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miércoles, 30 de marzo de 2016

Y sin embargo, escribe

Reseña de Nadie es inocente, del proletario escritor Kike Ferrari, publicada por Editorial Revólver, 157 pp., Buenos Aires, octubre de 2015

Acabo de conocer a Kike Ferrari después de una serie de coincidencias de esas que uno ya ha decidido obedecer, resignado ante las pruebas de que son mejores caminos que los pre-establecidos. 

Me llamó la atención una entrevista de Diego Rojas (http://www.infobae.com/2016/01/31/1786301-el-insolito-y-premiado-escritor-que-limpia-el-subte-las-noches) donde señalaba algo que todo el mundo sabía menos yo, que había un trabajador del Subte que escribía novelas y cuentos policiales negros, de la mejor catadura y cepa, premiado y traducido, publicado aquí, en España y Francia.

La vida se empeña en ponerme de nuevo a pensar sobre la relación entre arte y política con motivo de una crítica a un prólogo que es en realidad un libro. Por eso, y porque llevo medio año pensándome también como escritor, además de revisándome como lo demás, hombre, militante, padre es que esa reseña picó mi curiosidad, me obligó a endeudarme con Visa nuevamente y conseguir Nadie es inocente (editado en la colección Relatos Negros de Editorial Revólver en Buenos Aires, en octubre de 2015) y Que de lejos parecen moscas (novela,Bs. As., Punto de Encuentro, 2014).

Debo reconocer que mi interés por la obra venía embarazado de una serie de hipótesis muy parecidas a juicios previos pero afortunadamente la fuerza arrasadora de la prosa y la imaginación de Ferrari prevalecieron. Buscaba simplemente la manera de ver y pensar el mundo de un trabajador del Subte, es decir, la opinión política de un obrero hecha literatura y me encontré con un poderoso escritor de origen proletario, heredero digno de una de las vetas más ricas y vigorosas de la literatura argentina contemporánea.

En su reseña Rojas cuestiona en un lugar central al autor: en ninguno de sus personajes se ofrece un ejemplo a seguir, una esperanza de revolución, de socialismo, de un mundo mejor a este mundo de mierda que sufrimos millones de personas cotidianamente. El prejuicio se instaló casi con naturalidad: la materia prima de la novela negra, la realidad descompuesta de lúmpenes, asesinos, miserables vista por un trabajador desmoralizado.

Pero mucho cuidado con lo que se lee. En primer lugar Nadie es inocente es una impresionante obra de arte, fruto de un artista en una fase de maduración, no de uno que recién empieza a mordisquear el oficio. El realismo que trabaja Ferrari –con la sutileza de un relojero y con la potencia de un buen boxeador- no surge únicamente del vómito catártico de un hombre alienado por la explotación y el conocimiento íntimo de las cloacas de la sociedad donde vive y sufre la vida. No, en estos relatos el vómito ya ha sido amasado y re-elaborado, Ferrari piensa la mejor forma de transmitir sus sensaciones, piensa de cada historia qué es lo que merece ser resaltado y qué no, cuál es el mensaje. Ferrari inventa con un plan y trabaja su imaginación en busca de algo concreto.

Su realismo es algo que supera las descripciones certeras de los personajes que recorren las tramas, desnuda la realidad debajo de ellas. Ferrari le pone nombre al principal culpable, al que explica todo el resto de las culpabilidades, al capitalismo y su gendarme, el Estado, sus jueces, policías, médicos misóginos, patotas sindicales, asesinos y violadores. Ferrari nos tira en la cara un mundo de mierda, lleno de antihéroes frustrados, fracasados, trágicamente incapacitados para la felicidad porque eso es lo que es éste mundo, y nada más, por muchas mañanas de risas sonrientes de niños felices que uno tenga cada tanto.

