Aclaración previa: Lo que sigue es la crónica de un debate sumamente enriquecedor sobre el presente de la literatura negra en hispanoamérica, que presenciamos el pasado viernes 29 en la Biblioteca Nacional. El texto expresa únicamente las opiniones del autor -presente allí por casualidad-, quien declara abiertamente no ser un especialista en el género, no haber tomado nota de los nombres de todos los autores mencionados y no conocer antes de esa fecha el proyecto cultural de diez años que es Evaristo Cultural (que nos pareció excelente) ni tener ningún tipo de interés económico que lo ligue a ninguno de los personajes aquí criticados, entendiendo la crítica y la crónica como un género que promueve el debate constructivo y no caníbal. La extensión y el estilo se corresponden a que el autor se dirige a un público que, como él, no es especialista en lo que reseña pero está muy interesado en comprenderlo, para agregar un conocimiento significativo nuevo a su vida y que no trabaja para ningún medio y no cuenta con editores que le exijan o discutan podar o mejorar su texto.
¿Qué debaten les intelectuales?
Una parte de la sociedad se dedica a pensar, vive de las creaciones de su imaginación y su pensamiento. Por muchos prejuicios que se tenga sobre los intelectuales, siempre es interesante saber qué piensan para quienes no tenemos el tiempo y la guita para dedicarnos tiempo completo a pensar –lo que no quiere decir que no podamos pensar a tiempo completo, ojito-.
El azar y la admiración por la obra del escritor Kike
Ferrari nos llevaron a presenciar una esgrima de intelectuales muy
interesante y politizada el viernes 29 de julio en el tercer piso de la
Biblioteca Nacional de Austria y Las Heras. En la Sala Juan L. Ortíz los
responsables del proyecto cultural Evaristo (que según descubrimos allí surgió como
una iniciativa independiente en 2006 bajo el formato de una revista digital de
actualización primero semestral, luego mensual y actualmente como portal de
actualización diaria) presentaron el libro Rastros.
Entrevistas de género negro, que compila 45 entrevistas a los mejores
escritores del género popularmente conocido como “literatura policial” o
también “novelas de detectives” en la actualidad.
Para hacerlo tuvieron la inesperada pero exitosa idea de
convocar una mesa de juristas (especialistas en Derecho) y escritores/as
reconocidos del género para fundamentar su propia mirada sobre el género, que
expresa una crítica, o devela una inconsistencia, del sistema jurídico-legal
sobre el que se basa la sociedad actual. La presentación y el cierre corrieron
a cargo de Damián Blas Vives (codirector
de Evaristo Cultural, gestor y coordinador del Encuentro Internacional de
Literatura Fantástica y de Rastros: Observatorio Hispanoamericano de Literatura
Negra y Criminal y coordinó el Programa de Literatura de la Biblioteca Nacional
Mariano Moreno hasta julio de 2016) y Rodrigo de Echeandía (abogado,
psicólogo social, secretario de Publicaciones de U.P.C.N. comisión directiva,
codirector de Evaristo Cultural y miembro del consejo editor de Evaristo
Editorial) mientras que el panel contó con la presencia destacada de Claudia Piñeiro (escritora,
dramaturga, guionista de TV y colaboradora de distintos medios gráficos quien ha
obtenido diversos premios nacionales e internacionales por su obra literaria,
teatral y periodística; autora de las novelas Las viudas de los jueves, Premio Clarín de Novela 2005; Tuya 2005, Alfaguara, 2008; Elena sabe, Premio LiBeraturpreis 2010,
Clarín/Alfaguara, 2007; Las grietas de
Jara, Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2010, Alfaguara, 2009; Betibú, Alfaguara, 2011, Un comunista en calzoncillos Alfaguara,
2013 y Una suerte pequeña, Alfaguara,
2015) y Kike Ferrari (autor de Operación
Bukowski, Lo que no fue, primer
accesit del Premio Casa de las Américas, Cuba; Que de lejos parecen moscas, 2012 premio Silverio Cañada de la
Semana Negra de Gijón, España, a la mejor primera novela y Punto Ciego, escrita a cuatro manos con Juan Mattio, dos libros de
cuentos: Entonces sólo la noche, premio
2008 al fomento literario del Fondo Nacional de las Artes y Nadie es Inocente; tres relatos
suyos han sido premiados en el certamen de relatos policíacos de la Semana
Negra en 2010, 2011 y 2014) y el reconocido jurista Ricardo Rodolfo Gil
Lavedra (abogado, juez y político argentino que se destacó por haber
integrado el tribunal que en 1985 condenó a los militares que gobernaron el
país durante el Proceso de 1976-1983 en el llamado Juicio a las Juntas; Ministro
de Justicia y Derechos Humanos de la Nación entre 1999 y 2000 y Presidente del
Bloque de Diputados de la UCR hasta hoy).
