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jueves, 13 de octubre de 2016

Orientación vocacional

La verdad sea dicha lo extraño al loco. El patio de la escuela se transformaba en un confesionario. Nuestro código era que mientras durase la caminata en círculos suspendíamos cualquier tipo de hipocresía entre nosotros. Él se sacaba la careta de alumno responsable que quiere terminar el secundario para ser “alguien de bien” y yo me dejaba de hacer el sacerdote bueno de Chesterton o el cura aplastado por la duda existencial de Graham Greene. También perdíamos el sentido de la orientación.

Sobre nuestras cabezas el claro sol del sudoeste porteño dibujando tonalidades de celestes en degradé al lila, cortados por pinceladas de óleos dorados, anaranjados y rojos sobre los penachos de vapor que armaban las nubes en su corrida.

Desnudos bajo el cielo de Soldati, nos desnudábamos.

La última tarde fue muy bizarra. Hacía un año ponele que lo habían devuelto medio muerto de Marcos Paz. En medio del shock todavía se aferraba a una ilusión de vida normal y yo le había vaticinado que el viejo barrio lo iba a volver a chupar.

Dicho y hecho un año después me viene a contar con ese lujo de guionista de cine que tiene para contar anécdotas de la última que se había mandado. Claro, ya no era el pibe rescatado laburando en gris para comprar pañales. Ahora las bandas más pesadas del Carrillo le habían puesto el ojo a un soldado que habá sobrevivido a la tumba. No importaba un carajo lo que él dijera, un soldado así, que roba por necesidad, que no necesita darse un pase para hacer un laburo, pura tensión, inteligente e incluso, bondadoso. Esos tipos no se mandan cagadas, cumplen la misión y se aguantan la que venga.

Y lo engancharon de nuevo. Lo convencieron los 500 mil pesos que se supone había en el aguantadero de un transa de poca monta adentro de la veinte. Sus nuevos patrones no tenían ningún interés en un porcentaje del “vuelto” que estaba en esa caja. Su interés terminaba en el castigo contra la pyme que laburaba bajo el amparo de los federicos, para que entendiera dónde sí y dónde no. También lo querían probar para cosas más gordas.
También lo terminaron de convencer los seis meses pateando con los currículums dibujados las veintenas de laburos que no lo tomaron. Que la dirección donde vivía, que la pinta, que si no se aguantaba el maltrato del gerente de recursos humanos.

-Ahora encima te salta el prontuario...

Nuestro debate circular, sin principio ni fin, ni fondo.

-Tenés que largar este laburo, pibe, no llegás a los 40…

-¿Y usté se cree que no lo sé, profe? Pero para rescatarme me tengo que borrar del barrio. Suponga que me voy bien lejos, a Flores, o Caballito. ¿Cuánto sale un alquiler? El más barato, una pocilga. ¿Seis mil pesos?

-Ponele.

-Y la comida y la ropa y la SUBE… ¿dónde pego un laburo de doce lucas? Ya lo intenté todo profe. No hay salida. El único laburo que sé hacer y me da guita es este, me lleve a donde me lleve.

Me contaba sus cuentas y yo ¿qué le iba a decir? ¿Qué la educación era la salida? Diez años de universidad y esa tarde estaba cinco mil pesos abajo entre los aumentos del alquiler y las tarifas de la luz y el gas y el Ministerio de Educación porteño que se obsesiona en pagarme cuando se le canta el traste.

Tuve que reprimirme las ganas de acortar la anécdota y pedirle que me regale cinco mil pesos de los 500 mil que suponía había sacado.
Pero ni el tiro del final.

Resulta que cayeron a lo del transa en un auto que luquiaron cerca de plaza Flores, con cinco ñerys del barrio. Le cayeron tipo dos de la madrugada, seco y directo, patada la puerta de entrada, a los gritos con las armas cortas y largas, encañonaron al transa en calzones y al hijito de cinco años.

-Decime dónde guardás la plata o te reviento al mocoso.

El transa los paseó por toda la casa.

-Ni en pedo le iba a balear al pibito, profe. Pero no me quería poner a gritar y amenazarlo mil horas. Le puse cara de loco y el tipo aflojó en un toque.

Me contaba asombrado las cosas que vió. En una habitación la familia del transa, como diez en una pieza, en la de al lado equipos de audio de coches y camionetas, dvds, celulares, en la otra fierros, falopa, lo de siempre.

-¿Te ablandaste, boludo? ¿Qué esperabas encontrarte, helechos?

-Pasa que en una abro una puerta y había gente apilada, profe, en cuchetas, de todas las edades, durmiendo y cagando ahí… esclavos.

La historia terminó con uno de los suyos pegando el grito desde la otra punta del aguantadero que ya había encontrado la caja con la guita y tomándose el palo. La secuencia había sido demasiado rápida para decir nada, así que salieron tirando cuetazos al aire.

A la salida de la villa me cuenta que se cruzan con un federal montado en un triciclo.

-Me dije, si me dice algo lo bajo, prefiero un agujero en la panza que volver al penal.

Se vé que el rati le leyó la mente porque se hizo el boludo con las capuchas y las armas largas y siguió camino piola.

El quía que había dado la voz de salida resultó ser un vendido. Cuando llegaron a la casa de uno dijo que había encontrado sólo 100 mil pesos.

Se apiadó un poco de mí para no fundirme demasiado los nervios y no me contó cómo terminó sus días el traidor de los 400 mil pesos choriados.

La verdad es que lo extraño. Cuando subo la cuesta de San Pedrito en la bici para ganar Rivadavia a la noche, volviendo del laburo, ruego para que sea él quien me cruce la moto y se apiade del profe y su bici vieja que todavía pago en cuotas; cuando me tomo el 92 para ir a buscar a mi hija a la casa de su madre espero ver su hermosa mirada de pibe travieso detrás del grito y la trompada, para que no me lleve los doscientos pesos que me quedaron hasta fin de mes.


Y de paso me cuenta en qué anda y volvemos a ser dos tipos sinceros dando vueltas en el patio del colegio.

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