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sábado, 29 de octubre de 2016

CAPÍTULO 1. El retorno de Santos Capobianco


PRIMERA PARTE: LUNA LLENA DE PRADIAL



Capítulo 1


El retorno de Santos Capobianco

“Nel mezzo del cammin di nostra vita
mi ritrovai per una selva oscura
ché la diritta via era smarrita”

La Divina Comedia
Dante Alighieri, 1321



Escribo con apuro porque siento el aliento de la muerte a cada paso que damos. Necesitamos que este informe llegue a la militancia y simpatizantes para que sepan que estamos dando batalla. Intentaré ser honesto, aunque veo la historia de esta última semana frente a mí como si saliera de un fantástico sueño, como en un grabado de Escher donde todo lo que parece, no es.
Todo comenzó en el pasaje del domingo 22 de noviembre del 2015 hacia el lunes 23. La radio seguía voceando los resultados definitivos del año más electoralero de la historia argentina. Treinta y tres semanas de las cincuenta y dos que tardamos en darle la vuelta entera al sol, nos las pasamos de votadera.
La fiesta de la democracia había sido una enorme borrachera y dejaría flor de resaca.
La ventana del departamento de la calle Artigas que alquilaba hace dos años sería la única iluminada del viejo barrio Rawson. Entre mates y Particulares, corregía los jeroglíficos de mis estudiantes secundarios de Balvanera y Soldati, y las galeras del que quería ser mi primer libro de cuentos.
El viento no se movía. Los árboles del Parque de Agronomía, al costado de la cancha de Comu, no venían a susurrarme sus leyendas como antes. El viento norte aseguraba el calor sin necesidad del sol. La madrugada –para ser precisos- era una selva negra y húmeda.
Estaba a punto de abandonarme al sueño y el cansancio cuando sonó el clásico rington del wasáp. Detrás de su foto de perfil, Santos Capobianco volvía a aparecer en mi vida.
“-Estás? Tenemos que encontrarnos urgente. Me persigue la SIDE.”
Ya estaba acostumbrado a estas apariciones sorpresivas de Capobianco. Siempre usaba alguna artimaña, una especie de emboscada imposible de gambetear. Ya sabía que no era sano negarse. Lo mejor era rendirse y entregarse, aceptar el destino.
Hacía más de dos años que no lo veía, desde que me reclutó para fiscalizar el escrutinio definitivo de las PASO del 2013 en una provincia grande del Litoral. Necesitaba un cerebro obsesivo para deducir las boletas robadas en las urnas, detrás de los numeritos “objetivos” de los telegramas de la justicia electoral. La peor cloaca de la democracia que pisé en mi vida.
Aunque militaba en El Partido desde su primera adolescencia, Santos Capobianco llevaba unos años autoasignándose lo que él mismo había bautizado como “operaciones especiales”. Así había resuelto sus innumerables crisis intentando mantener una militancia profesional y una vida propia. Llevaba tatuado en el cuerpo el programa del Partido, que consideraba el mejor que existía en esta coyuntura, pero se negaba a casarse “hasta que la muerte los separe” con la organización concreta que lo encarnaba. Por eso se ofrecía a las tareas más difíciles, abrir frentes nuevos de lucha, meterse en escenarios nunca abordados.
Reconozco que lo idealizo. En mi imaginación, Santos Capobianco hacía todo lo que yo hubiese deseado hacer si me alcanzara el coraje. Era el espejo donde quería duplicarme. Aunque nos criamos frente al mismo Paraná, mientras la infancia me nutrió de cobardías y padrenuestros, “no te metás” y “por algo habrá sido”, Santos escuchaba de su vieja las nanas de la lucha de los setenta en la que había dejado lo mejor de su juventud. Cuando la vida me puso de testigo entre las masas sublevadas el 20 de diciembre del 2001, Santos Capobianco tiraba las piedras que tumbaron al presidente y que yo hubiese querido empuñar.
Cultivábamos con menos esfuerzo del requerido una amistad importante, de esas que definen en muchos aspectos la vida de un hombre. No me avergüenza confesar que admiraba su particular sensibilidad para comprender el funcionamiento de la realidad social y política del país y del mundo, así como esa romántica y libertaria ética que guiaba sus relaciones personales con el resto de la especie.
