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domingo, 19 de junio de 2022

La mala sangre (tragedia escocesa-rioplatense)



Eduardo Mac Eachen, se llama. No. No te estoy bolaceando, ni un poquito. Así como oís: la “c” suena fuerte, como una “ka” bien cerrada y contundente. Y, después de un cortísimo silencio, “ícjen”, como si una jota se te quedara atragantada en la garganta y la querés sacar con la lengua toda encorvada sobre el paladar blando. El de arriba es el paladar blando.

Claro que es escocés, boluda, no iba a ser tano. Más te digo, es gaélico. Me contó que su apellido viene de la antigua lengua ancestral derivada del sánscrito, tal como se habló durante milenios en las montañas y fiordos de Asturias, Galiza, la verde Erin y las Highlands del Oeste. Viene de maceachainn, que suena a hebreo bíblico, o arameo ponele y significa “dueño de caballos” o, con más empatía, adiestrador, encantador de caballos.

Eso hizo. Me encantó. Me hechizó de toque.

Uff, re sí, una imagen poderosa. El pelo rapadito a los costados pero con algún rulo rebelde en la parte que deja crecer, de un colorado con tonalidades trigueñas, tirando a rubio como si el rubio fuese un reflejo, a glimpse my dear; y unos ojazos celestes verdosos que si los mirás fijo te tajean el aliento. 

Enamorador de yeguas alzadas, lo resignifiqué para mí misma. Y el porte… amiga tenés que ver esos hombros redondos y robustos, el porte bien plantado… no es alto.  Alto…  alto. Lo justo para una presencia segura, anclada. Un pony, un caballito harmoso pa mi galope.

Para nada. Esta vez mi afamada mirada de rayos equis no pudo atravesar el mameluco rojo por todas partes tiznado y manchado de cal y pintura. Yo le flasheo unos músculos de hierro pero de esos fabricados cargando bolsas de cemento y sacudiendo paredes con hachazos de maza. Las manos hoscas y ásperas, como buen albañil, pero de dedos cortos y delicados, todavía no hinchados. 

Sí, sí, espero que mi suerte gitana para las pijas enormes no me haya fallado tampoco con este. Que use el overol tan flojito en el tiro es una buena señal.

Pero no. No, boluda, no. No seas gila, todos estos días le hizo honor al apellido, un verdadero caballero, no le anoté una sola palabra con doble sentido ni picante. Para nada se le nota ningún tipo de machismo, ni el rancio de “otra época” ni el disfrazado de aliade. Y entre eso, que no existe en su oficio y esos ojos y ese pelo, me derritió desde que le abrí la puerta por primera vez.

Tenés razón. Sí, sí, ya sé que me voy a la mierda, ya sé que me estoy inventando otra vez una fantasía histérica imposible de concretar. Como una porno berreta de los ochenta o una mala telenovela de Migré. La Dama y el Albañil, ponele. Pero por eso te llamo a vo' y no a mi terapeuta, amicha. No necesito rescatarme de mi enfermedad congénita con la sabiduría froidiana, no, no. Necesito contarte este metejón con el albañil escocés que me viene quemando la imaginación desde el viernes pasado.

Dale. 

Viste que se me pudrieron los cimientos de las piezas. Primero porque la micro torre que metieron con el boom inmobiliario del ´17 nos movió todas las cañerías del edificio y el bidet metió un goteo de tortura china hasta que le aflojó a la vecina del segundo y tuvimos que romper; después con la saturación de presión de agua, porque el barrio colapsó de megatorres hasta que los caños de plomo del piso del baño dijeron “chau, al carajo, nos vimos, perdiste”. Con la cuarentena del ojete los forros del consorcio no mandaron a nadie y… bueno, bueno, eso, la cantinela de siempre. Cuestión que ahora que el Covid no le importa a nadie aunque tengamos trescientas muertes, por día me mandaron a este churrazo increíble.

Y es re buen charlador. Me le puse al lado a cebarle mates mientras picaba las paredes y rasqueteaba las buburjas de humedad. Obvio, cada uno con su mate. Y me empezó a contar del apellido, que viene de un tátara tío abuelo que llegó a ser candidato a presidente de Uruguay en la época de Battlle. Sí, del primero, del más famoso. Eduardo Mac Eachen (makíchn se pronuncia, sí, como un estornudo dijo fuerte, makíchn!), un economista liberal que llegó a ser presidente del Banco Central de ellos, onda Carlos Pellegrini de acá, pero que venía de hacer la guita con las tierras y vacas propias que su viejo había acumulado en Paysandú. 

