que organiza la trata
y está contra el aborto…
Canción
anónima,
Plenario de Trabajadoras
Desperté con todos los síntomas típicos de
una resaca que se fueron diluyendo, con resistencia, al correr de los mates. En
medio de la rutina laboral de las mañanas, corrigiendo, escribiendo, chequeando
meils y todo lo demás, me golpeó el recuerdo de la noche anterior y me puse a
chusmear, por joder nomás, el delirio de Capobianco.
Al principio me lo tomé en joda pero
terminé leyendo varias páginas sobre la teoría de la relatividad de Einstein y
todas las hipótesis que habían derivado de ella y con el tiempo y la nueva
tecnología al servicio de la ciencia se iban demostrando correctas en lo
esencial. Para mi sorpresa, la teoría de los gusanos de tiempo-espacio había
sido planteada originalmente por Ludwig Flamm en 1916 y mejorada
matemáticamente por Hermann Weyl en 1921, complementándola con las
apreciaciones de Einstein. Me encontré leyendo observaciones muy sesudas del
propio Stephen Hawkins, todos nombres muy serios en el campo.
La hipótesis plantea que ciertos fenómenos
descubiertos en el universo, como los agujeros negros famosos, son variaciones
de la materia que parecen indicar la existencia de un universo plástico o
penetrado por formaciones que exceden la imagen lineal que tenemos de él, con
nuestra modesta imaginación de pagadores de impuestos en la cola del locutorio.
El planteo es que hay “túneles” de materia, causados por alteraciones
provocadas después de explosiones de estrellas determinadas, en las que la
materia podría entrar por un extremo y aparecer en otro punto del universo, en
otro espacio y, quién te dice, en otro momento del tiempo.
Después fue zambullirse en otro martes
insoportable, de colectivos y subtes, de directivos rompiendo las pelotas por
boludeces, de sufrir todo lo denso de mi profesión, respirando un poco dentro
del aula, gracias a la juventud maravillosa de nuestros barrios obreros.
La docencia tiene todavía -a pesar de las
entregadas de la celeste de CTERA y los avances de las reformas del Banco
Mundial- uno de los mejores convenios colectivos de trabajo. Compartimos con
los estatales la posibilidad de tomarnos seis días al año sin tener que dar más
justificación que “razones particulares”. El miércoles me tomé uno de los que
me quedaban para dedicarle el día completo a la militancia. Lo hago siempre como
recurso íntimo que me permite quitarle tiempo a la explotación, salirme un
poquito de la alienación cotidiana y usarlo para combatir a los dueños de la
muerte.
Arrancamos bien tempranito agitando la
marcha de la tarde entre las enfermeras y médicos del Hospital Tornú con un
trío imbatible: Alicia, Denise y Florencia. Qué lindo era hacer actividades
políticas y de paso aprender de las historias de vida de estas tres increíbles
mujeres, madres, militantes, seres sensibles con los que podíamos hablar de
arte, religión y medicina… las compañeras eran verdaderos nutrientes…
Tenía estas cosas en la cabeza cuando salí
de la boca del subte en Estación Congreso para arrancar la marcha. Todos los
años es una fija la movilización de las agrupaciones feministas y los partidos
de izquierda contra la violencia hacia las mujeres. Este año tenía sin embargo dos
características que la hacían políticamente destacable. Primero porque fue el
año del terremoto político y emocional que generó la rebelión callejera del
#niunamenos el 3 de junio. Además, habían pasado sólo un par de días desde el
domingo del ballotage que consagró definitivamente al nuevo presidente,
confirmando la sorpresa de octubre y obligando a medio país a resignarse ante
lo inevitable: el kirchnerismo había caído en desgracia mucho antes de lo que
se esperaba.
Era por lo tanto la primer movilización
callejera en medio de la “transición presidencial” más desgarradora de la
historia nacional moderna. Dos semanas hasta la asunción -el 10 de diciembre-
en las que el pueblo sería sometido a un culebrón sobre el bastón de mando y el
protocolo, mientras los dos alfiles de los explotadores arreglaban por debajo
de la mesa los pases y enroques que garantizarían los tejes y manejes de cada
uno en la nueva etapa.
