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viernes, 26 de junio de 2020

Da 5 bloods en el pantano del nacionalismo afronorteamericano

Una crítica a fondo de la última película del genial Spike Lee

(publicado en Evaristo Cultural http://evaristocultural.com.ar/2020/06/25/da-5-bloods-en-el-pantano-del-nacionalismo-afronorteamericano/?fbclid=IwAR2SKca-pH0Civ8iKEK-gisOGukQ8F9zyDF61mqaQtgD_zZermZDt_XAsiY)

La última peli de Spike Lee decepciona a quienes nos habíamos ilusionado con Blackkklansman hace dos años. Ambas son manifiestos contra el discurso fascista del presidente republicano Donald Trump pero mientras aquélla sirvió para ampliar su registro fílmico de las tendencias políticas de la comunidad afronorteamericana hacia el comunismo, ésta queda empantanada en los límites del nacionalismo.

Ni chicha ni limonada, Spike Lee pretende enfrentarse a la mirada de la gran industria de Hollywood sobre los veteranos y la Guerra de Vietnam de sagas muy taquilleras en los años 80, Rambo de Sylvester Stallone y Missing in action protagonizadas por Chuk Norris, reivindicando la tradición anti-imperialista de Apocalypse Now, de Francis Ford Coppola en 1979 pero su mirada política, restringida al debate electoral entre un capitalismo malo, republicano y otro bueno, demócrata, lo hacen quedarse dando manotazos en las aguas estancadas del pantano de Vietnam.

La principal virtud de la película, no obstante, es su intención de interpelar al arquetipo del discurso derechista y reaccionario al interior de la propia comunidad afroamericana, revisando su obra previa en la que rechazaba esta posición sin mayores argumentos. También que esta revisión de su propia obra nos permite un balance sobre quizás la mirada estética y política más avanzada que nos puede ofrecer la gran industria del cine que domina el planeta.

Entre Rambo y Apocalypse Now

El nombre de la película sugiere la polémica con la saga de Stallone, cuya primer peli de 1980 se llamó First blood /Primera sangre y la última de 2019 Last blood/ Última sangre. Lee se vale de la jerga del barrio, donde bloods es el nombre que designa fraternalmente a los camaradas del mismo grupo de amigos, pandilla de gangsta o camaradas de armas, como entre los méxiconorteamericanos el término de mi sangre. La peli sigue el viaje de cuatro veteranos de la guerra al Vietnam actual para buscar y recuperar dos registros materiales del pasado de distinto valor: los restos del quinto blood, el capitán Stormin Norman, caído en combate cincuenta años antes, quien fuera su amigo y líder; y lingotes de oro por valor de más de 20 millones de dólares que el grupo de amigos chorió a la CIA ese mismo año, en la batalla que murió Norman.

La metáfora de este viaje de descubrimiento que permite ampliar la conciencia y desenterrar una verdad oculta y reprimida es el homenaje de Spike Lee a la obra más importante de Coppola. Las referencias son obvias a lo largo del film: el nombre del boliche de la capital de Vietnam (Ho-Chi-Minh desde la victoria comunista, Saigón hasta 1975) donde se escabian los bloods la primera noche y que existe en la realidad; la banda sonora de La cabalgata de las Walkirias de Wagner para marcar el momento bisagra del viaje de los bloods; y los gestos corporales de Paul (excelente interpretación de uno de los actores fetiche del director, el Delroy Lindo que hiciera de esforzado padre en Crooklyn, de 1994 y de padre maldito de una pandilla de vendedores de falopa en Clockers, de 1995) a medida que va perdiendo la cordura en el corazón de la herida de su pasado que se vuelve a abrir y que imita la particular forma que tenía el Coronel Kurtz (la interpretación más maravillosa de la vida de Marlon Brando) de secarse el sudor de la frente cada vez que se esforzaba en pensar los argumentos en situaciones clave.

