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sábado, 12 de noviembre de 2016

CAPÍTULO 12. El otro Palermo

Capítulo 12
El otro Palermo

Mediomundo, Mediomundo,
negro de piel,
blanco también.
Mediomundo, Mediomundo
de afuera qué bien
de adentro no sé.
Una vez al año
es carnaval
y el resto del año
para qué hablar.
Mediomundo, mediomundo,
mundo entero sos.

Letra de Jorge Di Polito y arreglos de Los Que Iban Cantando, grabado el 27 de julio de 1977 en la Sala 2 del Teatro Circular de Montevideo



Hasta esta noche estas situaciones me ponían muy incómodo. Hacía rato que las horas y el trajín de la reunión habían dejado atrás los matecitos espumantes y las faturas. La penumbra del atardecer y su consecuencia nocturna fueron habilitando las birras y un par de grandes de muzzarella y para el momento que la tensión se liberó y descubrimos después de una semana de duras emociones el hilo por dónde empezamos a desandar el camino que teníamos delante -ahora con casi absoluta claridad-, justo antes que Victoria comenzara su esclarecedor relato, el churro había parecido justo para relajar los músculos y desinhibir las conciencias.
Otras noches como éstas se dieron en que me fumaba un par de secas, relajaba y gambeteaba la emboscada más comprometida que venía después, en manos de dos expertos surfeadores del lado oscuro –por desconocido para mí- de los estimulantes y la sexualidad no tradicional. Pero esta vez la posibilidad que la historia de Victoria develara aún más el misterio donde estábamos navegando, la casi seguridad profética de que ya habíamos atravesado el nudo que nos impedía actuar con certeza, me obligaron a quedarme.
Para ofrecernos los nuevos descubrimientos de su viaje en el espacio y el tiempo, Victoria debía comenzar por aclarar por qué se había ido, en primer lugar. El conflicto erótico y sentimental que nos vinculaba desde hace tantos años corría el riesgo de ser expuesto en toda su desnudez.
-No sé si te contó Santos, pero lo mandé a la mierda en uno de los bares de Tres Cruces después que se negara a dejar a todas las demás y jugarse a una vida de aventuras juntos.
-No me lo dijo, pero me lo imaginaba.
-Lo digo de frente porque entre nosotros no tendría que haber giladas. Somos revolucionarios. Ya hace rato que tomamos la pastillita roja y tendríamos que hacer millones de años de pelotudeces para dejar de ser el tipo de gente que decidimos ser. Entre bolcheviques no podemos sostener relaciones hipócritas o plagadas de celos. Bien saben ustedes dos que aunque nos garchemos salvajemente como con Santos, o con la ternura de los amantes de Rayuela con Leo, yo no le pertenezco a ninguno más que a mí misma. Así que no veo por qué te tenés que asustar o poner del orto si te digo de frente que sí, que me le declaré a este pelotudo por enésima y última vez.
-Yo no me pongo del orto, no me analices la cara. Es un poco incómoda la charla nomás…
-Mirá Leo, no voy a explicarte otra vez por qué entiendo que no podemos ser más que amigos sexualizados o buenos amantes. La realidad es que con vos puedo llegar a lugares geniales, pasarla bárbaro en intimidad, flasharla de literatura, ciencia y arte o cagarnos de risa bardeando la tele o viendo The Walking Dead debajo de las frazadas. Pero vos tenés una adicción mucho peor que la falopa, Leíto, vos sos adicto al amor romántico, a la idealización enfermiza de mujeres perfectas, diosas inconquistables y toda esa mierda que en realidad encubre tu terror a morirte solo, tu puta obsesión con encontrar la pareja perfecta y controlada para romperle el culo a tu viejo y demostrarle que sos capaz de ser otro totalmente diferente y aún así cumplir con el mandato patriarcal de construir la familia perfecta. Y no te das cuenta que eso es imposible. O peor, cuando te das cuenta que te metiste hasta el fondo en una relación de pareja que inventaste en tu cabeza pero que no es real, aparece el demonio de tu viejo en el más puro estado y bordeás con el capricho, el vértigo del dominio y se te cae la ficha del violento que duerme dentro tuyo, tu peor enemigo.
-Mi dragón. Sí, es cierto.