¿Novela policial o novela negra?
Para quienes somos simplemente lectores hedonistas de la literatura
“policial” se trató de un verdadero descubrimiento. La aclaración es necesaria
porque esta reseña está escrita desde el asombro y no desde la especialización.
Como siempre, reivindico el poder escribir opinando sobre lo que no sabemos,
con la honestidad de aclararlo para que nuestras opiniones no ofendan a nadie,
pero sobre todo con el orgullo intacto de quien opina para hacer oír su voz, su
intento de saber más.
Lo primero que nos enseñó esta presentación es que todos
los escritores del género coinciden en demoler esa idea popular que lo
considera un género “policial”. La policía, como toda fuerza del “orden”,
representa al Estado, es decir, a los defensores de la organización social que
rige las vidas de los millones de individuos que habitamos este planeta. Y lo
que toda la mesa estuvo de acuerdo en señalar es que el orden establecido en
nuestra sociedad, el capitalismo, está tan evidentemente en crisis a los ojos
de los habitantes, que las fuerzas que lo defienden –policías, detectives, fiscales,
legisladores, políticos, etc.- han perdido la confianza y la legitimidad a los
ojos de los simples ciudadanos.
La velada comenzó con un compilado de videos con fragmentos
de algunas de las entrevistas que conforman el libro, de autores que no estaban
presentes en el panel porque en su mayoría eran extranjeros. Pedimos disculpas
por nuestra falta de precisión a la hora de citarlos con nombre y apellido
porque no tuvimos la velocidad mental suficiente a la hora del apunte.
Uno de ellos, argentino, sintetizó el argumento central: es
imposible que un escritor pretenda que sea creíble una novela o cuento donde el
policía o detective policíaco sea un héroe en quien los lectores y lectoras
puedan creer o confiar, porque en Argentina nadie confía en la policía.
Algo que subrayó desde la mesa Kike Ferrari, que planteó su
negativa a identificarse nunca con el término “policial” precisamente por la
connotación política de ese término y defendió, como parece ser el consenso
entre los escritores del género, del término “novela negra”. Ferrari fue más
audaz y comparó al género con el rock, un género musical que se define con una
sola ley inmutable, como el I Ching: que está en permanente mutación.
La negrura del capitalismo
Damián Blas Vives señaló de una manera clara para un público
no especializado una caracterización del género. Nacido a mediados del siglo 19
como novela policial o de enigmas policiales de la mano de Edgar Allan Poe y
popularizado Arthur Connan Doyle con su famosísimo Sherlock Holmes en 1887, la
estructura básica del género consiste en el planteo al lector/a de un enigma
que debe ser descubierto, un crimen –robo, asesinato, etc.- en el que se debe
descubrir al responsable. Como bien señala Vives, mientras el capitalismo
estaba en su apogeo, el género se basaba en la confianza en la racionalidad de
los especialistas del Estado para resolver conflictos, asumiendo un clima de
época, la confianza en la capacidad del capitalismo y su clase social rectora,
la burguesía, para volver a poner orden en el caos abierto por el enigma.
Parafraseando, un delincuente, un representante del mal, de
lo desviado, del caos, generaba un problema en el funcionamiento armónico de la
sociedad y el escritor debía ofrecer un creíble agente del Estado, del orden,
de las leyes y la civilización que pudiera desentrañar su origen, sus
intereses, deducir con su inteligencia, encontrar al responsable, encarcelarlo,
anularlo, y volver a poner orden en el mundo.
