CAPÍTULO 10
Comando Mascaró
“El pueblo es la
estrella mágica
Todos la vemos parecerse
al río
Los gusanos de los
emperadores
trepidan en apocalíptico
festín
Ellos no tienen tiempo
de recurrir a las armas
La estrella las fusionó
todas
en un plano infinito
La cabellera de los
torturadores
sangra en mi carro
Nosotros:
desatormentándonos para siempre.”
Luis Alberto Spineta,
1972
Cuando volví a abrir los ojos estaba en un cuarto todo
blanco. Paredes sólidas, de ladrillo, blanqueadas a la cal. En techo y pisos, troncos
de madera dura, negra casi, pulida y barnizada; cortados en círculos al ras en
el cielo, tableados en el suelo. No sentía el tufo horrible de la ciudad, sino
un perfumito dulzón de jazmines y naranjeros.
Me dolía todo el cuerpo. Los oídos me zumbaban y en la nuca
parecía que todavía me estaban pegando. El resto del cuerpo lo tenía duro
porque pasé la noche en un catre con cintas de cuero entrelazadas en lugar de
colchón. Me habían dejado la camisa y un pantalón de hilo puestos. Poncho, bombachas,
chiripá y botas estaban prolijamente en una sillita de paja al lado de la
cabecera del catre. Una palangana grande, de latón, con agua fresca, encima de
una mesa de luz modesta y otra más chica, debajo del catre. Era todo lo que
había.
Otra nueva celda para sumar a la lista, pensé, para
resumirla.
No me acuerdo si putié por el dolor o hice un ruido seco
cuando apoyé los pies en el piso de madera, pero alguien abrió la puerta al
toque, y con demasiados buenos modales me dijo El amo lo espera en su despacho.
Era un negro canoso y alto, enjuto, vestido -me imagino- con ropas de
sirviente. Telas finas y planchadas, aunque modestas en diseño y colores. Arlequín,
pensé. Me guarde las mil preguntas en el bochinche del balero hasta que
estuviera más despejado o fuera estrictamente necesario, y lo seguí. Me guió
por un pasillo largo con varias puertas parecidas a la de mi celda y ventanas
cerradas con postigos de madera que mi celda no tenía.
Al final de la galería, había una sala un poco más grande,
aunque no tanto, un mueble de madera grande como un ropero, pero más elegante,
y en un costado, un escritorio hermoso de quebracho con detalles tallados a
mano. De fondo, la bandera del Vaticano y la del Reino de España a cada lado y
en el centro de la pared, debajo de un enorme crucifijo de madera con una cara
de Cristo de indio guaraní, me esperaba, sentado en un sillón gigantesco, el
amo.
Un hombre en sus sesenta, la papada y el bulto que salía
debajo de la sotana negra a la altura de la barriga deschavaban un tipo robusto,
o de buen comer. Tenía la piel blanca de papel, pero hinchada, aunque lo
extraño era que no sudaba. A contramano de su físico, debajo de una frente
amplia y llena de pliegues, las cejas eran mucho más negras que las canas que
rodeaban el cráneo calvo, y sobresalían lo suficiente para echar una sombra
permanente sobre los ojos azules de hielo y la nariz de halcón.
-Buenos días. Espero que haya podido usted dormir a gusto.
Haga el favor de tomar asiento. –tanta amabilidad en ese contexto me prendió
todas las alertas.
Hablaba un castellano algo arcaico, pero perfecto, aunque
martillaba las consonantes con acento de Europa del Este. La voz era tan suave
y angelical como lo era de falsa.
-Mi nombre es Itsván Wilhelm, pero todos aquí me llaman Don
Esteban. Espero que nuestros humildes aposentos le hayan parecido confortables.
-No sabría decirle, le soy sincero. –respondí, midiendo cada
paso en el hielo quebradizo de la charla -Estoy aturdido todavía, aunque no
creo que se deba a su cama. ¿Podría decirme en carácter de qué me han detenido?
-No es usted mi prisionero. No al menos por ahora. Esta es
una casa de oración, no una penitenciaría.
-¿Qué hago aquí, entonces?
-Le estamos brindando refugio, provisoriamente. Uno de mis
ayudantes más fieles lo trajo antes del alba.
