CAPÍTULO 17
Foquismo colonial
“-Falta
envido –le repliqué para seguirle la corriente y lo miré a los ojos. Parecía
descolocado por mi audacia.
-¿Tiene
algo para apostar? –me preguntó, mientras miraba otra vez las cartas como si
temiera que ya no estuvieran allí.
-El
viaje, si quiere.
-¿El de
antes o el de mañana?
-Me da
lo mismo –respondí.
-¿Qué
apostaba su socio?
-Ilusiones.
-Está
bien, ponga la suya entonces.
-Creo
que no me quedan.”
Osvaldo Soriano,
Una sombra ya pronto serás, 1990
-Y después tuvimos el encuentro, la medianoche del año
nuevo, los cuatro.
-Sí, en una de las chozas del Barrio del Tambor.
-¿Pero cómo, vos no estabas preso en el convento con el
jesuita?
-Claro, Alice, pero acordate que el cura me había dado la
noche libre para hacerse el amigo, y yo, obvio, había arreglado con Xosé que me
iba al quilombo con él. Ya habían hablado para que me encuentre con la Negra y
el cura me había dejado llevar el celu. Así que nos volvimos a abrazar con la
Negra, largando toda la verborragia esta pero más resumida. ¿Bangboshé estaba
un toque celoso, o me pareció a mí Negra?
-Era un fuego de celos el tipo. Te miraba con todo el odio
de la piel.
-Eso me llamó la atención, el cuello del chabón.
-¿Viste, boludo? Todas las mañanas hacía una ceremonia
cuando se despertaba. Se acercaba al rinconcito donde tenía esa especie de
altarcito lleno de chucherías, en el suelo, al lado de la puerta, prendía unos
yuyos que llenaban la choza de olores sagrados y con mucha paciencia se
pinchaba el cogote con una púa grande del palo borracho de afuera –arrancaba
una distinta cada día- y los mojaba en un mejunje blanco, primero, lo limpiaba,
después uno rojo, después otro, negro.
-Eso, parecía un tatuaje puntillista anarco, de ñubels o
sabalero.
-Del funebrero, amigo, qué onda.
-¿Qué onda eso, Negra? ¿Una magia?
-Un día se lo pregunté, podrás imaginarte. Me dijo que
estaba sacando afuera el dolor que le metieron los demonios blancos en el
barco. ¿Tapás las heridas de las cadenas?- le pregunté.
-No tapo nada –me cortó en seco, sin mirarme- Estas son medallas.
Me tuvielon que moldel con los dientes de fielo, ponelme muchas cadenas en la
calne polque nunca dejé de peleal. Si los neglos fuelan mansos, como ovejas en
el campo, no necesitaban tanta cadena y látigo –me explicó con total claridad
el concepto dialéctico de la tortura-. Los cololes de mi olguyo son los cololes
de mi orishá Shangó, como la hacha es su felamienta.
-Mirá Negra, la verdad que le daba un aspecto impresionante,
como un guerrero invencible. Metía miedo.
-Me parece que esa era la idea del chabón.
-Cuestión que nos sentamos los cuatro alrededor de una mesa
barata, en unas sillas de esterilla. La Negra enfrente mío, Xosé a mi izquierda
y el Bangboshé a mi derecha.
-Como en un trucazo campero, amigo.
-Así fue, Denise, como en un truco. Afuera subían fuerte los
tambores y las lenguas de los fogones hasta las estrellas, se oían los cantos
furiosos, los gritos de las personas que entraban en trance con el cáñamo y la
caña, con el vibrar de los cuerpos en éxtasis, sacándose afuera los demonios y
dejando entrar a sus orishás, cogiendo mientras bailaban y cogiendo para
continuar el baile. La última noche caliente de 1777 y la primera del 78.
-Harían mil grados si le sumabas la humedad que flotaba del
Río y las lagunitas, el vaho de las zanjas y zanjones. Yo estaba sudando como
una chancha.
-Posta que nos brillaban las pieles. Yo ya estaba colorado
de varios días laburando al sol, la barba me había tomado el color atávico de
mis ancestros, un colorado que brillaba saliendo del castaño de toda mi vida.
