[Publicado originalmente el 16 de diciembre de 2011 en el portal plazademayo.com por gentileza del
periodista Diego Rojas http://www.plazademayo.com/2011/12/recuerdos-del-argentinazo/]
El
19 de diciembre de 2001 arranca en mi memoria al mediodía. Vivía en la esquina
de Solís y Alsina, en el mal llamado barrio de Congreso que según la Lumi se
llama Monserrat aunque ninguno de sus vecinos lo sepa. Efectivamente vivía a
dos cuadras del Congreso de la Nación. Mi vieja tenía una mercería en Alberti y
Alsina, cerca de Plaza Once. Por eso cuando entraron a circular las versiones
de los saqueos en provincia y que podrían trasladarse a la ciudad (como de
hecho ocurrió) los vecinos de grandes Cotos o Discos empezaron a correr la
paranoia de “se vienen los saqueadores” y todo Balvanera hasta el Congreso a la
tardecita era un desierto de persianas cerradas y gente mirando desde adentro
cagada hasta las patas.
Fueron
pasando las horas y estábamos preocupados por si mi vieja iba a estar bien o no
y esas cosas cuando cayó la noticia del Estado de Sitio y ahí nos empezamos a
dar cuenta que la cosa venía en serio y pesada. Alrededor de la tele, después
de cenar, creo que estábamos mirando a Lanata quien, como otros periodistas
entró a agitar la convocatoria a Plaza de Mayo y el cacerolazo.
Como
en varias oportunidades de mi vida, fue la muy poco trotskista de mi vieja la
que prendió la llama de la rebelión. Mientras mi hermano y yo arriesgábamos
miles de caracterizaciones y pronósticos muy sesudos, mi vieja terminó de lavar
los platos, cachó la olla más vieja que tenía y le entró a dar con saña desde
la ventana de casa que daba a la calle.
Así,
sin mediar mucha palabra, como es mi vieja.
No
recuerdo bien, pero creo que la escuché decirnos algo así como “si yo fuese
varón y tuviera la edad de ustedes me iba a la calle”. Con esa presión encima mi
hermano (sin ninguna experiencia militante y que políticamente había pasado de
ser un alfonsinista traicionado a un chachoalvarecista traicionado) y yo (un
pendejo pequebú de 24 años que hacía mis primeras experiencias en la política
de la mano de la UJS de Filo) hicimos dos cuadras para meternos en la fiesta
popular mas grande de la que tengo memoria de haber participado (y ojo que soy
bostero y las fiestas de masas no me eran ni me son ajenas).
El
Congreso era una Bombonera o el Obelisco después de ganar la Libertadores. Una
enorme masa de personas de todos los colores, edades, ropas, etc. Abigarrada,
no se podía caminar desde la escalinata tomada hasta casi Plaza Loria. El clima
no era de la típica tensión de una movilización cuando sabés que vas a un enfrentamiento,
para nada, era un gran festejo popular, nadie imaginaba la represión que se iba
a venir: enfrentamos el Estado de Sitio celebrando nuestra rebeldía.
Recuerdo
cómo fui testigo del nacimiento de la famosa canción “Que se vayan todos, que
no quede ni uno solo.”. Era como en la cancha pero sin la regimentación de la
barra brava. Resulta que claro, contra el Estado de Sitio, Cavallo y De la Rúa
los cantitos eran unánimes, arrancaba alguno con “Cavallo, hijo de puta, la
puta, que te parió// Caaaavallo hijo de puta, la puta que teee parioooooó” le
dabamos tres vueltas y cuando empezaban a cansarse las gargantas otro arrancaba
“Chupete, hijo de puta, la puta que te pariooooooó” y así.
Se
ve que había muchos cantantes que tenían su pasado radicheta o bien que lo
habían votado, entonces, como para que no queden como los únicos boludos, con
una mezcla de vergüenza se acordaban de otro que no fuera radical o aliancista
y empezaban “Menem, hijo de puta… la puta, que te parió”.
Fue
muy loco, porque espontáneamente la gente hizo un repaso por los últimos 30
años de historia política argentina y le cantamos a Alfonsín, a Duhalde, a
Videla, a Martínez de Hoz y a todos esos hijos de puta. Creo que llegamos hasta
Onganía. Y no había rispideces, peronistas, radicales, independientes, todo el
mundo festejaba la ocurrencia y cantaba a voz en cuello ante cada nombre.