Aunque todo mi ser me decía que estaba siendo interrogado,
no quise despreciar el tono amable del cura.
-Disculpe si fui grosero. Me partieron la cabeza con algún
objeto duro y su despacho me pareció el de un juez. ¿A qué debo su
hospitalidad, entonces?
-Entiendo, por lo que me ha dicho mi ayudante, que ha tenido
problemas con la ley. ¿Es eso cierto? –el escaneo de su mirada lo sentía dentro
del alma.
-No recuerdo muy bien los acontecimientos que menciona. No
sé qué le han contado.- le dije, medio haciéndome el boludo, medio porque
instintivamente siempre me niego a declarar hasta que sepa qué pruebas juntaron
en mi contra.
-Mi ayudante, su nombre es Xosé Cuervo por cierto, ha dicho
solamente que ha habido una serie de disturbios durante las celebraciones de su
santo patrono en el Barrio del Tambor, ayer por la medianoche. La entera Guardia
Real ha recorrido las casas de esta ciudad buscando al asesino de un oficial
del Rey. Los elementos que he encontrado en su, digamos, equipaje, me han alertado sobre la posibilidad de que usted esté
bastante comprometido con dichos sucesos. ¿Me equivoco demasiado?
Recién ahí se me cayó la ficha de que no tenía el morral
conmigo. Si el tipo que me trajo juntó la .45, estaba jugado. Aunque con lo
otro sólo bastaba para que el cura sospechara. Mientras esperaba mi respuesta
fue sacando sobre el escritorio los tres wokitokys, el celu blanco con la
pantalla astillada, los paquetes de Particulares que me había traído, la cajita
con las flores y los lillos, el pikachu con la cara del Che y los colores de
Jamaica y el cargador portátil. Por último, después de una pausa teatral que
subrayó arqueando las cejas y mirándome fijo, puso la .45 sobre la mesa. El
brillo del cromado, aunque gastado, era un jaque mate.
Desarmado, recordé que estábamos en 1777 y ninguna de esas
pruebas podía ser contundente. Y ahí se me ocurrió hacer saltar la banca.
-Esos objetos me pertenecen. Pero todavía no sé de qué se me
acusa.
El tipo se sonrió sin mostrar los dientes y pasó a la
segunda fase de su estrategia.
-Todavía no me ha dicho su nombre.
-Capobianco, Santos Capobianco.
-Es un nombre cristiano. De la Lombardía supongo. Haría
mejor en abreviarlo, si puede aceptar un consejo.
-Es un nombre irónico, no se engañe. Nunca me bautizaron.
Tenía un bisabuelo que se parecía mucho a mí que se llamaba así. Por lo demás,
no sabría cómo abreviar mi apellido.
-Apocopándolo, como es costumbre. A ver, permítame, Capobianco,
Ca-po-bián-co, Cap-bián…co, Cop-bián-co… Santos Covián.- pronunció la ve corta
al estilo alemán, silvando una efe con los labios.
-¿Por qué pasó usted de la be a la uve? –le pregunté, usando
el nombre que sabía le dan los españoles a la ve corta, para no desentonar
mucho con la situación rarísima en la que estaba.
-Vuestro oído parece recuperado. Se debe a que a pesar de
llevar tantos años al servicio de Su Majestad Españolísima no he conseguido
desalojar el sonido de mi lengua materna entre mis modales, y me traiciona,
únicamente, en el habla. Mis padres pertenecieron a una familia de la pequeña
nobleza magiar y he sido criado en el idioma alemán. Itsván fue el primer rey
de Hungría, en el siglo XI y -desafortunadamente o por Gracia del Señor- no
pudo serlo sino al cabo de una alianza con el Sacro Imperio Germánico, que
saldó con su poder una disputa familiar entre magiares que, digámoslo así,
distaba de ser pacífica.
-El primer rey de un reino que ya no era suyo. Irónico.
-Pírrico, mas bien. Pero las naciones débiles están siempre
en obligación de contar con aliados más poderosos. Es la naturaleza humana.
Prefiero recordar que ese primer rey de toda Hungría eligió bautizarse en
homenaje a aquél primer mártir cristiano apedreado hasta morir en la Sagrada
Ciudad Sancta de Ierusalém, Stéfanos, que significa el victorioso.