-La mierda. Yo pensando en que nos íbamos a enfiestar y resulta que caímos en terapia de grupo…
-Y vos pará de escaparte con la boludez todo el tiempo, cada vez que te ponen en un lugar íntimo mucho más desnudo, pará de rajarle a tu demonio, a tus cagazos y a tu falta de amor. Ya te dije lo que te tenía que decir en Montevideo y no pienso volver a decirlo, pero no vengas con chiquilinadas porque acá se recontra re pudre todo. Lo importante es que este último fracaso con vos me hizo terminar de encontrarme a mí misma y cortar con la boludez. Después de escupirte todas mis ganas de dejar de vagar sola por este puto mundo esa noche, después de vaciarme todo el océano de desconsuelo de la vejiga, de los lagrimales, de donde sea que estaban clavados todo ese dolor y melancolía, ni siquiera me acordé de volver al hotel donde estaba parando. ¿Cómo puede ser que estuviese en mi ciudad, en mi hogar y alquilando un hotel frente a la estación? ¿Cuánto puede estar perdido un ser humano para no poder hacer treinta chotas cuadras y sentarse a tomar unos dulces con la vieja repodrida de mi mamá y tirar los huesos en el viejo catre de mi cuarto? Así que esa madrugada me fui deshilachando y entre toda el agua que corrió de mi cuerpo parece que me fui limpiando, cuando llegué al ranchito de los viejos, abrí la puerta de reja, le tiré una sonrisa a los malvones y los helechos del frente y le toqué el timbre a mi pasado.
-Lo que me asombra no es todo esto, si no que volvieras. Me dijiste que habías decidido quedarte a vivir en Montevideo, que ibas a retomar la militancia y la escritura allá y no sé qué tantas cosas…
-Y no cambié un pelín. Sigo viviendo allá.
-No entiendo, Vic, volviste.
-No Leo, lo maravilloso de toda esta mierda de la logia de arquitectos y escritores fachos es que encontré mi lugar en el mundo, vivo para siempre en Santa Ana.
-Bueno, el milenrama les cayó como el ojete. ¿Estás delirando?
-No boludo, ni un poquito. Juan Carlos Onetti, como tantos uruguayos, tenía el problema del emigrante universal pero agravado. Como ustedes dos bien saben, la experiencia de emigrar es una de las más desgarradoras que existen en este mundo de mierda, bastante cargado de experiencias desgarradoras. El emigrante no tiene hogar, se siente extraño y local tanto en su lugar de origen como en el lugar donde haya tocado recalar. Somos ciudadanos del mundo y extranjeros en todos lados. Pero los uruguayos que emigramos a Buenos Aires mucho peor, porque los viejos amigos están a una hora de viaje y para los pobres vale lo mismo que si estuvieran en Japón. La fantasía de la vuelta está ahí siempre, siempre. Pero también sabemos la enorme montaña de emociones y traumas, además de juntar para el pasaje, que tenemos que pasar. Cuando aparece un tipo hermoso y generoso que te cruza en el auto sin cobrarte un peso tocamos el cielo con las manos como si hubiese llegado Papá Noel a la villa con el carruaje y los putos renos y toda la marimba.
-Onetti…
-Sí, Onetti. Onetti encontró la solución al problema Leo, inventó una ciudad hermosa, Santa Ana, hecha de Montevideo y Buenos Aires. En sus novelas más lindas te das cuenta que va caminando por la esquina de Belgrano y Pasco, ponele, a la sombra de la Santa Rosa de Lima hermosa y cuando describe con total naturalidad el paisaje que va viendo el personaje, a las diez cuadras está tomándose un cortado en uno de los típicos cafetines del centro montevideano. Santa Ana no es una mezcla de las dos ciudades, es las dos ciudades.
-No es por cortar mambos pero…
-Pero sos un cortamambo.
-¿No, boludo, posta, a dónde llegamos con esto? ¿Te estás despidiendo? ¿Eso era lo tan importante que tenías para decir?
-No Leíto, no. Les quiero explicar que al final encontré de pura casualidad una forma de cerrar una herida fundante de mi vida, después de tanto dolor que salió de ahí desde que mis viejos me trasplantaron a esta ciudad a los diez años con los bagayitos y mis hermanas. Ya no voy a sufrir más ese desconcierto, porque el Palacio Salvo no tiene oficinas para viajar en el tiempo, al menos no para atrás como hacen ustedes, sino para los costados, no sé, para deslizarse por la curva, en el mismo presente y cruzar el charco.
