Ensayo sobre un acierto de 120 años y excusa para otro prólogo
En marzo de 2014 publiqué un
osado ensayo sobre el rol de las mujeres en la historia primitiva de la especie
humana. Osado por la hipótesis, el método y las conclusiones. ( el ensayo se
pude leer en su versión original en http://santoscapobianco.blogspot.com.ar/2014/03/sirvientas-madres-o-cazadoras.html)
Sostenía ahí que se podía plantear
una hipótesis diferente a la que defienden los manuales secundarios (los
verdaderos educadores de las masas) y los eruditos tratados arqueológicos, a
saber, que las mujeres estaban condenadas a un rol secundario como
“recolectoras” y encargadas del “hogar”. Mi ensayo planteaba que podrían haber
jugado un rol protagónico que no se redujera al de la madre y la procreación.
Las mujeres podrían haber sido las cazadoras más astutas y audaces de los
pueblos que construían su vida sobre el alimento aportado por la caza mayor.
La idea me había surgido de la
contemplación de una película infantil junto a mi pequeña hija, Leyla Isis, de
tres añitos. En Valiente, Oscar a
mejor película animada de 2012, Disney-Pixar construyó una imagen femenina
aguerrida, contra su tradición histórica de arquetipos femeninos sumisos a la
opresión de la familia patriarcal, como las princesitas idealizadas de una Edad
Media irreal. (http://santoscapobianco.blogspot.com.ar/2014/03/buscando-la-anti-princesa.html)
Me llamó la atención la similitud del ícono (una mujer
adolescente cabalgando a pelo y cazando con arco y flecha sobre la montura) con
aquélla otra peli animada de Disney disruptiva contra el arquetipo, Mulán, de 1998. En una madrugada
perseguí la historia por Wikipedia, y encontré una entrevista a la autora de la
novela infantil en que se basó el guión de Valiente, Brenda Chapman[1].
En ella comentaba que buscaba
precisamente darle a su hija un modelo de mujer a seguir que no fuese la
sumisión a la familia y que proviniera de su tradición cultural y que lo habría
encontrado en el mito gaélico de las highlands, Gales, Eire y la vieja
Inglaterra sajona y céltica, de la diosa Artio, la cazadora. La existencia del
mito en Escocia y su similitud China me guiaron por una exploración de las
mitologías europeas y asiáticas que sostenían la imagen de una diosa cazadora.
Hallé más de una docena, desde
Escocia hasta el Indostán.
Como no tenía tiempo ni
recursos para desarrollar una investigación seria sobre el asunto opté por
ampararme en la impunidad del género ensayístico, especie de mitad de camino
entre la literatura y el paper científico donde, hecha la aclaración, vale casi
todo.
Lo más arriesgado lo escribí en las conclusiones:
“Así como uno sueña con un futuro donde la humanidad
sea capaz de garantizar las mejores condiciones materiales de vida para el
conjunto de la población, aprovechando al máximo los conocimientos de la
revolución industrial, también pretendemos que sean repartidos en forma igual y
sin distinciones de ningún tipo para todos y todas, retomando la mejor
tradición de la igualdad real que nos caracterizó como especie durante tres
millones y medio de años antes de descubrir la Agricultura. Esperemos que en ese momento recuperemos para todos y
todas, ese profundo, atávico valor, inteligencia, fuerza y coraje
que las mujeres de nuestra especie han sabido darnos en los peores momentos de
nuestra Historia.”
Reivindicar
para el socialismo futuro una cantidad de valores atávicos ubicados casi en los
genes de las mujeres trabajadoras es algo más que un deseo inocente. Es una
tesis que se acerca mucho a una mirada esencialista, mística de la sociedad
humana y su movimiento histórico.
La mitología comparada como recurso
Hace poco
retomé la lectura de este texto para decidir sobre su inclusión o no en un
libro de ensayos sobre cine infantil que presentaré en marzo de 2017 a les
lectores y que en su mayoría está publicado en el blog[2].
Decidí superar un poco los estrechos límites de Wikipedia y retomé, siguiendo a
Marx y Engels en La sagrada familia,
el método de revisar las fuentes donde uno construyó sus propias ideas y releí Los orígenes de la familia, de la propiedad
privada y del Estado publicado por primera vez en 1872 por Friederich
Engels.
Coincidió
que estábamos embebidos en medio del debate más álgido sobre el origen del
patriarcado desde el famoso tuit de Jorge Altamira luego del 3 de junio y la
posibilidad de la participación masculina en el Miércoles negro del 19 de
octubre.
De
casualidad me encontré con un texto de Paul Lafargue que nunca había leído
antes, el que les ofrezco completo más abajo. Fue escrito hace 120 años, en
1896, y publicado en español por Aníbal Ponce en su revista Dialéctica hace 80 años, en 1936,
cuarenta años después de la publicación original.