-Otra victoria irónica, ¿no le parece?
-No recuerdo haberle permitido trato tan íntimo. Ya hemos
aclarado las señas particulares, ¿cuál es su rango, cómo debo tratarlo?
-¿Rango? No tengo ningún rango.
-Aquí todos tenemos uno. ¿A qué se dedica para vivir?
-Soy marinero.
-Muy bien, el Viejo Arte. En los barcos hay jerarquías, ¿cuál
será la suya?
-No sé… arreglo las… ¿calderas? –claro que no le iba a decir
que soy mecánico de la maquinaria que mueve los trasatlánticos a un tipo que
sólo conoce barcos de madera y velamen. Pero el tipo la tenía más clara que yo.
-Maestranza.
-¿Perdón?
-Quienes se encargan de la confección y reajuste de todo
tipo de mecanismos de la embarcación, maestranza
Covián, ahora sí estamos bien presentados. Entiendo que las circunstancias
de su equipaje y su inesperada
aparición podrían explicar su impertinencia. Espero no equivocarme, ya que de
otro modo, debería haberlo entregado a las autoridades sin tomar riesgo contra
mí propia persona y prestigio.
El cura conocía muy bien su juego. Al mismo tiempo, me
dejaba claro que mi vida estaba en sus manos y que la única chance que tenía
pasaba por acceder a su curiosidad. Estaba regalado y me jodía, pero no tenía
otra salida que bailar su música.
-Muy bien ¿qué desea saber de mí, además de los lamentables
hechos de anoche?
-No es tanto lo que quiero saber de usted como de su mundo.
Los muchos años que he servido a Nuestro Señor Jesucristo me han llevado por distintos
caminos y creo que estos objetos no
pertenecen a este tiempo. Ni el
tabaco de estas tierras, ni el cáñamo de los negros son fabricados en esta
forma. Entiendo que esta es un arma de fuego, ya que porta pequeñas balas de
plomo, y la esencia de su mecanismo letal es la misma que las de nuestro tiempo, aunque su forma es
extraordinaria en sentido pleno. Estas cajas mágicas por otro lado… en fin, no
puedo siquiera imaginarme su propósito.
¿De cuándo nos ha tenido el gusto de venir a visitarnos, maestranza
Covián? Creo comprender, que el mundo de donde
viene no es todavía muy diferente del que yo habito.
-¿A qué se refiere con todavía?
-Me he tomado el trabajo de examinar con detalle su equipaje. El material de su arma de
fuego es muy similar a nuestro ferrum, aunque de una dureza y temple que
nuestros mejores herreros no han alcanzado, ni siquiera los ingleses con sus
nuevas máquinas, ni los fabricantes de las espadas más finas entre los infieles
del Ishlám o las islas del Mar de Japón. La precisión del corte y el ensamblado
de cada pieza me ha resultado también fascinante, aunque el principio mecánico
y químico de la pieza es en esencia el mismo de nuestros mosquetes y pistolas.
Las otras tres cajas negras, por el contrario, no me han parecido de material
alguno que haya tenido noticia. Por prudencia las he dejado sin tocar.
Los wakitokys eran lo único que nos separaba de tener que
continuar luchando eternamente en esa época. Me aseguré de engualicharlos.
-Muy sabio de su parte. Esas cajas pueden ser más mortíferas
que nuestras armas de fuego. Me extraña que un hombre devoto y sumiso de la
Santa Inquisición se permita tal nivel deductivo. Me encantaría decirle de
dónde vengo, pero de seguro no me creería una sola palabra. Y, aunque lo
intentara, temo mucho que no podría imaginarse la buena fe de mis pruebas.
-Vuestra condición de reo no parece intimidarle.
-Creí entender que estaba bajo asilo.
-Preventivamente, maestranza Covián, preventivamente.
