La verdad sea
dicha lo extraño al loco. El patio de la escuela se transformaba en un
confesionario. Nuestro código era que mientras durase la caminata en círculos
suspendíamos cualquier tipo de hipocresía entre nosotros. Él se sacaba la
careta de alumno responsable que quiere terminar el secundario para ser “alguien
de bien” y yo me dejaba de hacer el sacerdote bueno de Chesterton o el cura
aplastado por la duda existencial de Graham Greene. También perdíamos el
sentido de la orientación.
Sobre nuestras
cabezas el claro sol del sudoeste porteño dibujando tonalidades de celestes en
degradé al lila, cortados por pinceladas de óleos dorados, anaranjados y rojos
sobre los penachos de vapor que armaban las nubes en su corrida.
Desnudos bajo el
cielo de Soldati, nos desnudábamos.
La última tarde
fue muy bizarra. Hacía un año ponele que lo habían devuelto medio muerto de
Marcos Paz. En medio del shock todavía se aferraba a una ilusión de vida normal
y yo le había vaticinado que el viejo barrio lo iba a volver a chupar.
Dicho y hecho un
año después me viene a contar con ese lujo de guionista de cine que tiene para
contar anécdotas de la última que se había mandado. Claro, ya no era el pibe
rescatado laburando en gris para comprar pañales. Ahora las bandas más pesadas
del Carrillo le habían puesto el ojo a un soldado que habá sobrevivido a la
tumba. No importaba un carajo lo que él dijera, un soldado así, que roba por
necesidad, que no necesita darse un pase para hacer un laburo, pura tensión,
inteligente e incluso, bondadoso. Esos tipos no se mandan cagadas, cumplen la
misión y se aguantan la que venga.
Y lo engancharon
de nuevo. Lo convencieron los 500 mil pesos que se supone había en el
aguantadero de un transa de poca monta adentro de la veinte. Sus nuevos
patrones no tenían ningún interés en un porcentaje del “vuelto” que estaba en
esa caja. Su interés terminaba en el castigo contra la pyme que laburaba bajo
el amparo de los federicos, para que entendiera dónde sí y dónde no. También lo
querían probar para cosas más gordas.
También lo
terminaron de convencer los seis meses pateando con los currículums dibujados
las veintenas de laburos que no lo tomaron. Que la dirección donde vivía, que
la pinta, que si no se aguantaba el maltrato del gerente de recursos humanos.
-Ahora encima te salta el prontuario...
Nuestro debate
circular, sin principio ni fin, ni fondo.
-Tenés que
largar este laburo, pibe, no llegás a los 40…
-¿Y usté se cree
que no lo sé, profe? Pero para rescatarme me tengo que borrar del barrio.
Suponga que me voy bien lejos, a Flores, o Caballito. ¿Cuánto sale un alquiler?
El más barato, una pocilga. ¿Seis mil pesos?
-Ponele.
-Y la comida y
la ropa y la SUBE… ¿dónde pego un laburo de doce lucas? Ya lo intenté todo
profe. No hay salida. El único laburo que sé hacer y me da guita es este, me lleve
a donde me lleve.
Me contaba sus
cuentas y yo ¿qué le iba a decir? ¿Qué la educación era la salida? Diez años de
universidad y esa tarde estaba cinco mil pesos abajo entre los aumentos del
alquiler y las tarifas de la luz y el gas y el Ministerio de Educación porteño
que se obsesiona en pagarme cuando se le canta el traste.
Tuve que
reprimirme las ganas de acortar la anécdota y pedirle que me regale cinco mil
pesos de los 500 mil que suponía había sacado.
Pero ni el tiro
del final.
Resulta que cayeron
a lo del transa en un auto que luquiaron cerca de plaza Flores, con cinco ñerys
del barrio. Le cayeron tipo dos de la madrugada, seco y directo, patada la
puerta de entrada, a los gritos con las armas cortas y largas, encañonaron al
transa en calzones y al hijito de cinco años.
-Decime dónde
guardás la plata o te reviento al mocoso.
El transa los
paseó por toda la casa.
-Ni en pedo le
iba a balear al pibito, profe. Pero no me quería poner a gritar y amenazarlo
mil horas. Le puse cara de loco y el tipo aflojó en un toque.
Me contaba
asombrado las cosas que vió. En una habitación la familia del transa, como diez
en una pieza, en la de al lado equipos de audio de coches y camionetas, dvds,
celulares, en la otra fierros, falopa, lo de siempre.
-¿Te ablandaste,
boludo? ¿Qué esperabas encontrarte, helechos?
-Pasa que en una
abro una puerta y había gente apilada, profe, en cuchetas, de todas las edades,
durmiendo y cagando ahí… esclavos.
La historia
terminó con uno de los suyos pegando el grito desde la otra punta del
aguantadero que ya había encontrado la caja con la guita y tomándose el palo.
La secuencia había sido demasiado rápida para decir nada, así que salieron
tirando cuetazos al aire.
A la salida de
la villa me cuenta que se cruzan con un federal montado en un triciclo.
-Me dije, si me
dice algo lo bajo, prefiero un agujero en la panza que volver al penal.
Se vé que el
rati le leyó la mente porque se hizo el boludo con las capuchas y las armas
largas y siguió camino piola.
El quía que
había dado la voz de salida resultó ser un vendido. Cuando llegaron a la casa
de uno dijo que había encontrado sólo 100 mil pesos.
Se apiadó un
poco de mí para no fundirme demasiado los nervios y no me contó cómo terminó
sus días el traidor de los 400 mil pesos choriados.
La verdad es que
lo extraño. Cuando subo la cuesta de San Pedrito en la bici para ganar
Rivadavia a la noche, volviendo del laburo, ruego para que sea él quien me
cruce la moto y se apiade del profe y su bici vieja que todavía pago en cuotas;
cuando me tomo el 92 para ir a buscar a mi hija a la casa de su madre espero
ver su hermosa mirada de pibe travieso detrás del grito y la trompada, para que
no me lleve los doscientos pesos que me quedaron hasta fin de mes.
Y de paso me
cuenta en qué anda y volvemos a ser dos tipos sinceros dando vueltas en el
patio del colegio.
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