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sábado, 5 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 5. Combatiendo al capital

Capítulo 5

Combatiendo al capital

“De un lado, me han dicho que soy nazi, de otro lado, han sostenido que soy comunista; todo lo que me da la certidumbre verdadera de que estoy colocado en el perfecto equilibrio que busco en la acción que desarrollo en la Secretaría de Trabajo y Previsión. [...] Yo no creo que la solución de los problemas sociales esté en seguir la lucha entre el capital y el trabajo. Ya hace más de sesenta años, cuando las teorías del sindicalismo socialista comenzaron a producir sus frutos en esa lucha, opiniones extraordinariamente autorizadas, como la de Mazzini y la de León XIII, proclamaron nuevas doctrinas, con las cuales debía desaparecer esa lucha inútil. […] Procedemos a poner de acuerdo al capital y al trabajo, tutelados ambos por la acción directiva del Estado […] Yo llamo a la reflexión a los señores para que piensen en manos de quién estaban las masas obreras y cual podía ser el porvenir de esas masas, que en un crecido porcentaje estaban en manos de los comunistas. […] Un objetivo inmediato del gobierno ha de ser asegurar la tranquilidad social del país, evitando por todos los medios un posible cataclismo de esta naturaleza [la revolución], ya que si se produjera de nada valdrían las riquezas acumuladas, los bienes poseídos, ni los campos, ni los ganados"

Juan Domingo Perón,
Bolsa de Comercio de Buenos Aires,
25 de agosto de 1945



El Toro se comía los kilómetros de asfalto y piedra manteniendo siempre la elegancia. Los paredones blancos de la curva de Elcano y el Cementerio Alemán, el Parque Los Andes, el viaducto de la cancha de Atlanta, los tallercitos todavía con la persiana baja de los viejos arrabales del Maldonado, el Parque del Centenario y las calles encajonadas y grises de Almagro y Balvanera iban pasando por la ventanilla baja como en una película, hasta que alcanzamos Plaza Congreso y lo dejamos tirado en alguna de las cuadras con parquímetro de Moreno o Alsina.
El cielo todavía sostenía el azul petróleo cerrado de la noche, con una hermosa panza henchida de blanco dando todavía mejor luz que las jirafas de la municipalidad. Los muchachos de limpieza le estaban pasando esos cepillos gigantes para encerar a los pisos de la galería y aprovechamos un par de pausas rutinarias que hicieron, seguramente para calentar la pava y comerse unos bizcochitos, y subimos las escaleras como sigilosas ratas cuando las sorprende la luz.
La oficina estaba igual de vacía que la tarde anterior como si nadie hubiese pasado aparte de nosotros. Nos mandamos de una al estrecho cuartito de limpieza, a revisar los objetos antiguos que allí estaban. Ahora que le dábamos importancia, el cuartito del depósito se nos mostraba en todo su misterio, con la forma de un octógono perfecto y extraño.
-Nada que indique la fecha de fabricación o de uso. –aseguré, proponiendo una agudeza deductiva a tener en cuenta.
-Claro, no iban a dejarnos un manual de mantenimiento de la máquina tampoco, Sherlock.
-Un amigo vos, como siempre.
-Cortenlá que aburren. ¿Cómo hacemos? ¿Agarramos uno cualquiera? ¿Lo ponemos en algún orificio? ¿Habrá una cerradura?- preguntaba retóricamente Victoria mientras recorría el cuartucho con la mirada.
-Tendríamos que tener un método- propuse.
-Vos sos el relicario de la banda. ¿No le sacás la fecha a los cosos?
-Qué se yo, a ver… esa pluma estilográfica podría ser de los 30 o los 40… eso de allá parece un carné sindical… o del PJ, si lo abrimos nos dice la fecha seguro…
-Si lo tocamos y nos lleva a la sede central de la UOM en 1978 mepa que no volvemos…- tiró Santos con una mueca en la cara, aguantándose el nuevo descanso sólo porque Victoria parecía estar francamente harta.
-¡¡Mirá vos!! ¡¡Esa navaja la saco!! ¡¡Tengo una idéntica en casa, la compré una tarde en el Mercado de San Telmo!!
