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sábado, 13 de octubre de 2018

RESURRECTXS - Capítulo 4: La vida florece en las Cloacas

Allá abajo,
en el hueco, en el boquete,
nacen flores por ramillete
Calle 13, La Perla


Xilografía de la artista visual Daniela Di Bari, donada generosamente para ilustrar esta entrega, se puede acceder al universo estético y político de esta genial autora en su blog danieladibari.wordpress.com o en su página de Facebook Realidad Estampada.

Es tan extraño revivir el día que Mariano me sacó por primera vez de los muros de la colmena que llamé hogar toda mi vida. Por raro que pueda parecerme ahora que respiro el viejo oxígeno original del planeta, esa mañana sentí también un renacimiento extraño. Aprovechamos sus permisos de visita familiar para sortear la seguridad en los muros del perímetro exterior sudoeste de la Nueva Buenos Aires y pisé la tierra madre del planeta por primera vez. No me costó nada intercambiar con Ramírez, un antiguo compañero de trabajo en el Ministerio, tres días de labores instructivas para ciudadanxs jóvenes exteriores, era quizás el trabajo más odiado en el Ministerio, pero paradójicamente se trató del mejor oficio que hice en toda mi vida.
La población de los Subsuelos retiene la memoria sobre aquellos viejos nombres de la Antigua Ciudad bicentenaria. Una leve barranca que había llevado el nombre de Parque Avellaneda, en la que todavía se conservaban las ruinas de cemento de la antigua cabecera de la estancia de la familia Olivera, se extendía bajo nuestros pies en toda su inmensa soledad de barro podrido, arrastrándose en un fango despreciable de aguas contaminadas por la radiación, hasta el hondo bajo fondo de lo que alguna vez fuera el Riachuelo de la Matanza. Viejos edificios de antiguas mansiones o escuelas, apuntalados por todas partes servían de cuarteles a las familias sobrevivientes al holocausto nuclear. Desde una de ellas, pude asombrarme con la visión espeluznante de mi ciudad natal. Los ingenieros del Consejo Empresario construyeron la Nueva Buenos Aires como todas las nuevas megápolis del mundo, siguiendo las características naturales de los desaparecidos robles. Un inmenso árbol gris urano con enormes torres superpuestas desde el centro hacia la periferia se elevaba hasta los límites de la Nube Negra sobre la Estratósfera. Una temible montaña con forma de árbol nervudo, y su copa cristalina no se veía, tapada por los espasmos de las partículas radiactivas de plutonio encapsuladas en mortales gotas, luchando entre sí y descargando furiosas ráfagas de rayos contra las Torres Superiores. Alguien debe haber imaginado alguna vez el rostro del infierno con la forma de ésta, nuestra Nueva Buenos Aires.
Así y todo, la perspectiva desde el fondo del abismo nos permitía ver un cuarto de la enorme mole de acero, que se sostenía hacia las alturas desde idénticas plataformas por sobre lo que fue el Estuario del Río de la Plata, uniéndose en las alturas a la Nueva Montevideo, reconstruida de forma similar. Además de nuestros relojes, distinguíamos las horas del día y la noche por esa claridad horrible que el lejano sol lograba traslucir en todas las gamas del gris y algunos tonos ocres y violáceos a través de la Nube Negra que abrumaba todo el espacio de nuestra visión.
El suelo deforme hacía imposible el uso de nuestras bicicletas fuera de los límites de las Torres Inferiores de la Nueva Ciudad, por lo que estábamos obligados a recargar nuestras máscaras de oxígeno en los paradores que el Consejo Empresarial había distribuido en los puestos de seguridad, como las viejas estaciones de nafta que estudian mis alumnos. Eran cuarteles temibles, aunque Mariano me consolaba detallando cuántos de los guardias ya habían sido ganados a la causa revolucionaria y cuántos de los que todavía no lo eran estaban profundamente desmoralizados por las décadas de prestar servicio en estas abominables condiciones.
Excepto las siluetas de seres humanos que pululaban de un lado a otro de esta barriada podrida no había ninguna forma de vida en las viejas calles, ni animales, ni vegetales, tan sólo las más extrañas formas de insectos que servían de alimento natural a la población de las Cloacas. Barrios de ladrillo de barro radioactivo cocidos en hornos calentados a petróleo crudo y plástico se salpicaban a los lados de las cañadas y hondonadas. Sombras de niñes disfrazadxs dentro de trajes herméticos tirando de carros más grandes que ellxs, juntando porquerías para reciclar en los altos hornos del viejo Seamse donde se concentraba la producción de energía a partir del reciclado de tierra y mierda humana. Bocaminas de túneles que bajaban a los cimientos de la vieja Buenos Aires donde había que desmontar pilas de cadáveres en diversos estados de putrefacción para recolectar las primeras fuentes de metales y piedras.