Pero Ferrari no concilia con “dos demonios” ni “en el mismo lodo”, ubica a unos culpables como lo que son, víctimas de la violencia del sistema que responden con violencia, algunos sin sentido ninguno, como el resistente Cadena en “Este infierno de mierda” o el alienado que estalla en “Media hora”, pero otros que ubican su golpe en el lugar exacto del poder, construyendo hechos de justicia, como Estrella en “El cazador de ratas”.
Porque lo maravilloso y esperanzador de que exista este libro, de que exista Kike Ferrari escribiendo este libro y publicándolo, radica en que estamos frente un artista honesto, que se desnuda por completo frente al lector, sin ocultar nada, y se muestra como es, un ser contradictorio, en lucha consigo mismo. Mil veces el lector o lectora se sentirá identificado con la impotencia de saber que en este mundo abundan tacheros fachos estilo Doña Rosa y jóvenes despiadados como los protagonistas de “¿Y cuánto te creés que vale la mía?” sabiendo finalmente que aunque ambos sean víctimas ninguno es inocente ni mucho menos justificable.

Llegado a este cuento no podía parar de dejar de pensar en Andrés Rivera y aunque no es nuestra intención dar señas de erudición ni pretender mostrar la costura del hilo en la obra de Ferrari, permítasenos una ligera digresión.

Rivera comenzó a escribir (a publicar al menos) en la segunda mitad de los años 50 del siglo pasado. Su primer obra, El precio, ambiciosa, describía con crudeza sus experiencias como delegado de una fábrica textil, en Villa Lynch del partido de San Martín, mostrando tanto la vida cotidiana del explotado y su lucha como también demoliendo la imagen sacrosanta del patrón emprendedor o self made man.

Militante comunista, hijo de un destacado militante sindical comunista textil de Villa Crespo, Rivera obviamente buscaba en su arte colaborar en la lucha por la construcción de otro sistema social, usando el arte como un arma para estimular conciencias en un sentido revolucionario. Pero lo interesante de Rivera es que desde temprano osaba provocar los límites estéticos y políticos que su partido definía y orientaba. Mucho antes de romper con el estalinismo y convertirse al maoísmo Rivera ya había roto con el cannon oficialista del Realismo Socialista y usaba los recursos formales y temáticos de la novela negra norteamericana, el formalismo de Faulkner y el tan demonizado “diálogo interior” de Joyce para construir una novela clasista contra el peronismo.

Uno se pregunta siempre qué hubiese sido de los grandes artistas revolucionarios del pasado si hubiesen sobrevivido a las mazmorras de Videla o el infierno dantesco del destierro. Pues Rivera dio una pauta posible, con algo de esperanza en el futuro mientras duró la “primavera alfonsinista” publicó una emotiva llamada a no dejarse derrotar por la derrota y la muerte del pasado esperanzado en su autobiográfica biografía literaria de su viejo en Nada que perder y dejó sentado un último grito de esperanza en La revolución es un sueño eterno, la premiada y famosa biografía ficcional del héroe más trágico de la Revolución de Mayo, Juan José Castelli.

Pero una vez pasada la demoledora década menemista y a la vuelta de una trunca rebelión popular como la de 2001 Rivera pareció resignarse ante el avance de la lumpenización y el protofascismo en la clase obrera argentina. Desde 2004 en adelante, Cría de asesinos, Esto por ahora, Punto final, Por la espalda, Estaqueados y Guardia Blanca, son expresión de un estilo cada vez más certero, seguro, fino y sutil que muestra la desmoralización de un combatiente que jugó la mejor mitad de su vida a suerte o verdad por el socialismo y que se rinde de rodillas ante la evidencia de la abrumadora descomposición social que reina luego de la derrota del último proceso revolucionario en nuestro país y el mundo.

Recuerdo que leí todos estos libros sosteniendo la siguiente idea: si Rivera sigue escribiendo, si sigue disparando contra la peste que nos rodea no debe estar vencido del todo, algo sigue latiendo de la esperanza. Nunca tuve la oportunidad de entrevistarlo y resolver el enigma, pero era la única forma de sostener su lectura y la admiración por su trabajo.

