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jueves, 28 de enero de 2016

Muerte y renacimiento de Algodón

Hace dos años, cuando empezó este viaje, este cantero estaba yermo.


Leyla en su breve sabiduría me regaló a "Algodón" (por sus florcitas blancas) para que volviese a cuidar y compartir mi vida con seres vivos.

Me negué, no la cuidé y Algodón murió, en este cantero.


No sé qué impulso me llevó a comprar al pariente de maguey que vive en el ángulo inferior izquierdo, el día fatídico de la fiscalización de las PASO en que murió Mica, combatiendo. 

Leyla, cumpliendo con sus funciones de hada del bosque, la bautizó "Algodón 2", encaprichada en hacer que la vida reinicie después de la muerte.

Otro día plantamos una papa que había pasado mucho tiempo en la heladera y con sorpresa en poco tiempo echó esos brotes que se ven en el centro del cantero.

Finalmente, usando como resguardos del sol excesivo y la lluvia torrencial los plásticos negros de la sillita de la bici que no van más debido al crecimiento físico de Leyla, entre los mil y un tréboles que nacieron, surgió ese tallito largo y finito en el extremo opuesto del maguey, rematado en 7 capullitos de unas florcitas muy pequeñas, blancoamarillentas, que Leyla Isis reconoció inmediatamente: un retoño de "Algodón 1", había renacido finalmente.

Agarrarse de todas estas ficciones no es ser hippie, no se confundan, es estar tan en crisis con la vida que necesitás prestar suma atención a los detalles más insignificantes para sobrevivir, es como chuparse la humedad de una hojita en medio del desierto, nutrirte de cada soplo de vida que te acerca el cosmos para no morirte del todo, aunque ganes sólo segundos de vida, para seguir luchando un poquito más.

luchar amando

Intento desesperadamente
olvidarme de vos,
de tus olores,
de tus palabras,
de esos increíbles besos,
tapándote en la rutina
debajo de la realidad
y me asaltás el costado izquierdo
del cerebro
y me partís
a la mitad
y salís por mis sueños

de día y de noche
¿dormir?
¿trabajar?
son quimeras

luchar amando
es el único deseo
ser tuyo
eternamente

Leyla y la lucha

¿Se puede luchar contra el Estado a los 4 años?
Fabiana, enfermera y madre sola de dos hijos y dos hijas, es mi vecina hace diez años. Su última creación, Jazmín, se ha transformado en pocos meses en la mejor amiga de Leyla. Una de esas amistades generada por la cercanía y sostenida únicamente por el amor, ya que son diametralmente diferentes en todo y así como están en armonía en fracciones de segundo se entran a matar compitiendo por todo.
Por lo general son dos viejitas que se encuentran en el almacén del barrio, charlan entre ellas contándose sus penas y analizando el mundo que valdría la pena filmarlas en secreto.
Pues bien, ya estoy acostumbrado a las anécdotas de Fabiana los días después de que Leyla pasó tiempo en su casa.
Escuchate esta.
Fabiana retira a Jazmín y Leyla del Jardín y entran a caminar las 10 cuadras hasta llegar a la casa de Fabiana en Parque Centenario. De repente Fabiana nota que Leyla se detuvo a arrancar unos cartelitos de papel pegados en los tachos de basura.
"¿Por qué arrancás esas publicidades mi amor?" dice que preguntó Fabiana, medio acostumbrada ya a las aventuras delirantes de Leyla, quien contestó "Porque en estos lugares explotan a las mujeres" y acto seguido, mientras Fabiana revisaba los papelitos arrancados para comprobar que se trataba de una de las miles de publicidades de prostíbulos que pululan en Caballito, Leyla ya estaba convenciendo a Jazmín de que ellas dos "juntas vamos a terminar con la explotación de las mujeres" y se pusieron a arrancar cartelitos, las dos nenas y la madre.

Dos conclusiones. 

Primera, hasta una nena de 4 años se da cuenta de que en su barrio hay prostíbulos y el Estado se hace el pelotudo.
Segunda, no hace falta leer a Vigotski para educar a tus hijas o hijos en la lucha contra el Estado.

martes, 26 de enero de 2016

Felices vacaciones

Se encontraban durante la primer luna llena del año, todos los enero, desde 2008. Eran felices. Empezaban mintiéndose un garche fijo, para banalizar el encuentro, para no darle un valor que los obligara a cuestionarse la relación. Pasaban una semana o dos juntos, sin reproches, sin discusiones, el sexo se iba transformando en algo más que genitalidad, se fusionaban, hacían las cosas más prohibidas, como desarrollar el placer de la analidad entre ambos, o vaciarse fluidos en las pieles, en los volúmenes. Se tragaban, se alimentaban el uno de la otra, la otra del uno. Se organizaban para dejarme con algún familiar por las noches, o una de las familias amigas de la militancia y salían a ver recitales, a poguear como a los 20, a escabiar con amigos, faso y pepa para celebrar la vida.

