Ensayo impune sobre la programación emocional de una generación
Dedicado a Puxi y Male, de
Rincón del Ubajay
en eterno agradecimiento
por habernos mostrado un
camino posible para
el triunfo de la ternura en
este valle de lágrimas
Lynn Minmei, al
final, pudo llorar. Después de 34 semanas de tortura, arrancando de humilde
doncella en sus sweet sixteen al
servicio del hogar y restaurán chino de su tía en la flamante Macross, y durante
cuatro años persiguiendo sus dos mayores deseos: triunfar como cantante de
masas y encontrar al hombre de su vida para casarse y ser felices comiendo
perdices.
Como en las
buenas tragedias de todas las eras humanas, sus dos únicos y sencillos deseos,
eran fatalmente contrapuestos. Algo más, antagónicos. Uno debía eliminar al
otro para existir. O ser la artista más importante de la historia humana y
evitar en 2011 la mayor invasión extraterrestre nunca vista, con sólo sus
canciones y su ternura, uniendo a la humanidad y sus ex agresores, les
tenebrosos Zentraedi, demostrando que el arma más poderosa del universo es el
amor romántico y casto.
O el “verdadero
amor”, imposible de ser vivido y disfrutado. El amor sufriente y apasionado de
los platónicos y católicos.
Y del otro lado
de la moneda, la trágica vida virginal de la teniente comandante Lisa Heys,
condenada a enamorarse de casos perdidos, histeria infinita que sólo se
sostiene en la frágil ilusión del autoengaño durante los dos años en los que no
llegó a consumarse en una familia heteronormada funcional. La Teniente Comandante
termina ahogada en el alcoholismo a los cuarenta, frustrada, derrotada en la
vida personal como nunca lo fue en la vida militar. Su héroe “pertenecía” a
otra. Heroína de amores maduros y responsables, pero también envenenada con
idénticos deseos bifrontes de su competidora por el amor del teniente Rick
Hunter.
El personaje
central de la Saga Macross de Robotech de 1985 es, sin embargo, el
arquetipo del varoncito triunfador y canchero que sus guionistas, dibujantes,
cameramans y directores desearon ser en su vida. El aviador romántico de la
primera guerra mundial, o la segunda, entre la épica de la aviación europea del
amateurismo casi hasta la evocación vergonzante de los kamikaze japoneses de las
apoteóticas batallas navales sobre el Pacífico. Un típico héroe romántico del
capitalismo más avanzado y decadente. Juventud, coraje, fuerza y astucia,
valores todos del noble medieval, aunque más parecido a Sir Lancelot que al Rey
Arturo. Aunque también y antes los valores del Shogunato, del Samurai, tan
presentes en la tradición cultural japonesa que los productores yanquis de la Saga Macross rinden homenaje en su
rostro y corte de pelo particular a los héroes clásicos del Manga, el boxeador
Joe Yabuki de Anshita no Joe de 1968,
traducido al castellano después de los 70 en obvia referencia a las pelis
taquilleras de Stallone como Rockie Joe.
Él también hace
un tránsito tortuoso desde el machirulo impune en su primera juventud hasta el
maduro dirigente militar, ético y responsable de las vidas que protege, que
elige el deber militar frente al amor idílico e imposible, al fin, también.
Aunque en su caso pierde menos que Minmei, ya que el deber al que cede tiene
que ver con el arte que ama al mismo nivel que a ella, el de volar los jets más
avanzados de la tecnología humana. Y porque a diferencia de las protagonistas
femeninas de la Saga, Rick Hunter siempre pudo elegir un amor suplente para
satisfacer también su deseo de amor
sexo-afectivo.
Ni el tiro del
final, amores gitanos, bien latinos, ideales y arquetípicos. Imposibles de
alcanzar. Al menos durante las 36 semanas que duró la tira original, porque al
final, en el último día, guionistas y directores sancionaron un final
respetuoso del statu quo emocional: Rick elige su deber y a Lisa, teniendo ya
la chance cierta de consumar al fin su amor romántico idealista y juvenil, opta
por la madurez, que triunfa. Rick y Lisa formarán una familia heterosexual tradicional,
castrense, y con esa “unidad básica de la sociedad” conquistarán el espacio
exterior para la “raza” humana, bajo el mando del Almirante Gloval, quizás el
más improvisado héroe que haya conocido la historia del animé.