¿Viste qué loco? 

Si hasta me mostró en el google maps la calle que le hicieron en Montevideo, en el corazón de Pocitos, que es como Olivos o Vicente López de acá: bien cajetilla.

Eso mismo le pregunté yo, flashera del orto: ¿cómo mierda termina laburando de albañil para consorcios de medio pelo porteño el tátara sobrino nieto de un millonario uruguayo-escocés? Y ahí apoyó ese culo de campeonato en el borde redondo del tacho con la mezcla, metió mirada nostálgica al vacío, y empezó a largarme una historia re trágica.  

Primera parada acá: el estereotipo del gaucho gringo. Capítulo uno de la novela porno mainstream. El tipo hablándome en pose Larralde en su Huanguelen natal en el corazón sagrado del Puelmapu -ahora llamada Provincia de La Pampa- un gringo colorado hermoso haciendo poesía filosófica existencialista. ¿Vos sabías que hubo un gaucho irlandés entre rubio y colorado, un Brad Pitt que fue el gaucho más guapo y temido por criollos, españoles, guaraníes, guaykurues, qom, pilagá y abipones del Paraná, justo para la Revolución de Mayo de 1810? Campbell.  “Pedro” Campbell. Uno de los clanes de las Highlands del este, cerca de Argyll, la pensínsula rodeada de fiordos ocupada por el pequeño clan Mac Eachan original, ponele del siglo 14 o 15, subordinados en vasallaje o reciprocidad de jefes de clanes, de los MacDonalds, los reyes de las Islas.

Cuestión que el chabón flashea que la familia tiene escrito un destino terrible en la sangre. 

Posta, no te la agrando ni un poquito. Arrancó así, explicándome que es RH-Negativo, del tipo de sangre residual que se especula viene de les descendientes de les neanderthales de Europa, les homínidos que perdieron hace 50 mil años, cuando se expandieron les sapiens-sapiens por todo el planeta. ¿Esa no la tenías? Pero si yo te la conté mil veces, boluda, yo también tengo ese tipo de sangre. 

Somos el cinco por ciento de la población mundial. 

A mí ya no me asombra, siempre me pasa que me encuentro con gente de mi tipo y factor, no sé, como un imán. Cuestión que mi encantador de historias, mi Sherezado del conurbano me explica que en su árbol familiar las grandes fortunas se perdieron siempre por decisiones terribles de mujeres mal enamoradas. Ovejas negras o heroínas épicas, según el lado de la familia que opine.

Su vieja, de donde saca el apellido y la estirpe escocesa, eligió mandar la fortuna familiar a la mierda para fugarse con un atorrante que garchaba como los dioses pero que no aportaba ni una mierda de dote y después de que la abandonara en la clínica en medio de las labores de parto, terminó encallando en una villa miseria de Ituzáingo. 

Lo dije muy bien, no me corrijas al pedo. Con el acento al final se llama la ciudad del norte correntino, porque es en guaraní, con el acento en la “a” es como le decimos en el conurba a esa ciudad de ligustrinas y nísperos que forma parte de otras tantas cuentas en el rosario impío del Sarmiento. 

Cómo no me voy a poner en pueta si estoy que me babea el punto G, hermana. También, de donde es el puto anarquista inmortal de Ioshua y la trapera más lúcida y ácida, la Sasha Satya. 

Es un amoroso. Tiene treinta y un añitos y me cuenta que desde los quince que se metió de aprendiz en las cuadrillas de paraguayos que armaban los bolivianos del barrio para matarse laburando en Puerto Madero o Palermo para ayudar a su hermanita, que no puede salir de la casa.

Pero sí, un dulce de caramelo, sacado de un tanguito meloso de Gardel, qué no. 