Vuestra colaboración resulta indispensable para sostenerle en esa prevención
tanto más saludable que las mazmorras del Fuerte o del Cabildo. Sin embargo
quiero que aprecie la buena predisposición de mi voluntad. Si bien es correcto
que acato los dictados filosóficos y morales de la Sancta Inquisición Católica,
sepa usted que como miembro de la Compañía de Jesús y misionero activo en
nuestras provincias de China y la Provincia Paraquaria, me he permitido el
estudio de otras filosofías para mejor comprensión del rebaño al que he debido
guiar. A pesar de los años, he procurado mantener los ojos de la razón bien
abiertos para brindar mejor servicio a mi Señor.
-Entonces usted es un jesuita. Haber comenzado por ahí.
Disculpe mis pocas luces, pero no me pareció ver el símbolo de Jesucristo
Salvatore en ninguna pared de esta casa, tampoco lo veo aquí. ¿Es más, ustedes
no fueron expulsados de estas tierras hace diez años o más?
-Jesuitas –escupió
la palabra con un gesto del que está comiendo una fruta podrida- ese maldito
nombre se nos ha pegado como un estigma pustulento. Somos Soldados de Cristo y de
su representante en la Tierra, Su Santísima Santidad el Santo Padre de la Santa
Madre Iglesia Católica, no jesuitas.-
por primera vez el quía parecía perder el control y se irritaba. Debía recordar
esa jugada si tenía la oportunidad de seguir vivo en este juego.
–Puedo darme cuenta que usted conoce muy bien el terreno que
ha venido a visitar, aunque desconozca sus intenciones. No me parece que haga
justicia continuar informándolo con toda amabilidad como hasta aquí sin ser
correspondido de su parte. Pronto darán las campanadas para nos alimentar. Esta
charla se ha extendido demasiado fuera de lo previsible.
El tipo perdía la paciencia, así que jugué fuerte la carta
más alta que tenía.
-Escuchen esta parte, compañeras, es la mejor historia que
flashó este pibe en los años que lo conozco.
-Negra, me cortás el clima, no dá.
-Es que no me puedo contener, ¿cómo se te ocurrió algo tan
flashero?
-Me pasa cuando estoy contra la soga, alguien adentro mío
escribe novelas de ciencia ficción rarísimas. Fue como si le contara un sueño
raro que tuve, pero como sirvió, lo seguí llevando.
-Siempre dije que eras medio fabulero, nene.
-Gracias, Alice, una amiga.
-Pero dale, Santos, déjate de joder y contá.
-Bueno, nada, cuestión que tenía que alimentarle el interés
al jesuita para que siga boqueando y pudiera sacarle la ficha de lo que quería
conmigo. Tenía que ganar tiempo, así que bloquié la info que pensaba me iba a
servir mejor y las cosas que ni en pedo quisiera que supiera, y le fabriqué una
mentira con partes de verdad, le dije algo así:
-Como veo que estoy frente a un funcionario con acceso a los
protocolos de la diplomacia más universales y razonables, me veo en la obligación
de advertirle que está en presencia de un miembro del Comando Mascaró, Unidad
de Observación del Pasado Histórico, dependiente del Ministerio Federal de
Historia y Antropología de la República Socialista del Río de la Plata y
cualquier daño físico o sicológico que se efectúe contra mi persona será
entendido por mis superiores como una declaración formal de guerra y ruptura de
relaciones diplomáticas con la RSRP según lo establecen las leyes de las
Naciones Unidas que, le advierto, ha firmado también el Estado Vaticano.
El tipo se quedó seco, y después de una fracción de segundo
donde pareció creer que se trataba de una mentira descarada, relajó los
músculos de la cara, suspiró y pareció tragarse el cuento. O al menos la punta.
-No he oído hablar nunca de la tal república. ¿En do queda?
-Usted ya lo dedujo, Don Istéfan, no es de esta época. Vengo
del año 2016 según el calendario gregoriano, año cuarenta de la Nueva Era
Socialista. Dentro de…
-Sí, comprendo, doscientos cuarenta años por delante. ¿Entonces,
es usted miembro de una fuerza militar legal?
-El Comando Mascaró tiene rango de Fuerza Militar aunque
recluta obreros y obreras como yo, sin formación profesional en la rama. Todos
los camaradas de la RSRP tenemos que mantener una actividad permanente ligada a
la defensa de nuestra patria y para el desarrollo del socialismo entre los
pueblos del mundo.