El juego de
las coincidencias siempre me llamó la atención, pero mucho más me atrapó el
texto y el comentario de su editor. Ponce reivindica el método usado por
Lafargue (la mitología comparada) para sostener la hipótesis fundamental según
la cual el patriarcado surgió después de una lucha de los varones por imponer
una organización de la familia que sostuviese la propiedad privada y el Estado
clasista en reemplazo del matriarcado preexistente.
Ponce me
llamaba la atención sobre el prólogo de Engels a la cuarta edición de su libro,
publicado en la edición barata de Claridad. En ese prólogo Engels discute en
detalle la pieza teatral de Esquilo titulada “La Orestíada”, en la que las
diosas Erinnias se pelean contra Apolo en el juicio a Orestes por el femicidio
de su madre, Clitemnestra, en venganza de su padre asesinado Agamenón.
Engels y
Bachoffen (el alemán que promovió por primera vez en 1861 la hipótesis de la
existencia de sociedades primitivas matriarcales pre-existentes al patriarcado)
coincidían en interpretar el mito griego como la prueba de que en la sociedad griega antigua el patriarcado se
habría construido en lucha contra la herencia del matriarcado incluso en la
construcción de las mitologías religiosas. Deudor de esa herencia, o como
sugieren otras lecturas que citaremos más adelante, siguiendo una división del
trabajo pautada con su suegro Karl Marx y su mejor amigo Friederich, Paul
Lafargue habría publicado al menos cuatro folletos usando el recurso a la
mitología comparada como prueba de sus aseveraciones sobre el matriarcado. El
que publicamos aquí es uno, el más breve.
Así me
encontré con una defensa del método que había usado en mi ensayo: la mitología
comparada. Pero digamos, además, que estudios de enorme importancia para la
ciencia moderna comenzaron o se basaron en aproximaciones surgidas de las
mitologías antiguas. Todos para la misma época de Marx, Engels, Bachoffen y
Lafargue: la psicología de Freud apelando a Edipo y muchos mitos griegos, las
investigaciones de Frazer en La Rama
Dorada.
Para ser
rigurosos, sin embargo, deberíamos tomar los análisis de mitologías antiguas
comparadas como indicios que pueden sugerir un mayor o menor grado de veracidad
a una hipótesis pero nunca como pruebas contundentes de la existencia de un
hecho histórico.
Sobre las pruebas en la Historia
En 2008, Bárbara Voss[3]
demuestra la influencia de los prejuicios de género en las conclusiones que
arqueólogos/as y antropólogos/as en sus investigaciones sobre la historia
humana antigua. Su tesis es que si revisásemos el enorme cuerpo de material
arqueológico con el prisma de las nuevas teorías de género (como la teoría queer) podríamos reelaborar todas las
conclusiones que existen hoy sobre el rol de mujeres, varones, homosexuales,
gays, lesbianas, travestis, trans y queers en la historia de la especie.
Este texto
es maravilloso simplemente porque nos recuerda que la idea masiva de un macho
proveedor/cazador y una mujer recolectora/encargada del hogar está construida
sobre la interpretación de arqueólogos varones, de la aristocracia británica,
francesa, belga o alemana sobre registros de fuentes que no se sostienen en
lenguaje escrito, o sea, que admiten diversas interpretaciones.
Podríamos
decir que así como no existen pruebas contundentes de la pre-existencia de
sociedades matriarcales, tampoco existen pruebas que demuestren lo contrario.
De lo que sobran pruebas, es que toda nuestra visión sobre los 3 millones de
años de la especie antes del Estado no sabemos casi nada, excepto que no había
explotación “del hombre por el hombre”, o sea, que no hubo explotación de seres
humanos al servicio de otros seres humanos.
Soy un
optimista. Estoy convencido que la humanidad va a encontrar los métodos
científicos necesarios para determinar con exactitud el uso que nuestra especie
le daba hace millones de años a sus objetos. Mientras eso pasa, nuestro pasado
remoto está condicionado a las interpretaciones y suposiciones de los/as
investigadores/as, a sus prejuicios e intuiciones. Se tratará, por lo tanto, de
discutir el grado de relevancia de cada hipótesis y los criterios en que se
basan los/as científicos/as para construirlas.
¿Hubo matriarcado o no hubo?
Pero
entonces, la gran pregunta sigue siendo cuál fue el verdadero rol que tuvieron
las mujeres en los orígenes de nuestra especie. Engels y Lafargue le asignan el
máximo rol protagónico: el gobierno de las madres en las sociedades anteriores
al triunfo del patriarcado. En “A marxist reappraisal of the Matryarchate”,
Carolyn Fluehr-Lobban hace un minucioso rastreo del estado del debate hasta
1979[4].
Asegura que
los cien años posteriores al libro de Engels han aportado material etnográfico
suficiente para cuestionar que haya existido matriarcado en todas las
organizaciones primitivas anteriores al patriarcado. Pero también señala que
todas las investigaciones, tanto de las academias financiadas por la burguesía
como aquellas financiadas por la URSS, dejan en pie la principal tesis de Marx
y Engels, que antes del patriarcado existían relaciones sociales igualitarias,
y que el patriarcado está íntimamente ligado a la aparición de las clases
dominantes, la explotación social y el Estado.