No sé, muy bien, viste… no me quiso contar el detalle. Y está bien que sea rescatado con la intimidad de la hermana. Parece que sufrió algo muy traumático a los diecisiete. A mí me late que debe ser una de esas enfermedades de mierda que te dejan postrada o algo así. ¿Por qué? No hay por qué, son mis conclusiones. Él literalmente dijo “encerrada como su ancestra Fionna MacDonnald en la Torre de Londres”. No te jodo, habla así. ¡Es lo que te vengo diciendo! Por qué creés que te tenía que llamar.

Resulta que la tradición del clan familiar repite los mismos nombres de pila para cada hijo e hija según el orden. Todos los primogénitos se llaman Eduardo desde el siglo dieciocho por lo menos y todas las hijas mayores se llaman Flora, que es la romanización del gaélico Fionna. Claro, de ahí lo toman los guionistas de Shrek. No es un bolazo, fijate que en la tres y la cuatro Fionna salva las cagadas del forro del marido mandándose como princesa guerrera y además es colorada como la ancestra de mi albañil. 

En la historia escocesa es un clásico, porque Sir Walter Scott la convirtió en la gran heroína del nacionalismo romántico de fines del siglo diecinueve. Fionna MacDonnald pertenecía a un clan de las islas de las tierras altas escocesas que no había colaborado con la insurrección del Príncipe Estuardo, el último jacobita escocés católico que disputó el trono de Inglaterra en 1745.

Esa misma, la que evoca Luca en Cruachan. Sí, en After chabón. Del 87 si mal no estoy. 87 u 88. Cómo no me voy a acordar, si tenía once añitos…

Cuestión que la Fionna esta se juega la ropa contra viento y marea, literalmente, porque al Bonnie Prince Charlie lo habían hecho verga en la Batalla de Collullan y se tuvo que rajar con lo puesto. Parece que se enamoraron, o eso chamuyan los escritores de leyendas, y la mina se la jugó para sacarlo de Escocia saltando de isla en isla hasta que otro pariente del albañil, un Edward Mac Eachen, como él, lo llevó hasta Francia, donde al sorete del príncipe lo mantuvieron como figura decorativa en la corte pero al ancestro de mi albañil lo largaron a laburar y murió en la pobreza y el destierro.

¿Vos sabías que masón significa albañil, arquitecto, creador en francés?

¡Ese es el flash del chabón, amiga! Que la tragedia por amor es el sino de su estirpe. Que su vieja y él y cualquier Mac Eachen que se plante por amor va a perder cualquier fortuna material cercana. Porque no es que pierden una oportunidad, el destino les despoja de todo lo que ya tienen o que van a heredar, ¿entendés?

Así me dejó el viernes, el primer día. Mojada como una almeja en la creciente.

Perate que no termina, no. Vino todavía tres mañanas más. Y cada una me subió la fantasía cada vez más. De una, de una, para el estallido. No, ahora no me corrás, ¿viste que era para contarte? ¿Viste?

Sí, el sábado. El sábado le conté que enseño historia en secus y se puso a guitarrear con su conocimiento del drama gaélico. No creo que milite orgánicamente, pero tiene el discurso del nacionalismo escocés de los 70 bien grabadito. Los ingleses son la peor peste de la humanidad, viste. No debe saber que es un pensamiento original de Carlitos y Federico, pero tiró eso de que las comunidades agrícolas pastoriles de Irlanda y las Tierras Altas Escocesas fueron la primer parada en la construcción del Imperio Inglés que conquistó el mundo durante los 200 años siguientes. Me relató en tono épico estilo Dickens las clearences, el proceso de expulsión masiva de población campesina pobre de cultura gaélica y católica de las Highlands, un verdadero genocidio que empezó al otro día de la represión sangrienta de la batalla famosa del 1745. Fijate el nombre que le pusieron, las “limpiezas”. Su familia fue expulsada del departamento de Argyll, al sudoeste de las Tierras Altas, la parte más celta de Escocia con las islas del Atlántico.  Ah, sí, ¿ya te conté? Perdonáme, mi cerebro. Rizomático y envejecido de dolor.

Bueno. Mirá cómo sigue la historieta. 

El primer Mac Eachen que pisó por acá vino en 1825. Con su esposa, Fionna MacNeill y dos o tres hijos en el famoso barco mercante Symmetry, con otres doscientos escoceses que vinieron al primer intento de fundar una colonia escocesa de los hermanos Robertson, unos comerciantes que andaban dando vueltas  por las Provincias Unidas desde las Invasiones Inglesas de 1806. 