Por lo menos no me veía para nada como uno de los blancos explotadores.
Shangó me miraba furioso y abrió el juego: Tú cómo te
llamas, chongo. A qué quieles con mi pueblo.- Creo que no fue una pregunta,
sonó como una amenaza.
Traté de explicarle con serenidad lo que seguro ya sabía.
-Soy Santos Covián, maestranza de barco de oficio, militante
socialista. Venimos de muy lejos en el río del tiempo, doscientos cuarenta años
después de hoy. Seguimos en la misma ciudad, pero ya es más grande, mucho mucho
más grande. Los hijos de los conquistadores que hoy castigan a tu gente siguen
gobernando, pero sin el Rey y con la Iglesia domesticada. Durante muchos años
prohibieron la esclavitud, ciento y pico años desde hoy y ciento cincuenta años
antes de mi mundo. Pero África sigue destrozada. Tu gente pudo librarse en
muchos sitios de los invasores europeos pero las guerras internas por el poder,
y sobre todo el hambre y la miseria que sembraron los europeos durante
quinientos años, las cosecha tu pueblo con desesperación. Como ahora, muchos de
tus hermanos y hermanas siguen viniendo a Buenos Aires, pero ahora no hay
barcos negreros ni remates de “piezas” en la Plaza Mayor. Cada persona es
supuestamente libre para elegir un trabajo que le permita conseguir dinero para
vivir.
-Como acá hace Shosé Oggún y los otlos, los neglos usté.
-Sí, pero sin amos que sean tus dueños. Los amos no están a
la vista, uno se cree que es su propio amo.
-¿Como un fantasma son los amos?
-Puede ser. El tema que nos trae acá es que tu pueblo sufre
mucho, no habla el idioma, los policías los castigan, los torturan, los matan a
palos y nosotros con Vicky queremos ayudar a organizarse, a luchar.
-Oia siempre guelea pol su pueblo, así es Oia.
-Claro, eso lo sé, por eso somos amigos.
Ahí me pegué un flor de cagazo: Bamboshé se puso todo entero
de pie, como el coloso de Rodas, pensé que iba a romper la choza. Me miró desde
atrás de sus labios enormes, hablaba modulando toda la boca abierta y sacando
una voz de trueno, que si no hubiera habido tambores por todos lados nos
deschavaba la reunión.
Re solemne y firme, el tipo me tira
-Habla clalo y con veldad, maestlanza. Si tú eles malido de
Oia, si tu eles casado en matlimonio blanco con ella, acá Bongbashé Shangó te
ofrece el honol del combate. Oiá vino a mí pala libelal casta negla del diablo
chongo y Bongbashé Shangó defendelá su destino con toda la fuelza de su glan
tlueno de fuego
-Y ahí me planté yo y le bajé los humos de un hondazo, Qué
bardeás Bangboshé, nosotros luchamos juntos codo a codo, vos no tenés mi
permiso para pelear por mi honor ni mi destino. Sóla llegué acá y sola me la
aguanto. Vos no sos mi dueño, chabón. El que se está portando como un chongo,
como si me hubiera comprado en la Plaza o en el puerto, sos vos.
-Bongbashé bajó quinientos cambios en un segundo, se volvió
a sentar todo tenso pero aplacado y la Negra le contó que éramos un equipo y
que yo la había ayudado a venirnos en el tiempo consiguiendo una máquina y todo
eso, que no nos amábamos ni nada.
De repente –corregime si miento, Negra- el tipo me mira de
frente a los ojos, me pone las enormes tenazas en cada hombro y con una risa
que le llenaba toda la cara me empieza a decir “Elegguá sos vos, Elegguá sos
vos, glacias Elegguá” y me metió un abrazo que me crujió todas las contracturas
de la semana de laburo y hasta me acomodó las cervicales.
-Jajaja, tenías que haberte visto la cara, chabón, pensaste
que te rompía.