No podía dejar de preguntarme cómo era posible sostenerse vivo en ese ambiente de muerte. La figura de Mariano se hacía por extraño que parezca más un símbolo del renacimiento inveterado de la vida a medida que conocía el contexto donde nació y se crió. No sólo la vida, la más desarrollada y verde conciencia había florecido de estas estériles tierras. Quizás la esperanza crecía en mí de estas observaciones banales con mucha más fuerza que de la comprensión racional de las fuerzas históricas que diseñaban la posibilidad de nuestra victoria.
Porque, ahora entiendo, ahí está el tema de la vida, que es esta puerta de hierro, donde terminan incontables caminos, algunos incluso invisibles, que nos han conducido a ella, a la puerta digo, y todos los caminos que se abren si decidimos atravesar el portal. Entre los caminos que nos han llevado hasta ahí, hay profundas fuerzas naturales y sociales, combinándose y mutando que nos imposibilitan otros presentes y nos niegan ciertos futuros. Y nosotres somos las hojitas –también incontables- que quedamos tiradas en la canaleta, anónimas eternamente, valga el gerundio.
Todavía me preguntaba cuando conocí a la familia de Mariano (una familia ampliada como veremos de su propio relato, que nunca seré capaz de traducir tan transparente y con gala en la palabra y los gestos de esas hermosas personas) ¿cómo había salido tanta vida florida entre tanta horrible muerte?
Teníamos que poner a discusión entre les responsables y delegades del Partido Obrero Comunista del Río de la Plata y la Pampa el manual de formación política básica que habíamos confeccionado en nuestras más bellas noches juntes. Conocí a su padre, el sepulturero. Un ser maravilloso, flaco y notoriamente avejentado, pero firme y ágil de movimientos. Es como si sus músculos y su cerebro hubiesen envejecido menos que sus huesos y su piel. Sucio con dignidad de las hediondas huellas de su trabajo.
Hablaba poco y seco, también gajes del oficio. Y cuando acotaba era preciso, contundente y sencillo en las imágenes.
Conocí a la abuela materna de Mariano, la responsable del clan familiar y delegada de manzana ante la Asamblea Obrera de Vecines del Soldado Rojo, la Antigua Villa Soldati de antes de la bomba del año 20. Había sido también funcionaria del Ministerio de Educación del primer Estado Obrero del Río de la Plata, como su madre y nieta de una de las dirigentes más jóvenes de la rebelión verde que derribó al régimen social del ajuste.
Se llamaba Amaltea y peinaba canas como la cabra cuando amamantaba al mismísimo Zeus, como gustaba de recordar. Repetía que ante tamaña disminución de los materiales para registrar y viralizar la verdadera historia de nuestra sociedad, les viejites se habían tornado importantes de nuevo, y que la gimnasia de recordar la mantenía lúcida a pesar de los años y el agresivo ambiente en que luchaban para sobrevivir.
Ya estaba entrenado en la entrevista y había aprendido a escuchar, a saber que no había que interrumpir a alguien que estaba decidido a confesarse antes de partir. Creo que eso le gustaba mucho a esta simpática viejita de noventa años que todavía guiaba los destinos de su familia. Me explicaron que cuando el régimen comunista se pudo estabilizar en medio del empantanamiento de la Tercer Guerra Mundial, les troscos y troscas que habían sobrevivido del proceso revolucionario y que se habían ganado un respeto en casi todas las fases de la lucha y la guerra revolucionaria, empezaron a plantear que teníamos que profundizar todo lo posible la revolución, para que no degenerásemos como en las experiencias previas de la Unión Soviética, China o Cuba.
Pero, que hable ella, aunque más no sea la que quedó grabada en mi memoria, con sus defectos y deformaciones ineludibles.
-Entonces parece que fue un baldazo de agua para todes. Y lo mejor es que hubo un amplio acuerdo entre las direcciones ejecutivas, la militancia y el pueblo no organizado. Nos habíamos reducido a las tierras bajas de las cuencas del Paraná, el Uruguay y el Plata, hasta el Río Colorado por el sur y las Canteras de Newenquén, Mendoza, las sierras cordobesas y con la meseta misionera y el Paraguay en permanente competencia contra las bases yanquis, rusas y chinas, que contaban con apoyo entre los comerciantes, traficantes, políticos de carrera, financistas y farándula lo que ponía a toda la región en un estado de guerra civil permanente. Lo mismo en territorios más inhóspitos, como en la precordillera, desde Catamarca y La Rioja hasta San Juan, o la Puna.
“Pero habíamos logrado defender una línea de abastecimiento permanente con las minas de hierro y hulla de los Estados Comunistas de Río Grande do Sul y Minas Geráis, como habían votado llamarse desde la revuelta contra el intento de re-elegirse por tercera vez de Lula Da Silva, que disparó la guerra civil contra los sectores más progresivos de la revolución.
