Fundamentos para un determinismo biológico
LGBTTTIQ+
Yo
mariposa ajena a la modernidad
a la posmodernidad
a la normalidad
Oblicua
Vizca
Silvestre
Artesanal
Poeta de la barbarie
con el humus de mi cantar
con el arco iris de mi cantar
con mi aleteo:
Reivindico: mi derecho a ser un monstruo
que otros sean lo Normal
El Vaticano normal
El Credo en dios y la virgísima Normal
y los pastores y los rebaños de lo Normal
el Honorable Congreso de las leyes de lo Normal
el viejo Larrouse de lo Normal
a la posmodernidad
a la normalidad
Oblicua
Vizca
Silvestre
Artesanal
Poeta de la barbarie
con el humus de mi cantar
con el arco iris de mi cantar
con mi aleteo:
Reivindico: mi derecho a ser un monstruo
que otros sean lo Normal
El Vaticano normal
El Credo en dios y la virgísima Normal
y los pastores y los rebaños de lo Normal
el Honorable Congreso de las leyes de lo Normal
el viejo Larrouse de lo Normal
Susy
Shock, “Yo monstruo mío”, 17 de marzo de 2008 en http://susyshock.blogspot.com/2008/03/yo-monstruo-mio.html
El género puede ser también ese texto que nos inventamos
para leernos entre les seres que cohabitamos barrio, laburo y ciudad. La mayor
parte no la elegimos, vino incluida en nuestra crianza y la sostenemos sin
saber bien por qué mientras que nos permita ser “funcionales” con el resto del
mundo. Está hecho de artefactos culturales que nos ponemos encima de la piel y
de comportamientos, gestos e ideas que defendemos debajo de ella.
Cuando comunicamos nuestras opiniones sobre el género de la
persona con la que tenemos algún nivel de relación –desde la famosa trans en la
tele del comedor familiar hasta tu compañere de laburo- aunque no lo sepamos ni
querramos, en algún grado estamos contribuyendo a aceptar o hacer más difícil
de portar ese género auto-percibido a esa persona.
Por más que una se repita a la gilada ni cabida, lo cierto es que cada gesto impacta.
Celebrás la aceptación y el rechazo te lastima.
“Los varones tienen pene y las mujeres, vagina” parece ser
uno de los axiomas más claros y obvios en el universo para la enorme mayoría de
las sociedades humanas. No pensemos en los teólogos católicos, evangelistas o
muslimes, que atrasan mil años en cuanto a ontologías del conocimiento, fieles
lacayos de la fe, la certeza de lo incomprobable y la Voluntad de Dios. Tremebundos
marxistas acusan a quien opine distinto, de operadores ideológicos del relativismo cultural parido por Deleuze
y Derridá a fines de los 70 del siglo 20, posmodernos,
que en trosko no hay peor insulto.
Ese que te (de)formó intelectual y políticamente en los 90
publicó el año pasado en un debate en su feisbuk algo así como que aceptar el derecho
a las identidades transfemeninas equivalía a reclamar el derecho a la identidad
para cualquiera que reclamase sentirse unicornio. También te acordás esa
compañera docente en la escuela de Balvanera, toda lesbiana militante, toda
pañuelo verde y revolución feminista, que se burló en frente tuyo de las
mujeres trans o travestis de orientación lesbiana, a quienes consideraba la
mejor prueba que la transfeminidad era un invento artero más entre tantos, de
machitos disfrazados para levantarse minitas.
En mayo de 2019, como si la distopía de Philip Dick en El hombre en el castillo (1961) se
hubiera hecho real, el Tribunal de Arbitraje Deportivo (TAS por su sigla en
francés) considerada la instancia suprema para conflictos legales en todos los
deportes, falló a favor de la IAAF (Federación Internacional de Atletismo por
sus siglas en inglés) en su demanda contra la atleta sudafricana de 28 años
Caster Semenya. La Federación de Atletismo reclama que Semenya no debe competir
en carreras con mujeres a menos que realice intervenciones hormonales para reducir
sus niveles de tetosterona en sangre.
“Esta discriminación es necesaria” se animaron a decir los
herederos de Lombroso y Menguele.
El conflicto no es sobre género ni biología, en realidad es
sobre los millones de dólares y euros que metaboliza ese deporte olímpico, en
el que vuelcan los fondos ilegales que el capitalismo decadente y senil viene
legalizado de ganancias obtenidas en industrias ilegales como el secuestro y
venta de esclavas sexuales llamado trata, el narcotráfico y la venta ilegal de
armas y órganos.
Semenya lleva diez años ganando toda competencia de
atletismo femenino donde interviene, monopolizando para su federación nacional
y sus espónsors una enorme cantidad de guita en premios y contratos que obligan
a sus competidores a superar a la medicina del Estado Nazi setenta años después
de su derrota en la Segunda Guerra.
En 2009 ya habían obligado a esta adolescente de 18 años a
mostrarle sus genitales a los peritos forenses de la IAAF para demostrar que
tenía vulva y nadie había truchado su inscripción en las competencias que
ganaba. Así el mundo vino a enterarse que la atleta nació con testículos en el
lugar donde “deberían ir” los ovarios, lo que explica que su cuerpo produzca “naturalmente”
niveles de tetosterona más elevados que los de las “cuerpas femeninas” y que
ella se identifique como persona intersex.
