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domingo, 13 de diciembre de 2020

Entretiempos - Oeste - Engualichaos


  

OESTE

 

 

 

 

Engualichaos

 

 


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ansina es como me lo acuerdo, no le miento, paisano. Para mentir ay que tener luces y este viejo nunca pisó una escuela.

Bueno, no para quedarme al machaque de los maestros. Sus coscorrones y reglazos me ponían cabrero y me hacía la rata. Me gustaba más gastar las horas jugando.

Esa noche que le cuento era como cualquiera, no crea. Una de las tantas que recorrimos con Don Alonso Quiroga, que en paz descanse. Ese sí era una luminaria. Fue el último Juez de Paz honrado de Flores. Uno como nosotros, vió. En después había que ser dotor de leyes para saber lo que estaba bien y lo que no. Le dieron el puesto porque era duro como el ombú y como el ombú también, fiel a la Revolución del 53. Varón bravo de Alsina, porque para él los provincianos querían esplotar la riqueza de Buenos Aires, quedarse con la Aduana para mantener a los vagos de las montañas arribeñas, que siempre fueron más pobres que las arañas.

Qué le voy a decir, paisano, yo nunca supe de políticas. Una vez le pregunté por qué no había sido rosista, que en eso de quedarse las riquezas de la provincia para nosotros solitos fue lo mesmo. El coscorrón que me pegó me hizo entender que en política no se tiene que hilar ni fino, ni grueso. Ay que asentir, nomás.

No crea, yo lo quería como un padre, porque al mío no lo dí conocido nunca. Don Alonso me tomó a su cuidado después que el viejo Sánchez murió y nunca dejó que me llevara la leva. Cosa rara, paisano, me duele confesarle, aunque vivo en estos pagos dende que todavía no había este monte de durazneros, no puede ser buen argentino el que nunca gastó la sangre de otro argentino, o la propia ¿no le parece?

Sí, no crea que me he perdido del hilo. Esa noche hacía mucho frío, como cualquiera de las noches de julio que el viento del sur afeita como acero.

Es raro mirar para atrás y ver en esos tiempos. Fue en el invierno del 60. Me acuerdo porque el primer camino de hierro llegó al fin a Morón. Como decía Don Alonso, cosa de no creer que en hora y media tardaban los señoritos en llegar a los pagos que nosotros cabalgábamos con suerte en tres o cuatro dende que los españoles fundaron acá mesmito la posta de Gauna en el 719.

Ansina de rápido nos fueron dejando atrás los fundadores de este país, que no es más el viejo pedacito de tierra que era antes. A veces creo que por eso perdimos, vea: para nosotros, el tiempo sigue a paso de carreta.

Como esos árboles viejos, viera, que siguen ahí creciendo a su modorra, siempre cumpliendo su función, dando sombra mientras todo alrededor cambia la cara, como este barrio.

Dende que le habían dado el cargo, Don Alonso me sacaba al rondín con el sereno, porque no se vaya a creer, entre las quintas y los ladrilleros había mucha gente de avería. Vagos que se malentretenían, como decían dende las leyes de Ribadabia. Y era muy común que se entreveraran en riñas los mozos de las troperas que iban y venían por el camino del viejo Gauna.

Entre la quinta de los Piñero y los bajos del Maldonado estaba la vieja posta de La Figura, que en después se fue poniendo linda con caballadas frescas y ranchitos para que duerman los jinetes. La senda se partía, una para Flores, la otra, remontaba el Maldonado para los pagos de Morón.

Claro, claro, ansina es nomás. La posta ya no tenía la vida de otras épocas, para nada. Ya que andaban los trenes eran menos los que llevaban y traían las vacas o los cueros desde el Luján para los corrales de Miserere en tropería o carreta del Tucumán. Cómo no va a conocer, sí todavía quedan… sí amigo, esas de rueda ancha y pesada, con la caja cuadrada que si no le ponen cuatro bueyes no arranca. Con más razón era menester hacer la ronda, decía Don Alonso. Pillo, pues sólo los malandrines que no podían pagar unos pesos a los trenes seguían usando el viejo camino de tierra.

Esa noche Don Alonso quiso que lo acompañara como todas las otras y fue ansina que encontramos el gualicho que ahora mento. Yo le decía que eran cosas de viejas, que no había que darle importancia (aunque siempre me dieron cagazo las magias de las viejas curanderas). Ahí donde usté ve esos teros, más o menos por ahí era que le encontramos, avemaríapurísima. 

-Nunca se sabe de dónde va a venir el vizcachazo, estimado Sánchez –me acuerdo que me dijo Don Alonso, y se bajó del zaino para mirar la brujería con mejor detenimiento.

Le apunté el farol de kerosene lo mejor que pude para que le viera. Al principio me pareció que Don Alonso puso cara de susto. Pero seguro me confundieron las sombras de la lámpara, que bailaban en la cara de Don Alonso. Nunca le vi ser temeroso. Igual, ninguno de los dos quiso tocarlo, no sea cosa de que se nos pegara a nosotros el maleficio que había sido soñado para otro menos afortunado.

