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martes, 25 de febrero de 2020

Odiseo en la pampa húmeda


Publicada originalmente en Evaristo Cultural http://evaristocultural.com.ar/2019/12/10/en-el-mismo-rio-ismael-cuasnicu/

Modesto Rimba ha tenido la osadía de publicar la primer novela de Ismael Cuasnicú (Mendoza, 1973), de quien sólo sabemos por la solapa de tapa que se ha formado como escritor en diversos talleres literarios, entre los que nuestra ignorancia nota solamente al escritor reconocido Alberto Laiseca. Decimos que ya está formado porque además de llegar al papel coordina él mismo a otres talleristas.

La literatura es tan fértil en la sociedad argentina que aún en contra del escaso éxito material que provee a les escriteres, éstes siguen floreciendo. Serán los estertores de una vieja tradición escolar, la fascinación adolescente estimulada por plumas e imaginaciones tan diversas como la de contar con clásicos al alcance de la mano en los 60 y 70, o quizás sea el producto de una vida alienada bajo el capitalismo perverso que obliga a escribir para sobrevivir.

Lo cierto es que todavía siguen rompiendo la corteza seca de un mercado editorial marchito obras como la de Ismael, que se animan a instalar una nueva voz en la playa infinita de voces impresas de nuestras letras. Desde su título, la novela de Ismael nos invita a una travesía infinita, onírica, construida y pulida sólo con las armas de la escuela surrealista. El escritor ha construido a un narrador que describe un sueño en tiempo presente, cronista de un delirio inconexo que sólo se explica si se tuviesen a mano referencias concretas de la biografía de quien delira.

Lejos de ser psicoanalistas, nos limitaremos a relatar las referencias simbólicas que podemos adivinar o que quizás hemos construido con los mismos materiales de ensueño que hemos recogido al navegar sus páginas. Lamentamos no haber abrevado más en la literatura para notar otras. En todo caso, nos disculpamos con el autor y sus lecteres por ello.

Se trata de una odisea, en el sentido clásico de la novela de aventuras donde el protagonista descubre todos los universos que conforman el ambiente que habita. Un viaje de descubrimiento donde el protagonista bien podría ser un dios de tercera línea, inocente en su doble ascepción, no asume responsabilidades por ninguna de sus acciones y al mismo tiempo vive y trascurre su vida como un niño que no es capaz de tomar decisiones basándose en programas morales.

Camina y navega sin saber a dónde ni desear. Toma del ambiente circunstancial lo que necesita para seguir y como única continuidad  en casi doscientas páginas se amolda al deseo de les otres que cruza en el camino, hace lo que le piden, se mimetiza con les otres culturales al punto de convertirse en une más de elles. Puede incluso olvidar su personalidad y zambullirse en la cultura y cosmovisión recién conocida.

Como un dios soñado por Brahma, como un Siddartha que abandona la comodidad del palacio para conocer el dolor de la tierra que habita y hacerse uno con el universo, como el Jesús bíblico vagando en el desierto antes de consumar su destino, el alter ego de Ismael describe las vicisitudes de su viaje como lo haría cualquier alienado, intentando conjurar sus propias ansiedades y angustias en detalles que sólo él puede explicarse relevantes. Tan torturada es su forma de vivir que sólo hallará paz interior en una celda, aislado del contacto con otros a quienes necesariamente imitar para ser parte.

Concibe todo el tiempo la literatura como un deseo obsesivo para conjurar sus perversiones, redimirse y quizás vivir de ello. Esta pista se cae en los títulos, que al mismo tiempo toman el tono de los cronistas españoles que describían los fantásticos mundos americanos que recién colonizaban como los capítulos que narran las crónicas del anciano que al saturarse de libros de caballería resolvió encarnarlos y de paso con su inventor, Miguel Cervantes, inventar la literatura española y explicar las razones de la decadencia de su imperio.

Nuestro autor no se ataca de falsa humildad ni pretende con pompa repudiable subirse al carro de los fundadores del arte en el que recién comienza. Sencillamente elije una tradición desde la cual escribir, homenajea a sus predecesores y retoma la huella de su legado. Cualquier crítico literario le podría señalar sus referencias más obvias como defectos de principiante pero esas tonterías se las dejamos a quienes no conocen el placer de jugar a escribir.

