ÚLTIMA PARADA
LA LUZ AL FINAL DEL TÚNEL
“Es asunto propio de la mitología y de los cuentos de hadas
revelar los peligros específicos y las técnicas del oscuro camino interior que
va de la tragedia a la comedia. Por ello los incidentes son fantásticos,
“irreales”: representan triunfos psicológicos, no físicos. Aún cuando la
leyenda trate de un personaje histórico, los hechos de su victoria se
manifiestan, no en forma acorde con la realidad de la vida, sino en visiones
como las de los sueños; porque no se trata de que tal y tal hazaña se hayan
realizado en la Tierra; se trata de que antes de que dicha hazaña se haya
verificado en la Tierra, hay otra cosa primaria y de mayor importancia que ha
tenido que pasar por el laberinto que todos conocemos y visitamos en sueños.
La travesía del héroe mitológico puede ser,
incidentalmente, concreta, pero fundamentalmente es interior, en profundidades
donde se vencen oscuras resistencias, donde reviven fuerzas olvidadas y
perdidas por largo tiempo que se preparan para la transfiguración del mundo.
Cuando esta hazaña se realiza, la vida ya no sufre desesperadamente bajo las
terribles mutilaciones del desastre ubicuo, agravado por el tiempo, terrible a
través del espacio; sino que, todavía invisible en su horror, con gritos de
angustia todavía tumultuosos, queda penetrada con el conocimiento de un amor
que todo lo invade y todo lo alimenta y con el conocimiento también de su
propia fuerza conquistada.”
Joseph
Campbell, en El héroe de las
mil caras. Psicoanálisis del mito, 1949. Según traducción de Luisa Josefina
Hernández para la edición de 1998 del Fondo de Cultura Económica (FCE) de
Argentina.
CAPÍTULO 18
Amazing Grace,
how sweet the sound
that saved a wretch
like me.
I once was lost,
but now am found
T'was blind
but now
I see
John Newton,
1779
Hacía rato ya que las últimas gotas de la sudestada del miércoles
negro habían dejado de golpear la chapa de plástico duro que cierra el patio
interior del pehache que alquila Alicia enfrente del Tornú. Por sus pliegues
amarillentos ahora se colaban las primeras luces del amanecer que ya entraba a
carretear el sexto aniversario del asesinato de su compañero, Mariano Ferreyra.
Parecían inundar también los ojos colorados del cansancio en
los rostros del círculo de camaradas que velaron la lucha de millones de
mujeres por Lucía Pérez y que, en la pausa del relato fantástico, comenzaban a
prepararse para velar el luto del joven combatiente de Sarandí.
Nelly y Alicia levantaban los platos y los vasos usados en
la cena y con Xosé Covián, rebautizado, los lavaban en silencio, mientras
esperaban bullir el agua en la pava. Denise auscultaba con más detenimiento el
origen de los dolores que seguían aquejando a la Negra Vicky en el baño.
Ulises, cuidaba todas sus almas, alerta entre sueños,
mientras dormía en paz, al pie de la mesa ratona que transformaba -ella sola-
el antiguo patio interior en falso living comedor.
-¿Cómo estás? –preguntó Xosé a su amiga cuando comenzaron la
ronda de dulces y amargos.
-Mejor, mejor. Denise, sos un amor de persona, mil gracias.
A ustedes también, compañeras, siento que me rearmaron, mis nuevas eternas amigas
del alma.
-Madres y abuelas, querrás decir, querida, ya estamos
grandes.
-Viejos son los trapos, Alicia.
-No dije viejas, dije grandes. Dale, Santos… o José, o como
te quieras llamar, nene. Terminá de contar que me muero de intriga.
-Pero, Alice querida, toda la noche dudando de la historia
que te contaba y ahora que ya sabes el final… ¿qué es lo que te intriga?
-Quiero saber cómo lo hicieron cagar a ese sorete.
-Y si cayó la sudestada.
-Claro, tiene razón Nelly, si hubo diluvio… es como las
telenovelas, botija hermoso, una ya sabe cómo van, pero igual quiere ver los
besos del final.
-Ustedes son increíbles compañeras. Okey, macanudo. Ayudame acá
Negra.
-No, nene, vos te metiste solito ahora sacate. Yo te
escucho.
-Bueno. Todavía tenía que esperar una semana casi para la
Noche de Reyes y el jesuita me tuvo de sparring otras dos tardes más. El primero
de enero nos dejó dormir lo que él suponía la borrachera del año nuevo. Pero el
viernes dos, ya me volvió a convocar después de su almuerzo bacán y nuestro
frugal encuentro de guiso y mollejas en el patio del fondo, antes de
despacharnos a la Iglesia de Santo Domingo como todas esas tardes, que
trabajamos peor que bestias.
Hacía un calor jede, que no aflojaba la soga ni por la
noche. El aire estaba paralizado, no se veía una sola nube en un horizonte
infinito. La gente que te cruzabas en las calles estaba del ojete, se peleaba
por cualquier boludez que, con otro clima, con sólo una brisita del río,
hubiese dejado pasar. El olor a barro podrido, mierda y meo, sangre coagulada,
bosta y sebo de vacas, se te pegaba primero a la piel y después a la nariz. Yo
andaba por el segundo cambio de piel laburando al sol sin capa de smog que me
protegiera, ni agua para humedecerla.
En ese estado, el cura quería que le reflexione sobre las
meditaciones de los cuatro reyes, que son tres al fin de cuentas, el terrenal,
el diablo y Jesús.
Sabía que estaba físicamente en peores condiciones que el
cura, así que empecé como para nockearlo en las primeras rutinas de piernas,
antes que se me vencieran del todo.
-Creo haber comprendido que la Compañía de Jesús se piensa
como una empresa comercial, productiva y militar y que configura un partido
político con una estrategia internacional. –le tiré de una- Loyola reivindica
el trabajo del rey terrenal, siempre que sea católico y aliado del Vaticano,
incluso llama a imitarle en el ejército del cielo. Habilita que se calquen sus
métodos de construcción, pero recuerda siempre que ustedes sirven al otro
ejército. Luego, la comparación de los ejércitos del diablo y de nuevo de
Jesús, muestra que la base del reclutamiento de la Orden son soldados que
recibirán paga y sustento pero que no tienen que soñar con acumular cargos,
honores ni riquezas materiales a modo individual sino colectivamente, para la Orden
y para el Papa. Si funciona, ustedes construyeron la utopía del partido
político moderno, aunque usando una filosofía arcaica, medieval. ¿Me equivoco
mucho?
-Aquí no tratamos de juzgar a la Compañía, maestranza
Covián, sino de salvar su alma.
-Mi alma no es la que está más sucia acá, estimado carcelero
–le dije, con toda la sorna que fui capaz.
-Usted sigue sin asumir los graves infortunios que le tienen
complicado en nuestra humilde contención, maestranza.
-Y usted es dueño y señor de la vida de otros seres humanos.
Yo actué en defensa propia contra un servidor del Estado Terrenal que laburaba
de matar semejantes de mi clase social. Yo soy culpable de ser un buen soldado,
usted es un negrero.
-Se esmera en vano por lastimarme. Su ignorancia de los usos
y costumbres de esta época lo exime de mejores esfuerzos, maestranza. En primer
lugar, porque como bien ha dicho, los sirvientes de esta casa no son de mi
propiedad personal, sino de la Compañía, incluso si en los papeles, ante el
reino terrenal, figurasen a mi nombre, o el de cualquier otra persona.