Muchos estaban golpeados, deprimidos,
desorientados. Las compañeras de izquierda no.
En particular estimo mucho estas marchas,
porque despliegan lo más mágico y erótico de las mujeres en combate. Con
centenares de movilizaciones y luchas callejeras en el lomo desde la juventud,
puedo decir que las mujeres marchan diferente a los varones. Me recuerda las
vibraciones que provocan en el cuerpo las llamadas
en Montevideo, algo de particular tiene la voz colectiva de las esclavas cuando
su grito se libera.
La última luna llena de la primavera y el
primer día de calor rabioso después de un año desesperantemente frío y húmedo
en el Río de la Plata prometían que esa marcha fuese especial.
Capobianco apareció casi al final, o al
menos eso me pareció, ya que lo veía entrar y salir de las columnas,
probablemente saludando o reencontrándose con compañeras y amantes.
No le dí mucha importancia, pensando que
se había olvidado de la charla de la última noche, como quien deja pasar de
largo algunos sueños que alguna vez parecieron tan serios y realizables pero
que después de sopesarlos racionalmente, hasta le da vergüenza haberle dicho
cosas así a gente cercana. Pensé que ni siquiera me iba a saludar cuando nos
cruzásemos.
Pensando así me topé con ella. Se hacía
llamar Victoria para encubrir el bautismo católico y virginal que sus padres
inscribieron en el registro civil y ese sólo dato me hubiera alcanzado para
enamorarme de ella. Pero lo hice mucho antes de conocer su nombre, varios años antes
para ser honesto.
La primera vez que la ví estaba
profundamente deprimido. Fue en la primera movilización a Plaza de Mayo
exigiendo la aparición con vida de Jorge Julio López, en setiembre de 2006. Me
habían echado de la pequeña organización política en la que había militado los
últimos seis años. Había atravesado un juicio interno, con jueces y fiscales
incluidos, estalinismo residual de unos intelectuales trasnochados de Filosofía
y Letras que creíamos haber descubierto la llave de la lucha de clases que le
faltaba al proletariado argentino y como mucho rumiamos un neo-idealismo de
izquierda, que alguien llamó correctamente bogdanovismo
tardío.
Como el juicio no logró quebrarme, tenía
prohibido participar de movilizaciones para no entrar en contacto con otros
miembros de la organización, para no contagiarlos con mis “desviaciones”. Me
negué a someterme a la condición de leproso y para esquivar a los delirantes
marché sólo, desde Congreso a Plaza de Mayo cuando la concentración recién
empezaba, parándome a una distancia prudente de dos cuadras y chusmeando la
movilización de lejos, como marchando de reojo. Cuando la movilización llegó a
la Plaza no pude contenerme y me escabullí entre las columnas de la izquierda y
de a poco me fui metiendo hasta llegar al escenario.
Ahí la ví por primera vez, entre la penumbra
de mis traumas y frustraciones políticas y personales, entre la maraña de
brazos, palos de tacuara y bolsas de arpillera pintadas de rojo y oro, trepada
a las vallas que la Policía Federal había puesto a la altura de la Pirámide de
Mayo después del argentinazo, en su ingenuo intento de proteger la Casa Rosada
de la costumbre popular de meterse en ella para tumbar títeres de explotadores.