-Pero ha dicho que no tiene rango.
-Ningún miembro de las Fuerzas de Defensa del Socialismo
tiene rango. Al principio los partidos revolucionarios que terminaron con la
explotación capitalista en marzo de 1976, durante la Gloriosa Revolución de las
Coordinadoras Fabriles de Rosario hasta La Plata, mantuvieron durante los siete
años de guerra civil las formalidades heredadas de la nomenclatura burocrática
del Estado Burgués Capitalista, pero después de la victoria definitiva y los
años de debate popular, todas las jerarquías que representaban y reproducían en
la conciencia de las masas obreras un concepto de Estado opresor y explotador
fueron erradicadas. Son sobrenombres del pasado, piezas de museo, nombres
muertos.
-¿Cuáles son sus objetivos, si puedo preguntar?
Todavía no quedaba claro si el jesuita me había sacado la
ficha y me seguía el juego para que me pise solito o realmente estaba cayendo
en el lazo. Así que me jugué un poco más, recordé la charla con la Cieguita en
Ardigó y canté retruco con un cuatro de copas:
-El socialismo ha logrado vencer a los explotadores, en mi
futuro, claro, pero todavía no se consolida a nivel mundial, y eso frena su
potencialidad de salvar a la humanidad de los miles de años de explotación
humana. El pueblo de la RSRP sabe -y las otras Repúblicas Socialistas en el
planeta-, sabemos muy bien que las chances de una victoria definitiva y la
total abolición de las clases sociales se juegan en un drama muy cruel: las
chances de sostener materialmente la vida de millones de familias obreras
mientras pesan las exigencias de la guerra contra los Estados Imperiales
Capitalistas. Es una guerra que, lejos de definirse, se va alargando y tomando
nuevas formas, antes desconocidas.
Esta es la primera misión del Comando Mascaró, debido a que
la tecnología para la Guerra en el Tiempo-Espacio es muy reciente y aunque las
Naciones Unidas hayan establecido límites concretos a todos los países en
pugna, de ambos bandos del tablero, sabemos que no podemos confiar en la palabra
de Imperios que llevan cinco mil años masacrando a sus semejantes sólo para
llenar sus propias tumbas de riquezas efímeras. Los protocolos internacionales
y nuestros propios especialistas nos han prohibido intervenir de manera tal que
podamos cambiar el curso de la historia pasada y de nuestro presente futuro
hasta que no tengamos absoluta claridad de los resultados inesperados de
nuestras decisiones. Vengo a redactar un informe.
-Sin embargo usted ha matado, no parece una actitud paciente
y respetuosa, maestranza Covián.
-Estamos autorizados a usar toda la violencia necesaria para
preservar a los miembros de la expedición. Las fuerzas del Rey se mostraron
hostiles y no hubo tiempo para negociar. Cuando regrese, seré juzgado por mis
acciones y se determinarán las posibles soluciones.
-Si es que regresa.
-Le repito que cualquier acción que perjudique mi salud o
los objetivos de mi misión serán consideradas por mis superiores…
-Sí, sí, lo he comprendido cabalmente. No tengo ninguna
intención de poner a la Compañía ni a la Ecclesiasté que represento en contra
de nadie… sin su consentimiento previo. Pero aún no me ha dicho su misión aquí.
-Sólo por respeto a sus interrupciones- mientras el juego
durara, la clave era no perder el tono del personaje, un enviado diplomático
tiene que permanecer sereno y firme siempre, pensé.
-Le pido disculpas. Continúe, por gracia, maestranza. –el
jesuita subrayaba las disculpas con un gestito casi invisible como el de un
gato que juega con su presa antes de comérsela, por pura diversión. Noté que
seguía usando verbos imperativos, no sugería ni solicitaba, ordenaba. Y seguía
marcando las jerarquías cuando me nombraba, el muy sorete.
-No pasa nada, comprendo su ansiedad- le dije con cara de
pócker. -Mis objetivos incluyen emprender tareas de reconocimiento para
establecer las premisas necesarias y suficientes para emprender acciones más
decididas que permitan acelerar los procesos históricos para el desarrollo del
socialismo antes que las potencias imperiales puedan quebrarnos materialmente.
