Hay una foto que muestra a un combatiente, de espaldas,
frente suyo un destacamento armado del Estado, policías o milicos de alguna
rama. Los policías tienen escudos y la máscara puesta en clara señal de defensa
de los propios gases que deben estar tirando y de los proyectiles que saben van
a generar como respuesta a su ataque. El combatiente que los enfrenta tiene una
bengala en la mano que imaginamos no lleva de adorno y un ramito pequeño de margaritas
en el otro. Están en el medio de una calle de París. Eso lo sabemos porque
alguien nos dice que el fotógrafo que logró captar el momento es Jean Philippe
Ksiazék y que la sacó en medio de uno de los tantos combates que la clase
obrera y el pueblo francés están llevando adelante contra la reforma laboral que
pretende imponer el Estado francés para defender la tasa de ganancia de sus
capitalistas.
Hasta aquí lo objetivo. Ahora las interpretaciones.
Muchos
han puesto su mirada en las margaritas y critican la foto de pacifista. Entienden, cosa que comparto,
que el pacifismo es un veneno para los explotados, porque nos lleva a una
derrota segura. Pero parecen olvidar que el individuo que porta las flores
también porta la bengala, y que está enfrentando físicamente, con el cuerpo, no
con la foto, no con una selfie en Facebook, con su cuerpo, a un cordón armado
del Estado.
¿Por qué las margaritas entonces? Sería pacifista si no
estuviera en el cordón enfrentando físicamente al Estado y pretendiera con las
margaritas convencer a los milicos de no tirar. La actitud del cuerpo, los tatuajes, la bengala, la actitud de los rattis, parecen negar esa posibilidad.
Otra interpretación es plausible. Puede ser que haya llevado
a la lucha, además de su cuerpo y su bengala, un símbolo. Un símbolo como decir
una bandera, algo que represente el motivo por el que lucha o un método. Para
quienes conocemos la historia de la lucha de clases, las flores, París y el
enfrentamiento contra el Estado de la clase obrera y el pueblo en las calles
contra una reforma laboral nos remite, instantáneamente, de una, al mayo francés
del 68.
Es decir que la foto, para quienes conocemos lo que pasó
hace 50 años, nos dice “estamos aquí, luchamos hoy, pero somos la continuidad de
una lucha anterior y lo hacemos con los mismos métodos”. El fotógrafo, además
de su cuerpo, llevó también su cámara a la lucha, precisamente con la intención
de hacer daño en otro plano, en el plano de la lucha de ideas que es también
lucha de clases. Pero precisamente es lucha de clases porque lo hace poniendo
el cuerpo.
Quien no saca esta conclusión o bien decide no ver la
bengala, o bien decide no ver el cuerpo, o bien entiende que la policía fue
ahí de paseo o bien no conoce el significado del mayo francés o bien entiende
que las banderas y las cámaras no tienen ningún lugar en la lucha de clases.
No sé sacar fotos, no tengo una cámara buena. Pero tengo
imágenes guardadas en el alma. Una de ellas. Impresionante movilización del 3
de junio contra el femicidio en Argentina que ya toma ribetes de genocidio
sistemático contra las mujeres en nuestro país.
Desorden. Gente caminando por
cualquier lado, organizaciones de lucha desbordadas. Desorganización.
Centenares de mujeres y varones en medio de la calle, obstaculizando el paso de
quienes movilizan hacia Plaza de Mayo, vendiendo u ofreciendo objetos artísticos y comida o
montando intervenciones estéticas. Centenares de ellas. Algunas muy ingeniosas
y creativas. Otras puro oportunismo marketinero. Las mujeres y varones que
fuimos organizados, que expresamos físicamente en nuestras columnas, con
nuestros métodos megáfonos canciones y banderas un método para acabar con los
femicidios y señalamos al Estado nacional como principal femicida se nos hace
casi imposible avanzar.
En este caso la creatividad del arte, su potencial
revolucionario para la lucha de clases es un obstáculo, es reaccionario. Las
intervenciones teatrales, de danza, los zapatos femeninos colgados en la Plaza,
no muestran margaritas, muestran molotovs, mujeres desnudas desgarradas o
actitudes de una profunda violencia y odio contra el femicida. Pero son
pacifistas. Son pacifistas porque no señalan al Estado y son pacifistas porque
no convocan a organizarse, encolumnarse, reunirse todas las semanas, discutir
si conviene el escrache, el corte de calle, el corte de ruta, la toma del
Ministerio o la mejor medida para combatir al Estado.
Confunden, desvían,
obstaculizan la comprensión de lo que nos jugamos.
Tengo para mí que el 3 de junio cuando seamos muchas y
muchos más los que marchemos detrás de una bandera –una cualquiera, la que
mejor exprese un programa y un método- en una columna, producto de reuniones,
división de tareas y responsabilidades, organización, que dirija las miradas y
los cuerpos al asalto del poder, ese día estaremos más cerca de terminar con el
Estado femicida que hoy.
Espero que ese día haya muchas cámaras, muchas artistas
plásticas, muchas molotovs de verdad, mucha piedra y algo más que gomeras y que
haya muchas margaritas, porque si no, no sé cómo mierda vamos a hacer para que
el capital deje de explotar y matar mujeres.
Porque los sueños, las ilusiones son un combustible fantástico y poderoso, pero se puede dilapidar en falsas ilusiones o sueños platónicos, imposibles de concretar. Cuando la ilusión es lucha conciente contra el Estado, la ilusión es poder. Y, ya se sabe, todo es ilusión, salvo el poder.
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