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sábado, 13 de octubre de 2018

RESURRECTXS - Capítulo 1: Mañanaser

ÍNDICE
CAPÍTULO 1
Mañanaser
CAPÍTULO 2
El hijo del sepulturero
CAPÍTULO 3
Balances y perspectivas de la Primera República Socialista Asamblearia del Paraná y la Pampa
CAPÍTULO 4
La vida florece en las Cloacas
CAPÍTULO 5
La Asamblea de Responsables Políticas del Partido Obrero Comunista de los Subsuelos del Río de la Plata
CAPÍTULO 6
La hija del burócrata
CAPÍTULO 7
La muerte reina en los Palacios del Cielo
CAPÍTULO 8
Insurrectxs
CAPÍTULO 9
Pasajeros en el camino

Si el presente es de lucha,

el futuro es nuestro.

Últimas palabras de Julia,

9 de agosto de 2161



Xilografía "Salida" de Daniela Di Bari, artista visual que donó generosamente su obra para ilustrar este proyecto. Se puede visitar en el blog danieladibari.wordpress.com o en su página de feisbuk Realidad Estampada





Soy tronco y soy raíz,

la savia antigua que quisiera retornar
en los que ya no están
y que jamás
regresarán.
Ramón Ayala,
Amanecer en Misiones