Era obrero de cuna. “Cuarta generación de esclavos” como le gustaba recordar para autodefinirse con el comienzo de su novela preferida, el Espartaco de Howard Fast. Así resumía el árbol familiar de sus abuelos, que habían dejado de ser campesinos en la vieja Europa para venir a remarla en el barro de campos y fábricas de la pampa húmeda, fusionándose con los herederos de los gauchos y guaraníes en una ciudad que se había prendido como un gajito a orillas del Paraná Medio.
Admito que admiraba la historia de su vida. Todos los obreros jóvenes de este país vienen naciendo con las heridas emocionales y materiales de la explotación de sus padres tatuadas en el cuerpo y la mente. Para sostenerse en la madurez están obligados a un enorme esfuerzo de reconstrucción sobre esos escombros. Nacen con el alma partida y no les queda otra que soldarla a golpes de fragua para caminar por sus propios medios.
La presión por resolver las necesidades que obliga la pobreza y el imperativo de sostenerse fiel a su conciencia de clase fueron las dos características que Santos siempre sostuvo en este valle de lágrimas. Dos madres que lo dotaron de una increíble creatividad, capaz de encontrar las soluciones más disparatadas para los problemas más imposibles.
Pero también lo hacían un individuo demasiado genial para ser absorbido y asimilado fácilmente por el estómago de la sociedad, no ya de la burguesía, a quien nunca quiso seducir, sino de sus propios compañeros de viaje y lucha, que la mayor parte de las veces no lográbamos encontrar la forma de encastrarlo en alguna de nuestras normas de sociabilidad y militancia.
Eterno vagabundo, nómade irredento, parecía sufrir físicamente los períodos prolongados de tiempo cuando la vida lo obligaba a sedentarizarse alrededor de un trabajo fijo y rutinario. En los últimos años, después de millones de profesiones, había recalado en una que no tiene oficina ni fábrica fija: era mecánico de barcos, obrero industrial y marinero al  mismo tiempo.
Era una solución perfecta y dialéctica para sus obsesiones, una conexión con el mundo arraigada en un viaje permanente. Satisfacía su ansiedad lúdica de conocer nuevos paisajes y personas, enriquecerse con las diferentes formas azarosas de vivir y luchar en este planeta. Cuando un lugar lo atraía, pasaba temporadas enteras allí, escogía un trabajo, se camuflaba como un explotado más, organizaba la lucha y disfrutaba los fines de semana con sus nuevos hermanos y hermanas de clase. Hacía realidad la fantasía que reconoció leyendo por accidente La noche quedó atrás de Jan Valtin.
De paso, combinaba sus capacidades políticas de organizador con su curiosidad de niño juguetón. Cuando pasaba tiempo en tierra organizaba los frentes más diversos y anudaba lazos de una red internacional. Una tarea, además, que al Partido le resultaba útil para concretar el esfuerzo de organizarse junto a los explotados del mundo.
Cada vez que encaraba una aventura política que necesitaba de alguien “serio”, se aparecía como un fantasma, desplegando su histrionismo seductor para reclutarme a su servicio. Éramos amigos, sin duda, pero en la lucha yo era su asistente. Me gustaba pensar que formábamos un buen equipo.
Aunque era probable que se tratase de un delirio paranoico, la vida me había enseñado a no subestimar nunca los pedidos de ayuda de mis amistades, por disparatados que me pudieran parecer. Así que respondí al wasáp proponiéndole una cita en horarios más normales.
Casi al mismo tiempo que las dos tildes del chat se volvieron azules, el timbre del portero sonó corto y claro. Me asomé al balcón y lo ví, parado en la esquina, mirándome debajo de una gorra negra raída, con el escudo de Peñarol en la frente y una sonrisa triunfal dibujándose detrás de la sombra de la visera.
Me resigné a lo que vendría y le tiré las llaves para que subiera.
Después del abrazo, se repetía el ritual. Con la impunidad de un amigo íntimo, Santos comenzaba a criticar cada aspecto de mi hogar, cambiando de lugar objetos, tirando a la basura otros, barriendo o limpiando donde le parecía. Un vendaval que me ayudaba a ponerle fin al desorden insoportable de la casa con el que también preparaba el escenario para su epifanía.
No parecía un hombre perseguido, todo lo contrario, estaba eufórico.
-¿En serio te persigue la SIDE o no sabías qué carajo inventar para caerte a casa a esta hora? ¿No podés ser un amigo normal, rata de alcantarilla?