Entonces, este dios amoral que se sueña a sí mismo mientras narra su devenir –la palabra no es fortuita porque desde el título la novela se esfuerza por recrear a cada renglón la dialéctica metáfora de Heráclito sobre la vida- encuentra que ha sido creado o está re-creando en su sueño un país concreto, una gran llanura que sigue llamando pampa, con pequeños pueblos de chacareros inmigrantes que han reconstruido una micro civilización que pretende defender la de su tierra de origen, una secta religiosa como las narradas por Max Weber en su La ética protestante, quienes le entregan a su esposa, una de las adolescentes del pueblo de Nueva Caledonia, a quien rapta como si fuese Helena misma y a quien amará usándola como sirvienta sexual y luego viviendo de su trabajo forzado como prostituta sin ningún tipo de asomo de culpa.

Para matizar su criminalidad, Laura es presentada a les lecteres como una vírgen cuyo deseo consciente es ser propiedad de su esposo a quien identifica con la recreación humana de su dios. Se autopercibe como un instrumento del designio divino de colonización y evangelización, aunque cuando tiene la oportunidad manipula sexualmente a una pareja de campesinos blancos aislados de su civilización y casi asesina a su esposo.

De la égida por los campos de cazadores, chacareros, viejos aislados de la civilización que viven en casonas propias de Usher, de Edgar Allan Poe, les viajeres conocen a los primeros habitantes de la pampa, aunque desde el vamos sabemos que son sólo burlescas imitaciones de aquéllos indios construidos por la fantasía interesada de sus genocidas huincas. Nuestro narrador se mueve en sus sueños sin pretender fijar ni criticar su destino, suelta su inconsciente formado en diversas lecturas y navega un espacio físico irreal pero concreto, el de una literatura nacional surgida de la lucha física del Estado europeo-criollo contra las sociedades sin propiedad privada ni clases dominantes tewelche y guaraní a las que arrebatará tierras y futuro, incluso su misma condición de humanidad.

En este mimetizarse permanente con su viaje y el ambiente que lo atraviesa creemos divisar el ejercicio épico de Walt Whitman pero anclado al tiempo-espacio de las llanuras inundables que formatearon el corazón del Estado argentino entre el Plata y la selva chaqueña. El narrador se deja invadir el inconsciente por el ambiente que observa hasta transformarse en el cronista de la autoconsciencia del ambiente, es por lo tanto también la historia de la pampa contándose a sí misma. El hombre como experiencia autoconsciente de la naturaleza, otra forma de pensarse –soñarse- dios. El juego que más amamos jugar les escriteres, según Jorge Luis Borges, el de diseñar mundos, crear seres y juzgarles.

Y largado a disfrutar del juego de la literatura, Ismael diseña una metáfora del país donde la tensión principal es urbano-rural, civilización y barbarie de nuevo, pero esta vez la ciudad épica de Sarmiento, una Nueva York de subte muy porteño surgida de una colonia de campesines suizes, es un símbolo de una modernidad rutinaria y homogénea. La peor barbarie de los indios pampeanos ilustraba el grado de crueldad de los blancos que intentaban exterminarles, Laura por ejemplo fue liberada del matrimonio obligatorio con su captor aunque intercambiada con el Jefe, pero en la megápolis capital es reducida a la prostituta más joven que alimenta a dos fiolos de poco vuelo.

La transición entre la megápolis y la extrema naturaleza, y todos los microcosmos que brotan de esos dos polos y sus combinaciones, es la inundación. El único hilo de la novela desde algún momento es el río que pasa de ser un elemento, un factor a uso de la humanidad, a desbordarlo todo y ser el único actor capaz de transformar lo que se creía eterno.  En el único hotel de todo un poblado construido en una loma la inundación trastoca una y otra vez las jerarquías sociales y la civilización es una burla de sí misma; finalmente será la inundación la única esperanza de salvación para el modesto grupo de revolucionarios que se opone a la opresión de la gran ciudad.

