En el bondi y en el subte es otra cosa. No, claro, la mirada
ortiva del ojo blindado también está, pero con sordina. Hay una regla legislada
por la costumbre que frena un poco esa obligación que sienten los espíritus
gendarmes de corregirte el género. En el subte y en el bondi, como notaron
antes que yo Robertito Arlt en sus aguafuertes de la primera mitad del siglo
veinte y Julito Cortázar en la segunda, está prohibido quedarse mirando fjjo a
los ojos. Sólo las infancias desconocen esta regla de la adultez urbana porteña.
Vos, porque no sos boluda y tenés las antenitas de vinil al
palo, te rescatás de toque cuando subiste los dos escalones, pagaste boleto y
saludaste al chofer o simplemente te zambulliste en el vagón, el efecto que
hace en el pasaje la travesti a las tres de la tarde, puro glamour o soberbia
elegancia, irrumpiendo en la monotonía acostumbrada de la heteronorma
ciudadana.
Pero al toque bajan la mirada. Se hacen los giles con la
pantallita del celular, como antes con la del diario o el libro, la deslizan sobre
la perspectiva del horizonte, como si viniesen mirando por la ventanilla y te
encontraron a vos sin querer queriendo. El gesto del chofer puede ser más
violento, por ser el primero, por ser inesquivable. En todo caso, dura poco el
aguijón. Qué mirás, pelotudo, te decís por dentro pero ya no te miran, no te
sostienen la falta de respeto y te ponés a buscar un espacio vacio donde
acomodar la cuerpa.
Hay una mentira de invisibilidad construida de común
acuerdo.
Será también porque a diferencia de las calles que me
obligan a (trans)itar –el laburo o los trámites, digo, me obligan- en los
bondis y subtes la proporción de cajetillas que viven de rentas o del laburo de
otres es más baja. No por idealizar a mis familiares lejanes de la clase
proletaria en esto de la empatía al género disidente, qué va. Pero somos una
clase más educada en la humillación de la servidumbre, nos cuesta más que a los
dueños y amos eso de incomodar a otros con nuestras actitudes. Estamos
acostumbrades a bajar la vista.
Y vos también, aceptás el juego boludo y, si tuviste la
dicha de pegar asiento, mientras descansás el culo cuarenta minutos te
burbujeás en la pantalla de plástico o de papel y si alguien te mira, corazón
que no siente.
Pero las nenas y los nenes, que son criados así, como nenas
o nenes y jodete nomás, cuando andan por esa edad impune de la primera conciencia,
entre los cuatro y los nueve, cuando la coraza de las normas y tradiciones
todavía no les enseñó a olvidarse de ser niñes para convertirse en estas bolsas
de hueso y grasa aburridas que son la mayoría de les adultes, sin anestesia
preguntan al adulte que llevan de custodia:
¿Ese de
ahí es una chica o un chico?
Ni la cara de incomodidad anal de su acompañante, que
esfuerza una seña de truco sólo invisible para la bendi (porque vos la viste,
cómo no la vas a ver si el pelotudo o pelotuda está sentado justo delante
tuyo) alcanza para reprimir sin palabras a la inocente criaturita.
¿Qué le vas a contestar, a ver? le ponés tu mejor cara de
boluda a la espera del remate, avisándole que si te toca bailar, vos no te vas
a quedar en el molde.
¿A ver? ¿Qué le vas a contestar a tu hija, hijo,
sobrinite o lo que sea cuando te agarre desprevenide en el transporte público
de pasajeros con una pregunta desubicada pero absolutamente lógica para un ser
al que venís criando en la idea sagrada de que en este mundo sólo hay lugares
admitidos para mujeres o varones?
Cualquiera sea tu respuesta, amiga, amigo, va a ser una
cagada de respuesta. Salvo que le digas, en el mejor tono del universo, algo
parecido a no sé, querida/o, el género de
las personas no se debe adivinar por los rasgos culturales que lleva puestos,
preguntale vos. Disculpame, ¿te molesta que te pregunte cuál es tu género
auto-percibido, qué pronombres preferís para que se dirijan a vos?
Sí, ya sé, vos me vas a decir que pasé de un relato
costumbrista a una de ciencia ficción. Es un deseo utópico que alguna vez te
sorprenda una respuesta así en un subte o un bondi. Hasta que varias
generaciones de porteñes dejen de quejarse del calor en verano y del frío en
invierno y hayan tenido jardín, primaria y secundaria con Educación Sexual
Integral con perspectiva transgénero, que es lo mismo que desear el triunfo de
revoluciones obreras y socialistas en todo el planeta, para las personas como
yo, que batallamos la cotidiana defendiendo nuestro derecho a la identidad
contra energúmenos soretes y buenas gentes mal educadas, lo bueno de los bondis
y los subtes, es que en cualquier momento llega tu parada y te podés bajar de
todas esas miradas y preguntas incómodas.
Y seguir viaje.
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