El resto del año volvían a ser el matrimonio de mierda que los llevó a separarse. No podían compaginarse con los dos cargos, la militancia, la explotación y la alienación. No eran ellos, no eran los de la primer luna llena de enero. Si se cruzaban unos minutos cuando papá venía a llevarme al jardín por las mañanas o para llevarme con él tres veces en la semana, se tosqueaban, se sacaban chispa por cualquier pelotudez, se echaban en cara el pasado, las personalidades, el carácter.

Siguieron casados así muchos años, hasta que un día la vida se los llevó, así más o menos como los trajo.

Me enseñaron que el amor, como casi todo en la vida, no tiene mucha vuelta que digamos. Es posible, pero necesita de tiempo, de dedicación, de mucho esfuerzo. Pero tenían que laburar para sobrevivir, para criarme, para pagar vivienda, salud, educación, lo que sea.


El problema no es el amor, es este sistema social de mierda, hasta que no lo cambiemos, toda forma de amor es finita, se reduce a lo que se le pueda robar a la vida, un par de meses de vacaciones, nada más.

miércoles, 13 de enero de 2016

La diosa del Lapacho

                                                                                                      
La veneran aún como árbol nacional
en Venezuela, como araguaney
y como tajy en el Paraguay,
y también en El Salvador, que
la llamaban el
apamate,
palo de rosa
o maquilishuat,
desde antes de la llegada de los
genocidas europeos,

y lo usan ahora
sus descendientes
para ornamentación urbana
por sus raíces profundas y porque
aguantan el smog de las pocas fábricas;

como en México y Cuba,
donde la llaman todavía
primavera,
por sus vistosos ramilletes
de flores doradas;

la conocen como
ipê,
en Brasil,
de flor amarilla y excepcional
que florece dos veces al año;

le dicen
lapacho
las voces quíchwa y aymará en Bolivia
y las colonias inkaicas al sur de Tarija,
bajando en tobogán por los vallecitos
húmedos de la Quebrada de Humawaka
hasta los valles fértiles del desierto
santiagueño;

en Costa Rica tiene amarilla la corteza y
en toda la tierra vieja que ahora
llamamos
América Latina
se contaba la leyenda de la diosa guerrera que
volvería a vengar la sangre derramada,
en cada generación,
hasta vencer.


[Leyenda basada en Wikipedia]




"Un árbol

borracho de sueños

Con ramas de viento

crecido en el monte,

de mi corazón"


Alma de Lapacho,
de Ramón Ayala



"vuela vuela bien alto que no te alcanzen
vuela que no te alcanzen buitres de barro
esos que solamente tiran el carro....
ochocuarenta
hay que borrarlos..."

La Villerita,
de Horacio Guarany




Su cuerpo era tostado y firme. Los golpes de la vida la habían forjado. El moretón en callo, en músculo duro. El abuso desde pequeña, de los varones de la familia y el pueblo, tomándose atribuciones, dando órdenes, tocando, fajando, lamiendo. Las piñas, las mordidas, una cáscara de dolor y bravura. La rompieron toda. Pero no la quebraron ni un poquito.

Sola, a las piñas, se abrió paso. Y cuando los machos de la familia se deprimieron y se entregaron, al desempleo, al desarraigo forzado, al alcoholismo y el lumpenaje, a las cárceles y las zanjas boca abajo, puñaladas de birome al hígado, como picaduras de avispa…

Ella echó al primer empleado del banco que vino a desalojar. Ella le paró el carro al lumpen del Frente Para la Victoria que vino a “cobrarle” una deuda de apuestas al sorete malparido de su propio padre: con el cuchillo de cocina en una mano, andá a pasarla por arriba si sos guapo. Y en la fábrica llegó a ser delegada y el capataz ya no metía más a las pendejas nuevas del interior en la heladera del frigorífico para garchárselas.

Pero la empezaron a respetar en serio, con temor divino, cuando fue y lo rompió a piñas, patadas y palazos en la cabeza al hijo de puta de su tío materno, que empezó a violarla a la sobrinita de 7 añitos, el muy animal, como le hizo a ella en su momento.

Pero el tipo era duro, se le notaba el campesino del pasado reciente, aguantaba todo. Lo despertó, lo amenazó con un cuchillo a que se la cortaba si no se metía en el colchón, y cuando se metió lo prendió fuego.

Y lo dejó chillar como un cerdo hasta que se dio cuenta por los gritos que se había vuelto loco y lo remató, demostrando que ella era capaz de ser piadosa.