Ella, metida en el agite, cabalgaba ambos
lados de la valla de hierro azul marino con dos vigorosas piernas, torneadas en
ébano y flameaba un trapo rojo enorme, con sus fibrosos brazos en tensión y una
sonrisa escupiéndole su belleza política en la cara al cordón de milicos. Su
torso se elevaba épico, agigantado por el efecto del punto de vista en
contrapicado desde donde yo la admiraba: gallarda, rampante, con el cuello y el
rostro hinchados de sangre, a punto de explotar en el grito de las canciones
que vomitaba como metralla sobre los asesinos de compañeros…
Mucho después supe que era una de las
organizadoras jóvenes más capacitadas de las nuevas camadas universitarias del
Partido, ganada al calor de la lucha contra la Franja Morada radical en Veterinaria,
provista del coraje y la claridad política de un cuadro setentista y de un
humor y alegría propios de las nuevas generaciones de rokanrol y tribuna, de
birra y faso, nacidas en los últimos años de los ochenta.
Esa imagen romántica me fascinó por
completo. Una Libertad Morena encabezando la Revolución como sacada de un
cuadro de Dellacroix pero de carne y hueso. Hermosa guerrera bolchevique nacida
y criada en un barrio obrero de Montevideo descendiente de gauchos, campesinos,
indios e inmigrantes de Asia y Europa, faraona gitana y heroína araucana,
aymara o guaraní, me llenó de sueños idílicos de un mejor futuro para mi vida
sentimental y para la lucha colectiva de mi pueblo. Si ese tipo de mujeres estaban
naciendo, mientras parecía que los sepultadores del argentinazo hacían su
trabajo con éxito, el futuro no podía ser más esperanzador.
En alguna tarde melancólica me juré a mí
mismo ser el hombre necesario para estar a la altura de una mujer como ella,
enamorarme y construir una familia. Fue la primera vez que soñé con tener una
hija y ponerle su nombre, Victoria, porque qué otra cosa puede desear un
revolucionario que ganar…
La recuerdo corriendo bajo las balas de
gomas en la huelga del Casino, interviniendo certera en las asambleas de la
huelga docente en las escalinatas del Normal 4 o los plenarios de los Sutebas
combativos, en las marchas por Mariano, en los aguantes durante el juicio que
impusimos a Pedraza en Comodoro Py, enfrentando la represión de la patota del
SMATA y la Bonaerense en la puerta de LEAR…
Pero las mujeres como Victoria me son
simplemente esquivas. Lo mismo que me seduce y atrae de ellas es lo que me
aleja inevitablemente. Son guerreras inconquistables, autónomas de cualquier
intento banal de seducción varonil, figuras alejadas de la costumbre
pequeñoburguesa de la pareja tradicional. De todos modos, aprendí a admirarlas
de lejos, después de muchos intentos fallidos de concretar mis fantasías
personales a su lado.
Me tocó el hombro desde atrás cuando
cruzábamos la 9 de Julio y para saludarla tuve que girar en redondo, lo que
hizo que surgiera para mí del medio del sol anaranjado y abrasador del crepúsculo
porteño, derritiéndome con la visión pero reconfortándome con el fresco de su
ancha sonrisa.
-¿Qué hacés acá, no estás laburando a esta
hora? ¿Y tu bella hija?
-¿Cómo andás? Me tomé el día para
movilizar, la nena está con la madre, en la cabecera… ¿y vos?
-Acá, luchando, como siempre. ¿En qué
andás? Hace rato que no te cruzo.
-Se... muchas elecciones… acá, entreverado
con el laburo, la lucha… y los delirios de tu amigo… ¿ya lo viste?
Victoria y Santos Capobianco tenían una
relación apasionada, romántica en el sentido más filosófico del término. Yo la
conocía porque solían adoptarme como puente cada vez que se buscaban, se
tanteaban o hacían cortocircuito después de algún encuentro furioso. Aceptaba mi lugar con tranquilidad, sin
envidias ni celos, contento de poder formar parte de esa historia desde la
platea preferencial de los personajes secundarios.
-Nunca me dijo que volvía. Además mejor,
debe haber estado revolcándose por ahí con sus mil y una novias.
-Como si vos no hicieras lo mismo, Vic -
corté el mambo y le conté sucintamente los sucesos de nuestro reencuentro
nocturno y su delirante paranoia. Cuando esperaba alguna chanza o bardeo me
descolocó.
