rato mirándome y hablándome y yo no entendía
nada de lo que estaba pasando ni de lo que decía. Empezó a acariciarme con unos
dedos largos y fuertes, decididos, aunque las caricias eran suaves y amorosas.
Me fue dibujando la cara con las yemas, y cada tanto se sonreía. Sobre la
comisura izquierda, sonrió; sobre la única arruga continua arriba de mis cejas,
sonrío; en la curva de la nariz, sonrió.
Después sacó unos yuyos del bolso que tenía debajo de la
falda, se frotó las manos, que le quedaron brillosas, me sacó la camisa y
empezó a frotarme un aceite con olor a flores que no conozco, jazmines o
azaleas pero más intensos, mezclados con aromáticas de las sierras, sabores
dulzones y también amargos. Me iba aflojando cada contractura y cada nervio y
creo que me estaba drogando, también, porque me relajé y me fui poniendo en un
estado mental zen, y empecé a percibir los matices de los colores que nos
rodeaban y las formas dejaron de parecerme líneas para ser sólo contornos, y
luces, y sombras, y creo que sentí que flotaba en ese cielo que ya empezaba a
trazar unos lilas con la refrexión y hasta se cruzaron esas nubes que tienen un
nombre, que son así como tubitos pero enrulados y todos parejitos y paralelos,
que una parte está brillante de sol blanca y la otra esponjadita en gris,
después violeta, después naranja… y entonces, la siento en la boca, siento que
me respira adentro mío, que me busca la lengua con su lengua, que juega toda
serpiente en mi lengua blandita y húmeda. Siento eso, siento que con las manos
aceitosas me va ablandando la carne, me va haciendo todo líquido, todo sangre,
que me ablanda los huesos.
Te juro Negra, que no te miento, yo sé distinguir la
realidad de un viaje narcótico. Esto no lo hacían las hierbas ni los hongos con
los que había armado el potaje, esto era todo muy real, muy concreto.
Con un movimiento de sus hombros debajo de los míos me
impulsó y me hizo abrazarla y ahí me enamoré de lo que miraba con mis manos,
entendí cada pedazo de historia que había en sus contracturas, sus arrugas, sus
pliegues, su carne y su sangre. Cada vez que abría los ojos veía los suyos,
amplios, anchos y agudos, encastrados como piedras mágicas detrás de esos
pómulos como balcones, sentía lo mismo que subido a las rocas, mirando el
horizonte sobre el mar, pero con el mar mirándome adentro. Y no era mar porque
era un carey casi oscuro, con vetas de miel, de canela, de piedra marrón
cristalina, de volcán apagado.
Entonces, me sentó encima suyo, con mis piernas sobre sus
anchas gambas, ancas de puma, y cerré mis piernas alrededor de su torso, que me
pareció duro y flexible a la vez, como si estuviera abrazando una enorme
serpiente y entonces sus manos se empezaron a mover frenéticamente, con vida propia,
pequeñas serpientes en cuerpo de araña, sabias; una me tomó fuerte la nuca para
zambullirme en un chupón que duró la vida entera, respiraba dentro suyo, sacaba
oxígeno de su saliva, de su sudor; la otra empezó a buscarme la pija desde las
nalgas, me la trabajó hasta que empezó a gotear, y cuando creí que me iba a
tomar desde la base para arriba, con el pulgar y el índice rozándome los
huevos, se deslizó más adentro, y mientras empujaba muy suavecito la punta del
índice y el mayor por el círculo de piel arrugada de mi culo, virgen de
penetraciones, mi culo, mi ano, mi pequeño anillo, me empujó para su pubis y
encastró su pulgar contra su clítoris -lo sé porque le sentí el gemido dentro
de la garganta- y me empezó a coger como si ella
tuviera pija. Yo fusionándome en su pecho, los vientres latiendo sincopados,
a todo ritmo, y así, sentada arriba de ella empecé a torcer las piernas más
fuerte, acompasadamente, como si toda la vida hubiera deseado que me cogieran
así, y ella marcaba el paso con su cadera como un pistón, me estaba penetrando:
me hizo conocer un grado de orgasmo pélvico y cerebral como nunca sentí en toda
mi vida. Acabé por el culo y por la espalda y por los muslos y por las
neuronas, acabé por todos lados con un espasmo eléctrico y eso que nunca había
eyaculado, y mi pija seguía ahí tan dura y tan distinta como si fuera una parte
más y no la única parte que importaba en esa situación.