Una clase
magistral del especialista Mauricio Catalán sobre historia del Manga en el contexto
del Primer Encuentro Internacional de Cultura Japonesa organizado por la
Fundación Satori y publicada por Evaristo Cultural (HISTORIA DEL MANGA
JAPONÉS – Evaristo Cultural)
nos ayudó a comprender que existe una tradición de más de quinientos años de
protagonismos femeninos en las narrativas gráficas japonesas que retoma la
juventud de artistas en la fase contemporánea de la industria editorial más
exitosa del Japón.
Protagonistas
femeninas japonesas, entre el amor romántico y la filosofía kawaii
La Saga Macross de Robotech retomaría su carácter más conservador y reaccionario, ya
que a pesar de que el comando del SDF-1 (que junto a los varitecks remedan el éxito de ventas de publicaciones gráficas,
minutos de televisión y juguetes articulados de la pionera Mazinger-Z de 1972) no sólo está integrado casi en su totalidad por
mujeres, y son ellas quienes toman las mejores decisiones que salvan el pellejo
de su Almirante y de toda la humanidad, todo el tiempo son personificadas como
portadoras de características arquetípicas que la cultura machista patriarcal
(tanto en Occidente como en Oriente) adjudican al género femenino: la inocencia
boba, el sentimentalismo berreta, el gusto por el chisme, la adicción al
shopping. Peor aún la recuperación de la princesa romántica ejecutada sobre la
trágica heroína Lynn Minmei, que a pesar de dotar a la humanidad más
desarrollada tecnológicamente del arma de la victoria, el amor platónico, no
deja nunca de ser una chiquilina ingenua –en el peor sentido de la ingenuidad-
quien en su primer encuentro con Rick Hunter, a pesar de que en su orgullo
impune de varoncito as del aire le
destrozara el hogar, no sólo cae rendida como una boba ante su torpeza, sino
que además lo aconseja en contra de las “mujeres de edad avanzada” como la
comandante Heys por considerarlas “peligrosas”.
Y es
reaccionaria la elaboración de la industria audiovisual yanqui que se apropia
de la cultura de masas japonesa porque además lo hace a destiempo,
interviniendo en el debate abierto por Akira
y La princesa Nausicaá en 1982
(los mangas originales, las pelis vinieron después) sobre las consecuencias del
desarrollo tecnológico de la industria bélica occidental sobre la especie
humana; debate inserto también en el florecimiento de distopías de masas del
alcance de Blade Runner (1982, basada
en la novela del genial Philip Dick ¿Sueñan
los androides con ovejas eléctricas? de 1968), Mad Max (1981) o Terminator (1984)
por mencionar las más taquilleras.
Si la genialidad
en todo sentido, estético formal y político, que fue Akira vaticinaba un futuro sin salida para la humanidad
hipertecnologizada, que condenaría a su juventud a la corrupción y la
autodestrucción irremediablemente, producto de la falta de moral de las
generaciones inventoras del régimen de hiper-explotación y absolutismo despótico
de Occidente, la utopía distópica de Miyazaki viene a contestar que entre los
elementos más sanos de esa juventud, quienes sostienen no la tradición
filosófica samurái, sino la kawaii, basada en el amor fraternal y la empatía
con todas las diversas formas de vida del planeta, incluso las más despreciadas
atávicamente por la humanidad, las bacterias o virus tóxicos y los insectos,
encontraremos el liderazgo ético que nos permitirá un uso correcto de la
tecnología, uno basado en la común unión y respeto simbiótico con el ambiente,
y por lo tanto, la liberación definitiva.
Miyazaki
anticipaba entre 1982 y 1984 el conmovedor alegato ecologista de su inmortal Princesa Mononoke de 1997 y nos venía a
recordar una veta profunda de la tradición cultural japonesa, menos frecuentada
por sus amantes occidentales, la profunda herida traumática que dejara en las
generaciones que vieron explotar el desarrollo urbanístico del archipiélago,
desde la intervención norteamericana luego de la derrota del 45, cuando todavía
se podían observar bosques cerca de Tokyo, hasta el paroxismo del desarrollo
inmobiliario de las últimas cuatro décadas, el de los cubículos de alquiler
para dormir cerca del laburo, encajonades en cápsulas con micro televisores.