Cuando nos amábamos en las tardes sofocantes de verano, los gemidos de placer y dolor enmascarados en la cortina de ruido que tejían las chicharras en las arboledas de la zona, cuando el sudor se convertía en lubricante de los cuerpos en lucha, y los amantes más consecuentes ya sentían el olor humano como quien adora respirar un buen fogón de lapacho en el bosque. Cuando nos amábamos sentía la dureza del músculo y el cartílago. 

Pero su robustez era fascinante, como una diosa de la época en que nuestros ancestros gobernaban el bosque, la selva negra.

En la mitad de su vida los narcos la liquidaron por defender a los pibes adolescentes que todavía no habían sido diluidos en el paco y el salario superior al trabajo promedio.

Nadie pudo levantarla, no pudimos darle velorio y sagrado ritual. Pero se hizo madera y se convirtió en Lapacho. Y como había quedado en mitad de la calle, antes que pase la máquina de la municipalidad y la reduzca a materia prima de muebles insulsos de escribanía privada o inmobiliaria, o cama fina del sorete dueño de la fábrica enfiestado con menores, yo mismo agarré no el machete sino el acha, y con dulzura y paciencia, arranqué hasta la raíz más tierna, y la transformé en la guitarra con la que canto aquí.

Siento el mismo placer sexual, emotivo y consciente cuando la interpreto en público cantando en las milongas las verdaderas leyendas de la Diosa del Lapacho cuando estaba viva, que cuando por las noches vuelve a ser mujer, y nos volvemos a amar, para la eternidad, hasta que me toque morir y a ella renacer, hasta la victoria final.

Collage de la artista visual Daniela Di Bari

domingo, 10 de enero de 2016

Plegaria de acampante

Las nubes balan por los valles
tomando uno u otro rumbo
según el viento decida
seguir jugando
de oeste a este
de norte a sur

Como cabras y ovejitas
que se cuelgan comiendo
el pasto tierno
y cada tanto levantan el testuz
oteando
olfateando
dónde estará su madre y si no la ven
balan hasta reconocer
el eco de la propia sangre
mugiendo el eructo cariñoso

Todo vuelve a la normalidad
siguen su camino

Oh nube blanca
espero que tu manada no traiga también
chivos negros y plomizos
cargaditos de agua
como tus hermanas en tierra firme

y de ser así, sigue! chist!
rajá de acá
tomá por el otro valle
seguí la otra huella

no me vayas a cagar sobre la carpa
justo la tarde anterior a irme.

sábado, 9 de enero de 2016

Dicha y quebranto

Reflexiones sobre Violeta y otras flores, obra musical pensada e interpretada en voz y roncoco por Edith Sartelli en base a canciones y poesías de diferentes artistas latinoamericanos.

Asistimos a la presentación de la obra musical “Violeta y otras flores”, ejecutada por la cantante Edith Sartelli, el pasado 9 de enero en el Centro Cultural El Rumbo, en Villa Insuperable, La Matanza.

Y desde que comenzaron a sonar los primeros acordes del Roncoco de Edith, recordé la anécdota que cuenta Nadhiezna Krupskáia sobre Vladimir Illich. Parece que Lenin solía decir que no le gustaba escuchar la Novena Sinfonía de Beethoven porque le hacía pensar en todo lo bello que existía en este mundo, mientras que él necesitaba concentrarse en toda la miseria y la explotación para dedicar cada gramo de tiempo a destruir este régimen social.

Dejemos de lado a los brutos anti-bolcheviques que saltarán con el puñal a pontificar contra la falta de sensibilidad artística de un tipo que se daba el lujo de citar a los poetas más bellos de la lengua rusa en medio de debates furiosos en congresos no menos furiosos.

Retengamos un segundo esa tensión del que ha decidido entregar su vida a la destrucción de un régimen social precisamente porque es consciente del dolor que genera entre millones de víctimas. El mismo individuo que dio su vida para construir una sociedad donde la igualdad asegure la abundancia para la mayoría y por lo tanto el alivio material para los dolores, el permiso concreto a la alegría.

Porque en un punto es el dilema de quienes vivimos y luchamos en esta realidad para construir otra cosa. Desde los que se dedican a sobrevivir y mejorar su ámbito privado, el de su familia cercana, como el de los que pretendemos una realidad superadora también para miles y millones de familiares indirectos que no conocemos en persona.

Edith Sartelli construyó un viaje emocional con el cuidado de una artesana metódica. Su selección de poesías –de Nicanor Parra, Pablo Neruda, José Martí, Federico García Lorca, Juan L. Ortíz y Roberto Santoro- y  canciones –Violeta Parra, Víctor Jara, Gabriela Mistral, Homero Manzi y Alfredo Zitarrosa- fue pensada para guiarnos en un viaje íntimo, un viaje hacia dentro de nosotros mismos. Los textos nos introducen en las más bellas formas de pensar el amor hacia el universo que nos rodea sintetizado en una persona o un colectivo de ellas. Versos sutiles, donde la naturaleza aparece siempre no sólo como bella metáfora sino también como llamado de atención a la belleza que nos da forma cotidianamente.

