OESTE
Engualichaos
Ansina
es como me lo acuerdo, no le miento, paisano. Para mentir ay que tener luces y
este viejo nunca pisó una escuela.
Bueno, no para quedarme al machaque de los maestros. Sus
coscorrones y reglazos me ponían cabrero y me hacía la rata. Me gustaba más
gastar las horas jugando.
Esa noche que le cuento era como cualquiera, no crea. Una de
las tantas que recorrimos con Don Alonso Quiroga, que en paz descanse. Ese sí
era una luminaria. Fue el último Juez de Paz honrado de Flores. Uno como
nosotros, vió. En después había que ser dotor de leyes para saber lo que estaba
bien y lo que no. Le dieron el puesto porque era duro como el ombú y como el
ombú también, fiel a la Revolución del 53. Varón bravo de Alsina, porque para
él los provincianos querían esplotar la riqueza de Buenos Aires, quedarse con la
Aduana para mantener a los vagos de las montañas arribeñas, que siempre fueron
más pobres que las arañas.
Qué le voy a decir, paisano, yo nunca supe de políticas. Una
vez le pregunté por qué no había sido rosista, que en eso de quedarse las
riquezas de la provincia para nosotros solitos fue lo mesmo. El coscorrón que
me pegó me hizo entender que en política no se tiene que hilar ni fino, ni
grueso. Ay que asentir, nomás.
No crea, yo lo quería como un padre, porque al mío no lo dí
conocido nunca. Don Alonso me tomó a su cuidado después que el viejo Sánchez
murió y nunca dejó que me llevara la leva. Cosa rara, paisano, me duele
confesarle, aunque vivo en estos pagos dende que todavía no había este monte de
durazneros, no puede ser buen argentino el que nunca gastó la sangre de otro
argentino, o la propia ¿no le parece?
Sí, no crea que me he perdido del hilo. Esa noche hacía
mucho frío, como cualquiera de las noches de julio que el viento del sur afeita
como acero.
Es raro mirar para atrás y ver en esos tiempos. Fue en el
invierno del 60. Me acuerdo porque el primer camino de hierro llegó al fin a
Morón. Como decía Don Alonso, cosa de no creer que en hora y media tardaban los
señoritos en llegar a los pagos que nosotros cabalgábamos con suerte en tres o
cuatro dende que los españoles fundaron acá mesmito la posta de Gauna en el
719.
Ansina de rápido nos fueron dejando atrás los fundadores de
este país, que no es más el viejo pedacito de tierra que era antes. A veces
creo que por eso perdimos, vea: para nosotros, el tiempo sigue a paso de
carreta.
Como esos árboles viejos, viera, que siguen ahí creciendo a
su modorra, siempre cumpliendo su función, dando sombra mientras todo alrededor
cambia la cara, como este barrio.
Dende que le habían dado el cargo, Don Alonso me sacaba al
rondín con el sereno, porque no se vaya a creer, entre las quintas y los
ladrilleros había mucha gente de avería. Vagos que se malentretenían, como
decían dende las leyes de Ribadabia. Y era muy común que se entreveraran en
riñas los mozos de las troperas que iban y venían por el camino del viejo
Gauna.
Entre la quinta de los Piñero y los bajos del Maldonado
estaba la vieja posta de La Figura, que en después se fue poniendo linda con
caballadas frescas y ranchitos para que duerman los jinetes. La senda se partía,
una para Flores, la otra, remontaba el Maldonado para los pagos de Morón.
Claro, claro, ansina es nomás. La posta ya no tenía la vida
de otras épocas, para nada. Ya que andaban los trenes eran menos los que
llevaban y traían las vacas o los cueros desde el Luján para los corrales de Miserere
en tropería o carreta del Tucumán. Cómo no va a conocer, sí todavía quedan… sí
amigo, esas de rueda ancha y pesada, con la caja cuadrada que si no le ponen
cuatro bueyes no arranca. Con más razón era menester hacer la ronda, decía Don
Alonso. Pillo, pues sólo los malandrines que no podían pagar unos pesos a los
trenes seguían usando el viejo camino de tierra.
Esa noche Don Alonso quiso que lo acompañara como todas las
otras y fue ansina que encontramos el gualicho que ahora mento. Yo le decía que
eran cosas de viejas, que no había que darle importancia (aunque siempre me
dieron cagazo las magias de las viejas curanderas). Ahí donde usté ve esos
teros, más o menos por ahí era que le encontramos, avemaríapurísima.
-Nunca se sabe de dónde va a venir el vizcachazo, estimado
Sánchez –me acuerdo que me dijo Don Alonso, y se bajó del zaino para mirar la
brujería con mejor detenimiento.
Le apunté el farol de kerosene lo mejor que pude para que le
viera. Al principio me pareció que Don Alonso puso cara de susto. Pero seguro
me confundieron las sombras de la lámpara, que bailaban en la cara de Don
Alonso. Nunca le vi ser temeroso. Igual, ninguno de los dos quiso tocarlo, no
sea cosa de que se nos pegara a nosotros el maleficio que había sido soñado
para otro menos afortunado.
