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viernes, 13 de marzo de 2020

Con olor a calembour


Publicado originalmente en Evaristo Cultural
 http://evaristocultural.com.ar/2020/03/11/caminantes-edgardo-scott/

Ediciones Godot ha publicado un bellísimo calembour, que, como leímos en una de las irónicas críticas literarias de El escarabajo de oro hace más de cuatro décadas, no es un tipo de queso refinado, sino un exquisito juego de palabras, más refinado aún. Se trata de la segunda edición ampliada del conjunto de glosas breves imaginadas por Edgardo Scott (1978) fundador del grupo literario Alejandría en 2005, autor de varios libros de cuentos y novelas y columnista de renombradas publicaciones literarias del país y el extranjero.

En su Caminantes, flâneurs, paseantes, walkmans, vagabundos, peregrinos, Scott revive el gusto típico de lo que David Viñas llamó el escritor gentleman, arquetipo fundador de la literatura nacional en el siglo 19 y que, leyendo a Scott descubrimos que está lejos de morirse.

El autor nos presenta sus reflexiones como lector, haciendo un recorte prolijo del tema a observar, un cánon de escritores y escritoras que considera del mejor nivel y de un estilo particular. El tema que busca es la relación entre la acción de caminar (para mostrarse, para conocer, para meditar, para abstraerse del ruido urbano, para escapar o buscando un destino de fe) y la literatura. Con ingenio demuestra en cien páginas que ha existido una relación fundante entre la literatura y la disposición a ejercer la caminata en alguna de estas variantes filosóficas y estéticas diversas.

Es un ejercicio aristocrático por varias razones. La más importante, en todo su recorrido busca recuperar y resaltar la caminata como medio por excelencia de la meditación estético-filosófica vedado al común de los mortales, individualidades homogeneizadas por la sociedad de consumo, que no puede pasear, que camina monótonamente y es parte del ruido de la ciudad. El escritor que rescata y recorta Scott, caminando se aparta de ese ruido que no comprende ni quiere, de esa masa anónima y gris que desprecia en su última miscelánea. Ejercicio aristocrático porque defiende una praxis estética que remite a un pasado social cada vez más lejano, devorado incesantemente por el desarrollo de las comunicaciones y la velocidad de la tecnología, así como por la capacidad de domesticar las conciencias del capitalismo moderno.

Recorriendo todas las variantes posibles de la caminata, Scott no se ubica nunca en el punto de vista de quien camina para ir al laburo, alguno de los individuos de esa masa ruidosa urbana, sus limitaciones o posibilidades para filosofar sobre el paisaje o sobre los que sí pueden pasear frente suyo, bien vestidos y elegantes, como esos flâneurs del siglo 19 que Scott añora. Tampoco ubica su punto de vista en el de aquéllas personas que, aun  consiguiendo el tiempo necesario de ocio para pasear, son violentadas en su derecho al disfrute filosófico del ambiente debido a las marcas de género o etnia que portan.

Scott pasea por la literatura que le agrada buscando también reivindicar un tipo de literatura y un tipo de lectura. Escribe en el viejo estilo de Mansilla, de Borges y de Bioy, del propio Abelardo Castillo, para quienes la literatura debía ser una artesanía fina, un trabajo intelectual de construcción de objetos delicados, bellos, precisos y exactos, textos como diamantes facetados por expertos conocedores de su materia, para quien los cuentos y las poesías debían ser elaborados como perfectos mecanismos de relojería. El hrönir.

Objetos de tal particularidad que sólo pueden ser reconocidos por iniciados en la cofradía, por pares que debían atravesar las duras pruebas del arte hasta ser reconocidos ellos mismos por sus cófrades consagrados. Este tipo de glosas como las que nos ofrece Scott, se podían escuchar en las tertulias de las grandes plumas (sin ofender) de nuestra literatura en los cafés que usted quisiera, y luego fueron también el sello distintivo de sus secciones de crítica literaria en las revistas literarias icónicas de los años cincuenta o sesenta del siglo pasado. Como una masonería de la literatura que tanto aspirantes a escriteres como público curioso en general podían apreciar desde la ventanilla si pagaba el ejemplar pero no podía ser parte.

Escritores aristocráticos –más allá de sus ingresos o genealogía- porque construyeron una élite, un arte definido por ciertos recursos, un estilo y un tono particulares; escritores que escriben para ellos y la mayor parte del tiempo, sobre ellos. Como Scott.