Miyazaki y su
Estudio Ghibli aran el mismo terreno de la conciencia de masas juveniles pero
siembran otra semilla. El amor que representa Nausicaá también es asexual o
pre-sexual, pero no por histérico o prohibido, sino porque se trata de una
adolescente más cercana a la infancia, al estado del amor ingenuo –en el mejor
sentido- el que propone y espera a cambio un amor incondicionado por intereses
materiales, un amor de hija, de hermana, de amiga. Es ese amor que le permite
la empatía, el ponerse en el dolor del otre, por más extraño que sea. Un amor
opuesto por el vértice a la insensibilidad de Robotech, que construye en el otro cultural todos los estigmas
posibles que le hacen despreciable para les televidentes: gigantescos y
temibles, no se aman y prohíben el contacto entre parejas binarias (supongo que
la diversidad sexual en la sociedad Zentraedi estaría igual de perseguida que
en la Rusia o Hungría actuales), como los espartanos o los nazis su única
pulsión será la guerra y el genocidio. Seres despreciables que merecen ser
masacrados por centenares en cada uno de los 36 capítulos y para quienes la
“vacuna” del amor propagandizado por el Estado Mayor de la Tierra funciona como
su perdición, no como su redención.
También la
mirada romántica de Miyazaki es superadora en cuanto a la relación con la
tecnología. Mucho mejor logradas estéticamente, con un ritmo atrapante pero no
sobrecargado de vértigo, son las escenas de batallas aéreas, donde vence
también la superioridad del factor humano frente a la máquina, pero no por el
coraje irracional del samurái sino por esa empatía de la pilota con la máquina
y su elemento natural, el viento.
Nausicaá es una celebración permanente del aire en
movimiento, emocionante y magistral como en toda la obra de Miyazaki, anticipo
pequeño de un desarrollo que se despliega en El castillo en los cielos (1984)¸ Kiki: entregas a domicilio (1989), Porco Rosso (1992), El
Castillo Vagabundo (2004) y que llega a su más bella culminación en la
biografía ficcional de su padre, la que el director japonés ha prometido sería
su última peli, El viento se eleva (2013). En todas ellas se desarrolla la
filosofía kawaii haciendo un trabajo de empatía profunda en las relaciones
familiares fraternas, llenas de lealtad y cariño, mucho más profundo que la
superficialidad pedorra de las relaciones interpersonales de Robotech que, a pesar de cierto dejo de
idealización machista de las figuras femeninas (Miyazaki no puede dejar de ser
más que un varón tierno en última instancia, simbolizado en todos los
personajes masculinos jóvenes secundarios de sus heroínas y fanatizados con el
antiguo arte de volar que son una propuesta moral claramente preferible a la
masculinidad patoterita de Rick Hunter) es muy superior a la hora de encontrar
bases firmes para un tipo de amor y afectividad que tenga como destino salvar a
la especie de su apocalíptico final.
Y aquí también,
nobleza obliga, señalar el aporte de la clase magistral de la Fundación Satori
ya citada, porque esta personificación femenina en clave romántica atrasa al
punto que vuelve a retomar una tradición influenciada por los clásicos de
Disney, que ya había sido criticada y superada por los fundadores del manga en
los años 60.
Pacifismo y
militarismo, la impostura
Y aquí los
productores yanquis de Robotech introducen
su propuesta ideológica más pérfida. El speech del Almirante Global en el
casorio del teniente Sterling y su esposa zentraedi Miriya, va dirigido a la
población japonesa, que al igual que en la ciudad de Macross es honrada por su
capacidad inquebrantable para reconstruirse después de golpes destructivos
impresionantes, una y otra vez, provocados por todo tipo de tecnologías bélicas
que “caen desde el cielo” sobre las islas indefensas del Pacífico (otra alusión
a la Bomba de Hidrógeno o los bombardeos “tradicionales” de la Segunda Guerra)
decididos por civilizaciones con un superior desarrollo industrial, como los
EE. UU. de los años 30 y 40 del siglo pasado. Global les recuerda los horrores
de que fueron responsables les invasores Zentraedi (¿el color caqui de sus
uniformes no resuena todavía a principios de los 80 con el de los generales
norteamericanos que invadieron Vietnam en los veinte años previos?) pero
convoca a la población de Macross a perdonar e integrarse en familias mixtas
como estrategia de superación de la guerra permanente, como arma de triunfo.
