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sábado, 13 de octubre de 2018

RESURRECTXS- Capítulo 2: El hijo del sepulturero

Xilografía sin título de la artista visual Daniela Di Bari, su obra puede admirarse en su página de facebook Realidad Estampada o en su blog danieladibari.worldpress.com

“La burguesía, ante todo, produce sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.”
Karl Marx y Friederich Engels, Manifiesto del Partido Comunista, 1848



El refectorio de la morgue era deprimente, aunque prefería estar allí que sufrir el insomnio de los músculos agarrotados por horas de trabajo en la cápsula de cuatro por cuatro donde sobrevivía. Las paredes con una pintura blanca ya carcomida de grises y hongos, las mesas fijas en hileras, una luz barata que mataba los colores y esos malditos afiches con frases idílicas sobre la bendición de la resiliencia, lejos de festejar la vida parecían invitar a les renacides al suicidio.
Esa primera noche Mariano me contó su vida con el esfuerzo necesario para retener un sueño que contiene un mensaje secreto pero al mismo tiempo sin las reservas que se suelen indicar frente a extraños para mantener la privacidad. Era el quinto heredero de una línea de varones dedicadas al oficio de recolectar cadáveres en los barrios del Subsuelo de la vieja ciudad, conocidos como las Cloacas. En ausencia de cualquier forma de dinero, los deudos ofrecían las pertenencias circunstanciales del fallecido como paga por tan inestimable y temida labor. Su paga preferida eran las bibliotecas. Desde la época de la Gran Derrota de los años 80 del siglo 21 el papel se había extinguido igual que los árboles de donde las antiguas sociedades lo exprimían. Pero quienes habían tenido en sus familias a militantes obreros del antiguo Estado Socialista Pampeano copiaban sus libros preferidos en los materiales de descarte que la Ciudad Estado Celestial y las Comunas Obreras de las Torres Inferiores excretaban en las Cloacas.
Mariano creció leyendo todo tipo de sabiduría escrita a mano en innumerables envoltorios de plástico de diferente textura y forma, que su viejo padre había ido acumulando en los alrededores de su rancho. Paradoja del tiempo, el plástico había sobrevivido para contaminar a fondo el Subsuelo de nuestro mundo pero también preservaba la información necesaria para recuperarlo.
En esas crónicas de leyenda sobre los sesenta años de gobierno obrero y socialista de la cuenca del río Paraná y la Pampa, el viejo sepulturero había encontrado la esperanza encerrada en dos nombres masculinos, el de un rosarino que había recorrido toda la antigua América Latina para recalar en la conquista de la isla de Cuba, Ernesto Guevara, y el de un pibe de Sarandí que había entregado su vida en la lucha por el socialismo hasta un mediodía fatal en que las patotas de la Unión Ferroviaria amparada por el gobierno de Cristina Kirchner se la arrancaron. Solía mostrarle a su hijo las fotos de los cadáveres de estos dos héroes antiguos para explicarle por qué había decidido llamarle así. Lo que más me impactó siempre de Mariano fue su optimismo inquebrantable. No estaba fundamentado en esperanzas utópicas como las que propalaban las redes y medios de información del Consejo Empresarial sino en un profundo y sólido conocimiento de la realidad histórica y de las bases del presente. Cada elemento de nuestra realidad, mientras era evidentemente una prueba del infierno cotidiano que nos oprimía, para la mente de Mariano mostraba los caminos subterráneos que llevaban a su necesaria superación.
Esa primera noche, y todas las hermosas noches junto a él que continuaron, Mariano supo derribar todos mis prejuicios con la gente de las Cloacas. Llevaba cinco años viviendo en la Torre 133 de la Comuna Obrera de Flores, una de las tiras que quedaba cerca delas paredes exteriores de la ciudad, cerca del viejo cauce del Riachuelo, donde había nacido y donde se había criado. Se había ganado la ciudadanía provisional en el interior de Nueva Buenos Aires después de demostrar una condición genética aceptable y el conocimiento de ciertas tecnologías elementales de trabajo intelectual, como leer y escribir, lo que le permitía acceder a las pasantías del escalafón más precario, cuyo coeficiente de aumento y descuento de la cuotaparte de la deuda eran de las más leoninas.
El gobierno de las Comunas Obreras de las Torres Inferiores se mostraba magnánimo con estos proyectos de reinserción de la juventud desclasada de las Cloacas, justificando un esfuerzo noble donde sólo había un desesperado proceso de selección para diluir el peso insoportable de la deuda ampliando la masa de trabajadorxs dentro de la Ciudad. Él logró convencerme con su propio ejemplo de que les desclasadxs de las Cloacas no eran solamente las hordas inhumanas que asolaban las Torres Inferiores cada vez que se repetían los saqueos, verdaderas orgías salvajes de muerte y violaciones en una de las cuales perdí demasiado temprano mi pequeña hermana.