-Como en Cortázar –dijo, frunciendo el
ceño, para subrayar la profundidad de la observación.
-“Para un roto siempre hay un descosido”
decía mi vieja, y no se equivocaba. ¿Qué dijiste? ¿Qué carajo tendrá que ver
Cortázar con los gusanos tiempo-espacio de Einstein?
-Siempre intentando controlar tus
percepciones de la realidad, Leo, siempre. Lo que me contás, la posibilidad que
vos llamás delirio de que haya un gusano espacio-temporal ubicado en la ciudad
de Buenos Aires, me hizo recordar automáticamente el cuento de Julio sobre la
Galería Güemes, que entra por Florida y sale en medio de París. Ahí tenés un
gusano perfecto en medio del microcentro.
Victoria no admiraba a Cortázar como
cualquier ser humano normal. Su fascinación con el belga criado en Banfield era
propia de la sacerdotisa de una religión laica, una estudiosa de cada pliegue
de su biografía personal y su literatura. La Negra Victoria era una
especialista en Cortázar, pasión que había asumido desde los nueve años, cuando
comenzó a tomarse en serio la literatura y la ciencia, a pesar de que después
de nacer y criarse en Montevideo, su familia había recalado en una de las
villas más rudas del oeste del Gran Buenos Aires, otrora barrio de obreros del
transporte. La Negra se hizo a sí misma contra un sistema educativo que le
prohibía el disfrute del arte y la ciencia por su condición de mujer, pobre y
negra.
Las heridas que le propinaron en esos
duros años de convertirse a los golpes literales en una mujer, coincidieron
para ella con una férrea defensa de su objetivo de convertirse en artista,
mucho antes que la vida la convenciera de transformarse en una guerrera de su
clase. Por eso había que tomarse en serio a la Negra Victoria cuando hablaba de
Julito, como gustaba nombrarlo, para dejar claro que su relación con él era del
mismo nivel de intimidad que con una pareja.
-Julio Cortázar jugaba mucho con la idea
de la literatura como un encuentro de diferentes tiempos y lugares en la
imaginación del escritor. Forjó en sus textos una verdadera filosofía que
fundamentaba esta posibilidad. Es probablemente lo más impresionante de su
trabajo, prestarle atención a aquellos detalles que pasan desapercibidos para
la gente en medio de su vida cotidiana, traerlos al primer plano y descubrir lo
maravillosos e increíbles que son. A vos te parece un delirio que existan
deformaciones en la materia que posibiliten viajes en el tiempo y el espacio
pero no te parece delirante que existan formaciones de cemento encubriendo el
terreno que durante millones de años formó la naturaleza sin ningún tipo de
control humano.
-Pero son ejercicios de la imaginación,
Victoria. No me digas que Cortázar creía seriamente que eso existiera en la
realidad como existen el sol o las estrellas. ¿O te parece que en serio si
entrás por la Galería Güemes terminás saliendo a París? ¿Estás abandonando el
marxismo?
La Negra me tiró esa mirada fulminante que
tenía cuando el enemigo se le plantaba frente a frente. Una especie de latigazo
que te intimidaba y te paraba en seco, con el sudor frío recorriéndote la
espalda.
-No sé si sos un pelotudo o un tarado,
Leo.
-Si supieras la cantidad de veces que por
distintas cosas me dijeron lo mismo… pero nunca por criticar la idea de la
literalidad del pensamiento maravilloso de Cortázar.
-No quiero decir que Cortázar estuviese
convencido que había un gusano en pleno microcentro, tarado, lo que te digo es
que defendía con seriedad el planteo de cuestionar la percepción deformada de
la realidad que nos imprime la cotidianeidad en el cerebro, que nos impide ver
cómo lo que nos parece “normal” es por lo general el verdadero disparate y
artificio. Nunca soy más marxista que cuando defiendo a Cortázar.