Estrategia pacifista combinada con una superior capacidad de asimilar el
desarrollo técnico moderno que el especialista Mauricio Catalán nos señala
originada en el manga Astroboy, del
pionero Osamu Tezuka a la salida (formal) de la dominación norteamericana en
1952.
Sin embargo,
este pacifismo con conciencia tecnológica que promueve Robotech salva a la cultura militarizada de las familias
norteamericanas, por una doble vía: caricaturizando la lucha pacifista del
desarme en la imagen del villano que secuestra a Minmei del acceso al deseo de
Rick, que llega a golpearla y manipularla de todas las formas posibles y
colocando a los arquetipos positivos como militares sensibles a la necesidad de
la paz. El propio Rick porque no venía de una tradición militar, que terminó
aceptando como una necesidad de su pueblo, colocando su arte por los aviones al
servicio de la guerra y en la figura de la Comandante Lisa, heredera caucásica
de un clan de militares, como cualquier familia típica WASP, que llega a chocar
contra su padre y su patria en la espera de que un ciclo de diálogos de paz
pusiera fin a la guerra.
Esta defensa del
aparato industrial militar más impresionante de la historia humana (y eso que
desde Sargón I de Akkad hasta aquí el imperialismo de las clases dominantes
homo sapiens ya cuenta más de tres mil años de experiencia en genocidios)
mediante la apelación al argumento de las necesidades defensivas, es el recurso
ideológico diseñado por los medios de propaganda yanquis desde la época dorada
del Hollywood de los cincuenta, ya que siempre se coloca la agresión militar yanqui
como una respuesta justificada a una agresión previa, destacando que las dos
entradas en las Guerras Mundiales más famosas, en 1918 y en 1944 se debieron a
ataques despiadados del enemigo llegando al paroxismo de justificar el
gencocidio sistemático de las poblaciones originarias de las llanuras al oeste
del Missouri y el Mississippi con el terror de los inexistentes “malones”
sioux. Los héroes del western personificados en el machazo John Wayne o los
generales yanquis en blanco y negro de esos años, como Rocky Balboa o el
teniente Rambo, siempre evitan el derramamiento de sangre hasta que casi son
aniquilados por el enemigo insensible y despiadado, sioux, alemán, japonés o
vietnamita, que contrafácticamente los obligan a desplegar toda su fálica violencia
indestructible y justifican su propio genocidio.
Es que los
productores de Robotech necesitaban
la paz entre las juventudes occidentales (yanquis) y orientales (japoneses pero
también coreanes del sud, taiwaneses y hongkongenses) para que celebraran las
esperanzas de reconciliación, amor romántico y familias integradas comprando
figuras de acción plegables y todo el merchandaisin posible que permitió la
saga animada.
Para una genealogía
del malamor
Imposible medir
la influencia que tuvo Robotech, la Saga
Macross en la formación de las conciencias juveniles de los años 80.
Supongo sin mucha investigación que la fantochada para varones imperialistas
que fue Top Gun de 1986, donde el
drama homoerótico reprimido de Rick Hunter y su mentor Roy Fawker se recrea
entre Tom Cruise y Val Kilmer hasta en el color de sus cabelleras, habrá sido
un intento de repetir ese éxito de taquillas entre un público de mayor edad.
Para millones de
niñes que recién accedíamos a una tele, en un universo donde el cine seguía siendo
la salida exclusiva de los años cincuenta que recordaba tan bien el genial
Manuel Puig en sus novelas y no esa redundancia que nos permitieron el cable e
internet, y que por razones familiares estábamos incapacitades de haber
conocido la rica cultura manga previa, Robotech
vino a abrirnos la puerta a la fascinación generada en su momento por Mazinger Z entre los varoncitos o Heidi (1974) y Hello Kitty (1976) entre
las niñas, que llegaron a las televisiones latinoamericanas una década más
tarde.
