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miércoles, 16 de abril de 2014

Pasaje a la Libertad

Reflexiones sobre el Pésaj y la Pascua

En nuestro calendario, la Pascua competía en importancia con las Fiestas de Fin de año, de Navidad hasta Reyes. Recuerdo la primer movilización colectiva y callejera que me llevó mi madre fue un Domingo de Ramos, desde la Plaza San Martín hasta la Plaza 9 de Julio y la Catedral, en Posadas. Cientos de personas balanceándose al caminar, despacio, cantando alabanzas que sonaban huecas, como fórmulas repetidas pero carentes de sentido, y alzando ramitas de laurel o de palmera como quien lleva un estandarte.
Los más viejos recordarán que las familias eran exhaustivas en la prohibición de comer carnes rojas, habilitando a pescaderías y panaderos un sinfín de reemplazos y haciendo universal la empanada gallega.
La ciudad, de luto. Empezando por sus millares de Iglesias. Se bajaban los santos de su lugar o se los tapaba con fieltros negros, las fachadas, atrios, altares y demás se llenaban de crespones negros de todos los tamaños.
La alegría y el desparpajo del nacimiento de Cristo en diciembre se acababan rápido, para meterse en una ola de luto en el recuerdo de su muerte de abril o marzo.
Mientras la relación del Vaticano y el Estado argentino sigue igual que siempre, y estas fechas propias de un culto religioso privado se mantienen como feriados nacionales, la pérdida de seguidores y creyentes en las filas del catolicismo le ha ido quitando sentido a la celebración, al menos para la gran mayoría de la población, que hoy la entiende como el último fin de semana largo antes de las vacaciones de invierno y la época de los huevos de chocolate y las Roscas de Pascua.
Sin embargo, quizás se trate de la celebración con mayor cantidad de significados de todo el calendario. Desde sus orígenes como ritual agrícola hace 8 mil años hasta la traición de los obispos al cristianismo original en el Concilio de Nicea del 325, que la insatauró como fiesta oficial del catolicismo, pasando por el Pésaj original, sus múltiples significados fueron el producto de luchas históricas pero olvidadas de los pueblos oprimidos de la antigüedad. Este recorrido pretende desenterrar lo mejor de una celebración de la lucha por la independencia y la libertad.

El renacimiento de la vida
La mayoría de los rituales calendáricos religiosos tienen su origen en la necesidad elemental de organizar el trabajo colectivo de poblaciones muy dispersas en el espacio, que rara vez se conectan entre sí, y que no tienen ni herramientas de comunicación (caminos y carretas, no ya teléfonos) ni un sistema educativo centralizado de masas.
Póngase ud. en la incómoda posición de la clase dominante que tiene que garantizar el cumplimiento en tiempo y forma de las tareas agrícolas de millares de campesinos, no sólo para sostener la producción de alimentos de la comunidad entera (la base de su subsistencia) sino lo que es más importante para ud.: la única forma de conseguir su sustento, producto de la explotación de parte del trabajo ajeno contenida en el tributo del campesino.
Piense que ha privatizado de tal forma el conocimiento que no cuenta con un sistema escolar centralizado que desde los 5 años machaca con conceptos elementales sobre cómo y cuándo se debe sembrar o cosechar de tal forma que cualquier adulto más o menos despierto sepa qué hacer sin que nadie se lo avise. Piense también que no tiene a su disposición los medios ni la tecnología para informar del evento con la anticipación suficiente para garantizarlo.
¿Cómo hace?
Los rituales cíclicos funcionaron en esas épocas como el sustituto de las escuelas y los medios de comunicación masivos. Bastaba repetir durante unos años la práctica de juntar  toda la comunidad en alguna variante de evento festivo, celebración o duelo, para que en las cabezas de los campesinos se imprimiera la costumbre cíclica y la repetición.
El origen más remoto de la Pascua católica -y del Pésaj judío del que es heredera-, es, sencillamente, un ritual agrícola. Porque en esa parte del hemisferio norte esa semana es la que marca el tiempo clave en esa tansición climática que es la primavera, desde las oscuras y frías temperaturas del invierno hacia las más cálidas y húmedas que permiten el florecimiento de las plantas, y por lo tanto, agitan las campanadas que llaman al campesino a la cosecha.
De ahí que originalmente se tratase -al contrario del presente luctuoso que le otogan judíos y cristianos-, de una festividad alegre, la celebración del renacimiento de la vida después de su paso anual por los reinos de la muerte.