-Ah bueno, menos mal que el payaso anticuario era yo…
-No, en serio, es de la década del 10 casi seguro, la usaban los marineros de cabotaje cuando todavía se usaban sogas y cuerdas para los aparejos y las velas, el punzón ese se usaba para armar y desarmar los nudos…
-¿Punzón para los nudos?
-Sí, boludazo, se agarraba el nudo y pasabas el punzón así…
Y de repente, el universo no sé si se paralizó por completo o pasaron tres millones de cosas en fracciones de segundo. Recuerdo en cámara lenta a los tres, encerrados en el cuartucho de limpieza, casi cuerpo contra cuerpo frente a los bártulos del desvancito, el boludo de Santos que con un gesto automático agarra la navaja para hacer una demostración práctica de la anécdota, yo que me avivo de lo que está por hacer y llego a agarrarle el brazo justo cuando levantaba la navaja de una repisa y…
Un fogonazo de luz, o de luces, nos dejó casi ciegos, sólo se veía un color blanco que aturdía, como estar tirados boca abajo en un enorme salar altoperuano, la sensación de caerse al vacío, como cuando el ascensor baja de golpe o si nos hubiesen quitado el mantel debajo de los pies en un pase de magia, caímos por un túnel de aire lisérgico, con ráfagas de luces permanentes en todas direcciones e intensidades, un tobogán de feria en el que no apoyábamos el culo. Sólo caíamos.
Otro fogonazo y de culo y espalda contra el suelo frío, pero de otra habitación. Otra vez, toda blanca, como de hospital, pero con más muebles, un par de sillas, un escritorio grande de madera pesada y un gran placard haciendo juego. Antes que los colores y las texturas, el olor de la habitación nos hizo pensar que estábamos en un museo.
-¿Qué pasó? ¿Te recibiste de pelotudo y querías un premio especial? ¿Para qué carajo tocás la navaja, mamerto?
-Fue inconsciente, tarado. ¿Y Vicky?
Lo iba a seguir cagando a puteadas pero la ausencia de Victoria me descolocó.
-Ahora sabemos cómo funciona, con el simple contacto con la pieza. Vos me tocaste y Victoria no…
-Pero… ¿cómo??
Era la pregunta del millón aunque todavía no teníamos los elementos para procesarla. Mientras quedaba flotando en el vacío de la habitación, nos pusimos a revolver el escritorio y el placard como si las manos fueran ahora más importantes que las sesudas elucubraciones.
-Uniformes de rati, de museo.
-No, Santos, uniformes de rati de la década del 10, mirá el quepí, como los franceses o alemanes de las fotos… es una oficina de milicos del 1910…
Traté de encontrar algún almanaque o cualquier papelito que nos diera la pauta de en qué momento de la historia nos encontrábamos, pero fue inútil.
-No dejan nada escrito, son prolijos. –dedujo Santos y le puso palabras a mi frustración.
-No va a quedar otra que disfrazarnos de ratis y ganar la calle. En cualquier kiosco de diarios nos vamos a avivar de dónde estamos.
-Pero pará, ¿vamos a salir? ¿No es una locura? No sabemos nada del viaje en el tiempo, ¿y si tocamos algo y cambia el futuro? Y si nos encontramos con nosotros mismos y…
-Pará un poco, enroscado de mierda, ¿o te creés que estás en una película yanqui? ¿Qué querés hacer, quedarte acá toda la vida? Sigo con la navaja en la mano pero no veo que volvamos a ningún sitio… tenemos que descubrir dónde estamos y ver la forma de volver al presente.
-Nuestro presente es éste, Santos…
-Con más razón, vivámoslo. Tomá, ponete estos que son más petisos, y a ésta tratala con cariño…- otra vez esa mueca socarrona mientras me acercaba la culata de una Máuser 1896 y la cartuchera de cuero duro.
-No tengo idea cómo se maneja esto, Santos.
-Fácil, apuntás y apretás el gatillo. Lo demás sale solo, o no sale. No te preocupés –decía mientras nos íbamos cambiando la ropa- como somos ratis nadie se nos va a acercar a romper las bolas, pasamos desapercibidos y no vas a tener que saber usarla.