En lo personal,
mi recuerdo de Robotech está
íntimamente ligado al desarrollo de la estructura emotiva de mi adolescencia
posterior. Tenía entre 8 y 9 años cuando paraba el mundo para embobarme cada
semana en ese culebrón eterno y enroscado. Sería injusto y absolutamente
disparatado adjudicarle la entera responsabilidad a les técniques y animaderes
de esta serie televisiva sobre el desastre emocional que en esos años fijé como
máxima expresión y deseo. Supongo que las referencias del triángulo de Rick,
Minmei y Lisa vinieron a aportarme espejos más cercanos a mi universo infantil
para colocar los arquetipos del amor romántico que existían en mi familia.
La búsqueda
trágica de Minmei por el amor de Rick bien podría haber sublimado en mi cabeza
los esfuerzos de mi mamá por conquistar el derecho a ser amada equitativamente
por el ausente manipulador que fue mi viejo. No recuerdo sin embargo haberlo
relacionado con el productor sorete, su primo, ni mucho menos podía en esos
años infantiles saber lo que supimos casi diez años más tarde, que en realidad
mi viejo superó en cinismo al piloto varitech, manteniendo en paralelo y
clandestinamente su deseo por Minmei y Lisa, durante los diez años que sostuvo
su bigamia en secreto de mi madre.
Siempre
consideré que en esos años de comprender como si se tratase de una fe revelada
a la altura del Credo católico (ciertamente los verdaderos responsables de la
creación de una estructura de pensamiento mágico metafísico en mi cabeza) que
el de Minmei y Rick era el verdadero amor, el que valía la pena luchar por
alcanzar aún al costo de los mayores sacrificios del propio deseo. Repaso con
cierta ternura las primeras niñas que vinieron a ocupar los lugares de Minmei y
Lisa en mis fantasías románticas trágicas antes de la adolescencia y también
repaso, aunque con remordimiento y bronca, la larga serie de relaciones
sexo-afectivas desastrosas que construí, ayudé a sostener y destruí durante mi juventud.
Lo que gracias
al estallido feminista de 2015 pudimos comenzar a comprender quienes no
veníamos del palo, las profundas y nefastas raíces del amor romántico,
platónico y trágico en la construcción de nuestras relaciones afectivas
dominantes, mayoritarias. Su uso como herramienta de dominación sociológica de
masas por parte de las grandes industrias de producción de ideas, desde las
Iglesias hasta Disney. Su factor de sostén de estructuras elementales de
violencia de los Ricks sobre las Minmei y Lisas del planeta.
Y luego de
atravesar las crisis emocionales y materiales necesarias para poder descubrir
al fin la propia batalla emocional interna, recuperar las marcas traumáticas de
esa violencia sobre la propia estructura emocional y animarse a liberar el
propio deseo, la identidad de género silenciada, la orientación sexual
reprimida, treinta y cinco años después, enrollada sobre mí misma en el vacío
del viejo somier, cierro los ojos y escucho la voz infantil cantar de nuevo
To be in love,
Must be the sweetest feeling that a
girl can feel.
To be in love.
To live a dream
With somebody you care about like no
one else
A special man, a dearest man,
Who needs to share his life with you
alone.
Who'll hold you close and feel things,
That only love brings
To know that he is all your own...
To be my love,
My love must be much more than any
other man
To be my love.
To share my dream,
My hero, he must take me where no other
can
Where we will find A brand new world
A world of things we've never seen
before
Where silver suns have golden moons
Each year has thirteen Junes
That's what must be for me
To be in love.
Estar
enamorada
Debe ser el sentimiento más dulce que una chica pueda sentir
Estar enamorada
Vivir un sueño
Con alguien por quien preocuparte como de nadie más
Un hombre especial, el hombre más querido
Quien necesite compartir su vida sólo contigo
Quien te abrace cerca y sientas cosas,
Que sólo el amor trae
El saber que él es todo tuyo...