La independencia del pueblo judío
Para los antiguos judíos la fecha tenía una doble significación festiva. No sólo se juntaban a celebrar el renacimiento de sus cosechas, la posibilidad elemental de comer y volver a vivir ellos y sus familias, también recordaban el momento más duro de su historia, aquel en que pasaron de la amarga explotación de la esclavitud en tierras de los faraones, construyendo sus pirámides y alimentando sus graneros con el sudor y la sangre de sus seres queridos, a la posibilidad de valerse por sí mismos y vivir de su trabajo. El pésaj hebreo era, además del llamado a la cosecha, el festejo de su propia independencia.
De allí el nombre de pésaj, que podemos traducir como pasaje, paso, en el sentido del esfuerzo necesario para atravesar una situación angustiante hasta la liberación y el renacimiento. La lucha por la liberación del pueblo judío de la esclavitud en Egipto no puede resumirse en la metáfora de las aguas del Mar Rojo y el Desierto. Un pueblo entero liderado por un funcionario del Estado del Faraón que consigue su libertad no lo hace con un báculo mágico, a la Harry Potter. Seguramente fue el producto de décadas de luchas, victorias y derrotas y crisis económicas o políticas las que terminaron obligando al Faraón a tener que elegir entre la libertad y el éxodo o una rebelión y la pérdida del poder.
El cruce del Mar Rojo, de las montañas sagradas del Sinaí y del desierto palestino simbolizan el enorme esfuerzo colectivo de un pueblo de esclavos huyendo de la muerte en vida y buscando su paraíso en la tierra.
Marquemos aquí la primer coincidencia entre el rito original y su nuevo sentido político: la lucha colectiva por la libertad contra el poder opresivo del Estado igualada con el renacimiento de la vida vegetal y animal de la primavera atravesando el largo reinado del mortal invierno.

Culpa y Pésaj
Claro que una vez pasados los siglos de la independencia del faraón las tribus de Israel gestaron sus propios explotadores, quienes sobre el trabajo de sus campesinos montaron su propia clase dominante y su consiguiente Estado. Como tantas otras en esos tiempos, las clases explotadoras judías legitimaron su derecho a vivir del tributo de los demás en una elección indemostrable pero muy convincente para esos años, el derecho divino. Convencieron a su propio pueblo de que el mismo dios que los había rescatado de Egipto había hecho un pacto con las clases gobernantes para que fuesen ellas quienes cobrasen el tributo y concentraran el poder, la riqueza, la sabiduría y, por qué no, una vida más holgada.
De eso se trató sin más el famoso encuentro de Moshe (Moisés) con el mismísimo dios en el monte del Sinaí, la frontera mítica entre el mundo de la muerte y la esclavitud -Egipto- y la Tierra Prometida de la franja Palestina. El propio dios se habría tomado el trabajo mundano, reservado a los obsecuentes escribas, de poner de su puño y letra las más de 200 leyes que rigieron al Estado judío en sus orígenes y que sólo los más fervientes religiosos siguen respetando hoy en día.
Y al modesto ritual del renacimiento agrícola, la poética bienvenida a la primavera y la independencia se le adosó la celebración del nacimiento de la explotación sagrada del pueblo judío en manos del Estado judío. De ahí viene esa molesta carga espiritual que los poderosos de Israel imprimen en su pueblo recordándole en cada Pesaj el sufrimiento y la tortura atravesada por Moshe y los suyos en las penurias del desierto para que sus herederos pudiesen “disfrutar”... del pan sin levadura... que ellos mismos fabricaban.
¿Será que la famosa culpa judía no tiene su origen en las yddishe mamme sino en la opresión de los explotadores fundadores del Estado para recordar y atormentar a sus campesinos oprimidos a quién le deben la vida?