-No tiene ni dos días –dijo Don Alonso, sacándole la ficha a los recortes de diario que todavía no se habían humedecido. Me esplicó que esos eran los dibujos en tinta de Don Bartolo Mitre y el Traidor Urquiza. Y ansina le decíamos todos, porque había traicionado a los unitarios con eso del federalismo después de echarlo al Tirano y en después los traicionó a los suyos, cuando pegó la vuelta para sus pagos en medio de Pavón. No sé qué les dirán en la unevirsedad, paisano, cómo les contarán la historia de esta gloriosa patria; sólo le digo que acá los próceres más grandes terminan asesinados por sus amigos, como Urquiza, o exilados.

¿Los recortes? Eran así y así, cuadraditos. Estaban ensartados, viera, en un cuchillo bastante pobretón, con mango de madera dura y una hoja de fierro viejo doblada en la punta. Parecía más herramienta de campo que arma para duelo. Y la sangre tenía esa luz negra que todavía no secaba de haber sido sangrada muy hace poco.

-Un chancho, quizás un gallo– meditó Don Alonso que sería.

Todavía no había sido la de Pavón, donde el General Mitre espantó a Don Justo José y hizo uno sólo el país que los dos lustros antes había sido dos. En el pago de Flores a Urquiza se lo tenía por buena persona, no crea. Había fundado escuela y tratado bien a los vecinos cuando fue la segunda Cepeda, allá por la primavera del 59, que vino a acampar con el ejército de la Confederación y se dieron a discutir meterla a Buenos Aires en la Constitución del 53.

 -Estos gualichos se suelen hacer con un objetivo, estimado Sánchez –me acuerdo que me esplicaba Don Alonso con su sabiduría, que Dios lo guarde- Casi siempre para unir a dos almas en el camino sagrado del amor, que por alguna razón, siempre una de las dos desea más que la otra.

-Mucho amor no debe de haber en éste, Don Alonso –me acuerdo más o menos que le retruqué- fíjese que hay acero y sangre, eso no puede ser cosa de amantes.

-No se crea, estimado Sánchez, no se crea, que donde hay pasiones suele rondar la culebra, para enredar las cosas y ponerlas fuleras.

-¿Pero quién iba a querer que Don Mitre y Don Urquiza fueran pareja, Don Alonso? Parece tontera- o algo ansína le debo haber dicho porque me acuerdo la cara de Don Alonso como si lo viera, medio riéndose con la imaginación de mi inorancia pajuerana, medio chistándome la ocurrencia, por obcena y malsana.

-No diga burradas, estimado Sánchez, que en la política nadie se ama como en una cama. Pero ya sea para quererse o para matarse, el gualicho busca el encuentro, la unión de estos dos seres, ¿no le parece?

Creer o reventar viera, cuando nos enteramos que a pesar de vencer en la batalla, el General Urquiza le dejó la presidencia, la Constitución y todo el país a Don Bartolo, me acuerdo clarita la cara de Don Alonso en la pulpería, mientras el dotor Achával leía el periódico para todos los parroquianos, me tiró esa mirada socarrona de abajo del ala del sombrero con una mueca, como diciendo “Epa, qué le parece estimado Sánchez?” y ansina me fui acordando del gualicho de esa noche.

¿Quién habrá sido la bruja, la hechicera? ¿Habrá tenido el poder para coser en un entuerto las dos almas de la misma nación y terminar con todas las guerras?

-Quién sabe, estimado Shánchez, quién sabe –me dijo Don Alonso esa tarde cuando apurábamos la caña con naranjas en los troncos de allá afuera- quién sabe si la bruja buscaba la paz y la unión duradera de la patria o si nos estaba engualichando para toda la cosecha.

Yo no tengo mucha sesera, viera amigo, sin modestia se lo digo. Pero siempre me acuerdo de esa noche en el camino de Gauna. Don Alonso tuvo que irse rápido. En veinticuatro horas a los cuarteles, en quince días en Corrientes y en tres meses en Asunción, ansina dijo Don Bartolo dende el balcón.

Le faltó decir que en diez años pegaban la vuelta, como el coso ese del Ulises. Pero Don Alonso no volvió en ningún barco saltando de aventura en aventura. Lo vomitó el Paraná allá cerca de La Boca del Riachuelo, ese verano endemoniado del 71, como a todos los que se comieron los mosquitos del Gran Chaco o perdieron con la cuchillada de algún bravo paraguayo defendiendo su terreno. La peste amarilla fue tan terrible, viera paisano, que no alcanzaron los camposantos y la muni tuvo que sepulcrar los fiambres en el nuevo Cementerio del Oeste, en las viejas tierras del Colegio Nacional, allá atrás del Maldonado, en la chacra que fuera de los jesuitas.

Yo no sé entuavía si la bruja quería la unión o la guerra. Lo que sí, no tenga duda, paisano, que a Don Alonso esa vuelta bien cagado lo cagaron. Mitre y Urquiza se armaron flor de ejército con la guita de los ingleses y en lugar de andarse tironeando el poncho acá, se la fueron a dar a Solano López y su familia. Quién lo iba a decir, amigo. Gastó Don Alonso sesenta años safandosé de la parca en la época que la pampa era un mar de sangre y bosta, y la fue a quedar cuando las guerras se hacían bien lejos, allá contra el Chacho y Varela, por La Rioja y Catamarca o en el Alto Paraná.

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