-Creo que se pudrió todo, Leo.- dijo, con una sonrisa de felicidad que confirmaba la veracidad de la situación, ya que a Santos Capobianco la presencia del enemigo, lejos de perturbarlo, lo estimulaba.
-Ya que no queda otra, contame.
-No es tan sencillo de contar. Vamos a necesitar algo más. ¿Tenés el Jameson?
El whiskey irlandés era un código. Confirmado, no iba a ser una noche más. Le habilité el culito de la última botella que me regalaron el invierno anterior y me dispuse a participar de esa danza mágica que Santos desencadenaba cada vez que venía a reclutarme para sus aventuras.
-¿Qué le estás poniendo?
-Esencia de milenrama, lo descubrí en un pueblito rural a orillas del Río Amarillo. Tenés que verlo, es lo más parecido al Paraná que existe en Asia.
-No menciones su santo nombre en vano.
-Con todo respeto, vos sabés. Es el fermentado natural que se usa para hacer Absentya en el Mediterráneo.
-¿Ajenjo? ¿No está prohibido eso?
-Todo lo que me hace bien está prohibido por los dueños de este mundo, Leíto. Cuchá, vine porque me acordé de esta piedra.
Tenía en sus manos uno de los tantos recuerdos que poblaban las repisas de mis dos bibliotecas de pino. Entre las manías obsesivas que vengo desarrollando desde la juventud, está la de juntar todo tipo de souvenirs. Alguna vez leí a los 15 años que los etruscos, mucho antes de la expansión militar de Roma, tenían la tradición de juntar una piedra del camino cada vez que vivían un momento clave de su vida. Las ponían dentro de un jarrón específico y antes de morir, rompían su jarrón y rememoraban el viaje y sus paradas. O al menos así  recuerdo que empieza una de las novelas que más profundo impacto me causó en esos años sombríos, El etrusco, de Mika Waltari.
Las seis repisas de mis bibliotecas, la estufa camuflada de hogar a leña y cada plano sin función aparente de mi depto estaban colmados de recuerdos de ese estilo: adoquines de madera o piedra de diferentes calles de Buenos Aires, un pedazo de los palcos de la Bombonera, tornillos de hierro recolectados de vías de ferrocarril, muñequitos, adornitos, globos sin inflar, anillos, relojes, la casa entera era un jarrón lleno de fetiches.
-No es una piedra, más respeto.
-Bueno, señor acumulador, por este pedazo de baldoza que tenés en la repisa. ¿Cuándo vas a tirar toda esta basura a la mierda? ¿Tan poco te interesa coger a vos?
-No entiendo por qué mierda tenés que venir a romperme las pelotas con las “piedras” cada vez que venís a pedirme un favor. Y soy tan pelotudo que no te rajo de una patada en el orto sino que encima te dejo que me liquides el Jameson. Contame qué tiene que ver esa baldoza con la SIDE y dejá de sermonearme, carajo.
-Siempre tan amable, vos.
Santos combatía sin vaselina mi nostágico apego al pasado porque sabía que muchas veces se transformaba en el tobogán nefasto de la melancolía y la depresión.
-Dale, explícame que no entiendo nada.
-¿Nunca pensaste que los objetos pueden retener la energía de la persona que los usó? ¿Como una llave o una cajita, que si se usa bien, si encontrás la puerta correcta te puede llevar a ese mismo momento?
-¿Entonces en vez de un viejo acumulador, mi biblioteca es un contenedor de emociones?
-Como si fueses el guardián y protector de las llaves de la puerta dimensional. Un anticuario de máquinas del tiempo y el espacio.
-¿Es joda no?
-Para nada. El tema es así –cambió de tono, se ató el pelo con una gomita y se dispuso corporalmente para la epifanía. Contemplo con el asombro de la primera vez el placer de relajarme y atestiguar una sucesión inconexa de gestos e historias, como ver a Ringo Bonavena haciendo sombra en el lívin de su casa, como leer las mil historias en los tatuajes del hombre ilustrado  de Bradbury, un monstruo de mil caras moviéndose en el comedor de mi casa transformado en escenario de Shakespeare.
-Me vine de emergencia de Kobane.
-¿No te habías ido a Siria?
-En el verano pasado, sí, en un barco petrolero. Hicimos escala técnica y aproveché para retomar contactos que no veía hace mucho. La situación no está tan linda como cuando estalló la primavera del Magreb. En Siria se está librando el ensayo de la próxima guerra mundial, Leo.