La independencia del Imperio
Faltaba un capítulo más antes de enterrar el viejo sentimiento de fiesta y alegría de la nueva vida en este ritual. Y vino a completarlo probablemente el individuo con mayor influencia en la historia mundial de todas las épocas, Joshua ben Nazareth, mejor conocido como Jesús de Nazareth, el hijo del carpintero.
Si hemos de creer a los historiadores que osaron confrontar las verdades bíblicas, Joshua se había formado como rabí, es decir, como especialista en el conocimiento de la voluntad de dios inscripta en los antiguos textos sagrados. Judío de nacimiento y crianza, Joshua habría militado en un grupo político-religioso que, al interior del judaísmo, defendía una interpetación de la voluntad de dios que contradecía la interpretación de los gobernantes del Reino y establecía la necesidad imperiosa (y lógica si uno lo piensa un poco), de que “el Pueblo Elegido” por el único Dios del Universo, no debía seguir siendo una miserable colonia pagando tributo y pleitesía al Imperio Romano, regido por otros dioses muy diferentes.
Está demás recordarle al lector que en un Estado Teocrático, es decir, gobernado bajo la voluntad de un dios o un conjunto de ellos, la religión es, al mismo tiempo, el orden jurídico y legal. O sea, que política y religión no van de la mano, son lo mismo.
La diferencia de interpretación de las escrituras era, sin más, la ruptura política con el programa del Estado judío y las clases que vivían de él.
Tampoco fue Joshua el primero en encarnar esta faceta. Una lectura detenida del Antiguo Testamento alcanza y sobra para demostrar que todas las grandes crisis y cambios políticos en el Estado judío fueron atravesadas por la aparición de Profetas, individuos que entraban en contacto directo con dios, quien tenía la costumbre de valerse de ellos para corregir las interpretaciones incorrectas que los gobernantes de turno hacían de sus palabras sagradas escritas en la piedra del Sinaí.
No es casual entonces que el grupo de subversivos que seguía al Cristo escogiera la fecha más importante de Israel, el ritual económico, político, religioso y social del Pésaj para imprimir en su base social el llamado a la toma del poder. Después de peregrinar por todo el territorio desarrollando el contenido de su programa en concentraciones de masas que el Nuevo Testamento llama “sermones” y que en el siglo XIX los miliantes socialistas llamaban “mitines”, Jesús decide entrar a la capital del Reino, Jerusalém, una semana antes del Pésaj, en un alarde de audacia y confianza en su propia capacidad de movilización. Muestra de que su programa de independencia política e igualitarismo habían calado en lo más hondo de las masas empobrecidas y explotadas, fue el propio Domingo de Ramos. Las palmas y los laureles lejos de ser los fetiches que identifican al católico en una aburrida movilización dominguera, eran las palmas que el protocolo oficial romano exigía del pueblo llano para saludar con honores a los grandes y poderosos en los días de fiesta, con ramas de laurel, atávico símbolo de poder y gloria eternas en la región del Lacio.
El pueblo saludaba a su Libertador en su entrada triunfal a lomo de asno a la sede del poder. El pueblo lo animaba a concretar su prédica. Se trató de una demostración de fuerza que anticipó, obviamente, el complot contra el caudillo y sus seguidores.
No era una ironía la inscripción INRI, Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum, Jesús de Nazareth, Rey de los Judíos, en lo alto de la cruz, expresaba el verdadero motivo del asesinato estatal.
Pero antes de su muerte, Joshua tuvo tiempo de asaltar el Templo de los Templos, el famoso Templo de Jerusalém, que concentraba las riquezas de miles de almas que llevaban allí sus “ofrendas” a dios, que los sacerdotes administraban como impuestos y ponían a circular en las diferentes formas que el dinero y la riqueza asumían desde tiempos remotos. Jesús aparece en la propia Biblia en su forma menos beata, destrozando los puestos de compra-venta, de cobro de impuestos y de préstamos usurarios que funcionaban en la mismísima “casa de dios”. Seguramente no lo hizo sólo, ni ofreciendo la otra mejilla. Seguramente fue la primer demostración de las masas de cuál consideraban su enemigo principal y qué estaban dispuestas a hacer para derrotarlo.
Jesús reclamaba la libertad de los pobres de la carga impositiva y la explotación al mismo tiempo que la libertad del Imperio que los obligaba a duplicar esa sangría. Pero también reclamaba la reivindicación del sentido original del Pésaj, la celebración de la independencia de todo Estado extranjero.
Después, lo conocido por todos, la traición de uno de sus propios capitanes, la emboscada nocturna en el Huerto de los Olivos de la patrulla imperial, su desaparición forzosa y la ejecución.
Los romanos prenden a Cristo y el mismo día de Pésaj lo ejecutan sumariamente, cumpliendo con el Código y el Emperador, para que toda la colonia sepa lo que Roma tiene preparado para quienes osen discutir su poder.
Y así Jesús y los suyos, o en sentido estricto, las masas rebeldes judías en su sublevación contra Roma, grabaron en la Pascua un nuevo aspecto, la celebración de su coraje y orgullo para rebelarse contra el poder opresor.
Porque la historia mágica de la Resurrección de Cristo al tercer día es la forma mística que los continuadores de la rebelión encontraron para explicar el crecimiento y desarrollo fabulosos que tuvieron las ideas de Joshua después de su ejecución. La aparición del Espíritu Santo llamando a los apóstoles a continuar con el Evangelio en todas las froteras del Imperio, hasta en la clandestinidad de las catacumbas de la propia capital imperial, no es más que una metáfora algo rústica para encubrir la decisión de los cuadros políticos del movimiento anti-imperialista para continuar la agitación en todas las colonias del Imperio. Cuarenta años después de matar al líder, Roma tuvo que enviar a sus mejores soldados para demoler e incendiar media Jerusalem, incluído el famoso Templo, ahora símbolo de la lucha contra el poder, como medida extrema para intenta sofocar una rebelión que lo superó. Las guerras juedo-romanas y la historia de Jesús de Nazareth son parte del mismo proceso histórico.
Para ser justos, la Historia debería enseñar a los adolescentes que Cristo no se transformó en la figura más importante de la Historia Occidental por su prédica religiosa, sino porque acaudilló el movimiento de las masas explotadas más fabuloso de la Antigüedad, que se plantó contra el Imperio antiguo más desarrollado en el espacio y el tiempo de que se tenga memoria escrita en esta parte del mundo.
En este sentido, el de la estructuración de un movimiento político clandestino que disputó el poder del Estado Imperial, es que Federico Engels escribió que los cristianos fueron los primeros comunistas.

