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martes, 1 de julio de 2014

Sin adjetivos


Me dicen que escribo con muchos adjetivos. Que escribo desde las vísceras. Que muestro la hilacha, que eso no es escribir.


Pues bien.

Él tiene menos de treinta años. Recorre dos cuadras de Martínez Castro, entre Fernández de Cruz y Chilavert.

Siempre.

Con frío de escarcha, con lluvia, de día, de noche.

Siempre.

Un metro ochenta, espalda, hombros y manos de laburante. Cuerpo de hombre. Con un buzo de color que alguna vez fue azul-marino, con el logo de Carrefour en el ángulo superior izquierdo, como los que usan los compañeros en el depósito, no como los de los repositores.

Mira con ojos de niño. Siempre se lamenta.

No habla. No grita. Tampoco llora.

Un largo lamento, como un cuchillo. Perfora tus oídos. Perfora tu sensibilidad.

“Me pegan”, “me pegan”. Arrastra la “a” durante un minuto, minuto y medio. Cuando parece que termina con el llanto, cierra con la “n”, respira, vuelve a lamentarse.

Una docente (en estas dos cuadras hay seis escuelas) lo para. Lo toca. De su boca sale la pregunta que todos nos hacemos desde que arrancó el otoño “pibe ¿quién te pega?”

Sólo señala. Hace un movimiento con la mano izquierda, como quitándose una mosca de detrás de la oreja. Lo repite. Con angustia en los ojos, mira al vacío, hacia abajo. Sólo su cabeza, hacia abajo. El resto de la montaña de músculos, firme.

Todos esperamos, con angustia, la respuesta.

La seño le sigue hablando, pero no la escuchamos. Seguro intenta explicar lo que todos explicaríamos: “no podés seguir así, pibe, con el frío, la lluvia, en la calle... ¿quién te pega?”

Pero él no responde. No dice nada.

Ahora agrega otro movimiento. Después de abanicarse la mosca que no existe, mira hacia el norte, señala con su brazote y el índice extendido.

El pelo enrulado, corto al ras. Ninguna muestra de suciedad en la ropa ni el cuerpo.

¿Quién le pega?

¿Quién lo dejó así?

¿Por qué el lamento?

¿Importa?

Yo me imaginé que quedó así por el trauma que le generó el mismo que le regaló el buzo y lo obligó a usarlo.

Los auxiliares de la escuela, los vecinos, las vecinas, desarrollan teorías sobre madres que golpean y padres que abandonan.

No importa.

En Villa Soldati, el “loco que llora” es solamente una probabilidad para el futuro de toda la juventud que trabaja. De todas las probabilidades es la que más acontece, el quiebre, la frustración, la locura en alguna de sus formas, desde el lamento en la calle hasta el asesinato, de otro ser, de sí mismo.

Su soledad es mía. Su llanto vive en cada momento de mi vida, resuena, rebota como un eco, como disparos de escopeta. Dentro mío. Dentro mío hay un cañón, una quebrada, donde su lamento resuena, rebota, no cesa.

Con vísceras, sin vísceras, importa un carajo.

Porque la vida, lo que escribo, no es literatura. No requiere adjetivos para dolerrme.

De ahí, desde ese fondo, amaso el lamento del “loco que llora”.

No lo dejo escapar. No le impido la entrada.

Lo amaso. Con paciencia. Lo amaso, lo pulo. Le pongo levadura, recuerdo su mirada, la de Fernando, volviendo del infierno.

Le pongo levadura, la mirada de Natii, su hermano roba al por menor, su hermanito se da con paco, su hermanito no roba para la 36, tampoco para Gendarmería, su hermano en el Piñero con el pulmón alojando una bala de FAL. Su marido, el de Natii, el papá de sus tres hijitos, sale a chorear para buscar la comida que diez años de trabajo responsable en la panadería ya no le dan más porque osó pedir la limosna del blanqueo y le pusieron una patada en el orto. El esposo de Natii, que para no matar a nadie, ni por error, salió a chorear después de una dékada rescatado y le vaciaron un cargador de reglamentaria.

Le pongo especias, lo condimento con la imágen del papá del Chino, quemado vivo, en su cama, entregado por sus “compañeros” de la obra, para chorearle la indemización del despido de la obra de la UOCRA... Imágen del propio Chino, estudia, trabaja, atajaba en Sacachispas, con el rostro desfigurado, respirando todavía, no sé por qué... y tampoco importa.

Amaso, levo, sazono el lamento que transformo en mi grito de libertad. Grito de guerra. Odio de clase. Para ellos, para los policías, gendarmes, curas, obispos, funcionarios, punteros, milicos, burócratas sindicales, burgueses, patrones, terratenientes, banqueros, sojeros, mineros, Monsanto. A ellos, les devolveré toda esta muerte sin adjetivos, sin humedad, sin poesía que amaso, levo y sazono.

Con paciencia, con odio.
Con toda mi vida.

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