-Pensé que me comía la boca, Vicky. Ahí terció Xosé cargando
los vasitos de caña, pidiendo un brindis para celebrar el encuentro. Me explicó
que Elegguá era un niño extraño que ayudaba a los orishás a entrar y salir del
mundo de los dioses y los ancestros al mundo de los mortales. El Orishá que
tiene las llaves, el abridor de caminos. Él había pensado que yo era amigo de
Xosé, el artesano, parecido al herrero de sus leyendas, el Orishá Oggún, el que
había sido el primer esposo de Oia y que todo el encuentro tenía que ver con discutir
los términos del nuevo casorio o, peor, intentar llevarse a Vicky de vuelta con
nosotros.
-Bueno, ponele que el chabón no estaba taaan errado. Vos y
yo alguna vez flashamos amor y la idea era volvernos juntos para acá.
-Sí, sí, menos mal que no les contamos eso. Cuestión que
Xosé brindó por el encuentro de los cuatro orishás que tenían que ayudar al
pueblo negro de mañana y de hoy y Shangó transformó toda esa furia de macho
posesivo en entusiasmo colectivo para la lucha.
-Y ahí empezó la reunión de verdad.
-Sí. Les explicamos que necesitábamos que alguno de los dos,
o los dos, nos acompañaran al futuro. La única cagada es que teníamos sólo tres
intercomunicadores, las “cajas mágicas” que Don Estéban tiene escondidas, y que
sabíamos que podía viajar quien tuviera en sus manos una activada, y que había
una remota chance que alguien que abrazara al portador de una también viajara,
pero no estábamos seguros del todo. El otro problema es que no sabíamos si la
energía de la fuente original de la máquina, acá en el futuro, iba a tener la
fuerza para llevarnos a los cuatro o a ninguno y que teníamos que pensar cómo
ayudarla desde acá. La Negra les explicó lo más sencillo que pudo que la
máquina funcionaba con la energía de las emociones humanas, pero la de muchas,
como la del quilombo y, me hizo la seña y yo acordé que un momento ideal para
abrir el camino para volverse era cuando hubiera otro quilombo como el de hoy.
-San Baltazar –dijo Xosé, sin dudar.
-Exacto, dijo María. El seis a la noche.
-Entonces no hay problemas –sentenció, parco, Xosé. -El seis
se pueden volver en esta misma casa. Yo traigo tus cosas de Don Esteban. Tengo
cinco días para buscarlos y robarlos para vos.
-Genial –le contesté rápido- pero eso nos deja con el
problema de si volvemos cuatro, o tres.
-Yo no voy –contestó Shangó- mi lucha aquí. ¿Tu Oia, ahola
que nos encontlamos, vuelves con Elegguá?- la cara le cambió a un tono de
súplica… como de enamorado, ¿no?
-Sí. Yo me tengo que volver, Bombashé –le dije con todo el
amor del mundo que podía- venite conmigo. Quizá fue para eso que tus dioses nos
juntaron. Para que me ayudes a salvar a tu pueblo acá mismo, pero en el futuro.
-Yo también me quedo, dijo Xosé, cerrando la ronda.
-Entonces somos dos para volver, así no sirve, no hicimos
todo este viaje para volvernos con las manos vacías, compañeros- dije,
reabriendo el debate.
Hubo un silencio que sólo reforzaban los tambores y los
alaridos del entorno del barrio negro. Shangó lo miró a Xosé y le dijo –Cuenta
nuestlos planes, Oggún.
Los dos lo miramos al mismo tiempo, sorprendidos, y Xosé
Cuervo largó lo que venía amasando desde que nos conocimos.
-Shangó me pidió ayuda después de la asamblea. Quiere
iniciar una revuelta. Yo lo voy a ayudar, pero necesitamos ayuda de ustedes.
Quizá los dioses los trajeron justo ahora para ayudar a nuestro pueblo, en la
misma ciudad del demonio chongo, pero ahora y acá.
-Estábamos en una parda. Nos rescatamos con la Negra que
ellos también enían sus planes para nosotros, que la cosa iba en ambos
sentidos.
-Encontremos un punto medio -dije yo-, y la ronda volvió a
empezar de cero-¿Qué tienen pensado?
-Oggún, Shangó, Oia y Elegguá tienen que mostlal la mentila
del obispo y San Baltazal al balio de los neglos.
-Bongbashé quiere arruinar la procesión de las cofradías.
-¿Cómo? –pregunté, ya picado por la idea.