-Pero a Xosé Cuervo lo tiene como esclavo personal desde que
era un niño, lo obligó a acompañarlo a donde sea que fue, como un perrito
faldero. Eso no hay papelito ni juramento que lo desmienta. Usted le cagó la
vida, hágase cargo.
-Yo le salvé la vida, maestranza, y varias veces. Xosé es la
prueba más acabada del poder de la Voluntad Divina y de la sabiduría de la
Compañía de Jesús para llevarla a cabo.
-Usted es un cínico. Le vendría bien volver a los ejercicios
del primer día y confesarse, padre. Si hay un infierno, los traficantes de
negros y negras tendrían que sufrir la eternidad en uno de los principales
salones.
-Es tan cierto que el infierno existe como que Xosé es el
hombre negro más libre que existe en el mundo.
-¿Libre? ¿Un hombre que no puede decidir en qué ciudad
vivir, ni a qué dedicarse, que no puede decidir cómo criar a sus hijas, ni
puede defenderlas, y que cualquier día un amo u otro deciden llevárselas de su
lado para siempre? Qué libertad de mierda vende su Compañía, padre.
-Usted no tiene remota imaginación de lo que es la vida de
un negro en esta época, maestranza Covián. Cuando lo ví por primera vez, era un
crío con los pies en carne viva, ya que los ingleses tratan a sus esclavos peor
que a sus caballos y los mestizos troperos tratan mucho mejor a sus perros.
Rescaté a ese crío de una muerte segura antes de llegar a Salta, no le digo al
Potosí. Y si hubiese llegado, ¿cuántos meses le quedarían de vida a ese
cuerpito destruido en las minas de plata y estaño, en los fornos de azogue? Y
si hubiera aguantado la carne, cómo habrían dañado su espíritu todavía vacío
del conocimiento de Cristo y su Palabra ante las jaurías de baquianos y
encomenderos que le habrían torturado sexualmente para grandeza de Gomorra.
No, maestranza Covián, yo salvé a ese chiquillo y le dí
salud y educación que ningún otro negro habría tenido nunca. Qué decirlle
negro, si ni cristiano hay en esta pampa que conozca las artes del calzado, del
textil y la carpintería de madera y fierro, la siderurgia y el arte más bello
de la palabra, en escribiéndola y sabiéndola entender del papel. En las
Misiones del Alto Paraná ese chiquillo floreció como un verdadero hombre de
Cristo, confirmóse y entabló sus nupcias, con total libertad de elección como
ningún esclavo de anglos y portugueses puede hoy todavía en estos condenados
lares.
-Pero en ningún momento eligió todo eso, y cuando encontró
algo de felicidad usted se la arrancó. Sí, usted, su rey terrenal, su otro rey
del Vaticano entregaron la defensa de las misiones a los portugueses y acataron
órdenes cagándose en la defensa de miles de guaraníes. Usted es tan responsable
de esas muertes como el bandeirante que las violó y mutiló.
-Nadie puede alcanzar el poder necesario para detener a la
Divina Providencia, maestranza. Lamenté mucho la suerte de la familia de Xosé,
eran buenas indias, educadas y cristianas. Nadie puede acusarme de no contar
con el poder para frenar la diplomacia de las naciones. Los padres de la
Compañía fuimos víctimas también, como ya le diz. Sería pecar de orgullo
acomplejarme por el destino de tantos seres, no llevo ese poder conmigo.
-¿La Voluntad Divina no es la voluntad de dios? ¿Usted vende
un dios que tiene el deseo de violar y torturar nenas? ¿Y eso tampoco sería un
pecado?
-Dios no tiene tales deseos, Dios es Amor, el Único y
Verdadero Amor. Allí está todo su problema, maestranza. Entre todos los dones
de este vasto mundo, Nuestro Señor nos ha dado también el Libre Albedrío, una
vez que sus grandes obras quedaron establecidas y fundadas, Nuestro Señor deja
que nos conduzcamos con libertad de entendimiento y acción. Espera, claro, de
nosotros, sus criaturas más preciadas, que lle sigamos, que prosperemos en su
Gracia para poder cobijarnos en el Paraíso a su diestra y amparo eternos, y en
su omnipotencia ha decidido que seamos nosotros quienes lleguemos a él por
nuestra propia voluntad y ahínco, sin forzarnos a ello. Esa sabiduría es la que
han perdido las tan llamadas ciencias de los protestantes y francmasones. Se
pueden estudiar y comprender cada una de las miles y miles de pequeñas parcelas
del universo, cómo funcionan en sí mismas, como se relacionan entre ellas, pero
esa búsqueda es totalmente ínutil si se pierde de vista lo fundamental: que
todas ellas son expresiones de una Voluntad Única y superior, que si no se
estudia, si no se comprende y, lo que es todavía mucho peor, si no se la
persigue y adora en su debida forma, los caminos se estrellan sin salida.
-Pero en ningún lado se ha demostrado la existencia de ese
tal ser supremo. ¿Cómo se puede estudiar la ciencia sin creer en sus pruebas?
-Porque, en última instancia, maestranza, el motor de todas
las cosas sólo puede ser visto por la Fé. Ahí donde fracasa una ciencia que
busca la acumulación de beneficios terrenales y de mundanos placeres, con sus
reinos y compañías en guerra permanente, dilapidando esfuerzos, perdiendo
colonias y territorios como Europa toda cristiana siempre fragmentada, ahí
donde flaquece su pecado de avaricia y orgullo, la Compañía les saca ventaja,
porque además de asimilar todo descubrimiento de la Gloria Divina, también nos
dedicamos a cultivar y comprender la Voluntad Última y Primera. Fíjese usted en
la obra que ha fecho la Compañía en cien años a esta parte. Las mismas Misiones
del Paraná y el Uruguay, como ficimos almas cristianas de indios que se comían
entre ellos, bestias que trabajaban sólo algunas temporadas del año, cuando no
estaban en guerras fratricidas.
En poco tiempo les ficimos artesanos y artistas, les
educamos en todos los más avanzados oficios. Hemos fecho de esos salvajes los
mejores constructores de los edificios de esta gobernación ingrata, les
cuidamos la espalda a los mismos encomenderos y contrabandistas de Asunción,
Corrientes, Sancta Fe, Buenos Aires y hasta Montevideo del avance permanente y
sistemático de los portugueses, cagándose en todo tratado internacional pre
existente e incluso en las bulas papales. Y así nos agradecieron. Todo será
cobrado al final, maestranza Covián, todo se paga.
-Eso son, al final, una empresa, una sociedad anónima o de
responsabilidad limitada. Puros explotadores del trabajo de los guaraníes.
Además de traficantes, esclavistas.
-Los indios reciben un salario y se les permite trabajar sus
propias tierras.
-¿No es que trabajan para ustedes?
-A cambio de su educación y de la protección de sus almas,
por supuesto. ¿O se olvida que en Asunción y Corrientes les quieren de
encomendados y yanaconas y en las facendas bandeirantes de puras bestias de
labrantío?
-Acá y en China eso se llama explotación del trabajo ajeno.
Se aprovechan de la presión portuguesa con un sistema de plantación romano y la
agricultura de servidumbre feudal española, para imponerles una especie de
aparcería o medianería forzada, con algún retoque salarial.
-El sistema más avanzado del mundo hoy, maestranza. El
propio Xosé está pagando su libertad a plazos, con trabajos que face
independientemente de la Compañía.
-¿A eso le llama usted libertad? ¿Pagarse su muerte en
cómodas cuotas?