Esa sensación de orden y los mecanismos del género (una
aventura con pistas y enigmas y una invitación a les lectores/as a participar
de la búsqueda del descubrimiento) lo convirtieron en uno de los más adorados
por el público de todas las clases sociales y de todos los países del orbe. La
novela policial o negra sigue siendo hasta la actualidad uno de los productos
artísticos más populares. Ahora no tanto como consumo de lectura –para desgracia
de los escritores- ya que, por ejemplo, el precio de los libros y el
desguazamiento del sistema educativo gratuito logró que en un país de 40
millones de habitantes como el nuestro las grandes editoriales consideren un
riesgo publicar tiradas de más de quinientos ejemplares, cuando en los 90 el
mínimo por libro era de 3 mil y en los lejanos años 70 del siglo pasado nadie
que tirase menos de 10 mil libros podría ser considerado siquiera como
escritor. Pero en todas las películas y series que consumen miles de millones
en todo el globo, las más queridas tienen en su estructura todavía los recursos
y efectos del policial.
Vives, ofreció la conclusión que desprendió de las
entrevistas, a saber, que desde la crisis de la bolsa de Nueva York en 1929,
que marcó la profundidad de la crisis capitalista en el siglo 20, para las
masas lectoras del género ya no se podía aceptar la premisa de la confianza en
la racionalidad del Estado para resolver los conflictos. El capitalismo se
mostraba en crisis permanente, el sistema establecido era puro caos y los
defensores del mismo eran vistos como responsables de la injusticia social y no
como los portadores del bien. El editor del libro impuso por lo tanto a la
considerable audiencia ese día un llamado de atención que al menos yo no
esperaba oír en ese contexto: la novela negra llama la atención sobre la crisis
de la sociedad capitalista contemporánea.
Algo que dos escritores españoles ejemplificaron correctamente
en el video. El más moderado de ellos explicaba que había una distancia entre
la concepción de las leyes y la justicia en la sociedad española y usó un
ejemplo emblemático de la crisis hipotecaria que disparó la enorme crisis
capitalista actual en 2007-2008. Según este escritor la sociedad en su mayoría
comprende que las leyes deberían haberse escrito para organizar el bienestar
común, pero que cuando es legal desahuciar (desalojar decimos acá) a un padre o
madre de familia con cinco hijos/as de su hogar porque los echaron del trabajo
y no tienen con que pagar la cuota de la hipoteca, la mayoría de la gente
entiende que esa “legalidad” no es justa.
El otro escritor español entrevistado fue todavía más lejos.
De unos cuarenta o cincuenta años, hizo un balance personal que expresa el
sentir de varias generaciones jóvenes de la España post crisis, ya que se han
dado cuenta que después de treinta años de democracia los trabajadores en el
Reino tienen menos derechos laborales que bajo la dictadura de Franco, que
repudian. Pero algo más, dijo, que el abandono de la tradición histórica de
organización política y sindical del pueblo español los ha dejado enfrentados a
la cruda realidad de que son capaces de estallar en las calles y tumbar
alcaldes o presidentes pero que son impotentes de vencer a las fuerzas
económicas que tienen el poder de organizar la vida social.
La crisis llegó al Parnaso
En suma, fuimos a presenciar una juntada de intelectuales de
la pequeña-burguesía acomodada sobre literatura en la cumbre del Parnaso y nos
encontramos con un debate sobre la profunda sensación de crisis social que
sienten esos mismos sectores sociales.
Porque como bien dijo Claudia Piñeiro, probablemente la escritora
argentina que mejor personifica la “alta cultura” hoy, citando a otro
intelectual argentino, las novelas negras no reflejan lo que pasa en la
sociedad pero ciertamente expresan lo que los escritores piensan sobre lo que
ocurre en esta sociedad. Para sostener su opinión dio un ejemplo literario muy
claro, cada sociedad se asombra ante los crímenes propios de su sociedad. En
los países de un capitalismo desarrollado, como Suecia o Estados Unidos, los
crímenes que más “atrapan” la conciencia de las masas son las masacres
sangrientas de los individuos que agarran un hacha o una escopeta y disparan
sobre los inocentes mientras que en sociedades como la nuestra los crímenes más
comunes son 30 mil desaparecidos o los 52 asesinados por la corrupción estatal
de los ferrocarriles.
Vale decir, que cada sociedad produce los crímenes que
expresan las contradicciones propias de su particular forma de organizarse.
Para la autora, el público del capitalismo “desarrollado” se fascina ante los individuos que evidencian las “fallas” del “sueño americano”, mientras que
el/la lector/a inteligente en América Latina se fascinarían con los crímenes perpetrados
por el Estado.