-¿Y? ¿Cómo me veo? ¿Tengo pinta de autoridad?
-Tenés pinta del comisario de Hijitus, pedazo de boludo, dale, dejá de boludear y apuremos el trámite.
Salimos cautelosamente de la oficina para dar a un pasillo de zaguán, era un edificio largo pero aparentemente sólo de planta baja, con dos puertas más hacia el fondo de la manzana y la puerta de salida al otro lado. No había nadie y las llaves que colgaban de los cinturones habrían fácilmente la puerta cancel.
El sol brillaba en el techo del cielo como nunca en la vida, sólo entrecortado por los árboles cuidadosamente colocados, pero el cielo era mucho más del que uno podía ver en nuestra Buenos Aires, centenares de enormes edificios todavía no se habían construido y se notaba la bocanada de oxígeno generosa entrando por las fosas nasales.
-¡Qué linda era esta ciudad antes, la puta madre!
-Leo, dejá de mirar los pajaritos y concéntrate, ¿dónde viste un rati contemplando lo maravilloso del día? Seguime la corriente que me fijo en el kiosco de diarios la fecha de hoy.
-No va a hacer falta hermano.
Lo paré con un tono seco pero lo que lo hizo darse la vuelta en sus talones fue la cara de muerto que me había quedado grabada. Habíamos salido unos metros en el sitio donde estaba el Barolo pero en vez del enorme monumento había un pozo de varias hectáreas, poblado de andamios y albañiles encarando el laburo de los cimientos.
-Estamos en 1919- sentencié con toda la seriedad que el nudo en el estómago me permitió exhalar- están empezando los trabajos para el Palacio Barolo.
No terminaba de decirlo y un estallido seco rompió la notoria falta de polución sonora de la Avenida de Mayo. Agachados por instinto miramos hacia el Congreso, de donde había venido el impactante trueno, una nube de humo densa, de un blanco lleno de grises nos dejaba ver sólo la punta de la cúpula, inundando todo el espacio abierto desde Plaza Lorea. Detrás del trueno ensordecedor siguieron traqueteos típicos de ametralladora y algunos estampidos menos regulares en intensidad y sonido, que se intuían dentro de la nube.
-Hay un tiroteo- y mientras lo decía, Santos se había compuesto por entero. Si alguna vez lo había sido, ya no quedaba nada del turista asombrado visitando un lugar emocionante y nuevo. Era el experto soldado en combate que había conocido luchando contra federales y prefectos en tantas luchas. Todo el cuerpo en tensión felina, de movimientos flexibles pero firmes, decidido, sin un gramo de vacilación en los músculos y la retina.
-Seguime- ordenó sin más vueltas y encaramos para el lado de Lorea a contramano de una marea de tipos de sombrero, saco y chaleco que rajaban para el otro lado, para la 9 de Julio. Nos parapetamos detrás del kiosco de revistas donde íbamos a mirar la fecha y con los pañuelos que encontramos en los uniformes haciendo de barbijos fuimos ganando posiciones cada vez más cerca de la Plaza, hasta que quedamos dentro de la nube de pólvora y empezamos a adaptar la vista.
-Cagamos, Santos, estamos en Enero del ’19, esa tanqueta antiaérea de allá, la que apunta a la Plaza, es de la división de infantería del Ejército de Campo de Mayo, al mando del General radical Dellepiane, el encargado de la represión de la huelga general.
-¿El de la autopista?
-Sí, claro que faltan sesenta años para que hagan la autopista, salame. Se vé que los objetos te transportan a momentos determinados de la lucha de clases de la ciudad. Es una máquina del tiempo para intervenir en coyunturas puntuales.
-Es lo único que saben hacer, máquina del tiempo o no, sólo saben reprimirnos.
-¿Qué carajo hacemos, boludo? Este lugar no es seguro, la represión en Congreso fue durísima, acá no quedó ninguna posición obrera en pié. Tenemos que replegarnos a La Boca o Barracas, donde la resistencia duró más…
-Eso porque te sentís obrero, Leo, pero tenés uniforme de cobani, ¿te olvidás? Somos nosotros, papu, vamos a darles una sorpresita… “Fuego Amigo” se llama la obra…
-¿Estás del tomate? ¿Qué sorpresita ni qué ocho cuartos, rajemos a la oficina esa y pensemos cómo mierda hacemos para volver con Victoria…
-Ah… “volver con Victoria”… ¿en lo único que pensás es en coger todo el tiempo? ¿No te das cuenta que estamos en una actividad seria?