Y esto se nota sobre todo en un tipo particular de forma de leer que ellos reivindican y promueven. Porque si el escritor debe ser un artesano calificado, el buen lector debe ser un detective tan sutil y avanzado como el artificio que pretende descular. En sus palabras “En verdad, descifrar es una forma superior, la forma, extrema, superior, de lectura.” (p. 41). De esto se trata este libro, de la demostración del autor de su capacidad para descifrar a los autores y autoras que considera, por lógica, portadores de la forma extrema, superior, de literatura. Scott viene a pedir con este libro el carnét de pertenencia al selecto grupo de quienes saben leer y escribir en su forma “extrema, superior”. No leímos sus obras anteriores, pero Caminantes es una solicitud de inscripción, un formulario de admisión, a ese viejo y marmolado Parnaso Azul que una, ingenuamente, consideraba abandonado y con telarañas.

Caminantas o el machismo al paseo de la época

Se trata este texto de una demostración de la vitalidad posible del escritor gentleman en pleno siglo 21, demostrar y demostrarse que todavía se puede dibujar la realidad contemporánea en sutiles pinceladas, para encontrar con inteligencia los rasgos ocultos de una sociedad y comprenderla de un plumazo. Ahí están los textos donde Scott reflexiona sobre canciones del mundo del pop o el rock popular de las décadas de su infancia y adolescencia, y deduce las filosofías trágicas del pasaje del vinilo al casette, del winco al walkman.

El escritor gentleman puede -como en ese excelente dibujo de la tapa- calzarse el cuello almidonado, la galera y los auriculares más llamativos sin desentonar, reivindica este libro. Aislarse de la masa, del común, recortarse –por sobre- la multitud, refugiarse en su parnaso propio y desde allí llenar de belleza e inteligencia irónica el mundo, no con intenciones políticas de revolucionarlo, sólo para cumplir con su deseo, su mandato autoimpuesto.

Y en eso de aggiornarse Scott introduce varias reflexiones sobre escritoras y poetas, para que no vayan a tildarlo de machista esas moralistas del género que tanto abundan en la posmodernidad. No sabemos si les escriteres transgénero o travestis no han hablado nunca de la caminata, o porque no han escrito nada que amerite ser introducido en la selecta cofradía de Scott, o simplemente no existen, pero aquí no aparecen. Las mujeres que han logrado hablar sobre la caminata o la han utilizado para su literatura, al menos las que escriben bien, existen y son mencionadas.

Y sin embargo, también existen las mujeres en el universo de los escritores aristocráticos que Scott adora e idolatra, como ejemplo icónico y simbólico, Lucio Mansilla. Nos llama la atención que recién en la página 78, en su comentario sobre un texto del escritor escocés Stevenson (a quien Scott considera genial, igual que lo consideraba Borges y toda la academia literaria internacional) nuestro agudo lector descubra una marca de machismo para despreciar una posible crítica moral. Sirva este modesto ejemplo también de cómo está construido todo el libro.

Scott cita un extracto del ensayo Caminatas de Stevenson sin mencionar en qué libro, año de edición ni nada que nos permita buscarlo puesto que si fuésemos miembres de la cofradía de escritores gentleman sabríamos con exactitud en qué año y dónde publicó el escocés esta glosa.

“una excursión a pie debe realizarse a solas, porque la libertad forma parte de su esencia, porque uno ha de ser capaz de detenerse y seguir, continuar por una senda o por otra, según lo dirija su voluntad, y también porque uno tiene que marcar su propio ritmo y no trotar junto a un caminante de campeonato ni dar pasos remilgados al compás de una muchacha”

Y dice nuestro Scott a la salida del punto seguido después de las comillas:

 “Stevenson machista, sí –para nuestro discurso de época-, pero sería muy superfluo ahora detenerse en ese giro.”

Quizás por una inercia que nos ha dejado la lectura de este libro, quizás porque al no pertenecer a la cofradía de los gentlemen leemos distinto, nos detendremos un rato en ese giro. Está claro que para la época de Stevenson un varón podía perder el paso al lado de otro varón deportista –caminante de campeonato- o frustrarse por la lentitud de una muchacha. Es decir, que en su universo mental y epocal las “muchachas” –suponemos mujeres jóvenes todavía no entregadas a la posesión eterna de un varón caminante- eran el arquetipo de la debilidad y fragilidad, hasta en el caminar.