No se trata nunca de un amor idílico o ingenuo, todo lo contrario, el optimismo irresistible que genera su descubrimiento es siempre acompañado de la conciencia sobre su finitud, su irracionalidad, sus contradicciones insalvables en suma. Hay un espacio para el desgarro provocado por el corte del amor, por su pérdida dolorosa. Espacio que es superado no desde el regodeo en la autocompasión sino en el llamado épico a ser parte de un pueblo movilizado y en lucha en defensa de lo poco de amor y alegría que puede existir en este valle de lágrimas que es el mundo para la mayoría de quienes lo sufrimos cotidianamente.

Pero lo maravilloso de la obra de Edith no es este concepto sencillo, complejo y sublime que nos comunica, sino su interpretación. Una interpretación musical sencillamente exacta, justa, con todos los arreglos, arpegios y demás virtuosismos técnicos en su lugar preciso, en el momento justo, acompañando, complementando, sosteniendo una voz preciosa, bella, cuidada y cultivada. Si un mirlo fuese al conservatorio y educara su voz conscientemente, y si fuese un buen alumno, seguramente se acercaría a lo que nos ofreció Edith esta noche.

Ternura, intimidad, quebranto, alegría y fuerza épica, todo eso en esa voz. En un bello patio de tierra con familias bebiendo y comiendo, en el contexto de una especie de peña santiagueña donde como corresponde el público sólo es llamado a silencio y respeto si el intérprete logra imponerse, Edith Sartelli, con la dulzura de su voz, con las notas pulidas y perfectas, logró meternos en una cápsula, logró que nos desprendamos del ambiente para escuchar nuestros propios dolores y dichas, para poder pensarnos un poco de nuevo, en este breve descanso en medio de la lucha diaria. Como una suerte de encantamiento, de acto de magia donde los recursos estaban honestamente presentados, sin camuflaje.

Pocas veces se puede disfrutar de una artista tan conmovedora. En esas oportunidades uno debe agradecer al azar haberlo puesto en ese camino.

La selección de poesía y canción no es superflua, claro. Pero es obligación aclararle a los lectores y lectoras que no se trata de una vuelta nostálgica a esas producciones estéticas tan poderosas de los magníficos artistas que el comunismo sudamericano parió entre los años 50 y 70 del siglo pasado. Lejos de ello la obra de Sartelli logra recabar en el legado cultural más importante y monumental de nuestra herencia popular no para que nos calcemos la boina del Che y tiñamos de hipocresía nuestro presente, como tanto han hecho los intelectuales “progresistas” que barnizaron de revolución latinoamericanista los lamentables 12 años que acabamos de pasar. Todo lo contrario, ella logra señalarnos el uso correcto de esta herencia, su re-interpretación como materia prima necesaria, indispensable, para quienes nos hemos tomado a pecho eso de luchar contra el Estado y construir el Paraíso en la Tierra.

Ser fuertes para enfrentar al enemigo sin perder la ternura, blindar la rosa para que de ella surja el arma más efectiva, la del puño de la madre, de la amante, contra la barbarie y el dolor.

Que de eso se trata, de aceptar la vida con su “dicha y quebranto” para poder vencerla. Ponerle gatillo a la Luna para disparar contra el mundo de la explotación y los genocidios.
Edith hace honor completo a los versos que Nicanor Parra escribió para Violeta y que son el guión de toda la obra:

Tu dolor es un círculo infinito
Que no comienza ni termina nunca
Pero tú te sobrepones a todo
Viola admirable.


¡Nadie puede quejarse cuando tú
Cantas a media voz o cuando gritas
Como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!

Lo que tiene que hacer el auditor
Es guardar un silencio religioso
Porque tu canto sabe adónde va
Perfectamente.

jueves, 7 de enero de 2016

Filosofía del tábano

El tábano es molesto como una mosca y pica como avispa. La única forma conocida por el ser humano para ahuyentar al Tábano es la más difícil, no moverse. Por alguna razón -que wikpedia intentará explicarme cuando vuelva a tener wi-fi-, el tábano ataca cuando uno se mueve. Pero no es nada sencillo quedarse quieto cuando estás rodeado de tábanos, porque su zumbido y su insistencia son inquebrantables.

Hay que tener mucha paz interior, perder totalmente la ilusión de que se es capaz de dominar al entorno, matando al tábano por ejemplo, para evitar ser picado por él.