Para ser mi amor
Mi amor debe ser mucho más que cualquier otro hombre
Para ser mi amor
Para compartir mi sueño
Mi héroe, él debe llevarme a dónde otro no pueda
Dónde encontraremos todo un nuevo mundo
Un mundo de cosas que no hemos visto antes
Dónde los soles plateados tienen lunas doradas
Cada año tiene trece junios
Eso es lo que debe ser para mi
Estar enamorada
Abajo la
nostalgia, bienvenida la esperanza
Y llorar de
nuevo, como lloraba entonces. No pensando en que el destino me condenaría a
enamorarme de fabulosas e inalcanzables mujeres, que debería esforzarme en
conquistar como un Caballero Andante. Ahora, la voz infantil y trágica salía de
youtube para disparar una verdad oculta debajo de esa trama superficial. Ahora,
lloro con Minmai la imposibilidad de ser amada sin negociar la propia identidad
y el deseo; ahora entiendo que una parte mía, la que era hostigada por el paterfamilia
a abandonar el dibujo y la actuación por ser artes de mujeres, de maricones, la
parte mía que llevaba dos años siento maltratada en la primaria de varones
católicos por maricón, por haberle dado mi primer beso romántico a un
compañerito de cursada en los baños del subsuelo del Colegio, por ser un
desastre en las competencias físicas de machitos, por tener un físico infantil,
rollizo, esa parte mía lloraba identificada con el sufrimiento de Lynn Minmei y
un mundo que le exigió todo y la dejó abandonada al final de la temporada.
Me enjuago las
lágrimas, después de 35 años, y escribo. Y agradezco haber tenido la fuerza
suficiente para superar la tragedia de la primera programación afectiva,
agradezco esfuerzos como los de la Asociación Cultural Satori y Damián Blas
Vives, gracias a quienes tengo acceso a explicaciones para comprenderme mejor y
para descubrir mejores vetas de producción emocional de la cultura japonesa
como las que, bendito sea Miyazaki, vienen nutriendo la emocionalidad de las
generaciones jóvenes de los últimos veinte años, mi hija Leyla Isis entre
ellas.
Porque comparto
la hipótesis más frecuente, que la producción de Miyazaki y su estudio Ghibli
son la veta del manga y el animé que terminó torciendo el destino de las
representaciones de la femineidad en la industria audiovisual de masas de
Occidente, transformando a las princesas de Disney a comienzos del nuevo siglo en
Méridas (Los viajes de Mburucuyá Cigalí Capobianco Paraná:
Buscando la anti-princesa (leomburucuyacapobianco.blogspot.com)) y
Frozens (Los viajes de Mburucuyá Cigalí Capobianco Paraná:
Frozen: la diosa sin sexo (leomburucuyacapobianco.blogspot.com))antes
que Cinderellas, inventando Fionnas guerreras que lideren versiones combativas
de Bella Durmiente hacia la batalla final contra el príncipe Azul (Los viajes de Mburucuyá Cigalí Capobianco Paraná:
Fionna: la princesa rebelde (leomburucuyacapobianco.blogspot.com)),
habilitando reversiones cuasi lésbicas de guerreras épicas como Korra, de la
saga Avatar de nickelodeon,
plenamente lésbicas como la última She-ra de Netflix (Los viajes de Mburucuyá Cigalí Capobianco Paraná:
She-ra, la princesa lesbiana (leomburucuyacapobianco.blogspot.com)),
y heroínas adolescentes kawaii de la contundencia argumental y estética de Kippo, también en la cadena de streamin
más famosa.
Y como es
diciembre y esperamos las vacunas mágicas que vengan a liberarnos de estos
forzados ejercicios de introspección pandémicos post-apocalípticos, brindo por
la libertad definitiva de las Lynn Minmei del universo, para que puedan
triunfar contra la presión cultural y material a que las quieren reducir como
muñecas de consumo masivo y propagandistas de amores imposibles y victorias
ajenas, para que el día de mañana triunfen como Nausicaás y Mononokes de carne
y hueso, brindo para que no se pierda la ternura de su verdadero amor fraterno y
encuentre los caminos y las mejores armas, para ponerle gatillo a la Luna y
redimir a esta humanidad que no queremos ser, nunca más.
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