Pero el clásico de Coppola apuntaba a denunciar los argumentos que las generaciones de los 40 y los 50, la de sus padres, usaban para defender la participación en las campañas militares a las que los convocaba su Estado. En todas ellas la ideología oficial justificaba incursiones en territorios extranjeros con el doble argumento según el cual una victoria militar garantizaría sociedades democráticas en lugar de tiranos autoritarios afuera y la defensa del acceso al bienestar material del Sueño Americano para las familias obreras y de clase media en el propio país.

Coppolla logró consumar en una de las óperas épicas más bellas del cine los argumentos contra la guerra de la generación juvenil que protagonizó la movilización popular más revolucionaria de la historia de EE UU desde comienzos de los años 60 hasta el retiro de las tropas yanquis y la caída de Saigón en 1975. Si la Segunda Guerra enmascaró la avaricia imperialista de los EE.UU. bajo la importancia humanitaria de terminar con el Estado genocida Nazi y el fascismo italiano y japonés, Vietnam vino a mostrar hasta qué punto los nuevos nazis y genocidas de la posguerra eran los EE.UU. El Coronel Kurtz, un sádico psicópata que pretende colonizar los territorios conquistados en Vietnam instalando una especie de feudo absolutista y un culto a su divinidad, se justifica como consecuencia lógica de los intereses imperialistas yankees, no como un “exceso”.

Ese es el concepto nodal que Coppolla tomó de la novela del escritor polaco-británico Joseph Conrad de 1899 El corazón de las tinieblas / Heart of darkness en la que se denuncian los crímenes de lesa humanidad del colonialismo belga en un viaje por el río Congo hacia el corazón de la selva tropical africana. Coppolla imita el mismo viaje tortuoso por ese río encajonado en el que un crédulo capitán del ejército, Benjamin Willard (Martin Sheen) pierde la cordura y descubre que la de Vietnam no era una campaña heroica para libertar a les pobres campesinos del yugo autoritario del comunismo sino que todos los buenos norteamericanos mutarían en el sadismo genocida de Kurt naturalmente.

Aquí la diferencia y el límite de Spike Lee con la herencia política que reclama en Coppolla. Porque a diferencia del arquetipo de Willard/Kurtz, el enfrentamiento de Paul y su alter ego Otis (interpretado por Clark Peters, que encarnó al sacerdote baptista pedófilo de Red Hook Summer en 2012) no muestra esa degeneración del Sueño Americano en delirio megalómano del imperialista psicópata sino que pretende ofrecer una salida que reponga las ilusiones en la democracia estadounidense construida gracias a sus genocidios.

Paul o el Coronel Kurtz

Quienes no conocen la totalidad de la prolífica obra fílmica de Spike Lee (más de treinta películas, documentales y series en 35 años de carrera) se sorprendieron con esta película bélica, pero en realidad es la tercera referencia del director a este subgénero. La primera fue su magistral epopeya épica Miracle at St. Anna/Milagro en Santa Ana de 2008 y la otra está incluida en la sátira Chi-raq de 2015. En la peli de 2008 se narra la aventura de otro pelotón de soldados afronorteamericanos, pero esta vez en la campaña militar de los EE.UU. en el territorio italiano en el verano de 1944 que atacó la retirada del ejército nazi. En la de 2015, las protagonistas ocupan la sede de la Guardia Nacional del Ejército en un edificio icónico de la ciudad de Chicago, que fuera la sede del primer arsenal militar de un destacamento de soldados negros de la historia militar estadounidense fundado en 1874 para intervenir en la Guerra de Secesión contra el esclavismo de los Estados del Sur.

Las dos referencias tienen como objetivo demostrar que la población afrodescendiente puso cuerpos y vidas para contribuir a forjar el poder imperial de la nación estadounidense desde sus mismos comienzos, lo que funcionaría como argumento político para reclamar un trato de igualdad en el acceso a los derechos económicos y políticos de los ciudadanos blancos y de otras nacionalidades. Este argumento es el que encadena la potencialidad política de las películas bélicas de Spike Lee, porque si reivindica la participación de la población afrodescendiente en las campañas militares yankees le impide ejercer la denuncia contra los intereses imperialistas y los genocidios de esas campañas.