Ese conocimiento elemental es, sin embargo, muy antiguo, en una región donde no se puede usar ese adjetivo temporal sin criterio, pa cualquier cosa. A escasos metros del pequeño agarimo de piedra y árbol en que estoy sentado escribiendo esto, si siguiera con la vista el humo de la pila de bosta que me sirve de “espiral fuyí”, hacia mi derecha, hacia el este, se planta un enorme Pehuén.

Este árbol, de una silueta extraterrestre, armónica en su geometría, como una gran menoráh frondosa, estaba aquí por lo menos hace 65 millones de años, cuando las placas del Pacífico y el Atlántico chocaron y crearon la Gran Cordillera de los Andes y sublevaron el subsuelo para que el fondo del océano emergera a la superficie creando la meseta escalonada que desde que los primeros seres humanos llegaron hace 12 mil años llamamos Patagonia.

Luis, campista neuquino que me rescató a 6 kilómetros de aquí con la chata y suprimió el calvario de mi llegada a Rucachoroi, me comenta que el Pehuén y su pareja la Araucaria llegaron aquí antes incluso, desde la época en que la Antártida y Australia eran todavía el mismo continente. En un rasgo fontanarrosiano típico del humor provinciano argentino, subrayó: “Los dinosaurios cagaban piñones de Pehuén para que te dés una idea”.

Los pewenches, tewelches, warpes y mapugundún que habitaron estas tierras mucho después de la mutación de esos enormes reptiles en tamaños más comprimidos y pulmones que asimilasen oxígeno, ya sabían seguramente que para ahuyentar al tábano había que estar en paz.

Desde el paleolítico superior o el neolítico al menos, en diversos lugares como las selvas del profundo Río Amarillo o el bosque húmedo del pedemonte andino, nuestros ancestros aprendieron que no eran un otro enfrentado a la naturaleza, sino que eran ellos y ellas mismos/as una parte más de esa espiral de vida en movimiento que es el universo. Este concepto filosófico, que puede parecer pueril o canallesco, según lo diga un científico moderno o un falso hippie new age, es sin embargo el primer pilar de la ciencia humana o de lo mejor de ella al menos.
Cientos de miles de años después Lao Tsé, Confucio, Demócrito y Hegel descubrieron que el sujeto toma conciencia definitiva cuando deja de creerse separado del objeto que quiere comprender y descubre, y acepta, y se resigna, a que es una modesta parte de él.

Federico Engels, mi Virgilio preferido entre todos, escribió en algún lado que no recuerdo pero que creo era el AntiDühring, que los primeros seres humanos habíamos estado más cerca de la verdad cuando creíamos que las fuerzas de la naturaleza gobernaban el mundo que cuando las clases dominantes inventaron la propiedad privada, la ciencia se hizo monopolio estatal y los dioses fueron varones imperialistas y agrícolas.

¿Porque claro, qué son las leyes de la física, la química o la astronomía modernas sino evoluciones perfeccionadas de este primer concepto?

El ser humano es la parte autoconciente del universo. Y el universo que conocemos tiene miles de millones de años solares girando y explotando sin que ninguno de sus componentes haya sido enterament capaz de dominar su particular forma de fluir por un instante.

Si aceptas que eres una parte más de esta montaña, camarada de árboles, agua, fuego y viento, sol y luna, hermano de insectos, cabras y patos, si te humillas y dejas por un segundo de pretender domeñarlos, hacer de ellos y ellas algo que no son, quizás el tábano siga de largo, se canse o vaya a joder a otro turista.

Pero el Estado de los burgueses neuquinos, descendientes de esa facción de la especie que ha sido envenenada con la ilusión de control que da la propiedad privada, hace unos diez años introdujo una especie de abejas carnívoras, que aquí llaman “chaqueta amarilla” por su evidente color exterior, para terminar definitivamente con la especie de los tábanos, así los turistas y campistas podrían cagar en paz frente a lagos y ríos provinciales.

Como en el famoso capítulo de Los Simpson que seguramente te vino a la cabeza, el de la caza de serpientes y la lagartija de Bart, las abejas proliferan ahora más que los tábanos, que fervientes y corajudos como el propio Newenquén no se han dejado exterminar, haciendo más jodida la vida del turista, ya que lo atacan con saña, comiéndose su carne, algo mucho más jodido que la picadura inocente y boba del tábano.

Sería para cagarse de la risa sino expresara genialmente esa desviación contradictoria de la humanidad que desarrollan patológicamente las clases explotadoras en toda su modesta historia de cinco mil años. La prestensión de dominar a los demás, fuerzas naturales y sers vivos, llevada al paroxismo es la que provocó los genocidios más fabulosos de la historia, desde las primeras expediciones de Sargón de Akkad hasta el holocausto sirio de nuestros días, pasando por todo lo que usted ya sabe o puede recordar leyendo un modesto manual de secundaria.