Algo más dijo Piñeiro, que suscitó debate y es que la novela
negra atrae a la población porque, a diferencia de los medios de comunicación
que también describen la realidad criminal en los diarios y la tele, la
literatura ofrece una explicación sobre esa realidad enigmática. Uno busca en
la novela una “verdad” que explique el origen del mal, de la violencia,
mientras que como ciudadano no encuentra en el diario o la tele una explicación
de los crímenes y la violencia social cotidiana.
La intervención de Kike Ferrari fue disruptiva desde el
arranque, porque se presentó defendiendo su identidad de “miembro de la clase
obrera” antes que escritor. Irrumpió como proletario en medio de un panel y un
público que en su amplia mayoría no provenía de ese lugar. Y lejos de hacerlo
como jactancia descolgada, lo hizo para explicar su posición en el debate. Dejó
boquiabiertos a los presentes al oponer su visión a la del escritor español
antes citado, explicando que desde su punto de vista las leyes no son escritas
en función de organizar el bienestar y la armonía social sino que tienen como
objetivo final garantizar un robo, el del plusvalor producido por los obreros.
Incluso más, tomando la argumentación de Piñeiro sobre los 30 mil
desaparecidos, ubicó a la audiencia y al panel recordando que esta sociedad
parió en su momento la Ley de Obediencia Debida, para garantizar la impunidad
de los responsables de ese genocidio.
En el plano del debate literario –que en este contexto no
estuvo nunca separado del debate político de fondo- Ferrari argumentó contra
esa pretensión de verdad que Piñeiro atribuyó al género.
Desde su punto de vista, y usando como prueba su propio
trabajo, Ferrari consideró que en esta sociedad descompuesta y corrompida, la
verdad es imposible. Su novela ciertamente rompe esa “norma” del género, ya que
nadie sabe quién fue el asesino al final. Del mismo modo se manifestó en contra
del punto de vista de otro autor que se pudo ver en el video, el irlandés John
Connolly, quien defendió la necesidad de presentar a les lectores/as una mirada
optimista, una forma de enfrentar la distopía característica del género.
Para Ferrari, lo que precisamente destaca al género negro
del resto de la literatura es que expresaría la realidad vivida por la gran
mayoría de la población, que el capitalismo es puro caos y que no es posible
encontrar la solución reparadora del orden existente porque es el orden
existente el que genera la violencia y la insatisfacción popular con el Estado,
sus leyes y funcionarios policíacos.
Donde vienen a encallar los que perdieron la fe
En este contexto, la posición de Gil Lavedra era quizás la
más esperada. Convocado como representante del Derecho, por su reconocida
trayectoria como fiscal, la charla lo colocó doblemente como
representante del Estado, ya que fue la personificación del momento más
progresista de la UCR y por eso es uno de los elementos más amigables a la
población que puede aportar la alianza que gobierna el Estado hoy, Cambiemos.
¿Cómo iba a posicionarse Gil Lavedra en una virtual asamblea
de admiradores de la literatura negra que parecía aprobar mayoritariamente el
diagnóstico de un capitalismo en crisis, de un Estado visto con desconfianza
por todas las clases sociales?
El corazón de la intervención de Lavedra estuvo en intentar
contener ese descontento social dentro de los marcos del mismo sistema
criticado. Recordó a la audiencia que el Estado de Derecho moderno, hijo de la
Ilustración y la Revolución burguesa del siglo 18 y 19, nació con el objetivo
de poner un límite al poder punitivo y represivo del Estado feudal previo.
Las leyes modernas –defendió- nacieron no para reprimir al
ciudadano sino para defender los derechos de los acusados por el Estado de
criminales frente a lo que era claramente un Estado Absolutista que los
desconocía.
Reivindicó pues lo más progresista del Estado democrático burgués
dando un ejemplo caro a los intereses de los que allí estábamos, denunciando
los crímenes del Estado y citó con maestría al Derecho Canónico que llevó a la
Santa Inquisición a masacrar legalmente a más de un millón de mujeres bajo acusación
de brujería en la Edad Media.