La autora
hace un aporte significativo, ya que encuentra las cartas de Marx donde discute
con su amigo la importancia del matriarcado. En ellas, y en sus propios apuntes
sobre la obra de Taylor y Bachoffen, Marx le muestra a Engels que se trata de
idealizaciones que no tienen sustento real, que llevan al camino del misticismo.
Como mucho, opina, la existencia de un rol mucho más significativo en lo social
para la mujer paleolítica o neolítica refuerza la idea de que los varones
dieron una lucha en regla para removerlas de ese lugar y someterlas a la
explotación de la nueva familia. Pero Marx no deduce de la existencia de
relaciones de herencia matrilineal una supuesta sociedad organizada y dominada
por las madres que incluso podrían llegar a explotar a los varones.
Engels
tampoco llega a ese extremo, pero en su libro plantea que los descubrimientos
de Taylor entre los iroqueses fundamentan con pruebas materiales la posibilidad
de sociedades matriarcales pre existentes al patriarcado.
La idealización socialista de la mujer
Lo interesante del texto de Löbbe (que debería traducirse y publicarse en castellano para que sea material de estudio) es que demuestra que no es necesaria la hipótesis del matriarcado para fundamentar que el patriarcado surgió como la imposición de los varones como parte del mismo proceso que llevó a la implementación de la propiedad privada y la explotación clasista de la humanidad.
¿Entonces por
qué dos de los marxistas más rigurosos de su época como Engels y Lafargue, sin
necesidad alguna extremaron el protagonismo de las mujeres en la historia
humana hasta llegar a defender la necesidad de una civilización basada en el
gobierno de las madres?
Encontré la
respuesta en lo que creo es la mejor biografía que existe en castellano de Paul
Lafargue. En ella Eduardo Sartelli[5]
soltaba una de sus conocidas bravatas sin sustento pero muy interesante. Casi
sin pruebas, Sartelli destruye la tesis sobre la importancia de la mujer en la
historia antigua y su relación casi genética con los mejores valores de la
igualdad y fraternidad. Digo, no se toma el trabajo minucioso de Carolyn en
1979; se limita a citar a Meilliasoux y un par de autores/as que él consumió en
esos años. Es decir, casi con la misma liviandad “científica” con la que construía
sus hipótesis el propio Lafargue.
Sin embargo
Sartelli arriesga una explicación muy interesante sobre las razones de Lafargue
para extremar tanto el planteo de Engels. En primer lugar, demuestra una
división del trabajo intelectual en la familia nuclear de Marx en la que Paul
se dedicaría a la propaganda, a la divulgación de ciertas ideas de la nueva
teoría aplicadas a examinar los problemas puntuales y cotidianos de la clase
obrera europea. En segundo lugar, Sartelli cree que el impacto emocional de la
muerte de su hijo pequeño provocó en Lafargue una idealización de la mujer.
Lafargue habría caído –según Sartelli- en una profunda crisis existencial
porque como médico no había podido salvar ni a su propio hijo; del otro lado,
esa angustia habría construido una extrema empatía con la capacidad biológica
de la mujer para proteger y nutrir a sus crías.
Esto habría
llevado a Paul Lafargue a defender la idea de una especie de superioridad
genética o atávica en las mujeres, relacionada claro, como buen socialista, con
las virtudes de inteligencia, audacia, coraje y solidaridad, igualdad,
camaradería.
No puedo
decir si Sartelli tiene razón o no. Pero me permito dar mi modesta opinión con
un razonamiento similar. Es posible que Engels y Lafargue, interviniendo activa
y protagónicamente en la lucha de clases del último tercio del siglo XIX, se hayan sensibilizado con el avance constante
y sonante de los Partidos Obreros que ellos mismos habían fundado, con el
avance de la construcción de sindicatos y del poder creciente de la huelga
general y al mismo tiempo del avance de la lucha de las mujeres obreras y
socialistas por los derechos femeninos y contra el patriarcado de la sociedad
victoriana (elevado nivel de patriarcado si los hubo).
Es posible que
se hayan sensibilizado al punto de desear
encontrar una sociedad primitiva matriarcal que identifique los valores de una
sociedad superior en las mujeres, las víctimas más sufridas de la sociedad de
clase en la historia humana de los últimos cinco mil años.
Repito, no
tengo pruebas suficientes o necesarias para asegurarlo, pero sí considero
suficientes para esbozar una hipótesis: la fuerte impresión de la lucha obrera
por la liberación de la mujer del patriarcado puede llevar a los varones
obreros que luchan a un nivel de hiper-sensibilidad y empatía con la lucha de
sus compañeras que condicionen sus hipótesis sobre su rol en la antigüedad.