Ya que estamos en tierras de Pehuenes, sólo la voracidad capitalista por el petróleo ha significado que en un siglo hayamos casi agotado un recurso que el planeta fraguó durante millones de años solares. Lejos de resignarse a que han succionado toda la savia negra de la tierra posible, ahora han inventado el fucking frakin, para destruir todo lo posible en búsqueda del oro aceitoso.

Fueron capaces de la primer y segunda guerra mundiales por el petróleo. Se animan a correr el eje de rotación del planeta cavando pozos en el Ártico, muy cerca del polo norte. La vida en toda su completitud les tiene sin cuidado.


Pero tarde o temprano fracasarán, sencillamente porque no somos eso, porque es imposible dominar al universo. Sólo espero que antes que lo descubran por la hecatombe definitiva de la especie, los amantes de los tábanos podamos acumular toda la fuerza y capacidad organizativas posibles para desterrarlos de la faz de la tierra, y construir una sociedad basada en el principio más antiguo que descubrió la humanidad, “nada es de nadie, todo es de todos, sólo eres una parte más de la eterna danza del universo”.

lunes, 4 de enero de 2016

Terminal y comenzar

                                                                 “Quien pretenda una felicidad constante
                                                                  deberá predisponerse a cambios frecuentes.”

                                                                                                     Confucio, 550 a 478 aC


Y acá estamos. Terminal, mochileros acampando en todos lados, pasillos, baños, cafeterías, inundando enchufes. Esperando el final del viaje. Pero qué hipócrita sería de mi parte no hacerme cargo de todo lo que ha pasado en esta semana y pico adentro de mi conciencia y en mi cuerpo. Qué triste sería no entender que hemos venido a sanar heridas, cerrar etapas, homenajear a los difuntos queridos que deberían estar vivos... ¿y todo para qué? ¿para justificar 10 mil pesos en tarjeta y unas vacaciones? ¿para "recargar pilas"?

No, no. Cuando tome ese micro estaré empezando el viaje de verdad. Vuelvo a Buenos Aires como si llegara por primera vez de nuevo, desde el profundo interior, con el polvo de la montaña sobreviviendo en los pliegues de la ropa y del alma, para recordarme que la montaña me soldó, que fui a buscar los pertrechos necesarios para vivir.

Triste sería también que todo quede en metáfora pueril y romanticona, en excusa para el ego de un par de aplausos de feisbuk. Debe ser concreto, como la vida real. Comienza el mismo viaje de siempre, el de la lucha a muerte contra el Estado allí donde lo encuentre, el de la construcción de las herramientas necesarias para que impere el socialismo en la Tierra o nada. El viajero será otro. No más el tipo que necesita de otra persona para ser feliz, para llenar su vacío existencial. Ese es el chiste. Tampoco el amigo o sicólogo sin título que funciona de apoyo sentimental con aquéllas personas que en realidad desea amar.

Acá empieza el viaje de un tipo solo, conciente de su soledad, que deberá seguir por la dura senda de transformar los deseos en proyectos pero ya no más condicionados por la existencia de un otro u otra que los justifique o les de su entidad completa. Obligarnos a no volver a negociar ni un tantito así con el malamor, el desamor o la pareja muleta. No recaer. Construirse a sí mismos y en el camino disfrutar de todo quien ande por la vida del mismo modo. De existir el amor de nuevo, que sea en forma de compañera/o de viaje, no de guía, no de salvadora/o.

Que la ansiedad de la partida nos acompañe siempre, porque ya se sabe, la revolución, incluso la emocional, deberá ser permanente o no será más que una mentira con un nombre bonito.

domingo, 3 de enero de 2016

Newenquén Fuentealba

Para llegar al destino final, a la montaña definitiva, debemos hacer escalas. 

La provincia de Neuquén está formada por escalones de piedra original. Desde la confluencia de los ríos Neuquén, Limay y Negro, último vestigio de llanura que nos queda, último arraigo nostálgico con nuestra lejana Pampa, si miramos de frente al Ande majestuoso, primero tenemos la meseta triangular donde está enclavada la capital de esta provincia.

Como se trata de un viaje consciente, decidí ir despojándome de a poco de mí mismo hasta llegar a parecerme lo más posible a mi ancestro neolítico, cazador, recolector, transhumante, semi-nómade.

Por eso, la suerte de mi viaje requiere un reposo previo, una transición. Como una cámara de descompresión para irme quitando las capas de la explotación y la alienación urbana del cuerpo, para llegar al altar de la cumbre andina, despojado, abierto, preparado.

