¿Qué pasaría si los refranes populares se hicieran realidad?
¿Conoce usted esa típica reflexión que se hace, medio en
joda, medio en serio, en las charlas de varones machistas en los descansos del
laburo o en el escabio después del picadito, donde arrancó la gastada
tradicional de “-che, dejá de mirarle el bulto a Juan, loco... -jejeje... -¿qué,
te pusiste celoso, putito?” ?
Si hay algo de camaradería siempre alguno tira “-mirá, para saber
si te gusta o no, hay que probarla...”
-“Macho es el que probó y no le gustó” es el cierre obligado
y consensuado.
¿Y si un día te diste cuenta que sos un mentiroso? ¿Que te
mentís todo el tiempo o te hacés el boludo? Y si un día estás tan sólo, tan en
crisis con el amor, las parejas, la edad, el cuerpo y al borde de los 40 se te
cae la ficha que una parte de tu infelicidad sexual proviene de haberte
reprimido 20 años de fantasear con comerte una pija?
Porque era pecado mortal, ¿te acordás? Vos te creías todo lo
que te enseñaban las autoridades establecidas por tus padres, empezando por
ellos y siguiendo por el director de la primaria, tus maestras, los sacerdotes,
el profe de Teología, los amigos políticos, jueces y policías que hacían
negociados con tu viejo, tus amigos de la primaria y secundaria de varones, que
ejercitaban la hipocresía católica de nuestros mayores haciendo campeonatos de
paja, a ver quién eyaculaba (“escupía”) más lejos y mientras pretendían un
juego de machos se miraban las pijas y se auto-erotizaban con la escena de sus
amigos del curso dándose placer con la imagen prohibida de nuestra mano en la
pija, desnudos y hermosos.
La fantasía, el deseo reprimido del adolescente con el
cuerpo de sus compañeros de cursada, era pecado. Pecado. Para ellos el pecado
era una sanción concreta, sentían miedo de pasarse la eternidad condenados. Se
masturbaban con fotos de revistas porno cuando no existía internet pero en la
ducha o en el baño entre las enormes y falsas tetas y las caras de falsos
orgasmos y los falsos abrazos y besos del papel impreso, se les colaban los
muslos de Cristhian o la espalda fornida de Carlitos, o la bella expresión del
hermoso rostro de Santi... y la pija se te ponía más dura cuando pasaba esa
imagen más real que la de las fotos, se llenaba de esperma y sangre, como sólo
un potrillo adolescente podía y aunque te hicieras el gil sabías que había una
conexión entre la imagen de tu compañerito de banco y esa erección, ese placer
lacerante y prohibido. Todos los rosarios que rezaste después de tocarte y
limpiarte las manos del semen con mucho jabón no sirvieron para borrar el
terrible deseo.
Después, ya de grandes, los que no se animaron a enfrentar
al dragón y salir del closet, se iban dando cuenta que la fascinación por los
videítos de felaciones tenían algo que ver y que en el fondo, muy en el fondo,
bien en el fondo de las vísceras lo que los excitaba no era ponerse en el lugar
de quien recibía la felatio sino de quien la daba, que lo que los calentaba era
la fantasía de comerse una poronga enorme (porque para pijitas ya estaba uno). Y
leíste que había estadísticas de millones de varones en todo el mundo, con sus
familias heterosexuales y heteronormadas que veían porno gay clandestinamente,
y leíste sobre la competencia entre travestis que le ganaban por lejos a las putas
en el padrón de clientes, y que los tipos buscan que se lo coja una mina con
tetas enormes y una gran poronga. Y pensaste que esta cultura de mierda fabrica
mentes enfermas y sexualidades deformadas y que eso explica en parte por qué
este mundo es una enorme esfera llena de bosta y malamor.
El amigo que me contó esto que aquí relato es famoso por su
profundo y comprometido sentido de la literalidad. Y dice que entró en crisis y
que en medio de una crisis de esas de campeonato, que sabés claramente que van
a ser una bisagra importante en tu vida, de esas en la que decís voy a
aprovechar que estoy al borde de pegarme un corchazo otra vez porque estoy
harto del sufrimiento y el fracaso, el mío y el de toda la gente maravillosa
que conozco, mejor aprovecho y cumplo todas mis fantasías.
Y se encontró justo, como si el azar fuera un niño de cuatro
años con la mentalidad de un duende juguetón, con un hermoso adolescente que
adoraba desvirgar putos viejos y después de una charla donde su mejor amigo le tiró
el consabido apotegma de “el que no prueba no sabe” se decidió y probó.
-“¿Posta?
-Posta.
-Me estás cachando...
-Para nada...
-Vos te volviste loco... no me cuentes nada
-Sos un reprimido.
-...
-...
-... ¿y cómo fué? ¿Te gustó?
-Fue terrible. Esas dos horas hicieron mucho más por mi
salud emocional y mental que los 12 años de psicoterapia. Me encantó chuparla.
Era enorme. Yo no sabía que la tenía tan grande y ancha. No tengo idea como
hacen los putos para caracterizar el tamaño de una pija con ropa. Una de las
peores cosas es que la mía se parecía a un dedo índice rodeado de dedos mucho
más grandes o robustos... Es más, toda una parte de la noche fue una sucesión
de sensaciones de inferioridad. Cuando me penetró sentí que me habrían al
medio, que me desgarraban el cuerpo, el poco placer que sentía fue inundado por
una loza de dolor físico. Como cuando te tatuás pero sin ser de esos que
disfrutan el dolor. Me sentí dominado, impotente, penetrado, humillado. Lo
primero que pensé es si eso sentían las mujeres a las que había penetrado. Me
sentí políticamente incorrecto y extremadamente vulnerable. Y de toque pensé
que los varones deberían venir con penes intercambiables: una pija finita y
mediana para la penetración y una bien grande y jugosa para el sexo oral, de
mínima...
-Dejame de joder... vos estás loco... no me cuentes más...
no me toqués carajo!!
-Jajajajaja... más allá de la joda, esa pija fue
literalmente como un taladro industrial destrozando mis represiones
inconscientes más reaccionarias y nefastas. De alguna forma me liberó de mí
mismo. Cada vez que me imagino la expresión de todos los forros que
pretendieron educarme para que sea un perfecto garca si se enteran que me comí
una poronga se me dibuja una sonrisa perfecta en todo el cuerpo.
-Finalmente terminaste probando la pija...
-Pero ahora que probé, te puedo decir que no soy puto. Me dí
cuenta que la forma pedorra en que me educaron sexualmente me terminó generando
una obsesión fálica, me gustan las pijas para tocarlas, comerlas, lamerlas,
beberlas, casi tanto como me gustan las vaginas... (casi tanto, porque como dicen los griegos, nada en el universo se
compara al placer de darle placer a una mujer que siente placer...). Pero me di
cuenta que no me gustan los varones, nunca me pude enamorar de un varón, no me
gusta como piensan, como opinan, como vivencian el mundo, al menos la gran
mayoría de los que conozco. Y yo soy de esas personas del orto que no pueden
relajarse y coger si no están algo encantadas con la persona que tienen
delante. Siempre me pasó lo mismo. Y reconoceme que hay más altas
probabilidades de cruzarte con mujeres piolas que con chabones copados. Es el
drama de las mujeres heterosexuales...
-O sea que te hiciste mina...
-Claro, pero una mina lesbiana...
[RISAS]