-No me digas… no me digas…
-¡Sí! ¡Sí!
Tuvimos que explicarle a Santos un flash de enamorados propio de nuestra vieja relación.
Cuando la conocí, Victoria vivía en el fondo de una casona en Caseros. La primera vez que nos citamos, me llevó caminando desde el centro hasta las vías del San Martín, al único lugar donde su espíritu de gorrión podía sentirse cómodo, en las arboledas desparejas y mal cuidadas del arroyito que corre cruzando la vía para El Palomar. Vicky tenía el poder de trasladarme en el tiempo y el espacio sin necesidad de otra cosa que la tristeza alegre de sus ojos de miel y esa boca carnosa, sensual y melancólica hablándome de la vitamina D -que es buena para los huesos-, de su barrio natal en Flor de Maroñas y la Rambla, mientras yo iba pensando que por primera vez en veintipico de años de adorarlos con fanatismo adolescente, finalmente andaba pisando en un domingo de invierno con solcito, los mismos pastos que pisaron los grossos que hicieron la banda de rock más emblemática de mi generación.
Esos pocos meses de enamoramiento feroz que nos consumieron con alegría y armonía, dos bichos casi idénticamente opuestos, terminaron finalmente en el sueño de compartir una semana entera en Montevideo, con su maravillosa prima, Stephanie, como la canción de Viglietti, haciendo base en el popular Brazo Oriental pero desfilando casi adictivamente por la 18 de Julio, las Llamadas de los tambores por calle Tacuarí, la búsqueda de la mítica Catedral de los esclavos en Palermo, el Palermo montevideano, que es por lejos mucho más lindo que el porteño, y los cerros mágicos del Parque Rodó, frente a la cancha de Danubio.
En una de esas tardes, la mejor de mi vida hasta el momento, recuerdo que soñamos entre tantas cosas con la idea de que Cortázar hubiese sido una especie de adivino del futuro, como el otro Julio, el que en la más tierna infancia nos asombró con la capacidad de predecir cincuenta años antes los viajes por el fondo del mar y el todavía más maravilloso viaje a la Luna.
-¿Te imaginás que en el futuro los japoneses inventen algo para que pase lo mismo que con la Galería Güemes y entremos por la 18 de Julio al Palacio Salvo para salir por Avenida de Mayo al Palacio Barolo?- dijo esa tarde alguno de los dos, con mirada y sonrisa de ácido lisérgico y cartón debajo de la lengua, o quizás lo soñamos juntos y nunca lo dijimos.
Y ahí estábamos, cagándonos de risa de ese azar que tanto nos esforzábamos por comprender pero que nos había dado sin quererlo, un puente espacio-temporal construido por unos reverendos hijos de puta que seguramente se hubiera usado para chupar militantes de uno y otro lado del Río de la Plata en la época que nacimos. Ahora estaba ahí para que dos almas desgarradas y llenas de sueños imposibles hiciesen realidad uno de los más dulcemente utópicos.
Volviendo del idilio, Vicki redobló la apuesta.
-Pero eso no es todo. Lo más importante viene ahora, amigos homoeróticos.
-¿Todavía más miel?
-No, salamín de querubín, todavía no les conté cómo descubrí el portal del Plata.
Y ahora, en medio del humo del tabaco y su planta hermana, rodeados de ese ambiente mágico que lograba a veces el livin de la casa de Santos, como si los 99 mapas de las ciudades más bellas del mundo se ordenasen en una danza para construir otra máquina del tiempo menos octogonal y pequeña pero idéntica en funciones al prolijo desván de la SIDE, esta heroína de cuerpo fibroso que supe ver en combate contra los gases y los palos de la Bonaerense en las puertas de Lear, se transfiguraba en una niña inocente, rodeada de diminutos juguetes de hilo y trapo, dibujando con sus manecitas un encantamiento absolutamente épico.
Sería deshonesto intentar reproducir sus palabras, como si quisiera cometer la pedantería de transcribir una por una en su idioma original alguna de las mil y un historias inventadas por la Sherezade de carne y hueso que nos habló esa madrugada en el mágico primer piso de Ortúzar.
