El sábado primero de octubre Jorge Bergoglio, alias
Francisco I, rey del Estado Vaticano y de todos los católicos del mundo, en una
visita a Georgia, en el Cáucaso, se dedicó a pontificar contra los enemigos del
matrimonio y la familia.
Su antecesor, el renunciante Benito 16, había usado el
argumento de la naturaleza sagrada, según la que el Creador dispuso “la
dualidad varón-mujer para garantizar la procreación” y que no debería ser
violada; Francisco, más progresista, ha preferido atacar al Diablo, que se
manifiesta en dos formas, la primera como teoría de género y la segunda como
infidelidad.
Es decir que en su Cruzada moderna en defensa de la familia,
el Vaticano defiende en realidad a la familia heterosexual (un varón, una
mujer) y monógama (exclusividad de relaciones sexuales en el límite de la
pareja).
¿Por qué el Vaticano tiene esta obsesión con
la familia tradicional?
Está claro que no se trata de defender preferencias sexuales
“conservadoras”, ya que la Iglesia Católica ha entrenado a sus mejores abogados
en la defensa de sacerdotes que obligan a monaguillos, seminaristas y fieles en
todo el mundo a ser víctimas pasivas de sus pulsiones sexuales más variadas. Y
hasta los registros arqueológicos andan demostrando que las prácticas sexuales
más prohibidas han sido allanadas sin culpa por monjes, sacerdotes y monjas
durante las últimas centurias.
Es que la familia tradicional ha servido para organizar y
garantizar la reproducción biológica y material de la fuerza de trabajo bajo el
capitalismo. La familia heterosexual y monogámica garantiza al patrón la
existencia de obreros a quienes puede explotar directamente en sus lugares de
trabajo o indirectamente, usándolos como desocupados para presionar por peores
condiciones salariales y laborales; pero además le permite tener a raya a las
mujeres, impedir su independencia moral y material, que las lleve a preferir,
por ejemplo, no dedicarse a parir brazos y solamente a usar su cuerpo y
sexualidad para el placer.
De estos nobles principios se desprenden todos los demás: la
condena de la homosexualidad masculina y femenina y toda forma de diversidad
sexual que “atente” contra la reproducción natural de la especie; la condena de
toda práctica sexual que contraponga el placer físico-psicológico a la
gestación, masturbación, sexo oral, etc.; y finalmente las prácticas sexuales
que previenen o interrumpen la gestación, desde el forro al aborto.
O sea que el Vaticano cumple para la clase capitalista
mundial la función de gendarme de la familia tradicional como fuente gratuita
de carne de explotación y nada más. A cambio de ese rol, el Papado es
financiado con el permiso de jugosos negociados, legales e ilegales, morales e
inmorales, como el tráfico de armas. Eso explica el levísimo tratamiento de los
escándalos de pedofilia en lugares tan primer mundo como Boston o Dublin,
siempre con condenas negociadas y en cuotas, permitiendo las prisiones
domiciliarias, etc.. Es decir, la impunidad negociada como conocemos en el caso
de los genocidas argentinos.
De hecho, el catolicismo ha descendido notoriamente en su
vastedad e influencia en los últimos 50 años, reduciéndose a la disputa con
diferentes variantes del protestantismo el control ideológico de las masas
obreras y campesinas de América Latina, África y algunas regiones de la Europa
eslava y Asia Menor. Su capacidad de competencia contra el Islam, el vedismo o
el budismo entre las masas obreras y campesinas de África y Asia es casi nula.
Éstas otras religiones se dedican a cumplir su papel de gendarmes de la moral y
la economía con otras armas que no conocemos a fondo y que no consideraremos
aquí.
El poder Vaticano y su responsabilidad ante
los femicidios
Entre la intelectualidad progresista y los elementos más
avanzados de la clase obrera -que retiraron hace rato los crucifijos y rosarios
de las paredes de la casa-, la práctica papal es vista con relajo y burla.
Sin embargo, el Vaticano es el responsable en países donde
todavía es religión oficial del Estado y donde dirige la educación de las masas
en todos los niveles, como Argentina, de que estas reglas morales produzcan
elevados niveles de femicidios, crímenes de odio contra gays, lesbianas,
travestis y transexuales, la condena a la prostitución de estas/os últimas/os y
me atrevo a decir sin prueba alguna a mano, buena parte de los suicidios y
patologías mentales de la población.