-¿Acaso la humanidad puede ofrecerle algo mejor?
-Claro que sí, el verdadero trabajo libre y asociado, con
pleno dominio de las decisiones financieras y políticas fundamentales, sin
explotación de privados, ni competencia ni Estado que garantice la explotación
de una minoría sobre otra.
-¡Si es eso lo que hemos hecho en las Misiones! Un comunismo
ilustrado, una empresa colectiva sin acumulación en manos mezquinas, sin más
Rey que el Nuestro Señor.
-Su Señor no sé dónde tendrá domicilio legal, pero no me
joda, la Compañía rinde sus boletas en Roma.
-El Rey de lo Eterno necesita su Virrey en el mundo,
maestranza. De lo contrario el diablo y sus secuaces, árabes o protestantes,
masones o carbonieri, pueden arrebatarle los que es Suyo por Gracia Divina.
-¿Y su dios permite que sus enemigos triunfen? ¿Y su Sancta
Iglesia que anda torturando y quemando gente por pensar distinto? ¿Qué clase de
rey celestial tienen ustedes que se va justo cuando empieza la bronca y teniendo
el poder para evitarlo, deja que los maten sus enemigos? Además de manipulador
emocional, su dios es un padre abandónico, padre. Un perverso de cabo a rabo.
-Sus blasfemias no pueden ofender a un espíritu cultivado, maestranza,
por más groserías que siga intentando. Nuestro Señor confía en sus fieles
vasallos para que además de su Amor y su Divina Benevolencia esparzamos también
el castigo y la libertad a las almas corrompidas por la Mentira del Infiel y la
Codicia del Judío. Las almas descarriadas por el amor al oro y los honores del
Diablo, la acumulación de ganancias para el goce del cuerpo, se liberan bajo
tortura, se limpian con el fuego de los pecados que la carne obliga y ascienden
limpias y puras al Purgatorio, donde los ángeles les ayudarán a reparar sus
faltas y, si son buenos y pacientes cristianos, a encontrar su camino al
Paraíso.
Por lo demás, los caminos de los mortales son sinuosos,
usted mismo sabe, o eso me ha dicho, que la Compañía finalmente cruzará la
Piazza de San Pietrus para ocupar el trono del Sancto Padre. En doscientos
años. Pues bien, ¿qué son doscientos años para la eterna paciencia de Nuestro
Señor? Deberemos hacer el recorrido de nuestro camino para aprender cómo llegar
allí, pero ahora más convencidos que nuestra Fe triunfará.
-Quizás no aprendan tan rápido y terminen agarrando un fruto
podrido, o seco.
-Por eso es que necesitamos que sus servicios sean más
concretos, maestranza. Verá, mis superiores están disgustados. Me han dicho que
desconfían de esas pinturas que me ha mostrado, que aunque les juré son
fidedignas, mi corta vista puede jugarme un mal rato. Sabidas son las
capacidades del Maléfico para obrar espejismos que turben al más sancto varón.
El mismo Jesús Cristo fue llevado a ver ilusiones y castillos en la arena del
Desierto. Usted ha sugerido que los planes del Rey Carlos III y su Virrey Don
Cevallos se verán truncados. Pero los preparativos para la Campaña a Tierra
Adentro, hacia el sur, y el avance sobre Sâo Paulo siguen marchando, no se ha
recibido ninguna noticia que haga pensar en que Cevallos no sea el mejor hombre
para tales proezas. Mis superiores empiezan a desconfiar de sus historias.
El tipo me estaba acorralando de nuevo y el calor me estaba
cagando a palos. El guiso repetido y el viajecito inter-espacio-temporal me
estaban dejando entre la diarrea y la sequedad de vientre como para bancarle
los quince rounds al jesuita. Pensé que si le largaba algo de bofe quizá
pudiese ir ganando días hasta que funcionara el plan.
Antes, lo tantié un poquito para ver si me estaba vacilando
con la amenaza. Le pregunté por qué si su disciplina era tan firme no hacía lo
que decían sus superiores y me entregaba al Virrey sin más ni más. Y me salió
con un flash que me hizo acordar al boludo de Moctezuma y al ingenuo de
Atawallpa, pero esta vez, el pillo que manipulaba las señales del universo a su
favor, no era Cortés ni Pizarro, era yo.
-Verá, maestranza Covián, en mi temporada a prueba en la Provincia
de Sezuán, como le he contado, pude traducir al alemán la filosofía de este
milenario pueblo, que a diferencia de nuestros europeos, estudia su ciencia sin
desprenderse de la inspiración divina, por más que se equivoquen de dioses, en
su barbarismo se esfuerzan por comprender Su Mensaje. Para ello han inventado
un sistema muy novedoso, un juego de azar con varillas de juncos que allí
crecen como peste, el milenrama, que lle dicen absentya en el Mediterráneo y le
van tomando por grupos de distintas cantidades y con los números hacen su ábaco
de cuentas y dibujan seis líneas horizontales, quebradas para los pares y
continuas para los nones. Les traducen luego a sus letras, que son ideogramas,
dibujos que pueden ser torres o montañas, lagos o viento y también personas de
nobleza o simples vulgares. Como los árabes, creen que los números son la
inspiración de Dios que se mete en las inteligencias de los hombres para
decirnos qué hacer.
Es su oráculo, el I Ching, que me he tomado la libertad de
seguir estudiando estos treinta años, un poco para matar las horas muertas
entre la oración y mis quehaceres, que con la edad, el cuerpo necesita menos
dormir, y otro poco para recrearme esos lugares que tanto me asombraron en mis
años mozos.
Incluso creo haberlo perfeccionado, si me permite la falta
de modestia, para poder utilizarlle aquí, en el Hemisferio Sud del planeta.
Verá, el oráculo de los chinos se basa en una acumulación de calendarios: el
lunar, el solar, el de Venus, el de Marte y el de Júpiter y toman como brújula
de base los cuatro puntos cardinales y sus cuatro intermedios, como en la rosa
de los vientos de ustedes los navegantes, donde colocan las principales fuerzas
y elementos que ayudan a comprender el destino de cada hombre.
Como creen que su Emperador es el verdadero Virrey del Dios
Celestial, ubican el centro de su brújula en el mismo palacio real, en Beijín,
el lugar dorado. Así, en el Este, que para ellos es la Bahía del Mar Amarillo,
antesala de la inmensa Océano Pacífico, queda representado por la madera que
usan las naos para atravesalle; el Sudeste trae los vientos monzones y al Sur
colocan el inicio del verano, claro, y del fuego que todo quema y aclara,
puesto que al Sur están, desde su perspectiva, los calores sofocantes de los trópicos
y el Ecuador; hacia el Sudoeste está la Tierra Adentro de do vinieron sus
ancestros a conquistar los ríos bajantes y las llanuras de arroz; hacia el Oeste
se figuran los grandes lagos en las alturas del Himalaya y por lo tanto al Noroeste,
los techos más altos del mundo los hacen poner allí su pensamiento de
imaginería el Cielo, la morada de los dioses creadores y de la justicia divina;
al Norte ubican el agua abismal y el frío del invierno, con toda su connotación
de mal augurio y al Noreste, las montañas de do acechan siempre los mongoles
pero de do vienen también, los manchures.