En resumen, una vez que cumplió con su inesperado destino de reconciliación con la madre y visitó sobrinas que supieron ser hijas y calles que atestiguaron amores y luchas del Liceo en su Maroñas de antaño, Victoria se calzó su verdadero nombre de la pila bautismal y como María Verídica se encaró a visitar a sus tíos paternos en el pueblo más obrero del mundo, y del Uruguay, Juan Lacaze.
Su viejo había mamado los cimarrones y a Zitarrosa entre los empedrados y las ligustrinas de una de las cien casitas humildes de las familias que laburaban en las fábricas textiles más importantes y viejas del Uruguay. En parte esa había sido la justificación de la aventura pautada con Santos y conmigo hace menos de una semana atrás, ya que las dos fábricas eran gloriosa y pomposa herencia del Salvo industrial antes de que fuera el héroe trágico de la mafia de cafishios y empresarios discográficos que parió al gemelo de Gardel.
Y así como los descendientes de los negros de Palermo supieron contarles en confidencia el destino misterioso de los hermanos Salvo y Gardel –el bueno y el falso- los descendientes de los obreros que dejaron la sangre en mil heridas cortantes entre lanzaderas e hilos afilados en los galpones ruidosos de las textiles uruguayas, le pudieron señalar al último viejo que había laburado de muy jovencito en los galpones originales.
El viejo le contó, mientras escupía las hebras rubias que los La Paz sin filtro le colaban en la comisura de la boca, que un grupo de delegados había descubierto el secreto oculto del Palacio Salvo, su función de viajero del tiempo, y el uso siniestro y anti-obrero que tenía destinado. Habían descubierto que muchos de los rompehuelgas que los Salvo supieron contratar en esos años de feroces y anarquistas luchas por las 8 horas o contra el laburo forzoso de los botijas, repetían cicatrices y acentos del norte chaqueño. Y así, hilando finito, valga la redundancia, siguieron a uno de los más evidentes hasta el Salvo y descubrieron las oficinas con desvanes ovalados, que el empresario usaba para fines mucho más ruines que la conquista del mundo occidental o la repatriación de los restos mortales del Dante.
Con la última bocanada de humo y una sonrisa de victoria, también le contó el viejo que los delegados rompieron una a una todas las habitaciones carneras sin mucha más vuelta, aprovechando la paciencia y la constancia que tantos años de organizar a los más desamparados les habían regalado por experiencia, dejando sólo una, ubicada en un sótano olvidado incluso por los nuevos propietarios después de la muerte de Salvo, la que protegieron sabiamente, detrás de un falso muro de entrada secreta.
-Y así es como encontré la puerta a Santa Ana.
Pero todavía faltaba algo más para lograr que esa noche tan particular llegase a su fin. Como si tuviese el poder de aparecer en los momentos de mayor clímax, una piedrita tocó certeramente el vidrio de la puerta del balcón de Santos Capobianco, y después del pasaje de llaves y remontar los veintiún escalones del primer piso, llegó al aquelarre, el druida de Parque Chas.
-Qué hacés chabón, llegaste justo para darle cordura al delirio –le dí la bienvenida con el alma ya inundada de pura alegría.
 Ermassi desenfundó el morral de Merlín, repartió sus bendiciones y le puso el giro definitivo a una noche esclarecedora como pocas.
-Estuve colgado en el laburo todo el día viendo los videítos de Borges en yutub y flashé un par de cosas que pueden servirnos, loco.
-¿Qué videítos de Borges?
-Los de las conferencias… ¿te diste cuenta que la de La Divina Comedia la dio el mes que naciste, chabón? ¿Qué loco no?
-Me estás cargando. ¿Están filmadas? ¿Están en you tube? Pero vos sos un hijo de puta, ¿por qué mierda no me avisaste? ¿Te pensás que es una pelotudez ir a encontrarse con uno mismo veinte años atrás?
-Eh… calmaos… -Tony utilizaba giros muy raros cuando estaba escabio- ¿no me vas a decir que fue el viaje más flashero de tu vida?
-Dale, Leo, ahora no tiene ningún sentido que te vuelvas loco con Tony por esto. ¿Qué data tenés fiera?
-Que el libro es un alto flash, loco, y que en el fondo es un manifiesto político, que es lo que el canuto de Borges nunca dice, pero sabe.
-Chocolate por la noticia la concha`etumadre…
-Dale, dale… sí, algo de eso desculamos con el viajecito de Leo… ¿nada más?