-Yemanyá lo hará, Shangó su Bongbashé.
-Dice que es el mensajero de la orishá del océano, que va a
inundar Buenos Aires.
La miré a la Negra como diciéndole que por mucho que
respetara sus ideas no me iba a comer que tenía el poder de hacer diluvios.
-Y yo te la cacé al vuelo. Pero Xosé nos ayudó a zafar del
choque cultural.
-Viene sudestada –dijo, tranquilo. –Shangó sintió hoy a la
tarde lo mismo que yo, una brisa muy flaca, del sur. Hace semanas que no hay
una nube en el cielo. El calor se agranda cada día. El viento no mueve las
hojas de la ceiba. Cuando eso pasa mucho, en esta ciudad aparece de repente una
tormenta que empuja al Plata adentro de los barrios. El puerto de la Ensenada
de Barragán, pasando el Arroyo de las Piedras, por donde desembarcan los
contrabandistas, se arruina; todos los arroyos se hinchan hasta reventar, se
llenan los huecos y los zanjones, los terceros se vuelven furiosos y el puerto
del Fuerte, la rada de afuera, hasta el desembarcadero del Retiro, pierden la
calma, se revuelan.
-La ciudad blanca se paraliza –deduje, y Xosé asintió con la
cabeza.
-¿Pero tu pueblo no se muere en la crecida, Shangó? Estos
ranchitos y chozas no se pueden aguantar una inundación tan fiera.
-Oia tlanquila. Quienes tengan fe, se salvalán. Los hijos y
las hijas de Yemanyá sacudilán la ciudad huinca como una ola de neglos
enfulecidos.
-¿Qué quiere decir? ¿Quiénes crean en qué fé?
-Shangó piensa encabezar una gran llamada de tambores de
guerra y justicia sobre la ciudad. –me volvió a traducir Xosé. – Quiere correr
la voz entre la negrada de todos los barrios negros, anticipando la tormenta,
que las familias levanten sus cosas y caminen juntas, cantando y bailando los
patakies sagrados hacia la barranca norte.
-Es una locura –retruqué- suponiendo que pueda movilizar
tanta gente, que tenga ese poder de convencer, todavía tendríamos que creer que
va a llover ese mismo día. Es un delirio.
-También es un delirio que vos y yo estemos acá, Santos.
–dije
-Y así Vicky me dejó sin pierna para ganar esa ronda. Así
que los miré a los dos y les pregunté si querían saquear la ciudad, cuál era el
objetivo de la revuelta.
-No. Ningún daño, nosotros no somos como ellos. –me pareció
que lo miraba fuerte a Shangó, como apurando un debate saldado, pero todavía frágil.
-Sólo que la gente vea la veldad, el podel de nuestlos
dioses más glande que sus Malías y sus culas, sus demonios y sus balcos. –firmó
de nuevo Shangó.
-¿Y nosotros cómo les ayudamos?- les pregunté también, de
nuevo- Quiero decir, podemos ayudar con las cosas y los botijas, pero yo sólo
hablo con Tomasa la vecina, no puedo traccionar a nadie… y Elegguá acá ni
siquiera tiene balas para cargarse uno o dos milicos más. Somos inútiles.
-Ustedes, amigos, me ayudan a volar El Castillo.
-¿Cómo? ¿El qué? –saltaste re desorientada. Te tuve que
explicar que El Castillo era el palacio más grande de todo Buenos Aires, en la
barranca del norte, que no se inunda nunca, donde está la Plaza San Martín, ahí
donde terminan Santa Fé y Florida.
-¿La Plaza frente del Cavanah? ¿Que abajo se vé la Torre de
los Ingleses?
-Esa misma, amiga Nelly, esa misma. Me explicaron que cuando
Xosé llegó a Buenos Aires en barco desde Río, a los seis años, lo tuvieron en
cuarentena una compañía negrera inglesa, ¿cómo era?
-La South Seas Fishing
and Trading Company.
-Sí, yo también puse esa cara, parecía sacado de Piratas del caribe, pero recién en casa,
antes de venir, la chequeamos en la compu y existió posta. Tuvieron el
monopolio de importación de personas esclavizadas durante la primera mitad del
siglo dieciocho y funcionaban ahí, en la Plaza San Martín, en una propiedad que
había pertenecido a un antiguo gobernador.