Y esto porque el sostenimiento forzado de una moral
heterosexual prohíbe (garantizada de mil formas concretas, desde la enseñanza
en los jardines, las transmisiones culturales y las leyes de familia) a cada
individuo explorar libremente su identidad sexual y de género para atenerse al
dictado de su genitalidad (varoncito o chancleta), el cumplimiento de un rol
cultural establecido previamente (cosas de nenes, cosas de nenas) y la búsqueda
obsesiva de construir una pareja heterosexual, monogámica y –colmo de la
utopía- eterna.
Quien desde temprana edad se sienta demasiado atraído por
individuos de su propio género y su sensibilidad no pueda soportar el castigo y
desarraigo de sus afectos más cercanos, no encuentra mejor salida que quitarse
la vida; quien puede soportar ese desgarro y encubrirlo bajo diferentes capas
de auto-represión e hipocresía, más temprano que tarde desarrollará distintos
grados de frustración en su vida sexual que se manifestarán en crisis
personales que pueden afectar a sí mismo o a terceros, con diferentes grados de
violencia psicológica y/o física.
Llegamos al extremo de que los varones se sientan lo
suficientemente seguros e impunes, por un sistema moral y legal que los alienta
y protege, a imponer a sangre y hierro su rol de patriarca cuando su pareja o
hija/o osa enfrentarlo y salirse de los roles que les fueron fijados.
El padre, esposo y novio que mata por celos es el brazo
armado de Francisco, porque defiende el matrimonio del demonio de la infidelidad;
el padre, esposo y novio que mata para evitar un divorcio es el brazo armado de
Francisco en defensa del matrimonio sagrado. Las leyes del Estado no instruyen
a las posibles víctimas (madres, hijos e hijas) de sus derechos en la escuela,
ni gastan dinero en protegerlos/as cuando se animan a denunciar abuso y
violencia; y cuando se desencadena lo obvio, la muerte o mutilación definitiva
de la psicología y el cuerpo de la víctima, el Estado encubre, ampara, si no
queda otra impone penas irrisorias.
El varón es protegido por el Estado en su función de brazo
armado y sostenedor de esta política de reproducción natural de la fuerza de
trabajo. Todos los intereses privados que viven de la conciencia de las masas,
es decir del consumo popular, sostienen una imagen del varón dominante, exitoso
si macho, y de la mujer dominada, sometida, ya sea como la geisha que cumple
sumisamente todos sus deseos o bien como la “liberada” que busca su propio
deseo de enamorarse del hombre ideal y construir su familia deseada.
Horas de televisión, cine, canciones populares de todos los
géneros, canciones infantiles en el jardín, y todas las formas de creación de
una moral colectiva llenas de esta ideología. Incluso cuando todo un sector
social de ingresos profesionales o capas de la burguesía han roto esta
obligación y han pasado de la clandestinidad tradicionalmente impuesta por su
clase a una libertad exterior gracias a la sangre derramada por la comunidad
LGTBI en su lucha histórica por sus derechos, incluso ahora que tenemos una
burguesía gay y lésbica cool, Disney no se ha animado siquiera a que la
princesa encuentre el paraíso y las perdices al lado de otra princesa.
Crisis capitalista y crisis familiar
Porque lo que está en juego es la dominación de las masas a
partir de su programación mental. Y por masas nos referimos a la mayoría
humana, la que no tiene otra forma de sobrevivir que venderse a sí misma,
cuerpo y mente, a manos de un explotador/a, para conseguir sus ingresos
necesarios para seguir “viviendo” al otro día y poder ser explotado/a.
Pero Bergoglio se equivoca en señalar a Belcebú. No son los
intelectuales que exploran la sexualidad y la construcción de identidades de
género el principal enemigo de la familia tradicional, no son los/as amantes
que “tientan” a las nobles mujeres y hombres fieles a la “traición” del voto
sagrado del matrimonio quienes más complotan contra él.