Hasta que dejó de moverse para quedarse toda tensa y
encorvada. Estaba remontando su propio orgasmo desde la raíz hasta la erupción,
a conciencia. Y en una, corcoveó con la mano que tenía dentro mío y empujó en
sentido contrario a la que me sostenía la nuca, y me hizo acabarle toda la
leche por el universo y al mismo tiempo que me liberaba las compuertas empecé a
reirme a carcajadas, sentí un glaciar que se quebraba en mis costillas, por la
espalda, y que se me abría el pecho en una bandada de calandrias cantoras que
llenaban todo el atrio donde iban a poner el altar principal y volaban por los
muros y los silencios, a carcajadas de cristal por donde iban a rebotar en el
futuro las ondas rítmicas de los órganos de cobre y los sermones y que salían
por el vitreaux hermoso de grises, celestes, turquesas, lilas, violetas,
indigo, amarillos, rosas y anaranjados que teníamos en la inconsumable bóveda
celestial encima nuestro.
-Wow.
-Te lo juro. Fue así. Así fue.
-Me morí y renací, boluda.
-¿Perdón?
-Tuviste un orgasmo de mina.
-Fue increíble.
-Eso es lo que no podés creer. Tuviste lo más parecido a un
orgasmo de mina que podés tener. Todavía.
-Qué decís.
-Que esto recién empieza, Jose. Así te voy a decir, Jose, en
grave. Que puede ser José o
-Sí, eso lo entiendo, qué queres decir te pregunto.
-Que la bruja te hizo mujer, amigo. Que eso es lo que te
flashea tanto. ¿Nunca te habían penetrado?
-Nunca. Estuve en tríos con chabones, chupé algunas pijas y
tuve sexo gay, pero esto no me había pasado nunca.
-Es eso.
-Lo que más me jode de lo que decís es que yo vengo pensando
lo mismo desde que pasó. Después de coger hermoso nos acurrucamos, entre sus
polleras y mi chiripá, y me hablaba al oído y me comía las lágrimas con los
labios, bebiéndolas directo del lagrimal, besándome al pasar los párpados, con
una dulzura infinita y eterna. Te juro Vicky que entendía todo lo que me decía,
me decía que éramos hermanas, que no tuviera miedo, que ya estaba lista, que me
faltaba sólo una bienvenida, que iba a ser lo mejor para las dos que me haya
liberado, que ahora le permitiera a mi espíritu interior salir y gobernar mi
vida.
-Eso dicen los yoruba. La Negra Tomasa me explicó que los
yoruba piensan que más de un orisha puede metérsenos dentro y ser nuestro guía.
Me decía que después del secuestro y la vida en las estancias o las casas de
señoritos, los roles de mujer y varón, y la familia y el matrimonio no tenían
ningún sentido, y que así como habían tenido que inventarse todo de nuevo para
seguir vivos, también se habían inventado nuevas formas de quererse, de armarse
en familias nuevas, nuevos cuerpos. Me dijo, incluso, que mi Shangó tenía
novios a quienes trataba como hermanos, que ella prefería quedarse siempre con
mujeres pero que no le parecía malo que un chabón quisiera amarla. Me dijo que
había personas que podían estar influidas por espíritus de diosas y de dioses al
mismo tiempo y que todo el asunto era que no se pelearan entre ellos, que no se
rechazaran o quisieran imponerse uno encima del otro.
Y me hiciste acordar algo, Jose, Ka’aguiresá es un nombre
que significa ojo de la selva o algo así
como espíritu de la selva que sale por la
mirada. Hay una leyenda antigua de los guaraníes que viene dentro de una
leyenda falsa de los guaraníes.
Me contaban unas tías de la rama de mi viejo, que vienen
bajando por allá por los litorales, en la villa, que en la iglesia siempre les
contaban la falsa leyenda del Mburucuyá. ¿Viste la flor esa hermosa, que a
veces aparece en los alambrados al costado de las vías del Sarmiento o del
Roca? Es una enredadera muy finita, que nunca te dice nada, ni siquiera es
robusta de verde como la madreselva o la enamorada del muro. Pero en primavera
saca esas flores azules y lilas con pétalos en círculo y adentro otro círculo
de finitos pelitos y adentro unos tres estambres gordos y largos, amarillos. Y
en verano da esos frutos anaranjaditos y dulzones, como el del níspero.
