Translate

viernes, 28 de febrero de 2020

La Pintada


Había un paredón que ya no existe –y que quizás nunca existió- acostado a lo largo del límite más al oeste de la vieja estación Lacroze del Urquiza, que iniciaba sobre la vieja salida de coches, taller de vagones y corralón de carretas y chatas fleteras y terminaba sobre la avenida, antes del murallón del cementerio de la Chacarita.

De ladrillo moldeado en rojo a la vista, revocado por la cal de las pintadas oficiales del puntero de alquiler, el Patita, por ejemplo, que le pintaba a los radichetas tanto como a los peronchos o a las internas de los clubes grandes, San Lorenzo, Boca.

Ese paredón era una frontera más en el sentido de unidad antes que de separación. Unía el barrio fabril de Villa Ortúzar con el nudo ferroviario y de colectivos y subte de Chacarita. Vieja puerta de entrada a la ciudad matadero de negros y vacas, puerto de mercanchifles del capital y contrabando de todo lo prohibido pero lujoso de esta podrida sociedad colonial y colonizada.

Miles de centenares de miradas pasaban por ese paredón hace cien años yendo desde sus casas en Caseros, Tres de Febrero, Jocepa, San Miguel o General Sarmiento para hacerse amasijar en la Capital por un sueldo miserable que alimentara los viejos sueños. Y de vuelta.

Unidad de submundos, también, el de la prostitución de la Zona Liberada alrededor de La Imperio, el de la merca que se trocaba en sus kioscos 24 horas, el de las mafias clandestinas del Cementerio, el de las juventudes anárquicas de los recitales fuera del gusto del gran mercado, el de los fachos del Cementerio Alemán. El de la yuta a puro palo, secuestro y coima.

En una de esas medianoches de otoño, un militante joven descansaba en ropa de fagina, fumando, sobre el paredón recién pintado de ferrite rojo y negro sobre el fondo hiriente de la cal. El viejo militante responsable del local, desde el cordón de enfrente, otea ese horizonte de laburo colectivo que llamaba a la próxima huelga general.

Saborea en el paladar de su sonrisa arrugada la satisfacción de haber logrado coordinar a más de quince pibas y pibes del barrio en la convocatoria a la acción directa de apoyo a la huelga. Su mejor trabajo es éste, desde que él mismo se metió en los Comités de Apoyo al Cordobazo, hace ya cincuenta largos años. Que luce en el lomo curtido y mal comido, apaleado y gaseado. En esas tantas tardes robadas al calor del sol en la plaza, el amor de amigos, amantes, parejas y familia, que ya no ve después de la separación lógica y su lógica soledad.

-Salió bien, ¿no, Ceferino?- pregunta ese militante jóven, que se comprometió a quedarse hasta el cierre, la juntada de los materiales, su limpieza y ordenamiento en el local a seis cuadras.

-Hermosa pibe, una gran actividad. –respondió el viejo sin mirarlo.

-¿Usted piensa alguna vez que vamos a ver la revolución?-la pregunta insolente, no prevista, salía de una cara honesta, cansada por la entrega física y moral de quien ha robado tiempo al descanso, entre la fichada de salida y entrada a su laburo.

A Ceferino Robles se le pasaron cincuenta años por la pantalla interna detrás de los ojos. Su mirada se proyectaba en la cal y el ferrite en innumerables fantasías de aquellas tantas historias que habían sido tan reales como esa pregunta, esa pregunta que alguna vez fuera la certeza que guió cada decisión. Las generaciones han cambiado, pensó para sí.

-Claro que la vamos a ver, pibe. Ustedes la van a hacer. Tendrían que estar contentos.

-La revolución para mí va a ser el día que todos podamos tener la noche que yo tuve el último sábado, ¿sabe Ceferino?

Las pintadas son así –pensó para adentro el viejo militante sobre el cordón de la vereda- la vorágine del tiempo se detiene en esas dos horitas tirando letra y rellenando, una especie de irreverencia de carnaval empuja a la militancia trotska a perder todo prurito de autoridad, se burlan de la sacralidad de los nombres de los dirigentes pintados en las paredes entre verbos imperativos que exigen –o mendigan- un voto a presidente, diputado o legislador, los pibes inventan canciones de cancha riéndose del Cordobés que vive en Flores, del otro con pinta de cantante de tango fanático del Bicho de la Paternal.

Se burlan de la democracia falsa que combaten llamando a votar. ¿De qué más se burlarán? ¿De la disciplina interna? ¿De los boletines internos y las notas para el periódico que se cajonean sistemáticamente en los últimos años?