-No creo entender bien. –dijo, y en esa primera honestidad
supe que tenía una chance de ganar. Así que, metí quinta a fondo.
-Comprendo que con el nivel de conocimiento alcanzado en
este tiempo y espacio sea complicado de entender. Intentaré ser claro, ya que
ha sido usted tan… hospitalario. La única entidad que tiene la capacidad de
generar cambios en la realidad, en todo el universo, es, descubrieron nuestros
mejores científicos, el tiempo. –Un brillo inconsciente le iluminó alguna parte
del hielo de sus pupilas y supe que lo tenía enganchado –Por eso entendemos que,
si existe una mínima posibilidad de ajustar algunas piezas en el devenir del
pasado, algunas piezas que no destruyan totalmente el curso de los
acontecimientos pero que permitan al menos que algunas situaciones favorables
al desarrollo de las fuerzas materiales y humanas, que permitan, en suma, un
fermento más rápido del socialismo, quizás logremos acelerar a nuestro favor
los tiempos de la victoria final.
-Ustedes juegan con un poder que sólo Dios es capaz de
tener. Eso es una blasfemia y también una idiotez.
-La existencia de dios ha sido descartada por nuestros
científicos, al menos en los términos que usted lo entiende, una voluntad
individual capaz de diseñar el universo. Eso es, no una idiotez, ya que
respetamos los estados de la conciencia de la humanidad en cada paso de su Historia,
pero sí, al menos, una ilusión infantil.
-Y en suponiendo que vuesas mercedes hayan encontrado la
forma de dominar el tiempo como Nuestro Señor, ¿no cree que dos jugadores o más
intentando cambiar el pasado pueden hacer desastres en el futuro? Salvo que
hayan encontrado también la forma de arrebatarle a la Divina Providencia su
poder de omniprescencia y omnisciencia absolutas.
-Entendemos que es el riesgo en este frente de la guerra. Por
eso intentamos ser precavidos.
-¿Pero no es el riesgo demasiado grande? ¿Han perdido
definitivamente toda brújula moral?
-Nuestro norte moral es el triunfo de la sociedad comunista
universal, el fin de toda opresión y explotación de la humanidad y el medio
ambiente. Todos los riesgos posibles son banales si usted supiera a dónde nos
conduce el capitalismo en su fase de descomposición final. La avaricia de la
ganancia privada está destrozando el planeta y corrompiendo a las familias
explotadas hasta niveles que ni siquiera ustedes en todo su salvajismo pueden
imaginarse. O vence el socialismo o no habrá planeta en el que cometer errores.
Me pareció que el jesuita se cansaba del juego. Cambió su
postura, se reclinó cómodo sobre el respaldo enorme de su sillón, puso las
manos sobre los brazos de madera y con una sonrisa dijo,
-Demasiado imposible para creer. Usted es un excelente
estafador, maestranza Covián, o un loco muy convencido.
-La fe es la certeza
de lo imposible, creí que ustedes promovían esa idea.
-La Fe Sagrada de nuestra Iglesia existe en la encarnación
del Papa y sus fieles. Nosotros existimos, su futuro socialista, no.
-Sin embargo usted tiene las pruebas frente a sus ojos, como
San Mateo, y se niega a verla.
-San Marcos, quiere decir.
-San Mateo o San Marcos, no sé, el que le pidió a Jesús
tocarle las llagas para creer. Disculpe las imprecisiones, no soy especialista
en sus mitologías.
-Su mera presencia en esta casa, maestranza Covián, no es
una prueba tan palpable como la que sí pudo tocar San Mateo.
-Si me permite usar mi arma, podría mostrarle una llaga más
contundente.
-¿Me creerá tan ingenuo, maestranza? ¿Dejarlo matarme aquí?
-No me refería al arma de fuego, le pido disculpas. También
les llamamos “armas” a nuestras herramientas de logística y comunicación. Me
refería a ese rectángulo blanco y espejado que tiene en la mesa. No es un arma
literal.
El tipo seguramente había manipulado el celu antes de
citarme, así que me arriesgué.
-Si usted aprieta con delicadeza el botón al costado del
dispositivo la pantalla se iluminará, aparecerán números con la fecha y hora
del momento en que comencé mi viaje hacia aquí.