-Disculpame, esperaba un enfoque más
racional, algo como una explicación del dejá vu… no sé…
-Bueno, ahora que lo decís… en 1952 Carl
Jung se mandó un librito muy interesante, Sincronicidad
donde analiza ese tipo de sensaciones.
-¿Cuál Jung? ¿El discípulo de Freud?
-Según Scoro eran algo más que maestro y
discípulo, pero rompieron en 1913 porque Jung buscaba una explicación diferente
a la libido como motor inconsciente de la psicología humana, lo que lo llevó a
la reivindicación científica de teorías mágicas de las diferentes culturas de
la historia humana. Acuñó lo del inconsciente colectivo, la idea que todos los
seres humanos tenemos una misma constitución emotiva esencial que nos empuja a
construir arquetipos básicos sobre los que elaboramos nuestra conciencia. Todo
el mundo considera que se bandeó al pensamiento mágico y el esoterismo.
-¿Y cómo se explicaría lo de trasladarse
en el tiempo que nos pasa cuando pisamos ciertos lugares?
-Diría que la energía de las experiencias
traumáticas que la lucha dejó en el inconsciente de Santos operan una
modificación concreta de su ambiente que traen a su consciente esos recuerdos,
activando eventos sincronizados con esas experiencias. También admite la
posibilidad de que el cerebro funcione rumiando una lista de características
similares, activando mecanismos que repiten patrones dentro de la teoría de las
probabilidades matemáticas.
-Mierda. ¿Cómo sabés todo eso?
-Me interesa mucho indagar sobre los huecos
que dejó la ciencia académica en la comprensión del funcionamiento de la
conciencia humana.
Antes
que empezara a hablarme de la neurociencia, su nueva pasión, Santos nos
interrumpió saliendo de la nada misma, evidentemente excitado, pero con su aplomo
de siempre.
-Lo acabo de fichar, está acá.
-¿No me pensás saludar, arrebatado?
-Qué hacés, hermosa, siempre peleando…
contra el Estado digo…
-Y contra todos los machos que se me
crucen, sean de la clase que sean… ¿a quién viste?
-Al servicio.
-¿El de Kobane que me contó este?
-Gracias por el artículo demostrativo, la
putaqueteparió…
-Tenés el estómago frío Leo, ¿ya le
contaste todo?
-¿No me encargaste una investigación,
pelotudo? Estaba tratando de refutar científicamente tu teoría delirante pero
ésta dice que es absolutamente posible. Dios los cría…
Antes que me pusiera pesado contra su
relación amorosa, me cortó en seco con un gesto y nos empujó gentilmente hacia
un kiosco de revistas y diarios cerca de la esquina de Esmeralda. Desde el
improvisado refugio nos mostró a un tipo alto, morocho y fornido, con una
expresión siniestra y dura, como si fuese una máscara de madera tallada de
arrugas, con una especie de sombra permanente que impedía el menor brillo en su
rostro. La mirada parecía vaciada aunque se veía que buscaba algo entre la
gente.
-¿Ese es el servicio de Kobane?
-Exactamente ese. Está buscándome. Pasa
bastante desapercibido aunque no se parezca en nada a nosotros. Es bueno.
-Cacemos al cazador –dijo Victoria,
agazapada en pose de tigresa de bengala a punto de saltar sobre la aorta de su
presa.
-No, pará. Sigámoslo para ver dónde tiene
su base en la ciudad. A ese tipo no le vamos a sacar nunca una confesión- dijo
Santos y nos convenció.
Nos separamos con el compromiso de
mantener la vista clavada a más de 50 metros de distancia del sujeto, cosa que
cumplimos sin ser descubiertos todo lo que duró la marcha, aprovechando tantos
años de militancia en los que conocimos decenas de compañeros y compañeras de
diferentes regionales y organizaciones populares, con lo que nos mimetizamos en
las columnas, siempre lejos de los lugares donde deberíamos marchar
habitualmente.
Cuando las sombras violáceas del atardecer
comenzaban a inundar la punta de lanza y el gorro frigio de la Pirámide de
Mayo, el servicio había desistido de su búsqueda y se retiraba de la Plaza hacia
el oeste.