Por eso me detengo ante la entrada a la cumbre, la ciudad de Neuquén, la puerta del desierto donde, al revés que Virgilio y Dante y como si el propio Maestro U-Buey –la tortuga- me guiasen, leo: 

“deja en esta puerta toda ilusión de control”

Neuquén está construida en una meseta muy elevada. Desde épocas anteriores a la llegada del imperialismo europeo a esta región el Newequenén -tal su nombre verdadero en mapungundún- era usado como posta de tropilladas que cruzaban la Cordillera en ambos sentidos. Siguiendo los ríos cordilleranos, acompañando su curso, el tajo que van hundiendo en la montaña, es como aprendimos a caminar por estos territorios escarpados.

Desde temprano los ríos han sido compañeros de cazadores y cazadoras y de pastores y pastoras. Los mapugundún le han reconocido en particular al Newenquén su carácter bravío, corajudo, con el respeto del ser humano intimidado por la fuerza indomable del río cordillerano.

La ciudad de Neuquén se construye, entonces, entre la encrucijada del homónimo, el Limay y el Río Negro, en una llanura elevada de piedra caliza de este a oeste, alrededor de la ruta 22. Debe ser la hermana más orgullosa de todas las ciudades nacidas alrededor de una ruta en este país. Es que se encuentra en la puerta de entrada obligada a la Cordillera que tiene menos de 400 km detrás de sus “bardas”. Para quien hizo el largo camino desde el Atlántico es el lugar ideal para reposar y rearmarse antes de seguir. 

Los genocidas de Roca trajeron sus ingenieros y le dieron a la región casi cerrando el siglo XIX diques y presas que permitieron controlar las crecidas de los ríos andinos, abriendo un verdadero oasis de humedad y vida en el medio del deserto árido y frío.

Como si la diosa Fortuna que adoraban los masones burgueses les sonriera, y el culto al Progreso inevitable se hiciera dicha, al principio del siglo XX los conquistadores modernos descubrieron que esa rara “agua de fuego” que admiraban los mapugundún y que recordaba a la mitología griega (los “fuegos sagrados del Hades” que resitían al agua) era sencillamente petróleo fluyendo libremente alrededor del paraje conocido como Cutral Có, a espaldas de Neuquén, antes de pasar la primer cadena montañosa yendo al Ande.

Neuquén pasó a hacer de posta de pasajeros, al nudo donde el Estado Nacional decidió organizar la comunicación entre la región frutícola al este y los yacimientos petrolíferos y gasíferos del noroeste y sudoeste del Territorio Nacional luego Provincia. Es, por lo tanto, una ciudad administrativa y comercial, dominada por una pequeña burguesía de funcionarios y profesionales ligados al Estado y el comercio.

La ciudad es bella, orgullosa como su nombre, respeta casi taxativamente el ritmo horizontal del paisaje en sus edificios, incluso aquéllos de mayor tamaño, que se contruyen apaisados sobre la línea del río o bien subrayando la línea de la barda, ese eructo tardío de la placa tectónica, que sale de la nada como una barra de muy baja altura, que no llega a ser cerro y que bordea la ciudad.

Una meseta de piedra calcárea, suelo y yacimiento que hace a la provincia fabricarle los materiales de construcción a medio país, sus casas y edificios son sólidos y orgullosos. Excepto los ranchos de madera y latón de los pobres, al amparo de la Barda, claro está.

Crece de este a oeste, mesopotama en pequeña escala. Pero el verdadero eje de su vida es la ruta nacional 22, la arteria por donde fluye la mercancía, la ganancia, el plusvalor desde y hacia los yacimientos de petróleo y de divisas de turistas a las arcas de funcionarios y patrones, hacia Buenos Aires, Nueva York, Moscú y Londres. Pensar que esa ruta viene a ser una de las venitas abiertas de las que nos decía el gran Eduardo Galeano, también fallecido este año.

Pero antes de poder ser dignos, pasamos por Arroyito, a mitad de camino entre la capital y Cutral Có. En realidad no visitamos ningún pueblo sino un punto, una coordenada específica, el exacto lugar de la ruta 22 donde un olvidable cabo de la policía provincial disparó su escopeta de gases lacrimógenos a traición a la luneta de un auto donde viajaba uno de los cientos de docentes combativos de Aten-Ctera que estaban luchando por aumento salarial cortando la ruta en aquél jueves 4 de abril del 2007 en que comenzaba la Semana Santa y por lo tanto uno de los fines de semana en que los múltiples paisajes cordilleranos de la provincia esperaban la guita de millones de turistas.

El gobernador no aflojaba, la burocracia celeste de CTERA no lanzaba el paro nacional para proteger a su sindicato de base y nacionalizar un conflicto docente que incendiaría todo el país, poniendo el calor de la lucha de clases a una intensidad parecida al argentinazo sólo 6 años después y frente a un Estado que pretendía “reconstruir la burguesía nacional” y su capacidad de control.