Debido a este litigio, la IAAF se ha transformado en el primer
organismo oficial en descubrir lo impensado: la frontera biológica de los
géneros. En mayo de 2019 decretaron que todo cuerpo con más de 5 nanomoles de
tetosterona por litro de sangre, es masculino y por descarte, todo cuerpo que
fabrique sin intervención de tratamientos químicos menos de esa cantidad, es femenino.
Te imaginás a Bergoglio descorchando champán con varios
dirigentes trotsquistas y estalinistas bajo la Capilla Sixtina llena de terfas
en éxtasis. Se llama determinismo
biológico a esta belleza del pensamiento que asigna características
absolutamente inventadas por los seres humanos a dos tipos de genitalidades
básicas.
Parece que los esfuerzos de grandes eminencias como Charles
Darwin, Stephen Jay Gould o Carl Sagan no fueron suficientes para que
religiosos, marxistas vulgares y terfas entendieran que la naturaleza se
desarrolla bajo una indestructible pulsión de diversidad. Toda especie de
organismos vivos en el universo sobrevive a fuerza de multiplicar sus
posibilidades genéticas para diversificar sus chances de adaptación al medio
ambiente. Sólo el estrecho y pobre pensamiento egocéntrico de un sector de la
especie sapiens sapiens –las clases explotadoras y sus buchones- ha venido a
inventarse esta burrada de que les seres humanes seríamos la única forma de
vida que limita sus chances de supervivencia a sólo dos potencias genitales:
pijas y conchas.
Estando una tarde boca arriba en la camilla de operaciones
del quinto piso del Pabellón Torello, en el Hospital Tornú, mientras el
cirujano católico te taladraba el escroto para realizar tu vasectomía en contra
de su objeción de conciencia, la residente que lo asistía te vino a descubrir
algo que no sabías de vos misma, que el tejido inguinal que los cuerpos con próstata
suelen confeccionar una vez desarrollados los testículos no se había consumado
del todo, lo que explicaba sin lugar a dudas los dolores que venís sufriendo
desde chique cada que hacés algún esfuerzo muscular sistemático o intenso.
También descubrió esta mirada proletarizada y femenina esa tarde del 7 de noviembre
de 2018 que tu testículo izquierdo, del otro lado de la ingle incompleta o subdesarrollada, en algún momento de su camino se negó a ser
testículo y comenzó a retrogradar, como Marte o Mercurio para volver al
vientre, dejándote la maldición marika de un testículo retráctil, o sea, más
arriba de lo que se supone.
Ahí descubriste algo que ya habías supuesto sin tanta prueba
empírica, un año antes, en medio de esa incipiente crisis de identidad de
género “posmoderna” que te provocaba ataques de pánico sin saber por qué. De
alguna forma ya sospechabas que vos no encajabas en este mundo en el corsét cultural
de lo masculino ni de lo femenino. Revisaste tus rasgos incompletos y flashaste que existía la chance de que fueras une ginandromorfo, como pasa entre algunas
especies de aves o reptiles, que quedan a mitad de camino en sus sexualidades
binarias producto de una combinación de calor y frío en el ambiente de
gestación. Escribiste ese texto después que tu vieja te narrara las peripecias
que la llevaron de Misiones a Buenos Aires, en micros y rutas con las “comodidades”
de esos años, en los 9 meses que pasaron antes de tu salida al mundo, entre la
primavera de 1976 y el invierno de 1977.
La naturaleza funciona exactamente al revés de como creen
los deterministas biológicos, no simplifica en dos formas puras y taxativas la
genitalidad humana y, por lo tanto, no limita a dos grupos de características
culturales excluyentes la posibilidad de construcción de géneros, ni a cuatro
las posibles orientaciones del deseo sexual (varones que gustan de mujeres,
mujeres que gustan de varones, varones de varones y mujeres de mujeres). Si
hubiera una determinación biológica del deseo erótico y la construcción de
arquetipos de género, lógicamente, debería ser una determinación que obligue hacia
la mayor amplitud posible de orientaciones sexuales y géneros.
Lo que justifica una hermosa frase de tu amado chamán de lo
alto, que te dijo ese verano bisagra de 2019 en Catamarca: “la letra más
verdadera de la sigla LGTTTBIQ+, es el +”, un plus de infinitas posibilidades
si esta sociedad gobernada por la parte de la especie que necesita inventar
prohibiciones para sostener sus negociados oscuros y privilegios no se
obsesionara hace cinco mil años en sostener artificialmente –y con toda la
fuerza del Estado- esta increíble ficción que es la heteronorma binaria.
Si te tranquilizan las fórmulas que simplifican los temas
complejos, en lugar del axioma neandertalense de curas, falsos troskos de
cartón y terfas, te recomiendo que te tatúes en la frente este aforismo de la
artista travesti Susy Shock: “ni varón ni mujer, ni XXY ni H2O, colibrí”.
Cada vez que te encuentres creyendo con firmeza en leyes que
no existen salvo en la imaginación de explotadores y genocidas, te recomiendo
que pienses si es tan terrible que alguien se identifique como unicornio,
colibrí o flor de mburucuyá, siempre y cuando respete a les demás seres del
universo fraternalmente o si no viene siendo peor este mundo de atrocidades
fabricado por los Gendarmes de la Norma Sagrada Heterosexual.
Yo, ni hombre ni mujer, ni XXY ni H2O, que mi DNI diga, “Género:
Mburucuyá”
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