La Pascua del Vaticano
Pero como la Historia la escriben los que ganan, con los siglos, fueron los emperadores romanos del siglo IV los que decretaron la forma de recordar la muerte de Jesús. Para salvarse de la ira popular en medio de la crisis terminal del sistema esclavista, decidieron cooptar a los dirigentes cristianos, concederles una parte del poder y la riqueza con tal de amansar el justo y dolido reclamo de libertad, igualdad e independencia. Fueron los herederos de los primeros dirigentes cristianos quienes aceptaron el convite y escribieron el último capítulo de la Pascua.
En el año 325, en la ciudad de Asia Menor en ese entonces llamada Nicea y actualmente Iznik (Turquía), el emperador Constantino organizó a los dirigentes de las facciones cristianas en un congreso (el primer Concilio de Nicea) para obligarlos a ordenar las jerarquías y el programa de la Iglesia Católica en función de su nuevo rol como defensora y garante del poder imperial. Entre otras cosas los obispos se dedicaron a meter mano en la doctrina original de Cristo, ya que no se podían sostener más las apelaciones a la igualdad económica, la diatriba contra los ricos y poderosos y mucho menos el anti-imperialismo.
En ese Concilio se decretó la liturgia oficial de la Pascua (palabra griega similar al Pésaj) y su celebración diferenciada de la festividad judía.
Una vez declarada religión oficial y exclusiva del Imperio Romano, los papas y obispos deliberaron, estudiaron y corrigieron el programa político original. El Reino de los Cielos ya no habría de venir a instalarse en la Tierra, volvía a su lugar original en un futuro lejano e incierto, después de muertos, y quedaba restringido sólo para aquéllos que, lejos de demostrar su coraje y rebeldía contra el poder, se arrodillasen sumisos ante él, ante su dios convertido ahora en el propio emperador.
El orgullo y la ira, tantas veces promovidos entre los pobres para liberarse de sus cadenas y aguantar las peores torturas sin denunciar a los camaradas –ejemplo honroso dado por los miles de mártires cristianos en los calabozos y el Circo romano- ahora se transformaba en un pecado mortal y eterno que debía evitarse como la peste.
Ahora los ricos pasaban más fácil que los camellos por las cabezas de las agujas, como puertas del paraíso, porque ellos mismos ostentaban la riqueza y el poder de la religión imperial.
Llegaron a tener la impunidad y la hipocresía sin límite ni moral de tergiversar el asesinato del líder más querido, por el que tantos militantes habían ofrecido humildemente su propia vida, inventando el ridículo cuento de niños según el cual el Imperio no había tenido nada que ver con la muerte de Cristo.