Pero,
como era de esperar, en algún momento la lista se hacía interminable, había
apellidos muy difíciles para rimar, había grupos que se colgaban con un
apellido mientras otros sacaban uno nuevo… se empezó ha armar la torre de babel
de las puteadas… hubo un momento de impasse, típico de la cancha o de grandes
movilizaciones cuando pasa el ímpetu inicial de la humorada porque la cosa ya
perdió originalidad hasta que algún iluminado anónimo sacó una conclusión,
TODOS eran unos hijos de puta y empezó con el “que se vayan todos, que no
quede, ni uno solo” que se transformó en el himno de ahí en más de todas las
movilizaciones hasta el 2003: era la síntesis de un diálogo anónimo entre las
masas. Yo sentía que éramos un solo cuerpo comunicándonos, analizando y sacando
conclusiones juntos, como cuando te comunicás con tu beba o tu perro, en un
estado de conciencia diferente del verbal, qué se yo.
Después
vino el “vamos a Plaza de Mayo!” que la mayoría acatamos instantáneamente y, de
nuevo, como una caravana festejando el mundial nos fuimos de carnaval por
Callao hasta Corrientes y de ahí hasta la Plaza. Las avenidas eran ríos humanos
que afluían hacia Congreso y Plaza de Mayo, sin yuta a la vista, la ciudad era
nuestra. Miles de familias, autos bocineando, era un carnaval.
Llegando
a la Plaza mi hermano, seis años más sensato que yo, y que tenía algo de
experiencia en represiones de tanto seguirlo a Boca me dice “¿che, por qué no
volvemos? Esto se va a pudrir” y yo le respondí con una frase que demuestra
que nací destinado por la misma estrella que los grandes dirigentes de la
revolución mundial a la clarividencia política: “no te hagás drama, acá no va a
pasar nada, De la Rúa no va a ser tan tonto de comerse el costo político de
tirarle gases a unas viejitas con sus nietos como ésta” porque justo pasaba al
lado nuestro una señora muy vieja, de un metro sesenta, con sus lentes, sus
canas y sus millones de arrugas disfrazada con una vincha celeste y blanca,
armada de una cacerola chiquitita y una cuchara de madera y con su nieta que
tendría 9 años de la mano.
Creo
que terminé de tirar la frase con una mueca de desprecio por la ignorancia
política de mi hermano y voló el primer gas desde la policía acantonada en la
entrada de la Rosada hacia donde estábamos nosotros.
Retrocedimos
como siempre en estos casos, medio caminando y medio corriendo, medio de
espaladas y medio de frente, hasta que de los gases pasamos a los tiros y ahí
le dimos más a la corrida que a la caminata. Cuando reagrupamos por Diagonal
Norte yo quería quedarme y mi hermano seguir hasta casa. Mientras debatíamos
veo a la viejita, que se ve que había ido a refrescarse un poco, que vuelve en dirección
a la Plaza con un pañuelo en la boca al grito de “¡hijos de mil putas!!”. Y así,
durante 20 minutos la vieja se metía en la nube de gases y reaparecía para
tomar aire y se volvía a meter. De la Rúa se había animado a pagar el costo
político de gasearla, pero la viejita no se iba a doblegar tan fácil.
Al
final decidimos volver a Congreso, tranqui, todavía con la conciencia de cuando
volvemos del Obelisco de festejar la copa, porque incluso siempre llega un
momento en que la barra la pudre y la yuta decide “despejar” la zona. Así que
estábamos en esa, caminando y cantando. En algún momento por Callao tiran que
Cavallo renunció y no dábamos más de alegría. No sé si era cierto o un bolazo,
pero alcanzó para que, después de los gases en Plaza de Mayo, la mayoría retomó
Congreso y era una fiesta enorme. Ya entrada la medianoche vemos que al fondo
de la Plaza, para el lado de Paraná o Montevideo, empiezan a apostarse motos de
la Federal con sus respectivos infantes armados. Mi hermano vuelve a la carga con
el “vamos a casa que se pudre” y yo, que si bien ya me había bajado de mi nube
de “gran cuadro” a la realidad de que mi hermano tenía más razón, la verdad que
no tenía ninguna gana de irme. Así que llegamos a este acuerdo: volvíamos a
casa pero yo iba para usar el baño y él para tomarse algo fresco y luego
volvíamos a la plaza, aprovechando que éramos vecinos privilegiados del centro
del mundo.
Entramos
a casa, mis hermanas creo que dormían y mi vieja nos esperaba viendo la
tele semi dormida. Mi hermano va a charlar con la vieja y a seguir la
transmisión de la tele y yo voy al baño de urgencia. Entre paréntesis, era muy
loco, porque veíamos la tele en estéreo, claro, filmaban lo que pasaba en
Congreso y nosotros lo escuchábamos en vivo y en directo porque los cantos
llegaban a escucharse en mi casa.
Y
bueno, no bien me siento en el trono se escuchan (en la tele) las primeras
detonaciones de gases y balas en Congreso, el tipo que cae ensangrentado por la
escalinata y las corridas y luego, los sonidos toman un cuerpo más cercano,
claro, mi esquina estaba en una de las salidas laterales de la Plaza y la gente
corría a pocos metros de las ventanas de nuestro departamento de primer piso a la
calle. Se escuchaban primero los gritos de la gente y la carrera en el cemento
y minutos después el paso de las motos de la federal y los balazos de goma en
las paredes y las persianas. Salí del baño y veo a mi hermano cuerpo a tierra
con mi vieja y los acompaño en la actitud.