Siento el sol por primera vez ardiéndome la piel al borde de cumplir sesenta años. Lo he deseado tanto tiempo. Esta caricia cálida es tan simple y sin embargo, nos ha costado tantas vidas. Lo veo asomarse sobre la nube nuclear que gobierna todavía la tropósfera del planeta. Una visión que sintetiza con claridad el alcance de nuestra victoria y todo lo que resta por hacer.
Pienso con alegría, sobre la amargura de la visión, sin embargo, que el disfrute de esta simple caricia ya no es exclusivo del cinco por ciento de la población. Al menos en Nueva Buenos Aires.
Siento florecer la vida en mí de una forma nueva. Escribo con la mirada puesta en estos nuevos cielos, divago los horizontes de nubes extrañas y colores que esfuman y contrastan, fluyen con la alegría que proyecto sobre ellos. Los breves hilos de las biografías de les compañerxs que nos permitieron ver el cielo, su lucha inclaudicable en estos últimos veinte años, me recorren desde lo más hondo y claman salir fuera y disfrutar el sol y el espejo azul del cielo. Con Mariano y Julia dimos los primeros pasos en este delirio que esta calidez primaveral hace ahora tan concreto, tan real. No pudieron disfrutar este presente pero lo han parido. Aunque soy incapaz de escribir con justicia su epopeya, les debo al menos el reconocimiento, el testimonio de su obra, el recuerdo eterno de su amor.
No quiero permitirme la nostalgia. No quiero evocar los tiempos pasados para construirme un lugar imposible de retornar. Aunque fueron los mejores años de amor no sería justo extrañarles. Porque nunca como en esos años nos mordió tan fuerte la miseria. Aunque se hayan ido para siempre, no desearía jamás en mi sano juicio volver a vivirlos.
Aun así, la verdad es que celebro la oportunidad que me brindó el caprichoso azar de haberles conocido, porque nunca antes -ni después- de ellxs volvería a sentir tamaña corriente eléctrica de amor honesto e incondicional recorriéndome el cuerpo y la conciencia.
Nos conocimos en la morgue transitoria. Él salía de su segundo episodio y juntos logramos que no la despacharan al cementerio después de seis días muerta. Hacía dos años que el Consejo Empresario y las Comunas Obreras habían reconocido lo que pasaba y todavía no se le había encontrado explicación, ni cura. Lo cierto es que la nueva generación nacida en el año 2100 (del viejo calendario) solía pasar varios días fallecides para luego renacer.
Todavía tenía vigencia en las costumbres de la población la antigua ley de velorios y así empezamos a notar que los pibes y pibas volvían a respirar después de veinticuatro o cuarenta y ocho horas. Ningún megalaboratorio internacional vio un negocio posible, ya que ocurría sólo entre laburantes de las capas más bajas, entonces no se investigaron las causas. Y como esa juventud podía retomar su trabajo sin ningún impedimento, el Concejo Empresario resolvió promulgar las leyes necesarias para recaudar un nuevo impuesto –“de la nueva vida” le pusieron, los cínicos- y financiar morgues transitorias.
El gasto era poco. Necesitaban sostener una cadena de frío para que los cuerpos no inicien la entropía de la descomposición pero no se requería de ninguna máquina compleja o nueva, ni medicación. Al principio debatieron la necesidad de un equipo de sicólogos para atenderles al despertar y algunas Comunas –reivindicadas como progresistas por algunos y repudiadas por otros como derrochadoras- llegaron a implementar pasantías de estudiantes secundarios durante un tiempo. Al cabo, se dieron cuenta que les resurrectxs retomaban sus vidas sin ninguna depresión posterior aparente, o al menos ninguna que les hiciera estadísticamente obligatorio solventar profesionales. Las morgues al paso se limitaron a ocupar viejas torres en desuso de la neociudad con hileras de nichos-congeladoras y un servicio de comedor que les ofrecía nutrientes elementales de hierro y glucosa a precios ridículos, que les resurrectxs podían costear fácilmente de sus sueldos electrónicos. Nunca se llegó a implementar una licencia especial y los días no trabajados se recuperaban con horas extra.
En esa época tenía cuarenta años y había conseguido un arreglo bastante bueno con el Ministerio de Instrucción Ciudadana. Si lograba escribir historias de vida de laburantes que terminasen con alguna moraleja esperanzadora y recibía más de cien likes de laburantes en mi Comuna o aledañas, me anulaban un cero coma diez de mi cuotaparte de la deuda externa, lo que me permitía ese día aumentar un poco la ración de proteínas en el Súperexpress de la Comuna.
Era un trabajo abyecto, no me avergüenza reconocerlo. Inventaba esperanzas para que gente en las mismas condiciones miserables que yo vivía aguantaran un poco más su lamentable condición cotidiana y encima el descuento de mi cuotaparte sería cargado sobre la cuenta personal de algunx de mis lectorxs. Pero la ley de aquellos años era sobrevivir. Y yo sobrevivía.