-Sí, ya nos había contado antes, ¿no?
-Ya no me acuerdo. Cuestión que los comerciantes de esclavos
lo seguían usando de barracas para tener guardados los “cargamentos” de
esclavos en una zona muy gris, que regenteaban todavía los ingleses, el
gobierno, el cabildo y, sotto vocce,
los jesuitas a través de la Junta de las Temporalidades. Y Xosé lo quería
prender fuego la noche de Reyes, cuando la llamada de los negros del sur de la
ciudad llegara hasta la Iglesia de La Piedad.
-Lo que se llama un verdadero foco, carajo, qué no ni no.
-Creo que algo así dijiste también esa noche, cagándote de
la risa con toda la dentadura sobre la lámpara de cebo, parecías una bruja de
película de Disney.
-Soy una bruja, amego, una bruja orishá.
-Cuestión que como la Negra ya parecía jugar para el otro
equipo, me anoté las últimas manos de la partida para sacar lo nuestro. Muy
bien –dije, después de apurar un fondito blanco de caña y aclararme el
garguero- Supongamos que pueden movilizar cinco mil negros y negras rodeando la
Plaza Mayor y metiéndoles a los dos mil criollos el julepe más bravo de su
vida; supongamos que tienen razón y cae justo la sudestada más épica de la
historia colonial y supongamos que les ayudamos a prender fuego El Castillo
para que nunca más se pueda usar de carnicería humana y Xosé vengue a los
suyos. Si los vamos a ayudar, queremos que, aunque sea, uno de ustedes venga
con nosotros.
No pareció que ninguno se sintiera sarpado, como si se la
vieran venir, como si todo hubiera estado preparado, como una trampa que se
cierra casi donde se la habían imaginado.
Habló Shangó
-Oggún, tú sos el felelo de los orisha, tú tienes la
sabidulía del Oio, la paciencia, tu puedes ayudal con los neglos que pagan su
libeltá, como vos hacés.
-¿Y dejar todo el trabajo lento que nos ha costado armar los
gremios artesanos? Vos llegás por los caminos de la selva, por cambacuá y
quilombos, hablas con el indio del norte y el indio del sud, arengás a la lucha
frontal, vives de la rabia de la negrada de toda una vida y no sabes. No sabes
lo que luchamos para enseñar a fabricar zapatos a los hermanos, a trabajar las
maderas duras para las casas, a sacarlos del demonio de la caña, respetar a la
mujer, a la cría, construir su familia, pagar todas las lunas su libertad. ¿Qué
sabes tú? Tú, que quieres prender fuego el cielo una noche y cambiar el destino
de los séculos.
-No lo había visto estallar así hasta ese momento.
-Yo estuve una semana con él y nunca lo ví así tampoco, ni
antes, ni después.
-Te confieso que si tenía la preferencia de traerme a
Shangó, cuando tiró esa, entendí que Xosé tenía conciencia de clase además de
conciencia de piel. Lo que, por contraste, le faltaba claramente a mi adorado.
-Claramente. Y yo tenía la data clave para terminar de
convencerlo.
-Y lo convenciste.
-Xosé, con todo respeto –le dijiste, re solemne, concentrado
en cada palabra, sereno, después de una pausa necesaria para que recuperara la
compostura- tu trabajo es enorme e invaluable, pero es una quimera. Quizás la
revuelta sirva para complicar el tráfico de esclavos durante un tiempo en
Buenos Aires, pero la trata está lejos de terminar. Ya te expliqué que no
podríamos cambiar ese futuro tan cercano. Es el negocio más grande de las potencias
más poderosas, y lo va a seguir siendo al menos sesenta años más. ¿Lo
acortaremos un poco? Puede ser, pero tú no vas a vivir para armar una familia
propia.- le dijiste. Les mostramos las capturas de pantalla de tu celu, donde
se veían las fechas exactas de la Batalla de Saratoga, el acuerdo de españoles
y portugueses por las islas Fernando Po y Annobón y el asesinato de Cevallos.