Así,
con mucha rabia contra ese gobierno que se iba cagándonos a tiros terminó el 19
para mí.
Pero
al otro día fuimos a la batalla con más conciencia de lo que hacíamos y más
organizados. Me convocaron a la movilización de Congreso a Plaza de Mayo que
habían lanzado organizaciones como el Partido Obrero a las 12hs. en Congreso.
Creo que estábamos con la AGD de Filo y el Suteba Matanza (imposible no
recordar a Romina del Plá si uno participó de una lucha con ella). La columna
se empezó a armar cuando llegaron las noticias de la represión a las Madres en
Plaza de Mayo con lo cual decidimos ir rápido para allá por Avenida de Mayo.
Cuadras antes de llegar a 9 de julio nos topamos con la federal reprimiendo
para “limpiar” Avenida de Mayo y decidimos reagruparnos para llegar a
Corrientes y entrar a la Plaza por Diagonal Norte.
Quiero
decir esto, aunque mi voz no se escuche, mi más sincero repudio y rencor para
quienes como Pino Solanas en su documental sólo registran gente suelta y
banderas argentinas en la jornada del 19 y 20. Yo viví junto a miles de
compañeros la hermosa experiencia de combatir ORGANIZADAMENTE y concientemente
contra estos hijos de puta en la enorme y combativa columna de la izquierda en
Diagonal Norte. Estuvimos horas enteras aguantando esa posición combatiendo
contra la Federal haciéndoles imposible quebrar ese flanco, por donde pasaban
necesariamente la brigada montada de la rebelión popular que fueron las motos
del Simeca que entraban y salían de la Plaza manteniendo el hostigamiento sobre
las fuerzas represivas. No lo digo por mandarme la parte, yo no tiré un
cascote, no sé como mierda se hace, sólo me eligen para el cordón de seguridad
cuando no queda otra y por descarte, no era lo que se dice un combatiente. Pero
estuve en esa columna y sentí que eso era la revolución, no el carnaval de la
noche anterior o la desbandada trágica y mortal de Av. De Mayo y 9 de Julio o
la de Cerrito. Era un cuerpo compacto, ordenado, sabiendo lo que hacía,
intentando tomar una posición sin regalarse, midiendo, caracterizando. Ahí se
veía el sentido de organizarse en un partido revolucionario. Recuerdo que
muchos/as compañeros/as de Filo, que defendían posiciones “horizontalistas” y
“autonomistas” en contra de los partidos ese día andaban pidiendo por favor que
los dejaran entrar en la columna del PO, único lugar donde se sentían seguros.
Y
esa seguridad y entereza en un momento tan delicado a mí me la transmitían
nuestros dirigentes. A riesgo de sonar como un cholulo o un estalinista, tengo
vívido el recuerdo de compañeros como Chiquito, Solano, Villamil o mi
preferido, Juan Ferro, que en esos momentos en medio del combate no se les
mueve un pelo, andan caminando como si estuvieran en la playa, relajados,
tranquilos, aunque se note que tienen todos los músculos en tensión. Cuando
confiás en la capacidad política de tus dirigentes todo el cagazo se va y
aceptás órdenes con alegría, en tu lugar de batalla hasta que se termine.
Y
terminó con un enorme festejo porque el pueblo en la calle había terminado con
once años de un régimen de miseria y entreguismo, porque yo creo que todos los
que estuvimos en ese día sentimos que no habíamos tirado sólo a De la Rúa, sino
que le habíamos puesto un tope a toda la década menemista.
Claro
que no era tan consciente de todo, como por ejemplo de los 33 compañeros que
cayeron ese día por la represión cobarde del Estado en todo el país; como que
era la segunda vez en la historia constitucional argentina que, después de
Juárez Célman en 1890 un presidente elegido legalmente caía en medio de una
rebelión popular; como que sería un enorme límite que el “que se vayan todos”
tuviera totalmente claro quiénes eran los hijos de puta, qué había que hacer
con ellos, pero ni puta idea de con qué reemplazarlos y tantas otras cosas que
fuimos aprendiendo después de lo que habíamos hecho esos dos días.
Pero
sí recuerdo que llegué a casa, agarré mi vieja edición de la Historia de la Revolución Rusa de León Trotsky, que había leído y
estudiado varias veces en esos años de acercamiento juvenil a la lucha de
clases, releí el prólogo y sentí que por primera vez lo ENTENDÍA REALMENTE
porque esas palabras de Trotsky ahora sentía que las podría haber escrito yo o
cualquiera de los que estuvimos en ese lugar, porque explicaba lo que
sentíamos, lo que acabábamos de hacer:
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