Como verá, maestranza, para poderlle ajustar a nuestras
realidades en queste otro lado del planeta, no podemos ubicar al fuego en el Sud,
que aquí nos trae en cambio los fríos gélidos del polo, por lo que he pensado
arriesgar y tomar mis lecturas ubicándolo al Norte, en mirando hacia los trópicos
y las selvas, colocando al agua y los abismos apuntando hacia el profundo sur
de los patagones y tegüelches, de las bestias gigantes que colman los mares más
fríos y asesinos; he decidido también que al no haber montañas de importancia
en nuestro Noreste, y en estando viniendo los fundadores del puerto de Santa
María de los Buenos Ayres dende aquéllas tierras nodrizas de los reinos
castellanos y vizcaínos, correspondía dejar allí al elemento Tierra y colocar las
montañas en señalando los volcanes y grandes picos del Ande Meridional, en el
Sudoeste. Como las alturas más cercanas al cielo y los primitivos dioses de
aquestos sitios moran en el Altiplano, yendo por todo el Tucumán cada vez más
empinados los bueyes hacia las provincias arribeñas, he decidido que Chién, el
Cielo, quede allí, en el Noroeste; lo mismo que Tui, el Lago, al Oeste, bien
puede incluir aquéllos detrás y alrededor de Mendoza. El Este, aquí también en
Buenos Ayres tan capital tan nueva de este futuro Imperio jovencísimo, es
puerto de barcos para dar y recibir el comercio y la conquista del mundo
entero, como en la vieja capital del milenario imperio. Finalmente, ningún
viejo indio o africano, mucho menos un navegante europeo, podrá discutir que
los vientos más monzónicos y destructores, les recibe Buenos Ayres por el Sudeste,
así que allí también le dejé.
Esas modificaciones en la brújula del oráculo me han
permitido vislumbrar que algo muy importante iba a cambiar mi destino en este
año de 1778, algo llegado desde el Cielo pero en verano, algún mensaje de que
mi quinta revolución jupiteriana está presagiando. Cinco veces doce años, el
ciclo de una vida al servicio del Señor Nuestro Cristo, coronado al fin con la
máxima de las virtudes. La vuelta triunfante de Don Cevallos, la conquista del
portugués y la promesa de cumplir por una vez el sueño de una Gran Provincia
Paraquaria, como diseñaron nuestros Padres Generales y Superiores hace ciento
setenta años, al fin viene a hacerse realidad.
Lo fabuloso e increíble de su aparición, maestranza Covián,
señalando la venida de mejores futuros para la Compañía, no hacen más que
certificar este destino glorioso.
-El tipo estaba subido en un cumpleaños. Andá a saber si era
cierto que tenía superiores, con esta señora cheta a pata, o actuaba sólo como
loco malo o si realmente se había vuelto senil, pero yo no le iba a pinchar
ningún globo. Eso sí, decidí mejorar mi mano y tirar un siete de oros para
empardarla y llegar al miércoles sin bardo con la guardia real.
-Estuve revisando la información que traje de nuestros
historiadores del futuro, en el artefacto que usted me devolvió, y le puedo
confirmar que ya está en camino por barco la carta del Rey donde se informa de
un nuevo pacto con Portugal en San Idelfonso, firmado el 12 de octubre pasado.
España se queda con Colonia pero entrega desde Santa Catarina hasta Montevideo
a Portugal, de nuevo. Cevallos es hombre de guerras y no de diplomacias, su
trabajo aquí está terminado. En otoño estará embarcando para Madrid con honores
y ustedes tendrán a Vértiz como nuevo Virrey.
No le dije lo de las islas de la costa africana para no
entusiasmar al esclavista debajo de la sotana y que escogiera esa solución a
las otras posibles. Y creo que lo enganché, porque cuando nombré al nuevo coso,
la cara se le puso gris ceniza, como si hubiese masticado mierda.
Se compuso en la silla y determinó el fin de la reunión. Me
despachó a laburar toda la semana por las tardes al servicio de Don Lezica con
los guaraníes de la Santo Domingo y me dío una copia del librito de ejercicios
espirituales y una Biblia para que me dedique a meditar en cada paso de la vida
de Jebús, porque mi problema era según él que no lograba poner mis manos en sus
manos, mis pies en sus huellas y por eso no podía desarrollar mi fé, ni
salvarme. El tipo me mandaba a aburrirme con una historia mediocre y yo lo
único que necesitaba para salvarme era el resto del morral que tenía encanutado
en su cajonera: los walkie tolkies y la bocona.
Me dijo que tenía cosas importantes que hacer el sábado, y
sobre todo el domingo, y que después de Reyes me iba a dar una nueva audiencia.
El tiempo suficiente para que me estudiara los no sé cuántos misterios de los
evangelios. Sí, claro, vuelva prontos.
A Cuervo no le pareció mal que le entregara esa info si nos
daba tiempo para armar la porquería. Todos esos días se la pasó yendo y
viniendo por el Barrio del Tambor y la Casa de Ejercicios donde estaba preso,
juntando pólvora. Cada negro, mulato y pardo de Buenos Aires se jugó el cuero a
los azotes choriándose puñaditos de polvo negro de las alforjas de sus amos,
como un río seco y poderoso se iba armando Santos Cuervo, el viejo Xosé, en
algún lado secreto, con todos esos diminutos arroyitos afluentes. Incluso
aportaron los negros usté, los que querían transar con el Virrey por mejores
condiciones de vida integrados al sistema, los reformistas, porque suponían que
cualquier amenaza de revuelta podía ayudarles a negociar una paz de castas.
-Nosotras hicimos la misma porquería toda esa semana. Y es
cierto que hacía un calor de selva, de cuerpos sudados estallando, oliéndose a
kilómetros los jugos, una hermosura de sol sobre los cielos celestes
brillantes.
-Carajo.
-Te estás aporteñando, pibe. El calor es hermoso, es vida en
su máxima expresión, es fuego, es libertad y claridad, es lujuria,
multiplicación, festejo. Cuestión que mi Bangboshé también activó a full por el
quilombo desde que tuvimos la reunión en año nuevo. Entró a cada choza, visitó
a los negros mondongueros en los mataderos del borde del Riachuelo, se jugó a
charlar con los negros tirados en las barracas al costado del río, de noche, a
escondidas de los vigilantes.
A todos les repetía que su madre Yemanyá estaba mandando al
océano a meterse en Buenos Ayres para limpiarla de blancos, que los negros que
habían cambiado sus dioses y olvidado los huesos de los ancestros en la madre
tierra iban a ser engullidos también con los diablos blancos, que sólo se iban
a salvar quienes llamaran a sus ancestros y convocaran a sus orishás, caminando
detrás del Orishá Rey, el propio Shangó, o sea él, y su Orishá Reina, Oiá, o
sea, yo.
En los momentos que podíamos, me enseñaba las danzas propias
del patakie de Oiá y Shangó, para que recordara, me decía el amoroso, mi
verdadero origen. Y a mí se me soltaron todos los años de mandarme de chica al
Medio Mundo del Palermo de Montevideo, a bailar candomblé en las llamadas por la
Tristán Narvaja con la negrada linda y el Bangboshé se reía a carcajadas,
festejaba su acierto, sabía que yo era Oiá, o sea, yo misma.
También hice mi tarea, ojo. Me fabriqué un mapita con un
poco de madera carbonizada del fuego del mate de lápiz sobre una corteza seca,
donde la Tomasa me iba haciendo anotar las Iglesias, las calles y los arroyos y
me pude ir ubicando lo que íbamos a hacer. Tomasa estaba re anotada en la
llamada de Bangboshé para destrozar el San Baltazar de los blancos y con ella
fuimos a organizar a las lavanderas de la tosca para que cuidaran de ir
juntando bien las cosas importantes que necesitaran salvar de la inundación, y
cómo acomodar a las guagüitas para que no tengan miedo ni se pierdan. Tenía
varias inundaciones en el lomo, me supo y quiso contarlas todas, y estaba
segura de que venía tormentaza, más por los quejidos de su cuerpo y el camino
de las hormigas negras hacia las partes más altas de la ciudad, que demostraban
que la humedad de la napa venía creciendo.