Humildad, modestia y algo de idealismo en la
ciencia
No sé
Engels y Lafargue, pero a mí me pasó. La madre de Leyla Isis, mi hija de seis
años, es una reconocida y valorada activista en el frente de la lucha por los
derechos de las mujeres trabajadoras y el socialismo. La ruptura de nuestra
familia hace dos años me puso ante la enorme angustia de no ver más a nuestra
hija, al menos no pasar tanto tiempo con ella y también la pérdida de la
cotidianeidad de lucha con su madre, me sensibilizaron al punto de escribir el
artículo que citaba más arriba y que terminó dando forma al libro que tengo
preparado para imprenta.
Hace 80
años Aníbal Ponce defendía una revista muy modesta donde seleccionaba textos que
pudieran estimular la influencia del marxismo sobre la producción científica
local. En su comentario sobre el texto de Lafargue cita las investigaciones que
confirmaban a Engels y Lafargue en la universidad de aquéllos años mostrando la
utilidad de los textos para los investigadores argentinos. Teniendo en cuenta
el contexto de la UBA y la UNLP bajo el imperio del contubernio y la represión
sobre los comunistas y trotskistas a eso llamo yo una verdadera “batalla”
cultural.
La
inspiración de Lafargue, probablemente guiada por la presión de la lucha de
clases de un constructor de partidos obreros y socialistas en medio de la
Europa de la Santa Alianza y el imperialismo, señala correctamente que bajo la
adoración del mito de la inmaculada concepción de la Virgen María se oculta la
supervivencia de una arcaica concepción de las mujeres como protagonistas de la
vida social, al punto de no necesitar de los varones para crear vida. La
supervivencia del mito muestra que las mujeres tenían un rol diferente al que la
ciencia patriarcal les asignaba en los orígenes de la especie. Quizás no haya
sido suficiente para la existencia del matriarcado, pero seguramente no estaban
condenadas por la naturaleza a ser meras recolectoras de manzanas u
organizadoras de la economía familiar.
Las ideas
de Engels y Lafargue guiaron las investigaciones eruditas y fundamentadas de
buena parte de la antropología y arqueología mundial en los cien años
siguientes, tanto en la academia occidental como en la de la URSS. El
conocimiento humano sobre los orígenes de la especie y la lucha de las mujeres
y minorías de género avanzaron gracias a sus “hipótesis” delirantes.
Quizás sea
bueno para quienes dedican su vida al análisis científico de la vida humana
guiar su inspiración en hipótesis “delirantes”. Las miradas no académicas -como
la de un servidor- podrían servirles para rastrear esas hipótesis y encontrar
las pruebas del delirio, o la razón.
En todo
caso, me pareció justificado re-editar el texto de Lafargue en este contexto
tan particular. Entre el 3 de junio de 2015 y el 19 de octubre de 2016 una
verdadera rebelión popular dirigida por las mujeres ha sacudido las bases
cotidianas de la vida en nuestro país. La lucha de las mujeres obreras y de
otras capas sociales por terminar con un sistema social que las condena a la
muerte cada 24 horas empuja a la revisión de todos los prejuicios y todas las
costumbres, en todos los ámbitos de la vida. Nadie se salvará de este terremoto
social.
Ofrezco a
los lectores y lectoras de habla castellana un texto publicado hace 80 años
para reivindicar a los propagandistas y divulgadores que luchamos con la
escritura, la imagen o la música para ayudar a parir una era nueva. Lafargue
nos representa. Reivindicamos también las buenas intenciones, el idealismo sin
bases científicas que a veces nos empuja a pensar o soñar mundos que no
existieron, para sostenernos moralmente en la lucha cotidiana por no perder la
fe en la humanidad.
Porque los
Bergoglio y los Trump, las Hillary y Merkel, las Cristinas y los Mauricios del
mundo han salido a difundir su veneno de mentiras para enterrar las ilusiones
de un mundo igualitario que florecen desde fines de los 90 en
rebeliones populares que han desmentido al “fin de la historia”. Y está muy
bien que busquemos verdades comprobables para desenmascarar a los mentirosos de
la muerte. Pero no seamos tan inocentes de detenernos ante nuestros propios
deseos si no encuentran el aval de las academias o las organizaciones “serias”.
Una
intuición basada en buenas intenciones, si es humilde y no pretende ser más que
eso, puede abrir puertas y derribar montañas.
“El mito de la Inmaculada Concepción.
Estudio de mitología
comparada”
de Paul Lafargue, publicado en revista Dialéctica,
AÑO 1, Nº 4, JUNIO DE 1936[6]
En un estudio sobre el mito de Adán y Eva aparecido en la Revue Socialiste y en otro artículo
publicado por una revista de Londres (Times,
septiembre 1890), traté de aprovechar los hechos conocidos sobre las sociedades
primitivas, nuevamente estudiadas, para explicar la leyenda bíblica de Adán y
Eva y el homérico y enigmático epíteto de “tritogenia Terrenata”, “tres veces
nacida”, que la Ilíada y los himnos homéricos dan a Atenea.