-Sí, ya leí El Periódico, pero ¿cómo llegaste a Kobane?
-Estuve un tiempo en un pueblo que se llama Urem-al-Kubra, 150 km al sudoeste de Aleppo, en una brigada internacionalista intentando sostener una fábrica textil tomada por sus 700 obreros y sus familias. Aguantamos lo que pudimos. Los compañeros se la habían expropiado al patrón que los negreaba para proveer al ejército de Assad y los rusos y se negaban a laburar para los nacionalistas musulmanes del Ejército de Liberación, para no bancar ni a los yanquis ni a los turcos. Teníamos la esperanza de que un sector de la clase obrera siria encontrase una posición independiente de las bandas del imperialismo que se prueban las uñas con la masacre de su pueblo, pero nos duró poco: le metieron un bombazo teledirigido y se acabó la esperanza.
Así que aproveché que mi barco seguía rumbo hasta el Mar Negro, por el Bósforo, cargando crudo y gas licuado por donde pasaba, como un lechero que agarra la 14 de acá a Posadas, pero por el Mediterráneo…
-Qué tipo con suerte sos, la concha de la lora…
-En algún momento arreglé que me enganchaba en la vuelta en algún puerto georgiano o turco, me rajé para el Kurdistán y me plegué a la lucha contra el Estado Islámico.
-No te puedo creer…
-¿Te parece que me lo iba a perder, bolas? ¿Luchar contra el fascismo islámico bancado por la CIA? ¡Qué poco me conocés!
-¡Como irte a las brigadas internacionales a España en el 36!!
-¡Mejor todavía, ganando! Llegué justo para colaborar en la liberación de Kobane, en enero, y me quedé.
-Basta, no me cuentes más. Me hacés sentir mal. La envidia me mata.
-No boludo, es en serio. Me tuve que venir de todo eso antes, imagínate lo serio que es.
-¿Y por qué volviste?
-Cuando estábamos revisando fotos del enemigo que nos llegaban de la inteligencia rusa, reconocí una cara.
-Me jodés.
-Para nada, resulta que era el mismo tipo de la SIDE que tiraba plomo colgado de la puerta del Duna por Avenida de Mayo el 20 de diciembre de 2001. La misma cara.
-Naaaa.  A vos te hizo mal el sol del desierto. ¿A eso viniste? ¿Por eso te tomaste lo que quedaba del whiskey? ¿O te pegó mal el milenrama?
-Te hablo muy en serio, pelotudo, hay un agente de la SIDE que me está persiguiendo.
-¿Desde el Argentinazo, Santos? ¿Hasta Kobane? ¿Catorce años después?
-No te estoy diciendo que sea lógico, ni que entiendo lo que está pasando. Por eso vengo a verte. Para entender.
-¿Porque tengo un cascote del Argentinazo en la repisa de mi biblioteca?
-Ponele. Y porque sos el tipo más obsesivo que conozco para una investigación y lo suficientemente delirante para darme bola. Y porque estoy preocupado. Porque me persigue el Estado.
-A través del tiempo y el espacio.
-¿Ves?
-Era sarcasmo Santos, sar-cas-mo.
-Averigüémoslo de todos modos.
-Suponiendo que te de bola, ¿cómo investigamos un delirio así?
-No sé, tocá tus contactos, tus amigos del Ojo Obrero estuvieron filmando ese día, sacaron un video. En una de esas aparece el tipo en alguna imagen, o tienen acceso a material de archivo. Si hay una imagen de ese tipo ellos sabrán cómo detectarla.
-Ah, lo pensaste en serio. Ahora sí que estoy preocupado. ¿Cómo sabés que no es una confusión entre dos caras parecidas?
-Sencillo, porque tengo recuerdos perfectos de ese día. De los dos días digo, el miércoles 19 y el jueves 20. Porque cuando estoy combatiendo físicamente al enemigo la adrenalina me pone extremadamente lúcido, como un ácido lisérgico.
-Como en la remera esa “La droga que más me pega…
-…es luchar contra el Estado”. Claro, como en la remera. Pero posta. Me pasa eso. Antes de llegar a la columna de Diagonal Norte me habían mandado con otros compañeros a caracterizar la posibilidad concreta de avanzar por Avenida de Mayo hasta la Plaza. Y en medio de los gases, por 9 de Julio, pude ver al Duna chirriando gomas y escupiendo plomo contra la masa. Del rostro que tiraba sentado en la ventanilla no me olvido más.