-Él sabrá por Orishá –me decía Tomasa- pero yo sé por vieja.
Y así fue, compañeras, que el día de Reyes me dí el
grandísimo lujo de la vida, patearme todo desde Constitución hasta la Plaza del
Congreso, como cuando bajábamos del Puente Pueyrredón con el Bloque Piquetero,
cuatro mil o cinco mil personas, tres o cuatro cuadras bien cargadas de hombres
y mujeres, piberío, botijas y gurisada, de las más recias y curtidas caras y
cuerpos que haya visto en mi vida, azulados, color dulce de leche, con el color
del Río de la Plata en la piel y la selva africana en toda la pupila, al son de
los tambores y tamboriles, con los pies encadenados en un ritmo conmovedor,
charlando de hilera a hilera con los repiqueteos y compases, contándose de
dónde venía cada uno y cada una por el rulo particular que le daban al parche,
entonando centenares de coplas que decían y contestaban, dándose ánimos,
recordándose quiénes eran y de dónde venían, que no habían nacido para ser
carne de buque ni de estancia, que nada ni nadie les podía quitar la máxima libertad
posible, la de escoger su muerte, por lo tanto, su decisión de luchar.
Esperamos que las familias se juntaran en la parte alta del
pozo de Plaza España donde se hizo la asamblea, hicimos unas cuadras y
encaramos la Iglesia de la Concepción por detrás, todo derechito por Tacuarí,
desde la altura del Parque Lezama hasta la avenida principal, el Camino Real,
encaramos un cachito para descansar y saludar a los parientes fallecidos en la
placita Roberto Arlt, detrás de la San Miguel y ya pasando el mediodía, con la
vianda calentita en el estómago, le metimos pura juerga y candombe para
estallar todo Buenos Aires hasta la Iglesia de La Piedad, en Bartolomé Mitre y
Paraná.
Una entrada triunfal de la negrada más pobre y sufrida, que
hizo saltar los ojos de los pocos blancos que nos miraban pasar desde adentro
de los postigos y las persianas de madera, y ni te cuento los curas y
funcionarios del Cabildo que llenaban el atrio de la Iglesia, organizando y
dirigiendo la procesión de las Cofradías. Hasta los negros usté, organizados
por naciones, vestidos de cajetillas y bien peinaditos, miraban asombrados la
fuerza enorme que se les venía encima debajo de una nube de polvo que le ponía
más misterio al carnaval de bombos y tambores que se comía todo sonido que
hubiera en la ciudad, que nos daba el monopolio de los sentidos, el centro del
universo.
Delante de todo iba un viejo con bastón ceremonial y los
colores de Shangó y Oyá y Yemanyá, y Bangboshé y yo bailando frenéticos,
verdaderamente poseídos de adrenalina y serotonina, y de cachimba de macoña y
aguardiente, y del agua fresca que nos traían las sirvientas de los aljibes de
las casas de sus amos, mucho más fresquitas y sin sabor que la mierda líquida
que nos obligaban a tomar a sus esclavos;
y fui yo, y fuimos nosotros, y les inundamos de barrio negro la ciudad,
y les amargamos su fiesta careta.
Cuando terminamos de entrar al predio frente a la iglesia
donde se concentraban todos, Bangboshé empezó a hablar como si el viento del
sudeste lo estuviera usando, todo su cuerpo hecho tubo con cuerdas, todo
trompeta o saxofón, sus dioses hablaban a través suyo y su voz tronaba antes en
los espíritus cobardes que teníamos enfrente que en sus oídos y cerebros. El
coro de cinco mil almas detrás suyo y alrededor suyo y desde adentro suyo
bramaba para aseverar cada frase, se movía encima de una lomita de barro que
parecía tres metros más gigante de lo que ya era, cada músculo azulado de su cuerpo
latía y martillaba el compás de las palabras.
-Escuchadme bien, neglos usté. Escuchadme bien. Acá estamos
tu pueblo, tu gente. Abandonád los falsos dioses del blanco, del diablo
español. En medio de esta ciudad del Infierno somos aislados. Nunca les van a
amal a ustedes como a sus plopios filios, el Obispo miente. Hasta do adolan a
su dios chongo nuestras mamás, nuestlas filias son insultadas. Somos mielda pa
ellos. No os confundáis, amigos míos. Carne de mi calne. No se nace Santo Baltazar,
se nace neglo nomás. Se nace blanco y se llega a Santo, pelo pala el neglo no hay
santos, hay látigo y palo.
No hay un Ley Baltazar, hay un Ley Calos telcelo y hay un Viley
Ceballos –gritaba como cantando, la negrada repetía –Neglo nunca selá Ley de
nada mandando los blancos, el único Ley es Shangó y su madle Yemanyá -estaba
diciendo y después del primer trueno posta, que lo segundeó desde el cielo, una
muralla de agua dulce de gotas espesas y frías entró a caer de todos lados, el
cielo más negro que las negras cabezas que tapábamos el suelo.
Pintó la desbandada horrorizada de los otros y estalló de
nuevo el repique de tambores y la alegría de los nuestros. Ordenadamente nos
fuimos metiendo en las casas de libertos y esclavos que pagaban sus ranchitos
en toda la parte llana que va desde Belgrano y Entre Ríos hasta los Corrales de
Miserere, por todo Balvanera nos fuimos metiendo a acampar hasta que escampara,
mientras curas y funcionarios corrían empapados y enchastrados hasta las
rodillas, o en carruajes torpes que no podían avanzar por la crecida de la
lagunita esa del Hueco de Lorea y el Arroyo del Medio que crecía con la furia
de los arroyos de Traslasierra en verano.
En esa, nos emponchamos por encima de las ropas rituales para
ir a encontrarnos con ustedes y la carreta mágica, ahí nomás, ¿no cierto?
-Sí, nos perdimos toda la movilización, pero porque estábamos
cumpliendo con tareas inesperadas.
-Dale, che, no tiren chistes privados a esta hora de la
matina, ¿de qué se ríen?
-Perdoná, Nelly, pero lo que le pasó a este pibe no estaba
en los planes de nadie y también es un sueño hecho realidad, ¿no?
-Claramente.
-Piola. Contalo vos, entonces.
-Resulta que el cura no había pintado por la Casa de
Ejercicios desde el sábado. Eso y sumado que todo el domingo aparecieron un
grupo de nubes altas y negras, escupiendo rayos y centellas por toda la costa,
desde la mañana hasta la noche, nos puso de buen ánimo a Cuervo y a mí. La
profecía parecía cumplirse y el raje del jesuita nos dejaba laburar a piaccere
en la Casa. Pero el lunes 5, a eso de la medianoche, mientras yo estaba
tratando de dormir con la manija de que me rajaba de la cárcel y ese calorón
húmedo de la tormenta que pasa de largo, cayó el jesuita todo sacado, que casi
atropella a los negros de las caballerizas, y todo re encabronado se mete a su
despacho pegando gritos por toda la casa, llamándome a mí o pidiéndoles a todos
que me vayan a buscar y me lleven con él. Yo estaba vestido y preparado para la
fuga, pero Cuervo vino a buscarme y me convenció de ir y ver qué onda, para que
el plan no se nos arrebate antes de poner la primera brasa.