Tenía que esforzarme posta, ya que el control de las redes sociales del Registro Civil era absoluto e invulnerable, lo que hacía imposible contactar desconocidxs por privado y mendigarles un like solidario, mientras que los de amigues y conocides no se tomaban en cuenta para el pago y las cuentas truchas o fakes eran descubiertas en fracciones de segundo, con castigos severos de más de un treinta por ciento de aumento en la alícuota personal. Y había que arrancarle un megusta a laburantes que gastaban sus energías miserables todos los días para descontar miserias de sus cuotapartes de la deuda externa.
Aunque sea miserable, me aproveché de la moralina más rancia y atrasada del Partido de la Familia Obrera, mayoritario, que planteaba a la ciudadanía evitar el suicidio para no cargar con la deuda de uno a les familiares sobrevivientes. En contra de mis propias posiciones políticas, exploté cada sentimentalismo cursi a mano de la imaginación para lograr escenas conmovedoras, como una pareja zafando por milímetros de un accidente o la recuperación de una enfermedad dolorosa y lacerante. En mis más inspirados momentos llegué a crear escenas humorísticas ante realidades trágicas y desoladoras de todos los días.
De alguna manera lograba engañarme a mí mismo con los engaños que fabricaba para les demás. O quizás me haya limitado a sacar rédito del autoengaño que venía inventando hace tantos años ya.
Sin embargo, me consideraba un hombre de izquierda. Aunque era atacado duramente en las redes, el Partido Obrero de la Disidencia lograba meter cada tanto representantes en las Asambleas de algunas Comunas. Había sido fundado por econometristas que aseguraban que la salida a la miseria permanente de la clase trabajadora pasaba por no tener descendencia biológica, y de esa forma, en algún momento –que las alas internas del partido debatían según los modelos matemáticos proyectados en cuántas décadas se lograría- no quedarían laburantes para seguir subdividiendo la carga de la deuda lo que obligaría al Concejo Empresarial a una crisis con su modelo económico y la necesidad de reformularlo. Sus dirigentes, a quienes llegué a conocer, suponían en la intimidad que al crecer las votaciones a favor de este planteo el Comité Ejecutivo del Sumo Concejo Empresario se vería forzado a abrir una línea de negociación con el Partido, ofreciéndole algún ministerio comunal o, soñaban los más optimistas, una vocalía sin voto en el Parlamento Asesor de las Comunas Obreras.
Sin embargo, todavía éramos marginales, pocos millones de personas estaban dispuestas a sacrificarse tanto en lo inmediato. Aunque el aborto legal no había sido abolido, la campaña del Partido de la Familia Obrera gobernante por la reproducción biológica de la clase obrera era mayoritaria. Su cinismo era insoportable y lo criticábamos con dureza. Machacaban sobre la energía insuperable que aportaba el amor de lxs hijxs, las potencias regenerativas sobre el inconsciente de revivir la propia infancia a través de la crianza, pero, en el fondo, todo se reducía a la posibilidad de diluir la carga personal de la deuda en las nuevas cuentas-sueldo de cada vástago. Sobre esa hipocresía cruel de cada familia obrera, el partido de gobierno alimentaba la ilusión de que un aumento en las tasas de natalidad llevaría dentro de cincuenta años a que los montos individuales de deuda se redujesen a niveles que permitieran alcanzar doce horas de trabajo obligatorias, y ese ínfimo descuento alcanzaba para ganar todas las elecciones sin necesidad de fraudes muy complejos.
Lo que no decían era que los índices de natalidad de las Megápolis Sudamericanas Unidas servían como garantía para tomar nueva deuda del Banco Mundial Reconstruido, la única forma posible de mantener funcionando la ingeniería que permitía sostener niveles de oxígeno elementales en las infinitas colmenas de la Nueva Buenos Aires, mientras que la casta de técnicos, burócratas sindicales, militares y funcionarios disfrutaba en sus lujosos palacios aéreos sobre la Nube Negra.
Una temprana discusión con mi padre a los quince años me había hecho ver con desgarradora claridad el problema y desde ese momento en adelante me convertí al Partido Obrero de la Disidencia. Fue después del entierro de mi hermana menor, de sólo siete añitos. No pudo soportar el embarazo después que un sádico de las Cloacas la violara, en una de tantas incursiones que había sufrido nuestra Comuna. Le eché en cara a mi padre su responsabilidad por haber decidido continuar el embarazo y que su llanto se debía pura y exclusivamente a que había perdido la posibilidad de diluir dos veces más su cuenta personal de la deuda y la de mi madre. Me expulsó de la familia amparándose en la Ley de Divorcio y Autonomía juvenil, ya que hacía años que tenía un trabajo propio, acusándome de anarquía. El juez de familia reconoció todos sus argumentos y el Concejo Empresario me otorgó una vivienda propia a cambio de que se me aplicasen los mismos cálculos para el aumento y descuento de la cuenta de deuda de los adultos.
Tiempo después el Partido Obrero de la Disidencia logró que la libertad de géneros se extendiese a la ciudadanía de las Torres Inferiores, lo que fue producto de nuestra lucha, pero que vendieron como una concesión que nos igualaba con derechos de las castas superiores. Entonces pude definirme en la bisexualidad con rasgos de fluidgender sin ser perseguido penalmente. Finalmente logré adaptarme a los ritmos de trabajo del Ministerio de Instrucción Obrera Ciudadana y renovar durante años la pasantía de instructor facilitador y acumulaba serias chances de aspirar alguna vez al cargo de docente interino, que descuenta deuda a una tasa diez por ciento mayor.
Con cuarenta años recién cumplidos, la pasantía no me dejaba mucho tiempo libre y la inflación me comía las posibilidades de conseguir alimento. Aunque dormía muy poco, el dolor de columna y cuello hacía que necesitara cada vez más dosis de la droga suministrada por el Concejo Obrero Comunal. Por eso festejaba cada like que conseguían mis relatos en las redes. Justo cuando comenzaba a tener alguna repercusión comenzaron a agotarse las ideas más banales y tuve que buscar nuevas fuentes de inspiración. Así fue que se me ocurrió visitar las morgues transitorias después del laburo y entrevistar a lxs resurrectxs mientras comían su primer “desayuno”.
Todavía no habían prohibido que se comunicaran con extraños, y esa brecha legal me sirvió para llenarme de un número suficiente de anécdotas con las que mantener la página activa. No es que sea tan bueno como escritor, de hecho es una tecnología tan antigua e ineficaz que va quedando en desuso gracias a los avances en la tecnología de reconocimiento del lenguaje corporal por las máquinas actuales. Pero en las escuelas del Ministerio de Instrucción todavía trabajábamos con material pedagógico arcaico y este trabajo tan despreciado me había aportado la ventaja de la escritura. También causaba atracción morbosa entre les lectores y lectoras este fenómeno nuevo de les resurrectxs y le supe sacar el jugo a esa veterana ilusión humana de vencer a la muerte.
A pesar del agotamiento, encontraba una fascinación cálida recogiendo las biografías personales de cada renacide. Elles agradecían la oportunidad de charlar con un ser de carne y hueso al volver de esa experiencia abrumadora y reconstruían con satisfacción la historia de su vida previa, contentxs al descubrir que su memoria seguía funcionando. Sentían que se reconstruían de algún modo y disfrutaban hacerlo conmigo en lugar de las pantallas holográficas que colocaba la Oficina de Renacimientos, que se limitaba a reconocimientos faciales y dactilares mínimos con un software bastante obsoleto.
Cada renacimiento era motivo de alegría popular y mis publicaciones recibían millones de nuevos likes. La gente de la superficie se alegraba con cada renacimiento porque significaba que la cuotaparte de deuda de los muertos, que se distribuía provisoriamente entre la gente viva, volvía a desaparecer una vez que volvían a la vida. Aunque el Ministerio empezó a rediscutir las condiciones de descuento de la tasa de mi cuotaparte de la deuda a medida que aumentaba mi éxito, no me importó y alcancé una situación más holgada en el suministro de glucosa y hierro, con lo que eludía la suspensión por anemia, el paso previo a la desocupación y mi garantía de descenso a los barrios fuera de la ciudad, las Cloacas. La medición de energía molecular había reemplazado a las huellas dactilares como método para firmar el presentismo en los lugares de trabajo en la segunda década posterior a la victoria del imperialismo y la construcción del Nuevo Orden Mundial y después de los cuarenta aumentaban las chances estadísticas de perder el laburo por anemia.
En algún momento de ese nefasto pasado, en la madrugada del 24 de mayo de 2124 (de la vieja denominación), conocí a Mariano Ernesto y aunque no podía saber que su historia cambiaría mi vida y la de les millones que sufríamos la vida miserable de las clases obreras y desclasadas, desde el primer instante que ví su hermoso rostro de sombra y su dulce lengua compartió la brevísima historia de sus veinticuatro años con mi solitaria conciencia, me enamoré.
Y aunque muchas veces publiqué las anécdotas de cada resurrectx cambiando los nombres verdaderos y modificando algunas cositas para que no se pudiera reconocer fácilmente su identidad, ese día decidí no publicar la suya como regalo para nuestra intimidad. Preferí mil veces obligarme a la ficción o visitar más seguido las morgues antes que relatar la suya. Porque lo amaba y porque no quería manchar nuestro amor con la miserable posibilidad de aquietar un poco mi propia cuenta de deuda.
Ese límite sagrado, esa frontera de la dignidad, se reforzó en cada encuentro posterior, mientras nuestro amor echaba raíces y se ramificaba. Mucho más después de su segunda resurrección, cuando el dolor por la posibilidad de perderlo soldó definitivamente nuestros caminos hasta el final definitivo y porque ese día me confió su secreto más preciado: su militancia clandestina. Por eso hoy, cuando el viejo Júpiter ha girado por quinta vez alrededor de este maravilloso astro solar desde que nací, hoy que Mariano ya no está, me permito contar su historia y la de Julia, a quien rescatamos juntos en otra morgue y que tan importante ha sido para esta nueva revolución triunfante.

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