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martes, 8 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 6. Recaída

Capítulo 6
Recaída

“rencor, tengo miedo
 de que seas amor”
Luis Charlo y Carlos Amadori, 1932




Cuando volvimos a tocar el suelo con el culo ya estábamos en el cuartucho de la despensa de nuevo. El espectáculo era de mímica. Nosotros a pura risa y abrazos con Victoria, que no podía desdibujar la cara de asombro.
-¿Qué pasó? ¡Boludo contame! ¿Qué pasó? Hubo como unos relámpagos re flasheros… después ustedes desaparecieron… ¿Qué pasó?
-Calmate, calmate –le decía Santos agarrándola de los brazos con la cara de felicidad de un pibe que acaba de salir campeón en la reserva. ¡Casi lo matamos al Pocho, Negra, al mismísimo Perón!!!
Dejé que nuestra alegría y el pánico de Vicky se fueran apagando en el fluir de las carcajadas y las anécdotas apuradas hasta que me pareció prudencial ponerle un corte.
-Expliquémosle en otro lado, a ver si con la que nos mandamos avivamos a los cuervos.
-Dale, tenés razón. Salgamos de a uno, nos vemos en casa.
-Pará boludo que hoy sigue siendo jueves, tengo que ir a laburar a la escuela. Increíble, casi mato al Pocho en Enero del ´19 y tengo que ir a dar clase de yrigoyenismo a Soldati…
-Bueno, bueno, salgamos por diferentes lugares, aguantemos una hora y nos vamos encontrando en el Torino si vemos que todo está tranqui.
-Dale.
Vicky salió por la entrada de Yrigoyen y un rato después salí por la contraria. Era una madrugada de jueves como cualquier otra, pero yo sentía que veía la Avenida de Mayo por primera vez en mi vida, como cualquier turista recién llegado. Era como despertarse de un sueño en el lugar exacto que uno se había soñado. Mientras cruzaba al barcito del gallego que está al lado del 36 billares me sorprendí jugando a descubrir las diferencias entre lo que recordaba de 1919 y la actualidad.
Mi cara de felicidad juguetona contrastaba obviamente con la cara de culo del mozo, que dejaba el trapeador en una pared para preguntarme qué me iba a servir. Mientras devoraba con furia el tostado de jamón y queso con café con leche mitá y mitá me divertía gugleando las fotos históricas de la Semana Trágica. En la clásica foto del batallón de artillería en Lorea creí ver que a los tipos les habían borrado las sonrisas triunfales de la jeta, pero no puedo decir que no hayan sido mis ganas.
“-Venit no pasa nada”
Informaba Santos por wasap.
                                                                                  “-ok voy”
Me subí al asiento trasero del Toro todo exultante.
-¡Pensar que yo podría estar durmiendo a pata larga pero casi liquido al inventor de la Triple A!!
-¿Listo? ¿Vas a seguir en la boludez mucho más? –me cortó en seco Santos, con un tonito que deschavaba el cariño suficiente para que no me lo tome como un reto en serio. –Vos jugando al héroe interespacial pero acá hay mucho laburo por hacer, ¿no te parece?
-¿Laburo? ¿Qué laburo? Nos despachamos al quía que te seguía, ya fue, tírame en casa que me voy a apolillar.
-Uff Leo, parece que no tomás dimensión de las cosas a veces –me retaba con el cansancio de una madre, aunque tenía sólo 25 años –Primero que no sabemos si liquidaron al Sargento Cabral o lo dejaron vivo. Segundo que acá tenemos algo mucho más grosso en las manos. ¿Vos te das cuenta que estos tipos armaron una máquina del tiempo para mover fuerzas de seguridad a los conflictos más importantes de la Historia del país? Los tenemos que parar, Leo.
-¿Quién es el Sargento Cabral?
-El que paró la bala que iba para el General, obvio… -contestó Santos con una carcajada que demostraba que la ocurrencia había sido pensada también como emboscada.