No llama la atención el machismo de Stevenson pero sí el de Scott, nacido en 1978 y que tendría suficiente uso de conciencia el 3 de junio de 2015 cuando irrumpió frente a todas las miradas –sutiles o groseras, flâneurs o ruidosas- el grito desgarrante de las mujeres esclavizadas por la sociedad patriarcal. En primer lugar, porque le baja el precio al machismo como se dice en la calle que sus flâneurs no transitan, de este lado de la vereda, ya que la distancia epocal no salva al machismo de Stevenson como si en el siglo 19 los machos hubiesen tenido derecho a su poder patriarcal porque no existía el feminismo –que, por lo demás, también existía- y rebajando la denuncia de los crímenes de lesa humanidad de nuestra sociedad contra las mujeres a un “discurso de época”, lo que claramente significa para Scott, una moda impuesta a la “correctitud política”. Que, claro, está fuera de la esfera amoral de los grandes artistas.

Luego, si Scott considera “superfluo”, es decir, superficial o banal “detenerse” en el giro machista, sí de Stevenson, ¿para qué lo cita? ¿Si le interesaba destacar que su adorado Stevenson era parte de la cofradía de escritores caminantes y que tenía una filosofía propia del paseo, que reivindicaba en soledad, a cuento de qué alargar la cita hasta ese giro machista? Poniendo el punto y aparte en “su propio ritmo” con un par de corchetes y puntos suspensivos el objetivo de la glosa estaba resuelto. ¿O será que Scott quería dar su opinión sobre el “machismo de época” y lo superfluo que le parece “detenerse” en “esos giros” epocales? Cómo saberlo. Aunque la provocación, como la ironía y el sarcasmo –y el machismo-, son atributos del estilo del escritor gentleman que Scott aplaude y reivindica en Borges, Mansilla y Bioy Casares.

Lo que nos lleva a releer la glosa que ya nos había desagrado al comienzo, en la página 31, en la que se reivindica a Lucio Mansilla como “el otro gran escritor del siglo XIX” un escalón por debajo de quien Scott considera el primer gran escritor del siglo XIX, Domingo Faustino Sarmiento. Poco le importa al escritor gentleman que ambos se hayan destacado, por ejemplo, en el “primer gran” genocidio del Estado Argentino en siglo XIX, al servicio de los intereses geopolíticos del “primer gran” imperio de la era capitalista moderna, esto es, la Guerra contra el Paraguay y la masacre contra los pueblos originarios de la Patagonia y el Gran Chaco. En los que Sarmiento y Mansilla, como en la literatura, también ocuparon puestos de primer y segundo violín.

Pero esto es otro giro epocal que no le interesa al lector aristocrático, a la cofradía de artesanos de la poética. Le interesa sí a Scott reivindicar en Mansilla un arquetipo de literatura que bien podría aplicársele a él mismo, o mejor dicho, que en este mismo libro el intenta emular:

“Pero para Mansilla, enseguida París y sus calles, París y sus mujeres, se vuelven símbolos de su maravillosa autoficción: la escritura de Mansilla es nuestra primera gran escritura del yo. El primer gran analítico e introspectivo.” decreta nuestro escritor gentleman antes de reflexionar sobre una de las famosas misceláneas del seudo prócer en la que cuenta cómo persiguió a una mujer por las calles de París viendo cómo ella dejaba limosnas para las personas ciegas que se encontraba en el camino hasta que la “encara” y la señora se lo saca de encima diciéndole que era casada y no deseaba una aventura con él, que también estaba casado pero que por lo visto deseaba el affaire.

Scott ha elegido esta entre toda la prolífica obra de Mansilla donde podría haber comprobado de la misma forma su tesis sobre su autor preferido, sin embargo la elige porque se trata de un paseo aristocrático (Mansilla como flâneur) y porque además se desarrolla en París, meca de la aristocracia que Scott admira, como él mismo reconoce “las calles del París de Baudelaire” otro de sus arquetipos adorados. Otra vez nuestro contemporáneo salva el alevoso machismo de un tipo que decide seguir a una mujer por la calle porque le gusta –y porque puede-

“en su paseo por París, Mansilla sigue a una mujer. No la persigue, no la acosa, pero la sigue, la desea. Camina detrás, camina al costado, camina adelante.”

Sólo desde el mismo punto de vista de Mansilla –de clase y de género- Scott puede decir con total impunidad, determinar como un juez –tode lectere es el únique en condiciones de juzgar en su mundo íntimo de lectura- que Mansilla sigue pero no persigue a una mujer, que le camina detrás, al costado, adelante y finalmente decide hablarle pero esa consumación de su deseo no implica un acoso. Si Scott escribiese el mismo libro buscando lecturas de travestis, lesbianas y mujeres cisgénero intentando pasear como la víctima del deseo de Mansilla en este relato, y tuviese un poco de empatía con este punto de vista, descubriría que gracias al patriarcado, pasear sin miedo a ser acosada, piropeada o insultada por lindas calles o parques de la ciudad, buscando el placer filosófico de la contemplación y sarasa, es un privilegio sólo de varones.

