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viernes, 18 de septiembre de 2020

Beatus novus annus, amigas

Si no nos hubiesen colonizado todas las poéticas civilizaciones que nos habitaban, hace medio millar de ciclos solares atrás, hoy estaríamos celebrando la noche vieja, envueltas en rituales coloridos, musicales, sexuales, eróticos y esotéricos, velando la bienvenida de la primera Luna Nueva de la próxima etapa de nuestras vidas.

En cambio no sabemos por qué nos asaltan estos dolores viejos, se apoderan de nuestras corporalidades y dinamitan los andamios enclenques que construimos para explicarnos y sostenernos la cotidiana. Hoy fue el fin de una semana dolorosa. Tu primer herida vino desde el fondo de las épocas a morderte el presente, infectarte de nuevo, abrirte la primera de todas las llagas. El pus te toma el estómago y los intestinos, no sabés como procesarle, como purgarlo.

Todo ese veneno que te empezaron a dar de beber con el calostro casi, cuando nacías por primera vez al amor como las flores en los trópicos todavía no explorados del sur y te pegaron, te llamaron patito feo, incapaz de ser amada, condenada al ostracismo del amor fraterno e incondicional. Te sacaron ese primer amor y te dejaron mancada la facultad de amar.

Le escribís a tu mejor amiga del último año casi, pero que conocés hace más de veinte. Una guerrera afro aymara que se crió entre casas en el corazón de la ciudad imperial de los vascos, el Parque Circular del Centro. Escribí, te dijo.

Tus entrañas se hinchan, emponzoñadas. Les amasás tu harina integral como te enseñaron las viejas náhuatl y quiché allá, entre Tewotiwakán y la Lacandona y acá también, en el valle de La Cigalí tajeando la entraña del Ambato, el chamán del alto, que sabe crujir también como relámpagos y truenos para quemar la roca y parir el cuarzo rosado, la rodocrosita y el bronce arsenical. Le ponés los tomates que nacieron en el último invierno -que ya se muere- de las sobras putrefactas de todas las comidas del último año. Quizás sea la purga que necesitás.

Las guerreras que amás están tocando la lona y sin embrago, o precisamente por eso, van cargadas de sabiduría.

Salís a patear la mufa en el marfil de los empedrados, en el petróleo del asfalto. A yirar por el barrio para mascullar la bronca, los engaños, tus fracasos y tu abandono rancio.

Le escribís a otra guerrera afro medio gitana que viene del norte. Tumbada por una gripe –esperemos que sea una gripe y no esta mierda- sin embargo te apapacha con la voz, te escucha, te saca la ficha, te mima las heridas, te habilita la justicia de tu llanto, y te recuerda que esta falopa no es buena. Mañana se va a ir esa nostalgia mala, te dice sin saber ella tampoco que mañana debería ser año nuevo si no nos hubiesen colonizado la mente hace quinientos años atrás.

Tiene razón, lo sabés.

Saliste a la calle y te cruzaste con la Natasha del nombre ruso más extraño que no podés recordar nunca, ¿Natiushka? ¿Nitshxa? que está rumiando en voz alta su crisis de vida, de mina dura pa la pelea y tierna como corazón de alcaucil, oculto bajo millones de pequeñas espinas y abundantes plumas de punta de aguja, que se anda separando del chongo que le hizo seis hijes de quienes anda orgullosa como Mamá Pata con sus patites, pero que no encuentra la seguridad para protegerles materialmente. Y en lugar de entender que la estás intentando seducir desde que la conocés, que le intuís su principio de exploración lésbica y le tanteás hasta dónde llega esa trasnlesbiandad que le anda rondando, hasta dónde ella sabe que gusta de vos y hasta dónde avanzó su crisis para habilitarse nuevas formas de amar y ser amada, te vomita sus penas y vos hoy no estás para tenerle el pelo sobre el inodoro a ninguna chonga.

Te amargan la vuelta al parque estos homínidos sudando tetosterona en manada, garjeando al costado sin importar pandemia, ordenanzas ni decoro mínimo, ma qué pedirles empatía a estos sociópatas entrenados y encubiertos; caminás igual orgullosa, firme, defendiendo tu derecho de vecina, de poeta de estos árboles, de vieja trava saliendo a caminar en la noche vieja de esta etapa de nuestras vidas. Hasta que decidís dejarlos en su cinta moebius de pakis reprimidos y cortás por el túnel de tipas centenarias de Bravard y el viejo camino de Warnes hasta el Maldonado, hace ya más de ochenta años entubado bajo el nombre del primer médico socialista de este lado del Río de la Plata.