En este estudio, voy a aplicar el mismo método a la leyenda
cristiana de la Virgen María, madre de Cristo.
I
Antes que nada, es necesario preguntarse si el cristianismo
es la única religión que posee el mito de la inmaculada concepción.
Se encuentra este mito en las religiones de los principales
pueblos del Mediterráneo, y se podría agregar, de todos los pueblos.
Tres diosas griegas, Juno, Minerva y Diana, llevaban el
epíteto de “partenos”, “virginal”[7].
Sin embargo, Juno tuvo muchos hijos, y Minerva, la virgen por excelencia, fué
muchas veces madre.
Según Cicerón y Aristóteles, Minerva dio al mundo a Apolo
“patróos”, “protector de los padres”. Vulcano, en esta circunstancia, fué su
marido, o más bien su violador, lo cual no le impidió compartir con ella su
templo sobre el acrópolis de Atenas; las fiestas de las “lampadoforias”[8]
se celebraban en honor de Minerva y de Vulcano. Neptuno, en su calidad de dios
marino, se permitió también un gran número de violaciones; la diosa ateniense fué
una de sus víctimas; pero la Tierra fué demasiado complaciente llevando en su
seno al hijo de Minerva y de Neptuno, Erictonices.
A pesar de sus hijos, la diosa continuaba recibiendo el calificativo
de virgen, y su templo sobre el acrópolis, el Erectión, estaba consagrado a
Minerva “metro partenos”, “la virgen madre”. Era también la diosa tutelar de
las madres violadas, muy numerosas en las primitivas tribus de Grecia, como en
las actuales tribus australianas. Aetia, violada por Neptuno en la isla
Esferia, elevó un templo a Minerva “aputaria” (falaz); cuando Hércules triunfó
de la reina de las Amazonas le consagró a esa diosa el cinturón que a la reina
le había quitado; el día de sus bodas, las prometidas de Trézena[9]
rendían a Minerva el homenaje de sus cinturones.
En la mente de los griegos, la idea de la virginidad y de la
maternidad no se excluían. Veremos enseguida, que virgen madre significaba
madre sin la intervención del hombre, como es el caso de la virgen madre María;
pero en los tiempos primitivos significaba ser madre sin estar casada. Es eso
lo que explica el pasaje de las “Euménides” de Esquilo, en el cual Minerva dice
que “aunque el hombre tiene todo su corazón ella no ha querido jamás aceptar el
yugo del matrimonio”. En Grecia se llamaba “hijos de la virgen” (partenios) a
los hijos de una mujer soltera. La mujer era considerada virgen mientras no
estuviese casada.
La Gran Madre de Dios, cuyo culto, extendido en el Asia
anterior, penetró en Italia en el curso del siglo II a. J.C. era igualmente una
virgen madre, como Minerva. “La madre de los dioses, dice el emperador Juliano,
es la diosa que procrea y que tiene relación con el gran Júpiter; que engendra
y forma a los seres con el padre de todos; esta “virgen-madre” toma asiento al
lado de Júpiter, porque ella es, en realidad, la madre de todos los dioses”.
Como se verá más adelante, el gran Júpiter
tenía una posición muy humilde frente a ella; no era un esposo sino un
José. La madre de los dioses era siempre virgen, a pesar de su numerosa prole,
porque no estaba casada.
Seguramente, la idea de la virgen madre debe haber tenido su
origen en la época que el matrimonio por parejas, según Morgan, reemplazó al
matrimonio por grupos: una mujer entonces permanecía virgen aunque madre,
mientras no estuviera unida por un lazo monogámico. Minerva y la Madre de los
dioses, que pertenecen a la más antigua generación divina, debieron ser las divinidades
de los griegos y los frigios cuando éstos tenían costumbres maritales análogas
a los de los actuales pueblos polinesios.
Más tarde, sin duda, la palabra virgen madre tomó otro
sentido y significó la maternidad sin intervención del hombre. Juno se
glorificaba de haber tenido a Marte y a Hebe sin el concurso de ningún ser
masculino; era su manera de responder a Júpiter que se jactaba de haber dado
nacimiento a Minerva. Isis, la gran diosa egipcia, escribía fieramente sobre
sus templos: “yo soy la madre del rey Horus[10]
sin el concurso de ningún ser masculino”.