-Eso puede haber sido fraguado. ¿Qué es una pantalla,
maestranza Covián?
-Ese espejo que se ilumina en el dispositivo. Cuando
aparezca la pantalla dibuje una zeta con su dedo sobre el conjunto de puntos y
verá aparecer otras imágenes. Son las llagas que quiero que vea.
El tipo siguió mis indicaciones para desbloquear el celu y
lo fui llevando para que vea la galería de fotos. Esperaba que la memoria no me
traicionara y aparecieran las fotos del festejo en la sede del SUTNA y las de
la movilización y del acto del Primero de Mayo en la Plaza.
A medida que las iba suipeando yo sufría, porque ya no me
quedaban más trucos en la manga y estaba empezando a pensar que tenía que
jugarme el resto y forcejearlo, sacarle la .45 y abrirme camino a los tiros por
un Buenos Aires desconocido, contra lo que viniera. Si sólo hubiera sabido
donde mierda estaba la Negra creo que no hubiera dudado. Encima, el tipo
mantenía la cara de piedra, no ponía ninguna cara de alguien que se fascina
viendo una magia maravillosa por primera vez.
El efecto que buscaba parecía no estarse dando. Hasta que se
quedó duro frente a una foto del Primero de Mayo que me había sacado una de las
fotógrafas del Partido. Me tengo que acordar de agradecerle a la Negra Flor
Braña, sin saberlo, su foto me salvó la vida.
El tipo había perdido la máscara y tenía la mandíbula
congelada con la boca abierta. Era una foto de la columna del Partido entrando
a Plaza de Mayo, tomada desde el punto de vista del escenario, y se me veía sosteniendo
una de las cañas de la bandera grande del local de Villa Ortúzar con el brazo
izquierdo y alentando una canción con el otro brazo en gesto de cancha o de recital,
la cara estallando en grito, en canción, en sentimiento. Nada de eso lo había
flasheado al jesuita, sino un detalle que se veía de fondo, en el último plano
del horizonte.
-Los balcones del Cabildo. –dijo, como si hubiera visto al
mismo Jesús con las muñecas y el costado del pecho sangrando. –Le han cortado
más de la mitad al edificio y agregaron la torre y el faro, pero esos balcones…
esos balcones…
-Las reformas se hicieron para abrir las avenidas de asfalto
cuando la ciudad creció, dentro de cien años más o menos. Los vencedores de la
Revolución de Mayo no tenían un respeto edilicio por el pasado histórico de su
propia clase social, si me permite la opinión.
El tipo empezó a revisar ahora las fotos buscando más
detalles que le afirmaran la vieja ciudad colonial y volviendo a ubicar desde
otro lado las banderas, las multitudes, el escenario y los oradores. Si creía
mi cuento, podía creer que partidos con carteles reivindicando el socialismo
gobernaran haciendo actos como los que hacían los Virreyes, en la Plaza Mayor,
con escenarios idénticos y grandes personajes hablándole a la población… el
delirio podía ser cierto.
-Maestranza Covián –el tipo, vencido, quiso guardar un poco
la compostura- usted comprenderá que es menester mirar estas pruebas con mayor
detenimiento y consultar con mis superiores antes de tomar una definición. Pero
de seguro puedo adelantarle que no es interés de la Compañía de Jesús hasta
donde a mí respecta romper relaciones diplomáticas con Estados que no le han
agredido ni representen un riesgo inmediato para sus objetivos. Puede usted
estar seguro de mi palabra que no le afectarán en forma alguna mientras esté
bajo nuestra hospitalidad.
-Le agradezco mucho, Don Istéfan- dije sin mostrarme
victorioso, casi con la misma magnanimidad que el jesuita pretendía actuarme.
Lo peor había pasado. Ahora había que tramar y negociar el tiempo necesario
para encontrar a la Negra y rajarnos de acá. Otra vez, el cura me facilitó las
cosas. Es al pedo, pero cuando la suerte te sonríe, el universo parece
complotar con vos.
-¿Ahora citás a Paulo Cohelo, Santos?
-No, Negrita, a Lenin: “la
realidad tarde o temprano, siempre está del lado de los revolucionarios”.
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