-Qué actividad, tarado, esto no es la toma del Ministerio de Educación con Ademys, sarpado, ¡¡es la re putísisima Semana Trágica!!
-Con más razón. Desde que te conozco te la pasás llorando porque naciste en la época equivocada… acá tenés, estás en el ojo del huracán, ¿qué vas a hacer?
Otra ráfaga de ametralladora nos sacó del interesante coloquio y nos guarecimos detrás de las flamantes rejas ornamentadas de la Estación Sáenz Peña del subte. Pudimos ver con claridad dónde se había parapetado la batería del Ejército. Se los veía relajados, respetando la disciplina de órdenes y movimientos pero seguros de sí mismos.
-Claro, cómo no van a andar tranquilos si están tirando con munición antiaérea a laburantes que como mucho andarán calzados con revólveres de seis tiros, manga de hijos de puta.- decía mi amigo entre dientes, masticando odio de clase intentando deducir el resultado de la batalla a partir de los movimientos de los jugadores.
-Estamos en tierra de nadie. Detrás del ombú gigante y la estatua hay un grupito de anarcos que deben estar cubriendo la retirada por las calles internas.
-Pensar que en esa placita cada tanto la traigo a Leyla cuando hago tiempo antes de las marchas…
-Vamos a atacar el obús y la ametralladora así permitimos que los anarcos se puedan mover del árbol. Nos acercamos con las máuser apuntando al árbol como si fuésemos a reforzarlos y cuando menos lo piensen los bajamos a todos, ¿cómo la ves?
-Como el orto, dejando de lado que no deberíamos interrumpir el orden natural del destino y toda la bola tipo Volver al Futuro… ponete a pensar un poco lo que estás diciendo, ¿cómo vamos a encarar una batería antiaérea con dos revólveres y un boludo que nunca tiró una piedra?
-Siempre hay una primera vez para todo –dijo con la mueca hecha franca sonrisa y carta de invitación al juego más maravilloso de todos, el de la lucha contra la injusticia.
“Cuando los generales son buenos no hacen falta formalismos”, pensé para mí y cagado hasta las patas lo seguí por la vereda, de puerta en puerta, agazapado y apuntándole a los anarcos pero con el rabillo del ojo clavado en los milicos. Hicimos un alto a la altura de la bocacalle de Rivadavia y Paraná y Santos me paró con el brazo izquierdo.
-Es él, es el servicio de Kobane.
-¿El del 20 de diciembre? ¿El de ayer? ¡Sí boludo, es el mismo tipo! Con un traje como el nuestro.
-Al fin se da vuelta la taba –y la mueca ya era sólo sonrisa- el cazador cazado.
-¿Qué hacemos?
-Matamos dos pájaros de un tiro, éste forro no me persigue más y liberamos el paso para los anarcos.
-Bancá que hay un pájaro mucho más gordo al lado del servicio… no puede ser… pero… es ÉL.
-¿De qué hablás, te chifló el sorete?
-Es él, boludo, el Teniente Juan Domingo Perón… el de la gorra puntuda que está al lado del servicio, míralo, ¡es Perón jovencito!
-¡Me estás jodiendo! ¡Tenés razón! Pero no estamos en el ´45.
-Lo que tenés de valiente lo llevás de ignorante la remilputísima madre que te parió… en la represión del ´19 Perón hizo su “bautismo de fuego”… ¡pero claro! ¡Qué boludo que soy!! ¡Es la famosa foto de Perón en la Semana Trágica de Plaza Lorea… el cagazo me hizo olvidarme de todo!! Esta imagen la ví mil veces, pero tomada de frente a ellos, desde el Congreso… ¡qué boludo!!
-Tenés razón, es Perón… Bueno Leo, prepárate que hoy vamos a cambiar la historia de la lucha de clases en este país.