Si de las orillas del Mediterráneo, pasamos al extremo
Norte, en Finlandia, encontramos el mismo mito. En la “Kalevala”, el poema
nacional de los finlandeses, se habla de tres vírgenes que son fecundadas por
el aire. Isnatar, la “hermosa virgen”, canta: “soy la más vieja de las mujeres,
soy la primera madre de los hombres, he sido cinco veces esposa y seis veces
prometida”, pero ha seguido siendo siempre virgen: solo debía divorciarse para
volver a ser virgen. Los argivos sostenían que su diosa poliada, es decir,
protectora de la ciudad, Juno, iba todos los años a bañarse a la fuente de
Canatos, en Nauplia, para recuperar su virginidad. Puede ser que las mujeres de
Argos se bañasen en la fuente de Canatos para divorciarse. Lo cual prueba bien,
como siempre, que los dioses sólo reproducían las costumbres de los hombres,
esto es, que los mortales tenían igualmente el privilegio de las concepciones
inmaculadas. El viejo bardo de la “Kalevala”, Wanamoinen, es el hijo de la
virgen Luonnotoi, hija de Ilna, madre de héroes, que fué fecundada por el mar.
Una inscripción de Saigón[11],
uno de los reyes más antiguos de la Caldea, que Lenormand hace remontar a 3.800
a. J. C. dice: “Saigón rey poderoso, rey de Agadé, yo! – mi madre me concibió
sin la participación de mi padre”.
Las hembras de los animales poseían también el privilegio de
las concepciones inmaculadas. Las yeguas de Reso, “más blancas que la nieve y
más ligeras que el aire”, eran fecundadas por el céfiro a orillas del mar.
Boreas, el viento del norte, desempeñaba esta función con las yeguas de
Erictonices.
Las yeguas de Capodocia, del Tages y de otros sitios,
procreaban de esta manera curiosa. Horapolon nos dice que el halcón que en los
jeroglíficos egipcios representa la victoria, simboliza también la madre porque
en la especie de los halcones no se encuentran machos, y por eso las hembras,
para ser fecundadas, tienen que exponer sus órganos sexuales al viento norte.
II
El hombre, celoso de esa pretensión de la mujer de no
necesitarlo para perpetuar la especie, afirmó que él también podía procrear sin
el concurso de la mujer.
Júpiter, en el Olimpo, dio nacimiento a Minerva. San
Agustín, conservó en “La Ciudad de Dios” un verso de Soranus, en el cual ese
dios es llamado “el padre y la madre de los dioses”. Las medallas de Milasa
representaban a Júpiter barbado y con dos mamas descubiertas.
Noum, uno de los dioses del panteón egipcio y uno de los
gerentes de la creación, ponía de su boca un huevo que daba nacimiento a Ptah
creador de los astros.
El escarabajo, según Clemente de Alejandría, simbolizaba en
la escritura jeroglífica el sol y el padre. “Representa, dice Horapolon, el ser
que ha nacido de un solo ser, porque se engendra a sí mismo y no es llevado en
el vientre de una mujer.
“He aquí de qué manera procede. Toma excremento de buey, que
amasa con sus patas para darle forma redonda, que es la del mundo. Una vez que
ha formado su pequeña bola lo entierra… al vigésimo noveno día lo saca y lo
arroja al agua… y sale de ahí un nuevo escarabajo. El escarabajo simboliza al
padre, porque le da nacimiento el macho solamente; al mundo, porque el glóbulo
donde se forma el embrión tiene el aspecto del mundo, y al hombre, porque no
hay escarabajos femeninos, dicen los egipcios”.
Impulsado por el deseo de despojar a la mujer de su gran
función de procreadora, el hombre sostenía que representaba un papel pasivo de
receptáculo. En las “Euménides”, Apolo se encarga de exponer la teoría
masculina: “No es la madre la que engendra lo que se llama su hijo; ella es la
que nutre el gérmen que lleva en su seno. El que engendra es el padre. La
mujer, como un depositario extraño, recibe de otro el gérmen, y si a los dioses
les place, lo conserva. La prueba de lo que digo, es que se puede ser padre sin
necesidad de la madre; ejemplo, Minerva, la hija de Júpiter, que no ha sido
gestada en las tinieblas del seno materno”.
Un mito griego muestra todo el desprecio que los hombres y
los dioses tenían por la función procreadora de la mujer. Júpiter, Neptuno y
Mercurio para recompensar a Enopión, uno de los hijos de Baco, de la
hospitalidad que les había dado, le pidieron que formulara un voto. Enopión les
pidió un hijo y los tres dioses depositaron sus excrementos sobre la piel de un
buey que había sido muerto para regalarles, la enterraron y nueve meses después
nació Orión, a quien Júpiter colocó en el cielo.
Estos mitos nos revelan que los pueblos primitivos tienen
nociones muy vagas sobre la procreación de los seres y que los dos sexos, en un
momento del desarrollo histórico, entraron en rivalidad para saber cuál de los
dos desempeñaba el papel importante en el acto de la generación.