De paso, y ya que Scott hace la reverencia a la literatura no aristocrática de Roberto Arlt y le permite un lugar en el Parnaso en varias oportunidades de su libro, nos permitimos con modestia señalar que en sus aguafuertes ya se sorprendía en los años treinta con la violencia e impunidad que los varones porteños se permitían decirle cualquier tipo de barbaridad a las “muchachas” y “señoras” por las calles de Buenos Aires.

 “He visitado muchas ciudades extranjeras. Las he visitado con la curiosidad del hombre que busca fórmulas de mejor vivir. Y en las ciudades extranjeras he encontrado realidades que me han agradado y también he vivido experiencias que no me entusiasmaron. Pero en ninguna parte del mundo he descubierto que se le faltara el respeto a la mujer con la grosería que acostumbran hacerlo aquí los que a sí mismos se tildan de hombres cultos o, por lo menos, educados. […] En todas las ciudades que no llevan el nombre de Buenos Aires he encontrado respeto para la mujer. Respeto para la niña. Menos aquí.

Causa asombro y repugnancia. ¿De qué calidad de hombres estamos rodeados? Porque estos hombres que tan gravemente faltan al respeto a la mujer y ultrajan su pudor no son extranjeros. No. Los extranjeros no tienen esas costumbres. Son argentinos. Hombres que se dicen cultos y que al menos tienen las apariencias de tales.

He recorrido tranvías, teatros, cines, ferrocarriles, cafés, calles, frentes de tiendas. Donde se camina por esta ciudad se descubre que el hombre vive en permanente atentado a la dignidad de la mujer. Ya es la frase obscena susurrada al oído, ya, como en las céntricas calles de Esmeralda, Corrientes y Suipacha, son las patotas de pitucos o de sujetos que quieren tener las apariencias de pitucos, lanzando, en grupos, torrentes de guaranguerías al paso de las muchachas solas. ¡Y a la vista y paciencia del vigilante que en la esquina los deja hacer indiferente! ¿Qué diré de los frentes de las tiendas, de la calle Florida, de Sarmiento y Cerrito, donde se ve, los he visto yo con mis propios ojos, hombres jóvenes o maduros, con rostro que simula perfecta indiferencia, lanzar pellizcos a las mujeres que pasan?”.

Roberto Arlt, “Tiempos presentes”, 1937 citado en Roberto Arlt, El paisaje en las nubes. Crónicas en El Mundo 1937-1942, Prólogo de Ricardo Piglia. Edición e introducción de Rose Corral, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2009, pp. 140-142. En el link  http://nuestroquerer.blogspot.com/2016/09/como-se-ofende-la-mujer-roberto-arlt.html


Nótese que citamos una reflexión de Arlt que vendría muy al paso del recorte del libro de Scott, ya que se refiere a reflexiones sobre cómo es caminar en la ciudad de Buenos Aires. Claro, entendemos que quizá Scott no lo pueda apreciar, ya que se trata de “giros discursivos de época” “superfluos” para un escritor gentleman. Porque Arlt está mirando desde y hacia esa multitud ruidosa que camina sin poder disfrutar del paseo, esa multitud y ese ruido del que los testimonios seleccionados por Scott, huyen o se aíslan.

Para el escritor gentleman, entonces, con incluir a un par de mujeres que escriban con gusto aristocrático por la literatura alcanza, como el caballero que abre la puerta del carruaje o deja pasar primero a las damas, para vivir en este presente tan distinto al añorado siglo XIX.

En este juego de erudiciones que se permite la cofradía de escritores aristocráticos a la que Scott se afana por entrar –si es que ya no le han aceptado hace rato- recordamos que un calembour o calember bien puede ser un ingenioso juego con las palabras, la gramática y la sabiduría literaria, y también reflejar el olor propio de los quesos largo tiempo fermentados por los artesanos gourmet en las cavas apropiadas. Habrá quiénes disfruten de ese olor y corran a comprarse un buen ejemplar para saborearlo y devorarlo, y habrá quienes lo rechacen por hacer una lectura demasiado “literal” o “ingenua” de su repugnancia aparente.

Nos encontramos entre les últimes.

Para quienes disfrutan este tipo de literatura, tan argentina por cierto, este es un excelente libro que deberían comprar.

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