-Muy ingeniosos los tortolitos, pero ¿cómo se les ocurre que “los tenemos que parar”? ¿Quiénes? ¿Nosotros tres? ¿Ustedes se emborracharon de amor? ¿Están de la nuca? Ni en pedo, Vicky. Santos, déjame de joder, hablá con los compañeros, pasá un informe y nos vemo´ en Disney.
-¿Qué informe? ¿Te cayó mal el viajecito? ¿Qué les digo? ¿Que pusimos una mesita en el Congreso y nos caímos por un agujero de gusano espacio-temporal y le sacamos un mail a Perón?
-Propongo que sigamos indagando hasta que tengamos un panorama completo y ahí sí nos reunamos con los compañeros.- otra vez la revolucionaria, la que se tomaba la lucha en serio, no importa en qué frente, la que bajaba todo a resoluciones prácticas.
De vuelta en Ortúzar, compramos lactal y fiambre en el chino de Irruti y nos encerramos en la casa de Santos a definir los pasos a seguir.
Puede parecer raro para el que no es del palo, pero cuando tres troscos se juntan alrededor de una mesa ratona, naturalmente arman una reunión de círculo. Siguiendo el twitter, el feis o los mensajes de los compañeros y compañeras de distintos frentes, nos fuimos comentando las repercusiones de la movilización del día anterior, como si hubiese sido efectivamente el día anterior.
Y sin querer fuimos armando un informe de la situación política, destacando la importancia de la movilización, que no daba cuenta simplemente del deterioro en las condiciones de vida de las mujeres trabajadoras en el país, sino que mostraba que el activismo de izquierda no había caído en la fuerte desmoralización que sufrían los simpatizantes del kirchnerismo en todos lados.
-Se notaban las ganas de salir a luchar después del ballotage- comentó Victoria.
-Lo más importante es la reacción de los trabajadores del diario La Nación, esa es la que va. –señaló Santos.
-Histórico debe ser, una asamblea de periodistas autoconvocada para obligar al diario a publicar un derecho a réplica de los laburantes en contra del pedido de punto final de la dirección fascista del diario… -coincidí.
-Lo que demuestra que acá los únicos que fueron derrotados son los K, el movimiento obrero sigue vivito y coleando.
-Y no va a permitir que este sorete haga lo que quiera.-dijo Vic con esperanza.
-Claro, pero la idea no es ponerle un freno, hay que tirarlo abajo, hay que desenvolver un gobierno obrero…
-Che, che, todo bien, ¿pero no les parece que tenemos alguito entre manos? –decidí cortar.
-¿Pasamos al punto actividades? –tiró la Negra.
-Hablando en serio, no termino de entender el uso puntual de la máquina del tiempo del Barolo. ¿Viajará este tipo sólo? ¿La usarán para movilizar más matones? –las dudas me daban vueltas.
-No creo, Leo, el tipo estaba laburando de enlace directo con Perón. No la usan para movilizar tropa, la usan para algunos “laburos”, pero me parece que uno que yo conozco no labura más…
-¡Qué cagada no haber estado! ¡Que conchudez!
-Tranqui, si seguimos este ritmo ya la vamos a volver a usar…
-¿Y eso? ¿Cómo que la vamos a volver a usar? ¿Para qué?
-Mirá Leo, tenés empresarios italianos poniendo millones de pesos en un edificio monstruoso, para construir una máquina del tiempo, que la usan para cagar obreros a lo largo y ancho del tiempo-espacio. Algo vamos a tener que hacer… ¿me estás dando bola?
-Perá que lo tengo a Tony en el guasáp.
-¿Qué dice el loco lindo?
-Dice que lo llame, que encontró algo nuevo.
-Ponelo en el altavoz
-Dale…
-“Hola locura!! Cómo andan lo pibe??”
-¿Qué hacés Ermassi de la gente? ¿Todo tranca?
-¡¡Esa!!! ¿Volviste Sanctus?? ¿Cómo andan los 7 mares bolcheviques??
-Al pelo, boló… ¿qué onda?? ¿Andamo´ investigando??
-Sí, cuchá loco, los chabones se mandaron una “casita” igualita del otro lado del charco…
-¿En Uruguay?
-¿Si, cabeza, dónde va a ser? Hay un empresario tano, Salvo o Salvi, que se mandó un palacete igualito enfrente, lo luquió al mismo arquitecto y todo…