Así que le caímos juntos a la oficina y el tipo, medio
sacado, medio tratando de componer el personaje de siempre, nos tiró que había
confirmado mis profecías, que yo no podía ser otra cosa que un emisario de la
Providencia, que quería agradecerle y que se comprometía a hacer no sé qué
viaje a pata hasta Alta Gracia o Catamarca para agradecerle a Cristo y a la
Virgen del Valle…
-…el haberme enviado tan caro mensaje con tan esforzado y
maravilloso mensajero. El propio Virrey Cevallos me ha reconocido en su
confesión que ya le habían informado hace un par de meses que Madrid anda
parlamentando con Portugal y la Inglaterra desde junio un nuevo acuerdo de
amistad. Que las noticias llegáronlle cuando preparaba la expedición de Colonia
al norte de Santa Catarina y que por eso decidió entrar a Buenos Aires, acceder
al cargo de Virrey y acelerar todo lo posible los planes previos, antes que el
pacto se firmase.
El cura delirante resultó ser el confesor del Primer Virrey.
Y lo más loco de todo, es que con la info que le tiré lo fue a apretar en
confesión. Andáte a saber si no estaba la Mamá Antula esa rosqueándolo también
en la capilla. Cuestión que Don Istéfan estaba sacado pero entusiasmado, y nos
prometía de todo para que le diga cuándo y cómo estaba preparado el complot
para asesinar al Virrey, que mi misión era evitar que se hundiera el primer
proyecto de nación independiente de la historia, que como decían mis superiores
eso iba a permitir acelerarse el desarrollo económico y social de las gentes,
que…
-¿Que no lo ves, enviado Covián, de una nación poderosa se
pueden construir todos los paraísos que tu quieras, mientras que de un conjunto
de aldeas abandonadas a la rapiña del contrabando entre ingleses y gaditanos no
se iba a construir nada más que un país de bosta y coágulo?
-Ya le dije, Don Istéfan, que yo personalmente no creo que
la Historia funcione así, primero una etapa, que permite la otra y eso.
-Pero tus superiores así lo piensan. Tu y yo somos hombres
de disciplina, maestranza Covián. Tu honra es la obediencia de tu misión.
-Tendré que presentar un informe, lo discutirán, lleva
tiempo, total después viajamos de nuevo. Incluso podríamos mandar batallones
enteros de soldados con armas de última tecnología y tomar la Casa Rosada si
fuera necesario…
-…el Fuerte…
-…perdón, qué… ah, sí, qué boludo, el Fuerte, podríamos
tomar el mismísimo Fuerte cuando quisiéramos.
-No hay necesidad de informes ni más detenimientos, puedes
decidir ahora mismo, bajo este candelabro, el destino de tu nación, y su
futuro.
Y como veía que yo no le aflojaba, lo encaró a Cuervo y subió
la apuesta.
-Te concedo la plena libertad esta misma madrugada, Xosé. Si
éste enviado aquí presente nos brinda toda la información necesaria para
desbaratar la azonada contra el Virrey, hoy mismo eres libre, sin más ni más.
Aquí tengo los papeles y los sellos. Ustedes deciden.
-Recién ahí lo ví al negro Cuervo. Estaba firme, en su cara
no se notaba ni la ansiedad ni el cansancio, como si se le hubieran ensamblado
todas las piezas. Sin mirarme, le contestó al cura:
-Ese no es más mi nombre. Me conseguí uno mío, Santos, por
mis Santas Inocentes. Usted no me puede nombrar más. Usted no me puede dar
libertad, porque aquí adentro siempre soy libre. Casi toda mi vida lo seguí,
siempre esperando la mejor oportunidad. Ahora la tengo. Desde que sus sucias
manos me tocaron en las noches del Colegio en Córdoba, ¿se acuerda? Yo sí me
acuerdo, viejo sucio y pecador. Pero esto, hoy se acaba.
Y cuando peló una faca larga y angosta debajo de la camisa
blanca, yo hice lo que había querido hacer desde el primer momento que me
sentaron con este cura.
¡Es tan lindo cuando finalmente concretás un deseo de
violencia y odio que te obligaron a reprimirte! En un salto pasé por encima de
la mesa de madera, como lo había fantaseado en cada entrevista, midiéndole el
salto siempre, como un gato, milimétricamente, en un relámpago estuve encima
del viejo jesuita y le puse una llave para inmovilizarlo. Porque lo que fuera a
pasar allí, el golpe o el tajo, eran el único privilegio de su principal
víctima, Santos Cuervo, no mío.
El viejo era robusto y corcoveaba, pero lejos de tajearlo,
el negro Santos, relajado, midiendo cada movimiento, primero reventó el cajón
de la mesa haciendo palanca con la faca en la cerradura y sacó mi morral
entero, revisó que estuvieran los walkie tolkies y la boqueadora y se los puso
al hombro.
-Espera aquí, Xosé –me dijo, y salió campechano de la sala.
-No comprendo nada, maestranza… enviado Covián, teníamos un
acuerdo… lle he salvado de las manos de la milicia Real, fue guarecido y
alimentado… lle he tratado con hospitalidad.- Luego, en un último intento de
compostura- Los acuerdos internacionales exigen…
-Ya se terminó la farsa, Don Istefán, deje de chamuyo.- le
paré el carro, harto de todo el palabrerío de la semana- ustedes son una
empresa de explotadores de hombres y mujeres de las más soretes que vi en mi
vida, enmascarados de dogma y teología, pero viles y miserables patrones, como
todos en la historia. Su querido Cevallos está viejo y agotado. Otra vez como
hace diez años, mientras celebraba su coronación como Virrey, el 12 de octubre
lo estaban cagando de nuevo en San Idelfonso. No hay sueño de Paraquaria y van
a tardar cien años en poder juntar la guita para conquistar la Patagonia, y
dentro de doscientos años todavía habrán mapuches con garra y coraje de los dos
lados de la Cordillera para disputarles las tierras palmo a palmo. Su querido
Papa jesuita llegó al Vaticano en su peor momento, la Iglesia Católica colapsa
en todo el mundo por los chanchuyos de corrupción, venta de armas y pedofilia.
Sí, saltan en todas partes los abusos sexuales que ustedes cometieron en todo
el planeta. Nunca tuvieron peor desprestigio y se acercan al fin de su
milenario poder.
Ya nacieron y juegan por las calles de barro de esta mugrosa
ciudad los revolucionarios que van a empezar con el fin del Imperio Español y
el mundo va a ser un revuelo de guerras y revoluciones obreras y campesinas los
próximos doscientos años. Pase lo que pase cuando mi amigo Cuervo vuelva por
esa puerta, quiero que, si el negro quiere que siga vivo, tenga usted esta
imagen del futuro en su cabeza, para que todos los días que le quedan por vivir
se pregunte si le miento o le digo la verdad. Su dios no existe, viejo sorete.
Los negros y los pobres de esta Tierra se van a alzar en armas hasta que no
quede un cura ni un militar vivo.
Entró Santos Cuervo de nuevo a la sala. Venía sonriendo como
el niño que le arrancaron de su niñez, con un juego de cadenas y una barra de
hierro viejo muy larga que terminaba en una especie de círculo, también de
hierro.
Las cadenas terminaban en brazaletes muy pequeños, que le
ajustaban las muñecas en la espalda al cura, con bastante roce.