La anécdota es famosa porque intentaron colonizar los terrenos de Monte Grande donde está la sede de la Universidad de Lomas y ahí por Ezpeleta hay muchas calles y cosas con el nombre de los tipos o “Nueva Caledonia” y ese tipo de cosas.

Que es lo único que quedó de los primeros escoceses, porque cuando se pudrió todo en el ´28 contra Lavalle, el rosismo se llevó puestas las tierras de los escoceses. Algunos, como el Edward éste, se refugiaron del otro lado del charco y prosperaron. 

Y ahí vuelve con el tema de la tragedia. El chabón me manda, mientras le disfruto las espaldas y los brazos colgado de la brocha con la que me impermeabiliza el techo del baño, que también estaba echo mierda de hongos y filtraciones… sí amiga, pasa que los tanques de agua los tengo encima de mi techo y son de la era del primer peronismo… jajaja, sí, Eras Utópicas extinguidas ya,… en qué estaba, ah, sí, que eso, mirá lo que tira, que de todas las tragedias familiares de la vieja Escocia celta, la de las familias que expulsaron al Río de la Plata es la más trágica, porque las que cayeron en Canadá o Nueva Zelandia encontraron la forma de rearmar sus tradiciones campesinas comunitarias y rescatar la cultura no sólo en lo simbólico y formal, el tartán, las gaitas, la lengua, sino en lo más profundo y esencial, la comunidad igualitaria. 

Pero acá, en el Río de la Plata, les fue para el orto. Y terminaron asimilándose a la colectividad inglesa, el comercio, las tierras, la banca y perdiendo todas las tradiciones ancestrales.

De una. Imaginate. No daba más. Me lo quería comer todo y ponerlo en un florero en la mesita de luz para toda la vida.

No sé, te digo que yo no agarré ninguna seña de que el chabón entendiera lo que me estaba pasando. Será que le gusta charlar, que está igual de sólo que yo, no sé. Siempre fui buena escuchadora, pero más cuando estoy tan caliente. No, no por manipuladora, boluda, porque posta que me metejoneo, me enamoro así de una yo. Ya sé que así me mando cagadas, a mí me lo vas a contar.

El domingo me la pasé flashando. Investigando toda la data que me tiró y toda la que pude encontrar sobre Escocia y Argentina. Escuchando Lorenna MacKennit de nuevo como en los noventa, mal, boluda, nivel repasando escenas de Corazón ValienteRob Roy o… claaa, el potrazo derechoso de Seann Connery que me calentaba la bragueta incluso antes que me diera cuenta todo lo que me gustaba la pija… sí, ¿te acordás? William Wilberforce en Amazing Grace...

Sí. Eso es. En un momento después del segundo día de laburo, me pasé todo el fin de semana de bajón. Yo no puedo permitirme estas aventuras delirantes. No más. No puedo ser la solterona clasemediera de Caba-shit’o que se garcha al sodero. Basta de mí misma un poquito, che. Así que lo agarré del cogote al amigo José Cuervo y me puse a revisar mis libros.

Resulta que la del Río de la Plata no se aleja tanto de la verdad. Los clanes de las Tierras Altas estaban tan anglicanizados para el siglo 18 como los descendientes de los scots de las Tierras Bajas, donde avanzaron el feudalismo y el capitalismo desterrando a la comunidad igualitaria celta al fondo de la prehistoria escocesa. Yo tenía ya re superada esa etapa de mi vida. Mi viejo era un fachista modelo nacionalista galego, una contradicción aberrante entre el antiguo romanticismo celta del entresiglos del 900, progresivo y radicalizado, republicano y anticlerical mezclado sin asco ni vergüenza con la basura mussoliniana revoltijada con Pío Baroja y el monarquismo castellano. Una escabechina desagradable. Olvidate.