Nunca hubo clavos
Ese increíble grupo de artistas que es aún hoy The Monty Python, tuvo la idea de hacer una de sus mejores películas sólo para hacer evidente el ridículo de la Biblia. En La vida de Brian (1979), los protagonistas atraviesan todo el guión entre dos penas de muerte concretas, cotidianas, pertenecientes a dos órdenes jurídicos distintos: la lapidación de la legalidad judía y la crucifixión del Código Penal romano. Y con ese modesto pero impresionante recurso, los humoristas se ríen de la Historia Oficial vaticana, ya que si hubiesen sido los judíos quienes juzgaron y condenaron a muerte a Cristo, el símbolo que identifica a la Iglesia Católica debería ser una piedra y no una cruz de madera.
Porque la pena de muerte del orden legal judío era la lapidación, es decir, colocar al condenado en un pozo para que todos los varones adultos de la comunidad se hicieran cargo y se comprometieran físicamente con la sanción del Estado, matando al pobre a tiros de piedra de corta distancia. Un ritual que dista mucho de la Crucifixión.
La crucifixión era la pena de muerte que el Código Romano (y recordemos que los romanos fueron los campeones en la obsesión por reglamentar en detalle los castigos con respecto a los delitos, o sea que nada era casual entre ellos) destinaba exclusivamente al delito más terrible, el de subversión contra el Emperador. Difícilmente Cristo haya charlado con ladrones o delincuentes menores en lo alto de la cruz, sólo podría haberlo hecho con condenados por el mismo delito que él, es decir, sus compañeros en el complot.
¿Y por qué la cruz? Sencillamente porque era la condena más horrible que la inteligencia romana había diseñado para generar verdadero terror entre los que fueran testigos.
Resulta que mal que le pese a Mel Gibson (director de ese bodrio sangriento que fue La pasió de Cristo, de 2004) y el papado, la corona de espinas, los clavos y toda indicación de derramamiento de sangre no tuvieron nada que ver con la muerte de Jesús. La crucifixión provoca la muerte por asfixia, lo que las fuerzas de seguridad argentinas han popularizado como “ahogo seco”, aunque ellos no pueden usar enormes cruces y se limitan a modestas bolsas de polietileno enrolladas al vacío en las cabezas de los miles de jóvenes asesinados por “excesos” o “apremios ilegales” en las comisarías de nuestro país.
La postura de los brazos por encima de la cabeza y la imposibilidad de sostener el tronco sobre las piernas (los romanos quebraban las piernas de los crucificados) hacen imposible que ningún músculo sostenga al diafragma, ese pedazo de fibra que actúa como un fuelle, ensanchando y contrayendo los pulmones para que de esa forma absorban aire o lo expulsen. Si el diafragma no puede sostenerse en otros músculos del torso, simplemente deja de trabajar, se detiene, y al hacerlo hace imposible que el pulmón tome aire.
Como comprenderán, ahogarse porque el diafragma no puede moverse debe ser una forma de morir terriblemente angustiante, porque el cerebro mantiene la conciencia en todo momento y lucha sin saber por enviar todas las órdenes necesarias. El individuo “intenta” respirar y no puede. Seguramente se vuelve loco antes de morir.
Por lo demás, es un proceso muy lento. Esta muerte puede durar semanas en los físicos más resistentes. Semanas durante las cuales la desesperación debe provocar estados de desesperación increíbles. Por eso los crucificados eran colocados en elevadas cruces a lo largo de caminos principales o bien en puntos elevados del terreno, para que todo el mundo pudiese contemplarlos y “aprender” las consecuencias de enfrentarse al poder imperial.
Cuando sofocaron la rebelión de esclavos más importante de su historia, el Emperador plantó más de seis mil cruces con hombres, mujeres, niños y ancianos a lo largo de la principal ruta de entrada a Roma. Dejó que los cadáveres se pudrieran a la inemperie y sólo los removieron cuando el olor se hacía insoportable para los viajeros de mucho dinero.
Por eso es francamente increíble que a los obispos se les haya ocurrido que engañarían al mundo con la historia de un procónsul romano como Poncio Pilatos lavándose las manos en el juicio de un tipo acusado de querer independizar una colonia del Imperio. Y mucho menos que los judíos lo hayan matado a la romana...
Los mismos traidores al cristianismo que se vendieron al emperador por mucho más que 40 denarios de plata inventaron la Pasión de Cristo, este absurdo peregrinar por la tortura física, donde Jesús se va desgarrando y desangrando entre las espinas y los latigazos, coronado por unos absurdos clavos en las muñecas que nunca lo habrían podido sostener durante el tiempo necesario para provocar la asfixia. Los clavos no eran necesarios, mejor ajustar bien alto los brazos con poderosas sogas que correr el riesgo del desgarro de la carne y la caída del miembro.
Toda esa parte tiene más que ver con la religiosidad del Vaticano durante el feudalismo. Se tomó de Platon la idea del dualismo según la cual las virtudes humanas estarían contenidas en el espíritu o alma, mientras que el cuerpo sería el recipiente de los peores impulsos. Así, el placer de alimentarse y la sexualidad, entre otros placeres de la carne, serían condenados al infierno eterno mientras que el estudio, la meditación y la oración serían las virtudes a perseguir.
Para la Iglesia Feudal el dogma de Cristo se había reducido a una cháchara sobre cómo el sufrimiento, la pasión o pathos, era la única forma de alcanzar el cielo, a dios, el paraíso. Si “el cuerpo es la cárcel del alma”, la liberación deberá pasar por la destrucción del cuerpo. Literalmente. Eso simboliza toda la sangre de la película de Mel y del Nuevo Testamento: Cristo llegó al grado máximo de virtud, a la posibilidad de ascender a la diestra de Nuestro Señor Padre Todopoderoso porque se despojó literalmente de todo lo que lo hacía un modesto ser humano, su cuerpo, sus necesidades más elementales, sus placeres más cotidianos. También justificó durante siglos la condena a muerte de los y las herejes quemados/as vivos/as en la hoguera, ya que ese extremo dolor “purificaría” al espíritu de sus pecados terrenales...
Claro, esto venía al dedo para una Iglesia que promovía entre los campesinos más miserables del mundo, los de Europa Occidental después de la caída del Imperio Romano que durante cuatro siglos sufrieron el aislamiento de las principales rutas de comercio y las guerras intestinas de los señores feudales, su máximo odio y brutalidad, las virtudes de aguantar la explotación y el sufrimiento como paso necesario para ganarse el Cielo, después de muertos. Ahí nació lo de la otra mejilla y el pacifismo de Cristo, y también esa idea tan popular de que “hay que sufrir para alcanzar lo que uno desea”.
Por eso también el Vaticano continuó la senda del luto, la muerte, el dolor y la culpa para su Pascua, como el Estado Judío hizo antes y después con el sufrimiento y la pasión del pueblo judío durante el destierro y el desierto. Para quienes no sufren porque viven de explotar las riquezas que produce el sufrimiento de los pobres, el sufrimiento es el camino necesario para la virtud. ¿Qué conveniente, no?

