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viernes, 7 de febrero de 2020

Mis primeros pasos



Hay un momento de mucha angustia, cuando no podés seguir callando las señales de que tu crisis no es con tu profesión ni con tu soledad ni con tus parejas, es con tu identidad de género impuesta y auto-asumida durante tres décadas y media. Ahí, en esos segundos, minutos, días, perdés el suelo firme donde caminaste siempre, sentís el vacío y todo se te vuelve oscuro.

Una amiga en el wasap: “Habrá que subirse a unos tacos y ver qué te pasa”.

No idealicemos a esa amiga. Muy paki ella, igual que vos. Sin herramientas para comprender, ninguna.

Pero tuvo razón.

Salís del laburo, oasis y espejismo dentro del túnel oscuro en el que te movés, te obliga a mantener las formas día a día, al borde del quiebre. Cruzás Independencia con el wasap zumbándote en el bocho, creciendo en fantasía de salida,  de primer paso hacia una solución.

Vidriera de ofertas de primavera en el local de zapatos de avenida Entre Ríos que nunca registraste. Sencillos, suela de yute, como las confiables alpargatas de toda tu vida, cintas negras elásticas cruzadas, adaptables a cualquier forma. El talón cinco centímetros más arriba que la punta.

Entrás sin pensar, empujada por un zumbido, por un wasap. Probás, funciona.

Te subiste a tus primeros tacos y el cosmos se hizo claro y diáfano por primera vez. Ese nuevo horizonte, de cinco centímetros de diferencia te permitió ver toda tu vida en perspectiva. Sos vos.

Pasan primavera y verano, la angustia afloja en la terapia de la Casa 8 del Muñiz, con el equipo de especialistas en acompañamiento de personas trans. Alternás las alpargatas de plataforma de yute y las viejas zapatillas de chongo. Sin novedades.

Cae el otoño y vuelven las sombras. Las alpargatas no sirven para la cotidiana. Otra vez la angustia, el túnel se va haciendo angosto a cada paso, se cierra delante tuyo, sabés lo que se viene.

Misma zapatería. Esos zapatos con tacones por favor, tipo botita, sí, en el color que te gusta. Te informan que no fabrican después del 39. ¿Esos otros que no te gustaron tanto? Tampoco. ¿Aquéllos que no te gustan nada? Tampoco. Alguno, cualquiera. Imposible.

Otra zapatería, primera vez que una vendedora te mira de arriba abajo con mueca de desaprobación. Preguntás si tienen los de vidriera en 41. Te dice que sí, respirás aliviada. Esperás ansiosa, tu primeros zapatos con tacones de verdad, te alcanza la tarjeta maltrecha para zafarlos en cuotas. Imaginás tu nueva vida seis o siete centímetros sobre el nivel de tu viejo género. Vuelve del depósito con los mocasines negros que están en la vidriera de enfrente.

Tu túnel se llena de frío. Huís. 

Dos meses entrando con ilusiones y saliendo en llanto contenido por zapaterías de Villa Crespo. La industria del calzado no te registra, ni a vos ni a las mujeres cis más altas. Ni las vendedoras. Las más empáticas, te piden disculpas, las otras, te siguen ofreciendo los mocasines de la vidriera de enfrente.

A esa vidriera no vuelvo más, dice fuerte y claro algo que bulle dentro tuyo.

Vení a llorar a casa, te dice otra amiga con un amor que anula su falta de información sobre lo que te pasa. Tren hasta Remedios de Escalada, abrazos, le contás la historia del túnel. 

Vuelve de su cuarto con dos hermosas botas de cuero negro, con unos tacos semiaguja de ocho o nueve centímetros sobre el nivel del mar. El llanto ahora te sale con sabor dulce, alegría. Te subiste a ellos enfrente del espejo del living y sos vos, pero en perra, dragona, serpiente emplumada.

Volvés hasta Parque Centenario escalando tu euforia hasta que notás por primera vez que el mundo está hecho de baldosas rotas y cordones de vereda demasiado altos, de forros que te chiflan en las bocacalles desde los autos y forros que te muestran la sonrisa hiriente cada que trastabillás en tus zancudos nuevos. Los metros que no notaste nunca moviéndote en zapatillas, son ahora infinitos. Como en la fábula de los sofistas: para llegar a casa primero las diez cuadras, pero primero las nueve anteriores, las ocho anteriores y así hasta que el próximo paso te parece imposible de dar. Las puntas de cuero laceran los dedos de los pies, sufrís hasta que llegás a tu guarida y te lamés las heridas.