Más, me dije. Esa idealización tan misógina de la heroína que se enamora del Príncipe desterrado. Pero los clanes luchaban junto a los aristócratas, por tierras y siervos, o por esclavos incluso, malditos escoceses, arruinaron Escocia. Un Príncipe reaccionario, que quería volver a imponer el catolicismo feudal, que terminó matando de hambre a sus últimos campesinos “libres” y los eyectó a América del Norte como una mala peste, fundando la clase de rednecks asesinos de afrodescendientes y llenando de ratas pestilentes los uniformes de las policías bravas de la costa este, cuando no de mafiosos contrabandistas, adictos a las esclavas sexuales, el opio y la merca en cantidades equivalentes. Escoria de la sociedad aunque hayan tenido unos pocos héroes y heroínas igual de valientes, luchaderes clasistas militando revoluciones en el protestantismo, el anarquismo, el socialismo y el trotskysmo, de uno y otro lado del Atlántico. 

Pero para toda la familia celta, en el viejo continente o la diáspora, ya sea en el Río de la Plata o la Gran Manzana, en Avellaneda o en el sur de Boston, en Chicago como en Nueva Pompeya o Villa Soldati, en política sufre de mal de amores también. Su tragedia es que esos pocos seres utópicos son la excepción, nunca la norma. El cinco por ciento, como su sangre maldita. Destinada a dejar de existir de la faz de la Tierra, como las culturas desaparecidas por los españoles y los romanos, sus ancestros directos, sus maestros.

Yo ya estaba en la resaca, claro. Reprochándome la mala conducta, la mala leche. Pero claro, no dejaba de darme vueltas el paralelismo entre su vida, su forma de revisarla, y la mía propia. Los desgarros y abusos de la infancia en una familia de mierda, llena de muertos oprimiendo el cerebro de los vivos, en una pobla pequeña, como gringa injertada de fuera, sapo de otro pozo, margen. Todo muy espejado. 

Yo alimentando la narrativa del amor escrito en el Libro del Destino. Ora vez. Como una pelotuda, otra vez.

No, vos estás mal, me dije al espejo. Los soretes de los hermanos Robertson, financiaron las aventuras benthamianas de Bernardino Rivadavia y la camarilla pestilente de herederos del anglófilo Carlos María de Alvear. Vos fijate, Carlos María, masculino y femenino. Contradicciones de la matrix, amiga. Estos tipos fueron los autores materiales de la sangría del préstamo fundador de nuestra deuda externa, ¿entendés? El de la Bahring Brothers que denunciaban Scalabrini Ortíz antes de ser peronista y Osvaldo Bayer, devenido anarquista contra el peronismo de sus amigos estalinistas. Los rajaron del país por malditos unitarios y agentes del imperialismo inglés. Rentados del Foreing Office, carajo. Mis sentimientos no pueden irse tan a la derecha con tal de coger, no señora.

El otro lunes llovió sudestada y no nos vimos. El frío demasiado frío para el primer otoño porteño y esa lluvia furiosa que castigaba el cemento y el macadam como vengándose, me hicieron retorcer en la melanco. Yo no me puedo permitir la melanco, vos sabés. Claro, como el Alcohólico Anónimo el vasito de tinto en la cena. Ni muerta. En guaraní dicen nahániri, “ni nunca”.

El jueves, cuando al fin vino, con la sudestada todavía en el aire y la humedad en los boquetes de mis paredes, resquebrajadas, abiertas y huecas, casi no cruzamos palabra. No sé si el chabón intuía algo de lo que me pasaba. Estaba retraído, hosco. Esas cosas que a mí me dan reflujo gástrico de la masculinidad, viste. Y ahí entré a recordarme el mantra transfemininja: con chongos no. Mucho menos así de metejoneada y de identificada místicamente. Basta de romanticismo machirulo patriarcal, nena. No es por acá que sembraron camino las Comandantas Mariposas Lohanna Berkins y Diana Sacayán. No era por acá que iban las palabras molotov de la Gran Reina Sylvia Rivera ni de Masha P. Thompson en Stonewall.

Así que yo estaba toda tensa y alerta, vagando como una gata en celo pero lastimada de la última vez, amor felino, amor gitano. Yendo y viniendo por el tresambientes como marcando territorio, como la brea de la marea de Serrat. 

El flash del tercer capítulo, el nudo. Como en los cuentos de Borges, un duelo de cuchillos. Pero en vez del filo del acero, cursi y ramplón, las miradas buscándose como en una zamba danzada norteña. Yo flashando Le Pera en eso de volvió una noche, no la esperaba, había en su rostro tanta ansiedad… sí, así de yo misma estaba.