Sufrir o luchar
La Pascua, Pésaj o Semana Santa no dejan de ser fechas importantes. Aunque más no sea, el calendario oficial del Estado organiza la vida cotidiana de los millones que vivimos en este país. Para la economía del Estado se trata del fin del primer trimestre, el que marca la pauta y anticipa cómo va a ser el año. Las principales negociaciones paritarias intentan cerrarse antes de esta fecha con el objeto de poder pasar a las medidas más impopulares después de las fiestas. Inevitablemente, el feriado más extenso luego del receso del verano y antes de las vacaciones de invierno, obliga a salirse de la cotidianeidad, rompe la rutina. No es que obliga a la reflexión, pero al menos la permite.
Las dos iglesias estatales, la judía y la católica, llaman a usar estas fechas para reflexionar. Para ambas religiones se trata de que el individuo interiorice un sentimiento de culpa en honor al sacrificio realizado por ellos, por su Estado, por sus gobiernos, por sus dioses, en nuestro beneficio. Los ancestros pasaron por la esclavitud, el desierto y la Sloah para que tú estés vivo, sano y salvo. Les debes obediencia y respeto.
Tu propio dios se hizo humano (como si fuera rebajarse) y sufrió humillaciones, torturas y su propia muerte, para salvarte, para limpiar el pecado original que tu especie carga desde los orígenes del mundo, para que tengas una chance de alcanzar el Paraíso.
No hace falta ser especialista en psicología para saber que la culpa es un sentimiento nefasto que obliga a una dependencia emocional con otra persona. En boca de padres, madres y parejas puede ser dañino y terrible pero a su vez comprensible como parte de una cultura que nos obliga a construir relaciones basadas en la propiedad sobre las personas y no tanto sobre la libre elección de los vínculos. Uno o una puede llegar a perdonar tanto daño psicológico proviniendo de seres que fueron, a su turno, víctimas del mismo trato.
Pero en manos del Estado, es decir, de un entero régimen cuyo objetivo es la sumisión pasiva de los explotados/as y oprimidos/as es un acto criminal, imperdonable.
Tenemos la chance de elegir, sufrir o luchar, celebrar la lucha del pueblo hebreo por su libertad y los dolores y cicatrices enormes que esa lucha les generó, recordar la heroica lucha de los explotados y orpimidos del Imperio Romano de la que el cristianismo fue una parte importante, remover de nuestras costumbres esa nefasta idea de la resignación ante la tragedia, de la entrega sin lucha, del sufrimiento como parte necesaria de la vida, o seguir metidos hasta las orejas en un mar de sentimientos de culpa y obediencia.
Las crisis sociales como las que estamos atravesando tienen la virtud de hacer crujir en nuestras cabezas las reglas y costumbres que el Estado nos grabó. Crujen con la fuerza de la experiencia más dolorosa: el hambre, la pobreza, la enfermedad y la muerte de nuestros seres queridos, la descomposición insoportable del mundo que nos sostiene. Porque ninguno de los “beneficios” económicos y morales que el orden establecido nos prometió a cambio de nuestra sumisión se cumplen, todo lo contrario, el poder no tiene nada que ofrecernos.
Atravesemos entonces, este pasaje con la mente limpia de tanta porquería y encaremos la transición con la meta clara de ganar nuestra libertad, cueste lo que cueste, duela lo que duela.

domingo, 13 de abril de 2014

Fetichismo

Publicado el 28 de mayo de 2014 en Revista El Otro


-¿Sabés lo que extraño de ir a la cancha, Fede?
-La magia, Fede, la magia...
-No me vas a creer, pero es así. No te hablo de las cábalas, del “pensamiento mágico” que me critica la sicóloga, no. Te hablo de la magia, la de posta. No la del tipo que hace “trucos” con la mano y vos te quedas haciendo “ahhhh” con la boca abierta como un boludo, no. La magia de verdad.