En su visión, el Derecho, las leyes, nacieron para proteger
a los sujetos sociales que el Estado estigmatiza como encarnaciones de los
males del sistema, las mujeres, los negros, los judíos (derrapó o mostró la
hilacha, quién lo sabe, cuando metió en la misma bolsa a los narcotraficantes, a
quienes no consideramos bajo ningún punto de vista minorías oprimidas por el
Estado, sino más bien la carroña amparada por el mismo).
Llegó al máximo desarrollo de su defensa del Estado
democrático aportando una particular caracterización sobre la coyuntura actual
de nuestro país. Según Lavedra, el mayoritario reclamo de todas las clases
sociales en nuestro país sobre la “inseguridad” no expresaría un reclamo contra
la incapacidad del Estado para garantizar el derecho a la vida y a la propiedad
de la “gente” sino que se correspondía con una justa “demanda” de una población
que, como el Estado democrático promueve la defensa de los derechos ciudadanos,
cada vez le exige más.
En síntesis, entendemos que Gil Lavedra pretendió (paradójicamente
como si fuese uno de los superados escritores de novelas policiales del siglo
19) ofrecer una verdad que satisfaga la demanda del lector/a y vuelva a dar un “orden”
tranquilizador que cicatrice la herida abierta por los introductores del “caos”.
En el fondo, para Gil Lavedra no se trata de un capitalismo en su crisis final,
una sociedad descompuesta y sin verdades para ofrecer, sino de una sociedad que
muestra falencias que pueden y deben ser corregidas, para ampliar su capacidad
de defensa de los derechos de los ciudadanos.
Respondiendo a la pregunta disparador con la que Blas Vives
lo interpeló (¿el derecho debe ser arrastrado o empujado?, que rescató de un
planteo de un jurista del Partido Socialista de los años 40) Gil Lavedra
sintetizó su resolución tranquilizadora con la idea de otro jurista del
socialismo reformista, esta vez alemán, declarando que el Derecho y la Justicia
no deben ser ni arrastrados ni empujados, deben ser luchados, en la concepción de que el Estado es el resultado de la
lucha de los diferentes integrantes de la sociedad por conseguir que sus
derechos sean respetados.
Como dirían Lilita Carrió o Cristina F. de Kirchner, el
Estado somos todos.
El abogado a quien correspondió el cierre de la charla, en
representación de los organizadores del evento y miembro del colectivo Evaristo
Cultural, ofreció un puente para contener el debate en un punto medio. Se
manifestó también como miembro de la clase obrera, definiéndose como trabajador
estatal, y reivindicó el sentido dado por Lavedra al Derecho y al Estado pero
un poco a la izquierda.
Recordó que esa “lucha” por el Derecho llevó al movimiento obrero argentino y latinoamericano a regar con su sangre la vida social del último decenio, y que no se trata de una lucha “abstracta” o “armónica”. Pero reconoció que, efectivamente, el Estado es el resultado de esa lucha y que, por lo tanto, si los oprimidos por las leyes y el derecho saben organizarse en partidos y sindicatos, es decir, jugando bien las reglas del juego, sus derechos pueden alcanzar un lugar en ese Estado.
¿Quién lo mató y quién podrá defendernos?
La duración de la presentación no permitió que se pudieran
expresar las opiniones de los más de cien espectadores que se mantuvieron
atentos a esta enriquecedora discusión y en parte por eso escribimos esta
crónica, para poder expresar nuestro balance personal de la misma.
Nos hemos llevado algo muy valioso que no teníamos al llegar
a la BN (cansados además después de una extensa jornada de movilización y
denuncia contra Peña Nieto, representante del Estado mexicano, asesino de los
43 estudiantes del magisterio de Ayotzninapa en confabulación con los
narcotraficantes que lo financian o de los ochenta y pico de docentes
movilizados en Oaxaca contra la Reforma Educativa que la OCDE y el Estado
argentino, que pretenden implementar en nuestras tierras). Los mejores
especialistas de uno de los géneros literarios más populares de los últimos
ciento cincuenta años en el mundo entero nos hicieron comprender que el éxito
de la novela negra no radica solamente en las herramientas técnicas que los
artesanos de la palabra y la imaginación usan para crearlo, sino sobre todo en
que meten el bisturí en la conciencia popular para desenmascarar un régimen
social que se manifiesta incapaz de sostener la vida, un régimen social que
solo puede prohijar la violencia y la descomposición social.