-Mi trabajo en estos malditos túneles es mil veces peor que el de sepulturero en el Subsuelo- me dijo- En mi barrio la vida depende de la capacidad de cada quien para defenderse matando, pero acá se carga el peso de la explotación sin ninguna posibilidad de defenderse ni zafar.
Qué podía refutarle a este hermoso joven lleno de optimismo vital. Balbucié argumentos que me daban pena no bien los escuchaba salir de mi propia boca. Sobre las seguridades de vivir dentro de las paredes de la ciudad, lejos de la barbarie y la lluvia radioactiva.
-En resúmen, lo que vos decís es que como pensás que en las Cloacas no te aguantarías un mano a mano con un traficante, preferís la seguridad de sobrevivir sin ningún tipo de alegría acá dentro. Qué triste, ¿no te parece?
Acababa de salir de un nicho de suspensión frigorífica pero ese pibe estaba más vivo que yo. Me enamoré desde el principio. Era la primera vez en mi vida adulta que escuchaba una esperanza hablar con los pies metidos en el barro y no con las falsas ilusiones que compraba mi familia, o las que inventaba yo mismo para sobrevivir. Esa misma sensación transmitía su cuerpo. Sus músculos estaban marcados por una vida de trabajo rudo, no por los ejercicios que dictamina el Ministerio de Salud para combatir las enfermedades del sedentarismo urbano. Tenía la piel cobriza y un cráneo perfecto, sostenido por un cuello sólido pero sujetando un rostro amable, con unos bellos ojos sabor a miel. Aunque le habían rapado para evitar enfermedades y parásitos muy comunes dentro de las cámaras de enfriamiento, después pude ver florecer una cabellera igual de rústica y optimista, de rulos firmes y copiosos que hicieron deliciosas las caricias y donde los dedos cabalgaban desbocados de alegría.
Tenía miles de hipótesis para explicarse la realidad. Una de ellas era que había consumido lo mejor de la carga genética del padre y todas las reservas de la madre, que donándoselas en el embarazo y el parto, se habían agotado para ella, causándole la muerte prematura. Eso explicaba -según él- que los varones de su familia pudieran dedicarse durante generaciones a un oficio tan suceptible de contagios peligrosos.
-Los muertitos molestan menos que los vivos –solía repetir como un mantra- y mi cuerpo ha sido diseñado por la biología para resistir cualquier muerte.
Luego me diría que mi afecto e ingenuidad lo habían seducido con la ternura de una mascota. Me decía que a pesar de todo mi pesimismo derrotado, en mi mirada había un brillo de dulzura que sólo se podía explicar porque todavía buscaba alguna razón para soñar. Discutimos muchas veces, porque yo me sentía culpable de estar robándole la energía vital cada vez que su carne me penetraba. Sentía lo que debería sentir la tierra hace siglos, recibiendo en mi interior toda la potencia de su sexo, la lluvia de su semen caliente sobre mi piel, dentro mío. No le gustaba mi culpa, ni ninguna culpa.
-Los únicos culpables viven en el Cielo, el resto de nosotros somos víctimas y sobrevivientes.
Cada encuentro de nuestros cuerpos y las charlas acariciando nuestra desnudez me fueron zambullendo en un amor dulce y cálido, reconfortante. Con Mariano –y luego con Julia- sentía la vida por primera vez. Un toro de bronce con la capacidad física para quebrarme en un solo abrazo que, sin embargo, me trataba con dulzura y respeto, haciéndome sentir protegido de todo daño. Él adoraba sentirse devorado por mi boca. Decía que mi lengua soldaba cada centímetro de su musculatura y su alma como un artesano metalúrgico. Que salía más fuerte de cada encuentro. Reconocía también, sin falsas modestias ni recatos moralistas, que la forma en que le comía su potente y enorme palo junto a la ternura de mi carne abriéndose a su paso, lo inflamaban de orgullo y poder, lo hacían sentirse verdaderamente indestructible.
Pero no fue hasta su segunda resurrección, en septiembre de ese mismo año, que terminó de confesarme quién era en realidad. Cuando recibí el mensaje automático del conmutador de la morgue en la pantalla de mi cápsula con la lista de nombres ingresados esa noche un abismo de angustia se abrió de repente bajo mis pies. Hacía muchas décadas que no sentía tanto dolor ante la posibilidad de perder alguien amado.