-Sí, sí, me colgué viendo un par de videítos más, ¿sabían que hay un documental que se mandó un chabón en el 2012, El Rascacielos Latino, una especie de peli de misterio y suspenso, medio clásica, con un par de hipótesis sarpadas sobre el uso del edificio? Y otra vez me saltó la coincidencia. A qué no sabés qué día se estrenó en el BAFICI, el miércoles 18 de julio…
-Bueno, si fueron un poco pillos lo hicieron coincidir con el nombre de la avenida principal de Montevideo, donde está el gemelo… ¿no te parece?
-Sí, pero no dejo de pensar que hay algo raro en tu cumpleaños, chabón… lo más misterioso es que la peli no se consigue on-line, pero le mandé un wasap a Lore, la cineasta revolucionaria de Plaza y Girardot y me consiguió la dire de la productora, en Parque Centenario, y quedamos en que pasara ahora por su casa a llevarme el dvd.
-Lore, que además de cineasta inexplicablemente grossa también fue marinera por el Mediterráneo… -recordé en voz alta sin darme cuenta que alguna hilacha se me caía por ahí.
-Bueno, bueno, todo muy lindo pero ya es muy tarde y no terminamos de avanzar para ningún lado. Acá lo que nos falta es saber dos cosas: con qué objetivo reactivaron la maquinola ahora y cómo hacemos para cagárselo. ¿Alguna idea, banda de flasheros?
La interrupción de Santos, aunque acertada, no logró correrlo al Tony del eje, porque siempre tenía un eje, incluso cuando menos parecía…
-Es un tema de arquitectos, papu. Esa es mi conclusión. Siempre fue un tema de arquitectos, de constructores de edificios, digamos. En el documental de Canal 7 sale un tipo muy piola que dice que hay que aprender a mirar la ciudad como un todo que es diferente de la sumatoria de ladrillos y caños y cables y asflato, como una especie de mecanismo racional, pensado para fines y con fines que no fueron pensados. Y en un toque me rescaté del mambo ese, que los arquitectos diseñan cada partecita pensando en el todo. Y si Palanti tenía pensado usarla como máquina del tiempo al servicio del dominio mundial de la Gran Italia o alguna como esa, la clave de todo el aparatito tiene que estar en la arquitectura, en el diseño, el plan.
-La Comedia de Dante también fue escrita con un plan arquitectónico –acoté-. La cantidad de cantos y tercetos, la meticulosidad en la descripción de los tres sitios… Sigo creyendo que los tipos planeaban algo muy grosso, como una especie de arma de balística, o de energía de algo, el tema de los faros, ubicados en el Paraíso, el lugar más puro y sagrado, lo que los tipos querían alcanzar, el poder de Dios, alguna cosa por ahí…
-Estás flashando con el Arca Perdida de Indiana Jones… -me bardeó Tony.
-¿Se les ocurre algo mejor?
Y así, entre divagues, se hacía más grande la laguna que no llenaba el vacío que las preguntas de Santos habían señalado como objetivo. Y cuando el bache invitaba al descanso reparador, Tony de repente recordó con cierta nostalgia…
-¿Saben quién escribió este año sobre el tema de las teorías de Einstein y el espacio-tiempo? Pablito Rieznik. Me acordé porque alguno posteó una nota del Periódico de abril… ¿qué loco no? Si Pablito estuviera acá seguro que le sacábamos la ficha más rápido a todo este asunto…
Creo recordar que no tuvimos tiempo para emocionarnos y empezar a tirar anécdotas. Pero no fue el atoramiento con el dolor de su fallecimiento tan reciente. Habían pasado menos de dos meses desde que lo cremamos en la Chacarita y el tremendo amor que teníamos por él hubiera justificado la emoción tan fresca. Sin embargo, cuando escuchamos la última frase de Tony todos pensamos lo mismo.
Nos quedamos mirando a ver quién se animaba a proponerlo, pero creo que el brillo en los ojitos y el primer dibujo de las sonrisas, casi al mismo tiempo, nos demostraron a todos que la moción había ganado por mayoría.
-Tenés toda la razón del universo, Tony –primereó Santos con arrojo y convicción- hay que hablar con Pablo para terminar de sacarle la ficha a todo este asunto.
Y en seguida salimos del letargo encantador de la reunión para organizar y producir el que sería el último viaje en búsqueda de respuestas.


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