-¿Las recuerda, pa`í?
–le dijo después de mostrárselas. Antes que le respondiera le calzó una mordaza
en la boca y se la ató firme al cráneo. Me pidió ayuda y lo atamos a la silla
de respaldo enorme y lo acostamos sobre el suelo. Aunque forcejeara, el cura no
podía moverse. Santos hizo un fueguito en el brasero de invierno que tenía el cura
en la oficina y se puso a calentar el extremo del fierro largo con la paciencia
de quien calienta el agua para un rico matecito a la mañana, o de quien saborea
su venganza.
Cuando ví al rojo vivo las tres letras mayúsculas de Iesus
Hristo Salvatore, el sol de treinta y seis puntas que se parece tanto al de la
bandera de Belgrano y los tres clavos del logo de la Compañía de Jesús, entendí
todo.
-Usted dice que es un esclavo de la Compañía, Don Esteban
–comenzó a explicarse Santos Cuervo- Los esclavos llevan carimbado el cuello,
Don Esteban, para que los vean y les cuenten los impuestos a sus amos. Usted no
lleva carimbado ninguno. Eso no está bien. Ahora vamos a hacer justicia.
El cura ya estaba pasando del rojo al violeta mientras los
ojos se le saltaban directo al fierro candente en las manos sabias de Santos, y
yo le decía al oído.
-Tranquilo Don Istéfan, relájese que le vamos a ayudar a
desprenderse del placer del cuerpo y liberar las virtudes del espíritu. Eso sí,
usted ya no va a poder andar por ahí encubriendo su verdadera identidad, todo
el mundo va a saber para quién labura. Su fachada está al descubierto.
Como si nos hubiéramos entendido de antes, Cuervo lo marcó
en la mejilla, para que ni el pelo ni la barba que no tenía ni podía llegar a tener
le taparan la marca de su identidad.
Lo dejamos bien amurado en su oficina, que también cerramos
con llave y candado, para que le cueste salir y darnos el tiempo mínimo que
necesitábamos para nuestro plan de escape. Cuervo charló con los otros esclavos
de la Casa y les explicó la situación, les dijo que eran libres para hacer lo
que quisieran, les aconsejó un par de direcciones donde podían rajar (después
reconocí que una de ellas era su propio taller de zapatos) pero cuando volvió
del tercer patio vi que la mayoría se quedaba en su lugar, algunos sentados,
otros metiendo mano a la pava.
-Es difícil escapar de acá. –me dijo, cuando pasó al lado
mío yendo para la puerta exterior. Se señalaba la cabeza.
Ahí me dio el morral y salimos por los baldíos al oeste de
la Casa de Ejercicios Espirituales por la que sería la calle Salta de ahora,
pasamos la Iglesía de Montserrat y mientras crecía la mañana sin sombras ni
naranjas o violetas, tapadísimo el cielo de Buenos Aires con nubarrones negros
como estaba, fuimos bordeando el Barrio del Tambor hasta que llegamos al hueco
de Lorea, que ya estaba vestido de fiesta, con montones de negros y mulatas
vendiendo cosas, hasta había aborígenes que no se vestían como los guaraníes
con los que laburaba en la Santo Domingo, sino que más de poncho y plumas.
En el atrio de la Iglesia, como dijo la Negra, había muchos
curas y españoles y criollos. Los grupos de negros bien vestidos y trajeados
iban con un orden. Cuervo me fue mostrando cuáles eran los estandartes de las
distintas Cofradías. Los de la Virgen del Rosario, me dijo, eran los que se
juntaban con los dominicos de la iglesia donde laburábamos, era una de las más
antiguas y llenas de comerciantes vizcaínos. Todas tenían una jerarquía de
puestos que organizaban las actividades, pero sobre todo, manejaban la guita
que ponían los miembros. La nueva Cofradía que el Obispo había fundado para
meter a los negros usté libertos y poder sacarlos de sus rituales para meterlos
en la vida del calendario católico era la Cofradía de San Baltazar, que tenía
sede en la Iglesia de La Piedad.
-Los negros usté quieren mostrar que son buenitos y no
muerden la mano del amo. Quieren que los dejen ser parte de la vida de los
blancos. Pero son buena gente, marinero. Todos sufrieron, como yo. No los
juzgués, mal, Xosé –me dijo y era raro que su nombre fuera ahora mío- los
esclavos no tenemos opciones. Sobrevivimos como podemos.
Comimos algún pastelito caliente en el mercadito del Hueco
de Lorea hasta que llegaron ustedes y después del discurso de Bangboshé y la
estampida de la tormenta, bueno, todo eso lo hicimos juntos.
-Pero nosotras no estuvimos, che, no nos dejen afuera.
-Ta, Denise, ta. Ahí cuando se largó el diluvio nos
cambiamos y salimos para el taller de Shosé, bueno, de Santos, de Cuervo. Éste
me codeó cuando Cuervo nos dijo que vivía cerquita de la primer iglesia de la esquina
nor-oeste de la ciudad. Reconoció el nombre de San Nicola di Bari de algún
lado, yo busqué mi mapita de madera y corcho quemado y nos dimos cuenta que
estaba donde ahora está el Obelisco. Por eso nunca entendimos que ese barrio se
llame San Nicolás, porque demolieron la parroquia que le daba nombre.
-No contemos boludeces, Negra, que ya pinta la mañana, dale.
-Bueno, si no te gusta contala vos como quieras.
-Es lo mismo, che, no se peleen ahora.
-Bueno, sigo. Cuestión que Santos -el negro- se había
preparado una carreta chiquitita, como
la de los cartoneros, un sulky para un solo caballo, y le había metido toda la
pólvora que había encanutado en la semana, bien escondida debajo de muchas
lonas y cueros desparejos, que se notaba también había cirujeado, porque no
había uno que tuviera el mismo tamaño que otro. Igual, estaba bastante
arreglada para que no se moje la carga.
-Era impresionante lo que llovía.
-Típica tormenta de verano en Baires, amigo, no jodas. Así
que nos costó un ovario llegar hasta El Castillo de los Ingleses en El Retiro.
Tuvimos que ponerlo a Bangboshé al frente, porque era el más fuerte y los tres
empujábamos para mantenerla sobre las huellas que quedaban afuera de los
charcos. La ciudad se iba llenando de agua de adentro para afuera, como si el
barro ese que estuvo seco durante un mes no fuera capaz de impermeabilizar
nada, la napa y los arroyos bajaban y subían por todos lados, las casas que nos
cruzábamos recibían olas, se los juro, compañeras, olas que les laburaban los
riñones como un buen boxeador, como el mar cuando le pega con rabia a los
acantilados.
-Lo más difícil fue cruzar el zanjón… cómo era…
-La Zanja de Matorras, que vendría a ser Córdoba, entre
Esmeralda y Maipú, según mi mapita de madera.
-¿Lo tenés acá?
-No mi amor, se me perdió en el incendio del final. Porque,
bueno, costó, costó, pero le metimos fuego a esa mierda.
-¿Cómo hicieron para prenderlo fuego con esa lluvia?
-Eso veníamos discutiendo después que pudimos pasar el
zanjón ese endemoniado, con el barro hasta el cogote. Le expliqué a los amigos
que con suerte tenía cinco balas más en la .45 y que no iban a alcanzar para
bajarse una guardia entera, si es que había. Y que con la lluvia, la pólvora no
iba a terminar de prender fuego todo.