Descarté rápidamente la idea de subirme a los túneles de transporte colectivo, seguramente atascados y atiborrados, pero corrí a tal velocidad en la bicicleta que generé demasiado oxígeno en la máscara conectada a los pedales y pude haber colapsado por una hiperventilación. Entré a la morgue en medio de los vapores de un desmayo y me acurruqué al lado de su nicho abrazado a mis piernas hundido en un llanto abrumador, desconsolado. Llegué a pensar en quedarme así, ahí, incluso a riesgo de perder el trabajo y las garantías. Nada me importaba ya si Mariano no iba a estar allí. No tenía su templanza ni su voluntad, no iba a sobrevivirlo y aprender del nuevo golpe de la vida. Recuerdo que tuve una especie de alucinación y comencé a arrancar a los gritos los afiches moralizantes de las paredes vomitando entre gritos y mocos atragantados las mil maldiciones contra el sistema social de mierda, el gobierno de las Comunas Obreras y el Supremo Comité Empresario Mundial.
En ese estado me encontró Mariano cuando salió de la cámara de readaptación. Me abrazó fuerte y me devolvió la vida con un beso que logró contener en sí mismo al universo entero, el pasado y el futuro. Él, que renacía por segunda vez, me devolvía la vida a mí, que llevaba muerto cuarenta años.
En el mismo refrectorio de la primera vez me confesó su verdadera pasión, el eje de su vida. Mariano pertenecía a un partido obrero revolucionario que se organizaba en el barro del Subsuelo y que había votado salir y organizar a las clases obreras de las Torres Inferiores para iniciar una segunda fase de reclutamiento que les permitiera el Asalto del Cielo.
-¿Te acordás cuando te decía que tenías una visión muy reduccionista de lo que pasa en las Cloacas? Bueno, desde el mismo día en que el Supremo Comité Empresario Mundial comenzó con la reorganización de la Nueva Buenos Aires les militantes más comprometidos con la República de Asambleas Socialistas del Río de la Plata y la Pampa, les que se negaron a participar del Co-Gobierno de la Nueva Argentina, desaparecieron de la superficie y se fueron a vivir a las Cloacas. Sabían que el Comité Supremo los iba a eliminar a simple vista y que en los Subsuelos había un acuerdo para que gobernasen con sus métodos los Traficantes de Esclavas, con sus ejércitos que les rendían devoción personal y que dominaban las Cloacas. Por eso desde el primer momento se organizaron, armados con lo que había a mano y guapearon cada centímetro de territorio donde se asentaron. Fue una batalla dura que se mantiene hasta el día de hoy, aunque con los años el Poder Obrero Socialista fue consolidándose, la situación de barbarie es tan fuerte en los barrios del Subsuelo que la lucha se libra todos los días cambiando de intensidad.
El Comité Empresario local no difunde esta información, pero nuestras Asambleas Armadas ya controlan el 80% del territorio desde las cuencas vacías del viejo arroyo Salado en el sur hasta el antiguo Arroyo Las Piedras, debajo del Nuevo Montevideo y nuestros avances sobre los Subsuelos de los antiguo Paraná y Uruguay son constantes y sólidos. En pocos años vamos a tener armada y entrenada a la gran mayoría de les desclasadxs en todo el territorio subterráneo de la vieja República Obrera del Plata y la Pampa.
Nuestro Plenario de Delegados de Asambleas, el órgano ejecutivo de la Gran Asamblea de Asambleas, ha caracterizado que la novedad de lxs resurrectxs marca un punto de inflexión que conviene aprovechar para intentar el Asalto del Cielo. Suponemos que las muertes y resurrecciones se corresponden a los elevados niveles de explotación de las clases obreras de las Torres Inferiores es tan elevado que ha provocado mutaciones en la composición genética de sus herederxs y que demuestra que la burguesía imperial va a enfrentar una nueva crisis económica y social agravada esta vez por una crisis biológica de la especie. Creemos que no hay maquillaje comunicacional que pueda impedir una sublevación masiva, sobre todo en las poblaciones herederas de las grandes Republicas Socialistas del siglo pasado.
Por otro lado, nuestros cálculos dicen que el sostenimiento de la refinación de agua marina y de las fábricas recicladoras de tierra y detritos obligan al Supremo Comité Empresario Mundial a concentrar lo mejor de sus Fuerzas Militares en su defensa, lo que nos permitiría arrebatarles los principales recursos de sostenimiento del hábitat en las Ciudades Estado Celestiales con un solo movimiento coordinado de nuestros Ejércitos Obreros Asamblearios sobre las líneas de defensa de la Cordillera Sub Atlántica después de haber ganado para nuestras filas al grueso de les obrerxs de las Plataformas de Reciclado de Tierra del Antiguo Mar Argentino.
Pero son todas suposiciones que hacemos con la información retaceada que nos llega a partir de nuestro método de análisis. Por eso decidimos hacer una selección de cuadros combatientes entre la juventud nacida a partir del 2100 para que infiltre y comience un proceso de reclutamiento en las Torres Inferiores de la Megápolis y el Cielo, que nos permita constatar las hipótesis y mejorar la inteligencia sobre el territorio controlado por el Gobierno Obrero de la burocracia traidora y del mismísimo Comité Empresario. Fui seleccionado entre lxs primerxs para desarrollar esta tarea y estaba preparándome para comenzar el reclutamiento después del período de adaptación cuando tuve mi primer episodio.
Cada revelación de Mariano me dejaba pasmado. No era desconfianza ni incredulidad, sino un sincero asombro ante la descripción de un mundo tan irreal que ni lo hubiera podido imaginar. Pero yo estaba enamorado. Confiaba en cada palabra que decía porque reconocía el tono familiar de su verdad honesta y directa. Le creía. Aunque mi racionalidad, formateada por décadas de propaganda oficial, obligaba la duda, también honesta.
-Pero Mariano, si la mutación que mata transitoriamente a tu generación se da sólo por los niveles de explotación en la superficie ¿por qué morís y resucitás vos, que descendés de desclasades?
-Mi vieja era una obrera de las Torres, Leo. Evidentemente estos cinco años de vida alienada me despertaron una codificación genética latente. Ella perdió sus beneficios después de un aborto espontáneo y que los sensores del Ministerio donde trabajaba detectaron que la hacían inservible en el corto plazo para todo tipo de tareas en las Torres y la expulsaron de la Ciudad. Así conoció a mi viejo.
-¿Y cómo pensás cumplir tus tareas de reclutamiento en las Torres si te vas a cagar muriendo cada dos meses? Además ustedes están locos si creen que pueden organizar reuniones clandestinas acá. Los tipos dominan todo tipo de información y comunicación entre laburantes, saben hasta cuándo vamos a cagar y el tipo de mierda que cagamos porque los inodoros de las células de vivienda están interconectados con el Ministerio de Salud y el de Información. Es imposible.
-Parte de mis tareas tienen que ver con encontrarle la vuelta a ese problema. Pero cuando te conocí me diste la punta de la solución, creo que por eso te amo tanto, mi hermoso desmoralizado. Vamos a empezar el reclutamiento en las morgues transitorias. Dónde vamos a encontrar mejores militantes sino entre la juventud obrera que renace después de morir a causa de todo el régimen social que sostienen con su trabajo. Tus entrevistas demuestran que los niveles de seguridad en las morgues son mínimos. Si convencemos a les resurrectxs de transformarse también en entrevistadorxs, en poco tiempo podemos multiplicarnos por miles. Esta generación tiene que elegir entre morir cien veces para sostener un ritmo de explotación nunca alcanzado antes en la historia de la especie humana, el más bajo horizonte de humanidad nunca soñado, o ponerle fin de una vez y para siempre. Nosotres vamos a darles esa oportunidad.
Recuerdo que le dije que admiraba su optimismo pero que me seguía pareciendo una quimera utópica. Yo mismo conocía sólo aquello que el Ministerio de Instrucción había programado en mis años de educación oficial y que mi familia nunca se le hubiera ocurrido cuestionar. Es increíble, pero la lógica más racional, hoy, frente a este sol de mediodía, se me aparece como un ridículo testimonio de mi pequeñez mental.
Me convenció de la necesidad de hacer un curso de formación histórica para que pudiese comprender el alcance de las conclusiones que su Partido había acumulado y que para eso era urgente comenzar con los balances y perspectivas del proceso que llevó a la primera República de Asambleas Obreras y Socialistas de la Cuenca del Río de la Plata y la Pampa (RAOSCRPP). Lo que me capacitaría también para comenzar a reclutar por mi cuenta y organizar nuevos equipos y redes revolucionarias en paralelo.
Le redoblé la apuesta, ya dispuesto aunque sea a seguir por el camino de este delirio que le daba una profundidad inusitada a nuestro amor, y le propuse aprovechar mis conocimientos en antiguas tecnologías para escribir el curso de formación y entrenando a otres insurrectxs en el arte, copiar manuales que pudiesen replicar los resultados y potenciar la tarea de reclutamiento.
Ese día, sin saberlo, nacía yo a la vida por segunda vez, como escritor y reclutador del movimiento revolucionario más fabuloso que tuvo la humanidad hasta hoy, parido por el hermoso hijo, dos veces renacido, de un sepulturero.

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