-Me acordé del amor fraternal de tantas familias obreras que
había conocido en veinte años de militancia. Aunque yo no lo haya vivido en
carne propia, el balance más claro que tengo de todos estos años es que el amor
filial es el combustible que mueve las acciones de todas las compañeras obreras
y hasta de los compañeros, que incluso habiendo sido criados en la brutalidad
del machismo, muchos de ellos dan una batalla sicológica y política dentro de
sus propias cabezas para sostener la vida de sus pollitos.
Lo miré fijo a los ojos y le dije El sorete de Istéfan
Whilhelm me contó lo que pasó en las Misiones, en la Candelaria, cuando cayeron
los bandeiranchis a forzar la entrega que comprometió el rey en San Idelfonso -en
un palacio a diez mil kilómetros del Paraná y el Uruguay- cuando firmó la
violación de tu compañera y desgraciaron a tu pequeña hija.
-Xosé lloraba con un dolor inagotable, del tamaño infinito
de los sueños de amor que había construido entre el esmeralda y el rojo sangre
de la selva, se le veían los recuerdos asaltarlo como fantasmas, hablándole
detrás de las manos que le cerraban la cara. No era literatura, era dolor,
pérdida irreparable. Santos lo tocó en el hombro, y se estremeció así, todo
agachadito y encerrado. Al borde de romperlo, le volvió a decir
-Amigo Xosé. Ellas no están más acá. Y este régimen de
mierda en el que son sometidos los de tu pueblo tiene mucho recorrido de muerte
todavía para regarles en el lomo. Nunca te mentí. Nosotros no ganamos una vida
mucho mejor en lo esencial, aunque por lo menos nuestra lucha mantiene frenada
la bota de los amos en el futuro para que al menos tengamos una pequeña chance
de construir un amor un poco más libre. Nos ha costado sangre. Ustedes pusieron
la suya y en el campo de batalla se mezcló con la nuestra. Sangre de
explotados, mezclada. No sabemos si vamos a poder ganar y construir la sociedad
socialista que nos merecemos, pero sí sabemos que en estos doscientos años no
pudimos. Te ofrecemos una miserable chance, tener una libertad en alquiler en
la que puedas luchar y ser explotado pero no ser la propiedad de nadie, nunca
más. Y que la mujer que vea todo lo bueno que tenés adentro, toda la luz de tu
corazón, y que se enamore de eso que ya sos ahora, pase lo que pase, pueda
elegir abrazarse a tu camino a tu lado y si tenés la suerte de volver a sembrar
una nueva criatura, que nadie pueda venderla o romperla a voluntad.
-Xosé dejó de llorar. Levantó la cabeza. Su propia sudestada
emocional ya había barrido lo que había por barrer, llenado los zanjones de su
cara y aclarado su corazón. Finalmente, también habló.
-Amigo Elegguá, sinceramente creo que el Bongbashé habla con
verdad, viniste a abrirme un camino que había cerrado hacía muchos años en las
picadas del reino guaraní. Soy un hombre práctico. Tienes verdad. Mis dos
únicos amores son ya dos flores mburucuyá enredadas en el infinito verde del
pasado. Sólo te voy a pedir que me ayudes a terminar con el responsable de sus
muertes, que no está en San Idelfonso, sino aquí, que vive escondiendo sus
pecados a la vista de su mundo y soñando con seguir torturando nuestro pueblo y
al guaraní en sus empresas y compañías.
-Hecho –contesté.
-Y algo más. Si voy a tener una nueva vida, quiero elegir un
nuevo nombre. Quiero que Xosé quede acá. Tu comentaste que te incomoda tener el
nombre católico de tu bisabuelo asturiano. Que esa identidad no diz quién eres,
lo que amas. Tu bisabuelo nació seguro un dos de noviembre, el Día de Todos los
Santos Inocentes. Regálame tu nombre, amigo, para que honre siempre a donde me
lleves a mis dos santitas inocentes, masacradas por el Herodes español y
portugués, inglés y holandés y francés y austríaco.
-¿Y qué hiciste Santos?
-Por eso es que ya no me llamo así, Nelly. La Negra es testigo. Mi nuevo nombre es el viejo nombre muerto de mi nuevo amigo, Xosé Covián, maestranza de Marina.
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