Y sin mediar palabras se puso firme y con cara de milico encaró para el lado del cañón de artillería. Estaba en su salsa, el paso firme, la barba dándole aire marcial, la mano derecha empuñando el máuser y la izquierda abierta en señal de paz y amistad. Yo lo seguía de atrás un poco menos épico, con la pistola agarrada con las dos manos como mi hija cuando empezaba a llevar la taza de plástico de la leche de un lugar a otro de la cocina, como si se me fuera a caer y armar flor de quilombo. Le apuntaba a los anarcos para mantener la actuación pero se vé que se habían quedado sin balas porque sólo asomaban la cabeza cada tanto sin tirar, esperando el momento justo para cruzar la calle a todo raje y ganar un rato más de respiración.
¿Habrá entendido algo de lo que pasó ese día el joven teniente recién salido de la Academia de Cadetes? Como un plateísta de lujo, detrás de la espalda de Santos podía ver su risa gardeliana saludando a los policías que venían a informar del perímetro despejado y el rápido movimiento de Santos llevando la palma abierta de la mano izquierda, veloz como flecha, debajo del puño cerrado en la pistola que pasó de la posición de firme a señalar al Joven Teniente avisándole su próxima muerte, implacable. La cara gardeliana se puso pálida y antes de que saliera de su asombro –o de su cagazo- el servicio que nos venía siguiendo se tiró delante y atajó con el torso los balazos que escupía, furioso, el brazo de Santos Capobianco.
Sin darles tiempo de reaccionar salimos corriendo mientras los estampidos del máuser vibraban todavía en las ventanas de los edificios. Corrimos como relámpagos hasta ganar la escalera del Subte y nos metimos por los túneles para el lado del Barolo. Nos topamos con los anarcos del ombú, que aprovecharon la confusión para rajar igual que nosotros. Menos mal que eran ellos, que vieron toda la secuencia y se rescataron que los uniformes eran chamuyo. Nos ofrecieron sus camisas, sacos y sombreros para camuflarnos de nuevo y en cocoliche tano, polaco y árabe nos iban tirando miles de cosas que no entendíamos, aunque por las caras y las palmadas toscas en hombros y espaldas supimos que nos agradecían por salvarles la vida.
Encaré al único que masticaba algo de castellano, un gallego de acento cerrado, como si tuviese la boca llena de papas, para ver si sabía cómo mierda nos podíamos ir de allí hasta la vereda.
-Síganme, camaradas. –dijo secamente y nos guiaron por los túneles hasta una puerta angosta, de madera, que salía de la pared del túnel, a mitad de camino entre las estaciones.
-Usté siga po´lo pasillo e´vai chegar a la Estación.
Agradecimos con la rapidez que exigía la situación y nos mandamos por los túneles que seguramente usaban los obreros del subterráneo. Había varias ramificaciones internas pero la cantidad de luz que llegaba del lado de la estación nos guió hasta la calle. El lugar estaba vacío por obvias razones y nos pudimos colar de nuevo –llenos de excitación- en el zaguán del que salimos.
Una vez en la habitación nos pusimos nuestras ropas más rápido de lo que comentábamos lo que había pasado.
-Esta la tengo que contar a los pibes del fulbito… casi liquido a Perón- gritaba Santos entre carcajadas.
-Para eso vamos a tener que volver, héroe invisible de la historia, ¿cómo hacemos?
-Lo tengo todo pensado –dijo mientras me agarraba del brazo y con la otra mano pelaba el celu.
-¿Vas a mandar un guasáp, gil de estopa?
-Bueno, veo que sos ingenioso para mimetizarte con las puteadas de época. No nene, lo voy a usar para volver, ¿o no te transportaba un objeto al tiempo en que había sido usado por primera vez?
-Pero ¿y si nos manda al mes que te lo compraste?
-Mirá bien…
-Epa, ¿le arreglaste la pantalla?
-No chiquilín de bachín, me lo compré hoy en Once para no usar el mío, boludito. Vos tranquilo- no terminó de decirlo y prendió el celu, cuando la habitación entró a girar como loca y el estallido de luces nos volvió a mover el piso… literalmente.


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