-¿Y estás seguro que es la misma cara de Kobane?
-Sí.
-¿Positivamente?
-Sep.
Debo confesar que a pesar de conocerlo, no estaba preparado para creer una cosa así. Y eso que una de las cosas que me atraían de Santos era que sus delirios siempre se hacían realidad. Pero a pesar de todo, éste era claramente el más delirante de todos. Sin embargo, lo que contó después terminó de convencerme de la misión.
-Hay otra cosa, hasta que vi la foto no le daba mucha importancia, pero me pasó algo más ese 20 de diciembre. Estuve en muchas luchas, vos lo sabés, pero ese día fue muy especial, diferente de todas. No era una marcha más o un piquete que terminaba en bardo. Fue la primera vez que luchábamos por el poder, Leo. Otra droga diferente, ¿me seguís?
-Claro. Obvio, tumbamos un presidente.
-Eso. Eso mismo. Desde diciembre de 2001 en adelante me pasa cada vez que piso la Avenida de Mayo… una cosa rara… ¿cómo decirte?
-¿Más rara que lo del rati que te persigue en el tiempo y el espacio?
-Mirá, es como que cada vez que paso por la Avenida de Mayo, para lo que sea, un trámite, una pelotudez, tengo flashes de aquel día. Si me pega el sol en la cara, siento que es el mismo sol abrasador de ese jueves, me aturde en los ojos y veo las nubes de gases, siento el lacrimógeno otra vez, como si lo estuviera repitiendo en la garganta. Veo un cartel luminoso en Corrientes y el Obelisco y me parece que son las banderas rojas de la columna de la izquierda entrando por Diagonal Norte, escucho el ruido de una moto de mensajería y veo la fila de motoqueros del SIMECA entrando protegidos por el túnel de la columna, con las molo en la mano preguntando por dónde tiraban los milicos……
-A todos nos pasa algo parecido, nene. Marchamos tantas veces por Avenida de Mayo que si no tengo nadie que me ataje me mando a caminar por el medio de la Avenida como si fuese mía, como si me hubieran dado un permiso a perpetuidad para cagarme en las leyes que rigen el tránsito del resto de los mortales. La costumbre…
-No, Leo, no te digo eso, es algo más, es como si se abriera una ventana y aparecieran imágenes de esa tarde, como en un cine pero en la vida real.
-La publicidad de TNT te pegó mal.
-Yo también me cagaba de risa, pensaba que era un raye más de los míos, hasta que vi la cara nítida del “servicio” en medio de las trincheras del Estado Islámico y empecé a pensar que la ventana que se me abre es posta, es de verdad…
-A ver si te entiendo, ¿vos decís que en Avenida de Mayo y 9 de Julio hay una especie de portal tiempo-espacio que te conecta con el 20 de diciembre?
-Algo así. Sí, ponele.
-¿Vos te das cuenta que es un nivel de delirio inusitado incluso para vos, no?
-Por eso mismo me lo tomo en serio, por eso mismo creo que puede ser verdad. ¿Me vas a ayudar o no?
-Claro que sí, hermano, considerame reclutado.
Cuando desatamos la tensión del encuentro, hablamos un poco más de aquellas jornadas históricas. Se desplegó en toda su fascinante magia para contar anécdotas. Era como un cantor popular de esos a los que les tirás un tema y arrancan la payada, como una Sherezade de arrabal y pulpería.
Nos pasamos horas a carcajada limpia rememorando el mejor momento de nuestras vidas, desde el arranque en el primer piquete enorme que hicimos en Ruta 3, en La Matanza, hasta el plan de lucha que terminó con los últimos 20 años de ajuste del fondomonetario y la caída de Duhalde después de Puente Pueyrredón.
Entre risas y conclusiones profundas, lo despedí cuando se disiparon el whiskey y sus efectos más brillantes, comprometiéndome a indagar el asunto. Nos citamos para la marcha del 25, el día mundial de lucha contra todo tipo de violencia hacia las mujeres, para cruzar info.
Para ser sincero, cuando volví de saludarlo en la puerta de casa me desplomé en un sueño profundo y reparador, más parecido al alivio que se tiene cuando pasaste una noche con los sentimientos a flor de piel que cuando uno se ha encontrado ante un misterio aterrador.
Pero como siempre, la realidad se iba a encargar de sacudirme de este sueño inocente.



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