Los dioses no satisfechos con despojar a las diosas de su
función en el acto de la generación, tomaron sus formas, sus costumbres y sus
atributos. Se vistieron como diosas. Había en Lacedemonia un Apolo vestido de
mujer y levando en sus manos el arma de las Amazonas, el “bipéne”. Júpiter, rey
del Olimpo, no creía quitarle nada a su grandeza al tomar el disfraz femenino,
tal como lo prueban diversas medallas en las que aparece vestido de mujer, con
cintas y formas femeninas; el águila, su pájaro simbólico, estaba para
completar su disfraz y darle el carácter de madre. El águila es muy pariente
del halcón, el símbolo de Isis madre; se ha podido confundir las especies de un
país con otro; las especies intermediarias, tales como el gipalto, el
buitre-águila, son comunes. El águila lo mismo que el halcón y otras aves de
rapiña, ofrecen, se dice, esta particularidad, que las hembras son mucho más
robustas y más audaces que los machos.
Este cambio de sexo tenía por fin desposeer a las diosas de
sus templos.
El dios entraba tímidamente bajo el disfraz femenino, para
hacerse adorar, y terminaba por expulsar a las divinidades femeninas. En el
templo de Herápolis la estatua de Júpiter se encontraba al lado de la de Juno,
pero se le rendía un culto secundario; se le ofrecían sacrificios en silencio,
sin cantos y sin flautas; cuando se paseaban sus estatuas dentro del recinto
sagrado, era la de la diosa la que se llevaba primero. Apolo había tenido más
éxito en Delfos que era el templo de la Tierra y de sus hijas las Titánidas,
Temis y Febe (Esquilo, “Las Euménides”). Pan habiendo aprendido el arte de
predecir, se trasladó a Delfos, mató a la serpiente Pitón que cuidaba la
caverna, se apoderó del nombre de Febo y se amparó en el oráculo.
Era, en efecto, para desposeer a las mujeres de sus bienes y
del rango superior que ocupaban en la familia “matriarcal”, que los hombres muy
poco después que los dioses, representaron la comedia del cambio de sexo y de
la “couvade” (parto simulado).
Las mujeres respondieron a esos atentados contra sus
derechos y sus bienes, simulando los atributos del otro sexo. Había en Chipre
una estatua de Venus con barba; dos hombres le ofrecían sacrificios, vestidos
de mujeres. San Agustín dice que en Roma se adoraba a una Fortuna con barba.
Isis y muchas diosas de Egipto estaban representadas con los órganos sexuales
masculinos. Isis había tomado como símbolo el halcón y el escarabajo para
probar que tenía los dos sexos. Los himnos órficos dan a Minerva los epítetos
de macho y hembra (“arsen kai thélus”); Baal, a quien adoraban los israelitas,
era también una deidad bisexuada; también la traducción griega de los Setenta[12]
lo llama tanto “el” como “la” Baal. La divinidad terminó por ser hermafrodita,
como la liebre, que según Plinio, reunía los dos sexos. El tercer himno
religioso del obispo de Tolemais, Sinesios, dice del espíritu infinito: “Eres
el padre y la madre; el macho y la hembra”.
III
Eusebio[13]
trataba desdeñosamente el culto egipcio de “saber del escarabajo” y sin embargo
el mito de la virgen María no es más que una reminiscencia del de las orillas
del Nilo.
Osiris estaba representada sobre la tierra por el buey Apis,
pero como Osiris había sido concebida por su madre Isis sin la intervención de
ningún dios, su representación terrestre debía igualmente surgir de una vaca
virgen sin la ayuda de ningún macho. Herodoto nos dice que la madre de Apis fué
fecundada por un rayo de sol, y según Plutarco, por un rayo de luna. Las
inscripciones jeroglíficas confirman este origen celeste: “Seme propicia, dice
un monumento de Menfis, oh! Apis viva, tú que no tienes padre”.
Jesús, como Apis, no tenía padre, y fué concebido por un
rayo que bajo del cielo. Apis era un buey, pero representaba un Dios, bajo la
figura de un cordero. También Osiris está representado a menudo por una cabeza
de carnero. El dios egipcio Osiris se hizo internacional en los pueblos mediterráneos,
bajo los nombres de Adonis, de Atys, de Thammuz, cuya muerte fué llorada en el
templo de Jehová por las mujeres de Jerusalem (Ezequiel, VIII, 14).
La diosa siria, cuyo culto se introdujo un poco en todas
partes, había caído del cielo en un huevo empollado por una paloma: aunque
habitaba las montañas de Frigia, (muchas de las diosas primitivas habían vivido
al principio en los bosques y sobre las rocas, Minerva por ejemplo) la diosa
siria se llamaba Má, que en frigio significa madre de las ovejas. La
intervención de la paloma en el mito cristiano es de un sello asiático: en el
Asia Menor, la paloma es grandemente venerada en recuerdo de Semiramis y de su
madre Decerta.
La nueva religión, que luego sería el cristianismo, se iba
formando con los mitos de todos los pueblos quebrantados y confundidos por la
dominación romana; de ellos tomó sus símbolos: el árbol, por ejemplo,
representado en Egipto por un ciprés, lo era por una cruz en extremo oriente.
Precisamente porque la religión cristiana fué un compuesto
informe de los mitos en circulación, es que pudo convenir a los diversos
pueblos.
