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jueves, 17 de diciembre de 2015

La despedida (epílogo)

"El dinero lo es todo en la sociedad capitalista, porque es el medio real, concreto y único, que para bien o para mal, liga el hombre a la vida, a sus posibilidades y a sus carencias. Si tengo vocación para el estudio pero carezco de dinero para estudiar, entonces, no tengo vocación, es decir, no tengo vocación para el estudio. A la inversa, si realmente no tengo vocación para el estudio, pero poseo el dinero y la voluntad para hacerlo, tengo una vocación efectiva... [El dinero] es la confusión y el cambio de todas las cualidades naturales y humanas (...) transforma la fidelidad en infidelidad, el amor en odio, el odio en amor, la virtud, en vicio, el vicio en virtud, el siervo en amo, la estupidez en inteligencia y la inteligencia en estupidez. [En una sociedad que sea humana] entonces, el amor sólo puede intercambiarse por amor, la confianza por confianza, etcétera. […] Cada una de tus relaciones con el hombre y la naturaleza deben ser una expresión específica, correspondiente al objeto de tu voluntad, de tu verdadera vida individual. Si amas sin evocar el amor como respuesta, es decir, si no eres capaz, mediante la manifestación de ti mismo como hombre amante, de convertirte en persona amada, tu amor es impotente y una desgracia". 

Karl Marx, Manuscritos económico-filosóficos, 1844, citado por Pablo Rieznik en "La dictadura del proletariado como un acto de cordura (y una referencia al amor)", En defensa del marxismo, Nº 24, abril 1998.



Era el único que podía, así que fui a buscar la bandera del local para ponerla en la casa velatoria. Pensé “tomo el subte, voy y vuelvo”.
Por primera vez en 3 años me frena la seguridad privada y la metropolitana de estación Los Incas.

-Eh! No flaco, acá no podés pasar con eso!- grita el más alto y se me vienen al humo los cuatro.

-Primero te calmás y me bajás el tono que yo no te hice nada.

-Acá con eso no puede pasar- en un tono más formal, el rati de uniforme blanco y negro dice lo mismo que el rati de metrovías, de verdeamarelo.

-"Eso" se llama bandera, y la pasé mil veces por acá para ir a las marchas. ¿Por qué hoy no?
-Nos comprometés- tira el otro de seguridad, con cara de por qué mierda agarré este laburo de buchón -están las cámaras.

-¿Qué tiene que ver? Decile a la cámara que la denuncia se la hagan al Partido Obrero de Charlone 1999, no a vos. Si ustedes nos conocen -le digo al metropolitano sosteniéndole la mirada- ¿no te acordás?

Se le podía leer la bronca en los ojos de la vez que nos quisieron llevar detenidos a tres compañeros en una pintada y le copamos la parada en Holmberg y Triunvirato o de cuando frenamos el desalojo de treinta familias a la vuelta del local.

-Compromete a los señores. Usted no puede pasar.

- Escúchenme un poco: se murió un compañero, estoy llevando la bandera del local al velorio, son tres estaciones nada más, para el centro a esta hora no viaja nadie, tengan un poco de sensibilidad humana...

-No podés pasar con ese bulto, vas a lastimar a alguien...

Si bien era la bandera grande de arpillera, con los palos de tres metros, les expliqué que la cargaba siempre

-No voy a lastimar a nadie, hay gente que viaja con mochilas más peligrosas...

-No va a pasar -repitió el alto, de seguridad, alto y con cara de garca.

-¿Entonces no me van a dejar pasar? Ustedes no son seres humanos. Ojalá se duerman hoy a la noche con la conciencia limpia de que detuvieron un crimen, ¡manga de hijos de puta! -les iba descargando en la cara mientras reculaba marcha atrás en el molinete forcejeando con los palos.