El mismo desarrollo del capitalismo en el último siglo
atenta contra esta familia obrera que tanto le conviene. La contradicción fatal
del sistema, el desarrollo de las fuerzas productivas, de la ciencia y la
tecnología, que le permiten obtener más ganancia usando máquinas y software
hacen que necesite cada vez menos trabajadores/as, posibilita que mujeres y
homosexuales no necesiten del “padre proveedor” para conseguir un ingreso y
puedan tener una vida sin ataduras matrimoniales, monogamia o heterosexualidad.
El capitalismo también ha generado las condiciones técnicas para liberar a la
humanidad de la necesidad de la biología para reproducir a la especie humana.
Pero mientras tanto, la propiedad privada de la ciencia, las
máquinas, la tecnología y la tierra para generar riquezas también privadas hace
imposible que esos medios de producción estén en manos del conjunto de la
sociedad y por lo tanto impide el desarrollo de esas libertades familiares y
sexuales. Acá está el meollo del asunto, un sistema social que ha generado las
condiciones materiales para liberar a la humanidad de cinco mil años de
explotación de clase y de género que se niega a permitir esa libertad en pos de
mantener los privilegios de la burguesía y el patriarcado.
Por eso el sueño progresista de las capas más liberales de
la burguesía y las capas medias de la sociedad -a nivel mundial- de la plena
libertad sexual sólo pueden cumplirse en reducidos grupos en sociedades que
tercerizan en otros cuerpos esas necesidades. Si la burguesía imperialista ha
permitido el desarrollo de familias homosexuales, el empoderamiento de la
diversidad sexual, etc. en algunos grupos es porque permite que el Vaticano y
otras empresas privadas de la moral mantengan a la mayoría de la población
obrera mundial encarcelada en las viejas y tradicionales normas de
reproducción.
Del mismo modo que los obreros y obreras de las sociedades
desarrolladas pueden darse el lujo de tener niveles de vida material que hacen
casi invisible la realidad de su condición de explotados/as, porque las
ganancias que no extraen de sus cuerpos aparecen en los bolsillos
de sus
patrones movilizadas desde los cuerpos de los hiperexplotados/as de los
confines coloniales y semicoloniales del “tercer” mundo. Así también los
derechos humanos que la burguesía concede a familias gays y lesbianas,
travestis y transexuales en algunos rincones del planeta se sostienen gracias
al aumento de la violencia de género en el resto del globo.
Por eso es que -con toda razón- tiene plena vigencia el
viejo llamado de los socialistas de más de un siglo a la unidad internacional y
sin fronteras de los pobres de la Tierra para terminar con la explotación
social, incluso también en la lucha por su liberación de la terrible opresión
que sufren las mujeres y todos/as aquéllos/as que pretenden disfrutar de su
sexualidad ateniéndose solamente al disfrute de su propio deseo y la libre
construcción de relaciones familiares basándose únicamente en la necesidad
humana de afecto y solidaridad.
La cuestión es de clase y no de género (pero
también de género)
Nos tiene que llamar profundamente la atención, sin embargo,
que Francisco salga a estigmatizar como el Diablo a los/as intelectuales y
activistas de la teoría del género. Piense lo que piense cada uno/a sobre
ellos/as, no cabe duda que han sido los principales impulsores de la
visibilización de la opresión del patriarcado. Incluso quienes ligan su
producción a intereses de clase que pueden convivir con el sistema social
capitalista sin pena, por su especialización en este aspecto de la vida social
han hecho un aporte innegable a la lucha contra la ideología burguesa.
La cuestión es de clase y no de género (porque la libertad
se conseguirá únicamente derrocando al régimen social capitalista y con la
propiedad social y colectiva de los medios de producción), pero también es de
género, ya que la opresión de las mujeres obreras y de las diversidades
sexuales y de género tienen un papel fundamental en el sostenimiento de la
explotación de toda la clase obrera y sus familias.
Dicho de otro modo, el capital utiliza el sometimiento moral
e ideológico de las familias obreras en el chaleco de la familia heteronormada
como una herramienta importante, más en épocas que su dominio económico se ha
hecho tan débil. La destrucción de la opresión ideológica y moral de la
heteronorma evidentemente obliga sin ningún atajo posible a la expropiación
comunista del poder político y económico de la burguesía. La libertad de género
no será nunca hija de la visibilización y la toma de conciencia, de la batalla
cultural.