Esta contradicción insalvable se puede esconder mejor, repetimos, en las películas contra los nazis, pero nunca en Vietnam. Todavía más, en Miracle, Spike Lee usa los mismos recursos narrativos del romanticismo hollywoodense para denunciar uno de los crímenes de guerra más atroces de la Segunda Guerra, la masacre de Santa Ana de Stazzema, un pequeño poblado campesino de los Apeninos italianos que fue fusilado por el ejército nazi en 1944 como represalia contra los ataques de las guerrillas partisanas, caso que fue juzgado recién en 2006. Salvado el objetivo heroico de los bloods del 44, el director se permite introducir un flashback que no existía en la novela original, donde nuestros héroes recuerdan el maltrato racista del dueño de la cafetería vecina de la base militar donde se entrenaban en el segregado Kansas.

Así, Spike Lee coloca el drama trágico en que se mueven los dos sargentos del pequeño pelotón, Stamps y Cummings, el primero representando el optimismo ingenuo de un soldado que lucha en el ejército blanco para que le reconozcan sus derechos en su propio país a las piñas contra el segundo, que no cree que nada vaya a cambiar después de la guerra. En la presentación de la peli en Cannes en 2008 Spike Lee fue explícito al argumentar que la injusticia del Estado yankke de los años 50 y 60, que le siguió negando el acceso a la ciudadanía plena a la población africano-norteamericana, podría revertirse con el ascenso del primer presidente afrodescendiente de su historia, el demócrata Barack Obama que había ganado las primarias y se encaminaba a la presidencia en ese mismo año.

Doce años después, y con un presidente que no sólo retoma lo peor del neoliberalismo del partido Republicano sino que reinstala en la Casa Blanca el discurso fascista del supremacismo blanco, Spike Lee vuelve a enfrentar las ilusiones en la democracia norteamericana, encarnadas por Otis, contra la decepción en el sistema encarnada en Paul. Los dos estuvieron en la misma guerra, pero mientras Otis pudo volver a su país y reconstruirse gracias a su trabajo de doctor, armar una familia exitosa, Paul se queja de haber fracasado en todo lo que intentó, marginado por una sociedad que lo acusó de asesino de bebés y le negó apoyo económico y simbólico.

En el personaje de Paul Spike Lee pretende construir el arquetipo del apoyo popular al discurso fascista del establishment yankee, pero lejos de encarnar un Coronel Kurtz que expresa el camino inevitable al que conduce la degeneración del nacionalismo imperialista, interpela a un Rambo que muestra su peor cara, pero al que no eleva a la categoría de nuevo héroe nacional como hizo Stallone, sino que pretende su redención, que abandone su fascismo y vuelva a conectarse con lo mejor de su pasado, el que le arrancaron la guerra y las frustraciones a las que condenó el sistema racista.

Aquí cabe señalar que Spike Lee avanza varios casilleros de su postura original contra los republicanos afrodescendientes. En su Get on the bus/La Marcha del Millón de Hombres de 1996 en la que narra otro viaje de autoconciencia, esta vez de una veintena de hombres negros de distintas edades y capas sociales que viajan desde Los Ángeles hacia Washington DC, convocados por el sacerdote musulmán Louis Farrakhan en octubre de 1995, un intento desesperado por dirigir políticamente la bronca racial que estalló después del caso de Rodney King. Allí muestra las contradicciones generacionales, de género y culturales de la población negra frente a los dramas que le impone el racismo estructural. Estos personajes se unen sin embargo en un solo bloque para echar a patadas al único que sostiene un discurso meritocrático neoliberal que niega el racismo, un vendedor de autos de lujo. “You are a nigger, you are a nigger, you are a nigger” les escupe el insulto más racista de los amos blancos a cada uno de los pasajeros del micro, igualito que hace Paul en un momento del viaje en lancha con sus compañeros. Spike Lee parece arrepentirse de no haberle dado un lugar para rebatir sus argumentos a la derecha afro hace veinticinco años y en Da 5 bloods le regala el protagonismo de la peli.

Las Panteras Negras y el nacionalismo afro

El personaje arquetípico que resume las contradicciones del planteo político en el que milita Spike Lee es el sargento “Stormin” Norman Holloway, que imita al famoso dirigente del Black Panters Party Hewey Newton. Los bloods lo seguían como a un líder político porque les ofrecía un programa para encarar su participación en la guerra, otra vez, la posibilidad de ganarse el derecho a ser incluídos como ciudadanos plenos en su país. Pero si el sargento Stamps de 1944 representaba los orígenes ingenuos del movimiento por los derechos civiles, Stormin Norman desplegaba la versión más radicalizada del nacionalismo afronorteamericano, la del Black Power de la segunda mitad de los años sesenta.

En el flashback más significativo de Da 5 bloods, recuerdan el momento exacto en que el pelotón escuchó en la radio, de la boca de una locutora comunista (la misma imagen sobre la propaganda radial del enemigo que construyó con una locutora nazi en Miracle) la noticia del asesinato del líder baptista cristiano Martin Luther King en abril de 1968.

Los cuatro bloods le reclamaron a su dirigente desertar de la guerra, volver al país y dirigir sus armas contra los blancos. Norman les reconoció el derecho a la bronca pero los conminó a saber dirigirla con inteligencia en favor de sus propios intereses. Para él más que nunca se trataba de no caer en la trampa de una violencia irracional de venganza contra el hombre blanco sin de demostrar su valía como ciudadanos norteamericanos y aprovecharse. Ahí le nace la idea de mejicanear a la CIA y robarle la paga en metálico que transportaban en avión para los colaboradores del ejército vietnamista del sur, procapitalista.

En esa escena Norman está sentado en una especie de trono de esterillas, una referencia visual muy transparente al afiche de propaganda de los Black Panthers de 1967 en el que Huey Newton aparece sentado en un trono de mimbre con una ametralladora en una mano y una lanza tribal en la otra, rodeado por referencias a los orígenes tribales africanos. Para reforzar el mensaje, Spike Lee eligió para Norman al actor Chadwick Boseman, el mismo que representó al Rey de Wakanda en la ficción de la saga Avengers de Marvel de 2018, Black Panther, película que fue asumida como una propaganda positiva por quienes luchan todavía hoy por la libertad de los militantes del BPP que todavía siguen presos después de más de cuarenta años en las cárceles yanquis.

El fracaso de la narrativa sobre Vietnam de Spike Lee es total porque su reivindicación nacionalista de la participación afro en la guerra (los negros fueron el 30% de las tropas enviadas al combate aunque eran sólo el 11% de la población de los EEUU) le impide una denuncia contundente de los crímenes de guerra cometidos por ellos. La referencia aparece casi al final, cuando uno de los vietnamitas malos del presente le recrimina a Paul la masacre de My Lai, dos meses antes del asesinato de M. L. King, en marzo de 1968, en la que el ejército yankee violó, torturó y masacró a la población civil de una aldea vietnamita en represalia por refugiar a las guerrillas del Vietcong. Paul reconoce el crimen pero lo iguala a los “excesos” cometidos por ambos bandos en toda guerra.

Une podría pensar que la inclusión de material de archivo con fotos de la masacre y este diálogo de medio minuto es suficiente para mostrar las intenciones de denuncia de la peli. Sin embargo, la comparación con esencialmente el mismo evento en Miracle at Sta Anna sacude nuestra inteligencia, obligándonos a notar que está muy lejos de tener el desarrollo narrativo de aquélla. Si hubiese querido enfatizar lo mismo que Coppolla, la crítica al imperialismo genocida norteamericano, Spike Lee debería haber hecho igual que en 2008 y colocar la masacre de My Lai en el corazón de la trama y no en una acotación marginal.

Entre el sueño utópico y la pesadilla cotidiana

Spike Lee acierta en denunciar uno de los aspectos que garantizan al discurso fascista del poder un consenso popular. Efectivamente, ese discurso sirve para darle un sentido a la frustración material y simbólica de quienes fueron marginados del acceso a los derechos humanos elementales de la democracia yankee. Sin embargo, el director decide no incluir otros dos aspectos tan importantes como éste. En primer lugar, no señala con el mismo énfasis el fracaso de las ilusiones promovidas por el nacionalismo reformista del Partido Demócrata, que propone utilizar los recursos acumulados por el imperialismo en subsidios a la miseria que protejan a los sectores más explotados y oprimidos, el Sueño Americano del Estado de Bienestar.

Lo que Spike Lee nunca termina de aceptar es la autocrítica que apareció en su momento más amargo, Red Hook Summer, en el que la más lúcida de las voces reflejadas en la peli dice con tristeza que las ilusiones de la tradición no violenta de integración al sistema de los sesenta fracasaron, a la luz de que ahora tenían un presidente afro pero todo seguía igual. Esto dicho contra un icónico pastor baptista (la misma iglesia de Martin Luther King) en uno de los barrios pobres de New York que escondía debajo de su altruismo su pasado de abusador de menores, mostrando el shock que provocó en la comunidad afronorteamericana los casos de pedofilia de figuras icónicas que forjaron su identidad.

Lejos de continuar con esa autocrítica, en Da 5 bloods no aparece el fracaso de los 8 años de gobierno de Obama como un elemento explicativo de la frustración fascista de Paul.

En segundo lugar, las poblaciones explotadas y oprimidas pueden caer en el fascismo como consecuencia de la batalla ideológica consciente y estratégica del régimen contra “narrativas” anti-sistema que propongan una reorganización social sin explotación de clase, es decir, el anti-comunismo tan caro al nacionalismo yankee de todas las etnias, incluida la afro, y propiedad tanto de demócratas como de republicanos.

La frustración política de Da 5 bloods se explica porque dos años después de haber iniciado un pequeño e incipiente camino de exposición de los argumentos del comunismo afronorteamericano encarnados en la Patrice de Blackkklansman, una referencia visual y argumental muy obvia de Ángela Davis, Lee decide volver sobre sus pasos y presentar al buen samaritano enojado de Otis, especie de Barack Obama venido a menos, como alternativa política a la frustración fascista de Paul. Un retroceso patético del director que repite sin vergüenza frente a las cámaras de la televisión cuando es consultado sobre los incidentes provocados por el cobarde asesinato de George Floyd bajo las botas del Departamento de Policía de Minneapolis, Estado de Minnesota, en mayo pasado. Mientras las juventudes movilizadas en más de cien ciudades yankees, enfrentando a las fuerzas del Estado, reclaman la abolición de la policía, Spike Lee llama igual que Obama a votar en noviembre por el candidato Demócrata, su ex vicepresidente Joe Biden, un blanco rubio y de ojos azules denunciado por violador por sus ex empleadas que plantea que la policía vuelva a disparar a las piernas en lugar de al cuerpo o la cabeza de los sospechosos.

El epílogo final de Da 5 Bloods puede servirnos para comprender por qué en esta última, Spike Lee no consigue alcanzar la eficacia y contundencia, estética y política, de sus mejores films. Al final de la peli coloca el discurso de abril de 1967, un año exacto antes de su asesinato, donde Martin Luther King argumenta sinuosamente su apoyo al gobierno demócrata de Lyndon Johnson pero el  reclamo del fin de la guerra en Vietnam. En su lectura se puede observar esta contradicción interna del nacionalismo afronorteamericano, que podría tranquilamente negociar un silencio frente a la guerra a cambio de las leyes y concesiones que ya había logrado y las que pretendía lograr (véase Selma de 2017 la táctica de movilizaciones en el estado de Alabama tenían el objetivo de forzar a Lyndon Johnson a conceder una reforma federal en los protocolos de concesión del derecho al voto que impedían empadronarse a los votantes negros). El reverendo King termina apelando a la coherencia moral, no podía ser un líder de la no-violencia cuando su gobierno era el mayor creador de violencia en el mundo.

Spike Lee elije este pedacito:

“In a way we were agreeing with Langston Hughes, that black bard of Harlem, who had written earlier:

O, yes, I say it plain,
America never was America to me,
And yet I swear this oath—
America will be!”

Se sabe que para les ciudadanes de los Estados Unidos que aceptan acríticamente la mentalidad imperialista de su Estado, “América” es sinónimo de Estados Unidos y no el nombre de un continente que los excede. Por eso habrán notado que me resisto a escribir “afroamericanos” y agrego el “norte” para marcar una distancia léxica que lo es política, una distancia que registre nuestro orgullo semicolonial frente al imperio.

En una traducción libre, Spike Lee cierra su peli con una cita desesperanzada, “Estados Unidos nunca fue Estados Unidos para mí/ Y sin embargo hago este juramento: / Estados Unidos lo será”. Los personajes de Spike Lee usan el término “Este Estados Unidos” para remarcar que su país no les permite reconocerse como ciudadanos plenos, que el racismo sigue siendo un obstáculo para su nacionalismo.

Compárese con el recorte del discurso de Malcom X que coloca al comienzo de su biopic de 1992, intercalando el video del apaleamiento de Rodney King con una bandera norteamericana en llamas y el discurso en que se oponía al “yo tengo un sueño” de Mathin Luther King acusando al hombre blanco de genocida y rechazando de lleno y sin tapujos la colaboración en la construcción de los Estados Unidos por dos razones: haber nacido en Estados Unidos no te convierte en un ciudadano y el Sueño Americano no existe para los negros:

“Being born here does not make you an American. I’m not an American. You’re not an American. You are one of twenty-two million black people who are the victims of America.

Y sobre la utopia democrática:

“You and I, we’ve never seen any democracy. We ain’t seen no democracy in the cotton fields of Georgia. That wasn’t no democracy down there. We didn’t see any democracy on the streets of Harlem and the streets of Brooklyn and the streets of Detroit and Chicago. That wasn’t democracy down there. No, we’ve never seen democracy; all we’ve seen is hypocrisy. We don’t see any American dream. We’ve experienced only the American nightmare.”

“Nosotros nunca vimos democracia; todo lo que hemos visto es hipocresía. Nosotros no vemos ningún Sueño Americano. Nosotros hemos experimentado sólo la Pesadilla Americana.”.

Este es el argumento central de la Nación del Islam para rechazar la participación afronorteamericana en la guerra de Vietnam que Mohammed Alí, incorporado por el mismo Malcom X al nacionalismo islámico, defiende al comienzo de Da 5 bloods.

Esta contradicción insalvable que se niega caprichosamente a despertar de los sueños que el Estado racista e imperialista se niega a conceder a la población afrodescendiene mientras admite que lo único que ha ofrecido después de la esclavitud es una pesadilla cotidiana es lo que achata todo el potencial estético y político de Da 5 bloods.

No perdemos, sin embargo, la esperanza de que el genial Spike Lee retome la senda sugerida en toda su filmografía –que alcanza su máximo pico en Blackkklansman- y que filme alguna vez la biografía de la mujer afrodescendiente más lúcida de su historia, la feminista comunista Ángela Davis, para que antes de morir complete su fresco realista de la comunidad africano-norteamericana con la única voz que falta: la que pone sus esperanzas de libertad en una sociedad liberada del yugo de la explotación de las clases, las nacionalidades minoritarias y les géneros disidentes.

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