 El gobierno kirchnerista nacional y sus secuaces neuquinos, sus obsecuentes a la cabeza de CTERA se complotaron para aislar la lucha de ATEN y lo empujaron a tomar medidas tan drásticas como cortar el único acceso turístico de la provincia en Semana Santa. Y así, funcionarios y burócratas del Estado, cargaron la pólvora y dispararon el gatillo que fusiló a Carlos Fuentealba en la nuca.

Una línea gris de asfalto y ripio. Allí murió Carlos. En el medio del desierto neuquino, todo quieto, todo falto de vida.

¿Existe un buen lugar para morir? No lo sé. En Arroyito es imposible estar sin sentir que la soledad, el viento y la fuerza que hacen los cardos amarillos y violetas para surgir de la piedra, son una especie de mausoleo para el guerrero.

Bajé del auto, pisé el ripio, me hinqué para tomar un par de cantos rodados y unos cardos amarillos. Con la remera de Tribuna Docente, que fue mi propio uniforme en la guerra de clases, entre ese 4 de abril del 2007 cuando decidí reincorporarme a la lucha hasta el 2011, cuando pasé a otro lado de la trinchera.
Ahora sí, he venido a agradecerle a Carlos y en su nombre a esta maravillosa generación de docentes patagónicos, porque siguen siendo una antorcha para sus hermanas y hermanos de clase a lo ancho de toda la geografía de este lado del mundo.

Ahora sí soy digno, ahora sí podemos seguir subiendo.

A los muertos de mi felicidad


31 de diciembre de 2015, ladera oeste del Cerro Rucachoroy, campamento frente al lago.

 

 

Aquí estoy. Levanto la mirada de la pantalla de la “cristinet” –que generosa me ofrece sus últimas horas de batería- y veo, alternativamente, la orilla occidental del Lago Rucachoroi, las faldas todavía nevadas de Los Andes, una pequeña pampa con ovejas, perros pastores, el pequeño árbol plagado de Llao-Llaos que me ofrece refugio y siento a mis espaldas el Cerro del mismo nombre que el Lago.

 

Me han costado catorce años de mi vida volver acá, a rendir culto a mis muertos, como lo hicimos ese enero de 2001. Mucho más me ha tomado animarme a mi primer acampe a la intemperie, pongámosle 28 años, desde aquel campamento con el grupo de TaeKwonDo de la Sociedad Española de Socorros Mutuos de Posadas, Misiones, en una pampa abierta de Corrientes.

 

Desde ese primer océano de estrellas que se me metió profundo en el cuerpo y la conciencia a los diez u once años toda una vida, o una sucesión de ellas necesité para llegar aquí.

 

Es la última Luna Meguante del 31 de diciembre de 2015. Desde Teresa hasta aquí pasaron los 38 compañeros del argentinazo, Kosteki y Santillán, los pibes de Cromañón, Carlos Fuentealba, el gurí Oviedo, Jorge Julio López, Mariano Ferreyra, los qoms y los inmigrantes del Indoamericano, y sólo en este año que ya se va, Rocío, Mica, Cristian Crespo y Pablo Rieznik.

 

No sé qué me depara el 2016, que está a pocas cinco horas de llegar, pero aquí estamos, cumplimos con nuestros mártires. Vinimos hasta el borde de las cumbres más altas, al altar más elevado que pudimos, a entregarnos, a humillarnos, a despojarnos del poder transformador de la especie humana lo más cerca que puede hacerlo un docente porteño con dos cargos y una hija.

 

Porque queremos seguir viviendo, luchando y amando. Y no queremos que nuestros muertos más queridos, su ausencia, transforme su hermosa memoria en una dolorosa y angustiante lápida. Saramago escribió que los cementerios –y toda la ritualización de la muerte con sus casas velatorias y demás- se inventaron para los vivos. Son los rituales necesarios para elaborar tanto dolor, tano desgarro, tanta impotencia y rabia contenidas, meterlos en algún lado para poder seguir funcionando.

 

Borges pensaba que nuestra especie, que inventó la poesía antes que los bancos, era por ese hecho nacida para la memoria, o para el olvido. Yo elijo recordar siempre a mis viejos compañeros de viaje. Decido el ritual para clavarme su recuerdo en el cuerpo, como un tatuaje, y que nada ni nadie los puedan quitar. Pero insisto, no como cruel y católica lápida sino como llama eterna del fuego necesario para seguir luchando, finalmente, para continuar este camino como ellos hubieran deseado hacer.

 

Pablo Rieznik con toda su enorme capacidad conciente aprendió recién en sus últimos meses a apreciar la vida a su alrededor. A disfrutar de las mañanas soleadas, las plantas o su perro. Acá estamos, Pablo, rindiéndote homenaje póstumo al borde de uno de los lugares más maravillosos que el tiempo y el azar tuvieron la chance de elaborar.

 
Carpe diem Pablo, Sursum Corda y a la mierda con la muerte.