Como sea, en la pintada no están los dirigentes ni los candidatos, las jinetas las llevan quienes se ponen la actividad al hombro, se respeta el carácter de la gente con que pintamos, porque ya lo vimos plantarse la primavera anterior contra los patrulleros de la metropolitana, porque el primer otoño se bancaron la apretada de la puntera de la villa sin retroceder, porque labura sin chistar y siempre con una sonrisa pa convidar.

También se apuran promesas de amor mientras se pintan las letras grandes en el recodo, bajo las hojas grandes de la enredadera que inventan sombras grandes de complicidad y encubrimiento. Con mucha riña se permite una birra y un porrito y la militancia se encuentra en una intimidad propiciatoria para tocar temas menos partidarios pero mucho más políticos, como el amor y el amar.

-Ahora las revoluciones son individuales, pibe. Todos buscan su libertad interior, su salvación personal. Esos son sueños de alienados. De personas que perdieron la confianza en que podemos ganar. Derrotados. –dijo intentando sostener el tono firme.

-Demoralizados, dice usted. Pero yo no digo eso, Ceferino –el militante sentado en la vereda, con la espalda molida sobre el paredón y los brazos a los costados, movía sólo los labios con el pucho en la comisura, haciendo que las bocanadas azules de humo se entrecortasen sobre la tiniebla dorada que el mercurio de los faroles provocaba en la penumbra de la madrugada –Por eso le dije, todos, cuando todos podamos tener esa misma noche que yo tuve.

-A ver, explicate. –Ceferino se saca el traje de responsable político y escucha. O por esa función de escuchar era que se había ganado el respeto y la admiración de sus compañeres de militancia.

-Se me ocurrió durante el orgasmo. Ahí mismo mientras me sacudía la electricidad del placer. Como un fogonazo de claridad, ¿vió? Ella me había montado ya varias veces. A mí me cuesta uno o dos orgasmos llegar al placer, es como una costra de madera congelada lo que me fabrica el laburo en la piel. Ella no, es más joven. Festeja cada embestida, su cuerpo le regala todas las alegrías imaginables desde la primera caricia con intención. A mí me cuesta. Y siempre que Ella me quiebra la armadura siento bandadas de pájaros saliendo de la coraza entre el pecho y el yugo de la espalda. Le robamos tiempo a la militancia y el laburo para encontrarnos en las sábanas viejas de los telos o nuestras propias sábanas. Nos cuesta llegar a pagar la SUBE, coincidir los horarios y las ganas. Eso digo. Que todos podamos llegar a coger así algún día.

-No me imagino eso en un artículo de la Prensa –la risa confesaba en el arrastre de la carraspera una misma adicción por el tabaco, compartida con el compañero tirado en frente. Este pibe ya es el verdadero responsable, pensó para sí mismo. Llegando a los setenta no puedo poner el cuerpo a respaldar mis posiciones en el debate como antes. Carajo si para esto lo vengo formando desde que mataron a Mariano.

Lo había visto ir asumiendo más responsabilidades cada año. Cursos de formación, círculos y agitaciones, el cordón de seguridad en las movilizaciones del partido, estas últimas noches ya garantizaba que los materiales estuvieran listos, la bolsa de cal y el ferrite del depósito central, si hasta armaba el moco de las pegatinas él sólo.

-Piénselo en serio, Ceferino. Tenemos que tomar el poder los trabajadores para poder organizar un sociedad donde podamos tener tiempo para conocernos más, saber lo que nos gusta, lo que nos da placer, encontrar a personas que tengan el mismo mambo en una cama que en la vida, permitirnos relajar y amarnos. Y que seamos la mayoría los que podamos disponer de ingresos suficientes para alimentarnos bien y cuidarnos de las inclemencias del clima, las enfermedades, tener algún lugar cómodo donde garchar, implica muchas transformaciones revolucionarias en los tiempos de trabajo y ocio, es casi una utopía para la sociedad capitalista que tenemos. Millones de buenos orgasmos, sinceros. ¿Se necesita una verdadera revolución para eso, no le parece?

-Me alegro que estés enamorado, que vaya bien la cosa. Los combatientes enamorados luchan mejor. –dijo, pero pensaba que el militante se había ganado su derecho a encontrar sus propias motivaciones para luchar. Porque eso es todo lo que había aprendido. Que no queda otra que luchar. Que los tipos como él sólo podían hacer eso. Seguir haciendo eso. Luchando.

-Cargá el carrito, dale, que se hace muy tarde y en cualquier momento nos cae la yuta. Vamos pa´l local.

Y encararon las sombras de la noche, sobre el adoquinado parejo de Villa Ortúzar, para volverse sombras también ellos, en una de las tantas noches de militancia de la eterna historia de su clase.


No hay comentarios:

Publicar un comentario