-Te doy un ejemplo, Fede, para que lo entiendas. ¿Ves ese adoquín que está en la biblioteca?

-No, el adoquín de verdad, no, el que esta al lado, que parece un ladrillo de cemento roto, pintado de amarillo en el lado plano. No, boludo, ese es un pedazo de baldoza de los que tirábamos en el Argentinazo, lo agarré de Avenida de Mayo y 9 de Julio. Sí, de recuerdo, ¿qué tiene?

-Eeese, sí, ése.

-¿Sabés qué es eso?

-No, pelotudo, no es otra de mis reliquias de recuerdos. Sí, ya sé, no me digas todo de nuevo, “no tenés que vivir en el pasado”, ya sé, tenés razón...

-No, en serio Leo, dejate de joder, “uno pesca con lo que encarna”.

-¿Esa es de tu abuelo también?
-Dale, no jodas, tenés razón, pero eso es un pedazo de los viejos palcos de La Bombonera.
-¿Te acordás?
-Los mandó demoler Macri, en una de las primeras cosas marketineras que hizo. Puro maquillaje. Pero estaba bien, esos palcos eran una ratonera, calurosa en verano, una heladera en invierno, lo que se dice una reverenda cagada. Se veía para el orto de cualquier lado. Y la verdad que todos los hinchas creíamos antes de Macri que eran horribles. Pero nadie se imaginó ni en pedo demolerlos y construir otros.
-Sí, ya sé, no es por bronca contra el forro de Macri, ya sé que los palcos nuevos serán chetos pero son mucho mejores. Sí, la cancha mejoró. Pero no rompas las bolas, Fede, te quiero contar otra cosa, una vez dejame hacer la anécdota a mí, la puta madre.
-Es raro, los palcos del ´40, los originales, nos parecían una mierda, okey; y los nuevos son mejores, todo lo que quieras, pero igual yo sentí que me cortaban un brazo, como si hubiesen violado algo sagrado. Por eso de que La Bombonera es un templo, algo intocable, inmutable, eterno. Y viene este chabón y la trata como si fuese un edificio.

-No sé si tengo razón ni me importa Fede, te quiero contar otra cosa. Ese tema fue un maleficio, la cancha se vengó, la cancha se enojó.

-No. No, te digo, en serio, no me pegó mal nada, estoy hablando en serio boludo... sí... bueh. Ta´bien, cagate de risa... si querés bardearme, bardeame, pero si me escuchás... bueh.

-¿Ya está?

-¿Terminaste?

-¿Puedo seguir?

- En serio Fede, creeme lo que te digo, la cancha se vengó. Me acuerdo que fue el último campeonato que fui a la cancha. Yo dejé de ir poco antes de que llegara Bianchi, creo que con la tercera vez del forro de Menotti, que además de vendido de los milicos era un forro, con esa forrada del “achique” te dejaba a la defensa con un tipo sólo contra todo el ataque de ellos... Que nos comimos un humillante dos a cero con Riber, de locales, goles de Orteguita y Crespo, creo, y los hijosdeputa de la Barra Brava cantaban “nos metieron dos, les matamos dos” y fueron y mataron dos pibes de River en la calle Necochea, a la salida de la cancha y ahí dije “no vengo más, que se vayan a la puta que los parió, no vengo más”. Y no fuí más.

-Sí, fuera de joda debo ser yeta, porque salvo el campeonato del ’92, el del gol famoso de Gardelito Medero a Platense, con el maestro Tabárez, después me morfé mil bodrios y me perdí la era Bianchi, la gloriosa, no esta verga dominada por Juan Román “camarilla” Riquelme, de ahora, nada que ver.

-Pero ese campeonato hice una excepción y volví. Volvió el Diego, trajimos al pájaro Caniggia... qué se yo. Era la primera parte del año, en mayo de 1996. Estaba el Narigón Bilardo, otra cosa que olfateó bien Macri, los hinchas hacía rato que le teníamos ganas al Narigón, el bostero de los 70 a los 90 era bilardista, todo el mundo lo sabe. No te puedo decir cómo piensan los bosteros hoy, pero en esos años éramos bilardistas y punto.

-Arrancamos las primeras fechas jugando de locales, en Vélez, con la camiseta de olan. No me olvido más creo que contra Ferro, uno a cero muy feo, gol de cabeza de Fabbri y a colgarse del travesaño, algo así.