-Claaaa… soy un pelotudo… el Palacio Salvo, en la 18 de Julio, en frente de la Plaza Independencia… tenés razón…-me golpeaba la cabeza por no haber sacado la ficha antes.
-Ahí vá, locura. Bueno, los dejo que entró laburo acá. Revisen la pata uruguaya del Plan Cóndor chuchis…
Tony nos había dejado picando el bichito. ¿Habrá habido una movida de corte internacional? Conocedores del laburo continental de la CIA con el Plan Cóndor en los 70 no sería nada raro que la movida no se limitara a Buenos Aires. ¿Hasta dónde llegaba todo esto?
-Bueno, hacemos así, nos vamos a Montevideo a ver qué onda con el Salvo.
-Yo no puedo, trabajo.
-¿Vos?
No hubo nada particular en el gesto tierno y sensual con el que Victoria aceptó la invitación, ni tampoco en la velocidad y el entusiasmo. La aventura nos gustaba y si tenía una función política concreta y contribuía a la lucha ni hablar. Pero algo se amargó dentro mío. Me daba cuenta que en algún lado que no quería blanquear seguía latiendo toda una mezcla de deseo y amor desde épocas pasadas.
Los dejé haciendo la sobremesa y me calcé la cara de culo necesaria para meterme en la amansadora porteña, bondi, subte, diez cuadras para dar clase por migajas en Balvanera. Diez cuadras más en medio del calor, los ruidos, la alerta permanente para que no te pungueen, y otra vez el subte, Premetro y zambullirse entre cuatro paredes de durlok para hablar boludeces hasta las 10 de la noche frente a decenas de pibes con problemas más importantes que la Ley Sáenz Peña.
El cansancio me venció y la cama fue una continuidad casi ininterrumpida del bondi.
Pero el malhumor esta vez no se terminaba en la obligación y el yugo del explotado. Me levanté del orto el viernes; me rompía las pelotas no poder seguirla en Uruguay, perderme la acción a cambio de pasarme todo el fin de semana metido en la compu y la biblioteca sacando info. Siempre la tarea intelectual, responsable de la panza fláccida, el dolor de espalda, el asco del tabaco y el mate tibio. Por eso –pensaba- por eso mujeres como Victoria terminaban eligiendo a los de verdad, a los que van al frente, a los que luchan de verdad…
Amargura pelotuda que no por serlo dejaba de ocupar un lugar en mi vida en esos momentos. Amargura que me pegó mal y arranqué el fin de semana con una incipiente depresión que no se iba a cortar así de fácil.
Quizá por eso tomé la decisión más arriesgada y puse en riesgo todo el asunto.
Una cosa fue llevando a la otra y después de un par de tragos de caña por encima de mi medida, ya con varios cds del Julito Sosa esmerilándome el corazón, se me ocurrió la idea de terminar el mismo fin de semana con todos los misterios. La visión de Perón a menos de 50 metros me debe haber impactado profundamente y pensé que podía volver en el tiempo a alguna época donde algún sorete importante no haya sido tan conocido, boletearlo y encontrarle un uso práctico a la maquinita de marras.
Pensé un poco y encontré una salida. Empezar por un personaje menor… por ejemplo, ¿qué tan difícil sería encontrarse un tal José Pedraza en los años 60 en Buenos Aires y hacer “que parezca un accidente”? El tipo tendría qué, ¿veinte años? Y en una de esas todavía no era ni siquiera activista gremial, en una de esas andaba boludeando con la noviecita, lo podía cachar a la salida de la cancha, hacerlo pasar como un ajuste cuentas, qué sé yo la cantidad de estupideces que se me ocurrieron entre el alcohol y el despecho.

Así que mientras Santos y Victoria metían al Toro en una de las bauleras del Buquebús a Montevideo, yo me tomaba el 105 en San Martín, muy tarde, para caerme al Barolo, buscando mi propio destino.

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