Como lectores y lectoras ingenuos, no especializados,
nuestro placer intelectual se alimenta de una buena historia, atrapante, que
nos invita a participar de una entretenida aventura en busca de encontrar al
culpable y resolver el misterio pero sobre todo porque parten de mostrarnos la
realidad descompuesta en la que vivimos y comprender por qué se cae a pedazos
encima nuestro, alrededor nuestro, por todas partes.
Vivimos bajo los pedazos de un capitalismo agónico que no puede ofrecernos paz, armonía, progreso ni civilización, como nos había prometido en su nacimiento y desarrollo hace más de cien años.
También nos llevamos un hermoso producto cultural aportado
por Evaristo, las pruebas más contundentes que la literatura negra es una literatura
profundamente política, quizás el género que más acabadamente permite que esa
dialéctica sea evidente –junto a la literatura fantástica y la ciencia ficción
si se nos permite la aventura-.
Pero además nos permitió corroborar por qué nos gusta tanto la
obra de Kike Ferrari, a quien sí tuvimos el privilegio de leer, porque en ella
se puede leer la mirada de un explotado ente este régimen descompuesto. Aunque
a Ferrari no le guste, su obra ofrece una verdad, una resolución del problema,
que –y en esto coincidimos con él- no es la verdad que reivindican Connelly,
Piñeiro, Gil Lavedra o el escritor español a quien no conocemos.
La solución del enigma pasa por fuera del sistema y no en la
corrección del mismo. La verdad reformista, que el progresismo radical y
socialista nos ofrece, ha muerto ante la evidencia del mundo real después de
Lehmann Brothers, nuestra propia versión del crack de la bolsa de Nueva York de
1929. Este régimen es imposible de ser reformado o mejorado, ni por el
kirchnerismo ni por los mejores intencionados dentro de Cambiemos (entendiendo
que Gil Lavedra no expresa lo peor de los cuadros protofascistas del macrismo,
ni siquiera de una versión mucho más reaccionaria del radicalismo alfonsinista
como la ultra-vaticana Lilita Carrió).
El verdadero criminal en la obra de Ferrari, a nuestro
entender, es el protagonista, aunque en la novela sea la víctima: un empresario burgués que hizo sus ganancias
explotando trabajadores textiles, vaciando la fábrica para montar un palacio de
prostitución y apuestas ilegales. Los verdaderos culpables de todo son él mismo y sus contactos del mundo de la
cultura, funcionarios del Estado, policías, políticos, jueces y fiscales,
proxenetas y narcos.
La verdad en la obra de Ferrari -y en las novelas negras que
más nos gustan- es aquella que sufrimos cotidianamente quienes como Ferrari nos
deslomamos bajo el imperio absoluto –mal que le pese al liberal democrático con
buenas intenciones- de un Estado de derecho que, como bien señaló el escritor
español, nos ha quitado en democracia muchos más derechos sociales, culturales
y económicos que las dictaduras fascistas del siglo 20.
Porque el Estado, como bien señaló en su momento Karl Marx,
no es la arena pública donde todos los intereses “luchan” por imponer la
defensa de sus intereses particulares y conquistar un equilibrio y armonía
colectivas, sino el instrumento de una clase social –“las fuerzas económicas
que tienen el verdadero poder detrás de los alcaldes y presidentes”- la
burguesía, que lo utiliza para garantizar un único interés, el suyo propio: la
garantía de poder seguir robándonos el producto de nuestro trabajo colectivo.
Y ese es todo el asunto. Y creo yo, finalmente, que desde
esa comprensión en algún momento algún escritor o escritora que provenga de
esta experiencia social, que pueda expresar en su obra la forma en que los
explotados y oprimidos concebimos la sociedad en la que vivimos, encontrará las
herramientas artístico-formales que le permitan construir al detective que no
sólo denuncie al verdadero criminal -cosa que ya pasa en la literatura negra
contemporánea-, sino además la solución para erradicarlo de la trama sin que
eso parezca un dictado artificial y abstracto.
Lo cierto es que para que eso ocurra, para que eso pueda “funcionar”
literariamente, primero los trabajadores y trabajadoras que sufrimos este mundo
tendremos que conquistar el poder social y político necesario para terminar con
este caos y construir un nuevo orden social que nos permita mandar también a
esta nueva fase del género negro al pasado, junto con el capitalismo decrépito
que la ha parido.