En ese intercambio de materias primas y alimentos nuestras industrias y nuestras condiciones de vida material habían mejorado notablemente de los primeros doscientos años de la Antigua Argentina. Habíamos votado una Constitución Asamblearia y Socialista con los derechos más elevados que considerábamos posibles –ella siempre se refería a las historias de su familia, incluso las más viejas, en una especie de presente y siempre usando la primera persona colectiva.
-“¿Entonces qué revolucionamos ahora?” preguntaron los demás partidos y se abrió un debate colectivo, el primero de muchos otros. Y todo el mundo votaba en sus asambleas familiares y barriales problemas de la vieja familia patriarcal. Que si estaban en una lucha permanente contra el imperialismo y las viejas clases explotadoras y parásitas al menos querían defender todo lo posible unas mejores relaciones afectivas. Intentar liberar al amor filial, fraternal y sexual de las trabas violentas de la familia previa, liberar a las personas, sobre todo a las mujeres de miles de años de castigo y crueldad, y a todes del patriarcado machista.
Las dos más grandes y duraderas revoluciones obreras de la historia humana arrancaron con rebeliones de mujeres, pibe. –sentenciaba siempre que entraba en confianza. Hacía muchas generaciones que no escuchaba ese trato tan viejo.
-Las rusas en 1917, en Leningrado y nosotras ciento y piquito años después en Malos Aires, porque así se tienen que llamar las dos ciudades que construyó la burguesía mundial en estas llanuras barrosas, la Vieja y la Nueva. –y hacía un gesto desagradable con todas sus arrugas faciales fugando juntas hacia sus ojitos y su nariz, la boca imitando un escupitajo al piso, como sus ancestras hechiceras. –Así llegamos a plantear de que si era posta que no íbamos a permitir la explotación de clases ni de castas burocráticas estábamos obligades a abolir el patriarcado y retomar formas de organización familiar centradas en la línea materna, para garantizar mejores relaciones en la vida íntima, emocional y la libertad sexual más plena. La heterosexualidad sólo se aceptaba si era consensuada y si estaban garantizadas las condiciones de vida material y sicológica de la compañera y sus potenciales vástagxs. Se abolieron las razones materiales de la heterodictadura, por lo tanto del patriarcado y de toda forma de machismo, se redujeron los crímenes de odio contra mujeres y disidentes sexuales, se abolió la prostitución como industria y las redes de trata y narcos sólo sobrevivieron en las regiones aledañas a las bases militares extranjeras, que comenzaron a perder poder a medida que sus potencias se empantanaban en la guerra nuclear.
“Fue muy lindo poder haber vivido eso. –remataba casi siempre.
Empezaba a entender que incluso habiendo perdido su paraíso, esta hermosa generación de nuestra especie no había claudicado un solo principio y que sostenían su vida actual con los mismos métodos que cuando gobernaron.
Me contó la historia de su abuelo, que también había llegado a ver los primeros años de la construcción socialista cuando ya estaba por llegar a los cincuenta. Había tenido participación en los territorios más complicados y aislados de la lucha obrera socialista desde la Gran Rebelión del 2001, se destacó en tareas de todo tipo y rango, incluso clandestinas, durante la Revolución y la Guerra de Defensa y Guerra Civil y pidió pasar sus últimos años, cuando el cuerpo demostraba que se iba apagando, como bibliotecario en la Nueva Escuela Socialista “Ezequiel Demonty” del recién bautizado Soldados Rojos. Había comenzado su laburo como docente cuando tenía un número de nombre, con el primer gobierno de Macri como intendente. Lo recordaba porque siempre sonreía pensando que él y Macri habían empezado su laburo en el Estado el mismo año pero que él había terminado co-gobernando su barrio y su ciudad y seguía vivo, en el mismo puesto.
Eso explicaba la dulzura áspera del viejo de Mariano, era la tercera generación de varones criada en una sociedad matrilineal y de una sexualidad liberada. Nunca había reprimido su deseo ni usado la violencia contra sus seres queridos. Empecé a entender por qué amaba tanto a Mariano, de dónde venía esa dulzura tan poco masculina en la sociedad que me crié.
La asamblea de responsables políticxs del Partido Obrero Comunista que debatió las correcciones y aprobó nuestro primer material de formación y el plan de reclutamiento que se desprendía de él fue para mí como si mutasen nuevos ojos cristalinos en lugar de mis viejos ojos de escamas.

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