 

La primera que corta la cadena de mufa es una piba que no sabés si sabe que es alta butch girl en una cuerpa pequeña y robusta, haciendo running con ropa de gimnasia al alcance de los no sueldos, más joven que vos, y te tira una cara hermosa desde la sonrisa de la mirada antes de elogiarte los colores del arco iris de la diversidad que llevas en la cara, Hermoso barbijo, tira y te derrite. Le agradecés con toda tu milenaria torpeza infantil, porque no sabés amar -acordate- y la sonrisa te toma desde los tacos hasta los rulos que caen en cascada sobre tu espalda.

Así de felíz cruzás la calle y una voz de tincho en sus veintes, impune primaveral, sale desde un auto media-baja gama pero bien limpito y brishante, ¡Pero qué pedazo de mujer hermosa! claramente dirigido en el sentido de tus pasos, de tu espalda, de tu perfil. Te halaga pero levantás el brazo con un gesto de andá a hacerte coger, pelotudo y seguís caminando. Porque en ese halago había anzuelo debajo de las plumas de colores, se le notaba en el tono de voz la seguridad del cazador con permiso de venir a decirme en qué grado de su abanico de presas deseadas estaba.

Doblás en ele para esquivar la caverna de australopitecus de la parada de tacheros en la YPF y uno de los dos linyeras que venden libros, re quebrados de eskabio, te tira “por favor qué hermosa mujer” al paso.

Qué dirían si supieran, pensaste. ¿Si supieran qué? Si supieran que tengo pene, que no soy el arquetipo de mina a la que le están ladrando. Aunque te babean las calzas estas, gris perla, que dejan brillar la firmeza de tus gambas subidas a unos cinco centímetros sobre el nivel del mar, se imaginan un culo firme, una yegua aguantándoles la embestida en el fondo del rancho; les para la pija la cuerina roja de serpiente y gata que tenés puesta; los delira tu pelo largo con algo de pelirroja, enredado hasta el suelo.

También les hierve las neuronas verte caminando sola por las calles más desiertas del barrio con la última noche de invierno recién caída. Les excita tu aparente soledad, tu supuesta fragilidad, aunque saben que vas a dar batalla. Les olés el semen y la orina debajo del prepucio cerebral, la impunidad y las ganas de penetrar, ensartar, dominar. Son toros mezcla con lobo. Son los que te insultan a los gritos con el mismo nivel de deseo que te chiflaron cuando te ven la sombra de barba o el tacto les explica que no estaba la almeja que buscaban en el mismo lugar que siempre la solían encontrar.

No tienen la ternura que tenía la piba corriendo. Ella sudaba una sexualidad acariciante, una voluptuosidad nutriente, un sudor lubricante, estimulante del placer consensuado y construido con paciencia y amor.

Todavía queda dejarte zambullir en el pozo de tristeza y angustia que todavía cargás con la esperanza de salir del otro lado más ligera. Quizás no sea tan estético ni elevado el destino de la única especie –que conocemos- capaz de notar y reproducir la poesía del universo. Quizás sea sólo yo la que necesito transformarme en mi propia mierda, evacuarme a mí misma en los intestinos de este barrio de cemento y gente careta, y recibir la vida nueva, la renovación y redención, parida en un amanecer del otro lado del ano del universo.

Me despierto escarabaje estercolere de mí misma. Amaso una bola de autocompasión que quedó vomitada por las paredes de la prisión que habitamos, la regurgito en perdón, nos ponemos de pie y desayunamos la tortilla de integral con quesito derretido y tomates nacidos de la huerta improvisada en las repisas de las claraboyas. La planta de donde nacieron estos tres tomatitos fue la primera que plantaste al fin del verano. Ya dio su tercera cosecha después de siete veces que floreció florecillas amarillas. Y se muere. Se seca por dentro, abandona a su suerte hojas y tallos.

Se quiebra con una caricia. No lo sabe pero su destino es hermoso, será protectora de la humedad de su hija, el brote nuevo que nació a un costado de su primer y viejo tronco, fallecido. Será nutriente y renovación del hummus que ayudará las futuras florecillas amarillas y sus frutos rojos anaranjados agridulces. Antigua tomátl que resistes todos los climas para ayudarnos a asimilar el hierro y la fuerza, que nos das sabor de vida a la vida cuando se nos pone monótona y agria la alienación.

Humilde diosa de las plantas, gracias.

Renovación anual/anal de la primavera, bienvenida seas.

Tengamos fuerza y amor para sembrarnos de nuevo y volver a florecer en los

Amaneceres futuros.

Seamos buenas sementeras, buenas nutrientes, generosas amantes,

Seamos humildes imitadoras de nuestras diosas plantas,

de les dioses insectes re-elaboradores de la mierda,

para poder imitar las alas y el galmour de nuestro destino

de serpientes aladas multiplicadas en los colores de nuestras escamas y plumas,

kukulcán, fenghuang y fénix,

nos deseo.

 


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