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miércoles, 15 de junio de 2016

La Isla del Sol

Santos Capobianco no puede sacarse ciertas ideas de la cabeza. Ve agua por todos lados. Se siente isla y decide escribir un manifiesto.

¿Qué es una isla? ¿Qué somos nosotros y nosotras sino islas?
¿No es acaso nuestra tragedia ser islas conscientes de nuestro aislamiento?

Pero sólo vemos la superficie. Hasta una mente brillante como Immanuel Kant en el siglo XVIII entendíamos que existía una verdad más profunda, una explicación última. La intuíamos pero nos era imposible descubrirla, sacarla de la oscuridad, verla claramente. 

Los artistas, los locos, los niños, los oprimidos por una sustancia química alucinógena (alcohol, marihuana, cocaína, heroína, etc.) los poetas, los que leemos sin incredulidad, los hipersensibles, todos los que tenemos una mirada descolocada, desviada del mundo “normal” -es decir, normado- vemos la realidad de forma diferente.

Luchamos cotidianamente en el filo de la realidad superficie y de la profundidad. Navegamos el filo del abismo. (Santos Capobianco recuerda el camino del caracol sobre el filo de la navaja en el sueño de la mente del Coronel Kurtz en la imaginación del activista anti-Vietnam´s War Francis Ford Cóppola en Apocalipse Now del 71). Pero algunos de nosotros y nosotras hemos decidido tirarnos al hoyo negro de nuestro profundo interior y salimos del otro lado para ver el conejo y decidimos volver para comprender al conejo y cambiarlo por un hacha.

¿Qué es una isla? Una isla es la parte visible de la corteza terrestre, la expulsión al exterior enfriado por el agua eterna del metal y la piedra originales, porque de ahí venimos, de una bola de metal encendida del Sol original, la explosión de calor y fuego original. A medida que nos alejamos del centro mutamos, nos vamos enfriando lo suficiente para albergar vida.
El centro del planeta es una bola incandescente de metales. Sólido líquido. Producto de la presión, el movimiento en el espacio y el tiempo. Nuestra velocidad de rotación a parido el viento y la fuerza de gravedad de nuestra masa atrae los gases emanados del metal incandescente, y el frío produce agua.

El agua enfría la superficie de la bola incandescente, y a medida que nos vamos alejando del centro de luz y calor, vamos perdiendo la liquidez y el calor, ganando en frío y dureza. Eppur si muove y la corteza dura de las cadenas montañosas, la perennidad del Ande o el Himalaya es producto de la ebullición de ese metal líquido interior hacia el exterior, lo suficientemente elevadas en la fría atmósfera para condensar las gotas de agua fría y desencadenar los futuros ríos que eyacularán vida sobre el limo, los frondosos valles, y las lagunas y los lagos y la madre mar.

Y todo el fluir de la vida va enfrentando a los contrarios, nos duplicamos al infinito azar, en curiosas combinaciones de elementos químicos y eléctricos, onda y corpúsculo.

Y este ir y venir, pleamar y bajamar, sólido y líquido, viento y montaña.

Enciendo la llama del fogón. Ése soy yo, provocando una vez más el calor original, el metal líquido. Pequeño y breve fueguito flotando en lo alto de la cima montañosa, a la vera del Lago, mi conexión con todos.

Porque, una isla está conectada por medio de su esencia interior a todas las islas que existen. En ella repercuten las vibraciones de todas las islas destruidas o colapsadas de la corteza exterior de la pelota ígnea boyando en órbita eterna.

Somos islas, pero también somos cadena montañosa, el viento y el agua que nos conectan. El fuego, que supimos dominar solitariamente y por esa única travesura tan primitiva y original, soñamos con el poder de las diosas creadoras, las fuerzas naturales, los elementos esenciales de la vida, en suma, las leyes que ordenan el caos permanente que es el devenir de los caminos universales.

Las clases superficiales, las costras de la economía humana, ya han dominado demasiado nuestro breve tiempo en el camino. Ahora debe gobernar el submundo del planeta, debe emerger la presión y el fuego, debe incendiarse el cielo y el viento agitar las llamitas hacia el gran incendio que purifique, elimine la escoria y permita la construcción de un mundo nuevo, más sano.

Que surjan los sueños de lo profundo del inconsciente hechos canto y grito, dibujo y palabra tejida, pan y cerámica, ladrillo y libro, clavel y fusil. Y que trone una vez más el escarmiento y la justicia de la Sal de la Tierra sobre el tejido enfermo.

Las clases condenadas al infierno eterno deben sublevarse y conquistar el cielo para ellas y preservar la vida sobre el planeta. Para superarnos. Para mejorar.

Socialismo o Barbarie.

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