-No tiene ni dos días –dijo Don Alonso, sacándole la ficha a
los recortes de diario que todavía no se habían humedecido. Me esplicó que esos
eran los dibujos en tinta de Don Bartolo Mitre y el Traidor Urquiza. Y ansina
le decíamos todos, porque había traicionado a los unitarios con eso del
federalismo después de echarlo al Tirano y en después los traicionó a los
suyos, cuando pegó la vuelta para sus pagos en medio de Pavón. No sé qué les dirán
en la unevirsedad, paisano, cómo les contarán la historia de esta gloriosa
patria; sólo le digo que acá los próceres más grandes terminan asesinados por
sus amigos, como Urquiza, o exilados.
¿Los recortes? Eran así y así, cuadraditos. Estaban
ensartados, viera, en un cuchillo bastante pobretón, con mango de madera dura y
una hoja de fierro viejo doblada en la punta. Parecía más herramienta de campo
que arma para duelo. Y la sangre tenía esa luz negra que todavía no secaba de
haber sido sangrada muy hace poco.
-Un chancho, quizás un gallo– meditó Don Alonso que sería.
Todavía no había sido la de Pavón, donde el General Mitre
espantó a Don Justo José y hizo uno sólo el país que los dos lustros antes
había sido dos. En el pago de Flores a Urquiza se lo tenía por buena persona,
no crea. Había fundado escuela y tratado bien a los vecinos cuando fue la
segunda Cepeda, allá por la primavera del 59, que vino a acampar con el
ejército de la Confederación y se dieron a discutir meterla a Buenos Aires en
la Constitución del 53.
-Estos gualichos se
suelen hacer con un objetivo, estimado Sánchez –me acuerdo que me esplicaba Don
Alonso con su sabiduría, que Dios lo guarde- Casi siempre para unir a dos almas
en el camino sagrado del amor, que por alguna razón, siempre una de las dos
desea más que la otra.
-Mucho amor no debe de haber en éste, Don Alonso –me acuerdo
más o menos que le retruqué- fíjese que hay acero y sangre, eso no puede ser
cosa de amantes.
-No se crea, estimado Sánchez, no se crea, que donde hay
pasiones suele rondar la culebra, para enredar las cosas y ponerlas fuleras.
-¿Pero quién iba a querer que Don Mitre y Don Urquiza fueran
pareja, Don Alonso? Parece tontera- o algo ansína le debo haber dicho porque me
acuerdo la cara de Don Alonso como si lo viera, medio riéndose con la
imaginación de mi inorancia pajuerana, medio chistándome la ocurrencia, por
obcena y malsana.
-No diga burradas, estimado Sánchez, que en la política
nadie se ama como en una cama. Pero ya sea para quererse o para matarse, el
gualicho busca el encuentro, la unión de estos dos seres, ¿no le parece?
Creer o reventar viera, cuando nos enteramos que a pesar de
vencer en la batalla, el General Urquiza le dejó la presidencia, la
Constitución y todo el país a Don Bartolo, me acuerdo clarita la cara de Don
Alonso en la pulpería, mientras el dotor Achával leía el periódico para todos los
parroquianos, me tiró esa mirada socarrona de abajo del ala del sombrero con
una mueca, como diciendo “Epa, qué le parece estimado Sánchez?” y ansina me fui
acordando del gualicho de esa noche.
¿Quién habrá sido la bruja, la hechicera? ¿Habrá tenido el
poder para coser en un entuerto las dos almas de la misma nación y terminar con
todas las guerras?
-Quién sabe, estimado Shánchez, quién sabe –me dijo Don
Alonso esa tarde cuando apurábamos la caña con naranjas en los troncos de allá
afuera- quién sabe si la bruja buscaba la paz y la unión duradera de la patria
o si nos estaba engualichando para toda la cosecha.
Yo no tengo mucha sesera, viera amigo, sin modestia se lo
digo. Pero siempre me acuerdo de esa noche en el camino de Gauna. Don Alonso
tuvo que irse rápido. En veinticuatro
horas a los cuarteles, en quince días en Corrientes y en tres meses en Asunción,
ansina dijo Don Bartolo dende el balcón.
Le faltó decir que en diez años pegaban la vuelta, como el
coso ese del Ulises. Pero Don Alonso no volvió en ningún barco saltando de
aventura en aventura. Lo vomitó el Paraná allá cerca de La Boca del Riachuelo,
ese verano endemoniado del 71, como a todos los que se comieron los mosquitos
del Gran Chaco o perdieron con la cuchillada de algún bravo paraguayo
defendiendo su terreno. La peste amarilla fue tan terrible, viera paisano, que
no alcanzaron los camposantos y la muni tuvo que sepulcrar los fiambres en el
nuevo Cementerio del Oeste, en las viejas tierras del Colegio Nacional, allá
atrás del Maldonado, en la chacra que fuera de los jesuitas.
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