Aquí creemos ver a Haroldo Conti detrás del personaje de Heraldo, quien dirije un grupo de delirantes terroristas que pintan murales para que la naturaleza invada el gris cemento o roban los cuadros de Modigliani del Museo Municipal para liberar al arte del intento de ser encasillado y vendido. Imposible no verles como uno de los grupos terroristas de El libro de Manuel, de Julio Cortázar, además de notar a Julito en casi todos los juegos de palabras y asociaciones que el autor se permite todo el tiempo mientras escribe.

Heraldo construye un barco a vela para liberar a su armada Brancaleone ante la inminencia de la captura, y nos remite a una posible interpretación del creador de Oreste y Mascaró y un fascinante universo de juguetonas palabras que designan las partes de los barcos y los nudos marineros como en un lenguaje secreto inventado por niños precisamente para liberarse del opresivo mundo de los adultos. En el mismo río también suena como variante rioplatense de El principito, como si el alter ego infantil del aviador francés hubiese dado vueltas –en barco y a caballo- por los mundos ocultos e inconscientes de nuestro ser nacional.

Sin embargo, el viaje no es puro inconsciente. Alguien reflexiona, corrige. Ya sean los amigos a quienes acercó el primer borrador –como deschava en el epílogo uno de ellos- o bien la editora de modesto rimba, el autor coloca un juicio contra el protagonista en el momento en que la comuna de la que forma parte alcanza los niveles más progresistas de relaciones políticas. Las mujeres del barco que busca la libertad de una nueva vida sobre los escombros de la ciudad capital colapsada por la inundación, disputan el poder del Capitán y sus marineros y logran al menos enjuiciar al narrador de toda la obra por misógino.

La defensa se sostiene para evidenciar la ridiculez del sistema judicial patriarcal y cualquiera que haya leído con un poco de atención se suma a la justicia empírica que aplican las mujeres al narrador sobreseído. El resultado calma un poco la conciencia de género de les lecteres que, como yo, bastante enfadades veníamos aguantando las aventuras del fiolo (cabe también la referencia del líder revolucionario de Los Siete Locos de Roberto Arlt, que financiaba sus proyectos políticos con el plusvalor que obtenía de los cuerpos de otras mujeres) que llegó al paroxismo cuando se enfocó en tratar a la única travesti de su delirante obra en masculino en todas las oportunidades que pudo.

Su proxenetismo y su travesti-odio no le fueron imputadas por las mujeres en el juicio –y esto quizás describa también una realidad desagradable pero existente de nuestro feminismo- y sólo se le acusó de querer levantarse a una de las mujeres de la comuna y verla únicamente como un objeto sexual y una sirvienta. Su ex esposa se negó a declarar en su contra, y el castigo lo encontraría sólo gracias a la constancia de los sádicos tíos de la esposa, que para más datos son gays, y como policías intentaron violarlo para conseguir una confesión.

Ismael Cuasnicú cumple con las condiciones de un artista reclamadas por Oscar Wilde, desnudarse sin restricciones morales, para así desnudar a su sociedad. También cumple con los parámetros de las editoriales pequeñas y medianas para publicar autores “desconocidos” pero que defiendan una calidad y prolijidad en el uso –o incluso en el abuso- de la lengua.

La sociedad que ha desnudado de su más primitivo inconsciente, merece mucho más que una condena donde pueda dedicarse a redimirse escribiendo sus memorias –imagino por ejemplo la vejez del mayor genocida argentino y fundador de la literatura nacional, Domingo Faustino Sarmiento o la de su “opositor” dentro de la misma clase dominante, Lucio V. Mansilla- merece que las marineras den rienda suelta a su deseo e intuición y tomen el poder del barco y la justicia, fundando otra sociedad.

Quizás la utopía de Ismael también contenga una conclusión moral, quizás la huida hacia una naturaleza virginal  como la de Horacio Quiroga, a pesar de donarnos con la crueldad horrorizante de la naturaleza, sea mejor que la civilización construida de su negación. En todo caso, el autor corrije y edita para ofrecer en su salida al mundo otro rasgo constitutivo de la literatura argentina, la posibilidad de discutir políticamente las bases del país que construyen algunes y sufrimos otres.

Agradecemos proyectos editoriales como los de Modesto Rimba que, incluso en momentos tan adversos como el 2017 hicieron el esfuerzo de permitir sumar nuevas voces de papel al debate nacional desde la literatura.

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