Pero esa visibilización y esa batalla cultural presta un
servicio importante a la lucha por el poder político contra la burguesía.
Bergoglio lo sabe y lo grita a los cuatro vientos.
Una dialéctica social y política como tantas otras que
lamentablemente seguimos sin poder conjugar plenamente en la organización de
las voluntades individuales que luchan contra el Estado.
Esto se puede comprobar en la práctica. Las organizaciones
que incluyen un programa de derechos femeninos y de diversidad de género en una
estrategia general de enfrentamiento contra el Estado capitalista en su versión
local e imperialista son las que han conseguido mayores avances concretos en
estos derechos.
En un país tan reaccionario como Argentina, el matrimonio
igualitario (que permite una legalidad tan precaria en términos materiales a
las parejas gay o lesbianas como a las heterosexuales) se ha otorgado como un
lastre por un Estado asediado por la lucha obrera contra el régimen social, con
el interés de remover al activismo LGTBI y a los grupos sociales que reclaman
por sus derechos de la alianza social anticapitalista de la que formaban parte.
Un intento sagaz de restar fuerza a la principal fuerza social que puso en
jaque todo el edificio de dominación social en Argentina. Lo mismo hicieron con
los sectores vinculados a la lucha por la cárcel a los genocidas de la
dictadura o los artistas, científicos e intelectuales que pelean por
condiciones materiales de sostenimiento de su creación.
Esos mismos sectores que fueron cooptados y arrancados de la
lucha común contra el Estado ahora rugen contra el nuevo gobierno porque ven
amenazadas esas “conquistas” tan frágilmente conseguidas.
No se trata de que el anterior era mejor y este es el
demonio. Se trata de la limitada capacidad del propio régimen para otorgar concesiones
a las masas. El capitalismo está en crisis y debe proteger sus ganancias
rabiosamente. No queda billetera para andar comprando voluntades y aliados,
otorgando derechos que resten a la ganancia de la clase empresarial. Lo mismo
sucede con los obreros y obreras yankees y europeos/as que ven irse por el
inodoro el “sueldo social” del Estado de Bienestar y deben aprender a vivir “a
la sudaca” después de tantos años.
La crisis capitalista viene a barrer con las ilusiones de
libertad sin revolución por dos vías.
La burguesía intenta salvar al capital de
su enfermedad mortal, la tasa decreciente de la tasa de ganancia, atacando
todas las condiciones de vida de las masas, quitándoles derechos y libertades,
garantías y sueños y por el otro lado empujando a una guerra entre capitalistas
que ya tiene desangrados a varios continentes y amenaza con dar un salto de
calidad en torno a la masacre de Siria.
Los obreros y obreras conscientes tenemos un gran desafío
por delante. Quienes tenemos entre ceja y ceja al Estado y su poder social y
económico no podemos permitirnos el lujo de enemistarnos con el activismo que,
en cambio, sólo tiene entre ceja y ceja las libertades sexuales y de género.
Básicamente porque el fin de la opresión de las mujeres trabajadoras y de la
diversidad sexual es de suma importancia para liberar a las familias obreras de
las pesadas cadenas que oprimen su conciencia, que garantizan su sometimiento
material por medio de mecanismos “ideológicos”, que las obligan a “tomar el
látigo en sus propias manos” y “defender a sus verdugos”. Y también porque los
activistas genuinos del movimiento LGTBI en su propia experiencia de idas y
vueltas con el Estado irán decantando conclusiones que les permitirán ver
claramente que con el capitalismo la opresión patriarcal está garantizada por
más maquillaje que le pongan.
Dos años pasaron del #niunamenos. Varios más del matrimonio
igualitario. Nada ha cambiado substancialmente en nuestra sociedad. La enorme
presión de la violencia sicológica y material sobre las mujeres y las
diversidades sexuales es abrumadora, insoportable, desesperante. Quienes
sostienen con sinceridad que el capitalismo no es el problema, siempre que se
atengan a los hechos, tarde o temprano van a descubrir que no es así. La crisis
mundial se lo va a demostrar palmariamente.
Es hora de construir puentes entre quienes tenemos un mismo
enemigo. No de dinamitarlos por rencillas pasajeras.
Si no nos organizamos, nos matan.
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