-Bueh, resulta que el 5 de mayo -no me olvido más-, reabríamos la cancha, de locales, contra Gimnasia de La Plata. Partido fácil. El partido era una excusa, el tema era el estreno de los palcos nuevos, Fede. Ese domingo estrenábamos los palcos. Creo que los hizo en 6 o 7 meses. Macri, el eficiente, ¿viste?

-Sí, claro, así nos mete waskazo ahora.

-Sí.

-Claaaro.

-Bueno, resulta que estábamos todos fascinados, no sabés, la cancha hermosa, nos sentíamos en Europa y todas esas boludeces que se dicen en la popular en casos así. Pero viste cómo es, salen los equipos a la cancha y te olvidás de todo, los palcos te chupan un huevo, volvés a la realidad, el campeonato, ganar, y todo eso.

-Nos pintaron la cara, Fede, 6 a 0, Fede. Fue un paseo. Seis goles. A Bilardo, con una defensa con Fabbri, el horrible Fabbri, pero encima de vuelta, en el retiro, lento y sin ideas. Y con el colorado Macállister, una fotocopia devaluada de Hrabina que vendía mucho humo, le gustaba el micrófono, pero eso sí, talaba y raspaba como un condenado a muerte que no le importa nada.

-Con ellos jugaban los mellizos Barros Schelotto. Sí, imaginátelos así, ladinos, provocadores, ventajeros, pero multiplicados por mil, porque tenían la arrogancia y la impunidad de la juventud, Fede, tenían veintipico. Unos soretes, unos diablos. Guillermo lo volció lo-co al colorado Macállister, LO-CO, ¿me enendés? LO-CO!!

-Perdón, perdón, es que me acuerdo y me emociono. Sí, porque fué impresionante Fede, lo que jugó ese muchacho! Lo que corrió, gambeteó, encaró, habló, chicaneó, puteó, pegó... estaba endiablado, no hay otra manera de explicarlo, estaba poseído, Fede, po-se-í-do.

-No me acuerdo si Bilardo lo sacó a Macállister o si lo terminaron echando, pero me acuerdo de que lo seguía puteando al mellizo incluso en las declaraciones en los vestuarios para el programa de Fútbol de Primera... sí que me acuerdo, boludo, con Macaya y el otro tarado, el que decía “qué culo por dios” y relataba como el ojete.

-Porque lo volvió loco al colorado... pensar que el colorado ahora es candidato en La Pampa con el Pro... qué país. Seguro que ya sería garca cuando jugaba... por eeeeso.

-Estaban todos los condimentos, Fede: los palcos nuevos, la inauguración, los fuegos artificiales comprados, el convidado de piedra.. y nos meten seis, y encima los de Gimnasia contra el Narigón. Completita, Fede, completita. Pasó algo rarísimo, el quinto lo hizo el Beto Márcico de penal, pidió disculpas y toda la hinchada de Boca lo ovacionó, nene, cinco a cero abajo, muy raro. Si hasta me acuerdo que me dí vuelta, me agarré la cabeza, en un momento tuve como una epifanía, viste, y le tiro al de al lado: “¡es un cuento de Fontanarrosa, estamos en un cuento de Fontanarrosa!!”

-Jajajaja... sí, sí, totalmente, los negros me miraban con cara de “¿quééé´?”, no entendían un pomo...

-Pero era posta, y ahí me dí cuenta: era la cancha, la cancha nos lechuceó el partido, nos clavó 6 goles, endiabló al Guille, lo poseyó, lo obligó a hacer lo que hizo. Porque todo el mundo se acuerda de un seis a cero de local, Fede, vos lo sabés muy bien, es la cifra mágica, la goleada eterna e imborrable. Mirá vos, pasaron cuántos años, casi veinte años, diecisiete, y me acuerdo como si fuera hoy, Fede, el sol brillaba impresionante, el verde del pasto te lastimaba los ojos, me acuerdo la sonrisa malévola del Guille, la pelada del colorado y sus bracitos con las mangas de la remera que le llegaban a los codos, el siete en la espalda sobre la azul marino y el fondo blanco... todo.



-Y ahí me avivé, la cancha se vengó de que la arruinaran.


-Pero es La Bombonera, viste, en algún momento se vé que se le pasó, se adaptó, o se resignó y volvió a pensar en nosotros, en que no podía joder a Boca, a su club. Se vé que por eso el Guille terminó jugando con nosotros, porque ese día aunque nos reventó, creo que todos pensamos lo mismo: “es un hijodeputa, pero qué lindo sería que juegue para nosotros”. Y es así, se ve que La Bombonera lo obligó a firmar para nosotros y devolvernos multiplicados por mil los seis goles de mierda que nos metió ese día.
-Por eso te decía, Fede, extraño la magia de ir a la cancha...