Creo que lo eché de mi vida, amiga.

No estoy exagerando, no. Dejame que te termine de contar y vas a ver.

Sí, te espero que hagas pis. Aprovecho para terminar de hacer el mate.

¿Ya está? Bueno. Paréntesis aparte. Borges amaba a Stevenson, escocés anglicanizado de Edimburgh. El de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, sí, el de La Isla del Tesoro, ese. Una especie de eslabón perdido entre Dickens, Edgar Allan Poe y Jack London. Bueno, Borges lo flashaba de adolescente, leyendo en el idioma de su abuelo, o de su abuela, no me acuerdo. Y la nostalgia de viejo que recuerda ciego ya el placer de la lectura juvenil, verdaderamente hedónica, inocente, naif que tanto amaba. Con el cinismo de la vejez y la borra amarga de la nostalgia, el sorete de Borges te explica en alguno de sus ensayos que el chiste de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde se le escapa a quienes lo leyeron conociendo la historia de antemano, debido a la popularidad que tuvo el autor durante cien años.

Según el viejo Borges, el jóven Borges se masturbaba literariamente hablando cuando descubrió al final del libro que el civilizado doctor victoriano y casi tory era al mismo tiempo, como en la Santísima Trinidad, el oscuro y abominable demonio del inframundo católico, heredero de un barbarismo que el novísimo y pujante Reino Unido de la Gran Bretaña debía sepultar. Como diría después Oscar Wilde, el realismo fantástico venía a mostrarle su verdadero rostro al imperialismo capitalista con capital en London.

Cierro paréntesis. ¿Ya estás cómoda?

Pues eso, el viernes ya no vino a laburar. Dejó un hueco en la base de una de las vigas de la casa y el baño sin terminar. Una imagen perfecta de cómo me sentía. Pasé otro fin de semana enloquecida rumiando en la amargura de las canciones una salida de este malamor que me había inventado en la cabeza. 

Me tengo que querer más. Me la tengo que creer un poquito. Tengo que dejar de creer en las visiones oníricas, en estos dramas de telenovela berreta que me armo para escaparme de mi desesperación de heladera vacía y cama seca. 

Si hasta llegué a pensar que el tipo se había “dado cuenta” de quién soy y eso no le entraba en su cabeza de macho reaccionario, romántico y facho. Sí, facho. Seguro que la volví a cagar exactamente como siempre y debajo de ese tipo idílico que me había inventado en medio de la fiebre poética y la calentura, me encontraba con la cruda verdad de un prototipo de facho white trash del conurbano. Luca tenía razón, acá también, en Buenos Aires Town.

Date cuenta, pensé. Idealizás a un tipo que añora un pasado que nunca ocurrió en su vida. Un tipo que llora nostalgias de otres. Y encima no tiene los huevos para enamorarse de una travesti de honra y porte como quienleshabla.  

Basta, me dije. Y encima me deja plantada para que no se lo pueda escupir a la cara, el muy cagón. Pero no. De esta furia trava este pelotudo, no zafa, me daba manija yo.

Se lo escribí todo así como te lo cuento. Casi como si te estuviera leyendo nuestra charla, mirá lo que te digo.

Y el lunes a primera hora, fresca como una lechuga pero pintada como una loba de Monster High, encaré taconeando para la oficina del consorcio, en Almagro. Necesitaba algún chamuyo para que el administrador me diera el nombre y la dirección del albañil. La hice re bien, pero cuando vi la ficha me quise matar, me sentí la más pelotuda del universo. Y a mí realmente todavía me cuelga perfecto ese insulto. A él, no le cuelga nada. 

En su ficha original me dí cuenta por qué nos identificábamos tanto. Fui una boluda, amicha del cora, una boluda fatal. Está obsesionado con su identidad originaria, igual que yo, por las mismas razones. Sufre por la misma herida que yo pero del otro lado del espejo. 

En la ficha laboral oficial Eduardo MacEachan todavía no había hecho el cambio registral, y en su dni figuraban su identidad y su “sexo” de nacimiento, muertos ya en el presente.

Pero lo que más me dolió, amiga, no fue lo que figuraba en la ficha, sino lo que no figuraba. No había ninguna dirección reciente.

Y no lo ví más. 

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