Kike Ferrari es la confirmación de esa esperanza. Mientras Rivera acompaña la experiencia de una parte del proletariado argentino en la decadencia de su derrota política, Ferrari va creciendo y madurando desde este lugar, como un hijo lumpenizado de ese proletariado derrotado. Pero Ferrari demuestra que no todo está perdido, que un trabajador hiperflexibilizado y precario puede reconstruirse y adquirir lo necesario para hacer salir sus frustraciones y sueños en forma de un mensaje claro. Levantar la cabeza y el corazón de tanto dolor, de tanto desgarro, de tanta frustración y mierda y escribir, que sólo por eso demuestra la voluntad inquebrantable de vivir, de superar la mierda, en suma, de vencer.
 Porque ahí está su reivindicación póstuma de Sherlock Holmes, resistiendo a la tortura para salvar la revolución bolchevique en “Una guinea y tres peniques” para demostrar que interrogado sobre la esperanza en otro mundo venciendo a éste, con conocimiento de causa, sin falsas utopías románticas, Ferrari inventa una historia posible para sus “próceres” personales, en la literatura y la política. También en la historia de las víctimas que logran enfrentar y vencer a sus victimarios, como en esa inteligente alegoría y rescate de la mordacidad del clásico “El flautista de Hámelin” o en esa genialidad que reivindica el heroísmo hasta en la heroína menos políticamente correcta en “Lucha”.

No por nada Ferrari hace resucitar al Che Guevara de su asesinato en La Higuera y lo pone a cebarle mate a Rodolfo Walsh antes de su propia emboscada mortal, mostrando además de maestría en la pluma un profundo amor por la Revolución que, golpeado o confundido, se niega a enterrar sin más.

No conozco personalmente a Ferrari y aunque considerando sus posiciones ante coyunturas políticas en su feisbuk podría caracterizarlo en un lugar concreto del pensamiento político actual –uno claramente distinto del mío- me permito la audacia de decir que sabe todo esto. Su mención a Arturo Reedson, el narrador-protagonista de Nada que perder en “Considéreme un sueño” y el epígrafe en “El síndrome Marlowe” (que además es una probable narración ficcional basada en una anécdota real de la vida de Rivera) demuestran que Ferrari ha reflexionado sobre el punto. En estos dos últimos cuentos Ferrari desnuda una mirada autocrítica sobre su propia praxis como escritor, como en esa joyita emocionante que es “Los Muertos”. Sus sueños y angustias, todo lo que nos da vuelta en la cabeza cuando decidimos que escribir sea algo más que la mera realización de una necesaria y terapéutica huida de la alienación cotidiana.

Eso explica que Ferrari haya decidido resaltar en su brevísima “bio” de la solapa, a la misma altura que sus amores incondicionales (su compañera, sus hijos, su River y el karate) su militancia en el sindicato del Subte, la AGTSyP. Y que cierre esta hermosa obra artesanal de la mejor literatura con la primer oración del himno internacional del proletariado socialista.
Hemos reseñado lo que consideramos más importante del libro de Ferrari a nuestro entender, que se trata de un hecho político relevante en la lucha de clases hoy, que demuestra la existencia de una profunda tendencia viva entre las masas obreras de continuar luchando y buscando una salida a toda la pudrición del capitalismo aún a pesar de lo desesperanzadora que parece ser la coyuntura.

Pero nos gustaría agregar que aún si a usted no le interesase en lo más mínimo este aspecto de la obra de Kike Ferrari, aún así debería hacer caso al comentario de contratapa y hacer lo que tenga a su alcance para comprar el libro (en Distal y Yenny lo puede conseguir a un precio bastante razonable para un bolsillo obrero) ya que no nos alcanza el espacio y la cabeza para describirle todas las vetas del libro. Me atrevería a decir que es prácticamente imposible que nadie en su sano juicio haga otra cosa que deleitarse de placer leyendo a Ferrari.

Se trata de un autor que incita la inteligencia de su lector, sembrando cada oración de pistas para reconstruir un mapa del tesoro muy sutil, un tipo que retoma líneas filosóficas y estéticas de Borges y Cortázar con una habilidad a la misma altura que su facilidad innata para escribir como los grandes mitos del género policial. Un tipo que te hace escuchar a Piazzola y a Tom Waits, capaz de un humor criollazo a lo Fontanarrosa como en “Carlos” o verdaderos juegos de ingenio lisa y llanamente perfectos como “El puñal de Caravaggio”,  “La pasión según Jotacé”, “Blanco artificial” o “Ajena al dolor” de los que podríamos escribir un par de ensayos como mínimo. De eso y de una serie de coincidencias azarosas con este escritor me encantaría poder seguir escribiendo.

Pero, parafraseando a Lenin, mejor que escribir sobre el placer de leer es vivir el placer de la lectura, por eso termino acá, para entrarle con ganas a la novela Que de lejos parecen moscas a ver por dónde me lleva.

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