Cuando llegamos al Castillo mi pesimismo escaló. Si no era
el edificio más grande que había visto en ese Buenos Aires de casas bajas
pegaba en el palo. Muros de ladrillo y revoque, dos pisos y muy largo. Ocupaba
toda la barranca mirando al río.
-Perá, perá que no me ubico.
-Ni vos ni nadie, Alicia. No hay una sola plaqueta en toda
la Plaza San Martín que indique que ahí funcionó durante casi cien años un
campo de concentración para africanos regimentado por los ingleses. Debajo de
esos hermosos jacarandás que la alfombran de lila en noviembre, debajo de las
familias que hacen picnic, de la juventud que se ama a escondidas y de los
empleados de oficina que se sientan a leer a la sombra de las tipas, hay un
cementerio del horror que bien valdría montarse un Museo de la Memoria como los
del Holocausto.
-Bueno, los ingleses tuvieron el sarcasmo y el cinismo de
marcarlo con la Torre que le regalaron a Roca para el Centenario, digamos todo.
-No entiendo, che.
-En el lugar donde está la Torre de los Ingleses, en Retiro,
estaba el embarcadero que usaban desde 1713 los barcos de la South Sea Company
para desembarcar entre otras cosas los miles de africanos y africanas que
traían esclavizados desde el Congo o de Brasil.
¿Viste las terminales del puerto de Retiro que íbamos a
piquetear la prensa con el Partido a las cinco de la matina? Ahí, del otro lado
de la 31. Esa parte de la costa de Buenos Aires, la norte, da a un pozo enorme en
el río que hace que sea más fácil pasar un barco de gran porte. La costa detrás
de la Casa Rosada es muy baja, por eso ahí tenían puesto un largo muelle y
hasta que hicieron los canales de Puerto Madero en el 900 casi no se podían
meter buques. Por lo general esperaban más adentro del estuario y mandaban
barcazas con los pasajeros o las mercancías. Pero en Retiro se podía maniobrar
mejor.
-Es más, Alice, Cuervo nos contó que le pusieron El Retiro
porque El Castillo ese imitaba al palacio que tienen los reyes en esa zona de
Madrid, aunque mucho más chiquito, claro. Por el lado que llegamos nosotros,
como viniendo por Esmeralda para el lado de Santa Fé, había muros de un piso,
sin construcciones, protegiendo potreros para cultivos y cosas así; después un
par de galpones y, para el lado de la barranca, bien al norte y con la vista
entera del río, estaba el caserón.
-Se vé que la tormenta obligó a la mayor parte de la guardia
armada a preocuparse por el embarcadero y los barcos y barcazas que tenían
encalladas, seguro zamarreadas por la sudestada, porque cuando nos acercamos al
edificio sólo había dos soldados de rifle arriba y otros dos cagándose de frío
en la planta baja. Decidimos que la Negra y yo nos íbamos a quedar afuera
mientras Cuervo y Bangboshé reducían a los guardias y una vez adentro
prendíamos fuego la Santa Bárbara con nuestro sulky de Troya y por lo menos
liberábamos a los negros que encontrásemos.
-Sí, siempre es más fácil decirlo que hacerlo, ¿no?
-Posta, Negra, aunque los muchachos se portaron literalmente
como panteras. Nunca había visto degollar tan rápido y maquinalmente a otro
tipo como cuando Cuervo sorprendió a los guardias de la planta baja, de a uno y
en silencio, ni un quejido se les escuchó.
-Y mi Bangboshé trepándose por los travesaños de madera del
balcón hasta la planta alta, qué bello. Pero adentro me impresioné, boludo,
¿viste lo que era eso?
-Como una mansión pero establo.
-Eran como cuarenta cuartos usados como pabellones, con paja
en el suelo, llenos de olor a meo y mierda y sangre coagulada y vómitos. Llenos
de gente desnuda, amontonada detrás de las rejas con costras pustulentas y
mugre sobre la piel. Algunos se ve que los usaban de calabozos para los más
rebeldes, había tipos y mujeres con cadenas en los cuellos, otros dos tenían unos
collares de hierro gruesos en el cuello de los que salían unos pinches re largos
que les apuntaban a la cara y la nuca, para que no pudieran dormir. Horrible.
-Yo no los pude ver mucho porque subí a parapetarme de cara
al río en lo más alto, donde estaban las oficinas y los cuartos más
arregladitos. Con la .45 esperando por si caía la caballería.
-Yo sí, los ví, los olí, los miré, los sentí. Me agarraron
ganas de saber degollar a mí también, pedazos de soretes. Los internos nos
fueron señalando donde estaban las llaves y yo me puse a liberar hermanos y
hermanas mientras Cuervo y Bangboshé buscaban la Santa Bárbara y acomodaban el
sulky con la pólvora. Era un jolgorio. La gente te abrazaba llorando, me
contaban todo su viaje, lo que les habían hecho, como si yo fuera a
entenderlos, pero sabía lo que me decían. No sé cómo, pero les entendía.
También hubo mujeres que ni se movieron cuando les saqué las cadenas, minas de
mi edad o menos, que me quedaban mirando como si hubiera un profundo pozo
delante de ellas, vacías sus almas carajo con lo que habían vivido. Otras
lloraban agarrándose el vientre por los hijos que habían perdido. Había tipos
que reaccionaban empezando a romper todo lo que encontraban, muebles, paredes,
lo que sea, alienados pero libres.
Costó convencerlos de irse de ahí, explicarles lo que íbamos
a hacer, pero los fuimos acompañando por los corredores hasta la calle, les
señalamos que nos esperasen para el lado oeste, de donde habíamos venido.
Bangboshé los iba a llevar por los barrios de la periferia de la ciudad hasta
el quilombo de Constitución y ahí verían qué onda. O al menos ese era el plan.
-Y lo habrá hecho, por qué pensar otra cosa. Cuestión que ya
estaba entrada la medianoche cuando la Santa Bárbara que guardaba todas las
provisiones de pólvora del Castillo y los buques estacionados, más la que
juntaron los negros de Buenos Ayres en esa semana, estallaron por los aires. Al
principio pensamos que no iba a servir de nada, pero como si los elementos del
universo se entendieran, a medida que las lenguas de fuego iban comiéndose las
paredes y ganando los techos, después del tronazo de las primeras explosiones,
la lluvia empezó a ceder, lloviznando un poco, garuando finito, finito, hasta
que, les juro, decí si no es verdad Negra, cuando llegamos a la desembocadura
del Arroyo del Medio, ahí donde está ahora la cortada del Tercio de Gallegos, en
la puerta trasera del Cavanagh y la basílica del Sagrado Sacramento, sobre
Reconquista ponele, ¿viste donde escabian los días de San Patricio los yuppies
y los chetos? Desde ese bajío veíamos en
contrapicado como una especie de bola de fuego inmensa sobre la barranca
elevada, que se debe haber visto en toda la ciudad, hasta los barrios de los
negros en el otro extremo sur.
-Un faro, amigo, un faro.
-Un faro, Negra, posta.
-Cuando nos abrazamos para apretar los walkie tokies los
tres al borde del arroyo, lo pudimos ver todavía al Bangboshé Shangó parado a
los pies del Castillo en llamas, recortado todo en sus dos metros como saliendo
del fuego, gritaba en su idioma natal, arengaba a los suyos recién liberados como
Moisés en el Mar Rojo. Hablaba como si lo escucharan los miles de negros,
negras, negritas y negritos de todo Buenos Ayres.
-¿Qué diría, no?
-No sé, Nelly, no sé. Pero seguro hablaba de libertad.