"Ni lo conocen pero cómo lo odian a Pablo estos soretes" pensé no bien salí a la calle. Me imaginé la risa de Pablo escuchando la anécdota y, si estaba de humor, seguro jugaríamos a tirar alguna derivación científicamente plausible del comportamiento intuitivo de los agentes del Estado.

No quedaba otra. La bandera tenía que estar velando a Pablo y del subte me rajaron. Guita para taxi no había así que me resigné, cargué la bandera enrollada, como mortaja, sobre el hombro derecho y entré a caminar. Calculé unas veinte cuadras o más, porque entre Tronador y Lacroze había más trayecto que el normal entre estaciones, después convenía abandonar Triunvirato y pegarse al cementerio para salir a Dorrego por Guzmán o Rodney.
Cuadras más cuadras menos, lo mismo da, igual había que caminar.

La tarde estaba rara, 17 de setiembre, los árboles en flor pero hacía un fresquito de otoño y el sol se parecía más al tibio sol de mayo que al de primavera. “No sería raro que el barrio se sintiera tan triste como nosotros”, pensé y la verdad que me sentí acompañado por los ocres que el atardecer ya pintaba en los adoquines de Ortúzar.

Caminaba a paso firme, como soldado en misión y a medida que el cansancio me apretaba los callos dentro del zapato y los golpes de la baldoza trepaban por el músculo y los tendones, se me iba aflojando la tristeza y los pensamientos ordenados y rutinarios del día. Me iba haciendo uno con la vereda y el paisaje del crepúsculo.

"Los detalles que no podemos estudiar pero que tienen una explicación científica posible los llamamos azar, casualidad o a veces dios" se me vino a la cabeza mi cita preferida de Engels, de La Dialéctica de la Naturaleza, lecturas por las que Pablo nos había hecho apasionar, cuando pasé frente al profesorado de la UTN en Tronador donde Pablo había dictado el curso de Introducción a la Economía Política que organizamos el año pasado con los compañeros del local y las enfermeras del Tornú.

Hermoso curso, dictó sólo dos clases porque arrancó con la quimio y ya no le daba el físico. Fue una despedida para mí, reviví casi 20 años después esa sensación de asombro, claridad y carcajadas que me partió el bocho cuando cursaba con Pablo la primer materia de la carrera.

Una compañera salió de esa clase agitada, hiperventilando, "ahora entiendo lo que me pasa" decía a cada rato, en éxtasis, porque Pablo había hablado un par de horas, de una forma íntima y poética, sobre las ideas de Marx a los 22 años sobre la alienación del trabajo explotado.

“Así era Pablo”, pensé y sin querer saludé con la mano a la fachada de la UTN.

-Si esos forros no me frenaban capaz que hoy no pasaba por acá- dije como si hubiese alguien para contestarme. Pero antes que empiece a llorar, una chata de laburantes de direct-tv me toca bocina y me tira "¡fuerza loco!" y de las casas de Fraga, detrás de las vías, llegaba un rumor de voces y petardos y los villeros parecían gritar "Aguante Profe" y hasta los árboles del cementerio, majestuosos, centenarios, saltaban los muros para acercarme las hojas de las ramas más largas y decirme "dele un saludo muy grande al Profesor Rieznik de nuestra parte".

Los choferes de los bondis frenados frente a la Imperio me hacían un gesto cómplice con la cabeza y tocaban la bocina mientras los miles de obreros y obreras que iban y venían desde José C Paz, hasta las fábricas y comercios de Chacarita, Chas, Ortúzar o Paternal se paraban al paso de la bandera, llenándome de un aplauso cerrado y conmovedor.

Cayó la noche definitivamente cuando llegué a la cochería. Pablo ya no estaba ahí.

Creo que una parte se quedó en este mundo amargo y bello que tanto amó, pensó y transformó.

Otra parte se quedó dentro mío y de sus familiares de sangre y de militancia.

Otra quedó en la bandera.


(Chau Pablo, fue un honor compartir con vos esta parte del viaje y va a ser un orgullo llevarte en las banderas en cada lucha nueva)


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