Translate

martes, 25 de febrero de 2020

El universo en un instante


Publicada originalmente en Evaristo Cultural http://evaristocultural.com.ar/2019/12/19/hormigas/

Nos asalta un remordimiento cuando tenemos que reseñar poesía, sobre todo ante libros tan exquisitos como hormigas, de Bea Lunazzi (de quien la editorial Modesto Rimba nos informa únicamente que viene de Azul y vive en Buenos Aires, no su edad ni el contexto del país en que se imprimieron sus primeras sensaciones vitales). Remordimiento de no saber nada de los mecanismos más finos del lenguaje, que artistas formadas y experimentadas como Lunazzi trabajan tan bien.

Por lo tanto no pretendemos más en esta reseña que comentar lo que estos 29 poemas enhebrados nos han generado en nuestra sensibilidad como quien comenta lo que le ha provocado una sinfonía sin saber lo que es una corchea.

Algo de esa sabiduría debe ser la explicación de lo que nos maravilla de esta poesía, si seguimos el frío curriculum de la solapa o prestamos atención a las palabras del comentario de Liliana Heer, quien sabe de esto, que compara la artesanía en la palabra de hormigas con las matemáticas de la música.

Lunazzi detiene el devenir universal en un instante del tiempo y el espacio, la hora de quiebre del atardecer, en un verano rojo por lo caluroso y vital, en el tallo de un tilo. Capacidad propia de la poeta, la de detener el tiempo para iluminar los hilos que sostienen nuestra existencia y ampliar el alcance sensorial de nuestra conciencia.

Sin caer en ningún lugar común, la poeta ataca las reflexiones que le provocan las formas de sociabilidad de esta especie, que ha poblado el planeta con mayor anticipación y eficacia que les sapiens-sapiens y que nos fascina desde esos remotos tiempos en que les poetas de nuestra estirpe han sabido detener el continuum temporal para comprenderlas.

Nos ataca el siguiente conjunto de versos, golpea y revela



El hormiguero es un

individuo

una ilusión de hormigas

multiplicadas.



Define con aparente sencillez la dialéctica social de diversidad y unicidad. Golpea la sencillez aparente, construida con método y gramática, respetando el ritmo del resto del poemario, dando el matiz de la nota en medio de la sinfonía, sin desentonar pero rompiendo una peligrosa monocordía, con la potencia de la simpleza, con claridad. En estos versos está todo lo que nos ha maravillado el libro entero, podríamos decir lo mismo de cualquier otro conjunto de estrofas.

Se explora esta capacidad de las obreras de combinar millones de cuerpos distintos en una armonía que les transforma en partes de un único todo que tiene el objeto de acumular alimentos para que la única con el poder de la reproducción sexual, la única del clan con suerte o desgracia de tener sexo y críar descendencia en su útero, sostenga a la especie.

En estos detalles profundos de la vida científica de la especie la poeta piensa y siente el universo. Su verso también labrado con paciencia imita el ritmo, no del verano a esa hora particular, pero sí el de este individuo de múltiples rostros cuya eternidad se dedica a una sola obsesión:

El ritmo es la rutina de la acumulación.

Acumulación como todes sabemos para sobrevivir al invierno, la hora inversa a esta hora que ha detenido para nosotres la poeta, pero acumulación también porque la poeta ha indagado sobre el sentido común y describe una especie particular, que en realidad cultiva la hoja del tilo y otras con una carnatura similar para cultivar su verdadero alimento, un tipo de hongos que crecen alimentándose de los pequeños pedacitos en el corazón cavernario y húmedo de la tierra.

Hormigas agricultoras que permanecen sin sexualidad, obreras eternas de una monarquía obligada a parir y maternar, metáfora del matriarcado, utopía lésbica que sólo pare zánganos cuando alguna crisis obliga a refundar la colonia y el nido. El masculino resumido en su cualidad de semilla, de disparador circunstancial del funcionamiento del todo.

La poeta se detiene en ese instante de contemplación metafísica para señalar la discontinuidad, la ruptura del ritmo mandato genético, una obrera sin su hoja se detiene, rompe la continuidad de la vida, la rutina de la acumulación, el organismo individual se conmueve, busca, se esfuerza por retomar el orden universal. Quizá la poeta se haya visto reflejada a sí misma, autoconciencia de la naturaleza, su función, detener el ritmo de la acumulación cotidiana, el mandato del organismo social que nos oprime para ser útiles y funcionales, para pensar al individuo y al conjunto, notar el funcionamiento, notarlo y notarnos.

Sin brote una hormiga

entre una fila de hormigas

turbada gira

se aquieta

retoma el camino.

Una hormiga sin carga

entre tantas perfectas, rigurosas hormigas.

Una hoja olvidada.

Una hormiga vencida

regresa

 a las siete de la tarde

cuando el débil resplandor

enrojece un verano.



En otra poesía



rito

de una tras una

sin rebeldía

sin creación.

Son las siete, las once, las dos

el hechizo continúa.



Sin rebeldía, sin creación, como en la comparación usada por Marx para diferenciar el trabajo como una acción exclusiva de la humanidad, la capacidad de modificar el ambiente en beneficio de la especie –o en beneficio de una parte de la especie contra el resto y contra el mismo ambiente como en los últimos cinco mil años- con creatividad y planificación. Las hormigas trabajan porque las obliga la herencia genética, autómatas de sus propios cerebros, mientras que “el albañil menos instruido” al decir de Marx tiene la capacidad creativa del pensamiento abstracto que no tiene la “mejor abeja”.

La mejor demostración es este pequeño, prolijo y bellamente editado poemario que nos invita a reflexionar y ampliar el rango de nuestra sensibilidad consciente en medio de la vorágine que vivimos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario