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jueves, 18 de junio de 2020

A cara y cuerpo, la primera biografía sobre Lohana Berkins

Comentarios necesarios sobre La Berkins. Una combatiente de frontera, de Josefina Fernández, publicado por Sudamericana en Buenos Aires, marzo de 2020. Se respeta el texto publicado en Evaristo Cultural (http://evaristocultural.com.ar/2020/05/20/la-berkins-una-combatiente-de-frontera-josefina-fernandez/)


El primer día de reapertura de librerías, al cabo de los primeros cincuenta y cuatro días de confinamiento obligatorio, salí corriendo al local de la gran cadena de librerías express porteñas a conseguir, desesperada, los libros que no había llegado a comprar antes del COVID por falta de guita. Habiendo ahorrado a la fuerza en uno de los principales gastos de mi cotidiana –la SUBE- y después de haber liquidado uno a uno todos los pendientes de la biblioteca casera, necesitaba darme el lujo de conseguir material para sostenerme hasta que nos levanten la condena.

Elegí la cadena no sólo por la cercanía, sino por descarte, ya que ninguna de las librerías chicas que prefiero, atendidas por amigas y relacionadas con pymes y cooperativas del libro papel, tenía los libros que quería, novedades editoriales de marzo de dos marcas gigantes, Alfaguara y Sudamericana, que al cabo son el mismo pulpo. Una de ellas está agotada, cuarentena mediante incluida.

Pero La Berkins, la biografía de Lohana Berkins seguía en la vidriera de las novedades que da a la esquina más cheta de Cabashit´O, aunque ninguna de las vendedoras recordaba haberla colocado en ese lugar, ni conocían su existencia o contenido. Para que detectaran un ejemplar de depósito o batea que darme tuve que deletrear el apellido de quien fue la dirigente más importante de la comunidad travesti en Argentina y seguramente una de las principales en el mundo.

Este primer impacto con el libro me acompañó durante su lectura y no me quiere largar ni a la hora de escribir la reseña. No se trata de lo más relevante que se puede leer en esta obra, pero debido a la persona que la justifica, su dedicación, su importancia, entiendo que cabe preguntarme: ¿por qué la primer biografía de la enorme Lohana cuatro años después de su fallecimiento en el Hospital Italiano de la Ciudad de Buenos Aires, en febrero de 2016, se imprime a casi mil pesos por uno de los monopolios editoriales más bestiales del universo de habla hispana? ¿Cómo hará este pedazo del legado de La Berkins para llegar a las manos de sus compañeras travas, quienes más la seguimos necesitando?

Y en el anverso de esa preocupación una de menor envergadura pero cuya respuesta sea quizá la que explique todo ¿a quiénes quiere venderle Random House este hermoso libro sobre nuestra dirigente más audaz y exitosa? ¿Quiénes además de saber leer y tener la costumbre cultural adquirida de hacerlo incluso encuarentenades tienen también un resto de mil pesos para gastar en materiales “no imprescindibles” y por qué lo harían en una biografía de una lideresa travesti?

Una casi auto-biografía

Josefina Fernández, además de antropóloga y militante feminista se define como amiga y compañera de Lohana Berkins, con quien conformaron un dueto a la hora de elaborar una estrategia y una táctica para la colectiva travesti. Nos presenta su libro como el resultado de un trabajo autobiográfico que la misma Lohana le había encargado y que encararon de una forma muy particular luego de discutir juntas diversos formatos del género, partiendo de entrevistas en las que la protagonista volcaría sus experiencias vitales.

Enorme desafío para cualquier escritora, agrandado por la cercanía política y emocional de esta escritora concreta, que, entendemos, ha sido sorteado muy satisfactoriamente. Quizás el mejor logro de este libro es que alguien que sólo pudo acceder a Lohana de lejos, como yo misme, que llegué a conocerla a través de entrevistas televisivas o lecturas fragmentarias, pueda sentirla viva, con su pensamiento claro, explicado y re-explicado una y otra vez, con pedagogía pero también con su particular pedagogía, la voz y el carácter de Lohana aparecen con toda franqueza al correr de las páginas. Una subjetividad que no puede conocerse en sus apariciones públicas formales, a la que sólo pudieron acceder quienes compartieron con ella algún nivel de intimidad, en reuniones políticas, charlas de amistad o, como en el caso de la autora, compartiendo incluso ámbitos tan privados como la familia.

Aunque María Moreno, también cercana a Lohana y hasta donde pudimos entender admirada por ella, señale que Fernández ha logrado construir una novela latinoamericana y la editorial decida que sea esa la venta de contratapa, nos parece que los recursos literarios escogidos por la autora son eficaces precisamente porque su propia subjetividad no entorpece nunca la manifestación de la subjetividad de la biografiada. También se trata de recursos que permiten fluir la lectura sin estancarse y quizás correspondan a una estética propia de la novelística, sin embargo la presencia de Lohana y su lucha, sus intenciones, su forma de organizar e intervenir, sus recuerdos, nunca son reducidos a la invención de un personaje.

El personaje real, de carne y hueso, aparece siempre para decir su verdad y decirla a su modo. Incluso cuando discrepa con la autora. Sin cansarnos, repetimos, terrible mérito de la autora.

Una combatiente

A través de sus páginas creemos entrever las causas de la envergadura que llegó a tener Lohana Berkins en la lucha política de los últimos veinte o treinta años. Expulsada de su casa natal en Salvador Mazza, en la zona petrolera de la yunga salteña, cuando tenía trece años, obligada por su familia, la sociedad patriarcal y el Estado a prostituirse para sobrevivir, Lohana Berkins vivió en propia carne el proceso de desarrollo de la prostitución entre fines de los años 80 y la década del noventa del siglo pasado, de los parques alejados en las peuqeñas capitales de las provincias norteñas a la Panamericana y General Paz y de allí a Palermo, San Telmo y Flores, las “zonas rojas” por excelencia de la gran capital.

No pude dejar de leer el relato detallado de los mecanismos de explotación del trabajo sexual por parte de fiolos, capangas y policía, en condiciones de esclavitud directa o servidumbre feudal, dependiendo más del poder de coacción físico y político que de métodos coactivos puramente económicos al trasluz de la evolución en esas décadas de la desocupación producto de la quiebra económica del Plan Austral entre 1987 y 1988 y el ajuste fondomonetarista obligado por el menemismo.

La lucha política de la colectiva travesti tuvo en los años 90 un profundo impacto en el contexto de una lucha de clases muy particular, participó a la vanguardia de la lucha del conjunto de les explotades en nuestro país que encabezó la organización de les trabajadorxs desocupadxs que se conoció como movimiento piquetero. Mi lectura no es del todo descabellada, y no creo que sea pura casualidad que Lohana haya nacido en uno de los sectores geográficos donde ese movimiento tuvo su origen, las regiones petroleras que fueron golpeadas por el desmembramiento de las relaciones sociales productivas que generó el desguace de YPF, su experiencia de sindicalización infuyó  en la organización de las primeras organizaciones de desocupadxs del país y llegó a manifestar una voluntad de confrontación radical contra el Estado en las puebladas de Tartagal y Mosconi. El otro foco de surgimiento de las características fundamentales de ese movimiento también tiene origen en la quiebra de las comunidades que dependían de la exploración petrolera en Cutral-Có y la cuenca neuquina.

La lucha de los feminismos, encabezada históricamente por gays y lesbianas encarnó desde la democracia alfonsinista con los sectores más golpeados por la persecución contra las disidencias de género y orientación sexual, debido a la orientación de los sectores progresistas del peronismo de izquierda, la socialdemocracia de sindicatos como la CTA y las agrupaciones ligadas a Izquierda Unida y otros sectores del trotskismo. El libro de Josefina Fernández ilustra a través de los recuerdos de Lohana Berkins cómo se abrieron paso en una lucha callejera, teórica y práctica a través de las limitaciones que las orientaciones de la lucha por los derechos LGTB, y Lohana alcanzó su trascendencia como parte de un conjunto de compañeras que lucharon en primer lugar por hacer una realidad que había forjado Karl Marx como una de las máximas para la organización revolucionaria: que fuesen les explotades quienes encabezaran su propia organización.

Lohana Berkins y otras militantes travestis lograron desarrollar su propia voz para sostener la lucha por sus propios derechos desde una matriz política y teórica que siempre las había tenido como objetos de lucha pero no como sujetos de ella. Ahí uno de sus primeros méritos.

Recuerdo haber entrevistado a otra de las dirigentas paradigmáticas de esa generación, Diana Sacayán, en el contexto de su participación en la Comisión de Mujer y Generos Disidentes de la cuarta Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados, en el microestadio de Lanús en abril de 2003, a poco de consumarse el operativo de cierre del estallido social del Argentinazo en la presidencia de Néstor Kirchner. Diana Sacayán, que había hecho un recorrido biográfico similar al de Lohana, pero desde su situación de pertenecer a una familia obrera de orígenes bolivianos también pero en el corazón más obrero y pobre de La Matanza, estaba en esa Asamblea como parte del MTL, brazo piquetero del Partido Comunista argentino.

En suma, aunque Lohana personificara una colectiva o comunidad social marcada por su condición de diferencia, como somos las travestis, su recorrido es el mismo que el de todo cuadro político de cualquiera de las clases sociales desposeídas y explotadas de la historia humana. Su biografía muestra a Lohana encarnando en sí misma la experiencia de sufrimiento y lucha colectiva que en el debate de posiciones y programas toma conciencia política de su lugar en la lucha de clases general, lo que Marx llamó la conciencia de clase para sí. En esos debates en torno a las organizaciones como la CTA, AMAR, la CHA o la Federación LGTB, Lohana y sus compañeras llevaron la conciencia política de las travestis al máximo posible hasta la fecha.

El libro de Fernández también ilustra con fidelidad este proceso de debates, resaltando una actitud permanente de búsqueda teórica por parte de Lohana Berkins en esta toma de conciencia. Una predisposición sistemática que se expresó en esa toma de posición cuando fuera invitada a Harvard de resaltar que ella no se concebía sólo como una persona que iba a dar testimonio del sufrimiento de la colectiva que representaba, sino que iba a discutir teoría. De la misma forma queda ilustrado en ese debate en el café Iberia donde insistía en descubrir el alcance concreto del concepto de travesticidio que logró imponer en el juicio contra los asesinos de su amiga y compañera de lucha, Diana Sacayán, consumado en octubre de 2015, poco antes de su propio fallecimiento.

La otra característica que la autora destaca en la biografía de lucha de Berkins es una inclaudicable voluntad de construcción política frentista. En todas las ocasiones en que Berkins se destacó por defender una voz propia para su colectiva travesti, llegando incluso a romper alianzas previas para construir agrupaciones propias, también se identifica una disposición contra posturas sectarias o faccionales. Esta característica debería ser subrayada y valorada en un contexto tan particular como el de la lucha política de les explotades en nuestro país, en el que las disputas faccionales están tan extendidas.

La disputa faccional es aquélla en la que determinade dirigente u organización brega más por distinguirse y adquirir peso propio aunque ello signifique un debilitamiento de la lucha común en la que se embarca. Este defecto político está presente en todas las luchas políticas de nuestra historia, desde las “traiciones” de los generales artiguistas contra el programa federal original de 1812 hasta la crisis permanente de las organizaciones trotskistas en los 80 y 90 (que terminó alcanzando a la única organización trotskista que no provenía de la tradición fundada por Nahuel Moreno, la dirigida por Jorge Altamira, que se ufanaba precisamente de esa diferencia, haciendo que todo el trotskismo quedase alcanzado por el faccionalismo) pero incluyendo también las luchas faccionales que contribuyeron al fracaso de la heroica lucha de las organizaciones anarquistas en la primera mitad del siglo 20 y ni qué hablar de la lucha facciosa permanente y eterna del peronismo.

Podríamos arriesgar la hipótesis de que el faccionalismo es un defecto que ahoga la capacidad impresionante de desarrollo político que han tenido las clases explotadas y oprimidas en nuestro horizonte cultural, formando ya una característica cultural identitaria.

Entendemos de la lectura de este primer acercamiento biográfico que el mayor logro de la lucha política por los derechos de las travestis, la Ley de Identidad de Género promulgada en 2012, se debe en parte a la capacidad de Lohana Berkins para comprometer toda su autoridad política y teórica en la busca permanente de la superación de los faccionalismos del movimiento, la unidad sobre la diversidad.

En estas tres características fundamentales, una experiencia de sufrimiento trastocada en lucha permanente y decidida contra el Estado, una voluntad sistemática por acrecentar la conciencia teórica sobre el propio género y una capacidad organizativa frentista, podríamos sostener la explicación de la autoridad que Lohana Berkins alcanzó en el movimiento de lucha por los derechos de la comunidad LGTTTBIQ+ y que ya le era reconocida en vida, nombrándola popularmente como la Comandanta Mariposa, debido a una de sus frases más lúcidas “la importancia de ser mariposa en una sociedad de gusanos capitalista”.

En la Frontera

Durante los pocos momentos en que se permite que su subjetividad tenga protagonismo en el libro, Josefina Fernández desarrolla este concepto sobre Lohana Berkins como una combatiente de frontera, es decir, remarcando que llegó a destacarse obligada a vivir en dos mundos distintos, el de su origen como parte de las travestis marcadas por su situación de prostitución, cargando los traumas de las persecuciones sociales de todas las instituciones del patriarcado, con la institución de una particular forma de relacionarse afectivamente, desde la más terrible de las soledades a las que una sociedad puede castigar a une de sus miembres, y el mundo de las personas y organizaciones que, aún siendo también hostigadas, oprimidas y explotadas por el mismo sistema social, podían disfrutar de ciertos derechos materiales y culturales que les permiten otro tipo de ideologías y sentimientos no tan terribles.

Josefina Fernández decide colocar con claridad en el libro su propia culpa de clase y de género, volcando con honestidad cruel (casi travesti, digamos) los momentos donde sus prejuicios contra las travestis empañaron su relación de amistad y fraternidad con su amiga y camarada de lucha. María Moreno en su prólogo subraya y felicita esta honestidad, porque le da una carnatura especial a la obra, una sinceridad a la altura de la tarea encomendada por Lohana, a la altura de la propia Lohana.

Esta preocupación estaba presente en la propia Lohana, como demuestra la desgravación de su voz en el último capítulo del libro. La autora reivindica la capacidad del carácter de Berkins para lograr sobreponerse a ese desgarro en el mundo no travesti de los “privilegios” a los que logró tener acceso casi con exclusividad (fue la primera travesti en tener acceso a un trabajo formal, seguridad social, estudios secundiarios y terciarios, etc) y no traicionar sus orígenes y tomar distancia emocional y ética de la realidad cotidiana de sus compañeras de género y de clase que siguen excluídas de esos beneficios.

De ahí lo de combatiente de frontera para graficar el esfuerzo particular que tuvo que encarar La Berkins en su vida como militante y luchadora, el de no traicionar y poder poner esos “privilegios” al servicio de las necesidades de la colectiva a la que representó con tanta dignidad y potencia.

Lohana Berkins vivía marcada por esta delgada línea que la obligaba moralmente a no traicionarse a sí misma ni a las suyas, habiendo logrado la posibilidad material de acceder a condiciones de vida que no podía compartir con su clase y su género. La biografía que Josefina Fernández nos lega entendemos que demuestra que Lohana Berkins cumplió con creces con sus principios morales y éticos y nunca traicionó.

Sin pretender cuestionar a ninguna de las dos, se me ocurre otra reflexión. Esta contradicción de Lohana es propia de cualquiera que encare como lo hizo ella la lucha por mejorar las condiciones materiales y culturales de su clase de origen. Tode dirigente político o sindical es atravesado en la intimidad de su vida por esta tensión. Ese sin más es el origen de las “traiciones” que pululan como acusación más o menos fundada sobre elles, es la causa que permite las verdaderas traiciones que han existido en la historia de la lucha de las clases explotadas y oprimidas en la hisotira de nuestra especie. Es por eso que tenemos tantas historias de combatientes que han ocicado ante esa presión y fundado burocracias que terminan trabajando en función de sostener sus nuevas e inéditas condiciones de vida por sobre los intereses colectivos.

Nos recuerda la película de Raymunod Gleyzer, Los Traidores, donde cuenta con tanta efectividad el origen clasista de los dirigentes sindicales más odiados por su propia clase en los sesenta y setenta, los Rucci y Vandor, con orígenes ligados al sufrimiento y la lucha clandestina y perseguida contra la dictadura de la libertadora en los cincuenta que luego transaron con el Estado para convertirse en millonarios y explotadores a su tiempo.

Nos recuerda también los centenares de ejemplos contrarios, de dirigentes que pagaron su fidelidad con olvido, ostracismo, pobreza o muerte, desde Espartaco (esclavo con el privilegio del mejor entrenamiento militar y acceso a armas) hasta Rosa Luxemburg (mujer disminuída por una enfermedad congénita y judía en una Polonia antisemita, aunque privilegiada con el acceso a la universidad), pasando por tantos otros que cada une tiene en su memoria.

Nos interesa destacar, sin embargo, que vale la pena esta mención no sólo para poner en contexto el balance de la vida y lucha de Lohana Berkins, sino sobre todo para destacar la fuerte presión que amenaza constantemente la vida de quienes deciden luchar para rescatar a su clase y su género de la opresión y la explotación a las que el capitalismo y el patriarcado nos someten. La oferta de cargos, empleos, de acceso a las migajas de una vida un poco mejor están allí para tentar a les luchadores a abandonar la lucha sistemática y sin cuartel por la liberación definitiva de las clases sufrientes. La cooptación material es quizá el arma más efectiva que tiene el régimen de explotación para sostenerse, ya que le permite sustraer a las personas más decididas y lúcidas de esa lucha, desgranando y debilitando la fuerza social de eses colectives.

Una línea muy delgada que separa una decisión táctica como la de conceder que la Ley de Identidad de Género no contenga una fórmula contra la binareidad sexual porque se comprende que en ese momento histórico es menester quedarse con lo máximo que se puede conseguir y que sirva como insumo para reforzar la lucha de mayor aliento a la traición por razones de beneficio personal.

Quiero decir, prefiero leer esta “culpa” de la autora por pertenecer a este mundo “no travesti” no tanto como un arrepentimiento innecesario de parte de una compañera que “disfruta” del goce de derechos materiales y políticos que le ha permitido la lucha de su clase y su género, sino como un señalamiento de las dificultades íntimas por las que atraviesa toda persona que decide entregar su vida entera a la lucha por mejorar esas condiciones materiales y culturales.

La casa cómoda, la quinta con pileta, los libros y los licuados, para quienes no somos propietarias de las herramientas que producen la vida, para quienes no las disfrutamos como producto de la explotación del trabajo de otres, no debería ser nunca y bajo ningún punto de vista entendidas como “privilegios” de clase o de género, porque no lo son. Son derechos arrancados a los explotadores y opresores producto de la propia lucha. Repudio que mis compañeras docentes se confiesen y pidan disculpas de su casa, su auto o su wi fi como “privilegios” por ser trabajadoras del Estado o por su condición de mujeres cis. La palabra privilegio de clase y las condiciones de vida de una docente estatal son antónimos desde que su propia vida y existencia está marcada en algún grado por más de setenta años de huelgas, piquetes, desaparecides y mártires.

Se sabe, la cualidad de “privilegio” no emana de una esencia de las mercancías que consumimos, sino de la relación social que nos permitió acceder a ellas. Sólo son privilegios aquellos accesos producto de la explotación directa o indirecta del trabajo de otres, nunca aquellos obtenidos con el propio esfuerzo, mucho menos si son obtenidos en base a la lucha contra el Estado.

La verdadera traición está ubicada en el momento en que la lucha estratégica por esos derechos para el conjunto es negociada con el Estado en su variante democrática liberal porque el objetivo final, el goce de esos derechos por la totalidad de les explotades y oprimides es entendida como una utopía bella pero imposible. El abandono de la lucha por una sociedad sin clases sociales ni opresión de géneros a cambio de una sociedad “más inclusiva” que progresivamente irá “ampliando derechos” es en realidad una traición mucho más terrible que el disfrute circunstancial de algunas comodidades por parte de una luchadora que no se deja cooptar por el Estado patriarcal.

Y cabe subrayar y no dejar pasar como una frase más este hecho circunstancial del disfrute de esa comodidad. Como demuestra la muerte de Lohana, debida a la tortura paulatina sufrida por su salud en décadas de vivir obligada a las peores privaciones, maltratos y abusos, o la de Diana, asesinada debido a su identidad y su deseo, considerados subversivos por la moral dominante, demuestran que cualquier “privilegio” que hubieran podido disfrutar fue una excepción insuficiente para preservarlas del ataque permanente que esta sociedad destina a las de nuestra clase e identidad de género.

Por lo demás, como bien explica Lohana en esta casi autobiografía, descubrió en el contacto con las ideas marxistas (fue asesora de la bancada en la Legislatura porteña de Patricio Echegaray del PC en Izquierda Unida en el 2000) que ella siempre había sido una “comunista hormonal”, citando una expresión de Saramago que muches militantes conocemos por otras fuentes. Una persona que en su experiencia íntima de lucha siempre sostuvo “instintivamente” una concepción anticapitalista para explicarse las injusticias a las que la vida la sometió sistemáticamente.

Autobiografía, biografía o novela

La misma cadena que vende sin saber quién fue Lohana Berkins su primera biografía se destaca por haber puesto parte de sus inconmensurables ganancias en la edición de libros. A la hora de decidir un catálogo propio, El Ateneo-Yenny ha decidido re-editar las dos obras más importantes en la construcción de una identidad política en nuestro país, las biografías de San Martín y Belgrano que ejecutase el presidente Bartolomé Mitre en la segunda mitad del siglo 19.

Es de notar que el proceso de construcción de la nacionalidad argentina haya partido de la producción historiográfica de un intelectual orgánico ejemplar de la burguesía en nuestro país. Hasta el día de hoy, doscientos años después de la muerte de Belgrano, todas las fuerzas políticas casi sin distinción (quizás sólo el trotskismo de la tradición del Partido Obrero haya tomado una distancia real de la reivindicación mitrista, porque hasta el revisionismo anti-mitrista de la derecha nacionalista y la izquierda peronista por alguna via llegan a conciliar con la figura del prócer) continúan abrevando en esos dos esfuerzos ficcionales con intenciones de objetividad suprema, para juzgar positivamente a los próceres del Estado y la Nación.

¿Será un despropósito plantear que debido a su importancia política Lohana Berkins merece un estudio detallado de su obra, su pensamiento y su lucha como el de Belgrano y San Martín? La respuesta depende de la concepción y los intereses sociales que cada quien reivindique. En mi caso, travesti obrera ocupada con un trabajo en blanco y una profesión “liberal” (de cuello blanco se decía antes), que pretendo la construcción de una sociedad comunista que libere a la sociedad de la necesidad de todo tipo de trabajo explotado y por lo tanto de la necesidad de hierro de la heteronorma para construir células sociales basadas en la familia heterosexual tradicional, la existencia de experiencias como las de Lohana Berkins (sus aportes teóricos, sobre todo) es no solo una novedad curiosa o simpática sino, sobre todo, una necesidad fundamental.

La lucha por una libertad material y cultural para todas y todes quienes somos explotades y oprimides en nuestra sociedad requiere de muchas Lohanas y Dianas. Su ejemplo, en lo que tiene de esencial, es un camino que debería hacerse notorio y público para que pueda ser imitado y continuado. Este libro de Josefina Fernández debe ser aplaudido en esta perspectiva más general como el primer ejercicio sistemático en ese sentido.

Quien quiera acceder a la vida y obra de Lohana Berkins como una excepción maravillosa e inquietante puede detenerse en sus facetas de realismo mágico y abrevar en él sólo como quien lee una novela latinoamericana con fuentes no ficticias. Para eso les recomiendo encarar Las Malas, de Camila Sosa Villada, que habiendo encarado esa misión, la de utilizar sus experiencias vitales más íntimas como materia prima de una novela que denuncia y explica la realidad de las travestis en nuestro país, lo hace con una genialidad literaria imposible de superar.

Quien quiera, por otro lado, ahondar en las construcciones teóricas originales que la generación de Lohana Berkins aportó singularmente a la lucha por la liberación de las travestis, imposible de profundizar en esta biografía de Sudamericana por los límites que su autora respetó debido a que Lohana falleció antes de encararlos en las entrevistas con detalle, recomendamos seguir la producción de una de sus amigas y compañeras de militancia, Marene Wayar, heredera de ese legado de preocupación teórica y práctica militante y portadora ella misma de aportes originales que se pueden leer en sus libros Travesti, una teoría lo suficientemente buena, de 2019 o su más cercano Diccionario Travesti de la T a la T.

La pérdida es una marca de hielo para las travestis. La familia, la sociedad, la escuela, la salud, el amor y el afecto, las compañeras. Todas las obras de estas grandes luchadoras comienzan por el esfuerzo de dar voz a sus amigas y camaradas que fueron asesinadas antes que ellas. Una responsabilidad de sobrevivientes que cumplen con creces. Y aunque las pérdidas de cada una de ellas son imposibles de medir y mucho menos de subsanar, porque ya no estarán nunca más salvo en nuestra memoria, el aporte de estas compañeras militantes como Berkins, Sacayan o artistas como Cris Miró permanece vivo en cada una de las militantes y artistas como Marlene Wayar, Camila Villada, Naty Menstrual, Susy Shock y tantas otras que no conozco aún que siguen enfrentando las mismas presiones y contradicciones sin doblegarse, luchando en esos dos mundos o muchos más para sostener la bandera bien alta y flameando, cosa que cada una de nosotras y nosotres, que venimos sufriendo desde algún lado alguno de los niveles que la opresión de género y la explotación de clase nos dedica, podamos comprendernos mejor en medio de toda esta confusión y pérdida permanente, para tomar mejores decisiones y sobrevivir, en el intento permanente de ser felices, de estar vivas, de seguir luchando.

Como parte de ese esfuerzo deberemos pugnar todavía más para que estas historias, estas biografías y aportes no sean encapsulados por el mercado que permite difundirlas aunque a precios proscriptivos. Así como el Estado pretendió que la Ley de Identidad de Género o de Matrimonio Igualitario sirviera para extirpar a las organizaciones de derechos LGTTTBIQ+ de la lucha común de desocupades y ocupades, así como cada sueldo o derecho arrancado es aceptado por el Estado para intentar sustraer a esos cuerpos de la lucha permanente y sistemática, las grandes empresas editoriales y de las industrias culturales ofrecen la posibilidad de la exposición de artistas y teóricas para removernos de la continuidad de la denuncia y la lucha, para transformarlas en consumo y libación de culpas de las clases “progresistas”, es menester mantener viva la alerta contra esos cantos de sirenas del establishment y nunca olvidarnos de las metas estratégicas de nuestra lucha, encontrar los caminos y las formas necesarias para hacer oir nuestras voces y luchar para que sean escuchadas y estudiadas por quienes más las necesitamos, que no puedan ser encapsuladas en objetos de consumo de sectores realmente privilegiados que no están dispuestos a poner esos privilegios en función de la lucha general.

En esa batalla, modestamente, ponemos esta reseña, esperando que la voz de Lohana llegue a quienes no pueden pagar los 900 pesos que Sudamericana-Random House ha puesto como frontera a su acceso.

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