En youtube todos los tutoriales que te devuelve la frase “cómo usar tacos sin que te duelan” vomitan una misoginia marca Disney, encubierta de sonrisas inocentes, que te sorprende. “Para ser una verdadera mujer hay que usar tacos y mostrar una figura estilizada” y entendés que para esta gente ser mujer significa “tener la cola parada”. La bronca prende fuego el túnel donde estás mirando la pantalla pero te aconsejan: cinta de tela para atar el mayor y el angular, cinta con algodón bajo el metatarso, meterlos en el freezer con papel de diario mojado hasta que ablande el cuero. “Para ser una mujer bella es necesario sufrir”. La pasión de Cristo all over again, motherfucker.

Las botas negras de gatúbela no sirven para el laburo. Trabajás con varoncitos adolescentes que emulan a profesores pajeros cuarentones en escuelas medievales disfrazadas con protocolos de diversidad que nadie nunca leyó. El otoño avanza su oscuridad prometiendo el invierno y pasarte los cuarenta minutos de la casa al trabajo y del trabajo al otro trabajo y del otro trabajo a tu casa, parada en los bondis o el subte, te revienta los metatarsos y el dedito meñique implora a gritos la conmutación de la pena de muerte. Los asientos reservados para personas con movilidad restringida no aplican para travestis sufriendo por estar paradas en tacones. Las frenadas te transforman en el arlequín inflable que promociona la playa de estacionamiento.

Pero no. Toda vos estás sublevada, a esa cárcel de suelas planas no volvés jamás.

Hasta el día que descubriste la zapatería precaria en Entre Ríos y Belgrano, que algún mercanchifle alquila por temporadas, pagando un sueldo ridículo a empleadas temporarias y llenando con lo último que pasó por aduana. De pura casualidad, el universo te regala una vendedora con la edad de tu vieja, pero empática, que busca y revuelve hasta que encuentra unos tacones en 41 ancho, envueltos en cuero abierto, de señora elegante, con unos horribles apliques de plástico simulando aristocracia venida a menos en la punta brillosa símil charol y el resto de una pálida cuerina color piel de conquistador español.

Qué feos son, pensaste. Pero la industria del calzado en Brasil fabrica para la enorme demanda de millones de mujeres cis y trans, afro y travestis que calzan por encima del 39 y te quedan tan cómodos como el Paraíso en la Tierra.

Tus amigas te chicanean los zapatos de señora pero vos no te los sacás ni para dormir. Con el metatarso y los deditos relajados de angustias, te permitís darte cuenta que en un par de semanas de volver a aprender a caminar rápido, de reconocer con el instinto los obstáculos cotidianos de tu camino, esquivarles, sobrepasarles, saltarlos también en juego infantil, pura rayuela, los viejos dolores de tus rodillas desaparecen, como se van para siempre los dolores en la cadera y tus cervicalgias, eternas parasitarias del cuello.

Si algo tenés claro de tu cuerpo desde siempre, es que la naturaleza te obsequió pies planos. Mientras las personas que nacieron con arcos perfectos sufren la tortura de los cartílagos y la columna desviada encima de unos tacos, a vos te acomodan lo que natura non dio. Te corrigieron la postura, así, de milagro, de un día para el otro.

Si todo el universo donde naciste, te criaste y vas a morir no considerase que los tacos son el objeto más puramente femenino del universo, en los ochenta tu vieja se habría ahorrado fortunas en zapatillas ortopédicas, feas y caras, talones correctivos de plástico duro que te llagaban hasta la carne viva y plantillas de olores horribles que no entraban en ningún lado. Si te hubieran acompañado para abrazar el género auto-percibido que nacía con tus primeros deseos, te hubiesen comprado tacos en lugar de addidas o kickers, te hubieras ahorrado tantos dolores de columna, tantas burlas de cuello encorvado y jorobado.

El único tiempo que existe es tu tiempo. Aquí y ahora, plantada sobre los tacos más cómodos y elegantes que suelo encontrar en las maravillosas ferias de ropa usada, o las ofertas de saldos que revientan los talles menos comprados, te puedo decir, amiga, que sin saber todavía cuál es el exacto nombre de mi género de nacimiento, en todavía siendo travesti como dice la Wayar, tenías toda la razón del mundo, me subí a unos tacos y, aprendiendo de nuevo a caminar, me vine a descubrir a mí misma.

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