En los primeros siglos era difícil distinguir a los
cristianos de las otras sectas religiosas, cuyos mitos habían asimilado.
Era como para equivocarse; el emperador Adriano escribía a
uno de sus prefectos: “Este Egipto que tú me ponderas, lo encontré ligero e
inconsecuente… Los que adoran a Serapis[14]
son cristianos y los obispos cristianos son devotos de Serapis… Un patriarca
llegado de Egipto es llamado por unos, adorador de Serapis, por otros, de
Cristo”.
Osiris, lo mismo que Jesús, debió sufrir y morir para
merecer el honor de recibir con su madre Isis, los homenajes de los mortales.
El mito de la inmaculada concepción no es pues una invención
del primer siglo del cristianismo, sino uno de los mitos más antiguos: debió
ser elaborado cuando el hombre, para adueñarse de los bienes y la autoridad de
la mujer en la familia matriarcal, redujo su papel en la procreación y cuando
la mujer respondió a esos atentados contra sus derechos y su función,
sosteniendo que no tenía necesidad del concurso del hombre para la procreación.
El renacimiento del mito de la inmaculada concepción se
produjo en el momento en que tambaleaban las bases de la sociedad antigua: la
familia patriarcal se hundía y la mujer del mundo greco-latino se emancipaba
del rígido yugo marital que pesaba sobre ella después de muchos siglos. Las
religiones femeninas de la época matriarcal, en las cuales las diosas dominaban
a los dioses, que se perpetuaron en Egipto y Asia Menor, se introdujeron y
extendieron en todos los países, ahí mismo donde después de mucho tiempo los
dioses masculinos habían desposeído a las diosas de sus antiguas prerrogativas.
Era la revancha, anunciada por Prometeo, que debía “despojar a Júpiter de su
cetro y de sus honores” (Esquilo).
Pero el triunfo fué de corta duración. Las mujeres perdieron
de nuevo los derechos que comenzaban a reconquistar.
La religión cristiana, que retomando y dando gran honor al
mito de la virgen madre, parecía ayudar a las mujeres en su emancipación, se
transformó y convirtió en un instrumento de opresión. No le disputó a la mujer,
su papel en la procreación, pero hizo más, trató de despojarla de su calidad de
ser humano. Se reunió un concilio para discutir si la mujer era o nó un animal
inferior privado de alma; y fué solamente por mayoría de votos que la Iglesia
cristina, fundada sobre el antiguo mito femenino de la inmaculada concepción,
decidió que la mujer tenía un alma como el hombre.
Notas
[1] Brenda Chapman fue
despedida de Disney-Pixar a pesar de ser una de las mejores guionistas y
directoras de cine animado debido a la lucha por el personaje de Mérida. En
2013 encabezó una campaña mundial de rechazo a las muñecas oficiales de Disney
que ponían a Mérida el traje entallado que ella rechaza en la peli. http://www.periodicocentral.mx/2014/absurdos/brenda-chapman-creadora-valiente-vs-disney-sus-estereotipos-princesa.
[2] Crónicas de Leyla (o
cómo educar a tu papá) se puede leer en http://santoscapobianco.blogspot.com.ar/search/label/Cr%C3%B3nicas%20de%20Leyla
[4] Publicada
en Current anthopology, Volumen 20,
No. 2, Junio de 1979, University of Chicago Press.
[5] “Trabajo y subversión. Paul Lafargue y la crítica marxista
de la sociedad burguesa”, en Eduardo Sartelli (comp.) Contra la cultura del trabajo, edcs. ryr, Bs. As., 2002.
[6] Publicado originalmente en 1896 como “Le mythe de
l'Immaculée conception. Etude de mythologie comparée”. Traducido del francés
por Teodora Efrón y notas de Aníbal Ponce salvo que se indique lo contrario. Se
conservan los criterios de puntuación y acentuación del texto original porque
no compiten contra el sentido e ilustran sobre el lenguaje gráfico de esos
años. (N.d.E.)
[7] Uso nombres latinos para las divinidades del olimpo griego
porque son más conocidos, lo cual no es más erróneo que el de dar el mismo
nombre de Dios al Jehová judío, al
Padre eterno cristiano y a la entidad metafísica panteísta. P.L.
[12] Llamada así porque Tolomeo Filadelfo encargó a setenta y dos
judíos de Egipto la traducción griega del Antiguo Testamento (288 a. J.C.).
[13] Eusebio, obispo de Cesarea, (267-340) considerado como el
padre de la historia eclesiástica. Anterior al obispo Sinesios (370-413), poeta
y filósofo, citado por Lafargue inmediatamente antes (N.de Dialéctica).
[14] “La mayoría de los sacerdotes egipcios, dice Plutarco,
sostienen que el nombre Serapis está formado por el de Apis y Osiris, fundados
sobre la doctrina que Apis es la más bella imagen de Osiris”. P.L.
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