Las viejas me contaban que en la iglesia les decían que los
estambres eran los tres clavos de la cruz de Cristo, los que le clavaron en las
muñecas y los pies. Que es un chamuyo, te acordás que nos contaba Pablo, porque
eso de la pasión y el dolor de la carne lo inventaron después para meter toda
la teología de la pasón de Cristo, del necesario sufrimiento y abandono del
placer corporal para liberar al espíritu y también para que los pobres se
jodieran y aceptaran su miseria con la zanahoria del Paraíso. Ese chamuyo les
metían a las pibitas en la iglesia, hallá en Paraguay, y les decían que habían
salido en esas flores porque un indio de la reservación de los jesuitas se
había enamorado tanto de la hija de un criollo estanciero, que iba todas las
noches a la vera de la ventana a cantarle y recitarle hasta que el padre de la
gurisa se avivó y lo cago matando. No sé si a lonjazos o de un tiro. Ellas
tampoco sabían. Se cagaban de la risa porque mirá si el padre no se iba a
avivar con el pelotudo cantando como un salame en la calle.
Las gurisas no se comían ese chamuyo del amor romántico.
Nunca lo habían vivido de esa forma.
Entonces, dice mi tía que una tarde de mucho calor, con el
tereré en ronda bajo la sombra del alero de paja y barro de la casa de su
abuela, en Pilar creo o Villa Rica, no sé bien, le contó en burla lo que le
habían dicho los curas sobre la flor del Mburucuyá y que tenían dibujado los
clavos por todo lo que cuesta sufrir el amor verdadero. Medio para ver qué
decía la abuela, viste. Y dice mi tía que la vieja se puso seria y le dijo que
eso era Una mentira, que no había sido así, que ella había estado o que le
habían dicho unos parientes que habían estado. Que nunca puede ser eso, porque
Mburucuyá se llama el frutito naranja de la planta, porque siempre se llena de
moscas y avispas, que eso es lo que significa y que la flor se llama
Ka`aguiresá porque cuando andás por el monte toda preocupada por seguir la
senda que abrieron los machetes, la picada, entre los tacurales y los bichos, que
no ves nada más allá de tu espacio personal inmediato, porque la selva te tapa
el horizonte y el cielo, aparece la flor Ka`aguiresá y te mira adentro, te
paraliza un tiempo que puede ser la eternidad o un suspiro y si sos buena
persona, te ayuda para salir, y si sos una persona mala, o amargada, te emboba
y hasta te puede dejar paralizada ahí para siempre, pero en paz, re
tranquilita, como sedada. En una de esas te topaste a la Ka´aguiresá para
encontrar tu camino para afuera, Elegguá. ¿Viste que Shangó te decía Elegguá? ¿Te
acordás?
-Me acuerdo, cómo no me voy a acordar si fue hace cuatro
días, o cinco. Me acuerdo, no paro de acordarme. Después de esa tarde en la
iglesia en obra no paran de aparecerme recuerdos que creía haber olvidado hace
veinte años. Me acordé de tantas cosas, después de eso. Pensé que siempre me
sentí más cómodo en los círculos con obreras que con chabones. Ta bien que yo
conocí más obreras que obreros, y en todas las barriadas son ellas las que
primero se animan a ir a las asambleas… pero no paro de acordarme miles de
cosas de mi vieja todo el tiempo, y de los juegos con mis hermanas… y…
-Lo podés decir, Jose, ¿también jugabas a vestirte distinto?
-¿Cómo sabés?
-Porque no sos la única, aunque seas única. Únique si
preferís.
-No entiendo.
-Porque es así, Jose, porque siempre el espíritu que querés
encerrar termina encontrando la forma de salir a la superficie. Porque le ha
pasado a muches antes que vos y le va a seguir pasando. Uy. ¿Viste? Si lo
practicás, el inclusivo te sale.
-No sé, Vicky, estoy muy… con… fun-di…
-De. Con, fun, di, de. Dale. Animate, decilo.
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