Ahora era más difícil seguirlo sin ser
detectados, porque la desconcentración de la marcha se retrasaba y las calles
no estaban pobladas de cuerpos donde escondernos. Nos íbamos mensajeando por
wasap y decidimos mantener la persecución en los mismos términos, equidistantes
del sujeto y entre nosotros.
Así caminamos parando cada tanto a esperar
el bondi, preguntar la hora o mirar libros y vidrieras. El tipo no nos
registraba, parecía concentrado en ganarle al atardecer.
“Sólo falta que además de viajar en el
tiempo sea también un vampiro”, se me ocurrió escribirles pero lo borré de
toque para no quedar como un pelotudo. Aunque a esta altura del delirio y
después de la charla con Victoria ya no sabía qué podía ser menos sospechoso:
un servicio atravesando el continuum espacio-tiempo o un vampiro-ratti.
De
repente se metió en la entrada del Pasaje Barolo, cortando lo que parecía una
carrera silenciosa por Avenida de Mayo. Los tres nos miramos de lejos
discutiendo con mímica qué convenía hacer. La mirada que me cruzó Victoria
mostraba además una sonrisa orgullosa, remarcando la coincidencia cortazariana
entre nuestra conversación y el refugio del servicio. Una mirada tipo “¿qué te
dije?”.
Fuimos entrando por separado, y tomando
posiciones aleatorias aprovechando que los comercios y oficinas del Pasaje
seguían manteniendo la actividad suficiente para hacer creíble la maniobra.
Por medio de señas seguíamos al sujeto, que
rápidamente tomó el ascensor y se dirigió al sexto piso. Santos subió a
zancadas las escaleras mientras Victoria y yo los seguíamos de lejos en el otro
ascensor, con el tiempo justo para ver cómo el siniestro tipo se metía sin
llamar al timbre ni usar llave detrás de una puerta de madera pintada de un
blanco opaco y pulcro, casi gris, como las de los viejos hospitales de los años
cincuenta, o la de los cuarteles militares.
Pintado en letras de molde perfectas se
podía leer sobre el vidrio esmerilado: Oficina 128, Agencia de Noticias
Saporiti. Esperamos un tiempo prudencial a que pudiera salir alguien pero no circulaba
gente por la oficina, y tampoco parecía que nadie más tuviera ocupaciones en
todo el piso, también blanco, monótono y helado como la puerta, despoblado como
un cementerio.
A los 30 minutos nos reunimos en el mismo
rellano de la escalera en que se quedó Santos. Casi sin palabras, susurrando y
con señas, discutimos brevemente cómo seguirla.
Ellos querían entrar. Yo quería
convencerlos de volver en horario comercial con algún tipo de argumento banal,
una encomienda o algo por el estilo para caracterizar mejor.
-No se escucha ningún ruido. El tipo está
solo, o cenando o durmiendo- decía con énfasis en los ojos la indomable
Victoria.
-Tiene razón la Negra, Leo, es nuestra
oportunidad agarrarlo acá, de improvisto.
-¿No dijiste que era al pedo interrogarlo?
¿Para qué? ¿Lo querés apresar?
-Shhhh, boludo, no levantes la voz, caído
del catre. No importa, lo registramos de arriba abajo, estamos evidentemente en
una fachada, debe haber papeles o algo que delate la operación.
Como siempre, acepté la voz de la mayoría
y decidimos entrar.
Con los testículos obstruyéndome las amígdalas, cagado hasta las patas,
sin siquiera un objeto contundente o filoso a mano que me sirviera de placebo,
observé como Santos y Victoria, enfrentados y con las caras a punto de besarse,
concentrados como soldados en combate pero divertidos como niños haciendo
travesuras a la hora de la siesta, torcieron el picaporte y, con total asombro,
sintieron que se entregaba sin resistencia, permitiéndoles el paso.
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